Queridos lectores no puedo evitar regresar aquí siempre que puedo, las ideas surgen y deben ser escritas, esta vez traigo un pequeño capitulo sobre un videojuego que ha sido tendencia en las ultimas semanas llamado Mouthwashing, y como siempre no he visto fanfics en español, así que dejo un pequeño aporte. La historia transcurre después de 20 años, traté de inspirarlo en el video que publico su creador donde encuentran el Tulpar 20 años después

También podrán encontrar la versión en ingles en mi wattpad, mi nombre de usuario es missshimmer1


El tiempo pasa lento para el que sufre; al menos, esas fueron las palabras que su padre le dijo al capitán Curly días antes de sucumbir ante una enfermedad. Esas palabras resonaron con fuerza cada momento que pasó postrado en la camilla del Tulpar y fueron de las últimas que atravesaron su mente cuando estaba a punto de ser criogenizado. Pero no solo el capitán Curly pudo vivir en carne propia lo que su padre se refería; sus palabras viajarían más allá de las frías paredes del Tulpar, y él lo sabía.

Veinte años son eternos cuando no tienes a quien amas a tu lado. Para Elizabeth Curly, habían sido años sumergida bajo el agua, con una mezcla de angustia y esperanza, un sentimiento que jamás desaparecía por mucho que lo intentara. La vida tenía que continuar, pero Elizabeth, detrás de esas sonrisas en las reuniones familiares, siempre se aferraba fuerte a la mano de esas sensaciones que se negaban a morir.

Aunque parecía que se había acostumbrado a la ausencia de Grant, no era más que una aceptación vacía. ¿Cómo podría una persona cargar con las emociones que produce la desaparición de alguien? Cuando un ser querido muere, se lidia con el duelo, se supera una realidad donde ya no está quien amas; pero cuando desaparece, tu interior lucha con el sentimiento de que algún día podrá regresar, al menos eso pensaba Elizabeth.

Veinte años después, los días de Elizabeth transcurrían con normalidad: visitaba el café, supervisaba el trabajo de sus empleados, hablaba con los clientes, negociaba con sus proveedores, terminaba su jornada de trabajo, hacía sus compras y paseaba a su Golden Retriever en el parque. Nada era fuera de lo ordinario. En efecto, la vida había continuado.

Pero nadie está absuelto de tener un día diferente, un quiebre al estatus quo que por años había sido difícil de conseguir; sería suficiente para forjar nuevas historias. Ese día, Elizabeth cambió su rutina por completo. Dejó encargada a una de sus empleadas en su café, hizo un picnic en el parque, visitó el aeropuerto y llegó tarde a casa esa noche.

Al abrir la puerta, su perro Tex la recibió agitando la cola con emoción.

—Hola, amiguito. ¿Cómo estás? ¿Me extrañaste hoy? —le saludó mientras se agachaba a acariciarlo.

Tex no dejaba de moverse de un lado a otro, ladrando y lamiendo su cara.

—Supongo que eso es un sí —agregó riendo.

Beth, a quien todos llamaban así de cariño, se levantó mientras aún Tex jugueteaba con ella. Miró a su alrededor, nostálgica, y soltó un suspiro resignado.

—Bueno, amigo, creo que ahora la casa es solo de nosotros —se dirigió a su perro—. Tenemos que programar nuestras actividades: desayuno juntos, te llevo a pasear, voy al trabajo... los fines de semana podemos ir al parque, ¿qué te parece?

Tex la miraba con la lengua afuera y soltó un ladrido, como si entendiera lo que comunicaba su dueña.

—¿Aprobado entonces? ¿Qué tal si comenzamos con la cena y luego nos sentamos en el sofá a ver una película?

Tex ladró de nuevo. Beth sonrió, dejó su bolso en una percha y se dirigió a la cocina, pero su andar se interrumpió por el sonar inesperado del teléfono.

—Qué extraño, no esperaba recibir una llamada a esta hora —dijo intrigada—. Y tú tampoco, ¿verdad? —se dirigió a su perro, que la miraba jadeando con su lengua afuera.

Beth se aproximó tranquila al teléfono y lo descolgó.

—Buenas noches, residencia Curly —respondió cordial.

—Hola, Beth.

—Oh, hola, David, qué sorpresa.

—Te estuve llamando a tu celular y luego al trabajo.

—Ah, sí, no fui hoy al café y la batería de mi celular murió, pero dime, ¿a qué se debe tu llamada?

—Beth, necesito decirte algo.

—¿Ah, sí? —pronunció Beth con divertida intriga—. Oye, no me digas que es para convencerme de hacer mi tarta de calabaza para Acción de Gracias; si es eso, no te preocupes, ya compré la calabaza.

—Beth, encontraron el Tulpar.

La sonrisa de Beth se borró al instante; sintió como si su alma dejara su cuerpo. Beth se había desconectado del presente.

—¿Beth? ¿Sigues ahí?

—David —pronunció al fin, sin salir de su estado de asombro—. David, si es una broma, no es gracioso —reclamó en un tono serio.

—No es una broma. Grant está vivo, Beth.

Esas últimas palabras la trajeron al presente. Beth sentía su cuerpo débil, como si fuese a desmayarse; se apoyó en la pared y cerró los ojos con fuerza, aguantando las ganas de estallar en llanto.

—¿Beth? ¿Estás bien?

Elizabeth esperó toda su vida ese momento, solo que jamás pensó en cómo lo tomaría después de tanto tiempo. Uniéndose todas sus fuerzas, lo único que pudo decir fue:

—¿Dónde está?

20 años antes, 12 horas antes del viaje

Grant era un hombre que gozaba de las aventuras mientras estaba en la Tierra. Le encantaba compartir con sus amigos y su familia, amaba viajar, acampar y mirar el cielo estrellado. Pero lo que más le gustaba a Grant era pasar tiempo con ella.

Grant se consideraba un espíritu libre, un hombre relajado, pero que al mismo tiempo sabía cómo tomar sus responsabilidades. Él sabía que tendría que sentar cabeza algún día, cosa que dejó clara cuando se casó con su querida novia Elizabeth. Como dos piezas distintas de un mismo rompecabezas, Grant y Elizabeth encajaban a la perfección; uno era el equilibrio del otro.

Ambos, aunque muy diferentes, lograban entenderse. Amaban sus virtudes y aceptaban sus defectos. Sin embargo, Elizabeth, siempre honesta, no dudaba en demostrar su preocupación por todo aquel a quien ella amaba, comenzando por Grant.

—¿De verdad tienes que partir de nuevo, tan rápido? —preguntó con un tono triste mientras se acurrucaba en el pecho desnudo de Grant.

—Es mi trabajo, preciosa. Sabes que tengo que hacerlo.

Beth guardó silencio y comenzó a dibujar suaves círculos con los dedos en el pecho de Grant.

—¿Qué pasa? —preguntó Grant suavemente mientras tomaba su mano, deteniendo la acción—. Sé que haces eso cuando algo te preocupa.

Beth sonrió; él la conocía muy bien.

—No es nada, descuida.

—Puedes decirme—insistió Grant.

Beth se retrajo; era lo suficientemente adulta para entender el trabajo de su esposo y le gustaba respetar sus decisiones tanto como Grant respetaba las de ella. Aunque sabía que ciertos momentos ameritaban una pequeña intervención.

—Beth, todavía no puedo leer mentes, pero en estos cinco años juntos logré desarrollar el poder de saber exactamente lo que piensas.

Ella se separó de él para verlo a la cara con una expresión divertida de asombro.

—Ah, ¿con que es así? Y, según usted, profesor X, ¿en qué estoy pensando ahora?

Grant llevó sus dedos a la sien, imitando al personaje con mucha seriedad. Beth se mordía el labio inferior, aguantando las ganas de sonreír.

—Pony Express.

Beth finalmente soltó una risita; admiraba la perspicacia de su compañero.

—Beth, te casaste con uno de sus mejores pilotos. No tienes nada de qué preocuparte —agregó.

Ella miró con incredulidad la confianza rayando en un poco de narcisismo de su esposo, pero eso no le quitaba la razón.

—Yo sé con quién me casé, pero mi falta de confianza no es con el piloto, sino con el nulo interés que muestra la empresa por la seguridad de sus empleados —explicó con preocupación.

—Bueno, preciosa, no todo trabajo es perfecto; cada uno tiene sus riesgos —dijo Grant con serenidad.

—Lo sé, Grant, pero los problemas se han vuelto costumbre en tus viajes, principalmente por descuido de ellos mismos. —Beth intentó esconder el hastío de escuchar a Grant no quejarse nunca de su trabajo, a sabiendas de lo que implicaba.

—Miremos el lado bueno; esas situaciones me han vuelto experto en resolución de problemas —defendió Grant en broma.

—No es chistoso —se quejó Beth, dándole un golpecito en el brazo.

—¡Auch! —exclamó Grant, riendo.

—Grant, estoy hablando en serio. Hablemos, por ejemplo, de las naves que asignan. Siempre están en malas condiciones, y si algo ocurre con sus activos defectuosos, los culpables son ustedes.

Grant la miró en silencio. Beth sabía lo incómodas que podían ser ese tipo de conversaciones. Desvió la mirada por un momento, soltó un leve suspiro y luego volvió a él.

—Sé que te has ganado tu puesto con mucho esfuerzo, Grant. Eres un buen líder, un hombre comprometido, amable, responsable, y ellos lo saben tanto como yo. Pero he sentido muchas veces que eres demasiado para esa empresa.

—¿Me sugieres que renuncie? —suelto de manera directa, pero aún con serenidad.

—No quiero sugerir nada, Grant. He respetado tu decisión de mantenerte ahí a pesar de todos sus inconvenientes. Solo digo que, así como brillas en Pony Express, puedes brillar donde sea.

Grant de nuevo la observó en silencio, con una expresión cálida. Elizabeth siempre se distinguía por su honestidad, una característica que él adoraba de ella. Su esposa siempre demostraba tener más confianza en él que la que podría tener en sí mismo.

—Y que quede constancia de que fuiste tú quien quería saber lo que me preocupaba —se defendió Beth, interpretando el silencio de Grant como incomodidad.

Grant no hizo más que sonreír, la rodeó con su brazo, atrayéndola de nuevo hacia él. Beth, sin rehusarse, se acurrucó sobre su pecho.

—La verdad —pronunció Grant, rompiendo el silencio—. También he estado pensando en algunas cosas, pero ¿qué te parece si hablamos de ello cuando regrese?

—Hablas como si un año fuese solo un fin de semana.

Grant rió divertido ante la sincera ocurrencia de Beth.

—El tiempo pasa más rápido de lo que crees, princesa —Grant la aferró más hacia él—. Pero no pensemos en eso. Por ahora, lo único que quiero es disfrutar de este último día contigo antes de partir.

Escuchar a su esposo hablar de partir la inundaba de anhelo y tristeza. Beth lo abrazó con vehemencia; luego elevó la mirada. Grant la miró también, con sus hermosos ojos azules que la derretían por completo.

—No me importa a dónde viajes o por cuánto tiempo, mientras siempre regreses a mí.

Sus palabras sonaban con un añoro adelantado a los días de soledad que se aproximaban. Grant le tomó el rostro y lo acarició con ternura.

—Ten seguro que siempre lo haré —prometió, con el tono de voz más dulce y sincero al que Beth se había acostumbrado.

Esas eran las palabras del hombre que amaba, el compañero en quien confiaba y a quien había escogido para toda la vida. Ambos deseaban que el tiempo se congelara para que ese día durara toda una eternidad.


Muchas gracias por leer. Mi idea es dejar lo demás a la imaginación del lector pero si les gustaría que lo continúe, estoy dispuesta a hacerlo, háganmelo saber con sus comentarios :)