Beth salió de la habitación, mientras David la esperaba con un aire de seriedad que claramente presagiaba una conversación difícil.

—¿Qué sucede? —preguntó Beth, sintiendo inquietud.

—Beth, mi hermano… él… ¿te ha hablado? —dijo David, con voz tensa.

—No —respondió ella de inmediato.

—¿Sabes si puede hacerlo? —continuó David, con sus ojos fijos en ella.

—Sí puede, al menos eso me dijo el doctor la última vez que lo revisó —explicó Beth, tratando de mantener la calma.

—¿Y qué ha dicho la psiquiatra? —insistió David, sin apartar la mirada.

—Ella ha intentado avanzar despacio, pero ni ella ha logrado que se abra —respondió Beth con un suspiro. —La psiquiatra me aconsejó que no lo presionara, que todo llegará a su debido tiempo.

—No creo que tengamos mucho tiempo. Es urgente que Grant hable —dijo David, con su voz cargada de preocupación.

—¿Por qué dices eso? —preguntó Beth, intrigada por el tono de su cuñado.

—Me han compartido más información sobre la investigación, Beth. Lo que ocurrió con el Tulpar no fue un accidente, fue provocado —afirmó David, frunciendo el ceño.

Beth lo miró, desconcertada. La gravedad de sus palabras la hizo sentir una oleada de preocupación y confusión.

—No es posible —musitó, incapaz de asimilar lo que acababa de escuchar.

—La trayectoria estaba bien, pero según las lecturas recuperadas, hubo un desvío intencional hacia la zona de peligro —explicó David, con un tono grave.

Beth negó con la cabeza, todavía incrédula ante sus palabras.

—Grant no haría algo así, tú lo sabes —defendió con firmeza.

David desvió la mirada, y Beth lo observó ofendida.

—¿Lo estás dudando? —preguntó, levantando una ceja.

—Beth, quizás pasar tanto tiempo en el espacio lo afectó. Por algún motivo, siempre hacían evaluaciones para comprobar el estado mental de los tripulantes—argumentó David.

Beth soltó una risa irónica ante esa afirmación. Se llevó una mano a la cintura y la otra al rostro, dejando escapar un suspiro de exasperación.

—Sabes, no tengo energía para enojarme por lo que acabas de decir —dijo, encogiendo los hombros. —Pero te diré algo: una persona que tenía la intención de regresar no haría algo así.

David observó los ojos cansados de Beth; su expresión era dura, como si intentara ocultar el peso de la situación que llevaba a cuestas.

—Lo lamento, no debí decir eso —admitió, avergonzado.

Beth se encogió de hombros de nuevo y forzó una sonrisa, aunque no lograba ocultar la preocupación en su mirada.

—Estoy muy preocupado —expresó David, su voz cargada de ansiedad—. Esto es una bomba de tiempo que estallará en cualquier momento. Vendrán por él, Beth, y harán muchas preguntas, preguntas que él tendrá que responder.

—Lo sé —respondió Beth con seriedad, sintiendo que el nudo en su estómago se apretaba aún más.

—Estaba pensando... qué tal si le dices, pues... ya sabes —dijo David con complicidad, con voz baja y sugerente.

—¿Decirle qué? —preguntó Beth, confundida.

Una mirada de David bastó para que entendiera a lo que se refería. Su expresión cambió, y una sombra de negativa cubrió su rostro.

—No —negó de inmediato—, es muy pronto aún.

—Quizás no, quizás sea el empujón que necesita —dijo David con un tono esperanzado, intentando convencerla.

—Quería esperar a que mejorara un poco más —explicó Beth, llena de duda.

—Beth, nos quedaremos sin tiempo —insistió David—, inténtalo al menos.

Beth titubeó, sopesando las opciones. Su rostro reflejaba la lucha interna que estaba librando.

—Lo voy a pensar —dijo finalmente, sin comprometerse.

—No te demores mucho —advirtió David—, estoy seguro de que pronto llegará a los medios, y estará en todos lados.

—Lo sé —respondió Beth, con un tono cortante.

—En todos, Beth —presionó David, enfatizando la gravedad de la situación.

—Lo sé —contestó irritada, cruzando los brazos y llevando una de sus manos a su rostro, exasperada.

Sin descubrir su rostro, comenzó a tratar de regular su respiración, sintiendo que su pecho se oprimía.

—Son... tantas cosas —susurró entre respiraciones profundas, su voz quebrada por la emoción.

David, conmovido, se acercó a ella y la abrazó.

—Hey, descuida, sé que es difícil, pero no estás sola —dijo con un tono de voz dulce—, sabes que cuentas conmigo.

Grant se atrevió a mirar hacia la ventana, contemplando la escena de su hermano y su esposa. En ese instante, se vio reflejado en su hermano: su cabello dorado matizado con plateado por el tiempo, la barba espesa, las líneas de expresión que contaban historias de años pasados. Los brazos de su hermano rodeaban a Beth, ofreciéndole la seguridad y protección que él ya no podía brindar.

Aquella imagen lo hizo cuestionar su propia existencia. Era como si el remanente de lo que fue se desvaneciera en un efecto dominó que derribaba su complejo de héroe, la figura que siempre había creído capaz de resolver cualquier problema. Había sido el optimista, el que buscaba el lado positivo, el que abarcaba el panorama más amplio. Ahora, solo quedaba un fantasma, inútil e inerte, condenado a observar cómo el mundo avanzaba sin él.

En su mente atormentada, empezaba a gestarse una fantasía: ¿qué habría pasado si, hace veinte años, hubiera regresado? Las preguntas giraban como un torbellino, dejando a su paso una estela de oportunidades perdidas y sueños marchitos.

7 días antes del impacto

El resto de la jornada, el Capitán Curly no podía dejar de pensar en el mensaje que había recibido de la administración. En su mente, repasaba la mejor manera de comunicar la noticia a su tripulación; sin embargo, cualquier conversación que imaginaba no terminaba bien. Sabía que una noticia de esa índole jamás sería bien recibida, por mucho que intentara suavizarla.

—¿Te sientes bien? —preguntó Jimmy, recostado en la silla frente al tablero de la cabina.

—Ah, sí —respondió Grant, despertando de sus pensamientos.

—No es normal que estés tan callado.

Grant forzó una sonrisa, tratando de parecer despreocupado.

—No es nada, solo estoy cansado. No he dormido bien, eso es todo.

Jimmy lo miró con sospecha; tantos años de amistad no le permitían convencerse del todo con su respuesta. Aunque Grant era hablador, había ciertos temas en los que prefería ser reservado. Jimmy atribuía esta actitud a su cargo: los grandes puestos conllevan grandes responsabilidades, y a veces, incluso las palabras más simples pueden provocar impactos catastróficos.

—¿Y qué opina Beth sobre tu grandiosa epifanía de dedicarte a algo más? —preguntó Jimmy, intentando desviar la atención de lo que pudiera estar ocultando Grant.

—Aún no le he dicho; lo haré al regresar —respondió Grant cruzando los brazos y reclinándose en la silla

—¿Y crees que te apoyará? —insistió Jimmy, frotándose la barbilla con un gesto de curiosidad.

—Lo hará... sé que ella lo entenderá—dijo Grant con confianza.

—Qué linda —expresó Jimmy con ironía, esbozando una sonrisa burlona—. ¿Y has planeado qué hacer?

Grant se encogió de hombros, dejando escapar un suspiro.

—No lo sé aún. A este punto, podría hacer cualquier cosa. Tal vez termine viajando con Beth por el mundo —su voz se llenó de entusiasmo al imaginarlo—, o recupere el rancho que dejó papá, me dedique a criar animales, me asiente con Beth y forme una familia.

—¿Beth en un rancho? —se burló Jimmy, soltando una risa y meneando la cabeza incrédulamente—. Eso sería algo digno de ver.

—¿Qué tendría de malo? —preguntó Grant, frunciendo el ceño

—No me la imagino en un rancho —respondió Jimmy, sacudiendo la cabeza con una sonrisa incrédula.

—¿Por qué no? —inquirió Grant, alzando una ceja, claramente interesado en el argumento de su amigo.

—Porque parece una niña mimada de la ciudad. ¿De verdad crees que cambiaría su vida citadina y su adorado café por ir a cuidar vacas o gallinas? —replicó Jimmy, haciendo un gesto con las manos como si desestimara la idea.

—Eso solo lo sabré al regresar —afirmó Grant, encogiéndose de hombros con resignación.

—Bueno, cuando tienes una buena posición, puedes darte el lujo de escoger... Espero poder hacer lo mismo en unos años —dijo Jimmy, mirando hacia los monitores pensativo, soñando con un futuro mejor.

—Sí —pronunció Grant, casi en un susurro.

Grant regresó a su pensamiento inicial: el mensaje que cambiaría la vida de todos. Se había resignado a la idea de que, independientemente de cómo lo transmitiera, su peso sería inevitable. No podía evitarlo; pero sus principios le dictaban que lo correcto era comunicarlo. Esperar a terminar el viaje sería alargar la agonía en vano.

Sin embargo, liberado de toda responsabilidad, su mayor consuelo era la persona que le esperaba con ansias en casa, junto a sus sueños y aspiraciones. Los cambios eran aterradores, pero el mundo avanzaba, y Grant anhelaba ser parte de ese movimiento. Finalmente, estaba decidido a vivir una vida plena, una vida de la que no sintiera la necesidad de escapar.


Se viene la sorpresa.

Muchas gracias por leer.