Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil

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La espada en su mano tembló levemente, como si estuviera viva, resonando con los murmullos de las almas que contenía, todas clamando por derramamiento de sangre, todas ignorando las palabras que buscaban detener la tormenta.

La voz de Andrés resonaba en la mente de Henry como un eco imposible de ignorar, una verdad que perforaba su ira y orgullo como una daga invisible.El eco era frío, implacable, como si hablara desde un lugar donde el tiempo y la vida se entrelazaban en una danza cruel.

El dios al que la humanidad reza desde hace milenios...—empezó Andrés, su tono era casi un susurro, pero cada palabra tenía el peso de un martillo que caía sobre Henry—.El dios que todo lo mantiene unido... Ese dios no es otra cosa que el tiempo en sí mismo.

Henry frunció el ceño, pero no respondió. Algo en sus palabras lo obligaba a escuchar, aunque no quisiera.

El tiempo no es una entidad que piense o actúe, ni un ser que atienda plegarias. Es un principio, una fuerza física inquebrantable. Como el destino mismo, no negocia ni muestra misericordia.

La atmósfera alrededor de Henry pareció volverse más pesada, como si las palabras de Andrés activaran un mecanismo oculto que él no podía controlar.La espada que sostenía vibró levemente en su mano, como si incluso ella sintiera la inmensidad de lo que se decía.

Desde el instante en que nacemos, nuestras vidas comienzan a consumirse. Las arenas de nuestro reloj fluyen sin descanso, y la muerte es el único horizonte inevitable.—El tono de Andrés se endureció, cargado de una fría aceptación—.Nuestro destino no es más que una red de causas y efectos, una telaraña que se entreteje en la luz y en las sombras.

Dios... es el tiempo.

Henry cerró los ojos por un momento, pero en su interior rugía una tormenta.¿Era esto lo que Andrés había elegido decirle? ¿Una lección amarga sobre la inevitabilidad del tiempo cuando todo lo que quería era proteger a su hijo?

¿Por qué me dices esto?—preguntó Henry finalmente, su voz baja y cargada de un furor contenido—.¿Qué pretendes con tus palabras, Andrés?

La respuesta fue inmediata, como si Andrés estuviera preparado para esta pregunta.

Porque, Henry, al igual que yo estoy siendo consumido por el ilimitado y omnipresente río del tiempo... tu hijo Bernardo también lo será.

Henry abrió los ojos, y su furia se avivó como un incendio al ser alimentado por el viento.

Tic-tac, Henry.—Las palabras de Andrés parecieron colarse en los recovecos de su mente, invadiendo cada pensamiento con su cadencia implacable—.Las manecillas se mueven, y el horizonte de Bernardo está cada vez más cerca. El tiempo no se detiene por nadie, ni por ti, ni por él.

¡Cállate!—rugió Henry, blandiendo su espada como si pudiera cortar la voz de su antiguo amigo, pero el silencio que siguió solo lo enfureció más.

La voz de Andrés volvió, esta vez con un toque de resignación que perforaba la dureza de Henry.

Suerte, amigo mío. La necesitarás.

Y con esas últimas palabras,Henry sintió cómo la rabia volvía a inundarlo, pero también un miedo que nunca admitiría.Las manecillas del reloj resonaban en su mente, ineludibles, marcando cada segundo que pasaba mientras el horizonte de su hijo se desvanecía un poco más en la neblina del destino.La espada en su mano brilló con intensidad, como si compartiera su furia y su lucha interna.

La voz de Andrés parecía provenir de todas partes, como si el aire mismo conspirara para obligar a Henry a escuchar.Cada palabra caía como el eco de una campana en un vacío eterno, llena de sabiduría amarga y de una melancolía que no admitía discusión.

Henry...—Andrés suspiró, su tono más sereno, casi paternal—.No estoy aquí para sermonearte, pero debo decirte esto: tú has creado algo formidable. Bernardo, tu hijo... él no es un hombre común. Es una fuerza, un huracán que arrasa con todo a su paso, un ser destinado a dejar una marca indeleble en este mundo.

Henry apretó los dientes, sin responder. La espada de oricalco en su mano pareció estremecerse, como si compartiera la carga emocional de su portador.Sus ojos brillaban con una mezcla de furia y culpa, y cada músculo de su cuerpo estaba tenso como una cuerda al borde de romperse.

Pero, Henry, incluso el huracán más poderoso no puede escapar del río del tiempo.—La voz de Andrés era un cuchillo que cortaba a través de la armadura emocional de Henry—.¿Crees que puedes cambiarlo? ¿Crees que puedes detener las aguas que fluyen hacia lo inevitable?

Henry levantó la mirada, su expresión endurecida por la ira.El sudor frío corría por su espalda, pero no mostraba debilidad.

¿Por qué hablas de él como si ya estuviera condenado?—gruñó Henry, sus palabras cargadas de desafío—.¡Bernardo es mi hijo! Él no sucumbirá al río del tiempo, Andrés. ¡No mientras yo tenga fuerza para luchar!

Andrés dejó escapar una risa suave, una que no contenía burla sino comprensión.

Oh, Henry... Esa es la parte que más admiro de ti. Tu terquedad, tu voluntad indomable. Siempre has luchado contra lo imposible, incluso cuando sabías que la derrota era inevitable. Por eso has logrado lo que otros solo pueden soñar. Por eso Bernardo es como es.

Henry frunció el ceño, su furia mezclándose con una leve confusión.

¿Qué estás diciendo, Andrés?

Estoy diciendo que Bernardo es un reflejo de ti.—La voz de Andrés se volvió más intensa, como si buscara perforar el corazón de Henry—.Él heredó tu fuerza, tu determinación, pero también tu arrogancia, tu incapacidad para aceptar los límites de este mundo.

Un silencio cargado se extendió entre ellos.Henry sabía que Andrés estaba tocando una herida que aún no se había cerrado, pero no podía admitirlo.

No estoy aquí para juzgarte, Henry.—Andrés continuó, más suave esta vez—.Estoy aquí para advertirte. Bernardo es un ser excepcional, pero esa excepcionalidad lo llevará al límite. Su ambición, su fuego... todo eso lo quemará. ¿Crees que podrás salvarlo del tiempo, cuando ni siquiera puedes salvarte a ti mismo?

Henry se giró bruscamente, apretando la espada con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. Su mirada era un torbellino de emociones: ira, culpa, miedo.Su cuerpo irradiaba poder, pero también la carga de un padre que sabía, en el fondo, que Andrés tenía razón.

¡No soy como tú, Andrés!—rugió Henry—.No me quedaré de brazos cruzados viendo cómo mi hijo es consumido por el tiempo. Si el río del tiempo es tan implacable como dices, entonces lo cortaré. ¡Abriré un nuevo camino para Bernardo, incluso si eso significa destruir el curso mismo del destino!

Andrés permaneció en silencio por un momento, como si evaluara las palabras de Henry. Finalmente, habló con una calma que contrastaba con la tormenta que se desataba en el corazón de su amigo.

Esa es tu tragedia, Henry.—dijo, con una mezcla de tristeza y admiración—.Tu determinación es admirable, pero también es tu mayor debilidad. El tiempo no es algo que pueda ser cortado o desafiado. Es el flujo que conecta todo, la fuerza que define el inicio y el fin de todas las cosas. Incluso tú, con todo tu poder, no eres más que un grano de arena en ese río infinito.

¿Y tú qué sabes, Andrés?—Henry escupió las palabras, su rabia ardiendo como una llama incontrolable—.¿Quién eres tú para hablarme de límites?

Soy alguien que ya aceptó su lugar en el flujo del tiempo.—La voz de Andrés se endureció, pero no perdió su calma—.Soy alguien que entiende que incluso el más poderoso de los despertares es insignificante ante la inmensidad de la existencia. Y eso es lo que tú no entiendes, Henry. Al intentar salvar a Bernardo, podrías terminar destruyéndolo.

Las palabras golpearon a Henry como un mazo, pero él no retrocedió.Su mirada ardía con una mezcla de furia y desafío.

Entonces que así sea.—dijo Henry, su voz tan fría como la hoja de su espada—.Si el tiempo quiere consumirlo, primero tendrá que enfrentarse a mí. Y si eso significa destruir la red misma del destino, lo haré. ¡Nada se interpondrá entre mí y la protección de mi hijo!

Andrés suspiró profundamente, como si lamentara lo que sabía que ocurriría. Pero en el fondo, no pudo evitar sonreír, aunque fuera con tristeza.

Eres un hombre formidable, Henry. Pero recuerda esto: cada acción tiene su consecuencia. Cada sacrificio deja una cicatriz. Y cuando el río del tiempo finalmente te alcance, no será misericordioso. Tic-tac, Henry. Las manecillas se mueven, y tu lucha contra lo inevitable apenas comienza.

Con esas palabras, Andrés se desvaneció en el viento, dejando a Henry solo con su furia, su espada, y la carga de un padre dispuesto a desafiar al mismo tiempo para salvar a su hijo.

El rostro de Andrés se tensómientras su figura comenzaba a desintegrarse, consumida lentamente por el poder inexorable del tiempo. Sin embargo, antes de que el río lo reclamara por completo, extendió una mano hacia Henry.Sus ojos brillaban con una intensidad sobrenatural, como si el propio tiempo lo impulsara a actuar.

Antes de desaparecer, Henry... Debes ver esto.

La voz de Andrés resonó como un eco distante, reverberando en el aire cargado de tensión. De repente, una energía antinatural envolvió el lugar. La realidad pareció desgarrarse a su alrededor, como un lienzo rasgado por garras invisibles.El espacio se fragmentó, revelando un escenario macabro que congeló a Henry en el lugar.

La visión era insoportable.El cuerpo de Bernardo yacía frente a él, pero no era el joven lleno de vida que Henry conocía.Su pecho estaba abierto en un espectáculo grotesco, como si manos crueles hubieran escarbado en su interior con furia desmedida.Los órganos internos estaban destrozados, colgando de su torso como trozos de carne inútil, mientras que su rostro, irreconocible por los golpes, estaba cubierto de sangre y polvo.

A su lado, Henry se veía a sí mismo.Su reflejo en la visión tenía los ojos vacíos, desprovistos de vida o esperanza.No empuñaba su espada, ni mostraba señales de lucha. En cambio, permanecía inmóvil,observando el cadáver de su hijo con una expresión de impotencia y derrota que nunca había sentido antes.

Pero lo que realmente hizo que la sangre de Henry se congelara fue la figura al lado del cadáver.Peter.

Peter estaba arrodillado junto al cuerpo destrozado de Bernardo, con las manos bañadas en sangre.El líquido carmesí caía en gruesas gotas al suelo, empapando el terreno bajo sus pies.Su rostro no mostraba culpa, ni arrepentimiento, sino una fría determinación, como si todo hubiera sido parte de un plan.

Esto es lo que ocurre cuando desafías al río, Henry.—La voz de Andrés volvió, ahora cargada de un tono sombrío y grave—.Esto es lo que ocurre cuando piensas que puedes escapar de su corriente.

Henry apretó los puños,la ira y el horror enredándose en su interior como un torbellino indomable.

¿Qué significa esto, Andrés?—rugió, su voz reverberando con una mezcla de furia y desesperación—.¿Por qué Peter? ¿Por qué Bernardo? ¡Dime que esto no es real!

El tiempo alrededor de Andrés comenzó a acelerar, devorando sus extremidades y despojándolo de su carne.Sin embargo, su voz permaneció fuerte, como si el peso de su advertencia trascendiera su inminente desaparición.

No es una certeza, Henry, pero tampoco es una mentira.—Andrés alzó una mano temblorosa hacia la visión, señalándola como si quisiera grabarla en la memoria de Henry—.Esto es una posibilidad. Una de tantas. Pero mientras más desafíes al tiempo, más te acercas a este desenlace.

Henry sintió que su respiración se volvía pesada,su pecho quemaba como si un fuego invisible lo consumiera.No podía apartar la mirada del cadáver de su hijo, ni del rostro frío y calculador de Peter.La escena lo desgarraba por dentro, despertando una furia primitiva que amenazaba con consumirlo.

¡Esto no ocurrirá!—bramó Henry, su voz rasgando el aire como un trueno—.¡Nunca permitiré que algo así pase! Si el tiempo intenta tomar a Bernardo, lo destruiré. Y si Peter...—Sus ojos ardieron con una luz letal—.Si Peter se atreve a tocarlo, lo borraré de la existencia con mis propias manos.

Andrés dejó escapar una risa amarga, sus labios ahora apenas un vestigio en su rostro deteriorado.

Esa es tu naturaleza, Henry. Siempre dispuesto a destruir todo lo que se interponga en tu camino. Pero, ¿qué pasará cuando el enemigo no sea alguien, sino algo que no puedes golpear?

Henry levantó su espada, el brillo carmesí iluminando la visión ante él, pero no pudo deshacerla. El río del tiempo, omnipotente y omnipresente, mantenía esa imagen en su mente como un recordatorio ineludible.

El río del tiempo no se detiene por nadie, Henry.—Andrés habló por última vez, su voz apagándose lentamente—.Ni siquiera por ti. Ni siquiera por Bernardo. Prepárate, porque el costo de tu lucha será más alto de lo que jamás imaginaste.

La visión se desvaneció, pero las palabras de Andrés quedaron grabadas en el aire como un eco eterno.Henry permaneció inmóvil, su mente atrapada en la imagen de su hijo, el cuerpo sin vida y las manos ensangrentadas de Peter. La espada en su mano tembló, como si compartiera su furia y su desesperación.

No soy un dios...—murmuró Henry, repitiendo las palabras de Andrés, pero su tono estaba cargado de desafío—.Pero destruiré al río si intenta tomar lo que es mío.

Con un movimiento brusco, levantó la cabeza y se preparó para el inevitable enfrentamiento que sabía que vendría.Las manecillas seguían avanzando, el tiempo seguía corriendo... y Henry juró que no importaba el precio, nunca permitiría que esa visión se convirtiera en realidad.

El filo de la espada brilló intensamente, bañando el espacio circundante con un resplandor carmesí que parecía consumir incluso la oscuridad.Henry observó cómo una gota de su propia sangre resbalaba a lo largo de la hoja, fusionándose con el metal como si el arma estuviera viva, como si pudiera beber la esencia misma de quien la empuñaba. Aquel acto, aparentemente simple, resonaba como una declaración de guerra contra la lógica misma de la existencia.

Era inaudito.En todo el universo, la posibilidad de que un arma desarrollara una habilidad por sí sola era una anomalía tan improbable que bordeaba lo imposible.Una entre 100 mil millones.Pero ahí estaba, en sus manos, desafiando todas las probabilidades y reescribiendo las leyes de lo posible.

Soul Eater...—murmuró Henry, con un tono que oscilaba entre el asombro y la resignación.

Habilidad de rango B. Naturaleza: espiritual.Una habilidad que le otorgaba a la espada una voracidad insaciable, permitiéndole consumir no solo la sangre, sino también el alma de sus víctimas. Las almas absorbidas eran procesadas por el arma, fortaleciendo su filo, restaurando cualquier daño sufrido y otorgándole un poder cada vez más aterrador.No era simplemente un arma; era un depredador.

El arma vibró ligeramente en su mano, como si respondiera a la sangre recién ofrecida. Un susurro casi imperceptible comenzó a resonar en los oídos de Henry. No era su imaginación; podía escucharlo claramente:las voces de las almas atrapadas dentro de la espada.Lamentos, gritos de angustia y un coro de odio eterno se entrelazaban en una sinfonía macabra.

La espada parecía disfrutarlo.

Henry apretó los dientes mientras el arma se iluminaba aún más, como si respondiera a la promesa de más sangre y más almas que devorar.

Eres insaciable...—susurró, deslizando los dedos por el mango, sintiendo la conexión entre su propia energía vital y la naturaleza espiritual del arma. Era como si pudiera percibir el hambre interminable que la definía.

Andrés, aún parcialmente visible, dejó escapar una risa tenue, debilitada por el tiempo que lo estaba devorando.

Incluso tus herramientas son una paradoja, Henry.—Sus ojos, que ya comenzaban a apagarse, se clavaron en la espada—.Un arma que devora almas... ¿Cuánto tiempo pasará antes de que intente consumir la tuya?

Henry lo ignoró. Sus pensamientos estaban divididos entre la realidad de lo que tenía en sus manos y el recuerdo de la visión que Andrés le había mostrado.La imagen de Bernardo, su hijo, con el pecho desgarrado y el rostro irreconocible seguía persiguiéndolo.

No importa lo que esta espada quiera o haga.—Henry levantó el arma y la apuntó hacia Andrés, quien se tambaleaba al borde de su desaparición definitiva—.Si quiere mi alma, tendrá que esperar hasta que termine mi tarea.

Andrés dejó escapar una carcajada amarga, aunque su cuerpo ya era poco más que polvo suspendido en el aire.

Eso es lo que siempre te definió, Henry: tu arrogancia.—La voz del hombre resonó con un tono entre el reproche y la admiración—.Crees que puedes controlar lo incontrolable, que puedes doblar las reglas del universo a tu voluntad. Pero el río del tiempo no se detiene, ni siquiera por ti.

Henry inclinó la cabeza, sosteniendo la espada con más firmeza.

Tal vez el río no se detenga. Pero yo puedo hacer que fluya a mi manera, Andrés. No me importa cuánto cueste, ni qué deba sacrificar. Si el tiempo quiere arrebatarme a Bernardo, arrasaré con todo lo que se interponga en mi camino, hasta que el tiempo mismo tiemble.

Andrés lo miró con una mezcla de tristeza y admiración, incluso cuando su rostro comenzó a desmoronarse como arena arrastrada por el viento.

Eso es lo que te hace diferente, Henry.—La voz de Andrés era un susurro ahora, apenas audible—.Eres un hombre que no teme enfrentar al infinito, aunque eso signifique ser consumido por él. Pero recuerda esto: la espada que empuñas no es una herramienta, es un recordatorio de lo que eres capaz de hacer... y de lo que podrías perder.

En un último destello de energía, el cuerpo de Andrés fue consumido por completo.Su figura se desvaneció en un remolino de polvo, dejando atrás solo el eco de sus palabras y el peso de la visión que había mostrado.

Henry permaneció inmóvil.La espada en su mano brillaba con un fulgor carmesí, emitiendo un leve pulso, como si compartiera el hambre insaciable de su portador.El aire a su alrededor estaba cargado de tensión, como si el universo mismo estuviera conteniendo la respiración.

Bernardo...—susurró para sí mismo, apretando el arma con más fuerza—.No permitiré que el río del tiempo te reclame. Y si debo destrozar cada una de sus corrientes, lo haré.

El filo de Soul Eater pareció responder, vibrando suavemente, como si aplaudiera la determinación de Henry.

El brillo de la espada, forjada en el temidoCrimson Oricalcum,iluminó el rostro imperturbable de Henry. El metal maldito parecía latir como si tuviera vida propia, emanando una energía oscura que hacía temblar a cualquiera que se atreviera a mirarlo demasiado tiempo.Un guardia, joven y aún inexperto, sintió el sudor frío recorrer su espalda;sabía lo que ese material significaba. ElCrimson Oricalcumno solo era raro, sino que tenía una reputación que helaba hasta al más valiente:era capaz de encerrar las almas de sus víctimas, condenándolas a una eternidad de sufrimiento dentro del arma.

Ese metal...—murmuró el guardia entre dientes, incapaz de apartar la vista de la espada—.Está maldito. ¿Cómo puede... cómo puede alguien usar algo así?

Otro guardia, más viejo pero igual de atemorizado, respondió en un susurro:

No es el arma lo que da miedo. Es el hombre que la empuña. Si Henry porta un arma hecha deCrimson Oricalcum, significa que...—Su voz se quebró por un instante antes de terminar—.Significa que la sangre siempre ha sido su compañera.

Henry dio un paso al frente,y su presencia parecía devorar el espacio mismo. El aire se volvió más pesado, cargado con una presión abrumadora que emanaba directamente de él.Su mirada era tan fría como el filo de la espada que sostenía, y sus palabras, cuando finalmente rompieron el silencio, resonaron como un juicio irrevocable.

Tal parece que esta noche haré entender algo muy claro.—Su voz era seca, sin emoción, como el acero que tenía en la mano—.Si tomo la posición de líder de rama, nadie podrá ir en mi contra.

El mensaje era brutal en su simplicidad. Las palabras de Henry no necesitaban adornos ni amenazas implícitas;su intención asesina era tan palpable que impregnaba el aire en un rango de quinientos metros a su alrededor.Incluso aquellos que no estaban cerca podían sentir el escalofrío recorrerles la espalda, como si la sombra de una guadaña se posara sobre sus cuellos una vez un desafío claro y contundente.

Un grupo de subordinados, al borde del pánico, comenzó a susurrar entre ellos.

—¿Cómo se supone que lucharemos contra eso? —preguntó uno, con la voz temblorosa.

—Ni siquiera estamos luchando contra un hombre... Es como enfrentar a la muerte misma, pero con forma humana. —El otro tragó saliva, incapaz de apartar la vista de la espada que parecía vibrar con una vida siniestra propia.

—¿Y si huimos? —murmuró un tercero, mirando a sus compañeros con desesperación—. No importa si volvemos a la vida,no quiero que mi alma quede atrapada en esa cosa.

Las palabras cayeron como un golpe en el grupo.El horror de quedar atrapado en el arma de Henry era peor que la muerte.¿Qué sentido tenía volver a la vida si el precio era perder el alma para siempre?

Henry no les prestó atención; ya los había matado una vez.Para él, no eran más que insectos, y su regreso no significaba nada.Si había algo que sabía con certeza, era que los insectos nunca cambian.

Incluso si están orgullosos de volver a la vida... ¿y qué?—Henry dejó que su voz se elevara ligeramente, lo suficiente para que los presentes lo escucharan. Su tono era tan gélido que helaba la sangre—.Ya los maté una vez. Y puedo hacerlo infinitas veces.

La espada emitió un leve pulso, como si compartiera la burla de su portador.Henry levantó la hoja con calma, dejando que su resplandor carmesí iluminara los rostros pálidos de los hombres que lo rodeaban.

Eres basura, y nada podrá cambiar eso.

Un silencio opresivo se apoderó del lugar, roto solo por los murmullos de los que se atrevían a susurrar a espaldas de Henry.

Sin embargo, antes de que pudiera avanzar,una risa grave y seca resonó desde las sombras.Un hombre, de aspecto envejecido pero con una presencia imponente, emergió lentamente, sus ojos clavados en la espada que Henry empuñaba. El anciano tenía una expresión mezcla de respeto y desdén, como si estuviera mirando a una bestia majestuosa pero temible.

Así que son dos, Henry dijo con calma al ver al anciano que reconoció como un enviado por la rama principal.

Henry...—dijo el hombre, su voz quebrada pero firme—.Siempre tan directo, siempre tan implacable. Pero dime algo... ¿realmente crees que el liderazgo de la rama será suficiente para proteger a Bernardo de lo que viene?

Henry no respondió de inmediato.En cambio, sus ojos se estrecharon, y la presión en el ambiente aumentó.La mención de su hijo era algo que nadie podía hacer sin consecuencias.

Hablas como si supieras algo, viejo.—Henry levantó la espada ligeramente, dejando que el reflejo de su filo cubriera el rostro del anciano—.Tal vez debería acabar contigo ahora, antes de que sigas diciendo estupideces.

El anciano soltó una carcajada, como si no le importara en absoluto la amenaza.

Oh, Henry. ElCrimson Oricalcumpuede consumir mi alma, pero ni siquiera tú puedes detener lo que está por venir. El río del tiempo no discrimina. Y Bernardo... él enfrentará algo peor que la muerte.

Las pupilas de Henry se contrajeron y el anciano se burlo.

Enserio piensas que ustedes despertados de bajo nivel pueden comunicarse sin que yo me de cuenta de tal cosa.

Las palabras del anciano se grabaron en la mente de Henry, pero no lo distrajeron.Todo lo que sentía ahora era un deseo ardiente de aplastar a cualquiera que se interpusiera en su camino, de eliminar cualquier obstáculo que amenazara a su hijo.El filo de la espada brilló aún más, como si respondiera a su sed de sangre, y Henry avanzó un paso más, desafiando incluso al destino mismo.

¡Ayúdame con ataques a distancia; no intentes atacar de manera directa!—ordenó el anciano, su voz firme pero cargada de urgencia. Su experiencia le dictaba que un enfrentamiento directo con Henry sería suicida para cualquiera que no tuviera una estrategia calculada. A medida que las palabras salían de su boca, movió su mano con calma, revelando una espada sencilla pero inconfundiblemente letal. Su hoja, aunque modesta en apariencia, emanaba un aura que hablaba de incontables batallas.

Los dos hombres avanzaron un simple paso hacia adelante, pero esa acción fue suficiente para desencadenar el caos. Henry alzó su espada decrimson oricalcum, la hoja maldita resonando con un cántico silencioso que solo los más sensibles al maná podían percibir. La atmósfera vibró cuando ambas armas chocaron, liberando una explosión de maná tan violenta que el suelo tembló bajo sus pies, y un trueno ensordecedor reverberó en el aire, dejando a los testigos paralizados de miedo.

¡Retrocedan!—gritó uno de los guardias, arrastrando a un compañero que parecía petrificado por el aura de las armas. La explosión había dejado un cráter entre Henry y el anciano, pero ninguno de los dos retrocedió ni un milímetro.

El anciano giró la muñeca, su espada lanzando destellos como si tuviera vida propia, y arremetió de nuevo, intentando encontrar un punto ciego en la defensa impenetrable de Henry. Pero el líder de la rama menor se limitó a bloquear con una precisión casi burlona, como si el esfuerzo del anciano no fuera más que un espectáculo para entretenerlo.

¿Es esto todo lo que tienes, viejo?—se burló Henry, su voz impregnada de un desdén helado. La espada de oricalco parecía resonar con un leve gemido, como si se estuviera alimentando del miedo y la desesperación que permeaban el aire.

Desde la retaguardia, los subordinados del anciano lanzaron ataques a distancia, proyectiles de maná que llovieron como meteoritos sobre Henry. Pero cada vez que uno se acercaba demasiado, el filo de la espada carmesí lo interceptaba con una facilidad que rayaba en lo sobrenatural, desintegrando los ataques antes de que pudieran hacer contacto.

El anciano apretó los dientes y miró a Henry directamente a los ojos. —No subestimes lo que un hombre puede hacer cuando sabe que su tiempo se acaba.—Con un rápido movimiento, concentró todo su maná en la espada, que comenzó a brillar con una intensidad cegadora. El aura de Henry pareció reaccionar, densificándose, volviéndose más opresiva, como si no pudiera permitir que otra voluntad rivalara con la suya.

Henry sonrió, una sonrisa oscura que no alcanzó sus ojos. —Tu tiempo no es lo único que se acaba.—Y con un movimiento rápido como un rayo, su espada se lanzó hacia adelante, buscando no solo herir, sino aniquilar al anciano y su voluntad en un solo golpe.

El anciano, en apariencia frágil, se movió con la precisión y rapidez de un guerrero que había perfeccionado su arte durante décadas. Su espada, sencilla pero afilada, bailaba en el aire como si cortara no solo el espacio, sino el mismísimo tiempo. Cada movimiento era un cálculo exacto, cada golpe una obra maestra de experiencia y estrategia.

Henry, por su parte, bloqueó el primer embate con sucrimson oricalcum, el sonido metálico resonando como el grito de una bestia herida. Pero el impacto del choque envió una onda de fuerza que lo hizo retroceder dos pasos. La sorpresa cruzó por su rostro, apenas un instante, antes de que su expresión se endureciera.

¿Eso es todo lo que tienes, viejo?—gruñó Henry, pero su voz traicionaba una ligera pizca de reconocimiento. Este anciano no era como los insectos que acababa de pisotear. Había algo más en su forma de moverse, algo que lo hacía digno de atención.

Ni siquiera he empezado.—El anciano dio un paso adelante, y de su espada brotó un destello de maná que se extendió como un látigo incandescente. Henry bloqueó con su espada, pero la fuerza del ataque lo empujó hacia atrás, sus botas dejando surcos en el suelo mientras se estabilizaba.

Antes de que pudiera contraatacar, el anciano ya estaba sobre él. Sus golpes eran rápidos y certeros, como si intentara perforar la defensa de Henry desde todos los ángulos. Cada impacto resonaba como el martillo de un herrero, y por un momento, los espectadores pensaron que el invencible Henry estaba siendo acorralado.

El anciano giró su espada en un arco descendente, un golpe que parecía inofensivo pero que escondía una trampa mortal. Cuando Henry levantó su arma para bloquear, una descarga de maná explotó desde el filo del anciano, lanzándolo varios metros hacia atrás. Henry se estrelló contra el suelo, dejando un cráter a su alrededor.

No eres intocable, Henry. Tus pecados son un peso que finalmente te alcanzará.—La voz del anciano era solemne, cargada de un juicio ineludible. Sus ojos brillaban con determinación mientras avanzaba, su espada emitiendo un aura luminosa que parecía desintegrar la oscuridad que rodeaba a Henry.

Henry se levantó, limpiándose la sangre de la comisura de los labios. Su pecho subía y bajaba con fuerza, pero su sonrisa seguía ahí, oscura y desafiante. —Eres bueno, viejo. Pero aún no entiendes con quién estás jugando.

La atmósfera cambió de golpe. La espada de Henry comenzó a vibrar, y un coro de lamentos se hizo audible, un sonido que parecía provenir de las mismas entrañas del arma. Los susurros se convirtieron en un rugido, y la energía alrededor de Henry se densificó, volviéndose tan opresiva que los subordinados del anciano cayeron de rodillas, incapaces de soportarla.

El anciano no retrocedió, pero la sombra de la duda cruzó por su rostro. —¿Qué clase de monstruo eres?

Uno que no tiene límites.—Henry se lanzó hacia adelante, su velocidad ahora casi imperceptible. Sus golpes eran brutales, cada uno más poderoso que el anterior. El anciano apenas lograba bloquear, y cada impacto hacía que sus brazos temblaran por la fuerza.

Con un rugido, Henry giró sobre sí mismo, desatando un corte horizontal que el anciano apenas pudo esquivar. Pero incluso el aire cortado llevaba una fuerza devastadora, y el anciano fue lanzado contra una pared cercana, rompiéndola en pedazos.

Tosiendo sangre, el anciano se levantó tambaleándose. —No... dejaré que ganes.—Concentró toda su energía restante en su espada, que comenzó a brillar con un resplandor cegador.

Henry se acercó lentamente, su figura envuelta en una aura carmesí. —Hazlo, viejo. Dame tu mejor golpe.

El anciano cargó hacia él, su espada emitiendo una explosión de poder tan intensa que el terreno a su alrededor comenzó a colapsar. Pero Henry no se movió. Esperó, con la calma de un depredador seguro de su victoria.

Cuando el anciano finalmente llegó a su alcance, Henry bloqueó el ataque con una facilidad insultante. Su espada absorbió la energía del golpe, y en un movimiento fluido, desarmó al anciano y lo empujó al suelo. La espada del viejo cayó a varios metros de distancia, y Henry colocó la punta de sucrimson oricalcumcontra su cuello.

Fue un buen intento, pero el tiempo nunca estuvo de tu lado.—Henry lo miró con una mezcla de respeto y desprecio antes de levantar su espada para el golpe final.

El aire estaba cargado de tensión. La batalla entre Henry y el anciano alcanzaba un nivel inhumano de brutalidad, con cada golpe desatando un torrente de poder que arrasaba todo a su paso. Ambos hombres, aunque claramente heridos, seguían luchando con una tenacidad feroz, sus cuerpos ya marcados por la violencia de la lucha.

El anciano, con la respiración entrecortada, se adelantó con un gruñido de rabia. Su espada brilló como un rayo en la tormenta, y lanzó un corte diagonal hacia Henry, que logró bloquear, pero la fuerza del golpe lo hizo tambalear. La presión de la espada del anciano empujó a Henry hacia atrás, y una herida profunda se abrió en su costado, la sangre brotó, oscura y caliente, empapando su ropa.

Pero Henry no retrocedió. Con un rugido primitivo, giró sobre sus talones, utilizando su herida como impulso para hacer un corte horizontal que atravesó el aire con una furia incontrolable. El anciano logró bloquear con su espada, pero la fuerza de Henry era imparable. La vibración de la colisión hizo que el anciano retrocediera unos pasos, sus rodillas cediendo momentáneamente bajo el peso de la fuerza desatada.

¿Eso es todo?—Henry resopló, su aliento entrecortado. Una sonrisa macabra se formó en su rostro, aunque la sangre seguía goteando de su costado. La herida ardía, pero la ira y el instinto lo mantenían en pie.

El anciano, ahora también cubierto de sangre y sudor, levantó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de furia y respeto. Su rostro estaba marcado por varios cortes, pero nada en su mirada mostraba rendición. —Te daré lo que buscas, Henry.—Con esas palabras, el anciano canalizó su energía en su espada, haciendo que el filo se envolviera en una capa de energía destructiva. Avanzó a toda velocidad, sus movimientos borrosos debido a la rapidez con la que se desplazaba, un torbellino de poder y precisión.

Pero Henry estaba listo.Soul Eatercomenzó a resonar con fuerza, la espada de crimson oricalcum absorbiendo el maná que el anciano liberaba. El filo brillaba con una intensidad casi cegadora, mientras Henry se preparaba para recibir el ataque. En el último momento, se desvió, esquivando por poco el golpe mortal, y contraatacó con una furia ciega. La punta de su espada se hundió en el hombro del anciano, desmembrando parcialmente su brazo.

El anciano gritó de dolor, pero su voluntad no vaciló. Con un giro feroz, utilizó su espada restante para lanzar un corte ascendente que cortó profundamente a Henry en el muslo. La herida fue brutal, y Henry cayó de rodillas, pero su expresión seguía siendo de pura furia, como si la sangre que ahora empapaba su cuerpo solo alimentara su furia.

Ambos hombres, ahora cubiertos de heridas abiertas, respiraban pesadamente, los cuerpos temblorosos por el esfuerzo. La batalla había dejado de ser solo una lucha de espadas, se había convertido en una prueba de resistencia, de pura voluntad.

No te detendrás, ¿verdad?—El anciano tosió sangre, pero sus palabras eran claras. Sabía que no podía rendirse, no ahora que estaba tan cerca del final.

No hasta verte caer, viejo.—Henry gruñó, levantándose con esfuerzo. Cada paso que daba era una tortura, pero la adrenalina lo mantenía en pie, su espada alzada.

De repente, el anciano lanzó un ataque desesperado, un barrido masivo de su espada envuelto en energía, un golpe destinado a romper la defensa de Henry de una vez por todas. El impacto fue tan violento que Henry no tuvo tiempo de reaccionar completamente. La espada del anciano lo alcanzó en el abdomen, haciendo que la sangre brotara en una cascada. El dolor lo atravesó, pero en lugar de caer, Henry utilizó el mismo impulso del golpe para lanzarse hacia el anciano, apuñalándolo en el costado.

El anciano gruñó de dolor, pero su expresión era de aceptación. La vida se desvanecía lentamente de su rostro, su espada cayendo de su mano.

Es... suficiente...—murmuró, su cuerpo ya cediendo ante la muerte que se cernía sobre él.

Henry, empapado en sangre, se acercó lentamente, su respiración irregular. Sus ojos ardían con una mezcla de furia y satisfacción. Sabía que había ganado, pero también sabía que cada golpe lo había acercado un paso más a su propia ruina.

Lo suficiente... para ti, tal vez.—Henry levantó la espada, dispuesto a dar el golpe final, cuando un temblor recorrió el suelo, como si el propio mundo estuviera reaccionando a la violencia de la batalla.

El anciano, en sus últimos momentos, sonrió con amargura, sabiendo que su sacrificio no habría sido en vano.

Henry, su respiración entrecortada, observaba al anciano caer lentamente hacia el suelo. La batalla había dejado cicatrices físicas y emocionales profundas, y la sensación de victoria era agridulce. El hombre, que había sido su enemigo, ahora yacía a sus pies, su vida desvaneciéndose lentamente. La sangre que cubría ambos cuerpos era testigo de la brutalidad de su enfrentamiento, y por un momento, Henry sintió que todo había terminado.

Es... suficiente...—murmuró el anciano, con una voz rasposa, como si ya no tuviera fuerzas ni para hablar.

Con un suspiro de agotamiento y furia, Henry levantó su espada, el filo reluciendo con la luz de la batalla. No necesitaba más palabras. Sabía lo que debía hacer. Con un grito feroz, bajó el arma, atravesando el aire con una velocidad imparable. El filo cortó el cuello del anciano con precisión, y su cabeza cayó al suelo con un sonido sordo.

Pero algo extraño ocurrió. El cuerpo del anciano, aún de pie por un momento, comenzó a desintegrarse, como si fuera solo una máscara, una ilusión. La carne se desmoronó en polvo, y el maná que había estado emanando de él desapareció en un parpadeo. El cuerpo del anciano, aquel ser que había estado luchando contra él con tal ferocidad, no era más que unclon.

Henry retrocedió, su mirada fija en el polvo que se disipaba en el aire. La sensación de victoria se desvaneció rápidamente, reemplazada por una sensación de inquietud y confusión.

¿Qué... qué demonios...?—murmuró para sí mismo, su mente trabajando a toda velocidad. No podía creerlo. Había estado luchando contra una réplica, un reflejo falso de su verdadero enemigo. Todo lo que había hecho, toda la sangre derramada, había sido en vano. El verdadero anciano no estaba allí.

Una risa baja y cansada resonó detrás de él. Henry giró rápidamente, la espada levantada, sus ojos brillando con furia, pero al ver al verdadero anciano, esa furia se desvaneció momentáneamente en sorpresa. El hombre estaba de pie, sin heridas visibles, y su rostro mostraba una sonrisa cruel.

Lo sabía... que lo sabrías...—dijo el anciano, su voz cargada de desdén. —¿Creíste realmente que iba a dejar que me mataras tan fácilmente? El cuerpo con el que peleaste era solo un medio, una distracción. El verdadero poder... está en otro lado.

Henry, respirando pesadamente, sentía como si el suelo se desmoronara bajo sus pies. La batalla que había librado, el sufrimiento que había experimentado, no era nada más que un engaño.El ancianonunca había estado realmente allí. Solo había estado siendo manipulado por algo más grande, por algo más peligroso.

¿Qué... qué eres?—preguntó Henry, su voz tensa, mientras su espada temblaba en su mano.

El anciano sonrió de nuevo, pero esta vez no era una sonrisa humana. Era la sonrisa de alguien que conocía un secreto que él no podía entender, un ser que había dominado las leyes del tiempo, la muerte y la creación misma.

Soy lo que queda después de que todo se consume.—El anciano se acercó a Henry, caminando con paso lento pero seguro. —Y tú... eres el siguiente.

Henry bajó la mirada hacia el falso cadáver, un montón de polvo y mentiras, y lo ignoró por completo. Su objetivo ahora eran losguardias de Carlos, que permanecían alineados, formando un muro desesperado de resistencia. La atmósfera, cargada de tensión y miedo, pesaba como una lápida sobre los hombros de los hombres.

Los guardias intercambiaban miradas rápidas, tratando de medir la amenaza que Henry representaba, aunque ya no quedaban dudas de su letalidad. La transformación de aquel guerrero en algo más, algo casi inhumano, había despojado a muchos de ellos de cualquier confianza que les quedara.

Mantengan la formación.—La voz del líder de los guardias, un hombre alto y corpulento con cicatrices en el rostro, intentaba sonar firme, pero el temblor en sus palabras lo delataba.

—¿De qué servirá eso? —murmuró uno de los más jóvenes, su lanza temblando en sus manos. —¿No viste lo que hizo? ¡Nos matará a todos como si fuéramos insectos!

¡Cállate!—gruñó el líder, girándose hacia el joven. —Es un hombre, no un dios. Puede sangrar, y si puede sangrar, podemos matarlo.

Henry dio un paso adelante, y el simple acto hizo que varios de los guardias retrocedieran instintivamente. Su espada, cubierta de su propia sangre y vibrante con un resplandor carmesí, parecía emitir un susurro incesante, una maldición que perforaba los oídos de quienes la miraban demasiado tiempo.

¿Es esto todo lo que tienen?—preguntó Henry, su voz fría y cortante, casi como un cuchillo que se clavaba directamente en los corazones de los guardias. —Si así defienden su honor, no merecen más que la miseria que estoy a punto de darles.

Uno de los guardias, incapaz de soportar la presión, cargó hacia Henry con un grito de guerra desesperado, su espada brillando en un intento de valentía. Henry lo esquivó con una facilidad aterradora y, con un solo movimiento fluido, cortó al hombre en dos. La sangre salpicó el suelo, caliente y espesa, mientras los dos pedazos del cuerpo caían con un sonido húmedo.

El resto de los guardias observó, horrorizado.

¿Quién sigue?—Henry inclinó la cabeza, sus ojos brillando con un desafío cruel.

Otro guardia, más experimentado, rugió mientras liberaba un torrente de maná desde sus manos. Una ráfaga de energía azulada voló hacia Henry, acompañada por el eco de palabras arcanas. El impacto resonó como un trueno, levantando polvo y fragmentos de piedra.

¡Lo tenemos!—gritó uno de los guardias, aferrándose a la esperanza.

Pero cuando el humo se disipó, Henry estaba ileso. La energía mágica había sido absorbida por su espada, cuyo brillo carmesí ahora era más intenso que nunca.

Magia barata.—Henry avanzó hacia el guardia que había lanzado el ataque, y con un rápido barrido de su espada, lo decapitó, dejando que su cabeza cayera rodando hacia los pies de sus compañeros.

Los demás, paralizados por el miedo, sabían que sus esfuerzos serían inútiles, pero no podían retroceder. El líder apretó los dientes y levantó su escudo, intentando reunir a los suyos.

¡No podemos retroceder!—gritó. —¡Si morimos, será luchando!

Henry sonrió, pero era una sonrisa vacía, desprovista de cualquier emoción humana.

Entonces, morid.

En un instante, Henry se movió con una velocidad imposible, su espada trazando arcos mortales a su alrededor. Los guardias gritaban, sus voces llenas de desesperación y dolor, mientras uno tras otro caían bajo el filo de su arma. Brazos, piernas y torsos se separaban en un espectáculo grotesco de sangre y vísceras.

El líder, el último en pie, intentó un último ataque desesperado. Con un rugido, se lanzó hacia Henry, pero este bloqueó el golpe con su espada, desviándolo con facilidad antes de hundir el arma en el pecho del hombre.

El líder cayó de rodillas, tosiendo sangre mientras miraba a Henry con odio.

No eres un hombre. Eres un monstruo.

Quizás.—Henry retiró su espada y dejó que el cuerpo del líder cayera al suelo, inerte.

El campo de batalla quedó en silencio, salvo por el goteo constante de la sangre que se acumulaba en los charcos alrededor de Henry. Él respiró profundamente, observando los cadáveres de los guardias. Estos hombres habían dado sus vidas por nada, y aunque eran incompetentes, al menos habían tenido la valentía de enfrentarse a él.

Insectos.—murmuró, limpiando la sangre de su espada con un movimiento lento y deliberado.

Los ecos de la batalla se desvanecieron, pero Henry sabía que esto no era más que el principio.Carlos estaba muerto. Sus guardias, aniquilados.Sin embargo, aún sentía esa presencia, esa mirada invisible que lo observaba desde las sombras.El anciano verdaderoseguía ahí, aguardando el momento perfecto para su próximo movimiento.

¡No podemos dejar que nos intimide!—gritó uno de los guardias, un hombre joven con cicatrices recientes en su rostro, tratando de infundir valor en sus compañeros. Sostenía su lanza con ambas manos, la punta temblando ligeramente mientras sus palabras resonaban en el aire cargado de tensión. Su voz, aunque decidida, no podía esconder el miedo que se apoderaba de su interior.La figura de Henry, envuelta en un aura carmesí que parecía devorar la luz misma, era una visión aterradora.

Henry giró lentamente la cabeza hacia el hombre que había hablado, sus ojos brillando con un destello que parecía cortar la distancia entre ellos como una cuchilla invisible. Los murmullos de los demás guardias se desvanecieron, y por un momento, el único sonido fue el goteo de la sangre que aún escurría del filo de su espada.

¿Eso crees? ¿Qué no me temen?—preguntó Henry con voz baja pero cargada de una amenaza latente. Dio un paso al frente, y el suelo bajo sus pies crujió como si no pudiera soportar el peso de su presencia. —Entonces, ven. Demuéstramelo.

El joven guardia tragó saliva, intentando mantener su postura. Los demás guardias intercambiaron miradas rápidas, pero ninguno dio un paso adelante.El peso de la presencia de Henry era como una mano invisible que apretaba sus gargantas, impidiéndoles moverse.

¡No lo escuches!—intervino otro guardia, un hombre de mayor edad que parecía el más experimentado del grupo. —Es solo un hombre. Si lo atacamos juntos, ¡podemos vencerlo!

Henry dejó escapar una carcajada seca, carente de alegría o humanidad.

¿Un hombre?—repitió, inclinando ligeramente la cabeza. Su sonrisa era gélida, cruel. —Claro, intenten su suerte. Pero recuerden esto: no les estoy dejando opciones porque confío en su fuerza. Es porque quiero ver cómo mueren, uno tras otro, como los insectos que son.

El joven guardia, visiblemente alterado, gritó con furia y cargó hacia Henry, su lanza buscando perforar su pecho. Fue un movimiento rápido, cargado de desesperación y valentía, pero para Henry, era un ataque predecible. Con un movimiento casi perezoso, desvió la lanza con su espada y, en un instante, contraatacó.

El filo carmesí cortó el aire y, en un parpadeo, atravesó el abdomen del joven guardia.Un chorro de sangre caliente salpicó el suelo, y el guardia dejó escapar un grito sofocado antes de caer de rodillas, con las manos tratando inútilmente de detener la hemorragia.

Uno menos.—Henry retiró su espada con un tirón seco, dejando que el cuerpo del joven cayera al suelo como un saco vacío.

El grupo restante se tensó aún más. Algunos retrocedieron instintivamente, mientras otros intentaban reunir el coraje para avanzar.

¡Por favor, mantengan la formación!—gritó el guardia mayor, tomando una posición al frente. —Si rompemos filas, estamos perdidos. ¡Carguen juntos!

La orden pareció devolverles algo de compostura.Con un rugido colectivo, los guardias restantes avanzaron como una marea, lanzando ataques desde todos los ángulos.

Henry se sumergió en la batalla con una calma letal,su espada trazando arcos perfectos que destrozaban carne y acero por igual.Cada movimiento era preciso, cada golpe, devastador. Cortó una pierna aquí, cercenó un brazo allá; sus enemigos caían como hojas bajo una tormenta.

Uno de los guardias logró posicionarse detrás de Henry y lanzó un ataque directo a su espalda.El acero perforó su carne, dibujando un río de sangre,pero Henry apenas reaccionó. En lugar de gritar de dolor, se giró rápidamente y hundió su espada en el pecho de su atacante, su rostro mostrando una mezcla de burla y desprecio.

¿Creen que un poco de sangre me detendrá?—murmuró, antes de empujar el cadáver del guardia hacia otro, derribándolo.

Sin embargo, no salió ileso.Un guardia más logró golpear su costado con un hacha,dejando una herida profunda que manó sangre a borbotones. Henry gruñó, pero en lugar de retroceder, su furia pareció intensificarse.

Bien, al menos algunos de ustedes valen la pena.—Levantó su espada, cuyo resplandor carmesí parecía aumentar con cada vida que reclamaba.

Los últimos guardias, viendo cómo caían sus compañeros uno a uno, comenzaron a dudar. Su formación se rompió, y el pánico se apoderó de ellos.

¡Retirada!—gritó uno de ellos, soltando su arma y corriendo.

Henry lo observó huir, y por un breve momento, consideró dejarlo vivir. Pero entonces sonrió.Una sonrisa llena de crueldad.

No hay escapatoria.

Con un movimiento rápido, lanzó un arco de energía carmesí desde su espada. El proyectil cortó el aire y alcanzó al guardia en pleno escape, partiéndolo en dos.La sangre salpicó los árboles cercanos, tiñendo el paisaje de rojo.

Cuando el último de los guardias cayó, Henry se detuvo en el centro del campo de batalla, rodeado por cuerpos mutilados y charcos de sangre.Su respiración era pesada, y su cuerpo, aunque herido, irradiaba un aura de victoria absoluta.

Carlos. Tus hombres eran débiles.—murmuró, limpiando su espada con la capa de uno de los cadáveres. —Espero que donde estés, contemples este desastre que llamaste tu ejército.

El aire, impregnado de muerte y desesperación, quedó en completo silencio.Henry sabía que aún quedaban enemigos por enfrentar, pero por ahora, el campo era suyo.

Carlos observaba la escena con creciente inquietud, los músculos de su rostro tensándose con cada cadáver que adornaba el campo de batalla. Su poder, el rayo, chispeaba de manera errática a su alrededor, como si intentara hacerse paso entre la atmósfera cargada con la esencia oscura y aplastante de Henry.El aire se impregnaba de dos fuerzas opuestas: la electricidad volátil de Carlos y la tenebrosa calma de Henry, que parecía devorar cualquier resquicio de luz.

Esto es un sinsentido...—murmuró Carlos para sí, aunque sus palabras apenas eran audibles incluso para él mismo. Desde su posición elevada, contemplaba a Henry, quien limpiaba el filo de su espada con una tranquilidad que resultaba casi insultante, como si todo el derramamiento de sangre hubiera sido poco más que un trámite.

La diferencia entre ellos era un abismo insalvable, un pozo oscuro que Carlos no podía ignorar.Mientras él, con todo su poder y su linaje, había crecido rodeado de privilegios y el apoyo inquebrantable de su clan, Henry había sido moldeado en el fuego del sacrificio, en el filo de cada batalla librada con sangre, dolor y pérdida.

¿Qué demonios eres, Henry?—susurró Carlos, con un tono más de miedo que de curiosidad.

Pero Henry parecía ignorarlo por completo. Su mente estaba lejos, sumida en sus propios demonios internos.Las sombras de su pasado y el eco de los gritos de los caídos lo envolvían como un manto invisible, alimentando su imparable sed de venganza.

Carlos intentó concentrarse. Su energía se arremolinó a su alrededor, pequeñas chispas que pronto se transformaron en rayos que serpenteaban en el aire, buscando un objetivo.Pero incluso el rayo, con toda su rapidez y ferocidad, parecía titubear frente a la oscuridad aplastante que emanaba de Henry.

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