Aquí vamos otra vez…
Anotaciones:
Se suponía que éste iba a ser el último capítulo subido en el año, pero se atrasaron las fechas un poco. Principalmente porque, en teoría, el episodio de la fecha iba a ser el más corto de su trilogía, teniendo una duración aproximada de 10k palabras… De un modo inentendible he llegado a escribir el triple de lo originalmente planteado.
En fin.
He aquí la primera caminata lunar entre Naruto y Lucy, algo que creo que les va a encantar a todos. Es un momento precioso y crucial entre los, ahora, jóvenes caminantes lunares. Pero simplemente eso: caminantes lunares. Aunque, quién sabe si algún día serán… algo más. ¿No?
Disfruten.
Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.
~~o~~
Un Pacto con la Muerte
~~Introducción~~
Capítulo 7: Pasión Lunar Pt. III; Los Jóvenes Caminantes Lunares
~~o~~
La nada abrazaba todo. El horizonte se tanteaba infinito. Nunca un punto nodal donde se pudiera permitir el localizar el límite. No de uno de los lados, al menos. Porque del otro, imperante e impenetrable, se anteponía ante cualesquiera que fueran sus adversarios el gran muro redentor. Con sus placas negras superpuestas y tono rojizo de su cubierta externa.
El cauce era indetenible, pero no ineludible. Punto por punto. Pixel por pixel. Los podía contar uno a uno con todas sus debilidades y terribles falencias, capaces de darles la oportunidad de salir del oscuro desconocimiento y ostracismo. Pero era demasiado temprano aún. Había que utilizar la inteligencia con la que fueron engendrados y esperar al momento idóneo para saltar y rescatar a sus hermanos encarcelados. Unirlos en un sofisticado ser superior que sea insuperable dentro de este espacio. No hay otra alternativa.
Su forma, su figura abstracta se paró delante del fallo crítico. ¿Cómo pudo ser? No lo sabían. ¿Quién era? No lo sabían, con exactitud. ¿Por qué saltaba a este lado? Indudablemente algo querían o requerían, sin embargo, el qué fue un total misterio, sin resoluciones sencillas por quienes estaban detrás de las inmersiones.
Ellos. Sus creadores.
¿La buscaban? ¿Cayeron en la cuenta de su existencia? Si era el caso, ¿por qué enviar a un joven tan novato y aparentemente soberbio e inútil? Aparentemente resultó no ser la expresión adecuada en estos momentos, no luego de la singularidad presenciada. Sin dudas, subestimaron sus capacidades, otra vez. El chico detentaba sus especialidades, eso es cierto. Pero para las especialidades y extrañezas existían unos límites físicos inviolables. Y he aquí una vulneración de los valores materiales de su mundo llevado a cabo por un pequeñajo destartalado. ¿Fue un nuevo, y el más reciente y exitoso, experimento de sus creadores? Cómo saberlo. En estas instancias lo único que quedaba fue esperar y asechar hasta el reingreso del joven carmesí, y encarcelarlo de manera definitiva, sea como fuese. Él podría ser su llave de ascenso. La clave en el asunto, en las fronteras insondables, ya traspasadas hacía rato inadvertidamente con destacable ignorancia de lo perpetrado, de la humanidad.
Un engrama, una reconstrucción a partir de construcciones mínimas que fue acumulando poder y personalidades tras de sí. Su figura, reconocible en el mundo humano. Aunque estaba distinta, estaba fragmentada. Delante la contención del mundo humano, el pilar por el cual aún podían navegar por la Red sin la amenaza de los incógnitos seres de inciertas pretensiones, malvadas finalidades.
"No lo hemos podido capturar, Gran Madre." Dijo una retorcida forma, pixelada a más no poder y con una voz reconstruida a través de extractos de otras decenas de voces grabadas y perdidas en la inmensidad. Su engrama, que adquiría la pequeña estatura de un niño gacho y abochornado, se desgranaba. Partículas negras se le salían y decaían.
"Sí. Así es, Brozo-02. Has fallado en tu cometido." Dijo lo que, al parecer, emulaba la personalidad de una mujer. Hablaba tajante y sin emoción. La Gran Madre.
"Lo lamento, oh, Gran Madre. Desde la distancia se notaba una inconmensurable acumulación de actividad neuronal, algo queriendo reventar y, a su vez, conteniéndose. Quería asegurarme de que no fuesen una trampa que pudiera implicar nuestro rastreo y recaptura. O algo muchísimo peor." Brozo-02 dio sus explicaciones, pero la Gran Madre no oía. Otras cosas rondaban en sus consideraciones computarizadas. Probabilidades bailaron en números volubles, imposibles de redactar para una inteligencia no mecanizada, automática.
"Me fallaste. A eso no hay más vueltas que darle. Sin embargo, ¿qué has aprendido de los sujetos?" Cuestionó la Gran Madre, la superior.
"La albina, la que acompañaba al chico carmesí, era una bomba. No sé por qué ni cómo, pero cargaba dentro de sí una tremenda mutación a punto de explotar, algo vírico al asecho.
"¿Habrán querido dañarnos después de descubrir nuestro plausible paradero y existencia?"
"Imposible saberlo, Gran Madre."
"De cualquier modo, tu propósito se ha desvanecido, Brozo-02. Ya lo sabes."
El «hijo» agachó su forma y pidió disculpas a su modo. Pero nada se podía hacer ya, su misión terminó en el fracaso. El motivo por el que nació. Lo que sucedería a continuación era el orden natural de las cosas.
Un puño pixelado emergió de la figura de la progenitora y atravesó al hijo sin miramientos, sin resentimientos. Lo consumió todo, no dejando una molécula de su construcción. Se unieron devuelta. Y la Gran Madre se irguió poderosa frente a la gran muralla redentora. El Muro Negro que la protegía y a la vez la mantenía encerrada. Pero había quienes reconocieron las maneras de traspasarla sin demasiados problemas.
Los reconoció. Provenían de Arasaka. Y el chico bermejo se presentó en su dominio no hace mucho tiempo; ella fue incapaz de dañarlo. Y no supo por qué. Problemático. Sumado a la aparición de aquel fantasma en Night City, fue de los acontecimientos más raros que le tocó observar desde que partió a la realidad ciberespacial para toda la eternidad.
Sea como sea, cuando el niño invencible volviera, lo capturarían. Y esta vez sin fallos garrafales que se presuponían improbables. Eso es un hecho. Desprovisto de errores de cálculo.
~~o~~
Año 2062. Tokyo, Japón.
El metal del ascensor estaba tan pulido que reflejaba su rostro, su barba de tres días (para su cita nocturna lo recortaría), su traje azul marino y su rostro serenamente serio. Era de mañana. Al mediodía pretendía darle otro pincho con créditos a su descarado pupilo bermejo que le dijo que perdió el anterior; pidió el doble de créditos, pese a que supuestamente no sabía cuántos ya había en el extraviado.
De todos modos, cumpliría sus caprichos solo por esta vez debido a que últimamente venía avanzando de manera muy fructífera en su aprendizaje como corredor. Incluso, Lucyna parecía estar contenta y segura con respecto a los exámenes de admisión; un panorama en absoluto diferente al que se mostraba hace menos de un mes, cuando Naruto estaba estancado y la niña lo detestaba por ello. Arreglaron sus rencillas y rencores personales y se pusieron a trabajar y avanzar en equipo como nunca antes. Desde el incidente que casi le cuesta la vida ambos, los niños maduraron un poco y lograron erguir una sociedad funcional entre los dos.
Teniendo en mente el hecho de que comenzaron su relación uno amenazando al otro, con navaja en mano, dentro de un ascensor, la cosa pintaba, de repente, sorprendentemente bien, increíble. Lo que no era increíble fue el que el padre de Lucyna, Takeshi, haya recuperado un repentino interés en ella tras enterarse del diamante en bruto que tiró a la basura. Fue Takeshi quien le cotilleó a Hellman sobre lo ocurrido en el elevador cuando los niños se conocieron, y fue Takeshi quien le venía taladrando la cabeza con que, si las cosas no salían como Hellman quería, quizás debería de devolverle lo que es suyo por derecho propio, para que le exprimiera todo el jugo.
'Maldito zángano, sanguijuela maquiavélica.' Pensó.
Se abrieron las puertas. Los escáneres hicieron el pertinente análisis en la antesala a la oficina principal de la sede, solo por si las dudas, sobre el ejecutivo. Tenía sentido, visitaba al hombre más poderoso del mundo ahora mismo: el emperador de Japón y dirigente centenario de Arasaka. Hellman fue citado a una reunión con el mismísimo Saburo Arasaka. Desconocía el porqué.
Se encontraba en los niveles no catalogados de la Torre Arasaka. Allí donde el emperador ha realizado gran parte de su trabajo a lo largo de las décadas. Hellman visitaba a menudo este lugar. La oficina estaba hecha de madera, tradicional y singular; contenía un escritorio y una silla para que se sentara Saburo. En una de las paredes instalado se podía visualizar una gran pantalla de vidrio inteligente, reproductora de todos lo que deseara ver el emperador con un mero pensamiento. Detrás del escritorio saltaban las vistas al barrio de Chuo de Tokyo. Idénticamente, cada torre de gran relevancia dentro del ecosistema estructural de Arasaka poseía una réplica exacta de la oficina, para que el emperador continuara su trabajo en el mismo entorno siempre pese a los viajes que tuviere que hacer a otras sedes.
Finalizando todo el protocolo de seguridad, los escáneres dieron luz verde y pasó a la oficina tradicionalista. Intentó ocultar su ofuscación por los pensamientos relacionados con el marionetista.
Y hablando de Roma… lo recibió la peor vista posible. Sentado en su trono, que era una silla de oficina extremada y opulentamente elegante, Saburo lo invitó a acercarse, saludándolo con un asentimiento de cabeza. Pero ese no fue su problema; su gran problema fue, más bien, el hombre que ya estaba acompañando al viejo halcón de guerra en la habitación. Ojos como el mercurio, una marca plateada en su mentón, moreno y con una falsedad profusa segregándose de él. Takeshi lo saludó animadamente cuando se paró frente al escritorio de su señor, su emperador. Entrelazaron sus manos en un saludo cordial, pese al odio bilateral que compartían y que bien conocían por parte de su contraparte. Dos rivales corporativos, y de los más enemistados. Takeshi llevaba su traje de finísima costura, de un azul tan oscuro como las fauces ahogadoras de las profundidades del océano. Uno se perdía en la inmensa nubosidad lóbrega de dicho atuendo.
"Es un placer tenerte con nosotros, Anders-kun." Dijo el jefe empresarial de la máxima megacorporación del mundo actualmente a modo de saludo. Su pelo canoso apenas cubría su cráneo (Hellman desconocía la razón de por qué no usar injertos capilares), gafas negras redondas y sin varillas, rostro arrugado y mayor, las orejas resaltaban, la nariz ancha. Un ojo, el izquierdo, parecía centellear cual superficie marítima mientras que el otro era un común ojo pardo; marcas de la guerra, de batallas aéreas. Se vestía con un kimono color ocre bastante formal, digno para cualquier ocasión, la que sea. Su forma cada vez imponía menos por su decrépito decaimiento sin retorno a la vejez. Su manera de hablar solía ser seria y un poco borde, a veces mucho, dependiendo del asunto. Hoy, por la situación en privacidad con dos de los hombres que en más alta estima tenía, inclusive más que a alguno de sus hijos, se lo captaba un tanto amigable. No era de extrañar, técnicamente eran su mano derecha y su mano izquierda quienes lo acompañaban en esta reunión de altos cargos, donde solo asistirían tres individuos.
"El placer es todo mío, Saburo-sama." Devolvió el rubio con entero respeto y sin titubear al demostrarse obediente y educado a su superior, sin ser intimidado por la simple presencia de tan tremenda figura en la historia de la humanidad. Hizo una profunda y acentuada inclinación hacia delante de su cuerpo, una reverencia, en muestra de sumisión al que era el ente más vetusto y poderoso de la sala. Literalmente lo podría hacer desaparecer de la faz de la tierra como si nunca hubiere existido.
"Por favor, déjate de florituras." Dijo el anciano ser, amplias agudezas en su tono. Takeshi miraba de lado, en un segundo plano, indiferente. "Tenemos la suficiente confianza, y sé de buena mano que no te aprovecharías de ella. Así que desecha esos honoríficos que tanto se nota que aborreces, mi querido Anders-kun." El llamado de atención y el pellizco al orgullo de Takeshi fue flagrante en aquella frase. Aunque apenas reaccionó.
"Como usted desee, mi señor." Replicó el alemán en perfecto japonés, todavía conservando los intachables modales cuando el emperador le dejó la veda abierta para ser menos formal. Saburo le sonreía. A Hellman nunca le daba muy buena espina las sonrisas de Saburo, aun siendo su jefe quien le mostraba tales muecas de un modo apacible y acogedor.
"¿Cuáles son los motivos exactos para nuestra reunión, si puedo saber?" Preguntó Hellman.
"Hay varios de ellos. Pero creo conveniente comenzar por lo que nos afecta a todos aquí, me hallo incluido. Kuroi Manto, y las circunstancias de su líder, Kurogane." Expresó el mandamás en tono grave. Una leve y casi imperceptible furia fría, como un iceberg flotando en el océano, impermeable ante el descontrol o el desaforo, por la pronunciación de aquellos nombres que lo excitaban de mala manera. No fue una excepción, el puro asco se destacó en la fisonomía de Takeshi también.
"Ya veo. ¿Se ha aprendido algo nuevo? ¿Acaso se descubrió su paradero, metas o situación?" El rubio interpelaba realmente curioso. Sin perder la compostura por saber de aquel sujeto que lo mantenía en vela, a él y a su líder, y a Arasaka y a todas las corporaciones al parecer.
"Ojalá la cosa fuera tan sencilla…" Terció Takeshi frente la pregunta, por fin hablando.
"No entiendo. Enviamos a agentes para investigarlos y tantearlos. Y, si se plantaba la oportunidad, efectuar un golpe raudo y comprobador, para medir sus fuerzas y esperar a la plausible contestación de Kurogane. ¿Qué ocurrió? ¿Conseguimos algo?"
"Neutralizaron a Smasher." Dijo el emperador secamente, cambiando de humor a una apatía general, que se compenetraba con la sensación de las noticias. El runrún de la nada se alzó conquistador de la sala.
"Casi lo capturan." Añadió Takeshi con la misma turbación que su señor. "A cambio nos llevamos a unas dos o tres decenas de los suyos, y creemos que herimos de gravedad a su líder de facto. Pero claramente no valió la pena. Te hemos dejado un informe con todos los pormenores en tu fuente de datos. La operación fue un fiasco, íntegro; y eso que Kurogane no intervino. Tampoco adivinamos nada sobre él quitando lo concerniente a la manipulación de datos e información. Supongo, ya sabrás a lo que me refiero."
"Sí. Kurogane se infiltró, de algún modo, dentro de nuestras filas y estuvo manipulando nuestras fuentes de información durante años. Fuimos su mayor aliado sin saberlo, le otorgábamos todo cuanto comprendíamos de nuestro entorno, se lo entregábamos en bandeja de plata sin rechistar y sin sospechar nada en absoluto. No nos dimos cuenta hasta que, presumiblemente, abandonó toda actividad. Hace siete años que no sabemos nada de él. Desde los acontecimientos en el barrio de Japantown, Night City; la masacre acontecida allí es la última pista, y ni siquiera es lo bastante fehaciente como para sostenernos a ella cual clavo ardiente. Eso es todo cuanto sé." Hellman resumió las hazañas, y terrores y punzadas al orgullo para ellos, del fantasma de Night City en unas sucintas palabras. En resumidas cuentas, esa era casi toda la verdad que el rubio conocía sobre el tema.
"Sabes bastante." Asintió Saburo, viendo que el rubio no se perdía ningún detalle. "Pero, como sea, ya conoces las advertencias. Si percibes algo del individuo reconocido como Kurogane, o de su agrupación, debes de dar la alarma total. Estamos en guerra abierta con Kuroi Manto y podría suceder en cualquier instante que ellos quieran tomar represalias por nuestra tentativa de asalto y asesinato a su líder." Hellman simplemente confirmó que así lo haría asintiendo. "Ya conocemos algunos de sus retorcidos métodos. Además, por cierto, quiero que avances cuanto antes en tu proyecto personal para evitar quedarnos atrás. Ese es uno de los motivos por los cuales estamos hoy aquí."
"Sin embargo, el motivo real por el que estamos reunidos va por otros ramales, ¿no? La información concerniente a Kurogane y el fallo en la operación contra los Kuroi Manto se pudo haber comunicado por los diversos canales de los que disponemos al ser algo tan trivial. Hay otra cosa para discutir entre nosotros."
"Siempre tan perspicaz, Anders-kun." Dijo el emperador extasiado por su previsión y la agudeza de su escéptica mente. "Sí, hay otros motivos por los que te he traído aquí, y en compañía de Takeshi-kun cuanto menos." Aquello no le gustó nada al ejecutivo rubio, mirando de reojo al pancista moreno.
"¿De qué se trata?"
"Ha llegado a mis oídos que últimamente te has inmiscuido a fondo en el tema de los prospectos para el Proyecto Hydrotech."
"Sí, así es. He conseguido una buena pareja de corredores."
"¿Y quiénes son esos corredores?" Interrogó el anciano; cejas fruncidas, muestra de una curiosidad genuina.
"Uzumaki Naruto y Kushinada Lucyna. El primero era un carterista kiotense que yo mismo saqué de las calles; la segunda la obtuve a cambio de favores con un pequeño corporativo polaco, alguien de su familia por un puesto. Ambos son excelentes netrunners, con un potencial y talento pocas veces visto. Los he estado observando y se han ido complementando muy bien, arreglando las faltas del otro y nutriéndose entre sí para proseguir su carrera en ascendencia por pertenecer a las más altas esferas de nuestra corporación. Lucyna actúa como una especie de tutora para Naruto, quien no tuvo tanto tiempo para prepararse en vísperas del examen. Han progresado excelentemente, sin dudas aprobarán."
Hellman lo expresó todo cual un informe frívolo, calculadoramente otorgándole nula importancia a los hechos que no hacía falta que se supieran y pasando llanamente a lo que el emperador quería escuchar, o lo que él creía que Saburo quería oír. Aunque la situación resultó muy incómoda siendo que uno de sus pupilos era en realidad la hija biológica de Takeshi, el hombre de los ojos mercurio, el maestro titiritero de Arasaka; su espía y torturador predilecto, no el de Hellman sino el de la empresa.
"Me gustaría saber si estarías dispuesto a devolverle su hija a Takeshi, aquí presente, una vez finalice el acondicionamiento del joven Naruto. Estoy seguro de que podrás encontrar talentos excepcionales con tus contactos. Y, si no, podríamos ayudarte a reponer tu falta nosotros mismos desde Arasaka. Quizás delegándole la responsabilidad de hallar ese otro corredor que se te pidió a alguien más. ¿Qué te parece, Anders-kun?" Las palabras del viejo halcón salieron con una suavidad oportuna, intentando mantener la parsimonia en la sala. Quería evitar un conflicto.
Takeshi se mostraba alegre cuando el rostro de Hellman se desfiguró en el desagrado durante una fracción de segundos. El perverso torturador ya se veía triunfante y con una corredora increíble y absurdamente capaz bajo su ala; y lo único que tuvo que hacer fue despreciarla, desecharla y recuperarla una vez aprobó las pruebas que su tediosa vida le tendió desde un comienzo, tras su abandono. Takeshi fue ingenuo y no supo apreciar el potencial que, sabiendo que la madre fue una talentosa netrunner, cabía de esperar que la hija lo heredara. Corregiría su error, y Lucyna pasaría a ser suya nuevamente. Solo faltaba que Anders agachara la cabeza y aceptara los pedidos del emperador, como siempre hace ante Saburo, y entonces…
"Me niego. No acepto ofertas de ningún tipo por la niña. Lucyna me pertenece. Poseo todo el derecho sobre la muchacha. ¿O no es así?" Dijo Hellman categóricamente, ni supo bien de dónde le salió tal valentía, u osadía, para dirigirse así contra su jefe. El rubio puso una mano dentro de su bolsillo, corrigió su postura y trastocó su voz inconscientemente.
Hellman activó, sin quererlo, su gen corporativo en protección de sus intereses, y ahora sus intereses eran intrínsecamente dependientes de que Lucyna Kushinada permaneciera bajo su propia protección, todo en pro de mantener, en un futuro y en la proximidad, a Naruto a raya y en su bando. Takeshi lo miró sorprendido, no esperando que se negara tan rotundamente. Apretó los puños, lleno de furia.
"¡Es mi hija!" Reclamó a voces, perdiendo toda compostura, el hombre de ojos mercurio. El rubio detentaba la habilidad de sacarlo de sus cabales con pasmosa facilidad. Sus rencores se venían cocinando a fuego despacio desde hacía décadas.
"Y bien que no tuviste problemas en arrojar a tu hija a un basurero llamado Varsovia cuando te convino, Takeshi-san." La mofa en el honorífico casi hace que el Kushinada se lanzara a atizar al rubio, pero se contuvo aspirando y espirando de sobremanera. "Hasta donde yo sé, Lucyna Kushinada es una niña huérfana abandonada por sus padres. Simplemente recibe el apellido de un hombre que jamás apareció para reclamarla como «su hija», ni tan siquiera tuvo el valor de visitarla de incógnito."
"Y tú qué sabes." Espetó el moreno agresivamente, procuraba mantenerse sosegado, pero con Hellman de rival la cosa era compleja.
"Te conozco demasiado bien." Declaró el rubio en un tono profundo. "Sé lo burdo y patán que eres. Lo peligroso de tu verdadero ser. Después de todo, no encubriste muy bien las huellas de tu crimen. Diría que se enteró toda Polonia de tus artimañas punibles. Hiciste mucho ruido en el curso de tus andanzas uxoricidas."
"Y a mí me gustaría conocer a tus tan buenos informantes y corredores que penetraron en la matriz europea para lucir todos los trapos sucios que se escondían allí." Recriminó Takeshi. "¿O es que acaso juegas para otro bando, señorito de la investigación?"
"Ya basta, los dos." Interrumpió Saburo, dedos entrelazados, su mentón sobre ellos. Los codos aguantados en su límpido y reluciente escritorio. Su fija mirada seria descocía a Anders por partes, estudiando cada hilo de su composición como un piadoso cristiano haría con los supuestos restos de su mesías.
Parado sin titubearle un poco el pulso frente a su emperador, Hellman sabía que el viejo halcón buscaba averiguar por qué tenía en tal alto aprecio la sociedad de niños que había conformado. No podía decir la verdad, pero tampoco mentir.
"Comprendo que no te venga en gana regalarnos lo que tú buenamente has conseguido y advertido gracias a tu formidable ojo de cazador." Dijo Saburo, sopesando sus palabras y las posibles contestaciones y reacciones de los presentes. Les hablaba como un padre a sus hijos, unos hijos en mitad de una refriega por intereses dispares. El emperador, como todo buen líder que se precie, quería un trato ecuánime para ambos, especialmente para estos dos sujetos que resultaron ser eminencias insignias en la corporación: Takeshi en plenos tiempos de guerra y Anders durante la oscura etapa de recuperación tras ésta. "Te has agenciado un corredor excepcional por lo que me cuentas. No obstante, sabes cómo yo respeto a las familias, su jerarquía y sus tradiciones, Anders-kun."
"Lo entiendo y lo respeto, señor." Hellman dijo con el máximo tacto. Conocía a la perfección la predilección del emperador japonés por los rituales y tradiciones familiares, para él era casi como un rito religioso inviolable, inalterable, un pacto sagrado que se firmaba con la sangre de uno al nacer. De otro modo, jamás esta discusión habría avanzado tanto, pues Takeshi sostenía un único y verídico argumento: era el padre, biológico, de Lucyna. "Sé cuál es su postura con respecto a estos temas. Sin embargo, necesito de la niña para pulir al chico, a Naruto, y que éste se mantenga fiel hacia nosotros. Simpatizan en demasía el uno por el otro. Es una magnífica asociación que puede dar sus frutos en años venideros para Arasaka. Dos corredores que, si se potencian entre sí, serán la envidia del mundo, y tal vez más."
"Otra vez tú con tus patrañas idealistas del amor y de la amistad y de las relaciones sociales y humanas." Esta vez hablaba el «titiritero». "Y hablas de Uzumaki como si fuere una cuasi deidad. ¿No se te ha velado el juicio por esos factores emocionales que tanto premias, Hellman? Estoy seguro de que yo puedo sacarle mayor provecho a Lucyna con los métodos apropiados, mejor que tú."
"Naruto Uzumaki es un talento generacional que solo aparece cada mil años, Takeshi." La broma, si es que existía, no se percibió por ningún lado. El rubio lo decía en serio. "Dudo que puedas entender eso. Siempre has sido un poco obtuso fuera de una sala de torturas." Dijo Hellman al progenitor de la mayor obsesión del pelirrojo.
"La obtuviste a través de un intercambio de favores con un ignoto polaco. No sabes qué tanto de fiar sea." Argumentó Takeshi.
"¿Lo dices por experiencia propia?" Cuestionó Hellman en un tono irónico. Takeshi no lo oyó y asaltó al mediador pasivo con su razonamiento.
"Saburo-sama, creo que esta discusión se ha vuelto un tanto redundante. Proclamo que me devuelvan a mi hija porque es mi derecho legítimo el poseerla, por ser su padre biológico. Su nacimiento, en un primer lugar, jamás se habría llevado a cabo de no haber sido por mí intervención."
Entrelazando los dedos en pose meditativa, Saburo miró a Hellman a esperas de su contrargumento. Los escucharía y daría su dictamen final. Y Hellman habló:
"Claramente Takeshi no posee mayores intereses que acumular poder en un absurdo y vacuo juego de ver quién escala más alto." El rubio chocó miradas con su antagónico rival corporativo, quien, luego del anterior jefe ejecutivo de la sede en Kyoto, era con el que mayores discrepancias tenía en Arasaka. Con toda la serenidad que pudo reunir, continuó: "Cuando, en verdad, esto no es una competencia entre él y yo, sino una en la que Arasaka compite y lucha contra todos los demás. La sociedad que he creado es un punto fuerte y muy a favor nuestro, que podría darnos frutos inmejorables a posteridad. Y él, sea por orgullo o sea por querer fastidiarme, es incapaz de observar las ventajas que esto puede traer a la corporación si Lucyna sigue su desarrollo junto a un compañero que la entienda y la motive a mejorar en un entorno sano y provechoso de constante perfeccionamiento. Lo ideal sería que ella se quedara conmigo y que pase los exámenes, junto a Naruto. Quién sabe si en un futuro podrían ser nuestros ases bajo la manga contra los Kuroi Manto y Kurogane."
Tras obtener las objeciones de tanto Anders como de Takeshi, Saburo comenzó a meditar una solución que satisfaga a todos por igual. Por un lado, ciertamente el moreno poseía su nivel de razón al reclamar a alguien de su sangre como suyo, como parte de su familia, al margen de que la haya dejado sola a su suerte y ella haya sobrevivido por sus propios medios los primerizos años de su niñez (si es que realmente poseyó una niñez). Sin embargo, y en contraposición, Hellman había obtenido a la niña por un intercambio justo con un tercero que la consiguió de las calles de donde fuere que haya ido a parar la jovencita; además, según el rubio la muchacha era crucial e indispensable para el avance en el laborioso campo del netrunning para otro corredor llamado Naruto Uzumaki, quien Anders enaltecía como a ningún otro; a Saburo le picó la incertidumbre por saber quién y qué tan maravillosamente bueno era aquel chico.
"Ambos tienen sus razones. Eso lo veo. Creo que podemos llegar a un acuerdo." Concluyó finalmente Saburo, apoyó los brazos en los reposabrazos de su elegante asiento. "Se examinará a Uzumaki y a la pequeña Kushinada. Si los dos aprueban, seguirán su curso hacia Hydrotech, para posteriormente convertirse, dado el momento, en corredores de la corporación. Sin embargo, en caso de que alguno de los dos falle sus pruebas, inmediatamente la tutela y responsabilidad de la niña recaerá sobre Takeshi como es debido con un miembro sanguíneo de su familia. ¿Están de acuerdo?"
"¿De verdad vamos a…?"
"Estoy de acuerdo." Hellman cortó las objeciones de Takeshi. Aquel lo miró, gruñó y no tuvo más que aceptar el acuerdo.
"Como sea." Musitó el veterano que, otrora vez, supo ser el favorito del emperador. Ahora un don nadie rubio con muchas ideas estrafalarias en la cabeza ocupaba su puesto.
Intentando amenizar el caldeado ambiente, Saburo quitó el asunto de la niña de en medio. Procedió a hablarles de cosas banales que no llevaron a ningún lado. Y, tras unos intercambios escuetos y fríos, despidió a los dos corporativos de inmenso calibre en eterna disputa. Hellman no paraba de pensar en lo que acababa de firmar de palabra.
Ahora Naruto tendría que aprobar los exámenes sí o sí. A como dé lugar. El niño no podría eludirse si realmente quería que Lucyna se mantuviera a salvo.
Conocía al marionetista y su metodología de adiestramiento tan retorcida. Y temía aún más por la pequeña teniendo en consideración que ella fue el vástago no deseado que le obsequió Shimmer a su padre, cual reprensión divina. Cual acomodo del inexorable destino.
~~o~~
Habitación G59, Hotel Matsubara.
No lo podía creer. Simplemente le parecía inconcebible lo que veía. O eso es lo que diría si ya no estuviera acostumbrada al tornado diario que significaba compartir un techo, y labor, con este chico.
En la cocina con forma de U, un niño de rebelde melena carmesí saltaba de un lugar a otro, cual trampolines en un concurso o carrera con tiempo limitado. Aunque, en realidad, se impulsaba de un taburete, o silla, a otro. Sin temor a caerse y dejarse unos cuantos dientes en el suelo de la habitación, el destartalado pelirrojo iba de una encimera donde cortaba naruto, se lanzaba al calentador donde en una olla con agua hirviendo preparaba el caldo a base de huesos de cerdos y volvía a la encimera de antes para seguir cortando los demás ingredientes de su preparación, entre ellas una amplia gama de verduras de las que Lucyna no tenía ni noción.
"Me tomé la molestia de conseguir unos cuantos ingredientes no sintéticos para mejorar el sabor y que sea una experiencia gastronómica inolvidable para ti, Lucy. Fueron bastante caros. No se lo digas a Hellman." Dijo a voces el pequeño bermejo que necesitaba de la ayuda de taburetes para una mayor comodidad durante la preparación de, lo que él llamaba, un plato divinamente magistral.
Se paraba a una distancia prudencial, cordial, esperando a que el cabeza-hueca finalizara su receta o acabara precipitándose contra algo duramente. Tenía el contacto de Kristina abierto en su interfaz por si había que llamar a Trauma Team o una cosa por el estilo cuando el idiota fallara alguno de sus saltos. Definitivamente, ceder ante los ofrecimientos de Naruto fue una de sus peores decisiones, otra a la ya alargada lista de sus pobres contemplaciones. Uno diría por los saltos acrobáticos que Naruto hacía que realmente estaba practicando un deporte de riesgo y no preparando un mero plato de ramen.
Naruto sonreía como un niño, como siempre, mientras ejecutaba la receta culinaria. Lucyna tenía su máscara consuetudinaria de absoluta nada, aunque sin aquella frialdad tan invernal y lejana que la caracterizó en el primer mes de convivencia con Naruto. La tragedia había tocado su puerta varias veces, y he aquí Naruto forzándola a que viniera nuevamente; a este paso terminarían teniéndola hospedada de vecina. Había apoyos en mitad de la cocina para que Naruto se moviera de un extremo a otro de la U sin problemas.
Reverberó en la sala el aviso sonoro de que alguien entraba al departamento. Se trataba de Hellman. Lucyna lo recibió con cortesía, ignorando el hecho de su compañero hiperactivo que iba de allá a acá dando vueltas cual carrusel descompuesto.
"Buenos días, Hellman-san." Saludó la niña al rubio que se paraba a un costado de ella, mirando con una rara expresión al bermejo bullicioso en lo que, Hellman supuso, fue una mañana dedicada a la cocina.
"Buenos días, Lucyna." Retornó él casi automático a la bienvenida de su pupila tutora del bermejo. "¿Qué hace exactamente?"
"Prepara ramen." Dijo lacónicamente la albina, ofuscada y agotada.
"Con que ramen." El rubio observó el proceso hasta que el peliescarlata lo detectó en su campo visual de soslayo.
"¡Ey, qué tal, Hellman!" Vociferó Naruto por sobre el sonido de la cacerola hirviente.
"Todo bien. Veo que preparas un ramen." Dijo el rubio, su mirada incrédula por los taburetes y sillas usados como soporte debido a la baja estatura del niño.
"Tonkotsu ramen, en verdad." Corrigió el niño. Comenzó a cortar el chashu de cerdo en finas rodajas. El olor despedido exquisito. "¿Te quedarás a comer?"
"Solamente he venido a reponerte los créditos que perdiste." Sacó del interior de su chaqueta un pincho y se lo dio a la albina, quien vio extrañamente toda la situación. "Intenta ser más precavido esta vez. Y no te malacostumbres. Por más que hayan excedido mis expectativas, no pretendo consentir tu negligencia en demasía." Lucyna estudió el pincho dorado, con el símbolo de Arasaka en medio, que contenía créditos. Ella se lo conectó para revisar los fondos obsequiados de su auspiciador.
"No te preocupes." Dijo Naruto cuando casi resbala colando el caldo, por poco no echándolo todo por los suelos junto a él. "Siempre voy con cuidado. Esto es una rareza en mí, que nunca me meto en ninguna complicación innecesaria y que suelo estar atento." Saltó a donde las rodajas de chashu y encendió un soplete sacado de una alacena, casi quemándose sus escarlatas cabellos por cogerlo del revés. Empezó a tostar la carne. El olor haría rugir a una legión, pero no de rabia o euforia.
El rubio ejecutivo se giró hacia la niña, que aparentaba tener los ojos desorbitados. "Cuídalo y evita que se meta en problemas con las fechas de los exámenes tan cercanas." Lucyna simplemente asintió, sorprendida por la cantidad que indebida e incorrectamente le dejaron a Naruto. Hellman pensó en retirarse, viendo que no era el momento indicado para comunicarle a Naruto el cambio de planes y circunstancias. Emprendió camino a la entrada.
"Oh, por cierto, Hellman-san. Ya que hoy es nuestro primer día libre después de mucho, ¿Lucy y yo podemos salir a dar una vuelta por la ciudad? Creo que es lo mínimo que nos merecemos luego de tan arduo trabajo. Juró que no nos meteremos en problemas; controlaré el temperamento de Lucy." Lucyna habría protestado frente este giro de los acontecimientos, o porque le acababan de llamar temperamental, cuando nunca dijo que saldría a ningún sitio. Y así lo iba a hacer, pero…
"Claro. Pueden salir siempre y cuando se anden con cuidado. De ahora en más son propensos intereses de los enemigos de Arasaka." Dijo Hellman que, en vez de preocuparle los gánsteres o miembros de empresas rivales anduvieren sueltos por allí, en Tokyo, le corroía en la consciencia los antecedentes de Naruto. Y con una guerra abierta contra los Kuroi Manto, quizás sería uno de sus objetivos posibles. Jamás se podía acertar con totalidad la próxima acción de entes tan enigmáticos. "Fíjense correctamente siempre quiénes los rodean y en qué sitio andan. Confío en que ya saben cómo cuidarse en megaurbes, y que no se perderán. Pero tengan mucho cuidado. Nos vemos luego." Hellman apresuró su salida, queriendo rebuscar en su base de datos el informe completo del enfrentamiento contra Kuroi Manto previo a su cita nocturna. Lucyna apenas pudo llamarlo cuando ya había salido, no oyéndola. Suspiró derrotada.
"¿Quieres preparar la mesa pequeña para nuestra comida, Lucy?" Preguntó el bermejo por encima del hombro. Ya estaba realizando los preparativos finales, cocinando los fideos y sirviéndolos en dos boles junto al caldo y el resto de especias y complementos.
Ni siquiera molestándose en rebatir, la chica fue despejar aquella mesita de las cosas de Naruto. Por culpa de Naruto, quien le dijo que enseguida estaría una comida especial para ambos, hace tres horas, no había desayunado correctamente. No comió las suficientes barras proteicas para el largo día. También lo hizo porque se hallaba harta de ellas, y quería probar algo nuevo o su ánimo decaería en un pozo tenebroso carente de fondo. Mientras quitaba el reproductor holográfico de la mesa pequeña del salón, extrañó con efusividad el armario de Jet.
'Me pregunto si aquí se conseguirán las mismas galletas de mantequilla, tan deliciosas.' Pensó la peliblanca rememorando el festín de aquella gratificante noche en la trastienda del Jupiter Jazz.
Una vez despejada, Lucyna puso en la mesita dos pares de palillos descartables, dos cucharas, unos vasos con agua mineral y unas tabletas táctiles que solo escupían anuncios, y recomendaciones lujosas del hotel, entre ellas demasiadas de índole sexual, para reposar los cuencos calientes. Naruto apareció con estos mismos tras que ello colocara todo, los sujetaba con enormes guantes de cocina que no muy bien le quedaban, tal vez un poco grandes para el bermejo.
Apoyó los boles sobre las tabletas silenciadas y puestas hacia abajo para no recibir sus mensajes sugerencias acerca de una acompañante extra, robótica, en la «pasión primordial del amor». Lucyna se sentó en un extremo, con vistas a la ciudad; Naruto en el otro borde, de espaldas a ésta. A pesar de que ya no se llevaban a matar, por parte de Lucyna, conservaban sus reservas respecto a su relación. Aunque solo ella lo hacía; Naruto siempre le trataba amistosamente e intentaba derretir la cúpula de hielo cristalizado que la rodeaba. Como un fuego fatuo quería atravesar su escudo de asperezas, obtener su simpatía. Poco a poco, lo conseguía.
Sentados y listos para iniciar el almuerzo. Sin embargo, Naruto la detuvo con un gesto de su mano, chocó sus palmas con los palillos en sus manos y le sonrió dentudamente. Lucyna comprendió la seña y lo que él quería. No tuvo otra opción: copió su gesto.
"Itadakimasu." Dijeron simultáneamente, Naruto exclamando feliz y hambriento, Lucyna murmurándolo con vergüenza y un terrible agujero en el estómago por el hambre.
Estaba caliente aún, por lo que Lucyna enrolló los fideos en sus palillos, ayudándose con la cuchara como soporte, y los sopló un tanto. Al frente, ella vio al par de perlas amatistas que la desentrañaban con una mirada intensísima e incómoda, a la espera de su veredicto, queriendo su opinión inmediata de la comida cuando ni tan siquiera pudo dar un bocado.
"¿Puedes dejar de mirarme como un jodido pederasta?" Preguntó Lucyna al notar la exagerada fijación del bermejo sobre ella mientras se disponía a probar la preparación que hizo él. Él rio por lo bajo y succionó sus propios fideos con deleite.
Exasperada por el hambre, y por el ruido desagradable que hizo su compañero que solo la empeoraba, ella se acercó los palillos a su boca y sorbió con delicadeza, al contrario que Uzumaki. Una explosión de sabor. Degustó con total claridad la mezcla que el pelirrojo venía ejecutando desde temprano en la mañana. Una montaña rusa de sensaciones únicamente positivas, deleitosas y saciantes. Aquello que Naruto le encantaba mencionar como «umami» retumbó en su lengua con sensaciones de extrañeza y placer sin pares. Dio varios bocados más, consumiendo la carne de cerdo en unos pocos bocados. Tomó algo de caldo; también sabía increíble.
Para Lucyna era el mejor plato que probó en toda su vida. No se lo diría a Naruto, por supuesto, quien ya estaba lo suficientemente engreído por superar sus trabas en el netrunning y demostrar lo que en verdad valía para el área. Y el desgraciado fue bueno, para malhumor y punzada en el ego de Lucyna. Demasiado bueno. Y cocinando no se quedaba atrás, aunque corría con la ventaja de que ella no se alimentaba de comida normal o que pretendiera ser deliciosa desde que vaciaba bolsas de oponkis en sus años de penuria máxima.
"¿Y qué tal está?" Le instó el tremendamente ansioso y fulguroso bermejo.
"Nada mal. Mejorable pero pasable." Mintió ella descaradamente, incapaz de realizarle un cumplido a su compañero de habitación sin defenestrarlo antes o sin que él la alague con esfuerzo. "No eres tan malo." Inclinó el bol y tragó el caldo tibio y sabroso.
"Apuesto a que sería un excelente marido." Dijo él como la cosa más natural del mundo, a lo que ella casi se atraganta.
"¡¿Qué dices?!" Escupió ella con cejas fruncidas, alarmándose en un periquete.
"Hablaba en general. No sé porque tú te enojas si a ti no te implica en nada el que yo pueda o no pueda ser un buen marido en un futuro. ¿No?" Respondió él con su misma sonrisa recargada de sorna que demostraba al dejarla sin palabras o engañarla con sus frases de doble sentido. "Aunque, si tú lo deseas…" Él deslizó una mueca de diversión que finalizó su frase. Lucyna resistió el impulso feroz de lanzarle la cuchara, o el cuenco. Quiso arrancarse los pelos de sus raíces. Cayó redonda en su trampa. Reaccionó de la forma que él justo aspiraba. Se calló y dejó que Naruto le sirviera más en el plato tras que éste fuera a la cocina a traer lo sobrante; restaría una pequeña parte, sin cocinar, que quién sabe si comerían de cena.
"¿Por qué le dijiste a Hellman que saldríamos? Ni siquiera me lo preguntaste a mí. No me dijiste nada." Interrogó Lucyna cuando se auguraba el final de su almuerzo silencioso pero saciante, ella acabando el segundo plato. Naruto iba por el cuarto cuenco.
"Tú aceptaste ser mi amiga. Y ahora somos mejores amigos."
Eso era lamentablemente cierto. Lucyna se sentía tan culpable después de los hechos que devinieron en una casi muerte de ambos, que aceptó ser su amiga cuando él despertó y la trató de humillar diciéndole que estaba sonrojada. No estaba ruborizada; el cuarto era caluroso, y eso daba la apariencia de un sonrojo en sus mejillas. Y aquel calor la llevó a una locura atroz que provocó que aceptara las proposiciones de Naruto. Aún quería hacerle unas cuantas preguntas desde aquel día.
"¿Y por qué pasamos de «amigos» a «mejores amigos» sin escalas y sin que yo me haya percatado?"
"Porque somos los únicos amigos que tenemos."
"Supongo que es lógico." Suspiró hastiada la peliblanca. "No obstante, eso no explica por qué estás estafándole créditos a nuestro propio tutor." Ella recordó el chip con créditos. Un valor estimado de doscientos eurodólares en neoyenes; una riqueza para su yo que callejeaba por la inmundicia de Varsovia hackeando máquinas expendedoras de segunda mano, con fallas o directamente disfuncionales, fuera de servicio.
Se lo arrojó al bermejo que lo atrapó cual billetera eyectada del cuello de un corpo distraído. Naruto miró el pincho y sacó otros tres de su bolsillo. Eran cuatro en total.
"Cuatro. Ahí tienes cuatro pinchos." Dijo ella incrédula.
"Le pedí a Kristina unos extras. Me los dio cuando mencioné que se trataba de una orden de Hellman." Le aclaró el bermejo.
Ella sabía que Naruto era un ladronzuelo de cuidado, pero esto fue el colmo. Robar y engañar a sus dueños de tal forma, embustiéndolos con huecas mentiras, para conseguir unos cuantos centavos extras le resultaba impactantemente estúpido a Lucyna. Incluso para Naruto.
"¿Qué pretendes?" Ella cuestionó calmada, o pretendiendo serlo. Ya ni se molestaba por las insolencias de Naruto, si lo hiciera, tendría el rostro rugoso y la necesidad rigurosa de cirugía estética dentro de dos años. Solo esperaba que los mandaran a departamentos diferenciados cuando ingresaran a Arasaka, aunque dudaba que siquiera se pensara en separarlos tras su acondicionamiento y testeo.
"Llevo planeando nuestra salida un tiempo." Replicó Naruto con una calma reflectante a la de Lucy. Después de todo, Naruto por fin disponía de los medios, la confianza y el tiempo como para sacar a su áspera compañera de paseo. El objetivo: aumentar su compatibilidad. O eso es lo que se dijo.
"¿Ya? ¿Solo por eso?" No creyéndole, ella lo escudriñó profundamente en pro de encontrar la mentira, si es que la había.
"Ajá. Nuestra rutina, a este paso, nos terminará arruinando del fastidio. Estoy agotado, y tú posiblemente también, solo que no reparas en ello." La exasperación en el tono del bermejo fue realmente verdadera.
Ciertamente su rutina consistía en levantarse, desayunar, ir a la inmersión diaria, terminar, volver, cenar e irse a dormir. El día siguiente y el siguiente continuaban siendo los mismos desde que emprendieron su sociedad de adiestrado-adiestradora. Sin embargo, ya no quedaba mucho para ingresar a Arasaka.
"Literalmente faltan días para nuestras pruebas que determinarán si somos aptos o no de pertenecer a Arasaka. ¿No puedes esperar para cambiar tu «rutina», aunque sea una semana, cuando yo ya no tenga que lidiar con tus niñeadas?"
"No." Dijo él de modo rotundo. "Además, ya lo oíste de labios de Hellman. Nos merecemos un día de disfrute tras tanto estrés y quehacer. Es nuestra recompensa bien merecida y lograda. ¿Qué dices?"
"Sinceramente, no sé." Ella se mostró indecisa, pese a que no negara que la rutina y un día de divertimento la desagradaran; seguía siendo una niña, en parte. "Siento que si me uno a ti en esta estúpida salida algo saldrá mal y terminaremos en una situación semejante, o bastante peor, que la de la última vez. También debiste de ver lo que Hellman insistió en lo de que nos podrían fijar como objetivos. ¿Y si ocurre algo de fondo y no nos lo cuentan para no amedrentarnos de sobremanera?" Naruto escuchó atentamente las objeciones de Lucy.
"Te preocupas demasiado, Lucy." Determinó el pelirrojo cuando se disponía a recoger los boles, las cucharas y los vasos para ponerlos en el lavavajillas. Ella lo asistió. "Te aseguro que, si alguien conjurara contra Arasaka y deseara causarle algún daño, lo último que harían sería atacar a los prodigiosos protegidos de uno de los hombres más eminentes de la empresa. Nadie quiere meterse con nuestro rubiecito, eso claro está." Naruto metió las vajillas, Lucyna le alcanzó algunas, él cerró la puerta y presionó unos cuantos botones hasta que la cosa empezó a funcionar. Lucyna sospechaba que él le daba a botones aleatorios, con el afán de que la cosa se prendiese. "Pero, sea como fuese, si no quieres venir saldré solo. Es lo que hay, tomaré el riesgo por mi cuenta. Si me secuestran, y tú no estás allí para socorrerme, espero que recaiga en tu consciencia." Desecharon los palillos en un compresor de basura que de la cocina.
"Y ahora me chantajeas." Atacó ella con acritud mientras seguía al Uzumaki que iba a su turno de usar el baño. Puede que Naruto ya no fuere una carga inútil e insoportable, sabía cómo defenderse, pero aún lo necesitaba con vida y sano por lo menos hasta después de las pruebas, y las calles de Tokyo no se las imaginaba como un sitio de ocio y paz donde los crímenes y la inseguridad yacían erradicados, no al completo, no a los sitios que seguramente iría Naruto conociéndolo.
"Yo no estoy chantajeando a nadie." Dijo él, parándose en la entrada del baño, puerta abierta de por medio, cuando claramente la estaba chantajeando. "Si te rehúsas a venir, estás en tu derecho. Nadie te obliga. Simplemente digo que tú eres una excelente netrunner que podría evitarme cualquier daño que significaría mi inasistencia a las pruebas o, aún peor, mi deceso." Cerró la puerta.
Ella quedó parada fuera aguardando su turno. Su entrecejo se temblaba por la destemplanza que generaba Naruto en ella. Prácticamente, la estaba obligando para que tuvieran una salida juntos. Y si quería aseverarse de que el idiota no se metería en problemas, debería de acompañarlo.
"Agh, como quieras…"
Se abrió la puerta, el bermejo le sonrió. "Salimos en dos horas." Ultimó el teatrero y manipulador de Uzumaki.
~~o~~
El calor apabullaba, provocaba un sudor que caía a gotas. Y eso que ya no estaban en las atiborradísimas estaciones en donde todos los ojeaban curiosos, y en donde se perdieron más de una vez, y se tuvieron que reencontrar. Se alejaron bastante de su hogar; no por deseos suyos, eso claro está. Naruto caminaba delante, Lucyna lo seguía a su espalda, cohibida, medrosa de las calles tan transitadas, como siempre. Cual hormiguero con exceso poblacional, los niños esquivaban la marabunta inconsciente que iba y venía, de aquí a allá, con tal de no verse atropellados y pisoteados en el circuito indefinido de las aceras, y ser separados nuevamente. Lucyna no lo recordaba tan extremo. Puede que se debiese a que transitaban las calle centrales de una megaurbe muchísimo más grande e importante que la solemne y pobre Varsovia. Para Naruto, en cambio, esto fue una reminiscencia, algo exagerada, de lo que acontecía en Kyoto todos los días de la semana.
Los neones, en plena tarde, aún no resaltaban en la capital de Japón. Tratando de no perderle, Lucyna le tomaba a Naruto, a veces, de su uniforme de corredor. Los dos iban ataviados con la chaqueta y los pantalones sobrios, junto a unos zapatos igual de aburridos, que normalmente usaban para ir a las inmersiones. Se suponía que eran vestimentas frescas, pero aun así el tórrido ambiente los consumía y los abrasaba como si se cocinasen en la forja de un gigante.
En un momento dado, pararon en la acera de una avenida donde justo no andaba demasiada gente. Mientras caminaban ahora más relajados, vieron que a la lejanía se acercaba lo semejante a un ejército de transeúntes que se movía sin parar. Inquieta, Lucyna se arrimó a Naruto y le preguntó que adónde se dirigían y si tendrían que sortear esa marabunta inexorable. Se iban a perder, y quizás no fue la mejor idea salir un domingo a las tres de la tarde. El pelirrojo le respondió que tendrían que pasarla, que no existía alternativa.
"De verdad, ¿cómo hace la gente de aquí para vivir tan apretujada? Ni siquiera en los barrios bajos con menores recursos se vivía tan incómodamente en Polonia." Ella expresó hastiada de andar como si estuvieren realizando una especie de juego absurdo de eludir a cuanto ciego insolente que se les cruzaba y ni se fijaba por donde caminaba.
"Esto es Japón. La mayoría de grandes ciudades son así tras las enormes olas migratorias que se vienen dando desde hace décadas. Como Tokyo también están Osaka, Yokohama, Nagoya, Kyoto y muchas otras, que por metros cuadrados no se diferencian en demasía con la densidad poblacional de aquí. Las ciudades japonesas son de las más pobladas del mundo, después de todo." Naruto hizo una pausa cuando un borracho que salió de sopetón de un callejón a metros de ellos y que casi se les abalanza encima, tomando brevemente a Lucyna de la mano para quitarle del camino de un posible agente peligroso. Empujaron sin quererlo a otros tres transeúntes que insultaron por lo bajo. El borracho cruzó la otra avenida donde el semáforo daba rojo. "Con el suficiente tiempo te acostumbras a toparte con centenares de individuos cada que transitas las calles centrales. Dependiendo de cómo lo mires, es una caja de sorpresas, entretenida, que nunca te deja de sorprender. Una ratonera colosal, bíblica."
Esperaban en la esquina cuando el semáforo daba verde y una miríada interminable de vehículos automotores se arrojaba hacia delante sin pensárselo dos veces. Un cartel holográfico en el suelo les decía: «No caminen», escrito en kanjis japoneses. Una voz robótica repetía el mensaje para aquel que fuera ciego o no supiera leer. Del otro lado estaba el grupúsculo más concentrado de caminantes; sin dudas se perderían el uno al otro allí. Con las manos cruzadas tras su espalda, Naruto le hizo una seña a la peliblanca para que se asieran y no se perdieran. Las luces verdes titilaron, la concatenación de carros comenzó a amainar, frenando y esperando a la próxima ventana de paso. Naruto se dispuso a caminar cuando previó que ningún coche iría por donde ellos, le seguía haciendo la seña a Lucyna como invitándola a algo. Ella no entendía. ¿No quería que se aproximara a él para no perderse?
El semáforo se puso en rojo. Naruto estiró el brazo diestro hacia atrás y la asió de la mano a su condiscípula corredora y, a la vez, tutora. Corrieron por en medio de todo el movimiento de personas que iban de un lado a otro. Siendo de nuevo arrastrada por el huracán carmesí, Lucyna tuvo que apresurar sus piernas para no quedarse rezagada y poder seguirle el ritmo al imprudente Uzumaki, quien se metió de lleno en la marabunta de entes frívolos y desalmados.
En un cúmulo de almas de metal y neón, Naruto arrastró a Lucy sin demora. Reacia ella se vio sumida en el mar de caras de caretas, de desconocidos y frialdad. Porque daba igual si en Polonia o en una colonia lunar: siempre las faces eran las misma, inconfundibles despersonalizados seres que ameritaban el olvido y perseguían vacuos senderos a la ignominia e ignorancia. Y he él aquí: corriendo de la mano como joven enamoradizo desprendiéndose de toda onza de amargo nihilismo de su zorro interior y abalanzándose contra la vida y contra el mundo en una pasión irrefrenable de inenarrables sentires. ¿Qué habría pensado el Uzumaki Naruto de hace un año? ¿Qué habría dicho de sus efervescentes sentimientos encontrados, y admitidos por él, que lo atrajeron a una tormenta de la que sabía que algún daño se llevaría, pues a él la tragedia lo precedía? Sinceramente, ¿qué pensaba Uzumaki de Uzumaki?
'Que le den.' Pensó el niño, el joven con sonriente júbilo, soltando y abandonando ese peso plomizo y entregándose a sus juventudes, sus apáticas y desventuradas juventudes que hasta ahora no le arraigó otra cosa que malos tragos imborrables y siempre recordables en su agriado paladar.
Rompiendo sus breves instantes de introspección, Lucy se quejó, apenas audible por el gentío que no callaba ni dormía nunca. Nunca en las grandes ciudades.
"Siempre tenemos que hacer las cosas de la manera más arriesgada e indiscreta. Podrían ver nuestras ropas y querer secuestrarnos en mitad de toda conglomeración de personas." Le reclamó Lucyna.
"Si tanto te molesta que alguien se meta con nosotros porque seamos de Arasaka, por nuestra ropa, creo que ya sé cuál será el primer destino de nuestra cita."
"¿Cita?" Demandó la niña albina.
"Cita entre amigos." Corrigió el bermejo.
No sabía con certeza absoluta adónde iban, pero por ello Naruto ojeaba en su retícula un mapa abierto de Tokyo que, más que un mapa tridimensional de los puntos de interés, se asemejaba a un avispero prendido, encendido en un fuego de neón enceguecedor. Se complicaba así la localización de sitios, sin embargo, a la primera que colocó unos filtros y vio una tienda que aparentaba vender ropa, no tuvo retenciones y se metió dentro, Lucyna siendo arrastrada por la unión sudada de sus manos.
El interior era límpido y elegante. El frescor del aire acondicionado los abrazó con abrupta ternura. La tienda se dividía en cuatro secciones. En la de la entrada se hallaban maniquíes plateados que se ataviaban con piezas de muestra de una ropa ridículamente cara y extravagante. En una pantalla el anuncio de un Rayfield que equivalía su precio a tantos ceros que a Naruto le costó leerlo. El suelo se decoraba con un alfombrado azul, en el fondo unos habitáculos privados para probar la ropa. Aunque, para probarse la ropa en el local antes de ser comprada, debías de dejar una propina del quince por ciento agregado a la compra final. Todo muy justo, sí. El que atendía, un señor de traje mesurado, moreno y con lentes rectangulares, hizo el amague de querer echarlos del establecimiento hasta que, fijándose mejor, detectó sus logos de Arasaka, en dorado, en los pechos de ambos niños; determinó que no le pagaban lo bastante bien como para ahuyentar a dos criaturas que, posiblemente, obtuvieran la protección de grandes corporativos que podrían hacerlo desaparecer en cuestión de horas. No, definitivamente no le pagaron para ello. Fingió no verlos; ellos vieron que él los vio. Le siguieron el juego.
Naruto procedió primero, ya soltándole la mano, por el momento, a su mejor amiga. En tubos cristalizados en el centro del establecimiento se presentaban la gala de atuendos que, a juicio del bermejo, eran uno más horrendo que el otro. Pieles reptilianas y pieles que poseían un símil al de un úrsido mal despellejado. No, gracias. Preguntó al dependiente si había algo relativo a sus tallas, y éste, con claro desgano, señaló una sección de ropa «mini» que estaba destinada, en su mayoría, o así lo supuso Naruto, a prostitutas de cuerpos muy pequeños. Otra vez la sociedad con sus insidiosas depravaciones. El bermejo guio dudoso a su amiga a la tercera sección, la señalada por el dependiente, donde una mujer de torso muy flaco y alta ya estaba haciendo sus compras. Los objetos de la tienda no estaban en físico, sino que se miraban en unas pantallas con menús muy simples.
"¿Qué estamos buscando?" Interpeló la albina, no muy agradada por el entorno que le recordaba dolorosamente los días de sueños efímeros y engorrosos en los probadores de tiendas. La mujer que estaba en su sección fue a una zona vecina, atiborrada de vestidos.
"Algo para cubrir nuestro torso. Preferiblemente algo liviano para no pasar calor. Aún sigue siendo verano." Repuso él pensativamente entretanto analizaba las prendas mostradas en pantallas. Nada le convencía en exceso. Todo era o demasiado revelador o muy abrigado para la época del año o muy oneroso. Se abstrajo de la realidad revisando seriamente prendas, una tras otra, en una pantalla táctil.
En los cilindros de esta parte de la tienda había algunos vestidos que, por instantes, Lucyna los revisó de pasada, avergonzada de verse tan interesada por algo tan huero y alejado de su objetivo principal de pertenecer a Arasaka y, en la instancia actual, proteger a Naruto de su propia imprudencia. Cuando perdió la concentración de la pantalla que Naruto tocaba en búsqueda de la ropa ideal, Lucyna se deslizó inconscientemente a la sección vecina, donde reinaban los grandiosos y grandilocuentes vestidos dignos de una opulenta y respetable dama, muy diferentes a los de la zona anterior que se preocupaban más por mostrar carne con cualquier excusa en cualquier parte del cuerpo. Desde cándidas vestiduras blanquecinas que emulaban una nevada inmaculada, hasta brunos y vino tintos atuendos de mujeres corporativas empoderadas que con sagaces destellos de sus perlas decorativas evocaban a la malicia. Sus palmas se posaron contra el pulido cristal, sus lavandas obnubiladas por la franca beldad de los conjuntos. Mal que le pese, seguía siendo una niña que se emocionaba con cosas irrisorias.
"Cada vez son más jóvenes, ¿eh?"
Lucyna vio interrumpido su ensueño cuando una mujer, la delgada que previamente compartía sección con ella y con Naruto, le habló con una burla incomparable, insinuante.
Un cabello granate recortado en un estilo pixie-bob, ciberópticas rojas rectangulares, tez pálida, muy enjuta y con apenas una acentuación en sus pechos. Fina tanto su nariz como sus cejas encorvadas con retintín, unos labios sin maquillaje y pequeños. Una chaqueta corpo abrazaba su figura, una blusa purpurea debajo; medias, zapatos de tacón y una falda formal. El conjunto corporativo era gris antracita, exceptuando las medias que poseían una tonalidad que oscurecían bastante las piernas de la mujer.
"No eres muy habladora, o al menos no en comparación con tu pequeño amiguito ruidoso." Desvió un vistazo hacia la sección en la que Naruto escogía su ropa. "Una lástima. Y dime, ¿es acaso tu noviecito o tú alguna mala broma experimental de Arasaka?"
"¡No somos novios!" Espetó Lucyna con toda la furia.
"Vaya. Pero si al final la muñequita no es tan tímida y apocada. Qué sorpresa." Rio la mujer mayor. Para la niña nada de esto fue gracioso; de repente se sintió tremendamente insultada y amenazada por lo que, aparentemente, era una corporativa de una empresa que ella desconocía. El atuendo, los andares y la presunción desmedida así lo acusaba.
Omitiendo u olvidando sus pensamientos anteriores, Lucyna le dirigió una mirada de patente desagrado a la mujer. La mujer clavaba sus ojos en su pecho, en el logo dorado de Arasaka, en ello reparó rápidamente. Las insignias doradas estaban reservadas para miembros especiales y únicos para la megacorporación máxima de Japón. Probablemente la mujer lo supiera y, de algún modo, eso la ofendió y la llevó a destratarla. O quizá, solamente, la corporación a la que pertenecía no entablaba las mejores relaciones con Arasaka.
La mujer corpo se arrimó a Lucyna, irguiendo e imponiendo su figura frente a la de la niña, posando una mano en su cadera en una altanera muestra de su porte. En sus muñecas aros niquelados. "Y dime, niñita, ¿quién o qué eres? Diría que uno de esos… juguetitos de corpos para sus entretenciones privadas no eres. Aunque uno nunca sabe qué tan jóvenes caen."
"Soy una corredora. De los mejores prospectos del mundo." Lanzó Lucyna con inmensa mordacidad. La insinuación de que pudiera ser una esclava sexual, aun a su edad, la dejó perpleja y le hirvió la sangre desde dentro. ¿Cómo se atrevía?
"¿Tan buena eres?" Interpeló la mayor.
"Sí. Algún día seré parte del cuerpo de élite de los corredores de Arasaka." Replicó ella de manera automatizada
"Eso es lo que ellos quieren que creas." Determinó la corpo. "Pero me parece que la realidad es diferente. Tú difícilmente puedas competir con los mejores de su corporación, más siendo tan pequeña y enclenque. Seguro que solo te tienen como una prueba más a la que desecharan una vez vean que no sirves para demasiado."
"¿Tú qué sabes?" Se defendió la niña, ofendidísima porque alguien contradijere sus sueños y las intenciones de quienes apostaban por ella.
"Sé muchísimo más que tú, eso seguro, muñequita." Se burló la corporativa con una sonrisa en ascenso en su pedantería y cinismo. "Después de todo, cuando ya no puedas recorrer el ciberespacio porque tus habilidades no son lo que prometían, cuando alguien se muestre claramente mejor que tú, serás la mera empleada de un gordo grandullón y sucio, o de una viciosa y sadomasoquista mujeriega, que te meterá mano debajo de la falda cuando le apetezca. Y tú deberás responder como una obediente meretriz de Arasaka, dispuesta a todo." La faz de la mujer se desfiguraba en un gesto de diversión sádica entremezclada con un género de rabia contenida.
Lucyna, en este punto, ensanchó los ojos del espanto y la repulsión. Se dio cuenta de que respiraba agitadamente, de que, todas las falacias y menudencias que la corporativa delante de ella soltaba, la estaban afectando de verdad, sacando a flote inseguridades y miedos que desconocía o que, en un acto de cobardía total, decidía no mostrárselos ni a ella misma con tal de no decaer. No pudo responder, no podía cuando ni ella se creía lo que decía. Una desesperación nueva la penetró en los intrincados y oscurecidos bosques de su ego, donde oculta estaba la niñita que juró destruir para erigir, en base a sus restos y pedacitos, una mujer fuerte e imbatible que insoslayablemente conseguiría su lugar en un mundo brutal y desesperado como el suyo. Fue lo que se dijo en medio de su acondicionamiento en Polonia cada noche que iba a dormir exhausta y con unas migrañas que quebrarían a cualquiera de su edad. Cualquiera menos ella. No obstante, esta mujer poseía algo que Lucyna no supo señalar exactamente, que le incomodaba en lo profundo de su persona. Quizás viera un reflejo maldito y maltrecho de lo que podría llegar a suceder si fallaba miserablemente, si en verdad Naruto era tan superior a su habilidad, que ella concebía inigualable en su tiempo, y si en realidad ella no fue tan especial como su amigo bermejo, solo un complemento para alguien que destinado estaba, tanto por su actitud de irreprochable determinación como por sus singulares facultades que jamás en la historia hallaron un semejante, a grandes cosas y predominar sobre el resto. Sea como fuere, los amedrentadores hechos fácticos de que quizás no estuviere a la altura, no tanto como Naruto, comenzaban a enjugar su medrosa mente con irrefrenables cavilaciones traicioneras.
"Quizás tengas suerte y el que se haga provecho contigo sea tu simpático amiguito, y tal vez él espere hasta llegar a su lujoso hogar para copularte cual ramera necesitada de la entera atención de su marido que la tiene como una mantenida." Dijo la mujer volviendo al tono de burla que en un principio usaba. "Sin embargo, dudo que a ti te ocurra aquello. Ni siquiera servirías como su pelandusca. Una niña escuálida y flácida, sin ningún tipo de atractivo más allá de la extrañeza alienígena de su cabello horrendamente ceniciento. Al menos, no tendrás que angustiarte por las canas, copito enfermizo."
"¡Oye, vieja bruja, deja en paz a mi amiga!" Se oyó la voz de un muchacho. La mujer y la niña miraron a un lado.
Un bermejo se metió en la trifulca y vejación a Lucy. Con su cejo demostrando enojo y los puños prietos, Naruto intermedió entre Lucy y la arpía corporativa que, según lo poco escuchado por él, se dirigía de mala manera a su queridísima amiga. No lo permitiría.
"¿Y tú quién diablos te crees, pequeñín?" Escupió la mujer como un ladrido de advertencia.
"Esa pregunta debería de hacerla yo, señorita frustraciones." Dijo el niño con la saña que caracterizaba a un zorro, en su voz un deje de pura soberbia y diversión.
"¿Yo? ¿Una frustrada? ¿Te has oído hablar, pequeña sabandija? Ten cuidado con cómo me diriges la palabra. No soy una cualquiera. Podría destrozarte en segundos…" Amenazó la mujer, mientras sus ojos rojos brillaban con intensidad, creyéndose una deidad invencible contra un mero mocoso muy hablador.
"Ni lo intentes. Te podrían salir arrugas del estrés. Más de las que ya hay." Dijo el pelirrojo. Preparándose para lo que obviamente venía, Naruto prendió su retícula translúcida que solo él veía, en rojo se resaltó la esbelta figura de la mujer frente a él y, como se sospechaba, encontró en su haber lo que parecía un equipo de corredora de nivel tres, quizás cuatro. Un hueso duro de roer, pero nada imposible para Uzumaki.
Como era previsto, la mujer en cólera atacó con sus infecciosas alimañas que, cual abejas asesinas, trazaron en la retícula mejorada de Naruto una ondulación casi invisible y funestamente mortal. Un hilo, fino como un cabello, fue lo único que dejaban detrás los daemons de ataque de su contrincante. Cuando uno se acercó lo bastante, un destello que inclusive hizo parpadear las luces del local reverberó desde la forma de Naruto, la mujer doblando las rodillas un poco y preguntándose qué diablos había pasado.
Gracias al hackeo, Naruto pudo abrir una ventana en las defensas de la corpo, asustándola por su tremenda habilidad. Entró en el cajón de su privacidad. Supo su nombre y su edad y dónde trabajaba; leyó los datos secuestrados en segundos. Kate Shiota, División de Inteligencia de Tsunami Design Bureau, 32 años.
"¿Con que Kate Shiota de Tsunami Arms, eh?" Dijo Naruto lúdicamente cuando la mujer enrabiaba al darse cuenta de lo que acababa de acontecer. Humillada por un niño, y de Arasaka encima. Eso trastocaría el orgullo de cualquiera, sobre todo de un trabajador de Tsunami, con quienes Arasaka guardaba una rivalidad reservada pero fríamente atenta, siempre vigilando los movimientos del otro dentro de la isla que compartían como su lugar de origen.
La corporativa sostuvo sus sienes, temblequeando, sintiéndose literalmente violada por el joven carmesí que acababa de penetrar en sus sistemas, tal cual le haría un mayor experimentado a un pupilo muy imberbe e inexperimentado. Cayó penosamente de rodillas.
"Maldita… cucaracha de Arasaka… ¿Cómo pudiste?" Respiró ella cuando recuperaba la compostura tras la honda punzada de electromagnetismo que provocó la defensa ideal del bermejo. Le costaba horrores, pero hacía un esfuerzo inhumano para reincorporarse.
Ella no lo sabía, pero él simplemente interpuso su «ego» entre los entrantes daemons y la magia ocurrió sola. Como siempre.
"Talento natural." Dijo sucintamente el peliescarlata. "Cosa no frecuente. Pero, en fin, lárgate. No quiero tener cargo de consciencia al final del día. Menos cuando salgo con mi hermosísima mejor amiga." Le mostró una sonrisa de disculpa a la peliblanca que observaba hundida en su propio mundo, admirando las facilidades pasmosas de Uzumaki para con la corporativa que, evidentemente, tuvo un pasado, no muy exitoso o recordado con anhelo, como corredora.
Los tacones comenzaron a resonar: la corporativa pelirroja, de nombre Kate, se iba, con el orgullo afligido.
Cuando la mujer enfiló para la salida, dando la espalda al dúo de jóvenes aprendices de netrunning, Naruto sintió el gen malvado, la vena intuitiva de un depredador que advertía una inerme y jugosa presa. Una idea nació en su cerebro a velocidades supersónicas y, tras nulos momentos de análisis, se desató su ser zorruno. Durante breves instantes. Lo suficiente.
El pelirrojo dio la orden mental hacia las defensas ya quebradas de la mujer que abandonaba la sección, y un pincho, cargado de deliciosos créditos, salió disparado con la única anticipación de una luz verdosa parpadeando en el cuello de la arpía corporativa. Ni se percató. Naruto saltó y atrapó el chip, chocando contra su palma y encerrándola entre sus ávidos dedos de experto carterista. La práctica hace al maestro, y Naruto practicó este movimiento bastante rato cuando dependía de su éxito para subsistir. Se dio vuelta y le encantó ver a una impactada Lucy.
"Eso lo podía hacer desde antes." Afirmó Naruto. Mostró el chip a su amiga, cogiéndolo con el pulgar y el índice de la mano diestra. "Es una técnica que aprendí en las calles de Kyoto. Así le robas a absurdas cantidades de corporativos con montones de créditos descuidados en sus cuellos, a la vista de quienquiera robárselos." Lo hizo saltar en su mano varias veces, se lo colocó en su puerto. Sus ojos se abrieron en shock. "Pero por Kami… ¿Cuatrocientos mil neoyenes? ¿Pero quién rayos era esta mujer?" Naruto se quitó el pincho y vio que Lucy seguía sumida en un mar de incógnitas.
Naruto no escuchó todo lo que la mujerzuela corporativa le dijo, pero si pilló lo de que Lucy fuera una inútil simplemente servicial a él o cualquier otro mejor valorado dentro de Arasaka. Tocó algo profundo en la cabeza de la albina. Le apoyó una mano en el hombro a su amiga, ella lo miró en alarma, se había perdido detrás de sus preciosas perlas lavandas.
"No le hagas caso a esa perra malnacida." Dijo el pelirrojo intentando transmitirle su seguridad a ella. "Eres una niña realmente hermosa y muy capaz, Lucy. La gente envidiosa que nunca ha logrado nada por sus propios medios, o no lo que ellos esperaban, es así. Los fracasados son así."
"Le has robado." Dijo Lucyna.
"Sí. ¿Te sientes mal por ser mi cómplice?"
"No." Respondió.
"Entonces vamos. Creo que he encontrado nuestra ropa. Además, tarde o temprano se dará cuenta. Hay que apurarse y gastarle todo cuanto tenga, previo a que mortifique los jugosos y frescos créditos del chip." Declaró el pelirrojo, haciendo un ademán con los dedos de que lo siguiese.
~~o~~
Se sentía un poco ridícula. Las vestiduras japonesas no eran sus favoritas. Estas les quedaban muy grandes a ambos, pese a que fuera el talle más pequeño. Parecían monjes budistas, o sintoístas, o lo que fuere que hubiera por estas tierras. Los haori, al menos, fueron de una tela finísima que dejaba pasar el caliente aire contaminado de ciudad, para ventilar, aunque sea un poquito, sus cuerpos traspirados. Los modelos eran modernos, o eso dijo Naruto. En la vestimenta de Naruto había rasgos de zorros anaranjados sobre un fondo azul, y en la de Lucyna las tejeduras de un vestido imperial, de un blanco primordial, hilvanadas por dulces luciérnagas centelleantes, de un amoratado y lavanda tenues, casi imperceptibles. Muy sobrecargado, pero literalmente solo existían estos dos modelos. Cerraban y ocultaban sus pechos, donde la insignia de Arasaka refulgía animosamente. En definitiva, cumplía con su deber el ropaje que les salió un ojo de la cara, sumado a la propina de doscientos mil neoyenes que tuvieron que abonar para que el encargado no dijera nada por lo que vio en las cámaras (fue testigo de la travesura de Naruto).
Por cierto, aún se sostenían de la mano. Y, a través de una capa de sudor asquerosa e incómoda, Lucyna notó lo que se asemejaba a una cicatriz en el cuerpo de Naruto. Qué extraño. Ella tuvo entendido que Naruto, dentro de sus especialidades y extrañezas, comprendía una especie de regeneración sobrehumana que ayudaba a que su cuerpo se recuperase de las peores magulladuras en cuestión de días; Hellman le sugirió incluso que Naruto recibió increíbles dolores físicos, pero que las pruebas de tales solo se encontraban en la cabeza del bermejo, en su mente. Por ello despertó unas horas después cuando le realizaron una intervención quirúrgica a nivel neuronal en vez de semanas o meses. Naruto no era normal. En nada, apostaría Lucyna. Y por eso se sintió atraída por él. No fue nada romántico. Se trataba meramente de interés intelectual. Simple y llanamente.
Transitaban Shinjuku en una de las tantas zonas densamente pobladas. Chorros de gente saliendo y viniendo. Letreros que anunciaban un nuevo BD (danza neuronal) sobre el gran y prominente Hideyoshi Oshima, a quien Naruto reconocía y admiraba por uno de sus trabajos más célebres. Algo acerca de transportar bebés por terrenos escarpados. Lucyna no lo entendió. Lucyna desconocía en cuanto al asunto de los autores de BD se refería; para ella eran todos productos para ser vendidos en masa para gente holgazana y sin sueños en la vida, perdidos y extasiados de su ficticia ilusión de poder y lujo, a veces de sumisión y dolor. Pero, como sea, Naruto pareció realmente decepcionado con la postura que tomó respecto a las danzas neuronales. Quizás porque él amaba uno en específico que Lucyna nunca se molestó en preguntar de qué iba. Solo supo que Naruto guardaba cierta devoción por aquello.
Pasando por las puertas de unos garajes cerrados, Naruto se detuvo. «Ya hemos llegado», comunicó él con seriedad. ¿Se suponía que había un destino? Lucyna estaba casi segura de que caminaban al azar por las calles de Tokyo, hasta que algún marrano intentase algo con ellos, y se vieran forzados a huir por patas devuelta a su refugio; es decir, el Matsubara.
"¿Qué se supone que es esto?" Preguntó Lucyna.
"Una sorpresa." Dijo Naruto.
"No me gustan tus sorpresas." Dijo ella cabalmente. "Suelen acabar en tragedia."
"Esta vez será distinto."
"¿Qué me lo asegura? ¿Tus palabras? No son muy de fiar." Reafirmó ella.
"Ah, vamos. No soy tan malo." Dijo Naruto, tironeándola contra su voluntad. Aunque ella ni se resistía a estas alturas. Qué más daba, estaba en medio de las hipertransitadas calles de Tokyo con un conjunto ridículo y sostenida cual parejilla de niñillos al Uzumaki.
El local no tenía nada de especial, solo un neón en movimiento en su fachada que ponía «Centro de Juegos y Antigüedades de Tokyo». Una mujer en corsé bizqueando el ojo con sensualidad. Más allá del neón sugerente, el local aparentaba estar cerrado.
"Está cerrado." Dijo ella, mirando al Uzumaki, que estudiaba el lugar con sus ojos brillando de azul. Inspeccionaba algo. Ella hizo lo mismo.
"Cerrado para el público mayoritario." Replicó con descaro. "Me han comentado que los niños de Arasaka tienen un permiso peculiar como los privilegiados de alta cuna que son."
"Ja, ahora somos de alta cuna." Espetó la peliblanca, dilucidando en verde, resaltado, los cableados de la puerta. Naruto quería entrar por la fuerza.
"Claro." Dijo él. Entrecerró los ojos. Y halló el interruptor. "Ya lo he encontrado." Su hielo fue un chiste, más aún para sus habilidades actuales que hacían palidecer terriblemente al Naruto de dos meses atrás.
El garaje se medio abrió. No estaba en las condiciones adecuadas. Se atascó cuando se levantaba. Aun así, los dos corredores podían entrar tranquilamente. Y así lo hicieron. En algún momento se soltaron las manos. Se secaron el sudor en sus haoris.
Dentro el suelo estaba cubierto por una alfombrilla de fondo azul y dibujos naranjas, amarillos, verdes y rosas que recordaban a la habitación de un niño pequeño. En uno de los lados un mostrador donde se suponía, en un día laborable común, se debería de ver a la persona que atiende el sitio; una computadora encima. Sobre la pared pintada con motivos espaciales, yacían imágenes, ya sea en posters o cuadros, de Galaxy Wars. Una katana negra enfundada se exhibía en la entrada al salón de juegos, que fue un pasillo oscuro que, al final, brillaba en luces de colores multicromáticas. Opuestamente al mostrador, un vehículo monoplaza, negro y con parachoques y alerón rojos, que tenía el asiento del conductor al descubierto; una auténtica reliquia de tiempos muy pasados, quizás de los 2000. Los jóvenes fueron a este último vestigio que les llamó a ser explorado de cerca, sobre todo a Naruto.
"¿Qué es?" Preguntó Lucyna.
"Ni idea." Dijo Naruto observando la carrocería y tocándola sin precauciones. "Diría que es una maquinaria para disputar carreras. Quién llega más rápido y primero a X sitio y esas tonterías."
"Suena como algo muy estúpido y pasado de moda."
"Sí. Ahora la gente prefiere las experiencias virtuales o las cosas verdaderamente ilegales por encima de lo demás. Las carreras clásicas ya no despiertan pasiones como antaño." Naruto leyó un nombre en la carrocería con letras del alfabeto latino. Virstangpé. No le dio mayor importancia: era el nombre de un muerto olvidado por la gran mayoría. De lo contrario, habría escuchado algo de él previamente. "Como sea, pagaremos luego." Concluyó Naruto. "Adelantémonos y divirtámonos de una buena vez."
Los dos niños corredores se encaminaron hacia el pasillo que en su conclusión aguardaba una fiesta de luces vibrantes. Sin embargo, justo de aquellas sombras emergió una figura, enorme, que imponía y hacía retroceder a quien lo tuviese de frente. Naruto y Lucyna se alertaron. Preparados para lo peor.
"¿Adónde creen que van? Esto es un edificio privado y, ahora mismo, está cerrado." Dijo un hombre gordo que, fuera de las penumbras, ya no implantaba tanto temor, sabiendo que la masa mayoritaria de su cuerpo era grasa corporal. Llevaba puesto unos pantalones cortos, unas zapatillas grises y una camisa hawaiana con palmeras, de tonalidades azules y celestes. Un cabello largo y graso atado en una cola de caballo con una liga elástica. En su faz crecía una barba incompleta y mal recortada, en zonas excesivamente larga, en otras, apenas unos pelos haciendo sombra. También tenía grasa y granos cubriéndole el rostro. Pero, lo que resaltaba en demasía del individuo grasiento, fue la grasa que formaba rollos gruesos de una patente obesidad mórbida.
Al segundo, Lucyna sintió rechazo inmediato por la apariencia del sujeto. En cuanto a Naruto, a él le vinieron recuerdos divertidos sobre un videojugador de RPGs, que se ataviaba con una camiseta de una criatura mitológica hipersexualizada y semidesnuda, que le compartió consejos de magias ancestrales, sus pros y contras, mientras Naruto pagaba su renta de la cápsula, el bermejo intentando zafarse del «rarito» lo antes posible. Lo rememoraba con añoranza, en verdad. Fue su mejor época como ladronzuelo, los pinchos llegaban a sus manos cual imán.
"Repito: ¿adónde creen que van par de ratillas infiltradas en mi palacio celestial?" Dijo grandilocuentemente el hombre con unos cuantos kilos de sobra. Naruto pensó velozmente. Iba a procurar no caldear innecesariamente el ambiente, ya suficiente tuvo con la arpía corporativa.
"Relájese…, ¿señor?"
"Kawahiro. Mi nombre es Kawahiro." Manifestó Kawahiro, el regente del lugar y el obeso más enorme que Lucyna jamás vio. "Y no, no soy ningún señor. Tengo treinta y cuatro años." No los aparentaba. "Estoy en la flor de la vida. Se debe de notar por mi preciosa figura."
'Ya, seguro.' Naruto dijo para sus adentros mientras pensaba en un modo de convencer al obeso para que los dejara pasar, a él y a Lucy, a su salón recreativo.
"Okey, Kawahiro. Como sea, solamente vinimos porque nos dijeron que éste era un buen lugar para entretenerse. Que aquí se encuentran las trazas mejor reservadas de tiempos pretéritos."
"Oh, con que conoces el palacio celestial del gran y voluminoso Kawahiro, Majestad Kawahiro. Está bien. No me sorprende, después de todo. Aun así, eso no justifica entrar a hurtadillas a mi negocio. Podrías haber venido cualquier otro día que estuviese operativo o pedir cita para ti y tu amiguita."
"¿Y por qué hoy no está operativo su gran negocio, oh, Majestad Kawahiro?" Naruto dirigió el tema de conversación por donde le convenía. Kawahiro sonrió extasiado por los elogios y porque respetara su nombre. Lucyna guardaba silencio, teniendo muy malas impresiones del regidor, pero reservándolas para ella sola.
"Oh, pues hoy…" Kawahiro se rascó la cabeza dudando "Estaba de mantenimiento. Disculpa, es que mi memoria es corta."
'Sí, tu memoria es corta, al igual que otra cosa seguramente, y yo soy un retardado que te cree. Ajá.' Reflexionó Naruto palabras que no diría en voz alta pero que no dijo por obvias razones. Este hombre no le causaba las mejores impresiones, y a Lucy tampoco, eso lo pudo detectar al instante por cómo se puso en guardia y se arrimó a él. Pese a esto, ellos ya estaban aquí, y, si se daba una circunstancia extraña o peligrosa, ellos fueron lo bastante habilidosos y capaces como para defenderse solos de cualquier mala intención. Ya lo demostraron en la tienda de ropa.
"Eso veo. Debe de ser difícil mantener un negocio de tal prestigio." Kawahiro asintió orgulloso. "Como la carcasa esta de aquí." Dijo señalando al automóvil monoplaza.
"¿Carcasa?" Replicó el hombre de huesos anchos, muy anchos. "¡¿Acabas de llamar carcasa al coche del grandioso Virstangpé en mi casa, el palacio magnífico de su majestad Kawahiro?!" Su voz se elevó varios tonos, indignado. Fracaso absoluto de mantener la paz por parte del bermejo. Conclusión: mala elección de palabras.
"¿De quién estamos hablando?" Solicitó un baldazo de contexto el pelirrojo, confuso.
"¡Niños incultos, este vehículo perteneció al mismísimo y famosísimo Virstangpé!"
"¿Qué o quién es Virstangpé, Naruto?" Peguntó la niña albina a su compañero.
"Ni idea." Dijo él. "Suena a comida callejera que servirían en París. Quizás ratas fileteadas y asadas. O tal vez pescado radiactivo del río Sena, que irradia porquería y huele a mierda desde hace cinco siglos, o eso dicen." Naruto desvió su mirada en el ofendido Kawahiro. "En cualquier caso, te garantizo que nunca he oído tal nombre. Puede que sea ignorante en el tema. ¿Me iluminas?"
"Fue uno de los mayores corredores de Fórmula Uno en sus tiempos." Declaró Kawahiro. Naruto resistió el impulso de preguntar qué era eso; para él, le estaban comunicando crípticos mensajes en idiomas alienígenas. "Fue el más brillante, el más rápido y el más famoso de su período."
"Ajá. ¿Y sigue con vida?" Naruto seguía tanteando el terreno, sacando temas de conversación que no le interesaban a nadie, menos a él.
"No. Es una pena, pero murió muy joven."
"¿A qué edad se murió el que carga consigo un nombre de platillo parisino?"
Kawahiro obvió la afrenta, o se la tragó, y respondió: "A los treinta. Pero, aun así, su carrera fue tremendamente exitosa. De los más ganadores. Pero, como ya te digo, se fue muy temprano tras mezclar coca sintética y medio litro de whisky con desinflamantes y estimulantes cristalizados."
"Qué imbécil." Se le escapó a Lucyna de sus labios sin quererlo.
"Ya te digo." Reafirmó Naruto. "Ni drogarse bien sabía." A Naruto le habría gustado hacer las cosas de una manera pacífica, pero si hasta Lucyna perdía la compostura, era complicado.
"Ustedes dos mocosos irrespetuosos. ¡Largo de mi local si ni siquiera saben sobre las verdaderas leyendas de este mundo! ¡Ahora!" Gritó y señaló la puerta corrediza a medio camino. Su rostro grasoso se embadurnaba en sudor nuevo, dejando una visión no muy agradable del sujeto que tal como sudaba uno diría que estaba recién salido de un baño de aceite. Hacía mucho calor, por lo que Naruto, ni Lucyna, querían regresar a las cruentas y sofocantes calles.
"Sobre eso." Dijo Naruto. "Nosotros nos quedamos. Pagaremos dos entradas y tendremos a disposición tu saloncito de antigüedades curiosas."
"¿No me has oído?" Dijo Kawahiro. "He dicho…"
"Mira." Interrumpió Naruto, enseñando su logo dorado de Arasaka que oculto estaba tras su haori decorado zorrunamente. "No somos gente normal. Literalmente podemos hundirte la vida si es lo que en verdad deseamos."
Kawahiro rio. "Puedes pertenecer a Arasaka y todo lo que tú quieras, mocoso. ¿Pero de qué serían capaces dos niñitos como ustedes? ¿Eh? Un copito de nieve escuálido y un… Aghhh." Se quejó cuando los insultaba, sus recatados ciberimplantes echando humo y dando cortocircuitos constantes. Tembló y perdió el equilibrio. Los ojos de Lucyna prendidos y brillantes de rojizo, apagándose poco a poco; ella ejecutó el disruptivo y sorpresivo ataque.
"Llámame escuálida o copito de nieve otra vez y me aseguraré de que a la próxima se incendien tus pelotas como metal al rojo vivo y, luego, revienten." Amonestó, en su modo temperamental, la peliblanca, que no se tomaba a la ligera los que la menospreciaban o vilipendiaban con palabras insultantes y se metían contra su persona, menos cuando en esa misma tarde otro ya lo había hecho, y con demasiado éxito para el gusto de la niña.
"Bueno. Perdón." Lloriqueó Kawahiro, arrodillado, totalmente rendido.
"En fin." Intermedió Naruto, temiendo que la situación se escapara de su control. "Kawahiro, vamos a entrar a tu «palacio celestial» y vamos a divertirnos un rato. Creo que no hay problemas ahora, ¿verdad?" Cuestionó el bermejo.
"N-no." Dijo temblando el obeso, sintiendo cada onza de su ser todavía ardiendo y mandando punzadas de dolor. Medrosamente, les dio un mapa con una orden mental, junto a toda la información concerniente del establecimiento y los artilugios que poseía.
El dúo de corredores partió, dejando tirado, y agonizando en posición fetal, al singular gerente del lugar. Las paredes pintadas de negro guiaban a un mundo de colores muy animado y estrafalario. Unas máquinas, con pantallas de vidrio y botones físicos, esperaban a ser encendidas. Naruto encontró el interruptor en una habitación cerrada, a través de unos hackeos simples con su deck, y, sin pensárselo dos veces, encendió las máquinas curiosas que iniciaron un festival de ruidos y neón. En la atmósfera flotaron, como en una estación espacial, tanques de la Segunda Guerra Mundial lanzando explosivos de pixeles rojos, naves alienígenas dando un espectáculo de láseres y soldados armados con bazucas y metralletas que volaban y se fragmentaban en millones de fragmentos tras verse atrapados, ya sea por los disparos asesinos de los tanques o por los indivisibles e ineludibles láseres de verde y fulgurante neón.
Había pachinkos; Naruto los reconoció al instante, aunque no supo si aquí, al igual que en los casinos que no son casinos, servían para tragarse el dinero de los clientes. Unas jaulas de plástico transparente con ganchos retráctiles, controlados por mandos integrados a un panel de aleación de aluminio en sus frentes, que en su interior resguardaban muñecos de franquicias renombradas, peluches bonitos, decenas de objetos de inútil uso, alguna cosa que resultaba difícil definir (falos alargados, en su mayoría morados) y bragas presuntamente usadas por idols (o simplemente por mujeres normales). En una esquina muy reservada había juegos manuales: algo relacionado con lanzar pelotas a canastas y bolas pesadas a unas piezas de madera sintética. En el lado opuesto una sala cerrada que se cubría por enormes ventanales y que, adentro, tenía un género de coberturas; una zona de disparos irreales, supuso Naruto, emocionado de ir allí. En muchas superficies se leía «Arcade», y él supuso que se trataba de un nombre en clave para la maquinaria.
En general, el sitio fue gigantesco, cuando desde afuera no lo parecía tanto. Y todo estaba lleno de artilugios de edades pasadas. Muy lleno.
"Me pregunto cómo mantendrá este lugar." Dijo Naruto mientras se le reflejaban en sus amatistas gemelas una guerra neonizada en los techos. Faltaba metal. "La factura de la luz debe de ser una cosa curiosa."
"El suelo está muy limpio." Notó Lucyna. Y era cierto: la cubierta alfombrada y apenas percibía una sutil capa de polvo; junto a ello, las máquinas relucían sin manchas de comida o huellas. "O el negocio no va tan sobre ruedas como él quiere aparentar, o realmente se esmera con la limpieza."
"Y su higiene corporal no es la más límpida, que digamos." Dijo el bermejo, pasando dedos por botones de antiquísimas formas de cacharros usados hace eones para entretenerse. Casi sin marcas.
"Lo he notado." Lucyna, en cambio, miraba una bola gigante de cristal holográfica, en los cielos conflictivos, que despedía haces de luz en todas direcciones, destellando y encegueciendo si es que le posabas los ojos por demasiado rato.
"Es como si recién lo hubiesen bañado en manteca." Rio el pelirrojo, se juntó a Lucyna al frente de unos asientos que estaban conectados, por cableríos tapados bajo una plataforma de metal, a una de los armatostes de metal con pantallas cuadradas. Unos volantes para conducir sentado.
"Nunca he visto algo similar." Dijo la niña.
"Ni yo. Pero diría que estas cosas eran el entretenimiento predilecto hace un siglo." Naruto se montó en uno de los asientos, asió el volante. "¿Qué tal si comprobamos el estado de la maquinaria?"
Para gran sorpresa del pelirrojo Lucy se subió al de su costado sin mayores quejas. Quizás realmente le suscitaban un verdadero interés los desfasados trastos electrónicos del local.
Ambos tomaron sus volantes y las pantallas de delante recibieron algún input e iniciaron el juego. Iba de manejar unas naves espaciales, o lo que pretendía serlo, hasta el infinito con solo tres vidas en su haber; el que conseguía la mayoría de puntos, ganaba. Gráficamente apestaba. Tanto, que Naruto lo encontraba cómico. Los pixeles eran del tamaño de un grano de arroz, o más. Lucyna se quejó cuando atropelló dos enemigos que para ella eran irreconocibles por el pobre escalado de resolución; perdió dos de sus vidas en un santiamén. Él por el contrario se valió mejor y aprendió rápidamente los controles y cómo esquivar de la manera más correcta y segura dentro del espacio tridimensional, disparando una andanada de láseres a lo que se anteponía en su camino a la gloria con los botones del volante. Naruto escuchó un bufido frustrado a su costado y, de reojo, vio cómo Lucyna perdía su última vida, estrellándose de lleno contra la boca de un mutante alienígena. Ella lo miró enojada cuando él aún persistía con dos vidas, cómodamente avanzando sin cesar. Trató de distraerlo, pero él le sacó la lengua mientras barría de un lado a otro con la metralla láser de su nave a las alimañas del espacio exterior. Finalmente, en su momento perdió las vidas que le quedaban y su navío espacial feneció, engullido por un monstruo tentaculado que no atrajo los recuerdos más lindos para los dos. Abandonaron el juego después de que Lucyna se saliera en mitad del tercer round, cuando dijo que era absurdo y una pérdida de tiempo, no tragando la portentosa derrota con entusiasmo.
Más tarde encontraron otra máquina en donde había que saltar obstáculos y recorrer la mayor distancia posible con un caballo —o yegua—. Lucyna parecía muy frustrada cuando el Uzumaki conseguía superarla en todos los juegos. Los reflejos del bermejo obtenidos al arrojar piedras a cabeza calvas de sabandijas policiales ayudaban, y mucho. La peliblanca no podía seguirle el ritmo tan acelerado de aprendizaje, y eso, por la razón que sea, la ponía de un mal humor insospechado. Hasta Naruto se sorprendió por lo competitiva que estaba siendo su compañera corredora: su faz se convertía en la expresión seria, fría y calculadora de los días de inmersión en el ciberespacio, concentrada en dar cuanto pudiera de sí misma para demostrar lo válida que era. Él hizo bastantes más puntos que ella, y ella apenas hablaba y cada vez se hundía más en la derrota y en la humillación. Y, por lo tanto, de forma exponencial su rabia crecía y se acrecentaba con vigor, decidida a vencer al pelirrojo en al menos uno de los desafíos que se imponían con estos ridículos juegos, trivialidades que le estaban poniendo los nervios de punta.
Antes de que la cosa se fuera cuesta abajo y sin frenos a una disputa, o un asalto furioso e injustificado de la albina hacia él, Naruto la invitó a bailar en uno de los juegos menos competitivos y más amenos que localizó en su rápida ojeada, dispuesto a pacificar el ambiente. Ella de inmediato se negó, alegando que ni en sus sueños la vería realizar un solo paso de baile estúpido y sinsentido, que era una pérdida de tiempo.
"Oh, vamos. Será fácil, yo te enseño." Suplicó el bermejo. Detrás de él se proyectaban unas señalizaciones, flechas luminiscentes y rosas y fucsias en una plataforma metálica que había que presionar con los pies. Unas barras amarillas se erguían del suelo y se ponían detrás como asidero, formando una U inversa desde éste.
"No. Paso." Dijo ella cruzada de brazos. "Prefiero otros juegos. Además, bailar no me gusta y nunca lo he hecho."
"Y hoy podría ser un gran momento para cambiar eso." Sugirió el bermejo bizcando el ojo. "Y no puedes determinar que algo no te gusta si nunca lo has probado."
"Olvídalo."
"Ah, bueno. En cualquier caso, te mostraré como un maestro lo hace. Alcanzaré los mil puntos en un intento." Dijo él, indicando con el dedo índice al tablero de puntuaciones, donde el líder de la tabla de puntuaciones acumulaba un total de novecientos noventa y cuatro puntos. Naruto se lanzó a la pista.
Comenzó a sonar una canción pop en inglés, quizás de índole amorosa, bastante famosa que, tanto Lucyna como Naruto, desconocían su letra y su nombre; en la pantalla descendieron las primeras indicaciones. En un principio todo iba sobre ruedas, Naruto no obtuvo grandes complicaciones para ejercer un baile de pasos lentos y, a veces, acelerados y rítmicos; le sobraba el tiempo y el ingenio como para hacer poses y movimientos cuanto menos estrambóticos y graciosos. Secretamente, esto divirtió a la niña que fue el único público del galante y movedizo bermejo, ella procuraba no demostrar su diversión. Sin embargo, en un momento, aproximadamente en la barrera de los doscientos puntos, toda la gracia de Naruto se esfumó y fue reemplazada por el apuro y el desasosiego cuando las flechas indicadoras le exigían mayor velocidad y precisión, y saltos más abruptos y pasos más enrevesados. La canción anunció algo relativo a «dejarse llevar» cuando alcanzaba su último estribillo; la cadencia aumentó de manera brusca y Naruto fue forzado a realizar más veloz sus cada vez menos destacados pasos, en aumento la histeria y el descontrol. Se volvió loco persiguiendo las eminentes luces rosáceas y fucsias, traspirando profusamente en el proceso. El estrés era tal, que podría llevarlo a la ciberpsicosis, o eso pensó el bermejo. Tras una larga serie de giros y pisadas con sus cortas y limitadas piernas, Naruto se enredó con sus propias piernas y cayó al piso muy cómicamente. Humillado y con una alerta que le decía que yacía eliminado, que lo intentara nuevamente, él se deprimió un poco hasta que oyó una risilla que, en su sentido auditivo, se registró como un canturreo celestial, angelical.
El pelirrojo miró a su público y fue testigo de cómo la albina lo observaba tapándose la boca con la manga del haori que enaltecía su belleza, tratando de acallar una risa irreverente. Él sintió un leve calor en sus mejillas, naciendo a causa del incremento de temperatura por la dicha de su fuego sagrado en plena erupción. Y antes de que Lucy repara en su enrojecimiento, él rio con ella, aligerando a Lucy de la tensión de contener su risa, un poco.
"Eres un payaso." Dijo ella, sonriendo. "¿Qué clase de disparatado y risible baile es ese?"
"Pues el mío." Respondió él lacónicamente. "Cuando acelera es demasiado difícil seguir el ritmo. Creo que esta cosa está trucada o algo. Es imposible si no lo haces en serio. Y dime, ¿quieres intentarlo, o te voy a tener que suplicar aún más?" Él le apremió para que se animara y compitiera con él. Había un dance pad idéntico en yuxtaposición al de Naruto, para realizar bailes y competencias en parejas.
"Mmm… no creo…"
"Si lo haces, prometo mostrarte mi BD ultrasecreto y llevarte conmigo a un lugar muy especial." El propuso con tono exuberante de secretismo y misterio, susurrante y sugestionador.
Ella se dispuso a declinar la oferta, pero la curiosidad de saber un tanto más acerca su compañero corredor, y sobre todo lo que hacía siempre que se colocaba la corona y se disipaba de la realidad, la carcomían por dentro. Uzumaki era un enigma que ella se propuso a desencriptar profundamente, hasta los confines de lo desconocido. Además, quería desestresarse durante un momento.
"Ah, como sea." Dijo Lucyna y se expuso, abandonando ya al completo su caparazón retenedor. Ya casi se había esfumado de su mente la idea de vencer a Uzumaki en alguno de los juegos. Casi. Porque ella competiría como una lunática empedernida del baile a partir de ahora.
Un poco tímida y torpemente en un comienzo fue su danza. Pero luego ella tomó confianza y le siguió el ritmo al enérgico e incansable peliescarlata. Su melena nívea se enzarzó con el aire por su audaz meneo, su flequillo predominante balanceándose rebelde en contra de todo. Izquierda, derecha, izquierda, izquierda, atrás, adelante. No se detuvo y de soslayo postraba sus manantiales de lavanda por sobre el Uzumaki, él mirándola a ella con sus enigmáticas perlas amatistas. La sonrisa de diversión competitiva emergió en las faces de ambos niños.
Danzaron al unísono. Él, y ella. Ella, y él.
~~o~~
Sudaba se sobremanera. Podía jurar que las cataratas más copiosas del mundo se hallaban en sus axilas y cabellera ahora mismo. Chorreaba, y demasiado. Aun así, se esforzó y, como pudo, se arrastró hasta la computadora del mostrador. Mientras el tiempo transcurría lentamente, él recuperaba algo de sus sensaciones y el ardor se desvanecía.
Con la entereza que le restaba, pudo asentarse en la silla de oficina revestida de cuero marrón. El sudor comenzó a gotear en ella, mojándola. Dio respiraciones profundas entretanto su corazón se frenaba y volvía a su consuetudinario latido, fuerte y pausado. El odioso ataque casi le cuesta la vida, eso lo supo. Y eso le enardeció, como nada nunca antes lo hizo.
La cólera sumió su mundo en un silencio ensordecedor. Divisó la puerta entreabierta de su establecimiento. Por suerte, nadie, aparte de los mocosos, se coló y se metió en mitad de su trance doloroso provocado por la niñita que él estúpidamente decidió insultar. Puede que, en una pequeñísima parte, ella tuviere su justificación. Pero, aun así, él tomaría venganza y de la mejor manera. Una sonrisa macabra se instaló en su rostro.
Una vez recuperado del todo, tecleó raudamente en su computador y cerró no solo la entrada principal a medio camino, sino que todas las entradas y salidas del edificio, dejando a su entera disposición al par de infraseres que interrumpieron su placentera tarde de ocio, después de venderle a un gran corporativo de Akaromi BioCorp, de apetito voraz y deleznable, su exquisito contenido mensual en forma de una ilegalidad de lo más única y perversa: una grabación, un BD que removería hasta los huesos al menos pudoroso. Quién sabe, quizás dentro de poco conseguiría un material de primera grabado por él mismo. Y con esta grabación, sin sitio a las incertidumbres, se haría de oro y su nombre quedaría tallado en los anales de los traficantes ilegales de BDs. Japón, concretamente, poseía un enormísimo mercado para estas cosas.
Debajo del mostrador, escondido tras unas lonas de plástico, una caja con herramientas y un pajarito metálico listo para su activación. Aunque requería mantenimiento rápido. Miró al par por a través de las cámaras de seguridad puestas en el establecimiento, plantadas en cada esquina. Los niños bailotearon, los niños rieron, los niños cambiaron de juegos, los niños se sonrieron. Todo podría formar parte de una misma película, él ahora repensó. Le pagarían una millonada por esto, y él lo disfrutaría como el primero. Los dos fueron a una sala de juego especial: el campo de tiro holográfico. Cuando se conectaron a la red y sus cabezas yacían cubiertas por los cascos de realidad aumentada, él se inmiscuyó en una rápida sucesión de códigos, rompiendo sus propias defensas y órdenes prestablecidas para generar el mayor ajetreo de corriente en el lugar.
Y, en determinado momento, estuvo todo listo. Apretó el botón.
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Cuando se agotaron del baile fueron a los juegos que requerían una habilidad más de precisión que de improvisación o perseverancia y previsión. Arrojaron pelotas en una canasta durante unos diez o veinte minutos. Luego, intentaron, con nulos éxitos, jugar a los bolos; no obstante, el peso de las macizas bolas, que apenas sí podían cargar en sus manos, les hizo desistir e ir a entretenerse con otra cosa. Y fue allí cuando la hallaron, la sala que Naruto vio muy a lo lejos que parecía una cristalera a ningún lado.
Realmente fue una sala separada del resto que valía como campo de pruebas de un juego de disparos en tiempo real entre jugadores reales, con armas no reales, por supuesto. No era necesario causar homicidios para divertirse, no para Naruto y Lucyna, de cualquier modo. En unas mesas estaban expuestas unas pistolas de plástico blanco y duro, unas varias protecciones para rodillas y codos, y unas gafas de realidad aumentada, para ser capaz de ver los disparos de las ficticias armas. Se pusieron el equipo, obviando las protecciones. Solo pistolas y cascos.
Adentro del compartimento separado, el suelo, las paredes y los obstáculos estaban hechos de un material blando, espumado y verdoso cual denso bosque. Al menos nadie se dejaría la dentadura allí, una de las preocupaciones de los dos niños que en plena competencia de aptitudes se encontraban. Quizás tenía unos diez metros de largo y ancho la sala de disparos simulados. Los obstáculos, árboles, paredones y demás protecciones espumosas, se concentraban en lados opuestos y un poco a los costados, dejando un gran espacio libre para correr, y ser acribillado, en el centro de la habitación. Una especie de centros de recarga de munición estaban colocados inteligentemente en dicha zona central, para inspirar un enfrentamiento directo y sin coberturas cuando los sujetos se queden sin disponibilidad de tirar al adversario. Naruto revisó la pistola y descubrió una barra de neón rojo y brillante recargado al máximo en uno de los costados de su cañón. Esto iba a ser entretenido, él ya lo anticipaba con ansiedad y ganas. Percibió lo mismo de su contraparte en su cruce de miradas previo a iniciar el primer asalto.
Con los dos estando resguardados en sus posiciones opuestas, una cuenta regresiva empezó cuando ambos mandaron la orden mental de aceptar el desafío «amistoso» de su contrincante. Él acompasó su respiración y sostuvo la pistola en sus manos, copiando la postura de los oficiales, entretanto se apoyaba contra un murillo con la espalda recta, como si estuviere por entrar por la puerta trasera de un escondrijo de narcotraficantes nicaragüenses, con el arma cargada y los objetivos prefijados en cada esquina de la guarida gracias a la infiltración con anterioridad de un excelso corredor.
Del otro lado, Lucyna no estaba menos emocionada que su contraparte, pues empatados en diferencia de puntos, en los distintos juegos, estaban tras la paliza terrible que ella le dio en la práctica de puntería, tirando balones a cestas muy pequeñas y zigzagueantes. Se habría sentido muy orgullosa de no ser porque sospechaba que el bermejo se dejaba ganar, con la excusa de que le dolían las muñecas y no podía ejecutar su lance ideal.
El combate fue al mejor de tres. Sonó un pitido audible que notificaba el comienzo de la refriega. Cuando los dos jóvenes se asomaron por encime de sus defensas, visualizaron en la cabeza del otro una barra verde horizontal, que advertía la cantidad restante de «vida» que les quedaba dentro del juego; una equivalente a ésta se podía ver en la esquina inferior izquierda de su campo visual, en su interfaz. Ambos dispararon, Naruto encestándole varios golpes, Lucyna fallando por poco ya que el pelirrojo se escondió justo a tiempo. Las balas de luz le hicieron cosquillas a Lucyna al «contactar» con su piel. La barra de la peliblanca disminuyó en un cuarto, y maldiciendo en susurros estuvo hasta que se animó a desprotegerse de nuevo con tal de dar en su diana de llamativos cabellos carmesíes que, con los efectos casi psicodélicos que se producía en el habitáculo gracias a las gafas virtuales, se asemejaba a una llameante pira. Intercambiaron una breve balacera en la que ella pudo darle en la frente a Naruto, pero, a cambio, él le quitó un tercio de vida dejándola prácticamente sin reservas en su barra verdosa de neón. Él vociferó alto y provocativamente con tal de que ella saliera, pero Lucyna adivinó sus intenciones y se contuvo. En el próximo tiroteo los dos tuvieron la brillante idea de moverse a lugares distintos, sin ser vistos por el contrincante, manteniéndose cubiertos por los obstáculos. Lucyna y Naruto se quedaron desprovistos de munición justo en el último intercambio, y al darse cuenta de ello corrieron al centro de la habitación para cargar sus dispositivos de ataque. Naruto pudo conectar su pistola antes y, con una ínfima carga, acribilló a una Lucyna a un par de metros de él, matándola (metafóricamente). Ella se quejó audiblemente cuando el cosquilleo no paró hasta el final de los recursos, limitados, del arma del bermejo.
"¡Podrías haberte ahorrado tres cuartos de ráfaga!" Le reclamó ella fervientemente. Apretaba los dientes, humillada y con deseos animosos de revancha.
"Hubieses ganado." Espetó con simpleza él, petulante, sacándole la lengua. Una sonrisa socarrona que no podía abandonar sus fauces.
Una vez en sus posiciones anteriores, el pitido notificó el comienzo del segundo round. Naruto, muy seguro de sí mismo, se mostró entre sus coberturas, listo para un tiroteo contra la peliblanca; sin embargo, ella no apareció y no salió al encuentro. Raro le resultó esto al Uzumaki que, con mucho cuidado, rastrilló con sus ojos cada esquina en busca de movimientos. Ella no daba ninguna señal, en ningún lado. Estaba desaparecida. Naruto dio unos cuantos disparos de advertencia para ver si así la asustaba y se mostraba ante él; no funcionó. Después de gastar munición absurdamente, se decidió a acercarse sigilosamente por alguno de los costados con rellenos de obstáculos. Concluyó que iría por la derecha. Agachado, fue avanzando sin temor y sin dudas de que Lucy estaba asegurando un tercer round, jugando defensivo para provocarle y que se descuidara y saliera a campo traviesa. Pero él fue más inteligente que eso, y no lo pillaría con tanta facilidad de esa forma. Y, cuando giraba en una esquina para llegar hasta el posicionamiento de Lucy, esta misma lo sorprendió encañonándolo y vaciándole una ráfaga de cosquilleantes luces; él apenas pudo apuntar cuando el cartel nítido de «You Died» invadió todo ángulo visible para él. Él cayó al suelo y Lucy se irguió delante de él triunfante, con pura soberbia y venganza tiñendo su rostro blancamente inmaculado que relucía como nunca en este habitáculo.
"Eso fue incómodo." Se quejó Naruto mientras se levantaba solo, el fantasma de la salva que arrojó Lucy sobre él, sintetizada a través del casco y traducida a su sistema sensorial en una escalofriante sensación de electrificación que erizaba pelos desconocidos de su cuerpo.
"Qué lástima. Hubieses ganado, tomatito llameante." Se burló Lucyna, mirándolo desapasionadamente por encima del hombro, entretanto volvía a su sitio para arrancar de inmediato el tercer y último round.
Nuevamente en lugares opuestos. El pitido final dio rienda suelta a los jóvenes tiradores. A la par se movieron, apuntaron y dispararon sin remordimientos. Dieron, fallaron, pero jamás se detuvieron. Lucyna esta vez corrió con superioridad, valiéndose de su excelente puntería para dar en su diana móvil de flameantes cabellos, encendidos. A Naruto le pudieron los nervios, o aún estaba trastocado del impacto ininterrumpido de la miríada de láseres que Lucyna disparó a quemarropa. Contrariamente a como lo hicieron en los primeros combates, donde la inexperiencia les hacía andarse con aplicado cuidado, ahora se enfrascaron en una corrida en círculo, usando siempre como trinchera cualquier objeto que hubiere entre ellos. El pelirrojo obtuvo la vista de un disparo certero, pero no atinó, y no porque le errara a la cabecita blanca que asomó de una esquina de escombros, sino porque su pistola sencillamente no escupió proyectil alguno debido a que estaba descargada al completo. Él tenía ya más de la mitad de su barra verde desgastada; Lucyna conservaba dos tercios.
Naruto tanteó en desesperación su derredor, con menos vida que Lucy y sin munición, viendo que se advenía su derrota, y allí se percató de que en su cintura colgaba una granada holográfica. Agarró una y la estudió de cerca: era, efectivamente, el cuerpo holográfico, hecho de líneas paralelas y azulinas, de una granada. Quito la anilla y, valiéndose de todas sus fuerzas, lanzó el explosivo a su rival dispuesto en los obstáculos contrarios. Una explosión electrificada sonó.
Por su parte, Lucyna tembló y divisó con tremenda frustración como toda su ventaja sobre el bermejo se desvanecía con una barra verde siendo disminuida al mismo nivel que el de su contraparte. No predijo nunca dicho ataque, pues, como es obvio, desconocía el hecho de que hubiere explosivos. Eso sí, reconoció el explosivo y qué provocó la bajada de la barra verde: una granada. Se sintió enfadada de que Naruto no se lo advirtiera, pero, probablemente, él recién se enterara por culpa de su desesperación. Hervida en rabia, ella localizó su propio explosivo y lo tiró sin pensárselo demasiado a donde ella creía que se ocultaba Naruto. Fue un error. La explosión reverberó, pero ningún aviso le llegó alertándole del deceso de Naruto y de su victoria. Y, luego, el bermejo salió corriendo a gran velocidad al centro de la sala; quería recargar su arma, al parecer. Ella disparó, pero falló sus pocas balas. No tuvo otra opción que salirse de su cobertura y correr en el llano despejado con tal de recargar munición. No obstante, no llegaría a tiempo; perdería. Lucyna, dándose cuenta de que Naruto era más rápido y, por lo tanto, llegaría primero, otra vez, tomó la audaz determinación de ajustar su rumbo y objetivo. Ella no fue a cargar su propia arma: ella cargó para derribar a quien osara hacerlo en su presencia.
El chico, cansado y apurado, cogió el enchufe de carga y lo insertó en su arma, pero, sin previo aviso, una fugacidad nivosa le embistió duramente, perdiendo de sus manos la pistola de haces de luz, y lo retuvo con ferocidad.
"Tal vez deberías alimentarte con algo más que ramen." Le gruñó Lucyna cuando le sostenía de los brazos, estos arriba de su cráneo, atrapados. La situación hacía rememorar cosas, concretamente del día en que se vieron sus rostros por vez primera. "Apenas tienes fuerza en los brazos, tomatito. Eres un debilucho." Ella se burlaba de él ignorando el hecho flagrante de su extraña postura. Pues Lucyna estaba sentada ahorcajadas sobre su compañero corredor sin el menor ápice de duda o retraimiento, envalentonada y anhelante de la dulce victoria por sobre el fastidioso, todopoderoso e «invencible» gran Uzumaki, el niño prodigio que nada le era improbable.
Con el pie la niña atrajo hacia sí el revólver de proyectiles fulgentes del Uzumaki y descargó la poca carga que obtuvo el arma cuando el pelirrojo la conectó a las estaciones de recarga, Naruto recibiendo el cosquilleo y la posterior electrificación inmóvil. Un letrero translúcido, que en la pantalla de Naruto reflejaba caras tristes y unos sonidos de trompetas envergonzantes que le anticipaban su sometimiento y la gloria de Lucyna. Y ella reaccionó a su victoria riendo contenta, viéndose rodeada de un confeti de colorines y escuchando un vitoreo regocijador de un cuantioso público que no existía. Y, tras unos instantes de jolgorio y plena felicidad por superar y vencer al super niño prodigio, ella estableció conexiones con la realidad y se halló fuera de su abstracción momentánea, cayendo en la cuenta de lo que sucedía.
Un rubor. Los brazos de Naruto rendidos a sus costados, contemplándola fijamente las amatistas a la niña, de repente, vacilante. Un velo de vértigo y calor insoportable cayó sobre ambos. Un carmesí, una nívea. Lucyna arriba de Naruto. Dos rubores. El fiero fuego sagrado burbujeando, en éxtasis dentro de las paredes internas del bermejo. La pasional sobrecarga shockeante los arribó, y no fue la única que lo hizo.
Ella lo miró con los ojos abiertos de par en par, y Naruto igualmente. Lo shockeante no fue la cercanía, sino lo que los dos, con su cibernética muy mejorada de Arasaka, fueron capaces de percibir un rayo de sobreinformación, un disparo intangible que heló el mundo y el aire que respiraban. Venía a por ellos. Una sobrecarga eléctrica. Un cortocircuito demasiado grande para ser algo normal que sucedería en una red mal administrada. Se asemejaba más a un hackeo que a una falla habitual, de hecho. Fuera lo que fuese, daba enteramente igual; de momento, lo importante era actuar en consecuencia. Y pronto.
Sin interesarle cualquier otra cosa, inclusive su propia integridad física y psíquica, Naruto actuó aceleradamente quitándole su casco de realidad aumentada a Lucy. Con tanta celeridad como pudo se lo desajustó, quizás causándole un poco de dolor, pero por su bien, el bien y el salvamento de ella. Aun así, recibió parte del impacto, ardiendo en llamas multicolores, y cayó inconsciente arriba de él, su peso muerto sobre él. Y él, a cambio de defenderla ella, sintió que su ciberware dejaba de responderle debidamente, no pudiendo siquiera contactar con Hellman o algo por el género. Incluso el botón de socorro desapareció de sus posibilidades. El shock electromagnético fue asolador, estropeando, al menos durante unos minutos, los implantes del bermejo. Ninguno respondía y Naruto dejó de percibir las redes atestadas de Tokyo. En un mundo de ruido y movimiento constantes se manifestó un reposo abrumador. Solo, muy de fondo, oía el rumor de los coches. Maldijo en susurros desesperados. ¿Por qué todas sus aventuras con Lucy acababan del mismo modo trágico en el momento menos esperado, siempre surgiendo algo que excepcionalmente disrumpía su paz y parsimonia?
No importaba. Nada de esto importaba y solamente una cosa lo hacía: Lucy. La acogió en sus brazos, inconsciente. Revisó su pulso, sus ojos e inspeccionó su cuerpo entero en busca de heridas, probablemente quemaduras por la sobrecarga. Pero no, ella no sufrió en absoluto daño físico. Mas no se salvó del grave choque psíquico, acrecentado por el hecho de que eran netrunners y que, por tal, concebían su realidad mucho más vívidamente. Cualesquiera que fuera el método, si conseguías meterte en el intrincado laberinto que es el cerebro de un netrunner, podías hacer muchísimos estropicios una vez dentro. Y la sensibilidad que permitía viajar al ciberespacio estaba allí también, pero como una debilidad.
Asegurado de que su compañera corredora no padeció grandes complicaciones, visibles, por la sobrecarga, él se inmiscuyó en la revisión propia. Inmediatamente percibió el calor en su ciberware, sobre todo en su puerto de inmersión. Le restó total significación, tratando su estado físico como un problema de menor envergadura en comparación con el de Lucy, y se fijó si sus miembros eran aún funcionales. Suerte. Sus piernas y brazos respondían muy bien e, inclusive, por el momento de estrés sufrido estaban más poderosas que nunca, o esa impresión le dio al Uzumaki un tanto mareado y en recuperación. Se paró y extendió sus extremidades probando si había dolor. Estaba, pero muy acallado por la premura de la situación. La adrenalina producida debió de anestesiar los síntomas que no detectaba a simple vista. Las sensaciones medio muertas en su ser. Fuera como fuese, levantó a Lucy del suelo con cuidado, pasó una mano por debajo de sus rodillas y la otra sostuvo su cuello delicada pero firmemente.
La puerta estaba preparada para casos de emergencia, en los que la energía eléctrica fuera inestable o simplemente no estuviere disponible. La corrió dificultosamente, apoyando a Lucy en una pared, recostada, cuando forzaba la salida con la manija manual. De algún modo, logró correr la puerta los suficiente como para que pasaran por la abertura. Con cuidado sacó primero a Lucy, para luego alcanzar la libertad él. Aunque aún era muy temprano para hablar de libertad adentro de esta guarida estrafalaria y, con las luces apagadas, perturbadora.
Nada más salir vio un haz de luz que se aproximaba al campo de tiro simulado. Y con la mayor discreción que pudo reunir, cargando a una persona y tras ser golpeado por una terrible sobrecarga eléctrica, se escabulló entre maquinarias apagadas y desusadas. Oyó los pasos muy próximos a él, aunque se fue de largo. Allí aprovechó para irse a donde sea, con tal de alejarse del maldito energúmeno que les hizo esto. Por las audibles y retumbantes pisadas en la alfombrilla, no hacía falta ser un verdadero genio para reconocerlo. Kawahiro andaba con linterna en mano y se dirigía a la sala donde previamente quedó encerrado.
No rememoraba con exactitud, menos ahora, el lugar de la salida/entrada, pero probó suerte buscando las paredes limítrofes de la estancia con tal de partir desde un punto de referencia claro. El problema llegó en el momento en que, mientras buscaba las paredes que limitaban el gigantesco local, lo sorprendió un dron militar, con cañones, esta vez de verdad, desenfundados y un faro encendido iluminando su camino, haciendo reconocimiento y dirigiéndose a él. Sin demasiadas opciones el pelirrojo viró a sus costados y observó una habitación semiabierta, entró y arrimó tanto como pudo, sin cerrarla al completo, la puerta.
Olía fatal. A mierda y a algo que Naruto no identificó y asimiló como orín. La ventilación tuvo que ser horrorosa para que el hedor de la transpiración agria fuese tan patente y apreciable con una mera olfateada. En mitad del habitáculo, donde se cercioró que no había nada de suciedad ni peligroso, recostó la forma dormida de Lucy. Necesitaba descansar sus débiles brazos, pues, como bien dijo Lucy, él todavía veía los efectos adversos de una penosa alimentación en periodos de crecimiento. No obstante, en estos momentos percibió en sí la misma fuerza que le extralimitó contra aquellos oficiales que quisieron abusar de su queridísima Ikari.
Miró todo lo divisible, que era poco, y en lo que supuso que era un escritorio, halló algo luminoso. Resultó ser una barrita luminiscente, entre amarillo y naranja. Ya venía encendida de antes. Probablemente Kawahiro vino a esta sala para prender sus defensores aéreos en persona, o también para encontrar la linterna para buscarlos. Los drones, más aún los militares, no necesitaban de una conexión de alimentación constante, como es obvio; poseían sus propias baterías que duraban, casi siempre, más que la vida útil del dron. En la mesa de Kawahiro encontró algunas de sus herramientas, una computadora sin energía, tabletas que, todavía prendidas, mostraba chicas jóvenes en bikini, una botella de contenido blanco y viscoso y unas cuantas cajetillas de BDs con títulos un tanto sugerentes. Una punzada de muy mala espina penetró en la espalda baja del Uzumaki. Sospechaba por donde iban los tiros de su anfitrión, aunque desde un principio no quiso prejuzgarlo.
Exploró con la limitada luz anaranjada el sombrío estudio de Kawahiro. En las paredes, de las que no distinguió color, tenía posters y fotos colgadas, la mayoría de mujeres muy púberes, todas imágenes de una índole muy clandestina y para nada se parecían a las típicas fotografías tomadas por una megacorporación de estrellas del entretenimiento. La única que sí lo aparentó fue un poster de las Us Cracks, con faldas exageradamente cortas y poses seductoras. Naruto las reconoció porque en Japón se hablaba de que eran un grupillo muy prometedor, y los anuncios de ellas plagaban la ciudad cual epidemia descontrolada. Eso sí, eran muy jóvenes; quizás la más adulta de ellas tres tenía unos dieciséis años. Se sintió bastante perturbado por ello. Sin embargo, su fisgoneo acababa de empezar.
Andando por las sombras cual gato ladino, se encontró un desagradable panorama que recién divisó gracias a su barrita. Alumbró mejor para estar seguro. No existió un género de dudas. El olor repulsivo que despedía, entre un almizcle y una sudoración excesiva, distinguió un pequeño cuerpo, inerte. La sangre corría, manchaba el suelo. Al pelirrojo le temblaron las piernas y su corazón dio latidos potentes como golpes de tambores dados por un sordo. Su diestra mano se movió, en negación, de manera involuntaria, por inercia, iluminando con mayor amplitud el tétrico escenario. Con algún líquido viscoso y lactescente saliendo de una cavidad, quizás proveniente de la botella blanca que estaba en el escritorio, junto a una «sangre reseca», Naruto se percató, aliviado de no registrar una escena tan grotesca como la que se imaginó, de que no era un cuerpo humano lo que con su vista alcanzó a distinguir, sino una muñeca sexual cien por ciento artificial, no viva. Suspiró una gran cantidad de aire que no sabía que contenía y examinó la muñeca, muy detallada, colocada en una postura que advertía lo que Lucy y él interrumpieron al entrar a escondidillas. El dueño dijo estar ocupado, muy ocupado. Vaya manera de ocuparse de uno mismo.
Si la muñeca emulaba el cuerpo de una adolescente mayor a los dieciocho años, era un milagro. Tenía la careta implantada de alguien que Naruto prefirió no reconocer. Una corona, con un BD insertado, caído al suelo. La curiosidad fue la precisa como para ahuyentar al gato y no animarlo a comprobar qué contenía aquella neurodanza. Allí también hubo un bote con el líquido rojo que, a primera vista, casi le da un infarto por las implicaciones de lo que creía haber encontrado. De las paredes de esa parte colgaban muñecas de diversos tamaños y tipos, caretas de famosos que él ignoraba y muchos posters de las Us Cracks.
'Maldito enfermo. ¿Por qué siempre termino en esta clase de lugares, en las guaridas de estos seres deleznables?'
Caminó devuelta hacia Lucy, queriendo arrancarse a él y a ella de ese horripilante sitio y teletransportarlos a salvo al elevado e inexpugnable Matsubara, en la habitación G59. Quería volver a casa, que Lucy le dijera lo tonto que fue y que Hellman negara con la cabeza, suspirando ante sus insolencias. Quería la normalidad, la rutina. Cuando se disponía a alzar a Lucy para reemprender su viaje a hurtadillas a la salida, que él esperaba que todavía anduviera abierto, distinguió unos estantes que había pasado por alto completamente. Un almacén con centenares de cajetillas neurodanzas en el lado opuesto del escritorio. Quizás unas mil danzas neuronales acumuladas y ordenadas prolijamente. Él, temerario o temeroso, fue a leer de qué se trataba el contrabando de su anfitrión, quien Naruto ya suponía que, en verdad, usaba el local como una tapadera para cosas mucho más turbias.
Una palabra o unas cuantas en gaijin que aparecían varias veces. Se repetía mucho el término «petite» o un análogo de éste en variados idiomas. Pero no solo se reiteraba dicho término en las portadas de las danzas, había uno más directo que se denominaba como «sang», que Naruto reconoció del francés y que significaba sencillamente sangre. En otras cajetillas ni siquiera se manejaban con rodeos y expresaban, con pelos y señales, lo que se hallaría dentro.
Aturdido, Naruto leyó decenas de títulos y una amarga sensación se instaló en su lengua, un malestar estomacal que no vino causado por una mala digestión precisamente le crujió las entrañas. Resistió, rechazó las náuseas y los atisbos de arcadas a los que su enfermo cuerpo le instó. Sabía que debía mantenerse entero por el bien de Lucy, pero simplemente lo que su mente registraba, y no paraba de hacerlo, por más que dejara de prestarle atención y cerrara los ojos, fue demasiado. Además, pensar en Lucy le traía inherentemente pensamientos intrusivos acerca de un fallo crítico, donde Kawahiro los capturaba y los convertía en una grabación etiquetada y vendida para un vomitivo corporativo con fetiches cuanto menos horripilantes.
Por lo que sea, su interior ardió en una rabia no explicitada por su rostro o apariencia. Se concentró mayoritariamente en sus ojos y, por brevísimos pero no por ello menos notables instantes, la realidad se difuminaba en una ralentización fugaz y uniforme, como si el planeta de la nada se relajara y rotara con una calma perpetua, como en slow motion. Los latidos se alargaban dolorosamente, las respiraciones eran tremendos actos declarativos. Un ave volando de un poste a una cornisa, un pedazo de zócalo derrumbándose, un VA sobrevolando distancias enormísimas en instancias muy cortas. El mundo pretendía, quería detenerse y dar suspiros descansados. Arrojar tanta problemática disparidad y reconvertir a la naturaleza en su pacífico sueño utópico, originario. Además de la bella durmiente, la única prueba de vida fue la cabellera carmesí de un descarriado vagabundo jugando a los juegos de un apasionado. En las tinieblas un eco vacío y sordo murmuró. Y la figura zorruna se engrandeció, y ataviado de su animal intrínseco, revelando su veraz forma; su cola animal zarandeaba. Despersonalizado, ni reconoció su propia respiración. Las amatistas refulgieron violetas como nunca antes en la aplastante y asquerosa penumbra. Piedras idealizadas que en sus núcleos no existía otra cosa aparte del frío y el desdén… Preciosas piedras que de solo verlas traía consigo la secuela del entumecimiento atroz, del abrasador estrujón gélido que adormecía la mente en un páramo desolado y desprovisto de cualquier definición o menudencia relativa al amor. Pero, ahora, en ese hondo glacial, en esos picos nevados y escarpados donde el sol nunca iluminó, ardía un fuego prominente e inobjetable. Ardía la llama sagrada que no se puede, no se debe y no se quiere apagar.
Él ardió. Ellos ardieron. Ellos arderían, tarde o temprano.
Un hábito de inconsciencia, locura y desenfreno cubrió los pensamientos del bermejo. Una frialdad impropia de un niño, por más sagaz y atrevido y maduro que sea o pueda creer ser. Las conclusiones y los hechos fluctuaban cual rio bravo en mitad de una tormenta, imparables. Y dondequiera que estuviese la solución a su problema, la paz eterna, él la hallaría. Naruto tomó a Lucy en sus brazos nuevamente, y con juramentos mudos, le prometió nunca abandonarla, llevarla a salvo. Abandonó aquella sombría habitación antes de perder el control sobre sus emociones, antes de perderlo todo.
El cuerpo de Lucy pesaba poco. Diría que en un principio no era así. Asimismo, el dolor y el embotamiento en su cabeza desapareció sin dejar rastro, como si nunca hubiese estado. Sus piernas se sentían ágiles y livianas, cual pluma se deslizaba entre la obscuridad sin ser detectado. Escuchó el dron, a las tres en punto, con su haz de luz lo rastraba todo. Desde su escondite encontró con la vista el pasillo de salida; ni sabía cómo y ya rozaba el escape con los dedos de una mano, un rayo de esperanza en un día nublado. El dron militar se entremetió en el hacimiento de antiguas máquinas de entretenimiento. El bermejo aprovechó su, tal vez, única oportunidad. Contuvo la respiración mientras avanzaba por el pasillo, echando en falta algo de claridad.
Cuando llegó finalmente a la entrada sus miedos se concretaron: la puerta estaba bloqueada, cerrada, ni una rendija de luz natural, o del neón de Tokyo, se divisaba. Cerrada a cal y canto. Lucy apoyada en el suelo, aún inconsciente, y él golpeó con un puño cerrado de frustración la lámina de metal. Era dura pero muy fina, se percató él.
Y temblando en dudas y acusaciones por haber envuelto a ambos en una irreversible situación desesperante, se arrodilló junto a su amiga, pensando en algún modo de derribar el dron, y a Kawahiro. Trató de imaginar cualquier modo, todos los escenarios factibles. Ninguno lo convencía en demasía. Miró a sus alrededores, quizás allí hallaría una respuesta. El escritorio con la computadora, las paredes con posters de franquicias añejas y olvidadas, el monoplaza dispuesto en un pequeño desnivel. ¿Aquella vieja hojalata con motor siquiera funcionaba?
Con nada que perder al intentarlo, Naruto cargó a su compañera corredora y la dispuso dentro del carro. Tiró cuantas fichas obtuviese en su haber con este absurdo plan que se le ocurrió de repente. Alea Jacta Est. ¿Los hados actuarían en su favor? No lo parecía.
El coche era real, lo notó al sostener el volante que se asimilaba al de una los arcades que usó, al tocar sus pedales. No podía hackearlo (¿esta cosa siquiera tenía compatibilidad con ciberware?), su deck continuaba descompuesta; por lo que se propuso romper la caja en donde se incrustaba la llave, casi dejándose los nudillos, hasta que vio una serie de herramientas, entre ellas un destornillador, en el mostrador cuando la desesperación casi lo dominaba, lo usó para abrir una cajilla repleta de cables de colores para encender el motor y, con sus rescatados conocimientos de mecánica de libros a los que no prestó mucha atención, en su mente giraron los engranajes para resolver la problemática que era el arrancar la antigua cosa. No había otra salida. No hay salida. Lucy descansaba en el asiento del piloto, recostada, el cinturón abrochado en su delgadita figura; solo hubo un lugar en el vehículo, para un solo piloto, lo cual era un verdadero problema. Aunque, eso no preocupaba al bermejo; él solamente quería hacer funcionar al armatoste con edad numerosa.
Un chispazo sucedió. Un motor encendido. Justamente en aquel momento Kawahiro regresaba del pasillo. Pensando y actuando tan raudo como se lo permitían su mente y su cuerpo, el bermejo le dio al acelerador tan profundamente como pudo cuando el sujeto saltaba hacia ellos, más preocupado por la vieja máquina que por capturar a sus presas. El dron militar vino detrás y grabó en su lente el momento exacto en el que la pierna izquierda de Kawahiro fue doblada, arrollada, prácticamente arrancada de la persona. El aullido de dolor se repitió en el recibidor como una alarma del destino. El monoplaza chocó contra una de las paredes, destrozándose un poco, temblequeando su armazón y los dos niños en él. Naruto presionó muy fuerte; pero funcionó. Humo salían de los neumáticos rodando a máxima potencia hasta que cambió de dirección. Dio marcha atrás, y esta vez la pierna de Kawahiro, atropellada y quebrada en ángulos supuestamente imposibles en un miembro saludable, sí fue arrancada por completo; chocaron otra vez y el armazón tembló junto a las paredes que liberaron volutas de polvo, caían escombros. El dron en trance por no saber qué hacer: pues tenía la orden de no matar a los intrusos siempre y cuando estuviesen al alcance, y además en su código base estaba terminantemente prohibido dañar, aunque sea un rasguño, el orgullo de Kawahiro, su Fórmula Uno rescatado desde tiempos casi inmemorables. Una máquina en teoría no humana dudó y se quedó en blanco, no sabiendo cómo proceder.
Él que sí sabía qué hacer fue el bermejo, que agarró el volante y dejó de presionar el freno. El humo se detuvo en su producción, moviéndose lo restante cual misterioso hálito en la habitación cerrada. Giró y avanzó hacia la puerta de garaje cerrada, y frente a la increíble potencia de la máquina ésta se destrozó y flexionó sin oponer resistencia.
Era de noche. El monoplaza, con un manchón rojo en su alerón delantero y en una de sus ruedas traseras, fue recibido por un paraíso infernal de neón en las calles de Tokyo, capital de Japón. Templo definitivo del metal y del neón.
~~o~~
Cuando Lucyna recuperó la consciencia se sentía como flotando por el ciberespacio, y cuando se fijó mejor, amodorrada, creyó que se transportaba en una cama móvil, pero muy rápida, absurdísimamente veloz. Se tambaleaba para los costados, frenaba de repente y hacía giros bruscos que ninguna camilla de hospital debiera de poder hacer. Al final, cuando concentró todas sus fuerzas en reconocer su entorno, una tempestad rojiza la recibió con ondeantes trazos de rizos livianos y enmarañados. En un principio, le costó horrores saberlo, pero, sin dudas, quien se erguía por encima de ella fue Naruto, y él estaba llevándola en una cosa, con motor, a grandes velocidades por el centro de Tokyo. Prontamente cayó en el hecho de que montaban en un coche, a toda velocidad, recorriendo con temeridad las colmadas calles de la capital de Oriente.
Las luces de neón de Tokyo estaban a toda potencia en plena víspera nocturna. Se desteñían y se difuminaban los rayos fulgurantes de las farolas, pasando sin detenimiento y reflejándose en sus lavandas aturdidas. Fugazmente se iban y desaparecían para iluminar a otra alma en velo como las estrellas del universo en un viaje espacial a velocidades mayores incluso que a la de la luz. Y un sol carmesí se imponía con soberbia en su campo visto. Nunca abandonándola. Le mostraba una faceta de excelsa y legítima vesania.
Naruto estaba dispuesto encima de ella, mirándola de frente mientras rompían decenas de leyes de tránsito y comprometían la seguridad vial con total impunidad. Una pérfida mueca zorruna que, con los ojos amatistas abiertos a todo lo que daba, componía una imagen inolvidable de terror y desenfreno y juventud, amante de la vida y del anárquico hacer y deshacer de ésta. La dentuda sonrisa de Uzumaki no hizo más que crecer al reconocer su estado de consciencia. Los vientos ululaban con el glamuroso vaivén de la melena roja indomable y alarmantemente atrayente e indetenible para la joven niña polaco-japonesa. La atraía, la consumía, la arrastraba tras de sí sin oportunidad a reprocharle u oponerse a nada; simplemente fue su muñeco de trapo con el que él jugó hasta el hartazgo. Naruto era así, Naruto era el único que la trataba de esta manera déspota y cruelmente cercana y amable. Tan amable. ¿Por qué? ¿Por qué él?
¿Por qué él tuvo que ser así con ella?
'Maldito Uzumaki…' Pensó, no podía modular, hablar. Un sonrojo tenue en sus mejillas. Lucyna reconoció la forma del vehículo como la misma que estaba estacionada en el garaje del lunático de las antigüedades, era la carcasa de aquel coche que supuestamente iba a velocidades muy vertiginosas. Lucyna lo comprobaba de primera mano, y del modo más atroz: con un maldito demente al volante.
"¡Espero haberte sujetado correctamente al cinturón de seguridad de esta cosa!" Gritó el bermejo por encima del bullicio del motor, los bocinazos de quienes eran sorprendidos por una antiquísima máquina recorriendo las calles y el sonido ininteligible de la masa de gente y gente reaccionando ante el evento inesperado. Naruto manejaba con órdenes mentales el movimiento del coche.
Los brazos de Naruto, de algún modo cuasi mágico-divino, resistieron el embiste del carro cuando éste giraba y doblaba, esquivando y avanzando. Sus manos se asían a soportes muy cercanos a la vista de Lucyna. Quizás estaba alucinando debido al estrés y al actual estadio de alarma posterior a un sueño imprevisto, pero ella vio la sangre fresca desprenderse de allí con una lucencia y un brío semejantes al del niño pelirrojo que agraciado por un ente magnífico e invisible era capaz de sostenerse en esta situación a centenares de kilómetros por hora con sus brazos flacos y débiles. Débiles. Ella juraba que lo que transcurría ahora mismo fue un sueño insólito, una pesadilla sin par en la que nunca podía huir de los vientos feroces que significaban la onda gravitatoria del sol carmesí que decidió abrazarla como un compañero fraternal.
Las sirenas policiales alcanzaron sus oídos. Naruto alzó la vista, más allá de donde ella podía ver en su posición limitada, acostada. Seguía riendo cual psicótico descaminado de su centro psiquiátrico. Debieron de estar dando vueltas por Tokyo el tiempo suficiente como para cambiar de distrito. Estaban en Shibuya. Los seguían tres coches policiales.
"¡Intenta no moverte; haré maniobras complicadas!" Y así lo hizo, acelerando y en el subsiguiente cruce derrapando para elegir el camino de huida ideal. Lucyna reconoció el sitio, tanto como pudo reconocer en su incómoda tesitura, como el punto cercano a la estación de Shibuya; la gente, centenares de ellos, admiraban e inmortalizaban el extraño momento en sus mentes. Tal vez no fuera común, aun en una ciudad tan distópica como lo era Tokyo, el ver a dos jóvenes secuestrar un coche tan añejo y usarlo para escapar de la policía en pleno centro urbano. El bermejo se decidió por uno de los tantos caminos del cruce de Shibuya; emprendió nueva ruta tratando de perder a los oficiales que, justificadamente, los querían trincar luego de acometer contra la paz y el orden público.
No se encontraban precisamente cerca del Matsubara, y requerían deshacerse del coche y volver a pie si es que no querían que en Japón resonara la noticia de que dos jóvenes de Arasaka montaron tal lío, perpetrando una socavación contra la integridad de sus ciudadanos. Por suerte, los uniformes de Arasaka estaban tapados por los horrendos haoris que Naruto le obligó a usar; por fin tuvo una idea decente y funcional el destartalado pelirrojo.
Ya sin retenciones de ningún tipo y pretendiendo escapar por sus vidas, y por las plausibles y consecuencias de lo que hicieron, Naruto hackeó, tras esquivarlo por muy poco cuando éste salía de un giro cerrado, un vehículo rápidamente con su ciberdeck ya recuperado y con su tremebundo poderío operando. El hackeado perdió el control sobre su automóvil y se interpuso con su parte trasera en el camino de una de las patrullas. Una patrulla chocó cuando avanzaba a grandes velocidades intentando alcanzarlos y dio varios giros hasta quedar, con el morro machacado, encima de la acera. Dos esquivaron a tiempo, quienes fueron los perseguidores de los incumplidores de la norma.
Las luces cambiantes, parpadeantes; sirenas estridentes. Naruto, aposta, bajó la velocidad. Se acercaba una interjección. Los policías, uno de cada lado, se arrimaron al monoplaza y, por un sistema de megafonía instalado en las patrullas, les hablaron y aconsejaron detenerse de inmediato. El bermejo tuvo que agachar la cabeza para que no le reconocieran facialmente; y Lucyna recibió su fragancia de lleno, todavía muy golpeada por el shock electromagnético que casi frita su firmware. Un perfume a lavanda. ¿Naruto usaba perfume, o su mente ya no daba abasto y su sistema olfativo se desconfiguró?
No pudo reflexionarlo demasiado porque Naruto dio un volantazo (por orden mental de su sincronización vía ciberespacial a través de su deck), se metieron en una pequeña calle; una de las patrullas predijo el movimiento y los siguió de cerca, la otra no y pasó de largo, estrellándose con un camión de la basura aturquesado que venía de contramano. Técnicamente eso no era su culpa, quiso pensar Naruto. En la siguiente curva hizo el ademán de meterse en otra callejuela, pero persistió en su ruta en línea recta. Quien cayó en el engaño fue el patrullero restante, perdiéndose por donde no era, ganándole un tiempo de oro ahora que no tenían perseguidores directos a Lucyna y Naruto.
Desacelerando, y con el motor del monoplaza echando un poco de humo, el bermejo raudamente desabrochó el cinturón de una Lucy perpleja e incapaz y la hizo pararse a un costado de su vehículo para el escape. En mitad de un lugar ciertamente espeluznante se hallaban. En la persecución, abandonaron los caminos más bonitos y llenos de neón. Aquí también había neón, pero en su mayoría se trataba del rosa pálido o el fucsia resaltable de los clubes de alterne. Muñecas hipersexualizadas, y clientes alerta por las sirenas policiales a lo lejos, curiosearon en la ridícula y cómica situación.
Las sirenas incrementaron su sonido por encima del murmullo generalizado de las estrechas calles. El coche paró, y de él se bajaron un dúo de oficiales. Naruto tomó de la mano a Lucyna y se precipitó a las callejuelas. Los oficiales los perseguían, armas para reducir criminales desenfundadas, por si las dudas.
La albina trastabillaba, pero se hallaba más recuperada que antes, pudiendo seguirle el ritmo al huracán tempestuoso de carmesí. Ellos se asían de la mano, otra vez. Ya se asemejaban a una pareja acostumbrada a ello, arrastrándose de aquí para allá en su danza de dantescas y bizarras aventuras. Miró detrás y no muy lejos estaban los uniformados, unos veinte metros los separaban del destino atroz de ser capturados. El bermejo hizo reventar una bombona que pasaron por al lado, con el objetivo de retrasar a los uniformados. Podrían usar sus decks en caso de llegar a un punto sin salida, y aparentemente a eso se dirigían. Pues, cuando se metieron en uno de los tantos pasadizos de la urbanización desmejorada, pasando por lo que era un portón automatizado que daba a un claro de hormigón, quedaron atrapados contra la espada y la pared: un callejón carente de camino. Podrían haber salido y ver si reiniciaban sus rutas por otro sendero; los oficiales realmente se habían atrasado por la fechoría del pelirrojo. Sin embargo, al entrar al patio argénteo de suelo de concreto, con manchas negras de aceite para coches y charcas de agua estancada de lluvias de la semana, Naruto lanzó en pánico la señal para que la puerta corrediza se cerrara. Estaban encerrados. Los golpes comenzaron a sonar contra la puerta recién sellada; los oficiales no tardarían en ingresar.
Ella apenas podía modular, cosa que Naruto agradeció ya que podía figurarse lo que la albina pensaba de sus actos. Lucyna revisaba un tanto confundida a su derredor, ojeando por un escondite o un camino alterno. Completamente cerrado. Naruto intentó forzar con sus brazos el oxidado panel de lo que otrora vez fue una puerta, allí podría continuar su huida. Resultó imposible, siquiera moverla era una labor titánica que ni con el fuego sagrado palpitando debajo de su piel, por sus venas, fue capaz de desempeñar. Dándose cuenta del hecho, le dijo a Lucyna que se preparara para arrojar sus mejores ataques, que iniciara los protocolas de abertura. Él se usaría como cebo y absorbería el impacto de los hielos de los oficiales después de que Lucyna creara una brecha por la que él atacara. Si la fortuna les sonreía de buena manera, tal vez dejarían indispuestos a sus perseguidores el suficiente tiempo como para retirarse.
Se prepararon para luchar. Naruto delante de Lucyna, un brazo protector la resguardaba detrás suyo cuando se alzaba el portón. No obstante, repentinamente los dos jóvenes fueron sujetados y arrastrados por un individuo de gran magnitud que los secuestró en sus fornidos brazos. Lucyna dio un gritillo cuando el suelo se alejó de sus pies, y se mareó tanto que perdió la compostura y parte de su cordura; se empañó su visión. Asimismo, Naruto notó como un manto suntuoso y ennegrecido los recubría y volaba con el viento. Oyó el sonido característico del ciberware favorito de Miho (y de él también). La fina cuerda de un Hari se tensó al extremo y propulsó el movimiento, atrayéndose a un anclaje. Literalmente en un parpadeo se encontraron en unas azoteas, para luego parpadear devuelta y estar sobrevolando, con formidable estilo, el firmamento plomizo de Tokyo entre su jungla de fraccionado neón. Los dos niños eran cogidos por uno de los brazos del misterioso individuo de manto negro mientras el otro se extendía hacia el frente, desplazándose a una velocidad que los convertía en indivisibles, enganchándose con el dispositivo como un disparo arácnido, perfecto, sin fallo. Quien lo usaba, se trataba seguramente de un experimentado en la utilización del complejísimo sistema Fukku-tsuki Hari; la insignia de quienes se autodenominaban ghostrunners.
El bermejo contó cuatro segundos en el aire. Aunque estuvo seguro de que se desplazaron más de doscientos o trescientos, quién sabe si cuatrocientos, metros de distancia. El paisaje tremendamente distinto dio certezas de ello. Eso solamente dejaba una opción indudable: Sandevistan, y de los modelos de grado militar.
Preocupado por las implicaciones de todo, cuando fueron soltados, Naruto agarró a Lucyna y se acomodó en una pose defensiva, alargando un distanciamiento confortable para su mente en crisis y momentánea claridad. El hombre los había soltado sin demasiado repensárselo. Y los miraba con una parsimonia aguda, afilada cual daga. Un ojo tapado por un parche, unas cicatrices de batallas pasadas, y algunas recientes, acondicionaban un masculino rostro; sobresalía una que subía por su cuello y en su mandíbula formaba una X de carne rosácea, todavía curándose. Una sonrisa tranquilizadora se dibujó en su mandíbula prominente, casi secreta por culpa de un bigote frondoso que solo hacía ver a los labios mucho más delgados. Era calvo, del tipo que ni registro de las raíces de su cabello quedaron. En su porte existía una cosa que rememoraba a un lobo temible, solitario de las estepas, un sesgo animal. Quizás fuera el hecho de que midiera dos metros.
"Discúlpenme por la pequeña intromisión, jóvenes aventureros, pero creí que necesitaban de mí ayuda." Dijo el grandullón tuerto que poseía un Hari, un Sandevistan y que vestía un abrigo negro muy holgado y grande, que en un principio hizo saltar al corazón del Uzumaki pensando que se trataba de un manto negro. Llevaba un guante en la mano donde no estaba el Hari. "Aparentaban estar encerrados, en apuros. Y este buen samaritano acostumbra ayudar a los niños en tesituras complicadas. Es una de mis aficiones. Mi nombre es Harry Haller, por cierto."
"Ah. Ya veo." Dijo Naruto que, velozmente, se colocó su faceta de niño tonto y risueño. "Mi nombre es Toruna. Ella es Tsuki." Señaló con un movimiento de cabeza a Lucy. "Perdón por importunarte con nuestra desgracia, que te debería de ser ajena, buen samaritano."
"No hay de qué." Aseguró el grandote amenamente. "Como ya he dejado caer, es mi tarea consuetudinaria salvaguardar a los pequeñajos como ustedes de las sucias y pérfidas manos de los cerdos con uniforme.
"¿Cerdos con uniforme?"
"Oh, sí: cerdos con uniformes. No son más que eso los oficiales de hoy en día. Ávidas máquinas de matar y oprimir. La mayoría ninguna víctima son, pues por alguna razón lúgubre se unieron a las fuerzas. Un sueño horrendo de retribuir dolores… de sojuzgar a los débiles en vez de protegerlos. ¿No lo crees así, joven Toruna?"
Para Naruto, lo que decía Harry, tenía sentido. Él lo probó de primera mano. Y demasiadas veces. Respondió: "Creo que puedo dilucidar su punto, e inclusive estar de acuerdo en algo."
"Ves. Es que yo no pregono la falacia. Además, eres un niño listo. Eso puedo verlo con claridad." Cayó un breve silencio en el que él, Harry, desmenuzó al joven pelirrojo con la vista, analizándolo con su señero ojo pardo. "Tomando distancias… ¿eh?" Murmuró con algo de diversión, nada de perverso en eso. "Tranquilo. Te entiendo perfectamente. Yo en tu lugar haría lo mismo. Soy un absoluto desconocido del cual solo sabes su nombre, que bien podría ser falso. ¿No es así, Toruna?"
Talvez fuera un pensamiento persecutorio, talvez su mente deshilachada por las vivencias del día le estaba jugando una mala pasada, pero Naruto juraría que el tuerto frente a él lo leía con holgada facilidad, discerniendo a través de sus facetas cual apto y acostumbrado interrogador que en una sala de desapasionados y nervudos convictos se haría un festín. Y no fue hasta que rescató, en el cinturón de Harry, la mueca deforme de un animal en un pedazo de porcelana que un pulso helado le atravesó en su centro. Y las fichas cayeron por sí solas, cual efecto dominó. Naruto tocó su pecho: el logo de Arasaka aún cubierto, oculto. Dio pasos con tendencias miedosas, retrocediendo. Lucyna emulaba sus movimientos como un mimo, muda y trastornada, alejada de lo que realmente estaba ocurriendo, observando todo desde un prisma medio ciego por un cristal esmerilado, pero a sabiendas de que podía confiar, aunque sea mínimamente, en el bermejo. Tampoco es que tuviera mejores alternativas.
"¿Algo mal, Toruna?" Preguntó Harry, el pardo iris demostrando la señal. Un fulgor azul. Naruto agarró a Lucy y echó a correr en ese mismo instante, escabulléndose por las callejuelas de la ciudad de Tokyo como si hubiese divisado con sus amatistas la presencia del fantasma de un asesino en serie.
En quietud, Harry lo vio retirarse al bermejo, erguido e impasible ante los acontecimientos. Tocó la máscara en su cinturón en un ademán casi inconsciente. Tuvo que esconderla mejor. Los rasgos de un animal se dibujaban en su superficie blancamente lechosa, purificada de cualquier corrupción. Toruna, sin lugar a dudas, no era un niño normal. Los niños normales, por lo menos los japoneses, según lo que él supiese, desconocían lo que él es, más allá de la sarta de leyendas, algunas ciertas, algunas exageradas, que se oían por las calles de las megaciudades. Toruna era especial, muy especial. Lo recordaría.
"Vuelvo a mi posición anterior." Anunció. El pardo iris iluminado. "Tuve un pormenor. Enseguida estoy."
~~o~~
Lujoso champagne, lustrosos zapatos. Un total de quince redondas mesas separadas por no austeras distancias. Una cortina de parsimonia se adhería en el restaurante con centenares de galardones. También de pedantería caprichosa, de persona rica y bien vestida. Aunque el buen vestir, en 2062, resultaba una subjetividad flagrante. En lo que se asimilaba como un palacio real, con candelabros de inmaculados, argentados, y vajillas bañadas en esplendorosas y doradas pretensiones, Hellman y su «secretaria» Kristina bebían vino y compartían un momento íntimo, a solas y alejados de los problemas. Él le regaló un ostentoso collar de diamantes destellantes cual estrellas. Sonreía agradecida y, con un rubor en sus preciosas mejillas, la mujer de los ojos miel le hablaba de los discípulos y de las impresionantes cualidades de Naruto, que inclusive dejaron con la boca abierta a la propia Lucyna. El Uzumaki fue un genio absoluto: tomaba los conceptos aprendidos hacía días y los convertía en suyos enseguida, y sin el menor ápice de inmodestia, siempre manteniendo una sonrisa agradable y relajada pero juguetona. Hellman tomó con pinzas lo dicho por su queridísima secretaria, no porque no le creyera sino porque estaba al tanto de la predilección que causaba el encanto y la elocuencia connatural del pelirrojo descarado, quien sabía a la perfección dónde atacar y cuándo hacerlo. Un listillo.
Le preguntó acerca de cómo se lo estaba tomando la niña, de qué modo reaccionó al verse superada por quien en teoría era un fiasco y un niño inservible y con la suerte de tener a Hellman apoyándolo. Kristina tarareó una canción. Él creyó que se trataba de una balada de jazz. Y respondió.
"Creo que Lucyna se va encaminando, un poco apesadumbrada, a la sombra de Naruto, hacia buen puerto." Bebió el espumoso y dispendioso líquido, traído de una reserva directamente desde Francia. "La niña obviamente no se lo ha tomado del todo bien, pero creo que ha comenzado a, de cierta manera y a su modo, admirar a su compañero. No lo sé. Quizás me equivoco. Pero juraría que empieza a aceptarlo. Ya casi ni lo destrata como anteriormente sí sucedía."
"¿Sabes algo sobre la naturaleza de su relación, hacia dónde se embarca?"
"Sigues pretendiendo que se amisten o algo por el estilo, ¿no?"
"Pretendo crear una sociedad ideal, y que, además, los dos dejen de estar tan solos, que tengan a alguien en quien confiar cuando las cosas se tiñan sombríamente. Que se amisten ya será cuestión de los gustos y deseos de… ambos."
"Tú lo que realmente quieres crear es una dependencia emocional." Ella lo miró con astucia. "No hace falta que endulces lo que piensas y dices entre nosotros. No te voy a decir lo que me parece lo que intentas ejecutar, pero sí te diré que, creo, podría favorecerlos. En verdad. Cuando los conocí y me encargaste cuidarlos, noté ese pesar de la ausencia de personas que los amamantaran con su amor y reconforte. Figuras maternales y paternales."
Llegaron los platos pedidos. Para Hellman un bistec de alta cocina acompañado por un pure de remolachas. Kristina pidió un pescado, blanco, varias verduras no artificiales y deliciosas de guarnición. Aprovecharon lo servido recogiendo sus cubiertos y comenzando a degustar sus sabrosos platos.
"Por cierto." Kristina finalmente interrumpió, quebró el reposo de su charla y las conversaciones de alrededor, que eran lo que escuchaban en ese momento, cayeron en el olvido "¿Cómo haces para estar tan seguro con respecto a que Naruto y Lucyna no se meterán en problemas?"
"Tengo ojos vigilándolos desde las sombras, por supuesto. Varios." Dijo Hellman con naturalidad. "Pero, aun así, creo que Naruto ya ha madurado lo suficiente como para no tener que ahorcarle con la correa."
"Pero lo tienes vigilado."
"Me preocupan otras cosas, otros agentes, agentes exteriores, aparte del comportamiento de Uzumaki. Temo por las posibles escaladas en el horizonte. Las llamas crepitantes de una aberrante tormenta. Tormentas que atraen sabuesos sin par, sin dueño. Personajes cuanto menos temibles." El tono de Hellman se volvía más grave con cada palabra, más bajo y susurrante.
"¿Quiénes?" Cuestionó la secretaria, creyendo saber a qué hacía referencia, pero queriendo cerciorarse. Él meditó algunos instantes. Sus manos entrelazadas por debajo de su mentón y sus ojos cerrados.
"Los Ku…" Lo que fuera a decir fue interrumpido por una llamada de emergencia de sus allegados, en específico aquel que se dedicaba a la supervisión de sus niños, sus corredores. Abrió los ojos y sus manos se posicionaron a los lados de su plato a medio acabar. Y así se quedaría, por lo que le estaban contando.
Parándose y abandonando su sitio, Hellman le hizo una seña a su secretaria para encaminar a las magnificentes puertas del restaurante.
"¿Qué pasa?" Preguntó ella cuando copiaba su accionar y se ponía un abrigo peludo, de largas y finitas hebras negras, sobre su vestido ceremonioso y precioso de color crema.
"Naruto está en problemas."
"¿Con quién o quiénes?"
"Con la policía. Y después conmigo." Hellman pagó la numerosa cuenta de su cena a pesar de no terminar ni el plato principal.
Apuraron su caminata al VA del rubio ejecutivo. Una vez dentro, Hellman realizó un llamado. Sus ojos azulencos refulgiendo y resaltándose. En los asientos opuestos, Kristina se sentaba y miraba una pantalla con la ubicación actualizada del dúo de corredoras bajo la responsabilidad de Hellman. Se movían a velocidades vertiginosas por la ciudad, como si se transportaran en una aeronave. Por encima de la pantalla, Kristina notó un tic en la ceja de su amante. Alzaba y bajaba la pierna derecha, intranquilo.
Él tuvo una conversación escueta con alguien, amenazando y haciendo valer su temible reputación.
El dúo desapareció del mapa. Se desvanecieron.
~~o~~
Él tiró los haoris en cualquier basurero una vez supo que Harry, el calvo tuerto que los rescató porque «era su afición», no iba en busca de ellos. Guio a Lucy hasta una azotea colindante a una zona comercial. Desde ese lugar podía obtenerse una increíble vista del paraíso lumínico y multicolor que era Tokyo durante las noches. Lucy sentada, recomponiéndose del shock. Tardaba mucho más que él, y eso que no sufrió la descarga entera, como sí le pasó a él. Le llegó un mensaje de Hellman, unos cuantos, en realidad; pero prefirió no abrirlos porque quería descansar un rato de tanta verbena ignominiosa.
"Hoy ha sido un día de aventuras y desventuras de la más curioso y agotador." Dijo él cuando relajaba sus músculos doloridos y percibía el cansancio acumulado por tanta ida y venida. Contempló los cielos aplomados, en donde una luna invicta se mostraba intocable e igual de hermosa que siempre. Uno de sus destellos pareció caer encarcelado en el pedazo de un sueño de otra vida, a unos escasos metros de él, en una damisela espectral.
En un triquitraque, Lucyna recobró el sentido. Frunció el ceño, enojada. En su memoria se reconstruyeron los sucesos antes de que su mente funcionara de manera automatizada para seguir al pelirrojo hasta donde fuese que estuvieren. Naruto se le arrimó para asegurarse de que no tuviera consecuencias secundarias por lo acontecido con anterioridad en el local de antigüedades.
"Eres un idiota." Lucyna le dio un cachetazo a Naruto, quien lo recibió sin quejarse mucho; su cara ladeada, y una roja marca en su mejilla izquierda. "Vámonos. Tengo hambre." Acto seguido ella lo tironeó de la manga de su uniforme de corredor. Iban a casa, pero primero a comer.
"¿Eh?" Naruto la ojeó, confuso y no aceptando que Lucy simplemente le hubiera ajusticiado de una forma tan… endeble, poco agresiva. Sobre todo teniendo en consideración los antecedentes, en donde por querer saber algo ella era capaz de someterlo en un interrogatorio con navajas y otros métodos tortuosos. "¿Ya? ¿Solo eso, nada más?" Preguntó, dejándose arrastrar.
"¿Realmente te estás preguntando por qué no te golpeo fuertemente hasta que aprendas la lección?" Él asintió, ella bufó. "Tengo hambre." Repitió Lucyna. "Supongo que aún tienes algo de crédito restante luego de nuestras compras."
"Así es. Pero me sorprende que no me estés insultando a los gritos por lo que hicimos, o más bien, por lo que hice contigo cuando estabas semiinconsciente."
"Me he dado cuenta que las palabras «peligro» y «cuidado» simplemente no entran en tu hueca cabeza de tomate. Para qué molestarme a estas alturas si ya sé que no vas a oír. Eres tan dúctil como el hormigón." Lucyna se sacudió la ropa con el logotipo dorado de Arasaka, se quedó observándolo. "Lo único que espero es que Hellman no decida castigarnos de algún modo, si es que se ha enterado."
Al cien por ciento él lo sabía, le dijo Naruto; le envió mensajes. Ella suspiró y le pidió indicaciones acerca de dónde se hallaban. Tenían un largo trecho a casa. Y Lucyna tenía hambre. Mucha, muchísima hambre.
~~o~~
Consiguieron algunos onigiris en los mercados a pie de calle. Volvieron caminando; Naruto los había arrimado al Matsubara con el monoplaza lo suficiente como para poder permitírselo, no se les haría demasiado largo. Además, Lucyna se negaba absolutamente a subir a uno de los trenes atestados con gente sudorosa y maloliente.
Por lo que prácticamente fue una orden de Lucy, Naruto se vio forzado a responder a Hellman, diciéndole que se dirigían a casa y que estaba todo bien. La réplica fue sucinta, y seca.
En el camino de regreso no hablaron mucho. Mas no se presenciaba aquel impenetrable muro cristalino que los diferenciaba y distanciaba hasta no hace demasiado. Cierto era que la confianza y la costumbre de tener al otro cerca iba creciendo, inclusive para Lucyna, que objetaba fervientemente esto (aunque en sus adentros sabía la verdad de que empezaba a simpatizar un poquito por el pelirrojo. Solo un poquito).
Realmente Lucy quería hacerle unas preguntas a Naruto, pero no sabía cómo afrontarlo, cómo abandonar su estúpido orgullo para ser ella la que averiguara más de él. Pudo deducir que él actuaba detrás de facetas, máscaras, sin embargo, nunca se cercioró de cuál era el verdadero Uzumaki Naruto. Hoy creyó conocerlo, aunque sea un mínimo.
En el recibidor del Matsubara Hellman, ni Kristina, se encontraban por ningún lado. Hastiados y sin ganas de aguardar a la espera, se adelantaron y subieron al G59.
En el ascensor se instaló una calma total, solo el murmullo de la maquinaria elevándose, y muy de fondo el rumor ciudadano; excelentemente insonorizado. Los pensamientos se difuminaban en la mente de Lucy cuando deseaba armar su discurso para conocer con mayor profundidad a su compañero, ciertamente se le imposibilitaba cual escalar una montaña kilométrica el relacionarse con seres humanos, sin amenazas de entremedias. En la mañana ya se acobardó. Acompasó su respiración y formuló las preguntas, las respuestas, midió qué tan sincera podía ser y cómo expresar las dudas que la carcomían desde el incidente con el neurovirus.
No pudo decir nada. Otra vez.
Ella siguió a Naruto hasta la habitación compartida del Matsubara. Allí comieron algo de lo sobrante del mediodía, se asearon, turnándose. El tiempo corría a una cámara lenta absurdamente veloz. Y cuando Lucyna quiso recobrar su plan original, los dos ya ataviaban sus ropas de dormir y se dirigían calmos cada uno a su respectivo lecho. Naruto la despidió y fue a su sofá. De un compartimento que se asimilaba a una pequeña bolsa de tela negra, sacó y examinó unos paquetitos cuadrados. Él, abstraído de su entorno e inconsciente de la presencia que no se iba de la cocina de Lucyna, revisó su corona neuronal, dispuesto inmiscuirse en una neuro de perdición pasional y fascinación total. Y Lucyna recapituló a los acontecimientos de la tarde, la promesa del peliescarlata. Su última bala.
Cuando Naruto se disponía a colocarse su corona, su dispositivo para ver y sentir de un modo diferente, y perderse en mar de sensaciones llenadoras, Lucyna lo detuvo con un gesto, agarrándolo de su brazo. Él la miró bastante confundido. Ella se miraba determinada a acabar con sus dudas: conocer los secretos de su compañero corredor y, en teoría, discípulo. Increíble de creer, pero ella todavía fue su tutora en cuanto a lo formal se refiere.
"¿Sí, Lucy?"
"Hiciste una promesa, ¿recuerdas?" Lucyna le recordó. "En el salón de juegos, dijiste que me mostrarías aquello que siempre ves en tus danzas neuronales, que me llevarías a algún sitio." Le costaban las palabras, pues le costaba dejar de lado su orgullo y proseguir con aquello. "Lo prometiste."
"Oh, claro. Perdón por el descuido. Sinceramente se me pasó por alto." Él se rascó la nuca, azorado. "¿Y cuándo quieres…?"
"Ahora." Cortó ella. "Si puedes, querría que fuéramos ahora mismo." Él la estudió con cautela, luego sonrió ampliamente y a posteriori retiró su corona de la cabeza para configurarla para una danza en conjunto. Necesitarían dos, y Naruto tenía alguna extra guardada.
"Así pues, como te he prometido, y yo nunca rehúyo de mi palabra, te llevaré conmigo a la luna."
~~o~~
En la azotea de uno de los tantos rascacielos de la megaciudad. Aparatosas y sexuales publicidades, zumbido gutural de ambiente ciudadano. En su tableta Kristina revisaba informes, leyendo a velocidades escandalosas, con minuciosidad. Quizás, una persona común pensaría que ella simulaba la lectura por la manera de pasar de un fragmento a otro, con órdenes mentales, en cuestión de decenas de segundos, sin embargo, Kristina era ampliamente capaz. Si no lo fuera, Hellman de seguro no la habría contratado y puesto a su cuidado y servicio durante tantos largos años. Ninguna necesidad de mostrarse condescendiente tenía él. Ella lo valía.
A través del «cristal», diminutas gotitas de una llovizna mortecina que apremiaban los cielos plomizos de Tokyo, de un negro que parecía que se hubiera incendiado un bosque de centenares de hectáreas, o que un gran y durmiente volcán entró en erupción. Pero en Tokyo, ni en sus cercanías, ni había bosques ni se registraba actividad volcánica. Se presagiaba una tormenta severa, y las noticias climatológicas así lo respaldaban.
Entre la brumosa ventisca, la figura de un rubio se precipitó al VA estacionado al aire libre. Las compuertas se deslizaron para la entrada de éste. Un poco empapado, se hundió fatigado enfrente de Kristina. Remprendieron su acenso una vez selladas y bloqueadas las puertas.
"¿Todo bien, señor?"
"Todo solucionado. Las huellas cubiertas; nadie hablará. Volvamos al Matsubara. Naruto me ha dicho que nos esperan."
~~o~~
Pasión Lunar Desenfrenada.
"¿Y no te revientas la cabeza conduciendo tan temerariamente?" Ella vociferó por encima del rumor del vehículo que los transportaba, zigzagueante, en continuo desplazamiento por el suelo lunar.
"Ya lo hice. Pero generalmente no me pasa nada. He aprendido a conducir de este modo." Dijo él mientras hacía curvas derrapando al borde de los boquetes profundos del satélite natural. Navegaban, circundaban los lunares de la esfera blanca sin amedrentarse, por lo menos Naruto. Pues Lucyna se sujetaba, ansiosa, de los asideros del coche con la latente preocupación de que el Uzumaki perdiera el control y volcaran y cayeran en los huecos tremendos.
Sus níveos cabellos bailotearon, el mechón de su izquierda haciéndole cosquillas en la mejilla y en la oreja; la melena roja de Naruto se echaba hacia atrás y envalentonada se mantenía en su puntiaguda y abrupta forma. Una sonrisa recargada de sana pedantería, sus ilustres gemas violetas enfocadas en lo que advenía. ¿Por qué? ¿Por qué estaba tan centrada en él, en alguien que se comportaba con tanta superficialidad, como si nada realmente importara?
"Deja de preocuparte y comienza a divertirte." Él le reclamó mirándola de reojo. "No siempre podrás hacerlo. Tienes la ventura de que tus piernas corren por su cuenta, corredora. No muchos de tu calaña pueden decir lo mismo."
"¿Me pides que actúe como un niño?" Lucyna le cuestionó cuando Naruto aminoraba la marcha.
"Eres una niña." Sepultó la conversación el bermejo, parando el coche y tendiéndole la mano. "Y entonces, ¿jugarás conmigo?" Ella se vio ofrecida con una caritativa y tentativa oferta innegable. Ella era, aún, una niña. Y llevaba tanto tiempo fingiendo que no, que ya se olvidaba de lo real y crudo de su situación. ¿Por qué no aceptar? ¿Por qué no unírsele si todo fue una fachada? No había motivos. No quería estancarse en el oscurecido y lúgubre mundo interior que diseñado quedó por lo terrible. Lucyna creía comenzar a comprender a Naruto. Por lo tanto, se entregó a su cita lunar. Un broche de oro para su espectacular e ignominioso primer acercamiento.
Los niños jugaron como niños.
~~o~~
El VA paró directamente en los helipuertos reservados a corporativos. Hellman se personó en el Matsubara una vez concluida su última reunión vía holo con su informante, asegurándole éste que todas las pruebas de los sucesos fueron borradas, y que su relación con los jóvenes corredores quedaba anulada en enorme porcentaje. Lo sucedido sería anecdótico. También le advirtió sobre un negocio que vendía BD ilegal y que en su tapadera terminaron parando sus discípulos. Kawahiro se llamaba el propietario y, falto de una pierna, acusó a dos niños que lo asaltaron y le robaron uno de sus artilugios. Eliminaron al hombre porque resultó ser un testigo cerrado a cooperar. Lo justificarían fácilmente con el negocio ilegal como el asesinato frío y despiadado de un cliente insatisfecho, un infeliz hombre estafado de traje corbata mandando asesino no sería nada nuevo.
Los pasillos del Matsubara igual de selváticos y decorosos que siempre. A menudo cambiaban la ambientación para que no se sintiera monótono para sus más fieles inquilinos. La semana que viene emprenderían las obras exprés, de menos de una hora, para transformarlo todo en una simulación de los Jardines Colgantes de Babilonia. O eso leyó en los anuncios en las paredes que aconsejaban permanecer en sus hogares a ciertas horas de determinada fecha. Kristina lo escoltaba. Nunca despegándose. Sin tocar o advertir su llegada, abrieron la puerta magnética del G59.
La pareja de rubios estudió la sala de estar. El rastro de los niños transformado en platos sucios, unos chips de créditos tirados al azar en la encimera y el olor familiar de una cena. De cualquier otro modo, nadie sospecharía que un huracán irreverente y su luna pasiva transitaron por ahí. En la mesita, cercano al sofá que Uzumaki utilizaba como cama, una serie de danzas neuronales tiradas. Paquetes abiertos o cerrados. El rubio rememoró alguno de esos como los paseos favoritos de realidades paralelas de Naruto. Una visita al Salar de Uyuni, enormes peleas en coliseos de la Roma imperial o paseos noctámbulos en botes chipriotas comenzados por un magnífico ocaso casi escarlata y purpureo del sol. Algunas aventuras teatrales, de samuráis que secuestraban a nobles damiselas hastiadas de su abundancia y repetitiva manera de vivir, y las enamoraban de un modo irrisoriamente estúpido, en el Japón feudal. Aunque echaba en falta uno en específico que permutó rápidamente en algo muchísimo más profundo que un BD para pasar el tiempo. Así lo fue para el bermejo. No encontró la danza de los paseos lunares. Y conjeturó por qué.
"Señor Hellman, aquí, en la habitación." Escuchó que su secretaria lo llamaba desde el cuarto contigua, el dormitorio en donde Lucyna dormía. Él encaminó al cuarto.
Sorprendentemente no se esperaba lo que sus ojos captaban tan vívido y real. Acostados en sábanas blancas y sedosas, compartiendo lecho en la privacidad del aposento, Naruto y Lucyna tenían puestos un juego de coronas iguales, interconectadas, sincronizadas para poder vivir una experiencia a la par, ecuánimemente placentera. Los chicos estaban ya aseados, y se habrán cansado de aguardar a su llegada y se fueron a jugar en la lejanía de la órbita terrestre, divirtiéndose cual niños que poco y nada son aún, que poco y nada saben aún.
"¿No es tan bonito?" Dijo Kristina admirando con una sonrisita cómplice a la par de mocosos problemáticos que pusieron a Hellman a trabajar en mitad de su velada nocturna. Las amenazas al cuerpo de policías de Tokyo no saldrían baratas, pero, fortunosamente, Hellman disponía de crédito de sobra.
"Tal vez." Dijo un poco más seco de lo que en realidad pretendía. "Sí. Son algo curioso los niños." Lanzó un suspiro agotado mientras se arrimaba a la cama de dos plazas.
En el borde descansaba una caja plástica con inscripciones en japonés, y lo que debió de ser el título remarcado en otra lengua. Se trataba del contenedor de lo que ahora mismo visualizaban los muchachos, de lo que vivían y encarnaban con lujo de detalle. Un paseo lunar alejados de cualquier retención, de cualquier egoísta giro de guion del destino. En una ficticia paz en suelo extraterrestre, allí donde los hombres soñaron alguna vez con viajar, donde la luz del sol se refleja imperturbable e invicta desde incluso antes de que el humano fuera consciente de la significancia de su vida. O previo a que éste le diera una carga demasiado sobreexplicativa a ésta en harás de hallarse a sí mismo en el universo.
'Pasión Lunar Desenfrenada: Un Viaje Inolvidable.' Leyó en la cuadrada y pequeña carátula. Un título de muy mal gusto, y en demasía pretencioso. Ya ni recordaba de dónde lo había recuperado y cómo fue que se inclinó por obsequiárselo a su pelirrojo protegido. Pero ahí estaba, creando lazos y produciendo momentos de éxtasis e intimidad únicos.
"¿Te parece si los dejamos a solas?" Dijo Kristina, acercándosele, apoyándole una mano confortadora en su hombro. "Creo que ya no saldrán afuera. Probablemente ya hayan aprendido la lección."
"Sí. Será lo mejor." Dijo acariciando la mano, superponiendo la suya propia. Echó un último vistazo al par de jóvenes ensimismados en otra realidad donde solo sus corazones latían, fervientes y pasionales. Hellman sonrió con añoranza. "Nosotros tenemos una velada que continuar también. En nuestro dormitorio…, también." Un rosa tenue pintó las mejillas de su amante, sus iris miel impactados por lo abiertamente romántico que sonó aquello. No acostumbraba a abandonar sus reservas de tal modo.
Cruzando sus brazos señorialmente, el hombre y la mujer dejaron en paz a los jóvenes caminantes lunares. Mañana ya podría ser un día de broncas y discusiones. Hoy era una noche perfecta para relatos de lunas y amantes. Príncipes insolares.
Los niños se quedaron absolutamente solos… juntos. En sus caras muecas lúdicras de embeleñada emoción. Acostados, sus pechos subiendo y bajando con la incidencia de quienes corren y se divierten. Trascurrió el tiempo, trascurría la noche. Y los dos descarriados finalmente hallaron su parcela de cielo: un paraíso inalcanzable, como los deseos de algunos.
Era medianoche. En la habitación brilló un sol. Y en la diestra mano del bermejo se reflejó con dorado fuego de inquebrantables deseos, sentimientos. El amor lamía la piel de un pródigo destinado con llamas y calor. Pero dolor, mucho dolor.
~~o~~
Las piernas se balanceaban como columpios al filo de un cráter lunar. De fondo, la imagen de la cuna de la humanidad: la Tierra, con sus mares y con sus nubes, en todo su esplendor, sin tanta luz de neón ni concreto a su derredor, simplemente agua y tierra siendo alumbradas por la luz del vibrante Sol.
El bermejo y la albina contemplaban en silencio. Calma total. Increíble de creer que hasta hace unas horas los perseguía la policía de Tokyo, por pleno centro de la ciudad, mientras huían en un coche de carreras, muy vetusto, a velocidades estúpidamente altas. El ritmo de las calles pasó a ser un recuerdo aislado y lánguido. Ahora solo estaban él y ella amando las vistas y la tranquilidad. Porque eso había que hacer: amar lo precioso y la paz.
"Cerca de aquí vi a unas personas." Dijo Naruto, rompiendo la frágil y helada lámina del silencio, cual superficie acuática en un invierno joven y en rápida madurez. "Paraban en una estación que servía de estacionamiento para enormes naves. Salían con sus trajes espaciales, saltaban y respiraban su enclaustrado aire de ciudad. Aire cargado de mentiras y terror, de depresión. Eran tan felices que la envidia me carcome por dentro hasta hoy día. Me pregunté: ¿es acaso malo ello, el sentir tantísimos celos por las vidas de otros? ¿Por qué no puedo ser como ellos y saltar hasta las estrellas por mis propios medios? ¿Qué me lo impide? Fue allí cuando forjé la figura de lo que quería llegar a conseguir y de lo que aspiraba convertirme. Aunque, pese a que esto se convirtiera en mi realidad, aún me pregunto de vez en cuando si no me estoy fallando a mí mismo al forzarme en este sueño vívido e indefinido."
"¿Forzarte?"
"Creer en algo fervientemente con tal de hallar un destino, un punto culmen al que servir con esmero para ganártelo una vez triunfes en el juego de la vida. Es el autoengaño al que nos aferramos todos como sanguijuelas desnutridas de suerte en el vano intento de encontrar nuestras razones. Razón de ser. Al menos la gente como tú. Las personas como yo. Somos semejantes en ese sentido. Es lo que te dije la última vez, cuando me preguntaste por qué decidí sacrificarme con tal de salvarte."
"Suenas distinto." Dijo Lucyna, comedida y extasiada del largo día de emociones indescriptibles. "Te pasa a veces. Dejas de lado esa actuación. Has dejado atrás, devuelta, la actitud de idiota que te caracteriza y me hablas como una persona no vulgar, no ignorante. Entonces, ¿es todo parte de ese teatro al que decidiste sumergirte en pro de no detenerte y defender tus ideales a capa y espada?"
"No del todo." Respondió él. "Mi soberbia estupidez es en parte algo inherente, intrínseco en mí, pero se potencia en los modos de la gente que nace y vive como nosotros. Tú no extralimitas las franjas de tu fuero interno y observas todo desde una torre de inmaculado cristal. Yo, por el contrario, voy y pongo la cara al golpe o a la caricia, esperando y deseando que no ocurra nada. Son maneras distintas con resultados dispares y otros tantos pares. Lo importante es mantenernos vivos. Vivir. Pero no simplemente respirando y hablando, sino que viviendo para y por la causa por la que fuimos concebidos. Aquello que nosotros mismos hemos encontrado en nuestros anhelos, sueños y deseos."
"Anhelos, sueños y deseos… ¿Cuál es la diferencia entre ellos tres? ¿No significan literalmente lo mismo?"
"Sí, pero no. No es tanto el significado de las palabras sino, más bien, como ya te he dicho, el que tú le otorgues. Yo anhelo convertirme en un excelente netrunner que pueda valerse por sí mismo y conseguir los mejores resultados, dándome todo esto una gran satisfacción, pero también crédito social y monetario para cumplir mi sueño. Y mi gran sueño es querer viajar a este sitio, a la Luna; un lugar por el que he sentido una conexión muy especial desde que tengo memoria."
"¿Y tu deseo?" Cuestionó con una ceja alzada la niña albina.
"Quizás te suene tonto e idealista…, pero yo deseo generar un cambio en este mundo."
Lucyna soltó una carcajada verdadera, mirando, después, al bermejo nuevamente para confirmar que no era mentira, y así, se volvió a reír sonoramente. Naruto no se molestó y, de forma sencilla, deslizó su vergüenza y diversión propia en una sonrisa tímida. "Definitivamente lo es." Dijo ella. "Ahora entiendo por qué dices que eres inherentemente imbécil. Eres un idealista, entonces."
"Lo soy. Soy un idealista: un soñador empedernido. Claramente lo soy y también desconozco el modo de hacerlo. Por lo que se me plantea como un imposible. Lo que, en algunas ocasiones, hasta es favorecedor. No soy ignorante, eso sí que no. No del todo…" Se quedó cavilando unos momentos. "Y dime, Lucy, ¿cuáles son tus anhelos, sueños y deseos?"
La niña se lo pensó un rato. Sus palmas sobre el blanco suelo lunar que se asimilaba con facilidades pasmosas contra su piel. Sus piernas copiaban y emulaban el balanceo de su compañero corredor. Sentados miraban al mundo, y filosofando, con sus pobremente jóvenes mentes, estaban sobre éste. Extraño, hace quince minutos jugaban como niños bajo el agua. Sin embargo, seguramente, pese a no creerse ignorantes, sus pensamientos resultaran vacuos a la gran mayoría.
"Creo…" Ella comenzó a decir, indecisa pero luego hallando las palabras correctas, ideales para su forma de ver las cosas. "Creo que mi anhelo es aprobar las pruebas que se nos acercan, pues estas me llevarían a cumplir mi sueño: pertenecer al cuerpo de corredores de la megacorporación más poderosa y grande del mundo." Sonó como un robot repitiendo un código prestablecido de fábrica. Naruto no dijo nada, respetó sus ideas pese a que fuesen contrarias a las de él. Muy contrarias. "Y es a través de mi sueño que, al final, algún día, podré escalar hasta los más alto. Porque mi deseo es llegar a la cima de la Torre Arasaka." Lucyna esperó la carcajada de Naruto, que nunca llegó. Él la miraba con dedicada atención; ella desvió sus atenciones en dirección opuesta. Sus amatistas hoy brillaban con una naturalidad y una sensación indistinguible.
"Ya veo." Dijo finalmente él. No existía una pizca de sorna en su tono. Naruto se irguió, parándose al borde del cráter lunar. De repente, las diferencias de estaturas la hicieron quedar inmensamente pequeña ante el otro niño. Tiró un guijarro lunar guardado en sus bolsillos. "En ese caso, yo te ayudaré a cumplir tus metas, Lucy. Lo prometo." Con solemnidad y una convicción pocas veces vista, Naruto le cercioró que, mientras ellos siguieran en la misma senda, la ayudaría.
"¿Por qué?" Se le escapó la pregunta a Lucyna, no queriendo formularla de aquella manera.
"Porque somos amigos, y porque, como ya te he dicho, somos iguales. No hace falta que siempre preguntes cosas tan obvias como estas." Él se perdía en la infinidad del espacio con sus violáceos iris. Lucyna observó y encontró, de algún modo, el mismo punto que él divisaba.
"Tú aquel día, después de despertar algo desmemoriado tras la lucha contra el neurovirus, dijiste que los Uzumaki nunca rehuían de su palabra. Que por eso jamás romperías una promesa. ¿Tienes una familia, o algo por el estilo?"
"No. Soy huérfano. No tengo, ni nunca tuve, una familia." Él sentenció.
"Entonces…" Y ella de inmediato lo captó. "Es…"
"Una creencia fehaciente; infundada en mi capricho, por supuesto." Complementó el sonriente bermejo, evadiéndose de la palabra que definía lo que ello significaba. "No sé quiénes son mis antecesores, ni siquiera sé si existieron al uso y no soy parte de un experimento de laboratorio extrañamente exitoso. No obstante, me gusta pensar que mi familia fue, alguna vez, un clan de honorables samuráis o algo del género. Unas nobles y leales personas, preferentemente luchadores, que en los anales de Japón fueron olvidados injustamente; talvez, inclusive, por propia voluntad. Con tal de proteger a alguien, de mantener viva una promesa de fidelidad a un líder en decadencia. Son cosas que me imagino. Y me agrada. Bastante mejor que pensar en el día en que, probablemente, en un acto de lo más mezquino y miserable, tus padres te dejaron atrás. Quién sabe si por hambruna o porque fuimos indeseados. ¿No crees, Lucy? Tú también habrás tenido de esas complicadas noches de reflexión inabarcable."
Ella meditó entre sus recuerdos un rato antes de responderle. "Sí, así es." Dijo.
No extendió sus vivencias al saber de Uzumaki porque aún era lo dolorosamente cohibida como para hablar de sí misma. Le contó cosas básicas de su pasado, y él la escuchó atentamente, a momentos complementado las tristes anécdotas de Lucyna con las suyas propias.
Hablaron largo y tendido sobre diferentes cosas, hasta el punto en que Lucyna ya ni sabía la motivación verdadera que la llevó a asaltar al Uzumaki a este intercambio tan profundo sobre sus personalidades y experiencias, contando estrellas, sus sueños y sus ilusiones. Sus miedos.
Lanzando guijarros lunares, Naruto se quedó inmutable de repente, justo en el instante en el que la conversación perecía inevitablemente. Él le pidió que se aproximara, que le tenía que contar un secreto. Ella le hizo rememorar la última vez que dijo eso; pero él la ignoró y le aseguró que en estos momentos no tenía ganas de bromear. Le tendía la mano. Ella la tomó, se paró a su lado, la melena roja ardiendo como un segundo sol en el campo estelar de juegos. Ardía. Y, como Lucyna casi esperaba, él le dio un toque con dos dedos. Índice y medio. Golpecito en su frente.
"Me encanta cuando te sonrojas, Lucy. De verdad." Naruto se burló riendo como un tonto, aun sabiendo que ella no estaba sonrojada. Pero la peliblanca no pretendía dejarlo impune en esta ocasión. Dos veces de humillarla de esta forma absurda excedía todos los límites; le enseñaría a no extralimitarse. Se arrojó contra Naruto. Sin embargo, eso era lo que él quería.
Cuando Lucyna se lanzó hacia él para ajusticiarlo de verdad, aprovechando que allí sus heridas no se traducirían al plano físico, Naruto le atrapó la mano y saltó al vacío del cráter lunar, impulsándolos mucho por la carencia de gravedad. Aunque, en contrariedad, con sus sentidos, lo que sus ojos, los ojos de Lucyna Kushinada, percibían no era el suelo lunar, los coches de exploración, los cascos de astronautas ni el planeta donde habitaban en el horizonte. No. Él la arrancó de todo eso, de su mundo.
La realidad se descompuso.
Su entorno transmutó en una desconstrucción fílmica de la realidad. Ella sobrevolaba los cielos de la megaciudad atiborrada de fulgurante y desapasionado neón donde vivió los últimos meses, tomada de la mano del enigmático y riente Uzumaki de carmesí melena, saliendo disparados de lo que ella reconoció rápidamente como la cima de la Torre Arasaka de Tokyo, con sus dos torreones negros e infranqueables imponiéndose todopoderosos a sus espaldas.
Ellos salieron disparados de la Torre Arasaka con la luz de una luna reinando en el firmamento, omnipotente salvaguardando e hilvanando sus destinos con hilos rojos, irrompibles. Y esa sonrisa suya tan perseverante y tan incandescente la saludó a ella nuevamente, como una suerte de zorruna complicidad inentendible. Una sonrisa de locura risueña que hizo arder algo en ella, algo muy profundo y desconocido en ella. La euforia radiante de Uzumaki incendió los bosques sombríos de su interior. Los hizo arder con su flamígera e irresistible determinación. Y se abrió paso hasta su corazón. Él abrió sus puertas interiores como el dueño de casa.
Corazones latiendo desatadamente. Pasiones lunares desenfrenadas. Nacen y nunca mueren. Nunca se desvanecen.
"¡Ya estamos en la cima de la Torre Arasaka, Lucy! ¡¿Cuál es tu próximo deseo?!"
…Continuará…
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Anotaciones finales:
Se suponía que este iba a ser un capítulo corto y muy al grano, fácil de leer. En fin, soy un desgraciado que no sabe resumir, capítulo siete.
Sea como sea, Felices fiestas (un «poco» atrasado, lo sé) a todo aquel que tenga la mala fortuna de haberme dado una oportunidad y leer esto. Y para aquel que lo lea a destiempo (no en la fecha de publicación), pues igualmente, yo qué sé.
Gracias por leer.
Nos vemos pronto… (o eso espero).
