David la condujo hasta la habitación. Beth se enfrentarían de nuevo a la imagen que la hizo desvanecerse la noche anterior, pero esta vez asumió el deber que David le había encomendado; tenía que ser fuerte.
El doctor estaba en la entrada de la habitación junto a una enfermera. David se detuvo, con Beth detrás de él.
—Ella es mi cuñada, doctor —anunció cordialmente David.
—Un placer, señora Curly —respondió el doctor.
—Igualmente —dijo Beth, aún sin atreverse a voltear hacia la habitación. Sentía que perdería el control de sus emociones de nuevo.
—Por el momento, el señor Curly no puede hablar, aunque lo hará eventualmente. Su evolución ha sido satisfactoria, pero su proceso de recuperación será lento y delicado hasta lograrlo.
—Gracias, doctor —dijo Beth, sintiéndose aliviada al menos por escuchar una buena noticia.
—¿Tiene alguna pregunta antes de entrar?
—Tengo miles, la verdad. Aunque, por ahora, solo quiero saber: si le hablo, ¿él podrá escucharme? —la mirada suplicante de Beth decía todo al doctor.
—Sí, lo hará —contestó con tranquilidad, esperando infundir calma en ella—. Lo hemos mantenido sedado para disminuir el impacto del dolor de las intervenciones y sus heridas; sin embargo, se mantiene ligeramente consciente. Puede hablarle tranquila, quizás eso también le ayude a recuperarse.
—Gracias —reiteró Beth—. De verdad.
—Estaré atendiendo otros pacientes. Si surge algún inconveniente, acudan a una enfermera y ella me avisará a mí, con su permiso.
El doctor se retiró junto a la enfermera. Beth se quedó frente a la puerta, con las manos temblando; la angustia la devoraba.
—¿Quieres que entre contigo? —preguntó David al verla en ese estado.
Ella llevó una de sus manos a su pecho, cerró los ojos, respiró profundo y dejó salir suavemente el aire. Luego llevó su atención a David.
—No, descuida, yo puedo hacerlo.
Beth entró a la habitación y se congeló solo por un instante, para después armarse de valor y mirar hacia la camilla. Ahí estaba, de nuevo, la escena que agitaba su interior. Hizo el mayor esfuerzo por contener las lágrimas; apretó la mandíbula, volvió a inhalar y a exhalar suavemente.
Recobrando la compostura, buscó con la mirada una silla, encontrando solo un banco de metal. Lo tomó y lo ubicó al lado de él. Miró primero sus manos juntas en su regazo antes de enfrentar lo inevitable, la nueva realidad.
Su mirada melancólica se posó por fin en su amado esposo. Ahora podía verlo con claridad; Beth pudo detallarlo mejor. Varias vendas cubrían su rostro y su cuerpo completo. Su masa muscular había disminuido. Miró hacia sus piernas; sus ojos se cristalizaron al notar su ausencia. Luego, miró hacia donde deberían estar sus manos, recordando al instante todas sus caricias como si hubiesen sido ayer. La imagen del hombre con el que se casó había desaparecido, aún así, su esperanza se mantenía en no haber perdido lo que quedaba en su interior.
Beth llevó una de sus manos a su boca, intentando con todas sus fuerzas contener el llanto, pero sus emociones ya valían poco. Ya no estaba ahí por ella, sino por él. Guardó la compostura, se inclinó un poco más hacia él; podía escuchar su respiración profunda y pesada.
—Hola, cariño, soy yo, soy Beth, tu princesa —habló con suavidad, haciendo lo posible por mantener la compostura.
Las drogas, los traumas y los recuerdos amargos pululaban en la mente de Grant. Para Beth habían pasado años, pero para él, sus recuerdos eran tan vívidos como el dolor de sus heridas. Entre las voces y las imágenes que torturaban su mente, pudo escuchar un tono particular en la profundidad: era ella, era Beth.
Elizabeth sintió cómo las pulsaciones aumentaban ligeramente en la máquina; él la había escuchado. Ella lo miró compasiva, deseando abrazarlo, reconfortarlo como lo hacía en aquellos momentos duros que habían vivido en el pasado. Pero el único consuelo que podía ofrecer eran palabras.
—Grant, mi amor, no imagino tu dolor, pero quiero que sepas que ya no estás solo.
La respiración de Grant se hacía más profunda a medida que escuchaba la voz de su esposa. Él se imaginaba atrapado en un lugar sombrío, rodeado de horribles escenarios del Tulpar, con la voz de Jimmy persiguiéndolo desde que volvió a despertar; de los rostros muertos de su tripulación, personas inocentes que no pudo proteger. Y, en medio de todo, a la lejanía seguía esa voz. Él pudo visualizar a su querida Beth hablándole con un tono tan cálido y compasivo que, por momentos, le hacía ignorar el horror a su alrededor.
Beth fue testigo, entonces, de algo que hacía mucho tiempo no presenciaba: escuchó a Grant llorar. Era tan tenue su lamento, apenas lo que podía permitir entre el sedante y las vendas. Ella cerró los ojos, queriendo aguantar las lágrimas. Ver a su amado tan frágil le rompía el corazón.
—Tranquilo, mi amor, ya todo pasó. Yo estoy aquí contigo; siempre lo estaré —dijo con voz quebrada mientras posaba delicadamente una de sus manos sobre el antebrazo de Grant—. Nunca dejé de esperarte. Gracias por regresar a mí.
Grant visualizaba claramente a su esposa en su mente, hablándole. Él lloraba sin cesar; no se sentía merecedor de su compasión. ¿Cómo, después de tantos años, no le odiaba por haberla abandonado? tal como él mismo se odiaba en ese momento
—Beth, jamás debí marcharme —Grant se flagelaba en su mente entre lagrimas con sus propias palabras. —No, Beth, yo… jamás debí haberte conocido.
Lo que se viene es drama :)
Recuerden que pueden leer la versión en ingles en mi wattpad pueden encontrarme como missshimmer1
gracias por leer.
