Capitulo 3: Por primera vez Fuiste útil
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
Carlos, apenas en pie, respiraba con dificultad, su cuerpo recargándose con elmanáque le ofrecía la tierra, pero el tiempo corría en su contra. La intensidad de la batalla había desgastado incluso susresilientes fuerzas, y en su corazón comprendía una verdad desgarradora:Henry estaba más allá de todo límite imaginable.
—*Ryan... —*murmuró con voz grave, volviendo su mirada hacia su hijo, quien mantenía su concentración mientras los muros de agua giraban comohuracanes colosales. A su alrededor, gotas de sudor caían como lluvia de su rostro.
—¡No es suficiente!—gritó Ryan, con la desesperación en su voz.Su cuerpo temblaba, no por miedo, sino por el desgaste de contener el poder descomunal que se avecinaba—. ¡Necesito... más tiempo!
Carlos asintió con firmeza, comprendiendo la gravedad de la situación. Miró a los guerreros que quedaban en pie:Darian, herido pero aún aferrado a su espada, y otros pocos guardias que apenas podían sostenerse. Lalealtaden sus ojos lo dijo todo.
—¡Hagan lo que puedan para proteger a Ryan! ¡Defiendan este momento con sus vidas!—rugió Carlos, su voz atravesando la tormenta como un trueno propio. Su espada brilló, un último destello dedeterminaciónmientras se dirigía directo haciaHenry, que lo observaba con unasonrisa burlona.
—¿Crees que tu sacrificio servirá de algo?—rió Henry con crueldad, alzando su espada decristal rojo, cuya simple presencia hacía temblar las moléculas del aire—. ¡Mírate, Carlos! ¡Un anciano que no puede aceptar su final! ¡Acepta la extinción con dignidad!
—Cállate... y pelea.—Carlos desató una onda electromagnética brutal que hizo explotar la tierra bajo sus pies.Su velocidad era incomprensible, casi alcanzando el destello de un relámpago. Su figura se volvió un rayo viviente,cargando directo contra Henry.
Henryno se movió. Su mirada era pura burla.
—Patético.
En el último instante,Henry alzó su mano, y el espacio a su alrededor secongeló. El tiempo mismo parecía detenerse. La silueta de Carlos, aún envuelta en luz, quedóatrapada, como si estuviera suspendido en unajaula invisible.
—¡No! ¡Padre!—gritó Ryan, su voz desgarrada.
Henrycerró su puño lentamente, y uncrackresonó en el aire. La presión del espacio comprimido comenzó adesgarrarel cuerpo de Carlos, haciendo que grietas deenergíasalieran de su piel.
—*¿No lo ves, Ryan? —dijo Henry, girando su mirada fría hacia el joven, mientras mantenía a Carlos atrapado en su cruel prisión—. Todo esto es inútil. Yo soy el amanecer de un nuevo mundo. ¡Un mundo sin debilidades como ustedes!
La sangrebrotadel cuerpo de Carlos, cayendo al suelo como una lluvia escarlata. Los guardias, impotentes, observan con horror mientras su líder lucha inútilmente contra el poder de Henry.
—¡Bastardo!—Ryan rugió, su voz reverberando con una fuerza que no parecía suya. Elmuro de aguaa su alrededor comenzó a brillar intensamente, ahora teñido deun azul celeste y dorado, una luz pura que contrastaba con la oscuridad que emanaba Henry. Sus ojos brillaban con unresplandor feroz, y en ese instante,la tormenta cambió.
—¿Qué es esto?—murmuró Henry, sintiendo algoextraño, como una presión desconocida en el aire.
—¡Te mostraré que estás equivocado!—gritó Ryan. La columna de agua se comprimió en unalanza gigante, un torrente de poder divino, capaz de perforar la mismísima realidad.
—¡Darian, cubre a los hombres!—gritó uno de los guardias, que vio el cambio en el campo de batalla. Las ondas de poder que emanaban de Ryan ya no eran algo humano; eran la manifestación de lavoluntad pura.
En un instante, Ryan arrojó lalanza acuática, y el cielo mismo parecióabrirse. La luz y la oscuridad chocaron con tal ferocidad que la tierrase partió en dos, creando una fisura que se extendía hasta el horizonte. El sonido del impacto era indescriptible, un rugido cósmico que retumbaba en los huesos de todos los presentes.
Henry, por primera vez,retrocedióun paso. La lanza habíaperforadoparte de su barrera dimensional, y unagrietadiminuta apareció en su pecho.
—¡Esto no puede ser!—gritó Henry, su voz una mezcla de furia y desconcierto.
Carlos, liberado por el ataque de su hijo,cayó de rodillas, su cuerpo extenuado, pero sus labios se curvaron en una sonrisa débil.
—Bien hecho... hijo.
La batalla aún no había terminado, pero por primera vez, el monstruo invencible llamado Henry habíasangrado de verdad.
Lacalma ilusoriatras el impacto no duró. El rugido de las ondas de energía seguía resonando en el horizonte, pero en el centro de todo,Henryse mantenía en pie, una figura imponente ycolosal, como un dios herido que se negaba a aceptar su vulnerabilidad.
Su mirada erapura furia.
—Me han hecho sangrar.—La voz de Henry ya no era solo grave, era un ecoomnipresente, resonando en el aire como un rugido que provenía de todas partes y de ninguna—. ¡Insignificantes! ¡Me han hecho sangrar! ¡Y pagarán por esa insolencia!
Extendió su brazo hacia el vacío, y elespacio mismo comenzó a colapsarsealrededor de su palma. El aire serasgó,grietas negrasbrotaron de la nada, girando en un torbellino cósmico mientras algo indescriptiblenacíade esa oscuridad. Unamano titánica, formada depuro espacio deformado, comenzó a materializarse. Su superficie era translúcida, rota y fragmentada, como si eluniverso mismoestuviera gritando en agonía por su existencia.
—¡Carlos! ¡Cuidado!—gritó Ryan, pero ya era tarde.
Lamano espacialse disparó haciaCarloscon una velocidad absurda. El anciano guerrero apenas tuvo tiempo de reaccionar; una corriente de luz brotó de sus pies mientras intentaba moverse, perolos dedos colosaleslo atraparon con precisión letal. La presión fueinstantánea, como si un millón de atmósferas cayeran sobre su cuerpo en un solo suspiro.
—¡Arghhh!—El grito de Carlos fue desgarrador, un sonido dedolor crudoy sufrimiento que paralizó a los guardias y sacudió incluso a Ryan.
Henry sonrió,cruel y satisfecho.
—¿Duele, anciano?—Su voz era un susurro cortante, pero cada palabraretumbabacomo un trueno—. ¡Esto es solo una fracción de lo que mereces!
Lamano espacialse cerró lentamente, y el cuerpo de Carlos comenzó acrujir. Sus huesos, resistentes como el metal,cedíanante el peso colosal que los aplastaba. La sangre comenzó a brotar de su boca, teñida de escarlata y fragmentos oscuros de maná que se disipaban en el aire.
—¡Padre! ¡No!—gritó Ryan, sus manos temblando mientras acumulaba otro torrente de poder.
—¡Dejen de mirar como cobardes! ¡Ataquen!—rugióDarian, con lágrimas contenidas en sus ojos mientras cargaba hacia Henry con un grito de guerra. Otros guardias, inspirados por el sacrificio, seprecipitaronal frente, lanzando ataques desesperados.
Pero Henryni se inmutó. Con un simple gesto,ondas espacialesse desataron desde su cuerpo. Las espadas y lanzas de los guardiasse desintegraronantes de tocarlo, y sus cuerpos fueronlanzados al airecomo muñecos rotos. Uno de ellos chocó contra una roca a tal velocidad queexplotóen un charco carmesí.
Carlos, aún atrapado, luchaba por respirar.
—Tu resistencia me da asco, Carlos.—Henry giró su mano lentamente, y lapresión aumentó, generando un sonidohorripilantemientras la piel y los músculos de Carlos comenzaban arasgarse.
—¡BASTA!—Ryan rugió, y su poder explotó en una ola deluz azuladaque hizo temblar el suelo. El joven lanzó una serie delanzas acuáticas, cada una más poderosa que la anterior.Gritos de desesperaciónacompañaban cada ataque, como si intentara perforar el mismísimo destino.
Las lanzas impactaron contra Henry, algunas incluso dejandopequeñas grietasen su barrera, pero no fue suficiente.
—¡¿Es todo lo que tienes, mocoso?!—gritó Henry, girando su mirada hacia Ryan. En ese instante, el guerrero supo lo que ocurriría.
Henry levantó su otra mano, y el espacio comenzó a distorsionarse de nuevo. Esta vez, la presión era dirigida a Ryan. Una esfera negra, vibrante y opaca, se formó en el aire, absorbiendo la luz a su alrededor.
—¡No...!—murmuró Ryan, al ver cómo la esfera se expandía hacia él.
—Adiós, basura.—Henry cerró los dedos de la mano que controlaba el espacio.
Carlos, aún atrapado y desangrándose,alzó la vozen un último intento.
—¡RYAN, CORRE! ¡SOBREVIVE!
El grito rompió algo en el joven. Su cuerpo setensó, y la desesperación fue reemplazada por una furia ardiente.Maná puroexplotó a su alrededor, y unmuro de agua gigantescose alzó para intentar detener la esfera oscura.
Pero el resultado fue devastador. Elmurose desintegró en un instante, y la esferaavanzó, chocando contra Ryan y lanzándolo varios metros atrás. Su cuerpo seestrellócontra el suelo con una fuerza brutal, levantando una nube de polvo y sangre.
Henry, aún sujetando a Carlos, observó el campo de batalla condesdén.
—No importa cuánto luchen, no importa cuánto se sacrifiquen. El final será el mismo. Soy el pináculo, soy la única verdad.
Lamano espacialcomenzó a brillar con más intensidad. El cuerpo de Carlos, cada vez másfrágil, emitíapequeñas explosiones de sangre. Aun así, el anciano sonreía, su voz apenas un susurro.
—Eres fuerte, monstruo... pero mi hijo... aún tiene... esperanza.
Henry gruñó, frustrado por esa resistencia.
—¡Calla y muere!
Lamanoapretó con fuerza final. El sonido de huesosdesgarrándosey sangresalpicandofue ensordecedor. El cuerpo de Carlos quedóinmóvil, suspendido en la prisión de espacio.
—¡PADREEEEE!—rugió Ryan desde el suelo, lágrimas y sangre mezclándose en su rostro.
La tormenta continuaba, pero el mundo parecíadetenerseante la caída de un guerrero.
El silencio tras el último grito deRyanfue roto abruptamente por un sonido lejano, unzumbido profundoque hizo vibrar el aire mismo. Henry, con el cadáver de Carlos aún atrapado en la mano de espacio, giró su mirada con un dejo de molestia, sus ojosbrillando con un fulgor carmesí.
—¿Qué es esto ahora? —espetó, su voz cargada de desdén.
De repente, elcielo se iluminó. Lasnubes oscurasque se cernían sobre el campo de batalla comenzaron a girar como un torbellino colosal,partiéndose en espirales luminosasmientras un resplandordoradonacía en el centro. El zumbido se transformó en unrugido celestial, como si los mismos dioses hubieran despertado, y en medio de aquel clamor,Carlosabrió sus ojos.
Atrapado y ensangrentado, con su cuerpo hecho añicos, unachispa doradaardió en sus pupilas, iluminándolas con una intensidad sobrenatural. La sonrisa que formó, aunque débil y cubierta de sangre, fue unadeclaración de desafío.
—Henry... aún no has ganado...—susurró con voz rota.
Henry lo observó, su ceño fruncido.
—¿Sigues respirando? Patético.
Pero en ese instante,el cielo estalló. Unrayo dorado, más ancho que una montaña y brillante como un sol,cayó del firmamento, trazando una línea directa hacia el campo de batalla. Era como si el mismísimo cielo hubiese decididointervenir, desgarrando las leyes de la naturaleza en un acto final de destrucción.
—¡Destrucción del Trueno Divino!—rugió Carlos con lo último de su energía vital, su voz reverberando en todas direcciones.
Lamano espacialque lo atrapaba comenzó atemblar, sus grietas fragmentándose mientras elrayo doradoatravesaba el aire y golpeaba la mano con un impacto ensordecedor. La fuerza de la descarga fue tan descomunal que unaola expansivase desató en todas direcciones. Montañas distantescolapsaron, el suelose desgarrócomo papel y el cielose partióen innumerables relámpagos dorados.
Elrayono solo impactó la mano, sino quedescendiódirectamente hacia Henry, envolviéndolo en unmar de luz celestial. La presión era absurda: cada partícula de aire se comprimió, cada centímetro del suelo sedesintegrababajo la pura fuerza del trueno.
—¡Increíble! ¡Es la última habilidad de Carlos!—gritó un guardia a lo lejos, su voz apenas audible entre el rugido del trueno.
—¡Ese es elrango A... el poder que él guardaba hasta el final! —exclamó otro, su rostro lleno de desesperada esperanza.
Por un momento, parecía que ladestrucción del trueno divinoera suficiente. Henry, envuelto en la luz dorada, se mantuvoinmóvil, su figuraocultapor la intensidad del ataque. El suelo bajo él seevaporaba, y uncráter gigantescocomenzó a formarse, tragando todo a su alrededor.
Ryan observaba desde la distancia, jadeando mientras su cuerpo temblaba.
—¡Padre, lo lograste! ¡Lo hiciste!—gritó con lágrimas en los ojos.
Pero entonces, un sonido perturbador comenzó a surgir desde el centro de la tormenta. Primero uncrujido, luego unrugido profundo. La luz dorada comenzó afracturarse, como si alguien estuvieradesgarrándola desde adentro.
—¿Qué... qué es eso?—murmuró Ryan, sintiendo cómo el frío le recorría la columna.
La luz finalmentecolapsó, y desde su centro surgió una figuraindestructible:Henry, ileso. Su armadura, aunque ennegrecida y con grietas, aún brillaba con un poder descomunal. Sus ojos carmesíes ardían con unodio implacable, y unasonrisa cruelse dibujó en su rostro.
—¿Es esto lo mejor que tienen?—dijo Henry, su voz cargada de unaburla mortal.
Antes de que pudieran reaccionar,Henry agitó su brazo, y la mano de espacio —aunque debilitada—se reconstituyóal instante, envolviendo a Carlos una vez más. El anciano, agotado y destrozado, no pudo oponer resistencia.
—Ese trueno divino fue impresionante... pero todo truco tiene su final.—Henry apretó su puño con una furia abrumadora.
Elcuerpo de Carlosfuearrojado contra el suelocon tal fuerza que creó un nuevo cráter. Su carnese rasgó, sus huesosse pulverizaron, y la tierra fue teñida desangre carmesí. Elecodel impacto resonó en kilómetros a la redonda.
—¡PADRE!—gritó Ryan, corriendo hacia el cuerpo inerte de Carlos mientras lágrimas caían por su rostro.
Henry caminó hacia ellos lentamente, su figura envuelta endistorsiones espacialesy su presencia aplastando cualquier rastro de esperanza.
—No hay salvación para ustedes. No importa cuántos sacrificios hagan. Yo soy absoluto.—Cada palabra era un clavo en la moral de sus enemigos.
Los guardias restantes temblaban, algunoscayendo de rodillasmientras ladesesperaciónles ahogaba el corazón.
—Es... un demonio...—murmuró Darian, su voz rota mientras veía el cuerpo destruido de Carlos.
Ryan, con los ojosinundados de ira y desesperación, apretó los puños y levantó la mirada hacia Henry. El joven temblaba, no de miedo, sino de una furiacontenidaque empezaba aarderen su interior.
—Aún no se acaba...—susurró Ryan, mientras su maná comenzaba a elevarse una vez más.
Henry, sin embargo, solo sonrió. Una sonrisa de undepredadorque ya había ganado.
—Inténtalo, mocoso. Te romperé igual que a él.
Henry avanzaba lentamente, cada paso suyo parecía arrastrar consigo unamarea de destrucción. Las distorsiones espaciales a su alrededor crepitaban conpoder absoluto, deformando el aire y el suelo bajo sus pies. Los guardias restantes de Carlos miraban la escena con terror, incapaces de moverse. La presencia de Henry era como un peso aplastante sobre sus cuerpos.
Entre ellos,Darian, el robusto guerrero que antes había intentado mantener el orden,se puso de pie con dificultad. Su armadura estaba rota, su rostro manchado de polvo y sangre, pero sus ojos ardían con una mezcla deirayresolución. Observó el cuerpo inmóvil de Carlos,hundido en el cráter, mientras Ryan intentaba desesperadamente acercarse a él.
—¡Darian, no! ¡Es inútil!—gritó uno de los guardias, aferrándose a su espada temblorosa.
Darianlos ignoró.
—No lo permitiré... No dejaré que el sacrificio de Carlos sea en vano.
Sacó unapequeña gema azulde su cinturón, una reliquia antigua yprohibida: un cristal de resurrección, un objeto sagrado queconsumía la vida del usuarioa cambio de traer a otro de regreso. Los demás guardiasabrieron los ojos con horroral reconocer lo que sostenía en la mano.
—¡Darian, detente! Esa cosa te matará. ¡No hay vuelta atrás!—vociferó uno de sus compañeros.
Darianapretó la gema, sintiendo cómo estapulsabaen su palma. Se giró hacia sus compañeros, su miradafirme.
—¿Prefieren vivir un día más como cobardes... o dar nuestras vidas con honor? Carlos nos dio todo, y ahora es nuestro turno.
Ryan, escuchando esto, se detuvo y giró hacia él.
—¡No lo hagas! ¡No sacrifiques tu vida!—su voz era un grito ahogado de desesperación.
Pero Darian ya había tomado su decisión.
—Ryan, protege lo que queda de tu padre y lucha hasta el final.
Con esas palabras, Darian se lanzó hacia el cuerpo de Carlos, ignorando la figura de Henry, que lo observaba con una sonrisa burlona.
—¿Otro sacrificio inútil? Patético.
Henrylevantó su mano, conjurando un nuevo ataque: una esfera de energíaoscura y retorcidaque comenzó a girar en su palma, lista para consumir todo a su paso.
—Muere junto a tus ideales, insecto.
Antes de que Henry pudiera lanzar su ataque, Darianse arrodillójunto a Carlos yaplastóla gema de resurrección sobre su pecho.
—¡Por el honor de mi señor! ¡Por un futuro sin tiranos!—rugió Darian mientras el cristal sedesintegrabaen unaexplosión de luz azul.
Laenergía del cristalse vertió en el cuerpo de Carlos, envolviéndolo en unresplandor sagrado.El corazóndel anciano comenzó a latir de nuevo, y sus heridas, aunque lentamente, comenzaron acerrarse.
—¡NO!—bramó Henry al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Lanzó suesfera oscurahacia los dos hombres, pero en ese instante, el cuerpo deDarianbrilló con una intensidad cegadora, erigiendo unescudo de luza su alrededor. El sacrificio del guerrero no solo había activado la resurrección, sino que su propiaesencia vitalse había convertido en unescudo protectortemporal.
La esfera de Henry impactó contra el escudo con unestruendo ensordecedor, generando una onda expansiva que hizotemblar la tierra. Sin embargo, el escudo resistió.Darian gritó, su cuerpo desmoronándose en partículas de luz mientras la gema consumía cada última gota de su vida.
—¡Darian!—gritó uno de los guardias, cayendo de rodillas al verlo desaparecer.
El resplandor comenzó a disiparse, y desde el polvo emergióCarlos, de pie una vez más. Su cuerpo estabarestaurado, aunque su rostro mostraba la huella del sufrimiento. Sus ojos, sin embargo, brillaban con unfuego renovado.
Henry se detuvo, su expresión desuperioridadtornándose en un ceño fruncido.
—¿Cómo es posible? ¡Nada puede desafiarme!
Carlos miró a su alrededor, luego hacia el espacio vacío donde Darian había estado. Cerró los ojos por un momento ysusurró con voz solemne:
—Te lo prometo, Darian... No será en vano.
Ryan, con lágrimas en los ojos, corrió hacia su padre.
—¡Padre! ¡Estás vivo!
Carlos extendió su mano, deteniendo a Ryan. Su mirada estaba fija en Henry.
—Este combate aún no ha terminado... Pero esta vez, no lucho solo.
Los guardias, inspirados por el sacrificio de Darian, comenzaron a levantarse. Apretaron sus armas con una renovadadeterminación, listos para enfrentarse a Henry, incluso si eso significaba su fin.
Henry los observó, su paciencia agotada.
—Entonces que vengan. Aplastaré a cada uno de ustedes... lentamente.
Su voz resonó como untrueno, y el campo de batalla se preparó para una nueva tormenta decaos y sangre.
—¡Esto termina aquí! —rugió Henry, lanzándose hacia adelante con una velocidad sorprendente. Cada paso resonaba como un trueno mientras avanzaba hacia Carlos y Ryan, decidido a acabar con esta confrontación de una vez por todas.
Las espadas de Carlos y Henry hace mucho habian sido desechadas, aunque decir que Henry fue obligado era solo una broma del propio hombre.
De hecho cuando supuestamente su arma fue arrebatada de su mano esta misma espada perforo el corazon de un guardia. Mientras que la espada de Carlos esta si habia sido arrebatada por Henry.
La sonrisa de Henry era uncorte cruelen su rostro mientras avanzaba, el sonido de su risa entremezclándose con el estruendo del campo de batalla. A su alrededor, el aire temblaba y sefracturaba, incapaz de soportar lapresión abismalque él emitía.
—¿Creyeron que desarmarme significaba debilitarme?—su voz resonó, grave y burlona, mientras extendía su mano hacia un guardia desprevenido.
El hombre, que aún respiraba con dificultad tras la última embestida, sintió su pechoapretarse; una sombra invisible lo rodeó antes de que sucorazón fuera perforado. Con unchasquido seco, la espada de Henry apareció atravesando su torso,goteando sangre. El guardiacayó de rodillas, su grito ahogado mientras la vida lo abandonaba en un instante.
—¿Cuántos más tienen que morir antes de aceptar la inevitable superioridad?—dijo Henry con una calma quehelaba el alma. Con un simple gesto, la espada regresó a su mano, como si estuviera atada a él por los mismos hilos delespacio y la muerte.
Mientras tanto, Carlos respiraba pesadamente, sumirada endurecidaobservando cómo Henry se recreaba en la brutalidad. Su espada, que una vez había sido su símbolo de poder, ahora descansaba en manos de su enemigo, un trofeo en medio de esta carnicería.
—Esto aún no ha terminado...—murmuró Carlos, limpiando un hilo de sangre de su labio roto.
Ryan se colocó a su lado, surostro marcado por el cansancio, pero con una determinación indomable en sus ojos.
—¡Padre! No podemos permitir que siga burlándose de nosotros. ¡Debemos luchar con todo!
Henry, al escuchar las palabras de Ryan,inclinó la cabeza, un destello de desprecio en sus ojos.
—"Luchar con todo"... ¡Qué conmovedor! Pero déjenme mostrarles la diferencia entre una potencia y las ratas que caminan sobre la tierra.
Henry extendió ambas manos y elespacioalrededor de él comenzó aondularviolentamente. El suelo se resquebrajó mientras unamano colosal, hecha del mismo tejido del espacio distorsionado, emergió detrás de él. Era una creacióndantesca: su forma oscilaba entre lo sólido y lo etéreo, mientrasagujeros negrosgiraban en las articulaciones de los dedos. La mano eraimponente, como si el propio universo hubiera decidido aplastar a los mortales.
Carlos y Ryan apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando la manose lanzó hacia elloscon una velocidad imposible. Carlos intentó esquivar, pero la creación de Henry era demasiado rápida. La mano lo atrapó como a un insecto, susdedos deformesapretando su cuerpo con un sonido dehuesos crujiendo.
—¡Padre!—gritó Ryan, corriendo hacia él.
Henry rió con auténticacrueldadmientras levantaba la mano yazotabaa Carlos contra el suelo. El impacto creó un cráter devarios metros, levantando una nube de polvo y escombros que ocultó por un momento el cuerpo de Carlos.
—¿Qué pasa, Carlos? ¿No eras un "rango A"? ¡Pareces un muñeco de trapo en mis manos!—rugió Henry, estrellando el cuerpo de Carlos nuevamente contra el suelo.Una vez. Dos veces. Tres veces.Cada golpe resonaba como el impacto de un meteorito, haciendoretumbar la tierray destrozando el terreno a su alrededor.
Los guardias que aún quedaban vivos miraban la escena conhorror absoluto, incapaces de intervenir. Algunos cayeron de rodillas, lágrimas en los ojos, sabiendo que no podían hacer nada contra un monstruo como Henry.
—¡SUÉLTALO!—gritó Ryan con un rugido desesperado. Sumanaestalló, y untorrente de aguasurgió de sus manos, afilado como cuchillas, cortando hacia la mano de Henry.
La creación espacialparpadeó, resistiendo el ataque de Ryan como si no fuera más que una brisa. Henry giró lentamente la cabeza hacia él, con una sonrisa de depredador.
—¿De verdad crees que eso me hará retroceder?
Sin soltar a Carlos, la gigantesca mano de espacioretrocedió, tomando impulso antes deazotar a Carlos contra Ryan, como si fuera un proyectil humano. Ryanlevantó un escudo de aguacon todas sus fuerzas, pero el impacto fue brutal. Ambos cuerpos salieron disparados, rompiendo árboles y piedras a su paso, hasta que finalmente quedaron tendidos entre los escombros.
Carlos,cubierto de sangre y polvo, jadeaba en el suelo. Aún con el cuerpo casi destrozado, intentaba levantarse. Henry comenzó a avanzar lentamente hacia ellos, su figura recortada contra el cielo tormentoso.
—Esto es lo que pasa cuando las hormigas creen que pueden desafiar al rey de la colmena. ¡Inútiles!—su voz retumbó en el aire.
Carlos tosió sangre, sus manos temblando mientras se apoyaba en una rodilla. Miró a Ryan, que a duras penas se movía a su lado.
—Ryan... No... no te rindas...—murmuró Carlos, su voz débil pero firme.
Henry extendió su espada, apuntándolos.
—Es hora de que desaparezcan. Su lucha ha terminado.
Unaesfera oscuracomenzó a formarse en la punta de la espada, absorbiendo el mismo aire a su alrededor. Latierra crujía, las piedras se fragmentaban, y el cielo parecía oscurecerse aún más.
Pero entonces, unabrillante luz doradaatravesó las nubes. Un rayodesgarró el cielo, golpeando el campo de batalla con una intensidad quecegóa todos los presentes. Henry levantó la mirada,parpadeandocon incredulidad ante lo que veía.
Carlos, con sus últimos restos de poder, habíainvocado su habilidad final:
—¡Destrucción del Trueno Divino!—rugió con todas sus fuerzas.
Unrayo doradotan ancho como una montaña descendió, impactando directamente sobre Henry. El suelo explotó en unmar de luz, y unhuracán eléctricoestalló en todas direcciones. La tormenta eléctrica rugía, los árboles ardían, y los guardias fueron arrojados hacia atrás por la onda expansiva.
—¡PADRE!—gritó Ryan, intentando cubrirse.
La explosión pareció eterna. La tierra misma temblaba bajo la fuerzadivinaque Carlos había desatado. Pero cuando el brillo finalmente se disipó, una figura emergió del humo.
Era Henry.
Su cuerpo estaba chamuscado, parte de su túnica hechacenizas, y sangre corría por un lado de su rostro. Pero sus ojos aún brillaban confuerza irrefrenable.
—Eso... dolió...—susurró con voz baja, pero su sonrisa seguía intacta.Su presencia seguía siendo aplastante.
Carlos, exhausto y con las rodillas temblando, cayó al suelo. La habilidad había drenado todo de él.
—¿Eso fue todo?—dijo Henry, avanzando con lentitud. —Entonces permíteme mostrarte... cómo se destruye una esperanza.
Ryan observó todo, con lágrimas deimpotenciay rabia acumulándose en sus ojos. El combate aún no había terminado. Henry, el monstruo, continuaba avanzando.
La atmósfera estaba cargada de tensión y miedo; los guardias sabían que estaban ante algo asombroso. Cada uno respiraba profundamente, preparándose para lo inevitable mientras el destino de sus familias pendía en un hilo en esa noche oscura llena de relámpagos y sombras danzantes.
Uno de los guardias, un joven de cabello oscuro y mirada resuelta llamadoElian, observaba la escena con desesperación. Había visto a su líder,Carlos, darlo todo y aun así ser aplastado como si no fuera más que un insecto. Los demás guardias retrocedían,paralizados por el miedo, pero Elian no podía quedarse de brazos cruzados.
—No... No puedo dejarlo así...—murmuró entre jadeos, sus manos temblando mientras empuñaba su lanza.
Ryan apenas levantó la cabeza al escuchar eleco de los pasosde Elian. El joven soldado corría hacia Carlos, quien apenas respiraba, con los ojos cerrados y el cuerpo completamente inmóvil. Ryan intentó gritarle que retrocediera, perosu voz no salió; la impotencia lo había reducido al silencio.
—¡Detente, idiota!—rugió otro guardia desde la retaguardia, viendo cómo Elian se lanzaba hacia lo imposible.
Pero Elian no se detuvo. Sabía que el precio seríasu propia vida, pero había jurado proteger a Carlos, incluso si eso significaba enfrentarse al mismísimo infierno.
—¡NO TOCARÁS A MI REY!—gritó con todas sus fuerzas mientras una luz azulada comenzaba aenvolver su cuerpo. Su mana, aunque ínfimo comparado con el de Henry, comenzó aquemarsu propia existencia. Era un sacrificio, una técnica prohibida que sólo los guerreros desesperados utilizaban.
Henry giró lentamente la cabeza hacia él, su expresión cargada deaburrimiento y desprecio.
—¿Tú también quieres morir, insecto?
Elian no respondió. La luz de su mana aumentó hasta que su cuerpo se convirtió en untorbellino de energía, sus células ardiendo como si fueran llamas vivas. Alcanzó a Carlos yse arrodilló a su lado, colocando ambas manos sobre el pecho ensangrentado de su rey.
—¡Por ti, mi señor! ¡Por la esperanza de esta tierra!—rugió Elian, y en ese momento, la energía acumulada en su cuerpo se liberó.
Su sacrificio fue inmediato. Elmaná vitalexplotó en un resplandor azul que envolvió a Carlos por completo. El cuerpo del joven guardia comenzó adesintegrarse, como si la misma vida estuviera siendo absorbida de él. Henry observó la escena con unamueca de burla, cruzando los brazos con indiferencia.
—Una vida insignificante por otra aún más insignificante. Qué conmovedor.
Pero entonces, algo sucedió. La luz azul comenzó apulsarcon fuerza alrededor del cuerpo de Carlos. Las heridas abiertas en su pechose cerraron lentamente, la sangre que cubría su rostro comenzó a disiparse, y el aire alrededor de él volvió avibrar con poder.
—¿Qué...?—murmuró Henry, su sonrisa desvaneciéndose por primera vez.Algo había cambiado.
Carlos abrió los ojos. La mirada que emergió erafirme, ardiente, como si unallama inextinguiblevolviera a encenderse en su interior. Su mano se cerró lentamente en unpuño, y el aire que lo rodeabarugióen respuesta.
Ryan, aún en el suelo, observó con los ojos muy abiertos,incrédulo.
—Padre...—susurró con la voz quebrada.
Carlos se puso de pie. Elian, o lo que quedaba de él, había desaparecido por completo, dejando solo unmontón de polvoque el viento se llevó con suavidad.
—...Sacrificaste tu vida por mí. No lo olvidaré.—murmuró Carlos con solemnidad, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto.
Pero su atención se centró en Henry, cuya arrogancia había sido reemplazada por unachispa de incomodidad.
—Así que vuelves a ponerte de pie, Carlos. ¿De qué sirve? Te derribaré tantas veces como sea necesario.
Carlos respiró profundo, y elmaná renovadocomenzó a arremolinarse a su alrededor, más intenso que antes. La tierra bajo sus piesvibró, las grietas del suelo comenzaron a extenderse, y un leveresplandor doradosurgió en su piel.
—Eres fuerte, Henry. No lo negaré. Pero tu arrogancia te cegó a lo que somos capaces los que luchamos hasta el final.
Henrybufó, pero en su mirada había un leve destello de alerta. La presencia de Carlos ahorapesaba, como si toda la presión del mundo hubiera cambiado de dueño.
—¿Palabras vacías de un hombre que ya estaba muerto? Te mostraré lo rápido que puedes caer otra vez.—dijo Henry, cargando hacia adelante.
Carlos, esta vez, no se movió. Suaura doradaestalló en unhuracánde poder cuando levantó su brazo, y el trueno resonó una vez más en el cielo oscuro.
—No... caeré... otra vez.
Mientras Henry cargaba, eltrueno divino, aunque debilitado, comenzó a acumularse alrededor del cuerpo de Carlos. Una chispa de lo que alguna vez fue su poder máximoresurgía, lista para enfrentarse a la monstruosidad que tenía enfrente. El enfrentamiento, aunque desigual,no había terminado aún.
El aura dorada deCarlosrugió como un sol naciente en medio de la tormenta oscura. Henry frunció el ceño al sentirlo; no era una ilusión, no era un capricho del momento. La presencia de Carloshabía cambiado, y por primera vez en toda la batalla, Henry sintió unapequeña fisura en su arrogancia.
—¿Qué clase de truco patético es este?—espetó Henry, con una risa seca intentando ocultar su creciente incomodidad.
Pero Carlos no respondió. Su mirada estaba fija en Henry, como si cada fibra de su ser estuviera sincronizada con un solo propósito:derribar al monstruo.El trueno chisporroteaba alrededor de su cuerpo como unatempestad viva, y sin aviso, su figuradesapareció.
—¿Dónde...?—Henry apenas pudo murmurar cuandoel primer impacto llegó.
Unpuño cargado de truenosse estampó contra el rostro de Henry, rompiendo el sonido con una explosión atronadora. El espacio a su alrededorse deformóbajo la fuerza del golpe. Henry salió despedido hacia atrás, peroantes de que pudiera reaccionar, Carlos ya estaba sobre él.
—¡Maldito seas!—gritó Henry, intentando levantar su barrera dimensional, pero algoandaba mal. Carlosse movía demasiado rápido.
¡CRACK!Otro puño le impactó en el pecho, seguido por una patada descendente que lo clavó contra el suelo como un meteoro. Elcráterque se formó bajo Henry parecía una herida abierta en la tierra, pero Carlos no le dio tregua.
—¡¿Acaso creías que tu poder era absoluto?!—rugió Carlos con furia, mientras unaserie de golpes brutalescaían sobre Henry como una tormenta sin fin.
¡BOOM! ¡BOOM! ¡BOOM!Los puños de Carlos caían como martillos divinos, cada golpeperforaba la barrera dimensionalde Henry como si fuera papel mojado. El sonido del crujir de huesos se perdió entre las explosiones; el cuerpo de Henryse retorcía, incapaz de defenderse.
—¡Maldito insecto!—escupió Henry, intentando elevar su maná para alejar a Carlos, perono podía seguirle el ritmo.
Carlos desaparecía y reaparecía como unrelámpago dorado, impactando una y otra vez en diferentes ángulos. Henry apenas lograba percibir sombras antes de que el siguiente golpe lo aplastara. El suelotemblaba, los cielos rugían y el aire serasgabaante cada movimiento de Carlos.
—¿Esto no era lo que querías? ¡¿No eras tú el que decía ser invencible?!—gritó Carlos con fiereza, clavando unpuño directo en el estómagode Henry. La sangre brotó de la boca de Henry como una cascada carmesí, sus ojos completamente abiertos por eldolor.
El impacto lanzó a Henry a través del aire como un muñeco roto, su cuerpo girando sin control hasta queCarlos apareció nuevamente a su ladoen medio del vuelo.
—¡Esto es por cada uno de los que has pisoteado!—vociferó Carlos, levantando ambos puños sobre su cabeza y descargando un golpe tan brutal queel espacio mismo tembló.
¡BOOOOM!
Henry fue arrojado hacia el suelo a unavelocidad monstruosa, impactando en un segundo cráter que explotó en una ola de polvo y llamas. El terreno circundantecolapsóbajo la intensidad, y ondas de choque se expandieron por kilómetros, derribando árboles, piedras y cualquier estructura en la zona.
Silencio.Por un momento, todo quedó en calma. El polvo se disipaba lentamente mientras las rocas caían como gotas de lluvia.Carlosaterrizó con suavidad, sus pies firmes sobre el suelo destrozado. Laluz doradaque lo rodeaba aún chisporroteaba, pero su mirada no mostraba victoria, solodeterminación.
—¿Terminaste de jugar?—dijo Carlos con voz fría, observando el cráter humeante donde yacía Henry.
Por un instante, no hubo respuesta. El cuerpo de Henry estaba inmóvil, cubierto de sangre y polvo. Pero entonces, un sonido débil,un eco macabro, comenzó a surgir desde el fondo del cráter.
—Je... jejeje... jejeje...
Carlos frunció el ceño, sus músculos aún tensos. De entre las sombras, Henry seincorporó lentamente, su figura tambaleante pero todavía imponente. La sangre manaba de las heridas en su rostro, y su sonrisa era unamáscara de locura.
—¿Es todo lo que tienes, Carlos?—escupió Henry, limpiándose la sangre con el dorso de la mano. Sus ojosrelampaguearoncon un brillo cruel—.¡No te emociones! ¡Esto apenas comienza!
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
