Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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La amenaza no era solo verbal; era tangible, una promesa sellada por la furia indomable que ahora lo consumía.El aire vibró, y la espada pareció rugir en respuesta, como si estuviera ansiosa por repetir las hazañas que su portador acababa de describir.Henry no era solo un hombre en ese momento; era una fuerza de la naturaleza, la personificación de la destrucción en su forma más pura.
Henry alzó su espada y la extendió hacia los presentes, permitiendo que su filo carmesí captara la luz tenue del lugar.El resplandor rojizo parecía intensificarse, irradiando no solo energía, sino una presencia inquietante, como si algo más que metal habitara en aquella arma.
—Díganme... todos ustedes, ¿los escuchan?—su voz retumbó con un tono desafiante y sombrío, un eco que parecía surgir de las profundidades mismas del abismo.
Al instante, los presentes comenzaron a percibirlo.Al principio, eran susurros distantes, apenas perceptibles, como un zumbido molesto en el borde de su conciencia.Pero pronto se transformaron en lamentos escalofriantes, gritos ahogados de culpa y horror que parecían provenir de todos lados y de ninguna parte al mismo tiempo.
—¿Qué es esto? —susurró uno de los subordinados, dando un paso atrás con los ojos abiertos de par en par, como si acabara de ver su propia muerte reflejada en la hoja.
—¡Cállense!—gritó otro, tapándose los oídos con desesperación, aunque el sonido no provenía del exterior; estaba incrustado en sus mentes,maldiciéndolos, condenándolos, exigiendo sangre y más sangre.
El anciano frunció el ceño, esforzándose por mantener la compostura.Sin embargo, incluso él no pudo evitar que un leve temblor recorriera su cuerpo.Reconocía esa espada, o al menos, las leyendas sobre su maldición.Un arma que no solo mataba cuerpos, sino que devoraba las almas de sus víctimas, almacenando sus últimos gritos de agonía para atormentar a quienes la enfrentaran.
Los lamentos se intensificaron, fusionándose en un coro de terror y odio.Voces sin rostro susurraban en los oídos de todos:"Traidor... Asesino... ¿Por qué?"Cada palabra era una puñalada invisible, desgarrando la cordura de los más débiles.El ambiente se llenó de una energía opresiva, un miedo primordial que arrancaba de sus raíces el instinto más básico: sobrevivir.
—Esta espada no solo corta carne y hueso,—dijo Henry, su voz firme y profunda como una sentencia—.Lleva consigo las vidas de los millones que han caído bajo su filo. Sus gritos son mi advertencia... y su condena.
El filo brillaba con un resplandor más siniestro, y algunos de los presentes cayeron de rodillas, incapaces de soportar el peso de esa presencia antinatural.Uno de los hombres empezó a murmurar oraciones ininteligibles, mientras otro intentaba contener un grito que acabó escapando como un alarido de pura desesperación.
Carlos retrocedió un paso, sintiendo cómo su resolución vacilaba.Incluso él, quien había visto horrores indescriptibles en su vida, se enfrentaba ahora a algo que desafiaba toda lógica, algo que resonaba con un miedo ancestral profundamente incrustado en su ser.
—Henry...—dijo con un intento fallido de mantener la calma, aunque su voz traicionaba el terror que sentía—.¿Qué has hecho?
—He dado forma a la desesperación misma.—Henry avanzó un paso, la espada rugiendo en su mano, como si compartiera su rabia—.Y ahora, cada uno de ustedes será juzgado por los muertos que claman por justicia.
El miedo se transformó en pánico.La atmósfera era una prisión, y dentro de ella, Henry era el carcelero, el verdugo y el juez.Nadie se atrevía a moverse; el arma en sus manos no solo era una espada... era un abismo, y todos estaban al borde de caer en él.
Los gritos aumentaron de intensidad, un crescendo de sufrimiento y condena que parecía provenir del mismo infierno.Henry avanzó otro paso, y el suelo bajo sus pies crujió, como si no pudiera soportar la carga de su ira y la presencia de esa espada.El aire se volvió pesado, sofocante; cada aliento era un desafío.
Uno de los subordinados de Carlos, incapaz de soportar más, cayó al suelo con los ojos desorbitados.Su cuerpo convulsionaba mientras sus manos intentaban rasgarse la cara, como si quisiera arrancarse algo que solo él podía sentir.
—¡Basta, por favor! ¡Que alguien lo detenga!—gritó, pero sus palabras se perdieron en el eco de los lamentos.
Carlos, quien hasta entonces había intentado mantener la compostura, apretó los dientes con fuerza.El sudor goteaba de su frente mientras luchaba por resistir el terror que se apoderaba de su mente. Sabía que, en ese momento, cualquier error podría sellar su destino.Pero había algo peor que el miedo: el reconocimiento.Carlos entendía ahora que Henry había cruzado un umbral del cual no había regreso.
—Henry, escúchame...—su voz tembló, pero logró encontrar algo de firmeza—.Si haces esto, no habrá redención para ti. La familia, tu legado... todo se perderá.
Henry giró la cabeza lentamente hacia Carlos, sus ojos llameando con una mezcla de furia y determinación inquebrantable.
—¿Redención?—repitió con una risa amarga, una carcajada que parecía arrancada del mismísimo vacío—.La redención es para los cobardes que buscan justificar su fracaso. Yo no busco redimirme... busco acabar con este ciclo de sacrificios y mentiras.
La espada en su mano respondió a sus palabras, emitiendo un brillo más intenso y un rugido profundo, como si estuviera viva.Los gritos en el aire se transformaron en palabras inteligibles, voces múltiples y discordantes que repetían una única frase:"Mátalos... mátalos... mátalos..."
Ryan, el hombre que siempre había seguido a Carlos con lealtad, dio un paso hacia atrás, sus ojos llenos de terror.No podía entender lo que estaba viendo, pero sabía una cosa con certeza: enfrentarse a Henry era un suicidio.
—¡Padre, vámonos de aquí!—gritó Ryan, su voz quebrándose bajo la presión.—¡Esto no es algo que podamos manejar!
Carlos no respondió.Sabía que huir no era una opción; Henry no los dejaría escapar, y aún si lo hiciera, la familia principal exigiría su cabeza por su fracaso.Estaba atrapado entre el deber y la muerte.
—¿Ves, Carlos?—dijo Henry, alzando la espada para señalarlo—.Esta es la familia que tanto veneras. Este es el peso de tu "deber". Mientras tú te arrodillas ante ellos, yo acabaré con todo esto.
Con un movimiento veloz, Henry giró la espada y la clavó en el suelo.La tierra tembló bajo el impacto, y una onda de energía carmesí se extendió por el terreno, derribando a varios hombres y apagando las luces a su alrededor.El mundo parecía detenerse por un momento.
El anciano, que hasta ahora había permanecido en un frío y calculado silencio, dio un paso adelante.Su mirada no mostraba miedo, sino algo más: interés. Como si Henry fuera una bestia a punto de desatarse por completo, y él quisiera observarlo todo.
—Impresionante, Henry.—La voz del anciano era suave, pero cortante como una navaja—.¿Pero cuánto tiempo puedes mantener este espectáculo antes de caer bajo el peso de tu propia espada?
Henry apretó los dientes.Sabía que las palabras del anciano no eran una simple provocación; la espada, por poderosa que fuera, exigía un precio. Su cuerpo ya sentía el agotamiento que venía con cada segundo que la empuñaba. Pero no tenía intención de detenerse.
—El tiempo suficiente para acabar con ustedes, viejo.
La tensión alcanzó su punto máximo.Todos sabían que el siguiente movimiento desataría el caos absoluto.Y en ese momento, Henry decidió que no habría tregua.Con un rugido que hizo eco en los corazones de todos los presentes, alzó la espada y cargó hacia ellos, la sombra del demonio que había invocado marcando su paso.La batalla estaba a punto de comenzar.
Henry avanzó como una tormenta desatada, cada paso retumbando como si la tierra misma se partiera bajo su peso.La espada de oricalco brillaba con una intensidad cegadora, y su borde carmesí cortaba el aire con un silbido mortífero.Los subordinados de Carlos, que aún se tambaleaban por la onda de energía anterior, apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que el filo de la espada cayera sobre ellos.
El primero en caer fue Ryan.Había intentado levantar su arma, pero el golpe de Henry llegó como un rayo, desgarrando su pecho con un corte limpio que lo dividió casi en dos.Un chorro de sangre cubrió el suelo, y el cuerpo sin vida de Ryan se desplomó mientras los gritos de los demás llenaban el aire.
—¡Deténganlo, por todos los dioses!—gritó Carlos, retrocediendo con el rostro pálido mientras sacaba una daga de plata ornamentada, un arma que parecía insignificante ante el poder abrumador de Henry.
Uno de los hombres más jóvenes cargó hacia Henry con desesperación, blandiendo un arma pesada, pero fue en vano.Henry giró sobre sí mismo con una precisión letal, y la espada cortó al joven en diagonal, separando su torso de sus piernas en un movimiento fluido.El cuerpo cayó al suelo en un charco de sangre mientras la espada seguía emitiendo susurros macabros.
—¡Son solo sacrificios! ¡No tienen futuro! ¡No valen nada!—rugió Henry mientras sus ojos ardían con furia pura—.¡Pero yo sí, maldita sea, y no permitiré que sigan robándome todo lo que amo!
Carlos observó con horror cómo Henry continuaba avanzando, implacable, cada movimiento dejando un rastro de muerte y destrucción.Sin embargo, en lugar de simplemente huir, el anciano que lo acompañaba finalmente dio un paso al frente.El hombre de la familia principal, que había permanecido en la sombra, ahora sonreía con una calma escalofriante.
—Ah, Henry... veo que finalmente te has desatado por completo.—Su voz era como un eco frío, reverberando en los corazones de todos los presentes—.Pero, ¿crees que esta rabia ciega es suficiente para enfrentarte a mí?
El hombre extendió su mano y el espacio a su alrededor se distorsionó.Una luz negra emergió de la nada, envolviendo su cuerpo mientras una espada oscura se formaba en su mano.La hoja parecía absorber la luz misma, como si fuera un agujero en la realidad.
—No eres el único que ha empuñado un arma maldita, Henry.
Los dos hombres se enfrentaron, cada uno irradiando una presencia abrumadora que parecía devorar todo a su alrededor.Mientras tanto, Carlos permanecía paralizado, observando cómo el destino de todos se decidía frente a sus ojos.Las chispas de maná chisporroteaban en el aire, y el suelo bajo sus pies se quebraba por la pura intensidad de la energía que los rodeaba.
—Tu tiempo se acaba, Henry,—dijo el hombre de la familia principal mientras levantaba su espada oscura con una sonrisa burlona—.Pero no te preocupes, prometo que tu muerte será memorable.
Henry apretó los dientes y levantó su espada una vez más.El peso de su ira, su desesperación y su amor por Bernardo lo impulsaban.Sabía que enfrentarse a este hombre era casi un suicidio, pero no había vuelta atrás.
—Si voy a caer, me aseguraré de llevarte conmigo, bastardo.—Las palabras de Henry resonaron con una convicción inquebrantable, y con un rugido de pura furia, cargó hacia el hombre.
La colisión fue catastrófica.Las dos espadas chocaron, y la explosión resultante sacudió todo el campo de batalla.El impacto levantó una onda expansiva que derribó a los pocos sobrevivientes, mientras un torbellino de energía oscura y carmesí envolvía a los dos combatientes.
A medida que las espadas intercambiaban golpes, Henry sintió que el poder de su arma comenzaba a consumirlo, un recordatorio constante del precio que debía pagar.Pero se negó a detenerse. Cada movimiento, cada corte, era un grito de desafío, una declaración de que no dejaría que la familia principal dictara su destino.
El hombre de la familia principal, por su parte, luchaba con una sonrisa demente, como si disfrutara de cada segundo del combate.
—¡Vamos, Henry! ¡Muéstrame de lo que eres capaz!—gritó mientras su espada lanzaba cortes de energía oscura que destrozaban el terreno a su alrededor.
El duelo continuó, ambos hombres luchando como si el destino del mundo dependiera de ello.Mientras tanto, en la distancia, Bernardo seguía corriendo, su corazón latiendo descontrolado mientras los ecos de la batalla llegaban a sus oídos.Sabía que su padre estaba peleando por él, pero también sabía que no tenía tiempo para detenerse.
La lucha de Henry no era solo contra su oponente, sino contra el peso de sus propias decisiones y el legado maldito que había heredado.En ese campo de batalla teñido de sangre y desesperación, se libraba una guerra no solo por la supervivencia, sino por el alma de una familia rota.
El sonido del choque entre las espadas resonó por última vez cuando Henry lanzó un golpe devastador que desvió al hombre de la familia principal.Este retrocedió un par de pasos, evaluando a su oponente con una calma perturbadora.La sonrisa en su rostro no se desvaneció, pero algo en sus ojos delataba que estaba reconsiderando su papel en esta batalla.
—Vaya, Henry, debo admitir que tienes más agallas de las que esperaba.—El hombre dio un paso atrás, girando su espada oscura en su mano con despreocupación—.Pero no es mi lugar desperdiciar mi tiempo contigo. Mi misión aquí es asegurar el sacrificio, no manchar mis manos con un perro rabioso como tú.
Henry gruñó, apretando su espada con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Cállate y pelea!—rugió, lanzándose hacia él con una furia que parecía capaz de partir el cielo mismo. Sin embargo, antes de que pudiera llegar,una barrera negra apareció entre ambos, deteniendo el avance de Henry como si hubiera chocado contra una pared de acero invisible.
El hombre de la familia principal suspiró, sacudiendo la cabeza con fingida lástima.
—Lo siento, Henry. No soy quien debe acabar contigo. Eso le corresponde a quienes han sido marcados por tu traición.
Chasqueó los dedos, y la barrera se disipó esta barrera los había aislado de todo y de todos, pero no antes de que su figura comenzara a desvanecerse en una neblina oscura.
—Carlos, Ryan, los demás... Terminen con esto. Es su deber limpiar este desastre. No me decepcionen.
Su voz se desvaneció junto con él, dejando un silencio momentáneo que pesaba como una lápida.
Carlos tragó saliva, sintiendo que el peso de la responsabilidad caía sobre él como una montaña.Miró a Ryan, cuyos ojos estaban llenos de una mezcla de miedo y determinación.Los subordinados restantes intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que el hombre que acababa de desaparecer había dejado a un monstruo suelto frente a ellos.
—Ryan... esto... esto es nuestro ahora,—murmuró Carlos, intentando mantener su compostura mientras Henry giraba hacia ellos, su intención asesina aún más intensa.
Ryan apretó los dientes y dio un paso adelante, sosteniendo su espada con ambas manos.
—¡No podemos retroceder ahora, Padre! Si lo hacemos, estaremos muertos de todos modos. ¡Este bastardo ha elegido su destino, y nosotros lo cumpliremos!
Henry dejó escapar una carcajada amarga, su voz cargada de un odio que parecía teñir el aire.
—¿De verdad creen que tienen una oportunidad?—La espada en su mano volvió a brillar con aquel resplandor carmesí, y los susurros escalofriantes llenaron nuevamente el ambiente, arrastrando a los hombres presentes a un abismo de miedo primordial.
—¡Cállate! ¡Todos, ataquen juntos!—gritó Carlos, levantando una daga gris y lanzándose hacia adelante con un rugido desesperado.
Los subordinados se movieron al unísono, sus armas alzándose mientras trataban de acorralar a Henry.Ryan lideró el ataque, lanzando un golpe directo al torso de Henry, pero este lo desvió con facilidad, girando su espada con la gracia de un verdugo experto.El contraataque fue brutal; la hoja de Henry cortó el aire como un rayo, separando la cabeza de uno de los hombres más cercanos.
Carlos intentó aprovechar la distracción, apuntando a las costillas de Henry con su daga.Sin embargo, Henry lo vio venir.Con un movimiento rápido, desvió el ataque y le propinó un golpe con el codo que lo mandó volando contra un árbol cercano.
—¡Es inútil! ¡No son más que insectos bajo mi bota!—bramó Henry mientras levantaba su espada, cortando a otro subordinado en dos con un movimiento fluido.La sangre manchó el suelo, y los gritos de los hombres resonaron en el aire mientras caían uno tras otro.
El sonido del choque entre las espadas resonó por última vez cuando Henry lanzó un golpe devastador que desvió al hombre de la familia principal.Este retrocedió un par de pasos, evaluando a su oponente con una calma perturbadora.La sonrisa en su rostro no se desvaneció, pero algo en sus ojos delataba que estaba reconsiderando su papel en esta batalla.
—Vaya, Henry, debo admitir que tienes más agallas de las que esperaba.—El hombre dio un paso atrás, girando su espada oscura en su mano con despreocupación—.Pero no es mi lugar desperdiciar mi tiempo contigo. Mi misión aquí es asegurar el sacrificio, no manchar mis manos con un perro rabioso como tú.
Henry gruñó, apretando su espada con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
—¡Cállate y pelea!—rugió, lanzándose hacia él con una furia que parecía capaz de partir el cielo mismo. Sin embargo, antes de que pudiera llegar,una barrera negra apareció entre ambos, deteniendo el avance de Henry como si hubiera chocado contra una pared de acero invisible.
El hombre de la familia principal suspiró, sacudiendo la cabeza con fingida lástima.
—Lo siento, Henry. No soy quien debe acabar contigo. Eso le corresponde a quienes han sido marcados por tu traición.
Chasqueó los dedos, y la barrera se disipó, pero no antes de que su figura comenzara a desvanecerse en una neblina oscura.
—Carlos, Ryan, los demás... Terminen con esto. Es su deber limpiar este desastre. No me decepcionen.
Su voz se desvaneció junto con él, dejando un silencio momentáneo que pesaba como una lápida.
Carlos tragó saliva, sintiendo que el peso de la responsabilidad caía sobre él como una montaña.Miró a Ryan, cuyos ojos estaban llenos de una mezcla de miedo y determinación.Los subordinados restantes intercambiaron miradas nerviosas, conscientes de que el hombre que acababa de desaparecer había dejado a un monstruo suelto frente a ellos.
—Ryan... esto... esto es nuestro ahora,—murmuró Carlos, intentando mantener su compostura mientras Henry giraba hacia ellos, su intención asesina aún más intensa.
Ryan apretó los dientes y dio un paso adelante, sosteniendo su espada con ambas manos.
—¡No podemos retroceder ahora, Carlos! Si lo hacemos, estaremos muertos de todos modos. ¡Este bastardo ha elegido su destino, y nosotros lo cumpliremos!
Henry dejó escapar una carcajada amarga, su voz cargada de un odio que parecía teñir el aire.
—¿De verdad creen que tienen una oportunidad?—La espada en su mano volvió a brillar con aquel resplandor carmesí, y los susurros escalofriantes llenaron nuevamente el ambiente, arrastrando a los hombres presentes a un abismo de miedo primordial.
—¡Cállate! ¡Todos, ataquen juntos!—gritó Carlos, levantando su daga y lanzándose hacia adelante con un rugido desesperado.
Los subordinados se movieron al unísono, sus armas alzándose mientras trataban de acorralar a Henry.Ryan lideró el ataque, lanzando un golpe directo al torso de Henry, pero este lo desvió con facilidad, girando su espada con la gracia de un verdugo experto.El contraataque fue brutal; la hoja de Henry cortó el aire como un rayo, separando la cabeza de uno de los hombres más cercanos.
Carlos intentó aprovechar la distracción, apuntando a las costillas de Henry con su daga.Sin embargo, Henry lo vio venir.Con un movimiento rápido, desvió el ataque y le propinó un golpe con el codo que lo mandó volando contra un árbol cercano.
—¡Es inútil! ¡No son más que insectos bajo mi bota!—bramó Henry mientras levantaba su espada, cortando a otro subordinado en dos con un movimiento fluido.La sangre manchó el suelo, y los gritos de los hombres resonaron en el aire mientras caían uno tras otro.
Ryan se quedó solo frente a Henry, jadeando y con las piernas temblorosas.A pesar del terror que lo dominaba, levantó su espada una vez más, decidido a no morir sin luchar.
—Eres un maldito monstruo, Henry, pero no te dejaré ganar.—Ryan escupió sangre, plantándose con lo poco que le quedaba de fuerza.
Henry lo miró con desprecio, su mirada quemando como el fuego del infierno.
—¿Un monstruo? Tal vez. Pero soy un monstruo que protege lo que es suyo. Y tú, Ryan, no eres más que otro cadáver en mi camino.
Ryan lanzó un último grito de guerra y cargó hacia Henry, pero este lo interceptó con un golpe devastador que rompió su espada en dos.Antes de que Ryan pudiera reaccionar,la hoja de oricalco atravesó su pecho, deteniendo su corazón en un instante.
Carlos, tambaleándose tras recuperarse del golpe, miró con horror cómo el cuerpo de Ryan caía al suelo sin vida.
—¡Maldición... maldición!—murmuró, retrocediendo unos pasos mientras Henry lo observaba, su mirada fija como la de un depredador que ha acorralado a su presa.
Henry comenzó a avanzar hacia Carlos lentamente, cada paso resonando como un juicio final.
—¿Qué pasa, Carlos? ¿Dónde está tu valentía ahora?—Henry levantó su espada, su intención asesina prácticamente palpable.
Carlos tragó saliva y levantó su daga con manos temblorosas, consciente de que estaba a punto de enfrentarse a su final.
Mientras que Henry veía los cadáveres en el piso sintió su ira incrementarse, movió su pie y la cabeza de Carlos salió dispara de su cuerpo. Henry aun en su ira noto como es que la sangre que salía del cuerpo de Carlos se detuvo en el aire.
El fluido carmesí estaba estático, sin movimiento, Henry se giro y vio a un ultimo subordinado, era un hombre anciano, aunque si se supiera la verdad este hombre tenia la misma edad que Bernardo 20 años.
La ira de Henry, como un volcán en erupción, seguía ardiendo con una intensidad casi inhumana.Sin embargo, algo lo sacó de su frenesí:la sangre que había salido disparada del cuerpo decapitado de Carlos se detuvo en el aire, congelada como si el tiempo mismo hubiese contenido el flujo del destino.
Henry frunció el ceño, su espada todavía goteando sangre mientras giraba lentamente la cabeza hacia el origen de aquella anomalía.Frente a él, un hombre anciano se mantuvo firme, su figura aparentemente frágil contrastando con la tensión sobrenatural que irradiaba su presencia.Había algo antinatural en él; sus ojos, de un gris opaco, reflejaban la sabiduría de una vida larga y un profundo conocimiento que parecía trascender lo humano.
El anciano inclinó ligeramente la cabeza, con una calma inquietante, antes de hablar.
—Impresionante. Siempre supe que tenías poder, Henry, pero esto... esto está más allá de lo que esperaba.—Su voz era profunda, resonante, con un tono que parecía atravesar el alma.
Henry apuntó la espada hacia él, sus ojos brillando con una mezcla de furia y curiosidad.
—¿Asi que eres tú? ¿Otro peón de esta maldita familia principal?
El hombre sonrió apenas, sus arrugas acentuándose, pero había algo extraño en ese gesto. No era la sonrisa de un anciano indefenso, sino la de un depredador que había esperado pacientemente su momento.
—¿Un peón? Qué insulto más vulgar. Si supieras la verdad... pero no importa. Llámame como quieras.—El anciano extendió una mano hacia la sangre suspendida en el aire, y esta comenzó a girar lentamente, como si obedeciera a su voluntad.Formó una esfera que flotó alrededor de su palma, emitiendo un leve resplandor carmesí.
Henry apretó los dientes, sus músculos tensándose mientras trataba de descifrar a su nuevo oponente.
—No tienes aspecto de un guerrero, viejo. Pero algo me dice que no eres tan débil como pareces.
El anciano soltó una carcajada seca, carente de humor.
—Débil, dices. Quizás lo fui alguna vez, pero eso fue hace mucho. Ahora... soy algo diferente.—El brillo en sus ojos grises se intensificó, y el aire alrededor de ellos pareció ondular, como si la realidad misma se estuviera fragmentando por su mera presencia.
Henry notó algo extraño en la postura del hombre. Aunque parecía mayor, su cuerpo no reflejaba los movimientos torpes de un anciano.Había precisión en la forma en que manejaba aquella sangre suspendida, como si cada gota fuera parte de un instrumento mortal que estaba a punto de desplegarse.
—No importa lo que seas,—gruñó Henry, levantando su espada, la hoja de oricalco brillando con un resplandor casi cegador—.Eres otro obstáculo que voy a aplastar.
El anciano negó con la cabeza lentamente, como si las palabras de Henry no fueran más que las rabietas de un niño.
—Eso sería cierto... si yo estuviera realmente aquí para detenerte.
En un parpadeo, el hombre movió sus dedos, y la esfera de sangre se disparó hacia Henry con una velocidad asombrosa.Henry reaccionó por instinto, levantando su espada para bloquear el ataque, pero al contacto, la sangre no se desvió; en su lugar, explotó en una nube espesa que lo envolvió por completo.
Por un momento, Henry no pudo ver nada. El aire a su alrededor se volvió pesado, casi sólido, mientras una presión invisible comenzaba a estrangularlo.Dentro de aquella niebla carmesí,escuchó la voz del anciano, calmada pero con un filo peligroso.
—Esto no es una batalla, Henry. Es una lección. Has sobrevivido a lo peor que este mundo puede ofrecer, pero estás ciego. Tu furia es tu mayor fortaleza... y tu mayor debilidad.
La niebla comenzó a disiparse, revelando al anciano aún de pie, ileso y sereno.Henry, jadeando, dejó caer parte de su guardia por un instante, pero rápidamente recuperó su postura.
—¿Qué demonios...?—gruñó, mirando alrededor, buscando un patrón en los movimientos de su oponente.
El anciano dio un paso adelante, y por un instante, Henry vio algo que lo heló hasta los huesos: el hombre frente a él no era un anciano en absoluto.Por un momento fugaz,vio a alguien más joven, con un rostro familiar que parecía sacado de sus peores pesadillas: Bernardo.
—Eres rápido con tu espada, Henry, pero lento para comprender. ¿No te has preguntado por qué me intereso en esta familia?—El anciano volvió a sonreír, pero esta vez, su rostro comenzó a transformarse, mezclando su apariencia actual con la de un joven que reflejaba una mezcla inquietante de inocencia y maldad.
Henry apretó los dientes, su furia renovándose.
—¿Qué clase de truco es este? ¡Deja de jugar conmigo!
El anciano soltó un suspiro teatral, como si estuviera decepcionado.
—No es un truco, Henry. Soy un recordatorio de lo que pierdes. Ahora dime, ¿crees que puedes salvar a Bernardo... cuando ni siquiera puedes salvarte a ti mismo?
Antes de que Henry pudiera responder, el anciano desapareció en un destello de luz, dejando atrás solo el eco de su risa.
Henry permaneció allí, inmóvil, su espada todavía lista para atacar, pero su mente era un torbellino.Algo en aquel hombre lo inquietaba profundamente, una verdad que no podía ignorar.Apretó los puños, dispuesto a seguir adelante, pero las palabras del anciano resonaban en su mente, una sombra que no podía disipar.
—Sea lo que sea... no detendrás lo que viene.—murmuró, dirigiéndose hacia el próximo obstáculo con una resolución que ya no solo se alimentaba de ira, sino también de una creciente desesperación.
En el instante en que la figura del anciano desapareció en un destello de luz, un recuerdo golpeó a Henry como un rayo.Ese rostro, esos ojos grises cargados de un peso indescriptible... Ahora lo comprendía. Sabía exactamente quién era ese hombre.
—¡Andrés...!—murmuró, con una mezcla de incredulidad y terror en su voz. Su agarre sobre la empuñadura de su espada se tensó, y el eco de aquel nombre resonó en su mente como un trueno.
Andrés. Un nombre que había enterrado en las profundidades de su memoria, junto con las cicatrices más amargas de su pasado.Aquel joven lleno de potencial, de vida, que se convirtió en un enigma entre los suyos. Andrés había desaparecido hace años, dando su vida en una misión imposible.Pero ahora estaba aquí, frente a él, deformado por una habilidad que trascendía las leyes naturales.
Henry tragó saliva, mientras los detalles de la habilidad que Andrés poseía se deslizaban desde el abismo de su conocimiento, llenando los huecos de su comprensión.
Habilidad de Rango A:Time Sacrifice
Naturaleza: Tiempo, Espacio
"Quien active esta habilidad pagará un precio imposible: todo su tiempo restante será ofrendado. El usuario ganará un control absoluto sobre el flujo del tiempo, capaz de alterar la realidad a su alrededor por un periodo indeterminado. Sin embargo, el sacrificio los condenará a un cuerpo envejecido, frágil, reflejo de los años que fueron tomados de ellos."
La verdad cayó sobre Henry con el peso de una montaña.Andrés había ofrendado todo su tiempo en un desesperado intento de obtener poder, pero no lo hizo por egoísmo; Henry podía verlo ahora, como si la verdad estuviera escrita en las arrugas de aquel anciano.Este hombre había abandonado su juventud, su vida misma, para proteger algo o a alguien... pero, ¿qué?
—Así que sigues vivo, Andrés,—murmuró Henry con una mezcla de pesar y rabia, mirando el lugar vacío donde el anciano había estado segundos antes—.¿Y a qué costo?
Andrés no solo había sobrevivido; se había transformado en algo más.Ahora Henry entendía la quietud escalofriante de su presencia, la precisión aterradora de sus movimientos.Ese cuerpo marchito era un cascarón, una cárcel para una mente afilada y un poder que desafiaba la lógica misma.
Henry recordó los días en que Andrés era un joven lleno de ambición, siempre buscando superar sus límites.Había sido un aliado cercano, un aprendiz en sus primeras misiones, alguien a quien Henry había tomado bajo su ala como a un hermano menor.Pero también recordaba cómo Andrés comenzó a obsesionarse con el sacrificio, con la idea de que el poder verdadero requería algo más que esfuerzo: requería renuncia total.
—Maldita sea...—Henry apretó los dientes, sintiendo la culpa arremeter contra él como olas violentas. Tal vez podría haberlo detenido, podría haberlo disuadido de tomar el camino que lo había convertido en este "saco de huesos".
Pero ahora no importaba. Andrés estaba aquí, y sus intenciones eran tan impenetrables como su presencia.
La voz de Henry se endureció, y un destello de rabia brilló en sus ojos.
—Si has venido a detenerme, Andrés, no importa cuántos años hayas vendido, no importa cuánto tiempo controles. No voy a detenerme. Ni por ti, ni por nadie.
El eco de su propia determinación resonó en el aire vacío, y Henry, con la espada aún goteando sangre, continuó avanzando.La visión de los cadáveres a su alrededor solo alimentó su resolución, su deseo de terminar con esta maldita tragedia de una vez por todas.
La sonrisa de Andrés, aunque tenue, estaba llena de algo que Henry no había visto en mucho tiempo: paz.El anciano lo miró con esos ojos marchitos, que parecían ver más allá de la batalla, más allá del caos, y susurró con voz débil pero firme:
—Él me salvó, Henry. Mi vida le pertenece... así que no es un mal intercambio.
Henry sintió un nudo en la garganta, una mezcla de rabia, incredulidad y tristeza.Andrés, el hombre que había sacrificado todo, ahora estaba aceptando su destino con una serenidad que lo desgarraba por dentro. Pero antes de que pudiera replicar, la transformación comenzó.
El cuerpo de Andrés empezó a desmoronarse frente a sus ojos.Su carne, ya débil y marchita, fue consumida como hojas secas bajo el fuego.La sangre que una vez corrió con vigor por sus venas se desvaneció, absorbida por el tiempo mismo que había manipulado.La piel de Andrés, agrietada y quebradiza, se convirtió en polvo, dispersándose en el aire como si nunca hubiera existido.
—Eres un idiota...—murmuró Henry con los dientes apretados, su voz llena de una amargura contenida, hablando al vacío donde su antiguo amigo había estado solo instantes antes.La ira y la tristeza en sus palabras eran un reflejo de la impotencia que sentía.
Pero entonces, algo cambió.
El aire alrededor de Henry pareció distorsionarse, como si la realidad misma se tambaleara bajo el peso de lo que acababa de ocurrir.Los cadáveres que yacían en el suelo comenzaron a moverse, sus cuerpos desangrados y mutilados retrocediendo en el tiempo.Las heridas que Henry mismo había infligido se cerraron; los rostros llenos de terror y agonía volvieron a la calma.
El tiempo había sido devuelto a su lugar.
Los subordinados, Carlos...todos los muertos que Henry había derribado segundos antes, ahora estaban de pie, jadeando, con expresiones de desconcierto y pánico.Era como si el momento de su muerte nunca hubiera ocurrido.
Henry miró a su alrededor, la espada aún en su mano, y sintió una mezcla de incredulidad y furia al comprender lo que Andrés había hecho.Había utilizado sus últimos momentos de vida para revertir el flujo del tiempo, para devolver a sus enemigos una segunda oportunidad de enfrentarlo.
—¡Maldito seas, Andrés!—rugió Henry, su voz resonando como un trueno en el campo de batalla.
Pero Andrés ya no estaba allí para escuchar.Su sacrificio había sido completo, y con él, la balanza del enfrentamiento había cambiado.Ahora, Henry no solo debía enfrentarse a sus enemigos una vez más, sino que tenía que hacerlo con el peso de saber que su viejo amigo había dado su vida para protegerlos.
El líder de los subordinados, que había muerto con una mirada de horror, ahora se reincorporó con un brillo renovado en sus ojos.
—¿Qué demonios está pasando...?—murmuró uno de los hombres, temblando mientras miraba su propio cuerpo intacto.
Carlos, cuya cabeza había sido separada de su cuerpo momentos antes,ahora lo observaba con una mezcla de miedo y asombro, consciente de que su vida había sido devuelta por un milagro.
Henry, sin embargo, no se detuvo.La rabia en su interior seguía burbujeando, más intensa que nunca.La espada en su mano temblaba, no por la duda, sino por la fuerza con la que la empuñaba.
—¿Así que quieres darles otra oportunidad, Andrés?—murmuró, mirando el polvo que flotaba en el aire.—Pues bien, los mataré de nuevo. Todos y cada uno de ellos. Y esta vez, no habrá marcha atrás.
El brillo carmesí de su espada se intensificó, y la intención asesina en los ojos de Henry se volvió aún más aterradora.Aunque sabía que Andrés lo había hecho por lealtad a algo más grande que ellos, eso no detenía el furor imparable que lo consumía.
La sangre que cubría la espada de Henry aún goteaba, marcando el suelo con un sonido sordo y rítmico que parecía sincronizarse con su ira contenida.Su mirada fría y desdeñosa recorrió a los cuerpos que se levantaban nuevamente, sus movimientos torpes y sus rostros aún manchados de horror. Los despreciaba.Ya los había matado una vez, y para él, volverían a caer tantas veces como fuera necesario.
—¿Y qué?—murmuró Henry con una voz cargada de veneno, su tono seco resonando como un juicio eterno—.Puedo matarlos una y otra vez. Basura es lo único que son. Volver a la vida no los hace mejores, solo prolonga su miseria.
La atmósfera a su alrededor se llenó de una hostilidad tangible, como si incluso el aire estuviera siendo sofocado por su presencia.Los "resucitados" retrocedieron ligeramente, algunos mostrando un destello de miedo en sus ojos al darse cuenta de que para Henry, su existencia no significaba más que un obstáculo si estas orgulloso de volver a la vida y que, te mate una vez puedo hacerlo infinitas veces, eres basura y nada lo podrá cambiar.
Pero entonces, la voz de Andrés cortó el ambiente como un cuchillo afilado, su tono tranquilo y reflexivo, como si hablara desde un lugar más allá de la realidad.
—Henry, no debes considerarte una deidad. Porque no lo eres.—El eco de sus palabras parecía arrastrar un peso diferente, una verdad que buscaba perforar la furia del líder.El cuerpo de Andrés ya no existía, pero su presencia era innegable.
Henry giró su cabeza lentamente, buscando la fuente de la voz, aunque sabía que no la encontraría.Sus ojos brillaron con un destello confuso, mezclado con irritación.
—¿De qué hablas?—respondió Henry, más molesto que intrigado, su tono áspero mostrando que no estaba dispuesto a recibir sermones.
—Deberías saberlo ya. Somos despiertos, pero no somos dioses.—La voz de Andrés continuó, calmada pero implacable, sus palabras resonando como si fueran parte de un juicio ineludible—.Ni siquiera la Madre Primordial es una diosa.
Por un momento,Henry permaneció en silencio, sus dedos tensos alrededor del mango de la espada.Un rugido de contradicciones se alzó dentro de su mente.Por un lado, despreciaba lo que Andrés insinuaba; para Henry, sus hazañas, su poder, lo situaban más allá de los límites de la mortalidad. Pero por otro lado,una pequeña chispa de duda lo atravesó, casi como una grieta minúscula en una armadura perfectamente forjada.
—¿Entonces qué somos, Andrés?—susurró Henry, su tono cargado de una furia contenida y una pizca de incredulidad—.Si no somos dioses, ¿qué somos, según tú?
Pero no hubo respuesta. Solo el eco de las palabras de Andrés flotaba en el aire, y una sensación de vacío llenó el espacio. Henry apretó los dientes, como si con ello pudiera ahogar cualquier reflexión que amenazara con debilitar su convicción.
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