Beth despertó de repente; su corazón latía con gran rapidez. Se llevó ambas manos a la cara, tapando su boca, mientras pensaba en la pesadilla. Intentó respirar profundo para calmarse; esos estados no le hacían bien. Debía ser fuerte; Grant la necesitaba más que nunca.
—Buenos días —David se acercó con dos vasos de papel llenos de café. Le acercó uno a Beth y se sentó al lado de ella—. ¿Cómo dormiste?
—Terrible —contestó Beth con toda honestidad; su mente seguía atrapada en aquel sueño.
—Sí, yo igual.
—El doctor debe estar por llegar. Hablaré con él; confiemos en que puedas verlo hoy.
—¿Has… hablado con él? —Beth preguntó; David sabía que no se refería al médico.
—No, aún no. El médico ha decidido aislarlo desde que llegó. Su situación es delicada; ellos trabajaron arduamente para estabilizarlo, aplicaron procedimientos avanzados. El mayor contacto que ha tenido hasta el momento ha sido con el personal de enfermería. Además —David hizo una pausa que mantuvo en suspenso a Beth—, todavía no saben cómo está mentalmente. El trauma que ha vivido, bueno… que sigue viviendo —corrigió—, pone en hilo su sanidad mental.
—¿Qué me intentas decir?
—Beth, Grant podría no ser el mismo no solo por fuera, sino también por dentro. Desconocemos qué podría estar pasando por su mente ahora; ni siquiera estamos seguros de cómo reaccionaría si nos ve —hizo una pausa—. Si te ve —agregó.
Beth no imaginaba que el espíritu tan resiliente de Grant se quebrantara. Su esposo era un hombre que no se dejaba avasallar por los problemas; siempre veía el lado positivo ante cualquier adversidad. Beth esperaba que lo vivido no hubiera quebrantado por completo su espíritu. Grant era fuerte, pero, ¿lo sería tanto como para soportar lo sucedido?
—Quiero creer que será positivo —expresó Beth, aferrada a la esperanza.
—Buenos días, ¿Señora Curly?
Una mujer vistiendo un traje formal y pulcro interrumpió la conversación. Beth la miró con extrañeza; era la primera vez que veía a esa mujer.
—¿Usted es?
—Un placer; soy Lana Spencer —le tendió la mano, estrechándosela de manera firme—. Soy la representante legal de la empresa. ¿Puedo hablar con usted por un momento?
Beth miró a David y él a ella. Beth, con la mirada, buscaba una confirmación. ¿De verdad era quien decía ser? David asintió ligeramente y luego se levantó.
—Esperaré al doctor en la recepción —comunicó antes de retirarse.
Beth llevó su atención de nuevo hacia la señora.
—¿Qué desea hablar conmigo?
—Vayamos a un lugar donde podamos conversar mejor.
Beth acompañó a la abogada al cafetín. Ella percibía una extraña vibra emanando de la mujer; una conversación con personas que posean esa clase de cargos no era para tomarse a la ligera. Logrando ocupar una mesa, la abogada sacó de su maletín una carpeta. De la carpeta, unos papeles que hizo reposar sobre la mesa frente a Beth.
—Muy bien, señora Curly, seré directa. La empresa me comunicó sobre la situación actual de su esposo. Como verá, hace unos años la empresa a la que represento absorbió Pony Express; sin embargo, la administración actual no puede hacerse responsable de lo ocurrido en administraciones anteriores.
—¿Cuál es su punto? —apremió Beth.
—Nuestro punto es que el señor Curly está siendo atendido en nuestra clínica privada, gracias al seguro de su hermano; no porque haya sido trabajador de Pony Express, porque, reitero, no nos corresponde.
—Aún no llega el punto —a Beth se le agotaba la paciencia; sabía que, después de todo ese preámbulo, lo que vendría sería pura basura.
—No sé si su cuñado le habrá comentado, pero estamos manejando la situación bajo estricta discreción y confidencialidad, y nos gustaría que se mantuviera así.
—Creo que una nave encontrada en el espacio después de veinte años no es algo que se pueda mantener discreto por mucho tiempo —expresó Beth con ironía.
—Lo estamos intentando —replicó la abogada—. Es por eso que he venido a proponerle un trato: la empresa está dispuesta a cubrir los gastos médicos del señor Curly hasta que pueda ser dado de alta, a cambio de su discreción. Lo único que debe hacer es firmar el acuerdo.
Beth la juzgó en silencio; no le sorprendía. Sabía que en ese punto terminaría la conversación, pero nada que se mantenga en cubierto puede ser bueno. Tarde o temprano, la noticia llegaría a los medios, y ¿qué ocurriría? ¿Qué verdad se contaría? ¿A quién señalarían? ¿Y qué tal si llegaban a instancias legales? Si firmaba ese papel, Grant se quedaría sin voz, sin posibilidad de contar su versión de la historia.
—Agradezco su preocupación y lo que han hecho por él, pero no puedo aceptarlo.
—Le aconsejo que lo piense; es una oferta ganar-ganar, y en vista de su situación, creo que le vendría bien.
—Sí, puede que no sea sencillo, pero aun así no lo aceptaré. Y estoy segura de que si intenta llegar a un acuerdo con las familias de las víctimas, obtendrá el mismo resultado. Al final, buscarán al responsable y querrán exponer la verdad.
Aunque Beth atravesaba un duro momento con la situación de Grant, pensaba que su sentir no sería peor que el de las familias de las víctimas. En cierta manera, ella había recuperado a su ser querido, mientras que la herida de los demás, que quizás estuvo latente al igual que la de ella durante años, se había desgarrado por completo. Esas personas estarían guiadas ahora por la ira, la tristeza y la fuerte sensación de justicia.
—Además, no tendrán de qué preocuparse —agregó Beth—; ustedes absorbieron la empresa, encontraron el Tulpar, lo trajeron de regreso, ayudaron a su único sobreviviente, acabaron con la incertidumbre de padres, hermanos, esposas, hijos… Al final, si los vinculan, quedarán como los héroes. Así que, por mucho que no quieran estar atascados en los medios, será inevitable.
—Si no acepta, una vez que consuma el seguro de su hermano, no podremos seguirle financiando —insistió la mujer.
—Estoy consciente —replicó Beth—, y créame que el dinero para mí no es una preocupación. No me importa lo que deba pagar para garantizar su bienestar.
—Su esposo será el más perjudicado en todo esto. Las negociaciones que llevamos a cabo lo beneficiarán por completo.
—¿Y que se supone que significa eso? —la afirmación de la abogada captó la atención de Beth.
—Señora Curly, su esposo era el piloto del Tulpar, el responsable de mantener la seguridad y el orden. Creo que no hace falta explicarlo, o ¿usted cree que el resentimiento será solo hacia Pony Express?
Beth la miró con incredulidad; se tragó un insulto atascado en la garganta. En efecto, no hacía falta explicación para lo que intentaba decirle. Beth forzó una sonrisa y, sin palabras, se levantó de la silla.
—No deberíamos continuar esta conversación. Si me disculpa, yo me retiro. Tenga buenos días.
—Señora Curly...
Beth levantó la mano y negó con la cabeza para interrumpirla.
—No, por favor —dijo, poniendo fin a la conversación y abandonando el cafetín.
Parecía que todo sucedía con rapidez; una cosa empujaba a la otra. Era como una pequeña bola de nieve rodando cuesta abajo, y no sabía cómo detenerla. Beth quería concentrarse en Grant, pero sabía que a partir de su regreso se presentarían muchos desafíos.
De camino a la recepción, David la interceptó.
—Beth, ¿cómo te fue?
—Prefiero no hablar de ello —dijo Beth con notorio desagrado.
—Entiendo. Te estaba buscando. Hablé con el doctor y autorizó que puedas ingresar a la habitación.
Beth no lograba identificar si los nervios que nacían en su interior eran de felicidad o de miedo. Recordó las palabras de David en relación a cómo Grant podría reaccionar cuando la viera. Si era o no lo correcto, la única forma de saberlo era intentarlo.
—¿Cuándo puedo hacerlo? —preguntó Beth, mientras se acrecentaba el nerviosismo.
—Ahora mismo, si quieres.
Ella sintió su cuerpo temblar, apretó los labios, soltó un suspiro pesado y luego asintió.
Aun sigo aquí, solo que un poco ocupada por las fiestas.
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