Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
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Carlos, mientras tanto,se lanzó directamente contra Henry, moviéndose a la velocidad del rayo.Su espada cortó el espacio una y otra vez, liberando ondas de choque capaces de desgarrar el tejido dimensional.Cada golpe era un intento de superar la barrera de Henry, de romper el escudo que lo hacía intocable.
Henry finalmente desató su contraataque.Con un rugido que hizo temblar las estrellas, liberó una ráfaga de energía oscura que se expandió como una supernova inversa, consumiendo todo a su paso.Carlos apenas logró contrarrestarlo, convocando una barrera de campos electromagnéticos reforzada con la energía sagrada de su espada.
El choque entre Henry y Carlos ocurrió con una violencia indescriptible.Carlos, cargando su espada y el poder de la tormenta,avanzó hacia Henry con la intención de cortarlo en dos.Henry, por su parte, levantó ambos brazos, y el espacio a su alrededor comenzó a temblar.Una enorme fractura dimensional se formó,separando los dos como si fuerandos mundos diferentes chocando entre sí.
Carlos no se detuvo.El filo de su espada cortó el espacio mismo,cortando a través de la distorsión como si fuera papel, peroHenry respondió con su escudo, que se expandió de manera explosiva, desintegrando toda la tormenta alrededor.El rayo y el vacío se entrelazaron,fusionándose en una explosión tan intensa quela tierra tembló y el cielo se rompió,enviando ondas de energía hacia el horizonte.
El campo de batalla quedó marcado por el impacto,la vibración de los ataques resonando incluso a miles de kilómetros.No había una clara victoria; ambos guerreros seguían de pie, mirando el caos que habían desatado.Era solo cuestión de tiempo hasta que uno de los dos finalmente cayera.
La batalla alcanzó su punto más alto cuando ambos combatientes canalizaron todo su poder en un solo ataque.Carlos levantó su espada hacia el cielo, llamando a todos los rayos del planeta para converger en un único punto.El destello era tan intenso que los guardianes restantes tuvieron que retroceder, incapaces de soportar la fuerza bruta de la tormenta que se avecinaba.
Henry, por su parte,expandió su esfera hasta convertirla en un domo de oscuridad absoluta, absorbiendo toda la luz y energía circundantes.En el centro de esa oscuridad,una singularidad comenzó a formarse, una esfera de puro vacío que prometía devorar todo lo que tocara.
Ambos liberaron sus ataques al mismo tiempo.El cielo se partió en dos y el suelo se derrumbó bajo sus pies.La colisión de ambas energías no solo destruyó el campo de batalla, sino que rompió el tejido mismo del espacio-tiempo.El impacto fue tan devastador que los guardianes tuvieron que unir sus fuerzas para evitar que el planeta entero fuera destruido.
O al menos que la capa dimensional tan densa como lo era el planeta en el pasado fuera destruida.
Si dicha capa era destruida los guardianes sabian que la madre primordial desataria su ira y nada podria detenerla
Cuando el polvo finalmente se asentó,ambos guerreros permanecían en pie, aunque visiblemente exhaustos.Sus cuerpos estaban cubiertos de heridas, pero sus espíritus seguían ardiendo con la misma intensidad que al comienzo de la batalla.Los guardianes, silenciosos, observaban, sabiendo que el verdadero desenlace aún estaba por llegar.
El mundo entero parecía contener la respiración, esperando el próximo movimiento en una batalla que trascendía la mera supervivencia.Esto no era solo un combate físico; era el enfrentamiento de dos filosofías, dos legados, dos fuerzas imparables que no se detendrían hasta que uno de ellos cayera.
Pero todos se sorprendieron cuando el espacio de las heridas de Henry se contrajeron sanándolo y el mana ambiental comenzó a ser atraído por Henry reponiendo su estado, Carlos hizo los mismo. y comenzó a reponer sus reservas.
Henry se giro a ver a los guardianes restantes que aun en su lugar lo miraban con indiferencia.
Seguirán metiéndose en donde no los llamaron, guardianes de la primera tormenta.
Liberar a nuestros hermanos y te prometemos no intervenir mas. El guardián mayor dijo.
Tus palabras son insignificante pequeña chispa, incluso si tus guardianes tenían buena relacion con el linaje de Carlos no debieron meterse en donde no debieron ahora lárguense o ese punto donde los encerré lo convertiré en un agujero negro del cual nunca escaparan.
Tu decides pequeña chispa permanece aqui y muere junto al resto de basura o lárgate y vive tu insignificante e inmortal existencia.
En este encuentro, Carlos logró perforar el espacio y pudo cortar ligeramente la mejilla de Henry; una gota de sangre fluyó, aunque la herida sanó al instante sin dejar cicatriz. Henry miró con frialdad al viejo, y un destello carmesí salió volando, la gota de sangre se movió por el espacio convirtiéndose en una lanza de un brillante carmesí que se disparó hacia el corazón de Carlos.
El silencio fue absoluto, roto solo por el zumbido casi imperceptible de laluz carmesíque surcaba el espacio.La gota de sangre, minúscula e insignificante al principio,se transformó en una lanza ardiente que vibraba con un poder abrumador. El aire alrededor de ellase distorsionaba, como si la realidad misma intentara escapar de su trayectoria.
Carlos, con su aguda percepción,lo vio venir en una fracción de segundo.A pesar de su increíble velocidad, el ataque de Henry no era un mero proyectil;era una extensión de su voluntad, una declaración de supremacía que no podía ser esquivada tan fácilmente.Carlos alzó su espada de plata mundial nuclear,y los campos magnéticos que lo rodeaban estallaron en un escudo de energía pulsante.El impacto fue inmediato y brutal.
La lanza de sangre chocó contra el escudo magnético con un estallido queiluminó todo el campo de batalla como un sol naciente.La energía liberada fue tan intensa que el suelo bajo ellos se resquebrajó en todas direcciones, formando un cráter que parecía el epicentro de un cataclismo.Los guardianes, testigos de la batalla, se vieron forzados a retroceder,sus formas espectrales agitadas por las ondas de choque que amenazaban con desintegrarlos.
Carlos, sosteniendo su escudo con toda su fuerza,gruñó mientras los rayos de su tormenta convergían en su espada,reforzando su defensa. Pero la lanza no era solo un ataque físico;era una condensación de la esencia misma de Henry,una energía que podía desgarrar no solo la materia, sino también el alma.La barrera de Carlos comenzó a resquebrajarse.
—¡Impresionante! Pero aún no es suficiente para derrotarme, Henry!—gritó Carlos, su voz resonando con una mezcla de desafío y desesperación.
Con un rugido,Carlos giró su espada con una precisión milimétrica, desviando finalmente la lanza carmesí hacia el cielo.El proyectil ascendió como un cometa,atravesando las nubes y explotando en lo alto,generando un destello quedesintegró parte de la tormenta que había convocado.
Ambos guerreros permanecieron en sus posiciones, respirando profundamente mientras elmana ambiental fluía hacia ellos.El cuerpo de Henry brillaba tenuemente,las heridas de los enfrentamientos previos cerrándose rápidamente como si nunca hubieran existido.Carlos, envuelto en su aura de rayos y magnetismo, también se regeneraba,absorbiendo la energía de su entorno y restaurando sus fuerzas.
—Veo que no he perdido mi toque, viejo alumno,—dijo Carlos, con una sonrisa cansada pero llena de determinación.
—Tus trucos no han cambiado, Carlos,—respondió Henry con frialdad, su voz cargada de un desdén calculado.—Pero tampoco han mejorado.
En un movimiento inesperado, Carlos levantó su espada y laimbuyó con un poder descomunal,su hoja brillando como si contuviera el corazón de una estrella.Con un solo golpe, perforó el espacio mismo,un corte que atravesó no solo el aire, sino la barrera dimensional de Henry.La hoja logró rozar su mejilla,dejando un fino hilo de sangre que contrastaba con su piel pálida.
Henry se detuvo un instante.La herida, aunque insignificante, era una señal de que Carlos aún podía desafiarlo. Sin embargo, la sorpresa no duró.La sangre de Henry fluyó por la herida,y antes de que pudiera caer al suelo,se reunió en una esfera brillante, flotando frente a él.
—Esto será más que suficiente,—susurró Henry, su voz teñida de una peligrosa serenidad.
La gota de sangre comenzó a brillar intensamente, transformándose nuevamente en una lanza carmesí que pulsaba con una energía aún más aterradora que antes.Pero esta vez, no se limitó a lanzarla.Con un movimiento de su mano,desgarró el espacio frente a él, abriendo una brecha que multiplicó la lanza en cientos de copias idénticas.Cada una de ellas apuntaba directamente a Carlos,rodeándolo desde todos los ángulos posibles.
—¿Puedes soportar esto, maestro?—preguntó Henry, con una sonrisa gélida.
Carlos no flaqueó.Con un grito feroz,levantó su espada y liberó un estallido de energía magnética que repelió las primeras lanzas,haciendo que explotaran en ráfagas de luz y sonido.Pero las restantes continuaron su curso,surcando el espacio con una velocidad que desafiaba la comprensión.
En un instante, Carlos desapareció.Su cuerpo se convirtió en un relámpago puro, moviéndose a una velocidad cercana al 50% de la luz.Evitaba las lanzas con precisión milimétrica,sus movimientos creando booms sónicos que resonaban como truenos.Sin embargo, algunas lanzas lo alcanzaron, rozándolo y dejando marcas ardientes en su armadura.
Desde la distancia,Ryan observaba con preocupación.Sabía que no podía igualar la fuerza de esos dos titanes, perosu deber era apoyar a Carlos.Con un gesto rápido,disparó varios rayos de energía hacia Henry,apuntando a desestabilizar su forma mientras esquivaba las lanzas.
Henry percibió el ataque y, sin detenerse,levantó su brazo libre, desviando los rayos de Ryan con una barrera de magnetismo.
Henry aprovechó la distracción.Con un movimiento que parecía desafiar las leyes del tiempo, apareció frente a Carlos, su espada de oricalco sangriento desbordando energía maldita.Ambos atacaron simultáneamente, sus armas chocando con una fuerza que creó una explosión de energía equivalente a la detonación de múltiples bombas de hidrógeno.
El impacto destrozó el paisaje,levantando una columna de luz y oscuridad que alcanzó el cielo.Los guardianes, que habían permanecido como observadores,retrocedieron aún más, incapaces de soportar la intensidad del choque.
Cuando la luz se desvaneció,Henry y Carlos permanecían de pie, sus cuerpos cubiertos de heridas superficiales, pero sus ojos ardían con la determinación de continuar.
—Esto aún no ha terminado,—dijo Carlos, ajustando su espada con una sonrisa desafiante.
—No, viejo, apenas está comenzando,—respondió Henry, con una frialdad que helaba los huesos.
El aire mismo parecíagritarbajo el peso de los poderes desatados.Las heridas abiertas en ambos guerreros ya no eran simples marcas de batalla; eran trofeos de una violencia que trascendía lo humano.El campo de batalla estaba irreconocible, un páramo que parecía haber sido devastado por el fin del mundo. Pero aún así, Henry y Carlos permanecían en pie,desafíos vivientes al concepto de mortalidad.
Con un rugido que sacudió el paisaje y los lugares distantes,Henry levantó su espada de oricalco sangriento, que ahora goteaba una energía maldita tan densa que transformaba el suelo bajo sus pies en un lodo negro y viscoso. El arma parecía cantar, un himno de guerra macabro que retumbaba en los oídos de todos los presentes.Cada gota de sangre derramada por ambos guerreros se elevó en el aire,arrastrada por la influencia de la espada, y comenzó a orbitar alrededor de Henry como si fueran satélites de muerte.
—¿Sientes eso, Carlos?—preguntó Henry, con una voz que era tanto un susurro como un trueno.—Es el juicio.
Carlos respondió con una sonrisa torcida, su rostro cubierto de sudor y sangre, pero sus ojos brillaban con la luz de la tormenta que lo rodeaba.Su espada de plata mundial nuclear chisporroteaba,rodeada de rayos que serpenteaban como serpientes hambrientas. Dio un paso adelante y, con un movimiento de su espada,invocó un torrente de rayos de un azul cegador,que cayó del cielo como una cascada divina.
Las gotas carmesí y los rayos azules chocaron en el aire,creando una serie de explosiones tan potentes que el sonido llegaba con un retraso espeluznante, como si la realidad misma estuviera tratando de ponerse al día con la magnitud de su destrucción.
Desde la distancia,los guardianes que habían permanecido como meros observadores comenzaron a moverse.Formas luminosas y majestuosas,sus cuerpos etéreos parecían estar compuestos de pura energía celestial.Uno de ellos, más grande que los demás, alzó un brazo espectral yenvió una lanza de luz directamente hacia Henry.
—¿Así que han decidido intervenir otra vez?—gruñó Henry, girándose hacia el proyectil. Sin dudarlo,levantó su espada y cortó la lanza en dos,liberando una onda de energía oscura que hizo retroceder al guardián, dejando su forma luminosa parpadeando.
Ryan, desde la distancia, gritó a los guardianes:
—¡No lo subestimen! Ese monstruo devorará sus almas si se acercan demasiado!
Pero era demasiado tarde.Los guardianes, enfurecidos, descendieron en masa, sus cuerpos envolviéndose en un halo de fuego celestial.Carlos aprovechó el caos y lanzó su propio ataque.Elevó su espada y, con un grito que resonó como un trueno,desató un corte magnético que dividió el terreno en dos,dejando un abismo de cientos de metros de profundidad.
Henry no retrocedió.Sus ojos brillaban como brasas vivas, y con un movimiento fluido, envió una ola de energía carmesí hacia los guardianes.El ataque los impactó como una marea imparable, desgarrando su esencia y esparciendo fragmentos de luz por todo el campo de batalla.Un guardián cayó, su forma reducida a cenizas lumínicas,y los demás vacilaron, claramente conscientes de que no estaban luchando contra un simple mortal.
—¡Esto es inútil! ¡Carlos, tú también caerás!—gritó Henry, y en su voz resonaba una mezcla de rabia y algo más oscuro: un hambre insaciable.
Carlos, mientras tanto,se había cargado completamente de la energía de su tormenta.Su cuerpo era ahora un relámpago viviente, y cada paso que daba causaba que el suelo se vitrificara bajo sus pies.Desapareció en un destello,y reapareció justo frente a Henry, su espada cortando en un arco amplio.
Las espadas chocaron, y la colisión liberó una onda expansiva que destrozó las nubes y envió pedazos de tierra volando a kilómetros de distancia.La energía liberada no era solo física;era una lucha de voluntades, una batalla entre la esencia maldita del oricalco sangriento y la santidad indomable de la plata mundial nuclear.
Carlos rugió mientras su espada avanzaba, sus cortes formando patrones de rayos que atravesaban el espacio y desgarraban el mana ambiental.Henry, por su parte, no retrocedió ni un centímetro.Su espada parecía alimentarse del daño recibido,y cada golpe que lanzaba era más devastador que el anterior.
—¡Esto es todo lo que tienes, viejo!—espetó Henry, girando su espada en un arco que dejó un rastro de oscuridad absoluta, un vacío que parecía devorar la luz misma.
Carlos bloqueó el ataque, pero el impacto lo hizo retroceder varios metros,sus pies dejando surcos en el suelo destrozado.
—¡No subestimes a tu maestro!—gritó Carlos, canalizando toda su energía en un único movimiento.Su espada cortó el aire, y de la hoja surgió una explosión de rayos que parecía un huracán eléctrico,envolviendo a Henry en su totalidad.
Desde la distancia,Ryan observó con horror cómo la energía de Carlos parecía consumir a Henry.Pero algo en su interior le dijo que eso no sería suficiente.Sin dudarlo, lanzó una serie de ataques de energía hacia Henry,estos ataque tenian una masiva cantidad de mana.
Mas que flechas de mana eran pilares de mas de 5 metros de grosor que cruzaban el espacio, Henry que estaba siendo bañado en el rayo solo permitio que los ataques de Ryan cruzaran el espacio hacia el.
—¡Padre, no dejes que gane!—gritó Ryan, antes de que un rayo lo alcanzara de lleno, lanzándolo varios metros hacia atrás.El joven tosió sangre, pero sus ojos permanecieron fijos en su objetivo: apoyar a Carlos su padre.
Cuando la tormenta de rayos se disipó, Henry emergió, su cuerpo cubierto de cortes y quemaduras, pero su mirada aún ardía con una intensidad inhumana.Sus manos, firmes en la empuñadura de su espada, temblaban ligeramente, pero no por debilidad, sino por la furia contenida.
Carlos, igualmente herido, respiraba con dificultad, pero aún mantenía su postura, su espada chisporroteando con la energía residual de su último ataque.
—Esto... no ha terminado, Henry,—dijo Carlos, escupiendo sangre pero con una sonrisa desafiante.
—No, aún no, pero la próxima vez no quedarás en pie, viejo.—Henry alzó su espada una vez más, y el aire a su alrededor comenzó a vibrar con una energía aún más oscura y letal.
La batalla continuaría, pero ahora, ambos sabían que el siguiente golpe sería definitivo.Y ninguno estaba dispuesto a retroceder.
—Debo admitir que sentí ese ataque tuyo, anciano—dijo Henry, su voz retumbando con una mezcla de ironía y respeto. Se llevó la mano a la mejilla, donde la ligera herida había desaparecido, pero su cuerpo aún recordaba el impacto. Sus ojos carmesíes chispearon con reconocimiento—.El poder de la Madre Primordial...—murmuró con gravedad—. Es una de las pocas cosas que puede atravesar mi barrera dimensional.
Un silencio sepulcral cayó sobre el campo de batalla por un instante, como si incluso los relámpagos y el viento retuvieran el aliento. Labarrera de Henry, una habilidad derango A, era legendaria. Capaz de resistir el peso de realidades colapsadas, deformar el espacio-tiempo mismo y protegerlo incluso si unaestrella entera colapsabaen un agujero negro. Henryno moriría, no en el sentido literal, perosaldría gravemente herido. Tal era la magnitud, sencillamente eraunahabilidad rota.
Carlos, aunque agotado, sintió que había arañado esa supremacía inquebrantable.La Madre Primordial. Su poder fluía desde las profundidades delplaneta Tierra, un mundo que, como sus habitantes, había cambiado. Laactual Tierraya no era el mismo orbe frágil de antaño.El planeta había evolucionado.Cada roca, cada molécula de aire y océano era ahora una sinfonía de resistencia y poder.
La nuevaTierraeramás resistente que cualquier cosa en la galaxia conocida. Podía soportarcolisiones estelares, choques de civilizaciones cósmicas, y mantener su estructura intacta, como una madre protegiendo a sus hijos.
—¿Lo sientes, Henry? —la voz de Carlos retumbó como un trueno lejano, las tormentas aún danzando en el cielo—. La Tierra misma se alza contra ti.
—¿La Tierra? —Henry sonrió con desdén, su figura envuelta en un aura tan densa que parecía arrastrar la realidad hacia sí misma—.¿Crees que la energía de este planeta puede detenerme?
Pero en el fondo, Henry lo sabía:la energía de la Tierraera única. Era laúnica fuerzaque podíaatravesar su barrera dimensional.El poder de un mundo que había resistido extinciones, guerras y colapsos cósmicos; el poder de un planeta que no había sido destruido, sino que habíaevolucionadohasta convertirse en una fortaleza viviente, capaz de sostener la batalla de titanes que ahora se desataba en su superficie.
Carlos invocó una nueva oleada de rayos. Los guardianes ancestrales que observaban parecían inclinar la cabeza, reconociendo el sacrificio y el coraje de ambos hombres. La tormenta rugió como unabestia primigenia; rayos deazul plateadocayeron con tal intensidad que los cráteres se formaron en fracciones de segundo, evaporando kilómetros de tierra.
—Entonces, rompamos el cielo mismo, Henry.
La espada dePlata Mundial Nuclearen la mano de Carlos vibró con un poder antiguo y sagrado. Mientras tanto, Henry, con elOricalco Sangriento, alzó su arma con arrogancia, el metal maldito brillando con un hambre insaciable.
—Rompe lo que quieras. Yo lo reconstruiré con tu cadáver, anciano.
Ambos se movieron al unísono.La barrera dimensionalde Henry crujió, tensándose, mientrasCarlos perforaba el espaciocon ataques tan rápidos que parecíanlíneas de luz, trazando fracturas en la realidad misma.
El impacto de cada choque liberó explosiones comparables abombas de hidrógeno, peromás destructivas. La onda expansiva barrió todo a kilómetros a la redonda. Las montañas sedesmoronaron, los océanos a cientos de kilómetrosse agitaron, y lasnubes se evaporaron, dejando un vacío absoluto sobre sus cabezas.
Desde la distancia,Ryan y los guardianesintentabanatacar, lanzando oleadas de energía ancestral y disparos de luz concentrada. Pero esos ataques eran como meras gotas de agua en una tormenta de mana. Henry, con un gesto de su mano,dobló el espacioy los ataques desaparecieron,rebotando hacia sus propios creadores.
—¡Es imposible! —gritó Ryan, retrocediendo mientras esquivaba un rayo de su propio ataque.
Carlosaprovechó ese instantey atacó nuevamente.Su espada rasgó el aire, y por primera vez, un corte logróromper parcialmentela barrera. El espaciogimiócomo si la realidad misma sintiera dolor.
—¡Ja! —Henry soltó una carcajada ensordecedora—. ¡Más, Carlos! ¡MUCHO MÁS!
Carlos se lanzó como un relámpago encarnado, mientras Henry respondió con el filo maldito del Oricalco. El sonido de los choques era como elrugido de mil soles muriendo, y cada golpe era una sentencia de muerte para el terreno que pisaban. La sangre de ambos comenzaba a teñir la tierra, evaporándose al instante por el calor generado por su poder.
Eraun espectáculo aterrador, una guerra entre dioses en un planeta convertido encampo de batalla.La Tierra misma temblaba, como si rugiera en desafío, resistiendo y absorbiendo cada embate que amenazaba con destruirla.
Carlos y Henry, en su brutalidad y poder desmedido, parecían capaces deborrar civilizaciones enterascon una mirada, pero en ese duelo, no eran simples guerreros: eranavatares de dos legados opuestos, luchando para determinar cuál prevalecería.
—Has durado mucho más de lo que pensé, viejo.—Henry dijo con una sonrisa cruel, mientras observaba a Carlos. La intensidad de la batalla había marcado a ambos con cicatrices, pero aún se mantenían en pie, con el mismo fervor y rencor que al principio.
Henry levantó su mano hacia su espada, elOricalco Sangriento, y con un gesto casi despectivo, cortó levemente su dedo pulgar.Una gota de sangrecayó, casiinsignificante, y sin embargo, en el instante siguiente, esa misma gota de sangre comenzó afluircon una fuerza casi antinatural.
El espacio a su alrededorse deformó, retorciéndose y crujía como si unadimensión enteraestuviera siendo arrancada. En ese momento, la gota de sangre setransformórápidamente en unalanza de energía carmesí, su forma de pura ira y maldad,punzante y definitiva.
Eldestino final de Carlosestaba sellado. La lanza, como unrayo de muerte,se disparó hacia el corazón de Carloscon la precisión de una tormenta destellante. El impacto sería mortal, era solo cuestión de tiempo. La velocidad de esa lanza, alimentada por la voluntad de Henry y el poder de su sangre maldita, era incalculable.
Sin embargo, un destello dedesesperacióncruzó la mirada deRyan, quien había observado con horror el desarrollo de la batalla entre su padre y Henry. Su corazón latía con fuerza, pero el peso de ladesigualdadera insoportable.Ryan estiró su mano, y unagota de aguaapareció en el aire, flotando con una calma casi surrealista justo en el pecho deCarlos.
La gota brillaba en el aire, pequeña pero llena de significado. Al principio, parecía un gesto inútil, una simple burla frente a la magnitud del ataque que estaba a punto de atravesar a Carlos. Pero Ryan sabía lo que significaba. Ladiferencia entre ellos era masiva, labrecha entre sus poderes tan grande que se sentía como si pertenecieran a mundos diferentes.
Ryan tembló al ver el choque de poder. La distancia entre ladesgarradora energía de Henryy ladébil gota de aguaen su mano no solo era física. Era la distancia entredimensiones, entrehombresque habían alcanzado niveles de poder que pocos podían comprender.
Carloslo vio también, y en ese momento, algo en su interior sequebró. Lalanza de sangrede Henry, en su inquebrantable fuerza, siguió avanzando, y parecía que nada podría detenerla. Pero la gota de agua, con su simplicidad y pureza, fue la última defensa queRyanpodía ofrecer, la última esperanza que quedaba en eseuniverso fracturado.
—No es suficiente, hijo...—murmuró Carlos, a través de la máscara de dolor y agotamiento que se reflejaba en su rostro, mientras el destino de todos se desmoronaba frente a sus ojos.
La lanza se acercaba,la tierra temblaba, y el final de esta batalla, entre los titanes deespacio y tiempo, parecía inevitable.
Henry observaba con undesdén absolutoa Ryan, ese hijo que en sus ojos solo era una sombra irrelevante, un error que el tiempo había arrastrado hasta aquí. Las palabras que salieron de su boca fueron tanfrías como el filo de su espada, tan crueles como el campo de batalla que los rodeaba.
—Basura, ¿quién te dio el derecho de intervenir?
Con un movimiento casiindiferente,su manosurcó el aire, y el espacio mismo pareciótorcersea su voluntad. Lalanza carmesí, pulsando con una energía tan devastadora que parecía uncorazón maldito latiendo, siguió su trayectoria hacia Carlos con unavelocidad imposible. El aire a su paso estalló en ondas sónicas que fragmentaron la tierra y elevaron nubes de polvo y escombros en todas direcciones.
Ryan, a unos metros de distancia, sintió cómo el peso del poder de su padre lo aplastaba, como si estuviera atrapado en el centro de una tormenta que devoraba todo a su paso. Cada centímetro de su cuerpoardíapor la presión; era como si elmundo mismolo estuviera aplastando. El esfuerzo de mantenerse en pie, deresistirla pura presencia de aquel ataque, era algo que solo un ser sobrehumano podría soportar.
—¡No puedo... dejar que esto suceda! —gritó Ryan con una mezcla de desesperación y furia, estirando ambas manos hacia adelante, como si pudiera contener elcataclismoque se acercaba.
Laluzque emanaba de la lanzase intensificó, su energía carmesí arremolinándose como un agujero negro dispuesto a consumir todo. Una simple fracción de esa fuerza, un mínimocontacto, sería suficiente paraaniquilar un continente enteroen aquellos tiempos en los que laTierra carecía de maná. Pero ahora, en un mundo que habíaevolucionadojunto con sus habitantes, Ryan tenía que demostrar que no era solo unespectadoren esta batalla de dioses.
Su cuerpo temblaba, la presión lo hacía sangrar por la nariz y las comisuras de los labios, pero no retrocedió. Alzó su mano y, con un rugido desgarrador, una esfera deagua comprimidasurgió de sus palmas. Era pequeña,ínfimaen comparación con eltorrente sangrientode Henry, pero estaba cargada de unavoluntad inquebrantable.
—¡No te lo permitiré!—rugió Ryan, y la esfera se expandió en un estallido de agua pura que golpeó la lanza de Henry a medio camino.
Elchoquefue titánico. La tierra sehundióbajo ellos, como si un meteorito acabara de impactar.Olas de energíacarmesí y azul estallaron en direcciones opuestas, desgarrando el terreno,quebrando montañasen la distancia y enviandofragmentos de roca del tamaño de edificioshacia el cielo. El aire mismo pareciógritarante la presión de aquellas fuerzas opuestas.
Henry, aún con su sonrisa arrogante, observaba cómo Ryan intentaba resistir.Chasquidoseléctricos corrían por su brazo, mientras se preparaba para otro movimiento, uno aún más destructivo.
—¿Esto es todo lo que puedes dar? —espetó Henry, mientras sus ojosbrillaban con un carmesí demencial—. ¡Esfuerzo inútil, sangre débil!
El espacio alrededor de Henryse desgarró, y un segundo ataque comenzó a formarse. Esta vez no era solo una lanza, era unaespiral de sangreque giraba con tanta velocidad que parecía unvórtice dimensional, absorbiendo todo el maná del ambiente y expulsándolo en una furia sin control.
—¡Padre, atrás!—gritó Ryan, intentando reunir sus últimas fuerzas mientras la esfera de agua se fragmentaba en miles de gotas suspendidas en el aire, cada una vibrando con una energía pura y destructiva.
Carlos, observando la escena, supo que no podía confiar únicamente en su hijo. Su espada dePlata Mundial Nuclearcomenzó a brillar con unresplandor plateadoque hizotemblarincluso a los guardianes que miraban desde el cielo. Cada movimiento de Carlos generabatormentas eléctricas, y los rayos descendían hacia la espada como serpientes que obedecían a su amo.
—Henry, tu arrogancia será tu perdición.—Carlos habló con una voz grave, resonante como un trueno.
El tiempo pareció ralentizarse. Henry, con su espiral carmesí, lanzó el ataque definitivo hacia ambos. Carlos, con un grito que hizo vibrar el espacio mismo, desató un corte que liberó unaonda de choque plateada, unatormenta magnéticatan densa que curvó la gravedad a su alrededor. Ryan, en el centro, reunió las gotas de agua que había dispersado y las hizo estallar en una explosiónpurificadoraque parecía capaz de desafiar incluso el poder del Oricalco Sangriento.
La colisión fue indescriptible. Unmar de destruccióndevoró el campo de batalla, tragándose todo a su paso.El suelo se desintegró, dejando un cráter de kilómetros de profundidad. Los guardianes en el cielo, sorprendidos,retrocedieron, y el espacio mismo tembló con una fisura que dejó ver un abismo más allá de la realidad.
Cuando el polvo comenzó a asentarse,Carlos,RyanyHenryseguían en pie, sus cuerpos cubiertos de heridas, su energía al límite, pero aúnfirmes. Henry sonrió, tocándose la mejilla donde una nueva herida comenzaba a sangrar, una herida que tardaba más de lo normal en cerrarse.
—Interesante...—murmuró Henry, con la emoción de un depredador que finalmente encontraba un desafío—. Tal vez no sean tan insignificantes después de todo.
La tensión en el aire era casi tangible, como una cuerda de acero a punto de romperse. Losguardias de Carlos, hombres y mujeres curtidos por incontables batallas, sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas al presenciar elpoder descomunalque se desataba ante ellos.Henryno era solo un enemigo, era uncataclismo con forma humana. A cada paso, a cada movimiento de su mano, elmundo mismo se torcíapara obedecerle.
Entre ellos,Darian, un guerrero robusto de cicatrices tan viejas como su lealtad a Carlos, no pudo soportarlo más. Lagota de sangre carmesíque Henry había lanzado como lanza seguía palpitando en su mente como un tambor de guerra. El sueloresquebrajadobajo sus pies, el aire cargado de electricidad, todo le gritaba que la batalla había escalado mucho más allá de cualquier comprensión mortal.
—¡No podemos dejar que eso le suceda!—rugió Darian con una voz queretumbóentre el grupo. Era un grito derabia y desafío, uno que buscaba encender el valor en los corazones de sus compañeros.
Los otros guardias lo miraron, algunos conadmiración, otros conterror. Cada uno sabía lo que significabaenfrentarse a Henry. Era como saltar al centro de unhuracáncon una antorcha en la mano, como lanzarse al vacío sabiendo que no había red que pudiera salvarlos. Y aun así, las palabras de Darian encendieron algo en ellos.
—¡Estás loco! —murmuró un joven guardia, su voz temblorosa—. ¡No tienes idea del poder que tiene ese monstruo!
—¡Y qué!—respondió Darian, girándose con furia—. ¿Acaso hemos olvidado por qué estamos aquí? ¿A quién juramos proteger? ¡Elmaestro Carloslucha por todos nosotros! ¡Si él cae, caeremos todos de una forma u otra!
Los guerreros intercambiaron miradas tensas. Era verdad, lo sabían. Si Carlos perdía, no solo perderían a su líder, perderían el mundo entero. Henry no dejaría nada en pie, ni ellos, ni sus familias, ni los restos de humanidad que aún quedaban.
—¡Darian tiene razón!—gritó otro guardia, una mujer de cabello trenzado llamada Selene, su mirada fija en el combate—.¡Si morimos, lo haremos peleando!
Darian asintió, sujeta su espada con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. El filo del arma vibraba ligeramente en su mano, como si respondiera al impulso de su portador.
—¡Por el maestro Carlos!—rugió, echando a correr hacia elcampo de batalla.
—¡Por Carlos!—gritaron los demás, uno a uno, hasta que el grito se convirtió en unrugido colectivo, un canto de guerra que resonó como un trueno.
La tierraretumbóbajo sus pies cuando avanzaron,docenas de guerreroslanzándose al corazón de la tormenta. Pero lo que encontraron los dejóhelados.
Henry, que hasta ese momento parecía completamente concentrado en Carlos y Ryan, giró su cabeza hacia ellos. Sus ojos, dos pozoscarmesíes, brillaron con undestello cruelal ver a los soldados avanzar. La sonrisa que curvó sus labios era la de un depredador al acecho.
—Insectos...—murmuró con desprecio, su voz tan baja como un murmullo, pero tan poderosa que atravesó el estruendo de la batalla.
Sin mover un músculo más que unleve giro de su muñeca,el espacio se desgarrófrente a los soldados. Unaonda invisiblebrotó de Henry como una explosión silenciosa, arrasando el terreno con una fuerzaimposible. El suelo se hundió en un radio de kilómetros, rocas y árboles fueronpulverizadosal instante, y los primeros guardias que alcanzaron la onda de choquedesaparecieronen una neblina roja.
—¡Noooo!—gritó Darian, mientras el aire se convertía en una trampa mortal a su alrededor. Logróclavar su espadaen la tierra para resistir el embate, pero sus compañeros no tuvieron la misma suerte.
Selene fue lanzada hacia atrás como una muñeca de trapo, impactando contra una roca que estalló bajo la fuerza de su cuerpo. Otros fueronpartidos en dospor el viento mismo, como si cuchillas invisibles los hubieran desgarrado. El campo de batalla, que segundos atrás resonaba con el grito de los guardias, quedósilenciososalvo por el eco de la risa de Henry.
—¿Pensaron que podíantocarme? —dijo, mientras levantaba una mano ensangrentada, una gota de sangre evaporándose al contacto con el aire—. Patéticos.
Darian,heridoy jadeante, levantó su mirada hacia Henry. Aunque sus rodillas temblaban y la sangre corría por su frente, sus ojos aún ardían con determinación.
—No... te... saldrás con la tuya...
Henry ni siquiera se molestó en responder. Simplemente chasqueó los dedos y unalanza de sangresurgió del aire, apuntando directamente al pecho de Darian. Pero en el último instante,una descarga plateadaatravesó el espacio, desviando el ataque.
Carlos, con su espada dePlata Mundial Nuclear, apareció entre ellos, su cuerpo cubierto de heridas pero su mirada más firme que nunca.
—Basta, Henry. No los toques. Esta pelea es entre tú y yo.
El rostro de Henry mostró una sonrisa aún más amplia, como si el desafío lo deleitara aún más.
—Entonces,hazme temblar, Carlos... si puedes.
Y con eso, elinfiernocomenzó de nuevo.
Los guerreros respondieron alrugido de Dariancon un grito unificado, un estruendo de acero chocando contra el suelo cuando formaronfilasapresuradamente. La voz de Darian vibraba con un tonoferoz, pero su pecho sentía el peso de una montaña al saber lo que enfrentaban. Aquello no era una batalla, era unasentencia de muertepara quienes osaran interponerse entreHenryy su presa.
Carlos, al asintir, no solo le otorgó aprobación; le transfirióresponsabilidad. La mirada de Darian, que por un instante vaciló al encontrarse con la del anciano, se endureció. No podían retroceder ahora. El eco delos guardias cayendominutos atrás todavía retumbaba en su mente.
—¡Formen filas!—rugió Darian, girándose hacia sus hombres, su voz cortando el aire como un latigazo—.¡Protejan a mi hermano, sin importar el costo!
Los soldadosobedecieron, formando un muro de escudos y lanzas, cada uno apretando las mandíbulas, sabiendo que lo que se les venía encima no era algo que pudieran contener. El suelo vibró bajo sus botas, y el viento rugió como un demonio desatado. A lo lejos, lalanza carmesí—el símbolo del desprecio de Henry— seguía su curso, uncometa de destrucción puraque deformaba el espacio mismo a su alrededor.
—¡Escudos en alto!—gritó Selene, recuperándose de sus heridas y uniéndose a la formación, sus ojosbrillando con furia y determinación—. ¡Por Carlos! ¡Por la tierra que aún queda en pie!
Los guerreros gritaron en respuesta, pero no había ilusión en sus mentes. Cada uno sentía el peso delpoder imposibleque se les venía encima. La lanza no era un simple ataque; era unadeclaración de exterminio.
Carlos, a pocos metros detrás, levantó su espada, laPlata Mundial Nuclear, y los relámpagos respondieron a su llamado. Su figura, aunque desgastada, parecía unpilar inquebrantableen medio del caos.
—¡Darian, retrocede! ¡No podrán resistirlo!—advirtió Carlos, su voz tronando por encima del rugido de los cielos.
—¡No puedo abandonar mi puesto! —respondió Darian sin mirar atrás, su cuerpo firme como un muro—. ¡Es nuestro deber protegerlo!
—¡Necios!—la voz de Henry retumbó como un trueno, resonando en todas direcciones. La lanza carmesícreciórepentinamente en tamaño, expandiéndose hasta parecer unacolumna de sangre incandescenteque se tragaba el cielo.
Los guardiasse estremecieron, pero no retrocedieron. Cada uno asumió su lugar, sus pensamientos enfocados en lo único que importaba:ganar tiempopara Carlos y para el mundo.
—¡Aguanten!—rugió Darian, levantando su escudo.
La lanza impactó como unjuicio divino. El primer contacto fueapocalíptico: el suelo bajo los guardiasse fracturó en millares de grietas, y unaexplosión ensordecedoraarrasó el campo. Los escudosse fundieronal instante, el aire seincendió, y la primera línea de soldados fuevaporizadaen una tormenta de fuego y sangre.
Darian fue lanzado hacia atrás, golpeando el suelo con uncrackseco mientras su pecho se llenaba de un dolor imposible. A su alrededor, las filas que formaron valientemente segundos antes eran ahora solo uncráter humeante, y el rugido de la lanza aún retumbaba en el aire.
—¡No... no...! —murmuró Darian, intentando levantarse, su cuerpo temblando mientras una mano ensangrentada buscaba su espada.
Pero antes de que la desesperación lo consumiera, unresplandor plateadoatravesó lanube carmesí.Carlos, envuelto en un aura eléctrica y con su espada brillando como un sol frío, había bloqueado el núcleo del ataque. LaPlata Mundial Nuclearvibraba,cortando la lanza de sangreen dos con un zumbido que parecía dividir el mismo espacio.
—¡Levántate, Darian! ¡Aún no termina!—bramó Carlos, su voz rugiendo como el trueno.
Darian levantó la mirada, y aunque apenas podía respirar, un fuego se encendió en sus ojos al ver lafigura imponente de su maestro.
Henry observó la escena con una sonrisa torcida, sus ojos rojos brillando con un deleite casimacabro.
—¿Sigues resistiendo, anciano?—dijo con sorna, aunque su voz llevaba un matiz derespeto velado—. Eres más terco de lo que imaginaba.
Carlos giró la espada entre sus dedos, y el aire vibró conrelámpagos entrelazadosque comenzaban a acumularse en su hoja.
—Si crees que me rendiré... aún no entiendes quién soy.
Henry dejó escapar una carcajada seca mientras el espacio a su alrededor comenzaba adoblarse nuevamente, preparándose para otro ataque.
—Muy bien entonces.¡Veamos cuánto dura tu determinación!
Desde atrás,Ryan, con la frente cubierta de sudor y lágrimas silenciosas, observaba todo. Su corazón martilleaba en su pecho mientras intentaba reunir el coraje necesario para intervenir una vez más.
—Debo... debo hacer algo... —susurró entre dientes, mientras undestello azulcomenzaba a formarse en su palma.
Henry agito su mano y una nueva lanza aparecio pepro esta vez en vez de parecer ser hecha de sangre parecia ser un cristal, un cristal de espada rojo
Mientras tanto, Ryan sintió cómo el sudor le resbalaba por la frente; sabía que debía actuar rápido. Con un movimiento decidido, levantó su mano y conjuró un nuevo escudo de agua justo frente a Carlos. La gota que había aparecido antes se expandió rápidamente hasta formar un muro líquido que absorbió la energía del ataque carmesí.
La explosión resultante fue ensordecedora; el escudo vibró bajo la presión del impacto, pero logró contener la lanza. Los guardias retrocedieron ante la fuerza del choque, algunos cayendo al suelo mientras otros mantenían sus posiciones temblorosas.
Henryobservó el resultado con una mueca de molestia apenas visible; su mirada carmesí escrutó el campo de batalla como si estuviera buscando una grieta, unadebilidaden la defensa de Carlos y Ryan. Lalanza cristalina, ahora envuelta en un aura rojiza, parecía aún más peligrosa, como si el espacio mismose doblaraen torno a ella. Cada pulgada de ese arma relucía como un fragmento de un sol oscuro y muerto.
—¿Crees que un muro de agua podrá contenerme para siempre?—la voz de Henry resonó con desprecio, aunque en sus ojos había un atisbo de reconocimiento—.Ryan, tu voluntad me sorprende... aunque solo estás retrasando lo inevitable.
Ryan apretó los dientes, sus manos temblando por el esfuerzo de mantener elescudo acuosoque aún chisporroteaba con restos de energía carmesí. El joven sentía sus músculos quemar, su cuerpo al borde del colapso, perono podía ceder.
—¡No permitiré que toques a mi padre! —rugió Ryan, sus ojos brillando con una mezcla de ira y miedo mientrasla presión del manáa su alrededor aumentaba.
Carlos, al ver a su hijo resistir, clavó sus ojos en Henry con una intensidad feroz. LaPlata Mundial Nuclearen su mano comenzó avibrar, liberando una serie de descargas eléctricas que hicieron temblar el aire a su alrededor. Los relámpagos que se entrelazaban sobre su cabeza descendieron en espirales hacia su cuerpo, envolviéndolo en unaura de tormentatan brillante que resultaba casi imposible mirarlo de frente.
—¡Ryan, retrocede!—ordenó Carlos, su voz retumbando con el peso de un trueno—.¡Esto es entre él y yo!
Ryan dudó, pero el poder que comenzaba a irradiar su padre lo convenció de que debía moverse. La gota gigante de agua que servía como escudo sedispersóen una lluvia que parecía reflejar las llamas del campo de batalla.
Henry esbozó una sonrisa fría y movió su mano con un gesto casi perezoso. Lalanza cristalinacomenzó a girar lentamente, pero en cada giro su tamaño aumentaba, su forma se hacía másafilada, más imposible. Era como si el arma fuera absorbiendoel maná del airey comprimiéndolo en su núcleo.
—Vamos, anciano, muéstrame qué más puedes hacer.
Carlos no respondió con palabras. En su lugar, levantó su espada con ambas manos, y elcampo magnéticoa su alrededorcolapsó y se expandióen cuestión de segundos. La tierra bajo sus piesse fragmentó, y una ola deelectricidad plateadase disparó en todas direcciones. Los guardias, aún a kilómetros de distancia, se vieron obligados a cubrirse los ojos yretrocedermientras el aire silbaba con una presión desgarradora.
—Plata Mundial: Corte del Horizonte.—Las palabras de Carlos fueron calmadas, pero el mundo tembló.
Con unmovimientotan rápido que el ojo humano no pudo seguir,Carlosdesapareció. Lo único que quedó fue un arco luminoso que brilló en el aire como si un segundosol plateadose hubiese formado. Henry apenas tuvo tiempo dereforzar su barrera dimensionalantes de que elcortelo alcanzara.
La lanza de cristal fuepartida en dos.
Por un segundo eterno,el tiempo pareció detenerse. La barrera de Henryvibróy se contrajo, tratando desesperadamente de contener el ataque de Carlos. Grietas finas, como telarañas hechas deespacio roto, aparecieron en el aire. Henry sintió el impacto en su pecho, una presión desconocida quele arrancó un gruñido.
—¡Imposible...! —murmuró entre dientes mientras sentía cómosu barrera cedíapor una fracción de segundo.
Laonda expansivaque siguió fueapocalíptica. La tierra bajo sus pies explotó en un radio dedecenas de kilómetros, lanzando fragmentos de roca y polvo al cielo como si un volcán hubiese despertado. Montañas distantescolapsaronbajo la fuerza del impacto, y las nubes en el horizonte fueronbarridaspor completo, dejando un cielo vacío donde solo quedabanrelámpagos furiosos.
Henry apareció entre el polvo, su cuerpo rodeado deun espacio distorsionado, como si la misma realidad intentararepararsea su alrededor. Su pecho subía y bajaba con fuerza, y en su mejilla, unanueva heridasangraba.Sangre doradacayó al suelo, brillando comolágrimas de fuego.
—Carlos...—Henry habló con voz ronca, pero su sonrisa seguía intacta,más oscuraque nunca—.Me estás divirtiendo... pero no me subestimes. ¡NO ME SUBESTIMES!
Con un grito que resonó como un rugido de tormenta,Henry extendió ambos brazos. El espacio a su alrededorse fracturóen múltiples dimensiones, cada grieta mostrandomundos colapsadosycaos puro.
—¡La verdadera batalla apenas comienza!
Ryan, desde su posición, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. La escena frente a élno era humana. Ni siquiera era un combate entre dioses; aquello era ladestrucción encarnada.
—Padre... ¡ten cuidado!—gritó, su voz quebrándose entre el eco de la devastación.
Carlos, aún firme y cubierto de relámpagos, levantó su espada una vez más.
—Estoy listo.—respondió, con una calma que desafiaba la tormenta misma.
Pero Henry nunca espero que justo a su lado una gota de agua se materialice y lo ataque hiriéndolo.
—¡Bien hecho! —gritó Carlos a Ryan, sintiendo una chispa de esperanza en medio del caos. Pero sabía que esto era solo el comienzo; aún debían enfrentarse a Henry y su poder abrumador.
Henry giró lentamente su rostro hacia donde la gota lo había alcanzado, un destello oscuro y letal cruzando sus ojos. La herida era mínima, apenas un rasguño en su costado, pero la idea de que alguien,mucho menos Ryan, lograra dañarlo era un insulto que no podía tolerar.
—¿Tú?—murmuró con voz baja, casi gutural. La palabra no fue un grito, pero hizo eco en el campo de batalla como un rugido sordo, como el presagio de un desastre inminente. La presión en el aire se multiplicó instantáneamente.
Ryan, con el brazo aún extendido, sintió un escalofrío recorrerle la espina dorsal. Por un instante, el joven se permitió respirar, pero la mirada de Henry lo clavó en el lugar. El entorno parecía haberse congelado.
—¡Ryan, retrocede! —gritó Carlos con desesperación, sintiendo cómo la energía de Henry comenzaba a agitarse.
Henry movió su mano lentamente hacia la herida que comenzaba a cerrarse con grotesca rapidez, el maná ambiental arremolinándose en torno a él como si lo obedeciera con sumisión. —Un niño ha osado herirme...—murmuró Henry, su voz envolviendo el campo como un veneno invisible. Sus dedos se mancharon con la sangre fresca, pero en lugar de limpiarla, la extendió hacia el aire.
De la gota que manchaba su piel emergió una luz carmesí, y el espacio comenzó adeformarse violentamentea su alrededor. Una grieta, negra como el abismo, se abrió justo a los pies de Henry. El suelo crujió y se resquebrajó como si la tierra misma temblara de miedo.
—Ryan,¡corre!—exclamó uno de los guardias, intentando protegerlo, pero fue demasiado tarde.
Henry, con un movimiento fluido y desprovisto de esfuerzo,lanzó la gota carmesí al cielo. La pequeña mancha ascendió como un proyectil, distorsionando el espacio a su paso. Al alcanzar las nubes tormentosas,explotó, liberando un enjambre delanzas de cristal carmesíque se dividieron en decenas de proyectiles, cada uno con la fuerza de una explosión volcánica.
—¡Cubran al chico! —rugió Darian, el guerrero que había jurado proteger a Carlos. Junto con otros guardias, levantó sus escudos mágicos y espadas, formando una barrera improvisada.
Pero las lanzas de Henry no eran simples armas.
El primer impacto fue devastador: los escudos colapsaron al instante, y dos guardias fueronvolados en pedazos, sus cuerpos convirtiéndose en manchas de sangre y polvo. Gritos de desesperación y órdenes contradictorias inundaron el aire. Algunos soldados, superados por el terror, intentaron retroceder, pero la tormenta carmesí los alcanzó sin piedad.
Carlos, blandiendo su espada sagrada, cortó varias lanzas a mitad del vuelo, cada golpe liberando chispas de electricidad y ondas de choque que desgarraban el aire a su alrededor.
—¡Henry, bastardo, tu lucha es conmigo! —rugió Carlos, abriendo un campo eléctrico a su alrededor para protegerse y a los suyos.
Sin embargo, Henryno escuchaba. Todo su ser estaba centrado en Ryan. Su silueta, ahora apenas visible entre la distorsión espacial y el carmesí reluciente, avanzaba lentamente hacia el joven, cada paso resonando como un martillo contra el suelo.
—¿Crees que un simple truco bastará para humillarme?—dijo Henry con una calma antinatural. Una sonrisa, fría y burlona, se formó en su rostro. Extendió su mano, y el espacio mismose rompióa su alrededor, lanzando ondas de choque que arrojaron cuerpos y escombros por doquier.
Ryan jadeó, sintiendo que el peso del universo caía sobre sus hombros. Sus rodillas temblaban. El sudor le ardía en los ojos, pero no podía moverse. Frente a él, Henry eraun dios vengativo, un titán que no reconocía ni piedad ni debilidad.
—¡Ryan, sal de ahí! —Carlos se lanzó hacia adelante, atravesando la tormenta, su espada brillando con una intensidad cegadora.
El ruido del combate era ensordecedor:explosiones, gritos, metal chocando y la tierra rompiéndosebajo la fuerza de ambos colosos. Las figuras de Carlos y Henry se encontraron en una colisión titánica, las energías deoricalco malditoyplata mundial sagradachocando con tal violencia que el cielo mismo pareció partirse en dos.
Una onda expansivabarrió el campo, arrasando árboles, soldados y todo a su paso. Ryan fue lanzado hacia atrás como una muñeca rota, cayendo pesadamente sobre el barro ensangrentado. A duras penas pudo incorporarse, jadeando y con las manos temblorosas.
—Esto... es imposible... —murmuró, mirando el horizonte, donde la silueta de Henry seguía de pie, como si el mundo entero no pudiera doblegarlo.
Carlos, por su parte, cayó de rodillas, su espada clavada en el suelo para sostenerse. La sangre le corría por la frente, mezclándose con la lluvia.
—No... he terminado.—gruñó el anciano, poniéndose en pie nuevamente. Sus ojos brillaban con resolución, incluso ante el poder insondable de Henry.
Pero Henry solo sonrió. El carmesí en sus manos se intensificó, y su voz, grave y cruel, rompió la tensión:
—No he mostrado ni una fracción de lo que puedo hacer.
Henry observó con desdén cómo sus ataques eran detenidos; la rabia burbujeaba dentro de él como un volcán a punto de estallar. No podía permitir que eso continuara; debía demostrar su dominio y aplastar cualquier resistencia.
Henry inspiró profundamente, su pecho hinchándose como si absorbiera el peso del universo entero. El espacio a su alrededor comenzó agirar y distorsionarsede manera caótica; el aire vibraba, denso y afilado, como si el mundo mismo intentara huir de su furia.
—Ya basta.—su voz fue un susurro, pero el tono contenía una gravedad que helaba la sangre—.No toleraré más tu resistencia inútil.
De inmediato, el suelo bajo sus piescolapsó, fragmentándose en mil pedazos que levitaron alrededor de él como asteroides flotando en el vacío. Las grietas se expandieron con furia;corrientes de energía carmesífluían entre los escombros, iluminando el campo de batalla como si el infierno mismo se hubiera abierto.
Carlos, aún recuperándose del último ataque, apretó los dientes. La visión era aterradora: Henry ya no parecía un hombre, sino unafuerza primordial, un cataclismo personificado.
—¡Manténganse firmes! ¡No retrocedan!—rugió Carlos a sus hombres, aunque incluso su voz temblaba ligeramente. Sabía que lo que venía sería una tormenta imposible de contener.
Henry extendió ambos brazos hacia los lados, y entonces,todo se desató.
Del cielo, un torrente delanzas cristalinas carmesídescendió como una lluvia mortal. No eran simples armas; cada una contenía la potencia de una detonación volcánica, capaz de vaporizar montañas al contacto. El campo de batalla se iluminó conexplosiones cegadoras, lanzando cuerpos y rocas al aire como hojas en medio de un huracán.
—¡Escudos arriba! ¡Defiendan la línea! —bramó Darian, clavando su espada en el suelo para invocar una barrera luminosa. Otros guardias hicieron lo mismo, pero las defensas no duraron. Cada lanza que impactabadesintegrabaescudos, hombres y la misma tierra con violencia inaudita.
Carlossaltó entre las explosiones, esquivando por milímetros el bombardeo infernal. Con un movimiento hábil, su espada brilló con un rayo azul eléctrico, cortando una de las lanzas en pleno vuelo y desintegrándola. Pero no pudo evitar todas. Una explosión lo alcanzó de refilón, lanzándolo hacia atrás; su cuerpo rodó como un muñeco inerte hasta detenerse entre los escombros.
—¡Padre!—gritó Ryan, con desesperación.
Pero Henry no había terminado. La lluvia de lanzas carmesí se detuvo de repente, y en su lugar,el espacio se dobló. Por un instante, no hubo ruido, no hubo movimiento. Solo unsilencio sepulcralque hizo erizar la piel de todos los presentes.
—Ahora... miren lo que significa la verdadera desesperación.—Henry levantó su mano, y del suelo destrozado surgieroncolumnas de cristal carmesíque se elevaron hacia el cielo, uniéndose en una red geométrica. La tierra tembló con violencia.
Las columnas comenzaron a emitir una luz pulsante, como corazones latiendo con energía pura. Cada pulso hacía vibrar el aire, amenazando con desgarrarlo.El tiempo y el espacio mismo comenzaron a quebrarse; fisuras oscuras y chisporroteantes surgían por doquier.
—Va a destruirlo todo...—murmuró Ryan, paralizado. No podía apartar la vista del cataclismo que se estaba formando ante sus ojos.
Carlos, sangrando y jadeando, logró incorporarse. Su mirada no mostraba miedo, solo determinación.
—No... —murmuró entre dientes—.No mientras yo respire.
Con un rugido de desafío,se lanzó hacia Henry, su espada envolviéndose en rayos azul plateado. Su figura era un borrón de luz, moviéndose a una velocidad que rompió la barrera del sonido. Elboom sónicoque siguió hizo temblar los cimientos del mundo.
Henry, sin inmutarse, chasqueó los dedos.
Unapared de cristal carmesísurgió frente a Carlos, pero el anciano guerrero no se detuvo. Con un grito furioso, su espada impactó la barrera con una fuerza devastadora. El choque liberó una onda expansiva tan violenta quelos cielos se abrieron; las nubes fueron dispersadas como polvo, revelando un horizonte desgarrado por relámpagos azules y rojos.
—¡No te permitiré ganar!—rugió Carlos, su espada chisporroteando mientras comenzaba apartir el cristal.
—¿Ganar? —respondió Henry, con una sonrisa fría—.Esto no es una competencia, viejo. Esto es el fin.
Antes de que Carlos pudiera reaccionar, Henry extendió su brazo derecho. El cristal de las columnasexplotó, liberando un enjambre defragmentos afiladosque convergieron hacia Carlos desde todas direcciones.
—¡Padre, cuidado! —gritó Ryan, levantando ambas manos para invocar unmuro de aguaque intentó bloquear los fragmentos.
Carlos, con una fuerza sobrehumana, cortó los fragmentos que lo alcanzaban, pero algunos lograron perforar su defensa.Heridas profundascomenzaron a abrirse en su cuerpo; la sangre caía como un río.
—¡Demonios! —gruñó Darian, arrojándose hacia adelante junto con los pocos guardias que aún quedaban en pie—. ¡Formación defensiva! ¡No permitiremos que caigan!
La batalla era un espectáculo apocalíptico.Rayos, explosiones y columnas de cristalformaban un paisaje caótico donde la vida se aferraba a cada segundo. Carlos y Henry seguían intercambiando ataques quesacudían la tierra misma, mientras Ryan y los guardias luchaban desesperadamente por sobrevivir en medio del infierno.
Pero Henry, con una calma escalofriante, comenzó a caminar hacia Carlos. Cada paso suyofracturabael suelo, dejando un cráter tras de sí.
—Te dije que esto era el fin.—Henry levantó su mano una última vez, y en el cielo, unorbe carmesí gigantecomenzó a formarse. Brillaba con tal intensidad que su luz devoró el horizonte, proyectando sombras largas y distorsionadas.
Carlos, con la sangre empapando sus ropas, miró el orbe.Sabía lo que significaba.
—Ryan... —murmuró, girándose hacia su hijo—.Escucha... tienes que detenerlo. Tú eres nuestra última esperanza.
Ryan, con los ojos llenos de desesperación y rabia, observó la magnitud de la amenaza que Henry había desatado. Elorbe carmesíflotaba ante ellos, emanando una energía tan densa que parecía absorber la luz misma. La presión en el aire era insoportable, el espacio distorsionándose alrededor de esa esfera como si el tiempo y la realidad se rindieran ante su poder.
—¡No puedo...!—murmuró Ryan, su voz quebrada mientras sentía cómo las fuerzas que Henry desplegaba sobrepasaban los límites de su entendimiento.
Darian, cubierto de heridas, gritó hacia Ryan, mientras su cuerpo se tambaleaba por el impacto de las explosiones cercanas:
—¡Tienes que hacerlo, Ryan! ¡No hay otra opción!—su voz era firme a pesar del agotamiento, pero también reflejaba el miedo palpable que se había apoderado de todos.
El tiempo parecía ralentizarse. La lanzacristalina carmesíseguía flotando en el aire, sudestino, la muerte de Carlos, acechando a cada instante. Los guardias que quedaban, apenas respirando, se reunían alrededor de Carlos, intentando cubrir su caída, aunque sabían que la situación era insostenible.
Ryan, con los dientes apretados, levantó sus manos.El agua que había creado antescomenzó a formarse nuevamente a su alrededor, pero esta vez no solo era un escudo; era unaturbulencia, un remolino en el corazón de la tormenta.
Elorbe de energía carmesíse expandió, absorbió toda la luz a su alrededor, creando un vacío que amenazaba con devorar latierra misma. Henry, con una sonrisa fría, parecía disfrutar el sufrimiento que su ataque causaba.
—Este es tu final, Ryan.—La voz de Henry resonó como un eco, un reflejo de la certeza absoluta de su victoria.
Pero entonces,algo cambió.
Ryan cerró los ojos, respiró profundamente, y en ese momento,la tierra temblóbajo sus pies. Un susurro, unafuerza ancestral, pareció emerger del suelo. Laagua que lo rodeaba comenzó a condensarsecon tal intensidad que incluso Henry sintió la presión de su poder.El agua se volvió sólida, tomando la forma de un gigantetorbellinoque surgió del suelo como una columna imparable.
—¡No serás tú quien decida cuándo termine esto, Henry!—gritó Ryan, con una voz que era un rugido.
De repente, elorbe carmesí de Henry comenzó a temblar, su energía comenzando a chocar contra laenorme fuerza de aguaque Ryan había invocado. Las dos fuerzasse enfrentaron, una de pura devastación, la otra de vida, en un choque que hizo que el espacio se distorsionara aún más.
—¡Ryan! —gritó Carlos, levantándose con dificultad, su cuerpo cubierto de heridas, pero su mirada fiera—.¡Hazlo! ¡No tenemos tiempo!
Con un grito lleno de furia, Ryandesató todo su poder. El gigantescotorbellino de agua se estrelló contra el orbe de Henry, comenzando a devorarlo, a absorber su energía. Laexplosión de energíaque surgió de este choque fue tan feroz que envió ondas de choque por todo el campo de batalla, destrozando montañas a su paso y partiéndolo todo en dos.
Elimpacto fue apoteósico. La columna de aguachocó con el orbe, y elvacíoque había comenzado a crear Henry comenzó avacilar, su poder debilitándose. Los cielos se abrieron y el sonido de laexplosiónresonó a través del espacio, como si un universo entero estuviera siendo desgarrado.
Los guardias y el ejército de Carlos fueron lanzados hacia atrás por la fuerza de la onda expansiva, muchos de ellos cayendo al suelo, incapaces de mantenerse en pie. Algunos murieron al instante, pero muchos lograron seguir luchando, aún con el horror de lo que sucedía ante ellos.
Henry, al ver que su ataque comenzaba a desmoronarse,frunció el ceñoy extendió ambas manos hacia el cielo, como si intentara recuperar el control, pero era tarde. El poder deRyanestaba comenzando adesbordartodo lo que Henry había creado.
—¡Imposible!—gritó Henry, mirando como elorbe carmesíse desvanecía.
Pero Carlos, aunque gravemente herido, no desperdició la oportunidad. Con su espada aún brillando con electricidad y furia, selanzó hacia Henry, su figura como un relámpago que surca el cielo. Elchoque finalque buscaba no estaba solo en la batalla, sino en la destrucción total de lafarsa de Henry.
Dariany los otros guardias seguían combatiendo.Ryan, viendo la batalla que se libraba en su interior, sabía que esto era solo el principio. Con labatalla aún lejos de terminar, una nueva tormenta se desataba, mientras el suelo se quebraba bajo el peso de la desesperación, la esperanza y la furia misma.
Laenergía crudacontinuaba desbordándose en el aire.Ryan, con las manos extendidas hacia el cielo, sentía cómo el poder delaguase fusionaba con latierramisma, alimentando su ser, mientras la columna de agua absorbía elvacíocreado por Henry. Losrelámpagosdel cielo se intensificaban a medida que latormentaalcanzaba su punto máximo, cada gota de agua convertida en un golpe capaz de devastar continentes.
Henry, aún sin rendirse, apretó los dientes, su mirada fija en la batalla, incapaz de comprender por qué su poder comenzaba a disiparse. Labarrera dimensionalque había creado para protegerse de los ataques directos se fracturaba lentamente ante el poder de Ryan. Sentía como si elmundo enteroestuviera desmoronándose a su alrededor.
—Esto no termina aquí, Ryan.—La voz de Henry retumbó como el trueno mientras sus manos comenzaban a canalizar más poder, una energía tan destructiva que parecía retorcer el espacio a su alrededor—.¡Nunca comprenderás lo que significa ser realmente inmortal!
Sin embargo, Henry no había anticipado elcambioen Ryan. El joven, enfrentándose a la mayor amenaza de su vida,empezó a sentir el pulso de la tierra. Cada golpe de agua que lanzaba ahora tenía la fuerza de unaexplosión nuclear. Los rayos seguían su trayectoria, danzando alrededor de la columna de agua como serpientes, alimentando la tormenta aún más.
Con unamueca de furia, Henry no dudó en lanzar un nuevo ataque.Un orbe de energía, más grande y más oscuro que antes, apareció entre sus manos, girando violentamente, distorsionando el aire con su energía.El espacio se deshizo alrededor de él, y en un estallido de pura destrucción, laluzque emanaba de esa esfera iluminó todo el campo de batalla como si una nueva estrella hubiera nacido.
—¡Muere ahora!—rugió Henry, arrojando el orbe hacia Ryan con una rapidez imposible de evitar.
Pero Ryan no se dejó vencer.Su poder se amplificó. Eltorbellino de agua, ahora convertido en unamarea imparable, seexpandiócon tal fuerza que lasolores del océanoparecían mezclarse con la propia energía del campo.La esfera de energíase acercaba rápidamente, pero Ryan, con unadeterminaciónimparable,concentró toda la energía de la tormentaen unescudo de agua purificadaque surgió en su defensa.
Elimpacto fue apoteósico. La energía colisionó contra elescudo líquido, causando una explosión tal que hizo que elsuelo temblaracon tal fuerza que las montañas cercanas comenzaron a desmoronarse.La marea de aguase elevó como una pared gigante, defendiendo a Ryan de la devastación.
Pero Henry no se detuvo.Se materializó frente a Ryan en un parpadeo, como un espectro oscuro, y con su espada deoricalco sangriento,cortó el aire.La espadadestelló con una luz roja intensa, y un corte limpio apareció en el espacio mismo, desgarrando la realidad como si fuera papel.
Carlos, aún luchando con su propia herida, vio el ataque y reaccionó a la velocidad del rayo. Sin pensarlo dos veces,se lanzó hacia su hijo,bloqueando la espada de Henrycon una explosión de energía electromagnética. El choque fue tal que la tierra bajo sus piesse fracturó, creando un agujero gigantesco que amenazaba con tragar todo a su alrededor.
—¡No te atrevas a tocarlo!—gritó Carlos, apretando los dientes mientras sucampo electromagnéticodesbordaba.
El golpe de la espada fue detenido, pero latensiónen el aire era tal que todos los presentes sintieron el peso de la batalla. El aire estaba cargado deenergía destructivaque amenazaba conconsumirlo todo.
Ryan, viendo que su padre estaba al borde de la muerte, luchó con cada gramo de su ser para evitar que Henry se acercara.Las olasde agua comenzaron a formar gigantesmurallasalrededor de ellos, protegiendo aCarlosmientras él aún sostenía su espada, intentando bloquear el ataque de Henry.
En un giro inesperado,Darian, uno de los guerreros de Carlos,lanzó un grito de desesperaciónal ver que sus fuerzas estabandesgastándose. Pero no estaba dispuesto a abandonar a su líder. Con una rapidez feroz,apareció detrás de Henryy, con un grito de guerra,lo atacó.
—¡Por Carlos! ¡Por la humanidad!—Darian se lanzó con su espada de energía, buscandodesgarrar a Henry, pero antes de que pudiera llegar siquiera a tocarlo, unaexplosión de energíalanzó a Darian hacia atrás.
El aire estaba denso,envenenadopor la rabia de Henry. A cada momento, su poder parecía crecer más, y lasondas de choquede sus ataqueshacían temblar la tierra. La batalla no era solo un enfrentamiento entre hombres, sino entre fuerzas cósmicas que desafiaban toda lógica.
Con un rugido final,Henry levantó las manoshacia el cielo, y unaexplosión de poder inmensoestalló sobre el campo. Latormentaaumentó su intensidad, y todo lo que quedaba en el campo de batalla parecía desvanecerse ante lavoluntad inquebrantablede un hombre que creía serinvencible.
El futuro de todos,pendía de un hilo.
La figura deHenry, bañada en una luz carmesí y oscura, parecíadescomunal, casiinmortal, mientras el espacio mismo se deformaba a su alrededor.El cielollorabarelámpagosde un azul hiriente, y el suelo no era más que una extensión de cráteres ardientes. Cada paso que daba Henryretumbaba, como si su mera existencia resonara con las fuerzas primordiales de ladestrucción.
—¡¿Acaso no lo entienden?!—bramó, su voz reventando los tímpanos de los presentes, mientras levantaba ambas manos hacia el cielo—. ¡Yo soy el límite! ¡Yo soy la cumbre de este mundo podrido! ¡Y ustedes no son más quegusanosretorciéndose bajo mi sombra!
Elairealrededor comenzó areplegarse, como si estuviera siendo absorbido. Elmaná ambientalque fluía libremente ahora eraarrancadodel mundo mismo.Corrientes carmesíesy negras giraban en espiral alrededor de Henry, unatormenta de poder absolutoque aspiraba todo lo que tocaba. La tierra misma seagrietaba, desprendiendo lenguas delava líquida, como si el planeta estuviera a punto decolapsar.
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