Abrió los ojos de golpe sintiendo como si acabara de despertar de un trance. Se incorporó sobre la cama buscando a David. La recibió una habitación vacía y en completa calma, sin rastro de lo sucedido durante la noche. Bajó la mirada hacia ella misma, notando que llevaba su pijama azul claro y no la ropa del día anterior. Sacudió la cabeza, tratando de restarle importancia cuando claramente la tenía.

Tomó un largo baño donde la perturbación se apoderó de ella al traer lo sucedido en la noche. Era tanto el desconcierto que inevitablemente las preguntas se arremolinaron en su mente.

¿Por qué lo dejó masturbarla? ¿Por qué no lo detuvo? Pero, sobre todo, ¿por qué carajos le gustó tanto?

Trató de buscarle explicación, de culpar a la oscuridad por ser tan seductora y arrastrante porque lo cierto era que jamás pensó siquiera en detenerlo. ¿Había sido voluntad propia? ¿Por qué en vez de dejarlo masturbarla hasta el orgasmo no intentó hacerlo entrar en razón?

El agua tibia corriendo por su cuerpo no conseguía mejorar la situación por lo que, para darse un poco de ánimos prefirió pensar que quizá acceder a sus demandas le pudiera abrir la puerta para que él la escuchara y la dejara acercarse.

Era obvio que buscaba sexo con ella y, para Regina, el sexo siempre había resultado la mejor de las armas. Estaba en cierto modo acostumbrada a ello. Si lo pensaba con detenimiento no veía mayor problema si eso podía ser el medio para ayudar. La auto reprimenda llegó tan pronto como el pensamiento cruzó su mente. No iba a tener sexo con el Oscuro. Debía haber otra forma para llegar a él y salvarlo.

Quizá sonaba absurdo porque no era algo común al tratarse de ella, pero el hecho de que David usará linternas flotantes como medio para no perder la cordura, le daba la esperanza de que no todo estuviera perdido.

Descendió a la planta baja luciendo impecable, como siempre. Su intención era reunirse de nuevo con los demás para buscar soluciones y quizá, solo quizá les diría lo que estaba sucediendo. Lo que nunca esperó fue encontrar a David cómodamente sentado en el comedor con lo que a simple vista parecía un desayuno digno de la realeza.

—Buenos días, Majestad —saludó con altanería a la preciosa mujer que moría por hacer suya. Le fascinaba verla tan imponente y elegante, como la reina que era. Jamás se cansaría de admirar la belleza que poseía.

—¿Qué estás haciendo? —Le lanzó una mirada desafiante, evidenciando el asombro y lo poco valorado que era ese sorpresivo recibimiento matutino.

David soltó el aire en un fuerte y cansino suspiro. A decir verdad, no esperaba menos de Regina. Se puso de pie, rodeó un poco la mesa, jaló una silla y la miró de la misma forma en la que ella lo hacía.

—Esperándote para desayunar. Siéntate —habló lo más cordial que le fue posible porque no quería obligarla a aceptar el gesto tan amable que se dignó a tener con ella.

La reina apretó los labios y cerró momentáneamente los ojos mientras se convencía de que seguirle el juego era lo mejor que podía hacer. Se acercó y dejó que David la ayudara a sentarse para después tomar asiento él mismo en el sitio donde estuvo anteriormente. No pudo evitar quedarse viendo, lo natural y apuesto que se veía con ese aspecto oscuro, con esa nueva realidad. Era como si de alguna forma abrazara por completo la oscuridad y se estuviera dejando arrastrar por ella. Se sobresaltó cuando él le hizo un gesto para que comenzara a comer como él ya lo hacía. Llevó un trozo de fruta a su boca y se preguntó si alguno de los dos mencionaría lo sucedido o simplemente lo ignorarían. Y, como no le gusto descubrir que ansiaba que sí lo hablaran, decidió seguir adelante con lo primordial:

—David, no puedes dejar que la oscuridad te consuma. Tienes que luchar contra la maldición del Oscuro y ayudarnos a encontrar una solución para que tu alma no se corrompa.

—Sabes que no hay nada que se pueda hacer y que gustoso sacrifique esa alma de la que hablas por ti —expresó con firmeza y con la intención de que Regina lo entendiera de una vez por todas. Ella exhaló, el bello rostro adoptó un gesto indescifrable, apretó ligeramente los labios y negó con la cabeza.

—Emma está desesperada. Mary Margaret y Henry también. Están preocupados por ti.

—¿Y tú? —Ladeó la cabeza al preguntarle y estrechó los ojos un poco pues sabía la respuesta de antemano, pero oh, cómo deseaba escucharlo de la bella boca de su reina.

—También. No puedo con el peso de saber que te sacrificaste por mí.

—Es que no debes preocuparte por mí, Regina. —Se puso de pie, rodeando la mesa para acercarse a ella quien se mantuvo estática con la mirada en su plato—. Yo, como David y el Oscuro, solo deseo tenerte a ti.

—Eso es absurdo —dijo ella poniendo de pie también parándose de frente a él con la silla como único obstáculo entre ambos.

—¿Por qué? —Arrugó el entrecejo, asombrado por la incredulidad de la reina—. ¿Qué hay de malo con quererte para mí y tratarte como lo mereces? —dijo, haciendo alusión al gesto matutino que tuvo con ella.

No supo qué responder. Había algo en la forma que David hablaba, en el significado de esas palabras que no lograba descifrar. Eso la ponía nerviosa porque con Rumpelstiltskin jamás hubo algo como eso y no estaba segura de poderlo manejar.

—Tú sabes que llevo tiempo queriendo una oportunidad de acercarme a ti. Para hacerte mía. Para adorarte. Y sé que no te soy indiferente.

Ser de él… Qué fácil lo hacía ver cuando no era algo sencillo. Era imposible saber si ese deseo era de David o del Oscuro porque no perdía de vista las palabras de Azul: La oscuridad siempre va tras la luz para destruirla. ¿Era eso lo que quería? ¿Tenerla para destruirla?

—Si quieres un beso solo tienes que pedirlo.

Regina parpadeó un par de veces cayendo en cuenta que, mientras pensaba, se dedicó a mirar fijamente los labios de David. Lo siguiente que hizo fue desviar la mirada hacia la empuñadura de la espada. Él se percató sonriendo con suficiencia sacando el arma frente a ella.

—Estás equivocada. No es la daga —aclaró pues no había otra razón por la cual Regina se interesara en la espada más que esa—. Es lo que usaré para atravesar a todo aquel que intente apartarte de mí o si quiera tocarte —dijo entre dientes. Los ojos se le encendieron por la ira que el solo pensamiento le causaba.

—David —susurró su nombre al notar el cambio en él. Le causaba escalofríos pensar que el príncipe se perdiera en la oscuridad y no hubiera forma de llegar hasta él para salvarlo. Estaba segura de que no podría vivir con la culpa.

David se apartó con todo y silla para dejarle el paso libre a Regina a quien no dejaba de mirar como si quisiera devorar porque oh, si permanecía más tiempo ahí con él acabaría follándosela sobre la mesa y aún era temprano para ello. La reina tomó aire profundamente y dio un par de pasos, pasando frente a él.

—No olvides que tienes una cita con el hombre del bosque —le recordó haciendo que Regina, quien ya le daba la espalda, se parara en seco—. Te aconsejo que evites pensar en mí cuando estés con él, Majestad. —Se acercó a paso lento a ella a quien vio estremecerse ligeramente. Colocó su boca justo detrás de su oreja derecha—. Con el más mínimo de los recuerdos de anoche, sabrás a lo que me refiero —le habló con voz grave y profunda.

Joder… Regina cerró los ojos, sintió un delicioso escalofrío recorriendo su cuerpo, mismo que se concentró en su entrepierna que sintió arder. Con la poca fuerza de voluntad que le quedaba siguió avanzando para salir de la Mansión.


—Linternas flotantes —dijo Regina mientras entraba al apartamento de Mary Margaret de la misma forma en que lo hiciera el día anterior.

—¿Qué hay con las linternas flotantes? —cuestionó Mary Margaret mirando fijamente a quien fuera alguna vez su peor enemiga quien ese momento besaba la cabeza de Henry y lo abrazaba.

—Es su distintivo. Espero que lo haga para evitar enloquecer por completo.

—¿Cómo sabes que son linternas? —Esta vez fue Emma la que abordó a Regina.

—Porque anoche apareció de nuevo en la Mansión —confesó. Todos la miraron atónitos y en lo único que pudo pensar fue en cómo se pondrían si les dijera lo que pasó.

—¡¿Y qué sucedió?! —presionó la maestra para que hablara.

—David está convencido que la oscuridad es lo mejor que le pudo pasar. Tuve la oportunidad de hablar con él, de decirle que debe luchar contra la maldición para no ser consumido por la oscuridad. También que estamos preocupados. Espero eso le ayude a entrar un poco en razón.

El lugar se llenó de rostros afligidos casi desesperanzados como era de esperarse. Ninguno quería perder a David de esa forma. Bastante tenían con aceptar que era el nuevo Oscuro.

—Fuimos a buscar la daga a su apartamento, a la estación… —comenzó a decir Mary Margaret con la angustia plasmada claramente en el tono de voz.

—Y por supuesto que no la encontraron. —Interrumpió Regina. La maestra asintió.

—Sí. Belle dice que el Oscuro jamás ocultaría la daga en un sitio tan obvio como esos —comentó Emma algo avergonzada por el tonto impulso por el que se dejó arrastrar.

Regina resopló con enfado, rogando a los dioses un poco de paciencia ante el despliegue de ineptitud de la salvadora que ahora le clavaba una mirada aguda, tan extraña que logró incomodarla.

—¿Y bien? —arremetió, cruzando de brazos, devolviéndole a Emma una mirada desafiante.

—Hablemos un momento —dijo mientras se dirigía a las escaleras que subió sabiendo que Regina la seguiría.

Una vez arriba, la sheriff invocó un hechizo de insonorización a fin de evitar que alguien pudiera escucharlas.

—Mi súper poder me dice que estás ocultando algo y sabes bien que nunca falla —le dijo al tiempo que metía las manos en los bolsillos de sus jeans, meciéndose entre los talones y puntas de los pies.

—Es curioso que ese súper poder sólo funciona cuando es conveniente para ti —reviró mordaz.

—Dime bien qué está sucediendo con David.

—No lo sé. Ha estado apareciendo en la Mansión y no dice mucho además lo que ya les he dicho. —Soltó una exhalación larga por la boca denotando fastidio por la insistencia—. Necesito que Henry se siga quedando contigo. Pienso que David puede seguir apareciendo ahí. Claramente está jugando y la única forma de saber qué trama o encontrar la daga es seguirle ese juego.

—Debería ser yo quien lo haga. Lo conozco mejor que tú.

Regina le dedicó una falsa sonrisa. Si la sheriff supiera lo que sucedía entre ellos huiría espantada.

—Emma, David es ahora el Oscuro. Un villano y entre villanos nos entendemos. Pregúntele a tu pirata. —Esbozó de nuevo una sonrisa, esta vez victoriosa. Le entró urgencia por irse antes de que Emma, que asentía pensativa, insistiera en entrometerse.

—David no es un villano.

—Aún —recalcó haciendo una mueca. La sheriff torció la boca. Arrugó la nariz al entender el conflicto de la otra madre de su hijo. —Si aparece de nuevo le diré que quieres verlo. Espero acceda y le sirva para recordar que tiene personas que lo aman y que vale la pena luchar para no perderse en la oscuridad.

—Gracias. ¿No sería mejor si te acompaño? —insistió en participar, sorprendiéndose cuando Regina sacudió la cabeza. Parecía empeñada en hacer las cosas por su cuenta y no lo apreciaba.

—Prefiero hacerlo sola. Ya te lo he dicho: he tratado por mucho tiempo con el Oscuro. Sé perfectamente cómo manejarlo.

Mentira. Este Oscuro tenía una nueva forma de seducirla y de intentar arrastrarla a la oscuridad. Lo que no podía descifrar era qué es lo que quería realmente de ella.

—Debo irme.

Sin esperar bajó las escaleras, se despidió de todos, especialmente de Henry, agradeciendo que Emma llegara a su auxilio para evitar que quisiera irse con ella. Bajó las escaleras del edificio de apartamentos y, para su mala suerte, se cruzó de frente con Azul quien la abordó de inmediato.

—Regina, ¿te has vuelto a encontrar con el Oscuro?

—Eso no es tu incumbencia —murmuró pasando de largo.

—David es peligroso. El hecho de que se haya sacrificado por ti no significa que tengas una deuda con él.

Eso la detuvo en seco e incluso consiguió que se girara para encarar a la polilla azulada. ¿Cómo sabía el hada que David se había sacrificado por ella? Desechó la idea. Mary Margaret también se lo había dicho. Era lógico que pensaran eso cuando inicialmente la oscuridad iba por ella.

—Yo también conozco al Oscuro —continuó Azul—. Lo más seguro es que busque engañarte para conseguir lo que quiere —dijo mostrándose ansiosa.

—¿Es algún tipo de amenaza o sabes algo que no has dicho? —Regina tuvo la audacia de acusar al hada del pecado que ella misma cometía.

—Justo eso fue lo que hizo Rumpelstiltskin contigo, Regina. No veo por qué la duda. —Su voz sonó firme y serena a la vez, casi como si estuviera narrando una profecía—. Acabamos de descubrir que eres el portador de magia blanca más poderosa. Eso es algo en lo que seguramente el Oscuro está interesado.

—Pero eso no lo sabremos a no ser que él nos lo diga y, para ello, hay que enfrentarlo —refutó muy segura y, con toda la elegancia y altivez que la caracterizaba, retomó su andar.

—Solo ten cuidado, Majestad.

Regina no se molestó en voltear a verla. No tenía por qué darle las gracias pues no le debía nada a las hadas. Salió a prisa, atormentada con la idea de que las intenciones de David fueran destruirla. Hubo algo de decepción al pensar en que fuera mentira lo que Robin dijo sobre el interés de David en ella y eso la alertó. Obligó su mente a enfocarse en resolver el problema. Revisó su celular notando un nuevo mensaje que llevaba horas ignorado.


—Pensé que nos veríamos en la alcaldía —comentó a Robin en cuanto llegó al sitio indicado en el mensaje.

Estaban en medio del bosque, en el sitio donde el ladrón acampó un tiempo con sus hombres, el mismo donde Regina le entregó su corazón para que cuidara de él. Quién pensaría que poco después estaría echándola de su vida para volver a los brazos de la esposa traída del pasado.

—Lo prefiero así. —Esbozó una pequeña sonrisa que bailaba en la nostalgia. Quería a Regina, eso lo tenía claro. Le dolía haberla lastimado y lo mataba el que fuera casi imposible recuperarla, pero era muy difícil. Los recuerdos de la pérdida de Marian lo enfrentaban con la peor cara de la bella mujer y era algo que no le podía perdonar a pesar de sus sentimientos—. ¿Qué hacías anoche? ¿Por qué estabas indispuesta a recibirme? —interrogó con un dejo de escepticismo.

La reina inhaló hondo antes de comenzar a hablar, las imágenes de David besándola, follándosela con los dedos acaparó su mente y fue cuando lo supo.

"Evita pensar en mí cuando estés con él"

Se estremeció ligeramente y apretó los muslos con disimulo cuando la sensación de su pensamiento se volvió realidad: podía sentir los dedos entrando y saliendo de ella, estimulando sus puntos especiales. Se apresuró a sentarse en un tronco cercano porque temía que las piernas dejaran de sostenerla.

—David estaba contigo, ¿cierto? —El rostro de Robin se tornó dolido y casi horrorizado al pensar que Regina pudiera estar teniendo algo con David cuando ellos eran almas gemelas. Eran la segunda oportunidad del otro. Ella no podía sentir algo por otro hombre que no fuera él.

Joder. Regina apretó los ojos y los labios para no gemir. Podía sentir lo mojada que estaba y que sus mejillas se encontraban encendidas. Algo que Robin interpretó como la confirmación de sus sospechas que fue como una daga que le dio justo en el orgullo sin piedad.

—Pero tú y yo… el polvo de hadas —trató de persuadir, de hacer que entrara en razón, de aceptar que su destino era él y nadie más que él. Regina volteó a verlo.

—Robin, no... —pasó saliva con dificultad por la excitación. Cerró los ojos un momento ordenando sus pensamientos—. Sé que debí entrar en esa taberna, que te condené y me condené al no hacerlo, pero no puedo arrepentirme de ello —se puso de pie cuando la intensidad del hechizo de David bajó dando paso a la claridad—. El caer en la oscuridad me trajo a Henry y de ello jamás me voy a arrepentir. Y tú no vas a perdonarme el haber ordenado la ejecución de Marian —su mirada era seria y sincera pues sentía que era lo correcto—. No importa lo que el polvo de hadas haya dicho, Robin. Lo nuestro no puede ser.

La desesperación se apoderó del ladrón quien se arrojó a los pies de Regina, abrazándola por las piernas.

—Yo quiero estar contigo, Milady —sollozó unos segundos, pero luego se puso de pie, la tomó del rostro y la besó sin importar que Regina intentara negarse. Se extrañó cuando ella se estremeció y se apartó de él como si el contacto la quemara. La tomó de una mano para que se mantuviera cerca de él—. ¿Qué es lo que el Oscuro te está haciendo?

Enloquecerla. Esa era la respuesta. Era eso lo que David estaba haciendo con ella. El beso que Robin le dio solo trajo a su mente los ardientes del príncipe y la maldita sensación de sentirlo follándosela con los dedos se dejó sentir con intensidad en su intimidad. Apretó la mano de él a fin de aferrarse a algo, pero eso solo lo empeoró todo.

—Regina, tú no te puedes involucrar con el Oscuro.

Oh, por Dios. Estaba tan mojada que apenas podía creerlo.

—¡No me estoy involucrando con él!

Otra mentira. Otra piadosa mentira que se decía a sí misma, negando sus sentimientos para no ahogarse en la desesperación de sentir algo por David y la posibilidad de perderlo. ¿En qué demonios estaba pensando?

—Dime que aún hay esperanza para nosotros, por favor —suplicó Robin.

—Robin, esto no es fácil —respondió Regina quitándole la mano para abrazarse a sí misma en un intento por calmar su propio deseo. Moría por apretar sus duros pezones, por llevar una mano hasta su entrepierna para frotar su palpitante clítoris que dolía por la acumulación de las ganas—. Estoy confundida y lo importante ahora es salvar a David.

Robin decidió callar y se limitó a asentir. Despidió caballerosamente a Regina dejándola ir a pesar de que quería. La vio alejarse hasta desaparecer entre los árboles del bosque y en su mente reino una sola verdad: El Oscuro estaba manipulando a Regina y él, la iba a salvar.


La puerta de la Mansión se abrió de golpe para dejar pasar a una furiosa Regina a quien nada le importaba mas que reclamar a David quien parecía estar ausente.

—¡David! —Lo llamó energética, registrando con la mirada los alrededores en espera de alguna señal. Nada—. ¡Con un demonio, Oscuro! —maldijo.

Registró la planta baja en búsqueda de algo que indicara si David estaba o no ahí. Pasó por cada espacio de la planta baja sin éxito. Subió apresurada las escaleras, recorriendo el largo pasillo como alma que llevaba el diablo hasta la puerta de su habitación que empujó para pasar.

Detuvo su carrera en seco cuando lo vio parado en medio del lugar vistiendo un albornoz negro. Iba descalzo, con el rubio cabello desordenado y el mismo aspecto oscuro de las dos veces anteriores. Apretó la mandíbula, con el reclamo a punto de emerger de su garganta. Él curvó los labios esbozando la más maliciosa de las sonrisas y joder…. Se veía tan guapo.

—Maldito imbécil. —No pudo evitar que el improperio abandonara su boca por entre los dientes, apretando las manos en puños.

—Esa boquita, Majestad. —Chasqueó la lengua, reprobando el lenguaje empleado por Regina. Metió las manos en los bolsillos de la bata negra, disfrutando la escena.

—No me vengas con idioteces. ¡Sabes bien a lo que me refiero!

—A que te excitaste por mí mientras hablabas con quien el polvo de hadas dijo era tu segunda oportunidad en el amor —dijo haciendo caras de por medio, burlándose claramente de esa estupidez.

—Tú me pusiste un hechizo para que eso sucediera —acusó. Lo apuntó con un dedo, amenazante pues estaba furiosa.

—Que fácilmente podías quitar con tu magia, pero no lo hiciste. Preferiste seguir sintiéndome dentro de ti mientras estabas con él. ¿Te excita pensar que Robin sepa lo que hacemos?

—Eres un jodido pervertido. —Hizo una mueca de desagrado para evitar pensar si eso era verdad o no.

—Puede ser… —dijo él—, pero digo la verdad, Regina. —Estrechó los ojos, mordió brevemente su labio inferior y avanzó hacia ella. Quedó tan cerca que Regina se vio obligada a alzar el bellísimo rostro para poder verlo a los ojos. Se sostuvieron las miradas llenando la habitación de tensión—. Es más. Apuesto a que el hombre del bosque ni siquiera sabe coger.

—Y seguro tú sí… —espetó con sarcasmo y una risa burlesca que no supo de dónde venía ni por qué se empeñaba en llevarle la contraria. David alargó una mano tomándola por la mandíbula con posesividad. La acercó tanto a su apuesto rostro que podía sentir el tibio aliento.

—¿Por qué no lo averiguas por ti misma?