Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
—Eres fuerte, lo admito, pero...—Carlos alzó una mano, y un relámpago surgió de sus dedos, iluminando brevemente el campo de batalla cubierto de cadáveres—.No eres invencible.
Henry alzó la mirada finalmente, sus ojos fríos y calculadores fijándose en Carlos. Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios, una mezcla de desafío y desprecio.
—¿Invencible?—repitió, dejando escapar una carcajada seca que resonó como un eco ominoso en el silencio del campo. Dio un paso al frente, la sangre de sus heridas goteando al suelo, mezclándose con la de sus víctimas—.Carlos, me he enfrentado a la muerte tantas veces que he perdido la cuenta. Tú, con tu rayo y tu linaje, ¿realmente crees que puedes hacerme temblar?
Las palabras de Henry eran como dagas, atravesando la débil fachada de confianza que Carlos intentaba mantener.Pero Carlos, decidido a no mostrar debilidad, levantó ambas manos, desatando una tormenta eléctrica que parecía querer consumir el cielo mismo.
—¡No me subestimes, maldito!—gritó Carlos, su voz retumbando como el trueno que lo acompañaba. La energía del rayo se concentró en una esfera brillante frente a él, un ataque que podría devastar cualquier cosa en su camino.
Henry no retrocedió.En lugar de eso, avanzó lentamente, como si la amenaza no fuera más que un leve inconveniente.
—Hazlo.—susurró con una voz gélida, cargada de desafío—.Veamos si tu relámpago es más fuerte que mi oscuridad.
Carlos lanzó la esfera con un grito de furia, y el rayo iluminó el campo de batalla con una intensidad cegadora. El ataque se dirigió directamente hacia Henry, quien permaneció inmóvil hasta el último momento.
En un movimiento imposible de seguir, Henry levantó su espada, y el filo de Crimson Oricalcum absorbió el rayo con un destello carmesí.La energía chisporroteó alrededor del arma, pero en lugar de destruirla, se canalizó en su interior, como si la espada estuviera devorando la fuerza del ataque.
Carlos retrocedió un paso, su rostro lleno de incredulidad.
—¿Qué... qué hiciste?—murmuró, su voz quebrada.
Henry dio un paso más hacia él, y el aura que lo rodeaba pareció intensificarse, oscureciendo incluso los rayos que aún chisporroteaban en el aire.
—Te lo dije, Carlos. Tu rayo no es nada para mí.
Henry levantó su espada, ahora cargada con la energía del ataque de Carlos, y apuntó directamente hacia él.
—Ahora, déjame enseñarte lo que significa enfrentarte a alguien que no tiene nada que perder.
Carlos, por primera vez en años, sintió verdadero miedo.La brecha entre ellos no era solo de poder, sino de voluntad. Mientras que él luchaba por mantener su posición y su orgullo, Henry luchaba por algo mucho más oscuro y devastador: su propia supervivencia y la de su sed de sangre insaciable.
—¡Formen filas!—bramó Carlos con una voz que intentaba disfrazar su creciente ansiedad bajo una capa de autoridad. Sus guardias, acostumbrados a obedecer sin cuestionar, comenzaron a moverse con rapidez, alineándose en formaciones defensivas que parecían impecables a simple vista.Sin embargo, el temblor en sus manos y las miradas furtivas hacia Henry delataban un terror que ni las órdenes más férreas podían sofocar.
—¿Esto es todo?—murmuró Henry, sin molestarse en ocultar su desprecio. Su voz resonó como un eco frío, llenando el aire cargado de tensión.Avanzó lentamente, el sonido de sus botas sobre el suelo empapado de sangre marcando un compás que se sentía más amenazante que cualquier grito de guerra.
Uno de los guardias, incapaz de soportar la presión, se adelantó con un grito desesperado. —¡Por el clan!—rugió mientras lanzaba un ataque frontal con su lanza, la punta dirigida directamente hacia el pecho de Henry.
Con un movimiento casi perezoso, Henry levantó su espada y la lanza se partió en dos, como si fuera de papel.El guardia apenas tuvo tiempo de gritar antes de que Henry le atravesara el pecho, su espada brillando con un fulgor carmesí mientras devoraba su sangre y alma.
—Uno menos.—dijo Henry, tirando el cuerpo inerte al suelo como si fuera un muñeco roto.
Los guardias restantes retrocedieron instintivamente, sus formaciones tambaleándose.
—¡Mantengan la línea!—vociferó Carlos, pero sus palabras parecían caer en oídos sordos.La presencia de Henry, envuelto en esa aura oscura y sofocante, era como una pesadilla encarnada.
—Carlos, ¿de verdad crees que estos peones podrán detenerme?—preguntó Henry, su voz cargada de un cinismo gélido. Dio un paso más, su espada goteando sangre y resonando con un leve zumbido, como si estuviera hambrienta de más víctimas.
Otro guardia, más joven, intentó huir, pero uno de sus compañeros lo detuvo, sujetándolo por el brazo.
—¡Si corres, moriremos todos!—le gritó, aunque sus propios ojos estaban llenos de terror.
—Moriremos de todas formas...—susurró el joven, mirando a Henry como si fuera la encarnación de la muerte misma.
Carlos apretó los dientes y levantó ambas manos, invocando un rayo que zigzagueó en el aire antes de impactar cerca de Henry, levantando una nube de escombros.
—¡Esto no es una elección, Henry! ¡Detente ahora o no dejaré piedra sobre piedra!—amenazó Carlos, aunque su voz traicionó una duda que ni él mismo podía controlar.
Cuando el polvo se disipó, Henry seguía allí, ileso, sus ojos brillando con una intensidad casi inhumana.
—Carlos, siempre fuiste bueno para los discursos, pero...—Henry levantó su espada, apuntándola directamente hacia su antiguo aliado—.Tú y yo sabemos cómo termina esto.
Antes de que Carlos pudiera responder, Henry avanzó a una velocidad imposible.Sus movimientos eran un borrón, y en un abrir y cerrar de ojos, estaba entre las filas de los guardias, desatando una masacre.La espada devoradora de almas no solo cortaba carne; parecía alimentarse del miedo, del dolor, y de las vidas de aquellos que se atrevían a enfrentarlo.
Uno de los guardias intentó bloquear un golpe con su escudo, pero el filo de la espada lo atravesó junto con su brazo.El grito del hombre se cortó abruptamente cuando Henry le destrozó el cuello con un movimiento seco.
—¡Basta!—gritó Carlos, lanzando otro rayo directo hacia Henry, quien esta vez no se molestó en esquivarlo. El impacto lo envolvió en un fulgor eléctrico que iluminó el campo de batalla.
Por un momento, el silencio fue absoluto. Los guardias contuvieron la respiración, sus ojos fijos en el lugar donde Henry había estado.Pero cuando las luces del rayo se disiparon, allí estaba él, de pie, con una sonrisa torcida y su espada aún goteando sangre.
—Carlos... tus rayos solo me hacen cosquillas.
El terror en el rostro de Carlos fue evidente.Sus guardias estaban cayendo uno tras otro, y el hombre que los enfrentaba parecía un dios de la guerra envuelto en sombras.
—¡Retirada!—ordenó finalmente, incapaz de soportar más la carnicería. Algunos guardias obedecieron de inmediato, huyendo como ratas, pero otros quedaron paralizados, incapaces de moverse bajo la mirada inhumana de Henry.
—¿Huir?—preguntó Henry, levantando la espada y apuntándola hacia Carlos—.Eso no será suficiente para salvarte, Carlos.
Uno de los guardias más veteranos se acercó a Carlos y le dijo en voz baja: —No subestimes su poder. He escuchado historias sobre él... No es solo un hombre; es una fuerza de la naturaleza.
Carlos apretó los dientes al escuchar las palabras de su guardia veterano, un hombre que rara vez mostraba temor y que ahora parecía estar al borde de la desesperación.Sus ojos estaban cargados de recuerdos: historias de aldeas arrasadas, enemigos que nunca regresaron, y rumores que dibujaban a Henry como algo más que un guerrero.
—¿Qué historias?—preguntó Carlos con un hilo de voz, su mirada fija en Henry, que seguía avanzando entre los cuerpos de los guardias caídos, su espada sedienta de más vidas.
El veterano tragó saliva y respondió, manteniendo su voz baja como si temiera que Henry pudiera oírlo.
—Dicen que es un sobreviviente de guerras que ninguno de nosotros puede imaginar. Que ha cruzado tierras donde los vivos no vuelven y donde la misma muerte lo rechazó. Esa espada que lleva... no solo devora almas; la alimentan su rabia y su ansia de sangre.
Carlos giró lentamente su cabeza hacia el veterano, sus ojos reflejando una mezcla de incredulidad y temor. —¿Y por qué sigue vivo?
El veterano lo miró con seriedad, su rostro endurecido por los años de batalla. —Porque no hay hombre, ni dios, que pueda matarlo. Solo... sobrevive.
Henry se detuvo a unos pasos de ellos, limpiando la sangre de su espada con la manga de uno de los cuerpos caídos.Su mirada era fría, pero sus labios dibujaban una sonrisa sutil que resultaba aún más aterradora.
—Carlos, parece que tienes buenos consejeros. Tal vez deberías escucharlos por una vez en tu vida.—Henry señaló al veterano con su espada, como si lo invitara a enfrentarlo.
El veterano dio un paso atrás, el sudor perlándole la frente. —Señor, debemos retirarnos. Esto no es una batalla que podamos ganar.
Carlos miró a Henry, luego a sus guardias restantes. Podía sentir cómo su control sobre la situación se desmoronaba.El campo de batalla estaba teñido de rojo, los cuerpos de sus hombres esparcidos como juguetes rotos, y el aire era pesado, cargado con la presencia opresiva de Henry.
—No puedo huir, no ahora.—Carlos apretó sus puños, su energía eléctrica chisporroteando a su alrededor en un intento desesperado por recuperar el control. —¡Si retrocedo, perderé todo lo que hemos construido!
Henry rió, una risa baja y amarga que resonó como un eco en la desolación del campo.
—¿Construido? Carlos, todo lo que tienes está basado en mentiras y cobardía. No me vengas con discursos de grandeza. Si tanto amas tu legado, ven y defiéndelo.
El veterano, viendo que Carlos no se movía, se adelantó, decidido a dar su vida si era necesario.Empuñó su lanza con firmeza, aunque su cuerpo temblaba.
—Yo lo distraeré, señor. Haga lo que tenga que hacer.
Carlos no respondió. Sus ojos estaban clavados en Henry, pero su mente luchaba entre el deseo de huir y la necesidad de mantener su orgullo intacto.
El veterano cargó, lanzando un ataque directo con la fuerza de años de experiencia.Henry lo bloqueó con facilidad, pero el veterano no se rindió; cada golpe que lanzaba era una declaración de que no moriría sin luchar.
—Eres valiente, viejo. Pero la valentía no te salvará.—Henry esquivó un golpe y, con un movimiento limpio, hundió su espada en el torso del veterano.
El guardia tosió sangre, pero sus ojos permanecieron desafiantes hasta el último aliento.Cuando su cuerpo cayó al suelo, Henry levantó la mirada hacia Carlos.
—Tu gente muere por ti, Carlos. Pero al final, tú serás quien enfrente mi espada.
Carlos sintió un escalofrío recorrer su columna.La distancia entre ellos ya no parecía suficiente para protegerlo, y por primera vez, la posibilidad de su propia muerte se presentó como algo tangible.
Carlos asintió lentamente ante las palabras de su guardia, su mente zumbaba con una mezcla de temor y determinación.Las historias que rodeaban a Henry no eran cuentos vacíos; eran advertencias vivientes, narraciones teñidas de sangre y tragedia que persistían como ecos en cada rincón del clan.Aquel hombre, una vez su pupilo, se había convertido en algo mucho más oscuro, algo que Carlos sabía que tal vez no podría detener.
El peso dellegado familiarera una losa aplastante sobre sus hombros. Cada decisión que tomara en aquel campo de batalla no solo influiría el resultado inmediato, sino que también podría alterar el curso del linaje y el futuro del clan. Sin embargo, algo dentro de él lo corroía aún más que la presión de la responsabilidad: una pregunta que había evitado hacerse desde el principio.
"¿Por qué Henry eligió este camino?"
Carlos no podía entenderlo.¿Qué atisbo de humanidad o de paternidad podría haber llevado a Henry a vincularse tanto con Bernardo?Después de todo, aquel niño no era más que el fruto de una atracción pasajera, de un impulso egoísta por parte de Carlos. Había buscado a María, no por amor ni respeto, sino porque su poder eclipsaba incluso el suyo. Ella era fuerte, mucho más de lo que Henry podría haber sido jamás en los ojos de Carlos. Y, sin embargo, aquí estaban: ese "hijo glorioso" ahora era poco más que un lisiado, un sacrificio de carne y hueso ofrecido en el altar de los propios planes de Henry.
Carlos apretó los dientes al recordar cómo Henry había "vendido" a Bernardo, entregándolo como una ficha en un tablero más grande que la comprensión de cualquier mortal. Perolo que realmente lo atormentaba era el hecho de que Henry había actuado no por frialdad, sino por un propósito tan ardiente como destructivo: proteger al hijo que tuvo con Laura, la propia hija de Carlos.
"Todo esto es personal", murmuró para sí mismo, las palabras filtrándose entre sus labios como veneno. La ironía era sofocante: un hombre que, en su mente, nunca había sido más que un estudiante rebelde ahora se erguía como su mayor adversario, alguien que cuestionaba su poder, su legado y hasta su capacidad de liderazgo.
Mientras miraba el rostro tenso de sus guardias, sintió que la culpa y el resentimiento crecían en su interior. "¿Acaso esto es lo que sembré?", pensó.Por un instante, vio el rostro de María y recordó la decisión egoísta que lo llevó a buscarla. No había pensado en las consecuencias. No había previsto este cruce de caminos, ni que su propio nieto sería una de las piezas más trágicas en este enfrentamiento.
Carlos respiró profundamente y levantó su mirada hacia Henry. Allí estaba él, de pie entre la muerte y el caos, como una encarnación de todas las elecciones erróneas que ambos habían tomado. Y aunque odiaba admitirlo, una parte de él no podía evitar admirar la monstruosidad en la que Henry se había convertido.Su poder era abrumador, su resolución inquebrantable.En contraste, Carlos se sintió casi humano, pequeño, incluso débil.
"Esto no es solo una batalla, ¿verdad, Henry?", murmuró para sí mismo mientras ajustaba su postura, preparando su poder de rayo para el próximo movimiento.Era un enfrentamiento de voluntades, un choque entre dos hombres marcados por el peso de sus elecciones. Uno buscando redimirse, el otro ansioso por destruir todo en su camino para proteger lo que consideraba suyo.
"Guardias," ordenó con un tono más grave, "no lo subestimen. Ninguna vida aquí es más valiosa que la causa."Porque al final, Carlos sabía que no había marcha atrás. Henry lo había forzado a jugar esta última partida, y el tablero estaba empapado de sangre.
La atmósfera se cargó con una intensidad casi insoportable mientras Henry continuaba avanzando, su silueta imponente proyectaba una sombra que parecía devorar la luz misma.Cada paso suyo era un eco en los corazones de los presentes, un tambor de guerra que anunciaba la llegada del caos.Los guardias, alineados pero temblorosos, sintieron cómo el aire a su alrededor se volvía más denso, como si el mismo espacio conspirara en su contra.
El aura de Henry era aterradora, una amalgama de fuego abrasador y tinieblas insondables.Incluso los ataques que intentaban alcanzarlo parecían dudar. Flechas envueltas en energía brillante se detenían a medio camino, paralizadas por un miedo inexplicable, solo para desmoronarse en polvo antes de tocarlo. Lanzas de energía y espadas arrojadas con precisión mortal se desvanecían como humo al entrar en su campo de influencia.
Dos pilares colosales, uno de fuego ardiente y otro de pura oscuridad, chocaron violentamente con Henry como epicentro, provocando una explosión que iluminó la escena con un resplandor cegador. Pero incluso esa tormenta de poder no fue suficiente.Los pilares, como si reconocieran la soberanía de un monarca absoluto, comenzaron a fracturarse y caer, dejando a Henry intacto, su figura aún más intimidante entre las ruinas de aquel intento desesperado.
Henry se detuvo un momento, su mirada cargada de desprecio hacia los guardias que lo rodeaban. El aire pareció vibrar con su sola presencia, mientras una sonrisa cruel se dibujaba en sus labios.—Patéticos intentos —murmuró, aunque su voz resonó como un trueno en los oídos de todos—. ¿Pueden siquiera permanecer en mi presencia? Ni siquiera tengo mi guardia en alto, y ustedes, insignificancias, no son capaces de romper esta defensa que tengo por naturaleza.
Los guardias intercambiaron miradas, algunos con las manos temblorosas al sujetar sus armas, otros paralizados por el terror puro. Un joven de rostro pálido susurró:—¿Es... humano?
Un veterano, con cicatrices en el rostro y una mirada de resignación, apretó los dientes antes de responder en voz baja:—Humano o no, no importa. Si no lo detenemos aquí, esto no será solo nuestro fin, sino el del clan entero.
La tensión explotó en un grito de guerra colectivo, un último intento de reunir valor frente al abismo. Algunos lanzaron ataques desesperados, espadas relucientes y hechizos que rasgaron el aire con un silbido agudo. Sin embargo, nada parecía atravesar el espacio que rodeaba a Henry;una barrera invisible, como una voluntad manifestada, repelía cada intento.
Henry avanzó de nuevo, cada paso aplastaba los restos de los ataques como si fueran hojas secas.—Ni siquiera vale la pena mi esfuerzo —dijo, su voz cargada de una frialdad que heló la sangre de sus enemigos—. Pero si han elegido morir aquí, no seré quien los desilusione.
Uno de los guardias más atrevidos, un hombre musculoso que blandía una gran espada, cargó contra él con un rugido desesperado. El acero descendió con fuerza, pero Henry, con una indiferencia que rozaba lo sobrenatural, levantó su mano desnuda y detuvo la hoja como si fuera de juguete.El sonido de la espada rompiéndose bajo la presión fue seguido por el grito del guardia, cuyo brazo fue arrancado de cuajo con un movimiento veloz.
La sangre salpicó a los demás, quienes retrocedieron horrorizados. Henry soltó el brazo desmembrado con desdén, dejándolo caer al suelo.—¿Este es el poder de su líder? ¿De su linaje? —espetó, su tono lleno de burla—. Si esto es lo mejor que tienen, Carlos debería avergonzarse.
Carlos, observando desde la retaguardia, sintió cómo cada palabra de Henry perforaba su orgullo y su confianza.Sabía que enfrentarlo directamente sería un riesgo, pero cada segundo que pasaba veía cómo su propia moral se desmoronaba junto con la de sus hombres.
Los guardias restantes titubearon, algunos lanzando miradas furtivas hacia Carlos, esperando órdenes, otros calculando si sería mejor huir o luchar hasta el último aliento.Pero Henry no les dio tiempo para decidir.Avanzó como una tormenta, una fuerza imparable, su espada cantando mientras atravesaba carne y hueso con la facilidad de cortar el aire.
La batalla ya no era una lucha; era una masacre.
—¡Prepárense!—gritó Carlos, su voz resonando con una fuerza desesperada mientras intentaba reunir el coraje necesario para enfrentar lo inevitable. Aunque sus palabras resonaban con autoridad, había un matiz de ansiedad que ni siquiera su entrenamiento ni su linaje podían ocultar. La tensión en el aire era densa, casi tangible, como una cuerda a punto de romperse bajo la presión. Cada segundo parecía estirarse infinitamente, alargando el tormento de la espera mientras los guardias se alineaban con armas temblorosas, sus ojos fijos en Henry.
El antiguo guerrero permanecía inmóvil por un instante, su mirada recorriendo a cada uno de los presentes.Era como si evaluara el valor —o la falta de este— en sus corazones, su expresión una mezcla de desprecio y una calma aterradora. La espada en su mano emitía un leve resplandor, un recordatorio constante del poder que portaba, mientras la oscuridad que lo rodeaba parecía respirar con vida propia.
—¿Prepararse? —dijo Henry, con un tono cargado de burla, dando un paso adelante—. Como si eso fuera a cambiar algo.
Un escalofrío recorrió a los guardias. Algunos apretaron con fuerza sus armas, tratando de aferrarse al último vestigio de valor, mientras otros intercambiaron miradas llenas de dudas. Carlos, por su parte, no podía apartar la vista de su antiguo alumno. El hombre que una vez había considerado débil ahora era un monstruo que eclipsaba todo lo que había conocido.
—¡Atacad juntos! ¡No retrocedan!—ordenó Carlos, esta vez con una furia que intentaba ocultar el miedo que se filtraba en su voz.
Con un rugido colectivo, los guardias se lanzaron hacia Henry en un intento desesperado de abrumarlo con números. Espadas, lanzas y magia convergieron hacia él, creando un espectáculo de luces y acero. Pero el resultado fue devastador.Henry se movió como una sombra, su espada trazando arcos mortales en el aire. Cada golpe suyo partía armas, atravesaba armaduras y cortaba carne como si fueran papel.
Un guardia que intentó atacarlo de frente sintió cómo su pecho era atravesado antes de que pudiera siquiera registrar el movimiento. La sangre salpicó a sus compañeros, quienes vacilaron por un momento antes de ser derribados por un barrido que los lanzó contra el suelo con huesos rotos y gritos de agonía.
El campo de batalla se transformó rápidamente en un escenario de carnicería.Los gritos de los heridos se mezclaban con el sonido metálico de armas cayendo y el repiqueteo de botas retrocediendo. Algunos intentaron usar magia, pero incluso esos ataques fueron inútiles; los proyectiles de energía se disolvieron al acercarse a Henry, consumidos por la oscura aura que lo protegía.
—¡Es un demonio!—gritó uno de los guardias, retrocediendo mientras veía cómo sus compañeros caían uno tras otro.
Carlos apretó los dientes, la ira y la desesperación luchando dentro de él.Sabía que esta batalla no iba a ser fácil, pero verlo en persona era un recordatorio brutal de su propia vulnerabilidad.
Henry avanzó hacia él lentamente, el suelo bajo sus pies agrietándose con cada paso.La sangre goteaba de su espada, formando pequeños charcos a su alrededor. Se detuvo a unos metros de Carlos, inclinando ligeramente la cabeza como si lo desafiara a dar el siguiente paso.
—¿Esto es todo, Carlos? —preguntó, su voz baja pero cargada de veneno—. ¿Este es el ejército que esperabas que me detuviera? Si es así, me decepcionas profundamente.
Carlos levantó su espada con ambas manos, sintiendo el peso no solo del acero, sino también del legado que cargaba.Sabía que no podía retroceder ahora. La derrota aquí significaría algo más que su muerte; sería el fin de todo lo que representaba.
—No me subestimes —respondió, aunque su voz tembló ligeramente—. Aún tengo mucho que mostrarte.
Henry sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Era fría, afilada, como la hoja de su espada.—Espero que sí —respondió—. De lo contrario, será una lástima acabar contigo tan rápido.
La atmósfera se tensó aún más mientras ambos hombres se preparaban para el enfrentamiento final.El destino del combate, y quizás de todo lo que los rodeaba, estaba a punto de decidirse en un choque de espadas que sacudiría el mismísimo suelo bajo sus pies.
El caos rugía a su alrededor, un torbellino de gritos, acero y magia que envolvía el campo como un vórtice imparable.Henry, inmóvil en el centro de la tormenta, parecía un pilar inquebrantable, su figura bañada en sombras y luz mientras la sangre goteaba de su espada.Cada movimiento suyo era calculado, cada golpe una declaración de propósito.Pero en el fondo de su mente, más allá del estruendo del combate, había algo más que lo impulsaba.
"No puedo fallar..."El pensamiento atravesó su conciencia como un rayo, cargado de una mezcla de ira, culpa y resolución. Cada guardia que caía bajo su espada no era solo un enemigo derrotado; era un recordatorio del peso que cargaba sobre sus hombros, de la familia que había jurado proteger, de las promesas rotas y los sacrificios que lo habían llevado a este momento.
"El destino de todos ellos... depende de mí."
Los guardias avanzaban como un torrente desesperado, algunos con rostros decididos, otros con el terror escrito en cada arruga de su expresión.Espadas chocaron contra la de Henry, chispas volando mientras las hojas buscaban atravesar su defensa. Pero Henry no solo peleaba; danzaba en medio de la muerte. Su espada describía arcos amplios y letales, atravesando armaduras, cercenando extremidades y dejando un rastro sangriento a su paso.
Uno de los guardias más jóvenes, quizás buscando gloria, cargó con un rugido hacia Henry, su lanza brillando con una punta de energía mágica.Henry desvió el ataque con un giro rápido, su espada arrancando la lanza de las manos del joven antes de hundirse en su costado.El guardia cayó al suelo, su grito de dolor sofocado por el rugido del combate.
—¡Monstruo! —gritó otro, lanzando un proyectil de fuego hacia Henry.
Sin siquiera voltear,Henry alzó una mano cubierta de sombras y atrapó la llama, aplastándola como si fuera una frágil mariposa.El guardia retrocedió, sus ojos llenos de horror al ver cómo el fuego, su arma más poderosa, no era más que un juego de niños para su enemigo.
Henry giró hacia Carlos, quien observaba desde la distancia, su rostro endurecido, pero sus ojos traicionaban la tormenta interna que sentía.
—¿Es esto lo mejor que puedes ofrecerme, Carlos? —gritó Henry, su voz resonando como un trueno que rompió el caos a su alrededor—. ¿Este es el legado que quieres defender? Un grupo de hombres que no son más que corderos siendo llevados al matadero.
Carlos apretó los puños, su espada brillando mientras acumulaba energía.Sabía que Henry no solo era un enemigo formidable físicamente, sino también un maestro en desmoralizar a sus oponentes. Pero este enfrentamiento no se trataba solo de poder; era una batalla de voluntades, una colisión de ideales que definía el futuro de ambos.
Mientras Henry avanzaba, esquivando ataques como si fueran meros juegos,un guardia veterano se interpuso en su camino, su rostro endurecido por décadas de guerra.—Puedes ser fuerte, pero no eres invencible. Nadie lo es.
Henry lo miró con una mezcla de respeto y desprecio.—Tienes razón —dijo, con un tono gélido—. Pero hoy, tú serás quien lo descubra de la peor manera.
El veterano lanzó un golpe rápido y preciso, peroHenry lo interceptó con una fuerza brutal, su espada rompiendo la del hombre en dos antes de hundirse en su cuello.La sangre brotó como un torrente, y el cuerpo cayó al suelo, inerte.
Henry cerró los ojos por un breve momento, escuchando el eco de los pasos del hombre en su mente, recordando una y otra vez por qué estaba allí.Este enfrentamiento no era solo una cuestión de poder, sino de significado, de legado.Cada guardia que caía era un sacrificio en su camino, un recordatorio de lo que estaba en juego.
Finalmente, sus ojos se posaron de nuevo en Carlos.La atmósfera entre ambos se tensó como una cuerda al borde de romperse.
—Esto no ha hecho más que empezar, Carlos —dijo Henry, su voz baja pero cargada de intensidad—. Te mostraré lo que significa luchar por algo real.
Carlos levantó su espada, sus músculos tensos mientras la energía chisporroteaba a su alrededor.Sabía que no podía retroceder. La confrontación final estaba a punto de comenzar, y el peso de dos mundos colisionaría en un enfrentamiento que decidiría el destino de todos.
La atmósfera vibraba con una intensidad casi insoportable, como si el mismo aire estuviera cargado de tensión y amenaza.Henry avanzaba con pasos firmes, laespada de oricalcoen su mano emitiendo destellos fulgurantes que parecían cortar la penumbra que lo rodeaba. Aquella hoja no era solo un arma; era un juramento hecho carne, el símbolo de un propósito que no admitía dudas.Sus dedos se aferraban al pomo con una fuerza casi sobrenatural, como si al soltarla pudiera perder todo aquello que le daba razón de ser.
"No puedo dudar ahora..."pensó, sintiendo el peso de sus decisiones aplastarlo por un instante. El rostro de su hijo, frágil pero lleno de esperanza, brilló en su mente como un faro en medio de la tormenta. La imagen avivó el fuego dentro de él.Esto no era solo una batalla, era una prueba: de su valor, de su fortaleza, de cuánto estaba dispuesto a sacrificar por quienes amaba.
Delante de él, los guardias de Carlos formaban un muro de acero y magia, pero Henry no vaciló.El brillo de la espada parecía reflejarse en los ojos aterrados de algunos, mientras otros trataban de reforzar sus defensas. Susurros entre los hombres delataron su incertidumbre, el miedo reptando por sus mentes como una sombra implacable.
—¡Detengan al monstruo! —gritó uno, aunque su voz carecía de convicción.
El primer ataque no tardó en llegar, un proyectil de energía que se estrelló contra Henry.La explosión iluminó la escena por un breve instante, pero cuando el humo se disipó,el guerrero seguía en pie, su mirada fija, inquebrantable.Las llamas residuales danzaban alrededor de su armadura ennegrecida, como si lo hubieran coronado rey de la destrucción misma.
—Es inútil —murmuró Henry para sí, con una mezcla de desprecio y pena—. Nada de esto cambiará el resultado.
Con un giro veloz de su muñeca, la espada trazó un arco mortal, y el primer guardia que osó acercarse fue partido en dos.La sangre salpicó el suelo, un río escarlata que serpenteó hacia los pies de los demás.La brutalidad del golpe no solo era física; era un mensaje claro: este no era un hombre al que pudieran detener.
Carlos observaba desde la retaguardia, el rostro endurecido mientras intentaba ocultar la inquietud que le devoraba por dentro.Sabía que Henry no solo era poderoso; era implacable. Un monstruo moldeado por el dolor, la traición y una furia que no encontraba sosiego.
—Sabes que esto no tiene que acabar así, Henry —dijo Carlos, su voz elevada por encima del clamor del combate—. Hay otras maneras.
Henry se detuvo por un breve instante, su figura imponente recortada contra el caos.Giró lentamente la cabeza hacia Carlos, sus ojos como brasas ardientes que atravesaban el alma del otro hombre.
—¿Otras maneras? —respondió Henry, su tono cargado de amarga ironía—. ¿Cómo las que usaste para traicionar a mi familia? ¿Las que usaste para convertir a mi hijo en tu prisionero? No, Carlos. Esto termina aquí.
La espada volvió a levantarse, y con ella, la tempestad de muerte que la acompañaba.Henry avanzó de nuevo, su hoja desgarrando armaduras, cortando carne, rompiendo esperanzas.Los gritos de los guardias llenaron el aire, pero él no se detuvo. Cada enemigo que caía era un paso más hacia su objetivo, hacia el rescate de su hijo y la redención de su propio honor.
Uno de los guardias, más osado que el resto, cargó con una alabarda que brillaba con magia ancestral.Henry esquivó el ataque con una gracia letal, girando sobre su eje para enterrar su espada en el estómago del hombre.La hoja atravesó el cuerpo con un sonido húmedo y visceral, y el guerrero cayó al suelo, la vida escapando de sus ojos.
A cada golpe, a cada muerte, Henry sentía el peso de su misión aumentar.No era solo su hijo quien estaba en juego; era todo lo que alguna vez significó algo para él. Cada vida que arrebataba era un recordatorio de lo que había perdido y de lo que estaba dispuesto a hacer para recuperarlo.
Finalmente, sus ojos se alzaron hacia Carlos, quien ahora desenfundaba su propia espada, rodeado de una barrera de energía chisporroteante.El aire entre ellos parecía cobrar vida, cargado de electricidad y odio.
—Esto no es solo por mi hijo —dijo Henry, caminando lentamente hacia su antiguo mentor—. Es por todos los que me arrebataste. Es por cada sacrificio que me obligaste a hacer. Y es por cada gota de sangre que he derramado en tu nombre.
Carlos levantó su espada, los músculos tensos mientras una luz cegadora envolvía su arma.—Entonces ven, Henry. Veamos si tu determinación es suficiente para destruirme.
El enfrentamiento final estaba a punto de comenzar, y la tierra misma parecía contener la respiración.
—No dejaré que esto termine así —murmuró Henry, su voz baja pero cargada de una determinación que resonó como un trueno en la penumbra.Su mirada se clavó en Carlos con la intensidad de un depredador acechando a su presa.La espada de oricalco vibró en su mano, como si entendiera el juramento de su portador.No era solo un arma; era una bestia ancestral, despierta y hambrienta, anhelando más almas para saciar su sed inextinguible.
El brillo de la hoja pareció intensificarse, proyectando una luz siniestra que danzaba en la oscuridad, reflejándose en los rostros pálidos de los guardias que aún quedaban de pie.La espada casi parecía viva, emanando un aura palpable, una presencia que hacía que incluso los guerreros más endurecidos sintieran el frío gélido del miedo.Susurros inaudibles, como el eco de las almas que había devorado, flotaban en el aire, envolviendo a Henry en un manto de muerte y gloria.
—¿Puedes sentirlo, Carlos? —preguntó Henry, su voz cargada de un poder imponente mientras daba un paso al frente—. Mi espada recuerda cada vida que ha tomado. Y esta noche, está ansiosa por añadir la tuya a su legado.
Carlos apretó la mandíbula, intentando ignorar el nudo de temor que se formaba en su pecho.Aunque sabía que Henry había cambiado, que era más peligroso de lo que jamás hubiera imaginado, no podía permitirse retroceder.Las energías que lo rodeaban chisporrotearon a su alrededor, una barrera creada por su propia voluntad y desesperación.
—No eres el único con algo que perder aquí, Henry —respondió Carlos, alzando su espada y apuntándola directamente hacia su antiguo alumno—. Si crees que esta lucha será fácil, estás subestimando lo que soy capaz de hacer por mi familia.
La espada de Henry pareció responder a esas palabras, su resplandor aumentando hasta cegar momentáneamente a los presentes.El hambre voraz que residía en la hoja parecía alimentarse del enfrentamiento, del odio y la tensión que llenaban el campo de batalla.Era un arma que había probado la sangre de innumerables seres, un receptáculo de destrucción que ansiaba más.El aire se llenó de una presión sofocante, como si la espada misma estuviera exigiendo el inicio de la masacre.
—Entonces no perdamos más tiempo —respondió Henry, inclinándose ligeramente hacia adelante mientras adoptaba una postura de ataque.—Prepárate, Carlos. Porque no voy a contenerme.
El choque fue explosivo.Henry se lanzó hacia adelante, su espada cortando el aire con un silbido que resonó como un grito de guerra.Carlos interceptó el ataque con su propia hoja, y el impacto generó una onda expansiva que hizo retroceder a los guardias cercanos.La tierra bajo sus pies tembló, como si incluso el suelo sintiera el peso de la batalla que se desataba.
—¡Por el legado de los Pérez! —gritó Carlos, liberando una ráfaga de energía de su espada, una explosión que iluminó la noche y que hizo que Henry retrocediera por un instante.
Pero Henry no flaqueó.La espada de oricalco absorbió parte de la energía como si la hubiera devorado, y el brillo que emanaba se volvió aún más oscuro, casi carmesí.Los ecos de las almas en su interior rugieron, ansiosos, mientras Henry volvía a la carga.
Cada movimiento de Henry era preciso y devastador, como si toda su vida hubiera sido un entrenamiento para este momento.Su espada parecía tener vida propia, guiándolo hacia los puntos débiles de Carlos, buscando no solo derrotarlo, sino aniquilarlo.Carlos, por su parte, luchaba con la habilidad de un guerrero consumado, cada golpe resonando con la fuerza de un hombre que no estaba dispuesto a ceder.
A su alrededor, los guardias restantes observaban con temor y fascinación.Algunos retrocedieron, incapaces de soportar la intensidad del enfrentamiento; otros murmuraban oraciones, como si las deidades mismas pudieran intervenir en aquel duelo que parecía más allá de lo humano.
Mientras las espadas chocaban una y otra vez, Henry sintió que la conexión con su arma se hacía más profunda.Podía sentir las almas atrapadas en su interior, clamando por más compañía, por nuevas víctimas.Era una sensación embriagadora, peligrosa, pero Henry la abrazó. Sabía que no podía permitirse ningún titubeo.
—Hoy no lucho solo por mí —dijo Henry entre dientes, empujando a Carlos hacia atrás con un golpe devastador—. Lucho por mi hijo, por lo que me queda. Y eso, Carlos, es algo que nunca podrás entender.
Carlos se tambaleó, jadeando mientras intentaba mantenerse firme.—Siempre tan dramático, Henry —espetó, aunque su tono estaba teñido de cansancio—. Pero no me subestimes. Tú no eres el único dispuesto a sacrificarlo todo.
El duelo continuó, brutal y despiadado.Cada golpe era una declaración, cada movimiento un recordatorio de lo que estaba en juego.Las chispas volaban en la oscuridad, iluminando brevemente los rostros de ambos combatientes, marcados por la determinación y el odio.
Y mientras la batalla alcanzaba su clímax, la espada de Henry vibraba con un poder incontrolable, un hambre insaciable que prometía que esta noche no habría piedad, solo destrucción.
Carlos, con la serenidad de quien conoce los secretos de un oponente y la urgencia de quien siente la muerte acechando, extendió su mano hacia el vacío.Como si respondiera a una llamada ancestral, unanillo de luzcomenzó a girar en el aire frente a él. Sus bordes resplandecían con un destello hipnótico, proyectando sombras danzantes en el rostro de los espectadores que aún permanecían cerca, paralizados entre el miedo y la fascinación.
De ese anillo emergió una espada.Su hoja cortó el aire con un sonido que parecía provenir de otro mundo, un siseo que reverberaba en los huesos de quienes lo escuchaban. A primera vista,la espada era simple, casi desprovista de ornamentos. Pero esa misma austeridad la hacía aterradora, como un lobo que no necesita mostrar sus colmillos para anunciar su letalidad.El metal oscuro que la conformaba absorbía la luz a su alrededor, y parecía que las estrellas mismas se desvanecían en su reflejo.
Esta no era una espada común.Era un arma forjada con el metal de un planeta colosal, un titán rocoso que había orbitado una estrella cien veces más grande que el astro rey de su sistema. Su creación era un testimonio de la desmesura y la ambición de aquellos que la habían fabricado.Cada molécula de ese metal contenía la densidad de un mundo entero, y su presencia parecía distorsionar el espacio mismo a su alrededor, creando un aura de gravedad aplastante.
Henry la reconoció de inmediato.Aunque no lo admitiera, un estremecimiento recorrió su columna vertebral. Había visto esa espada antes, mucho tiempo atrás, cuando era apenas un aprendiz y Carlos le mostraba lo que significaba dominar el verdadero poder.Esa hoja no era solo un arma; era una sentencia de muerte para cualquiera que se interpusiera en su camino.
—Entonces... también trajiste a tu monstruo, viejo amigo —dijo Henry, esbozando una sonrisa torcida mientras levantaba su propia espada de oricalco, que pulsaba con hambre desmedida.
Carlos no respondió de inmediato.Su mirada estaba fija en Henry, evaluándolo como el maestro que observa a un alumno antes de un examen final. Había algo de melancolía en sus ojos, un eco de tiempos más simples, cuando las espadas no eran instrumentos de destrucción entre ellos, sino herramientas para enseñar, para guiar. Pero ahora, el peso del momento lo aplastaba, recordándole que no había vuelta atrás.
—Sabes tan bien como yo lo que está en juego aquí, Henry —respondió finalmente, su voz grave, cargada con una autoridad que no había perdido con los años—. Este duelo no es solo nuestro. Todo lo que fuimos, lo que construimos... todo será juzgado por esta batalla.
Henry rió entre dientes, un sonido hueco y sin alegría. —"Todo lo que fuimos," ¿eh? Tú decidiste lo que seríamos, Carlos. Ahora míranos. Dos hombres arrastrados por sus legados, convertidos en bestias por las mismas manos que juramos proteger.
Carlos levantó su espada, y por un instante el mundo pareció contener el aliento.La energía que emanaba del arma hizo que el aire temblara, y el suelo bajo sus pies se resquebrajó ligeramente, incapaz de soportar la fuerza que irradiaba.
—No hay honor en lo que hacemos hoy, Henry. Pero si este es el precio para proteger lo que amo, lo pagaré sin dudarlo.
El choque entre ambos fue inevitable.Cuando las espadas se encontraron, el impacto no solo generó una explosión de energía, sino que alteró el ambiente mismo. El cielo sobre ellos pareció oscurecerse, y un sonido profundo y gutural, como el lamento de un planeta al ser destruido, resonó en la distancia.
Cada movimiento de Carlos era meticuloso, cargado con la experiencia de décadas de batalla y enseñanza.Henry, por su parte, no era el mismo aprendiz de antaño; su técnica era fluida, casi instintiva, como si su conexión con su espada lo hiciera más rápido y letal.
La batalla entre ambos no era solo física, sino también una colisión de ideas, de resentimientos y de un pasado compartido que se desmoronaba bajo el peso del presente.
La espada de Carlos, creada con el legendario metal llamadoPlata Mundial Nuclear, surgió de la dimensión oculta con una majestuosidad casi divina.Este metal, extraído de un planeta masivo que había muerto hace milenios, era todo lo contrario alOricalco Sangrientoque Henry blandía. Donde el oricalco irradiaba un aura oscura, maldita y hambrienta,la Plata Mundial Nuclear brillaba con un resplandor puro, sagrado y desafiante, como si la misma justicia habitara en su fría superficie.
Este contraste no era casual.Si el oricalco representaba la corrupción y la violencia insaciable, la plata mundial era la encarnación de lo divino, lo inquebrantable, y lo absoluto. Cada molécula de este metal parecía emanar un aura que repelía la oscuridad, generando un campo que envolvía a Carlos como un escudo intangible, elevándolo como un guerrero cuya conexión con el cosmos trascendía lo terrenal.
Para Carlos, la elección de esta espada no era fortuita.Su dominio no se limitaba únicamente al control del rayo y la energía eléctrica; también era un maestro de los campos magnéticos, y la Plata Mundial Nuclear resonaba profundamente con esas habilidades.El metal respondía a cada impulso de su voluntad, amplificando su poder al nivel de un cataclismo controlado.
Con un simple giro de muñeca, Carlos activó las propiedades únicas de su arma.Un aura magnética envolvió la hoja,distorsionando el aire a su alrededor mientras pequeñas partículas metálicas en el suelo eran arrastradas hacia ella, formando un halo flotante que chisporroteaba con destellos de energía azulada.
Henry observó con cuidado, su expresión más cautelosa que antes.—Curioso... ¿Decidiste aferrarte al metal de los dioses? —dijo, mientras alzaba su espada de oricalco, cuya aura maldita parecía reaccionar con avidez ante la presencia de su opuesto.La lucha entre ambas energías, el maldito y lo sagrado, creaba una tensión en el ambiente que parecía tangible, como si el propio aire estuviera vivo y temeroso.
Carlos inclinó levemente la cabeza, su mirada fija en Henry.
—No es cuestión de elección, Henry. Es cuestión de propósito.Esta espada no solo corta la carne; corta el mismo caos que representas.
El choque entre ambas espadas prometía más que un simple combate físico.El metal sagrado y el maldito, opuestos en esencia y propósito, estaban destinados a enfrentarse. El primero representaba el orden, la pureza, y el equilibrio del cosmos; el segundo, la destrucción, la maldición y el hambre sin fin.
Cuando Carlos movió su espada, el campo magnético a su alrededor se intensificó,creando ondas que hicieron temblar el suelo y estremecer el espacio mismo.Incluso los guardias, que habían retrocedido por el poder de Henry, sintieron cómo una fuerza invisible tiraba de sus armaduras y armas hacia la espada de Carlos, como si esta reclamara todo lo metálico a su alrededor.
Henry levantó su espada de oricalco en respuesta.—Vamos, entonces, maestro. Veamos si tu "sagrado equilibrio" puede resistir mi caos.
Cuando las hojas chocaron, el impacto fue más que físico: fue una explosión de energías contrapuestas.Una luz cegadora surgió del punto de contacto, proyectando sombras que danzaban salvajemente en los alrededores.El suelo bajo ellos se desmoronó, incapaz de soportar la magnitud del enfrentamiento.
La batalla entre Carlos y Henry no era simplemente una lucha entre maestro y aprendiz, sino entre dos conceptos: el orden y el caos.El destino de más que sus vidas, de más que sus familias, parecía depender de quién quedara en pie al final.
El cielo se convirtió en un espectáculo vivo de caos y magnificencia, un lienzo titánico pintado con luz y sombra.Los rayosazul plateadode Carlos se entrelazaron, creando arcos eléctricos queiluminaron el firmamento con un destello cegador,expulsando las nubes de lluvia a kilómetros de distancia. Cada relámpago rugía como un látigo divino,desgarrando el aire en un estruendo que resonaba en el alma misma de quienes lo presenciaban.
Con un simple movimiento, Carlos desató un fenómeno que trascendía lo humano.Las nubes negras se congregaron con una velocidad sobrenatural, creando un vórtice celestial que giraba sobre él como si el cielo mismo respondiera a su llamado. Los rayos serpenteaban entre las masas de vapor oscuro,bailando como serpientes etéreas,sus destellos reflejándose en el suelo empapado, en las espadas y en los ojos aterrados de los espectadores.
Entonces ocurrió algo que nadie esperaba.Las nubes se abrieron parcialmente, dejando caer haces de luz que se materializaron en figuras imponentes.Guardianes ancestrales, los antiguos sefíros que, según las leyendas, guiaron y protegieron a la humanidad en su infancia, tomaron forma.Sus cuerpos luminosos eran casi incomprensibles,hechos de energía pura, pareciendo esculturas vivientes de fuego y relámpagos entrelazados.
Uno de ellos, con alas formadas por rayos vibrantes, inclinó levemente la cabeza hacia Carlos, como reconociendo su dominio sobre la tormenta.No pronunciaron palabra alguna; su mera presencia emanaba una autoridad que iba más allá de lo mortal. Aunque majestuosos, no tenían intención de intervenir.Eran observadores, testigos del duelo que se libraba entre el caos y el orden, entre Henry y Carlos.
Henry levantó la vista hacia los sefíros, su mirada cargada de desafío y desprecio.
—¿Así que hasta los antiguos se reúnen para verme? —dijo, su voz impregnada de una burla oscura—. No importa cuántos ojos nos observen, Carlos. Esto termina aquí, con sangre o con gloria.
Carlos no respondió de inmediato.Su espada brilló intensamente, amplificando los rayos que danzaban a su alrededor, mientras un trueno ensordecedor parecía resonar desde lo más profundo de la tierra.
—No te equivoques, Henry. —Su voz era baja, pero cargada de un peso que hacía temblar el aire—. No están aquí por ti. Ellos vinieron a presenciar mi victoria.
El campo de batalla estaba listo.Los guardianes permanecieron inmóviles, sus ojos luminosos fijos en los dos combatientes.El viento rugía a su alrededor, llevando consigo el eco de las leyendas, las historias de antiguos dioses y héroes que una vez caminaron sobre la misma tierra.
El primer movimiento estaba a punto de desatarse.El cielo aguardaba, cargado de energía y juicio, para registrar el destino de ambos guerreros.
La humanidad, en su esencia más cruda, es caos.Carlos se convirtió en el epicentro de la tormenta, atrayendo los rayos hacia su cuerpo como si los cielos fueran meros sirvientes de su voluntad.Cada impacto eléctrico serpenteaba por su armadura, iluminándolo como una figura mitológica, un dios surgido de la tormenta misma.
Por otro lado, Henry no se inmutó.Con una calma inquietante, su voluntad torció el tejido del espacio, envolviendo su cuerpo en una esfera de distorsión que desafió toda lógica.Los rayos que lo alcanzabansimplemente desaparecían, incapaces de perforar la defensa que no era de este mundo, sino del propio vacío entre dimensiones.
—¿Así que piensas usar la tormenta para elevar tu capa celestial?—se burló Henry, con una sonrisa que goteaba desprecio—.¿Crees que con eso estarás, al menos, a mi par?
La voz de Henry era una daga cargada de ironía, un golpe directo al orgullo de Carlos.El eco de sus palabras perforó el estruendo de la tormenta, clavándose en los oídos de los observadores.Carlos no respondió; no necesitaba hacerlo.En un parpadeo, se movió.
El espacio retumbó con unboom sónico, una explosión de aire desgarrado por la velocidad con la que Carlos atravesó la distancia.Era más que un movimiento; era un relámpago encarnado,cruzando el campo de batalla con la furia de mil tormentas condensadas en un instante.
Henry, sin embargo, permaneció inmóvil.Una ligera ondulación en la esfera que lo rodeaba absorbió el impacto del avance de Carlos.La esfera, una barrera que podía desafiar las leyes del universo mismo, era el escudo más fuerte que jamás hubiera existido.
—Tus sueños son tan frágiles, viejo,—espetó Henry, su tono goteando una mezcla de sarcasmo y amenaza velada.Su mano se movió, abriendo el espacio frente a él como si rasgara una tela delicada.
Carlos, con una precisión impecable,redirigió su movimiento a la velocidad del rayo, una fracción del 50% de la velocidad de la luz, casi imposible de seguir con los ojos humanos.Su espada, una hoja creada para cortar incluso lo imposible, destellaba con el fulgor del metal nacido de un planeta muerto.
Henry y Carlos representaban fuerzas opuestas.Por un lado, Henry dominaba la defensa absoluta, envuelto en un escudo que desafiaba incluso las leyes del tiempo y el espacio. Por otro, Carlos empuñaba la ofensiva definitiva, con una espada capaz de cortar cualquier cosa que enfrentara.Eran el escudo y la espada en su máxima expresión, fuerzas destinadas a chocar y romperse o trascender.
El aire vibró con energía pura,un crescendo de poder a punto de estallar.La humanidad caótica, el vacío insondable y la voluntad indomable de ambos guerreros convirtieron el campo de batalla en un teatro cósmico dondela lógica y la naturaleza se arrodillaban ante el peso de sus decisiones.El próximo movimiento sería decisivo.
El enfrentamiento entre Henry y Carlos comenzó con una explosión que desgarró el firmamento mismo.Cada movimiento de ambos combatientes desataba energías que harían que las bombas de hidrógeno parecieran simples chispas de fuegos artificiales.La atmósfera se rompió en mil fragmentos de caos, y la tierra debajo de ellos comenzó a agrietarse, incapaz de soportar el peso de su poder.
Su combate se desató en un crisol de violencia que no solo alteró la atmósfera, sino que destrozó los mismos cimientos de la realidad. Aunque eso solo se puede decir de parte de Henry solo el puede distorsionar la realidad en pequeña escala al manipular el espacio y aun asi esta manipulación era insignificante.
La tormenta rugía con furia, el viento soplaba como una hiena enloquecida,y el cielo se iluminaba con destellos cegadores, como si el universo mismo intentara apartarse del enfrentamiento entre estos dos titanes.
Carlos, con la tormenta rugiendo a su alrededor, levantó su espada hecha del metal más puro y fuerte jamás conocido.Con un simple movimiento, descargó un corte vertical que liberó un rayo colosal.La energía recorrió el campo como un látigo cósmico, atravesando kilómetros de distancia en un instante.Los guardianes celestiales los ojos de la madre primordial que observaban la batalla desde el cielo retrocedieron un paso al sentir la onda de choque.
Henry se mantenía firme, su esfera de distorsión girando a su alrededor con una calma perturbadora.Carlos, con su espada forjada en el metal de un planeta muerto, brillaba como una estrella de tormenta.Con un grito salvaje,Carlos se lanzó hacia adelante,sus piernas no tocaban el suelo, desplazándose como si su cuerpo fuera una corriente eléctrica viva. El rayo dejó un rastro cegador a su paso, y la espada deplata mundial nuclearbrilló con la luz del cosmos cuandola empujó hacia el cuerpo de Henry.
Henry no se movió.*El escudo que lo rodeaba se expandió, pero la espada de Carlosla tocó.En un instante, el rayochoqueó contra el vacío,generando una explosión tan violenta que todo en su camino se desintegró.Los pilares de electricidad fueron absorbidos por la distorsión,como si se tragaran a la propia tormenta.La energía de los rayos corrió como un río que caía sobre un abismo, desapareciendo en la nada.
Carlos movio su mano y diez pilares de rayos se formaron e intentaron aprisionar a Henry que solo se burlo de tal cosa.
Henry, sin embargo, permaneció impasible.La distorsión del espacio a su alrededor absorbió el impacto como si se tratara de una brisa. Con un gesto sutil de su mano,abrió un abismo dimensional que atrapó el ataque de Carlos y lo devolvió hacia él, pero con un poder amplificado.
—¿Eso es todo lo que tienes?—preguntó Henry con una sonrisa sarcástica mientras la esfera a su alrededor se expandía y deformaba,creando una implosión que comprimió la energía liberada en un punto diminuto antes de liberarla con una explosión devastadora.
Carlos se retiró al instante, notando que su espada, aunque increíblemente poderosa, había sido bloqueada.Los cielos se retorcían, volviéndose violentos,mientras el rayo continuaba rebotando en el espacio alrededor de ellos. Sin embargo, Carlos no se detuvo.Aceleró de nuevo, su cuerpo se convirtió en una fracción del rayo mismo,volando hacia Henry con la velocidad de la luz.
El impacto creó un cráter tan profundo que expuso los núcleos de energía que yacían debajo de la superficie del planeta.La explosión lanzó olas de energía que volaron en todas direcciones, arrasando montañas y secando océanos enteros.
Carlos apareció detrás de Henryen un parpadeo, con la espada lista para cortar cualquier cosa a su paso.Pero Henry reaccionó con rapidez.En una explosión de pura energía,abrió un agujero en el espacio mismocon un movimiento de su brazo, una grieta dimensional que absorbió el ataque de Carlos. El rayo de la espada de Carlos se desvió, quedando atrapado dentro del vacío mientras Henryutilizaba ese mismo espacio rotopara girar rápidamente y lanzar un golpe de energía pura quegolpeó el torso de Carlos,enviándolo volando hacia atrás como un muñeco de trapo.
Carlos no cayó.En lugar de eso,se elevó hacia el cielo,sus poderes magnéticos envolviendo su cuerpo como un campo eléctrico protector. Las nubes se torcieron a su alrededor,formando un tornado que lo arrastraba hacia el centro de la tormenta.Los rayos que antes lo rodeaban ahora se convirtieron en extensiones de su propia voluntad,latiendo como los latidos de un dios antiguo.
Desde el suelo, Henry observaba en silencio,sus ojos brillando con una intensidad feroz. De repente,las sombras del suelo comenzaron a moverse.Los guardianes de Carlos, que habían permanecido invisibles hasta ese momento, emergieron,como una manifestación de la voluntad del líder.Seres espectrales, guerreros de otro tiempo,con armaduras imponentes y espadas que brillaban como estrellas muertas.Su sola presencia destilaba muerte,pero Henry, lejos de sentirse intimidado, dejó escapar una sonrisa cruel.
Henry Harto de las miradas desde los cielo giro la cabeza y movio su el espacio se rompio como un espejo y uno de los guardianes perdio una de sus alas.
En cuestión de segundos, los guardianes rodearon a Henry, creando una muralla de acero y energía oscura que intentaba presionar hacia él.Henry se sumió en la oscuridad por un segundo,antes de que una explosión de luz blancaemergiera de su cuerpo.La esfera de distorsión se expandió,desintegrando todo lo que se acercaba. Pero justo cuando pensaba que la victoria estaba al alcance de su mano,uno de los guardianes, el más antiguo de todos,apareció en su camino, levantando su espada hacia el cielo.
Maldito guardianes.
Una explosión de energía ancestral lo envolvió.La espada del guardiánse iluminó como un rayo de sol negro,y en el momento de impacto,Henry sintió el peso del golpe,su escudo comenzó a desmoronarse, perosu voluntad lo mantenía intacto.Henryretrocedió un paso, mientras un gruñido de dolor escapaba de sus labios. No era solo una pelea contra Carlos, sino también contra los legados de su pasado.
os guardianes celestiales, entidades luminosas que parecían amalgamas de energía pura y voluntad divina,finalmente intervinieron.Uno de ellos, un titán con un cuerpo forjado de luz dorada, descendió con un rugido atronador.Su espada, que parecía estar hecha de estrellas en constante combustión, cortó el aire hacia Henry.
Henry reaccionó con velocidad impresionante, desviando el ataque con un movimiento mínimo de su propia espada de oricalco sangriento.El choque de las dos armas liberó una onda de energía tan intensa que borró la atmósfera circundante, dejando un vacío momentáneo donde ni el sonido podía existir.
Otro guardián, una figura femenina hecha de vapor y electricidad, atacó a Carlos.Sus manos desataron cadenas de relámpagos, cada una más brillante que el sol, envolviendo a Carlos en un campo de energía que parecía inescapable.Pero Carlos, con su control absoluto sobre los campos electromagnéticos,absorbió los relámpagos en su espada y los devolvió con una explosión que convirtió el aire en plasma incandescente.
Mientras tanto, desde una montaña distante que un guardia habia creado,Ryan observaba la batalla.Había estado esperando este momento,preparado para atacar a distancia.Sus manos brillaron con una rica cantidad de mana, ylanzó varios proyectiles de energía purahacia el campo de batalla.Los disparos eran precisos, cargados de una fuerza devastadora.
Carlos lo percibió,sus ojos se volvieron hacia el origen de los disparos.Sin pensarlo, Carlos extendió su brazo,y la tormenta lo obedeció,desplegando una barrera de rayos que lo protegieron pero que al mismo tiempo apoyaron las flechasquedesintegró los proyectiles antes de que pudieran llegar a Henry.
Pero Henry no necesitaba poner atencion ante tal cosa.La esfera que lo rodeaba se amplió aún más, absorbiendo los rayos y proyectiles.Con un solo movimiento de su mano, abrió otro portal,enviando unrayo de energía hacia Ryanque, aunque intentó esquivarlo,fue alcanzado por una fracción de energía,desintegrando la roca sobre la que se encontraba.
Ryan se levanto un momento despues y afilo su mirada mientras miraba como es que su padre perdia el poder de los guaridanes y Henry altero el espacio y los sello en un punto infinitamente pequeño.
Su mana circulo y lo sano su arma auxiliar era versatil y su funcion como arquero tambien lo era.
Ryan, era un arquero letal con precisión sobrehumana,desplegaba su arsenal a distancia.Sus flechas, imbuidas de magia y tecnología avanzada, cruzaban el campo con una velocidad apenas visible.Cada una era una obra maestra de destrucción, explotando en miniaturas de supernovas al impactar.
Ryan apuntó directamente al núcleo de la esfera de Henry, buscando una grieta en su defensa impenetrable.La flecha perforó el espacio torcido, creando una distorsión dentro de la distorsión, pero Henry reaccionó al último momento, desviándola con un simple gesto.
—Buena puntería, pero inútil.—Henry no podía evitar burlarse, incluso cuando una ráfaga de flechas de Ryan continuaba acosándolo.Cada flecha desencadenaba explosiones de antimateria, reduciendo kilómetros del paisaje a un desierto humeante.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
