Elizabeth no dudó ni un minuto en acudir a la recepción de aquella clínica privada. No supo cómo tuvo la fuerza de llegar a ese lugar; la confusión que reinaba en su mente no la dejaba pensar con claridad.

—Buenas —saludó, algo ansiosa, recostándose al mostrador—. Mi… mi esposo está internado aquí; su nombre es Grant Curly.

—Buenas noches, déjeme verificar —dijo la joven, tecleando un poco y revisando su ordenador—. Sí, en efecto.

—¿Dónde puedo verlo? —preguntó casi al instante.

—¿Tiene usted una identificación?

Beth había salido tan rápido de casa que se había olvidado de su bolsa. Nada más importaba mientras llegara al lugar de reencuentro.

—No la tengo conmigo, señorita, disculpe.

—No puedo dejarla pasar si no me muestra su identificación.

—Le digo que soy su esposa, señorita —Beth insistió, sintiendo frustración.

—Lo siento, pero son políticas de la empresa, señora.

—Me importa poco las políticas de la empresa —Beth se dejó llevar por la frustración—. Desde hace veinte años estoy esperando este día, y ¿me dices que lo que me separa de ver de nuevo a mi esposo es una estúpida identificación? —Beth golpeó con la palma de la mano el mostrador, generando un sobresalto en la recepcionista.

—Señora, le ruego que se calme.

—Oh, no me digas que me calme.

—¿Beth?

David sabía que Elizabeth llegaría en cualquier momento, no le sorprendió encontrarla en la recepción y mas aún en ese estado de agitación.

—David —ella se acercó a él y lo abrazó—. No traje mi identificación y no me quieren dejar verlo —habló desesperada, al borde del llanto.

—Tranquila, yo me encargo —David se acercó a la recepcionista—. Ann, ella es mi cuñada; yo me haré responsable de lo que sea. Por favor, esto no será fácil para ella.

Ann asintió, comprendiendo a lo que David se refería. Con el permiso concedido, David guió a Beth hasta el ascensor. David la miraba de reojo, con amagos de pronunciar palabras. Beth, aunque parecía mirar las puertas metálicas del ascensor, navegaba cada vez más en su mente, aturdida.

El ascensor dio la señal; habían alcanzado el piso. David salió primero y tras de él, Beth. A pocos pasos de alcanzar la mitad del pasillo, David se detuvo; Beth hizo lo mismo. Él se giró hacia ella con una expresión que solo acrecentaba la angustia de Beth.

—Beth, antes de llevarte con mi hermano, debo decirte algo.

La tensión se apoderó del cuerpo de Beth; su interior le decía que se anticipaba una mala noticia.

—David, me estás asustando.

David la tomó de las manos, la miró fijamente a los ojos, transmitiendo una sensación de tristeza que arropaba su ser.

—Grant ya no es la misma persona que partió de la Tierra hace veinte años. Su situación es delicada.

Beth temía descubrir el significado de esas palabras.

—¿Qué quiere decir? —preguntó muy bajo, con voz temblorosa.

—Lo que quiero, Beth. No, lo que necesito, es que seas fuerte, por él y por ti.

El interior de Beth era un nido de angustia y desesperación. Ella se preguntaba cuánto tiempo más podría contenerlo; la zozobra que generaba la situación la estaba rebasando. David se giró y la condujo de la mano a una de las últimas habitaciones. Esta tenía la puerta cerrada y una ventana que daba hacia adentro.

Para Elizabeth, era como si todo sucediera en cámara lenta. Lo primero que vio fueron los típicos dispositivos médicos, con sus luces y cables que guiaban a la camilla. Sobre ella yacía un hombre cubierto en vendas y mutilado. La imagen parecía irreal ante sus ojos, que se abrieron con aterradora sorpresa. Sentía que vomitaría su corazón; se llevó sus manos temblorosas a la boca, aún sin creer lo que tenía ante su vista.

—¿Beth? —la llamó cuando la vio comenzar a hiperventilar.

Para ella no era posible; no era real lo que sucedía. El manojo de emociones que luchaba por salir no le permitía asimilar la situación.

—No —dijo, sin quitar la mirada del hombre en la camilla—. No, no, no —repetía una y otra vez.

—Beth...

—¡Ese no es él! ¡Ese no puede ser él! —pronunciaba, soltando algunas lágrimas, resistiéndose a la verdad—. Ese no es Grant; dime que no es él, David, dime que es un error.

—Qué más quisiera, Beth —habló con compasión.

—Yo… yo no... —Beth se apoyó en David, llevándose la mano al pecho; apenas podía respirar—. No puedo… no.

David sostuvo a Beth en sus brazos antes de que se desvaneciera por completo. Gritó por ayuda y llamó su nombre, insistente, esperando mantenerla consciente, pero la angustia por fin había rebasado a Beth.


Bueno nadie me lo pidió pero acá tienen un muy pequeño segundo capitulo.

Si quieres que lo siga déjenmelo saber

Muchas gracias a todos por leer :)