One Piece NO ME PERTENECE. Solo hago esto para su entretenimiento y mi diversión.


Chapter 0.1: El espadachín impredecible.


Para Robin, aun le resultaba increíble que se encontraran en Water 7 de nuevo. Parecía increíble todo lo que había pasado; aún más, el hecho de que quisiera vivir. Era la primera vez en sus 28 años de existencia que Nico Robin se sentía merecedora de vivir. Observó la celebración que se llevaba a cabo, sonriendo con cierto alivio de que todo terminara, de manera momentánea, en un final feliz.

―No te muevas, Nico Robin. ― el terror la inundó al escuchar esa conocida voz. Se acercó al muro hasta que su espalda chocó con el mismo, con el corazón a mil por hora.

― ¿Aokiji? ¿Es él? ― Su copa se enfrió de repente.

― Dime, ¿por qué no escapaste como siempre? Conociéndote, pudiste haber huido del CP9.

―Te dije que las cosas cambiaron. No podía dejarlos ahí; hubieran muerto. ― hablar de sus nakamas, le entregó el valor para responder a su pregunta.

―Aunque no lo creas, el gigante que te ayudo en Ohara, Jaguar D. Saul, era mi amigo. Ese día, respeté su deseo y te dejé escapar de la isla. Así que, tenía la obligación de saber qué sería de ti, pero nunca tuviste un lugar al que ir. Eras una bala perdida en medio de una multitud, así que, decidí detenerte. Y, además, tú lo dijiste, querías morir, ¿ya lo olvidaste? Por eso, pensé en ponerle fin al incidente de Ohara, pero…derrotaron al CP9. Nunca imaginé algo como eso. Ahora, dime… ¿ya encontraste tu hogar?

―Sí. ― respondió de inmediato y sin ningún tipo de tapujos. Era la primera vez que confirmaba lo que ya parecía más que obvio.

―Saúl quería que vivieras… A veces me pregunto si fue lo mejor. ¿Crees que algún día, podrías mostrarme la respuesta? ¿Tendrás una vida que te hará sonreír durante tu lecho de muerte?

―Estoy segura de eso.

―Entonces, vive Nico Robin. Mientras lo hagas, Ohara lo hará. ― el cúmulo de emociones la paralizó por lo que pareció una eternidad. Se obligó a salir de su estupor, soltando su copa y corriendo a través del sonido del cristal rompiéndose.

― ¡Aokiji! ― llamó, pero como era normal en él, ya no estaba, desapareciendo como si nunca hubiese estado allí. Tal vez su expresión no lo denotara, pero Robin sentía unas ganas intensas de llorar…del alivio. Independientemente del tono de la conversación fue una bocanada de esperanza renovada.

― ¡Robin! Ven con nosotros. ― el llamado de su capitán hizo que se controlara, sonriendo de manera sincera por lo que fuese que estuviesen haciendo e invitando a hacer. Muchos de los presentes ya estaban borrachos, por lo que, luego de interactuar un poco con los que podía, se aisló, por un momento de tranquilidad para digerir todo lo ocurrido. Eran altas horas de la noche. La fiesta se iba apagando de a poco y el cansancio, se iba haciendo presente. No tardaría mucho en tomar sus merecidas horas de sueño.

― La homenajeada debería estar en su fiesta. ― la ronca voz le envió un escalofrío por la espalda, espabiló cualquier tipo de somnolencia.

―Hola, kenshi-san. Asumí que ya estarías noqueado por el alcohol.

― Eso no es nada para mí.

―Pues, al menos dormido. Duermes en todas partes.

― ¿Alguna razón por la que me quieras inconsciente? ― se hizo la inocente, encogiéndose de hombros.

―No sería una vista fea de ver…― jugar no estaba demás, especialmente, cuando se trataba de alguien como el espadachín que, con todo y su actitud de macho alfa, se sonrojaba ante la mínima insinuación que hacía.

Lástima que era tan joven…pues para Robin, era un hombre muy atractivo y varonil. Si llegase a tener una relación a futuro, le gustaría que fuese alguien como él. Zoro era leal, valeroso y con un gran corazón que, por alguna razón, decidía disimular lo más que podía. Su trato con Chopper, por poner un ejemplo, mostraba su carácter y la figura paternal que será algún día para los hijos que decida tener. En lo físico, incluso ante la noción de que aún le faltaba un estirón más en cuanto a musculatura, basado en lo mucho que entrena, Roronoa estaba como quería. En más de una ocasión tuvo que disimular que no le espiaba sobre el libro que "leía" durante sus entrenamientos de pesas.

―Como digas…― se acercó a ella, entregándole un frasco. ― Toma.

― ¿Qué es esto?

―Es un ungüento que uso para tratar mis heridas. Aprendí a hacerlo cuando entrenaba de pequeño, ayuda a la cicatrización. Aunque trates de disimularlo, sé que estas más herida de lo que se ve a simple vista. ― Robin sonrió, para sorpresa de Zoro, de manera genuina, atacándolo por sorpresa.

―Gracias, kenshi-san. Es un gesto muy lindo de tu parte.

―Deja de agradecer por todo, solo…no lo hagas de nuevo. Antes de hacer una tontería como entregarte, consúltalo con nosotros.

―No puedo prometer ese tipo de cosas…la decisión se toma en el momento. ― la respuesta no agradó al espadachín. Zoro dio unos pasos más hacia ella; Robin se negó a retroceder.

―Aún no entiendes lo que significa ser una nakama.

―Lo entiendo y por eso, no los pondría en peligro. ― Zoro estaba tan cerca de su rostro que podría oler el alcohol emanando de su aliento. Aunque estuviese de pie, era muy posible que no recordara lo que hacía cuando por fin se fuese a dormir. ― Kenshi-san, si alguien pasara, podría pensar que quieres besarme.

― ¿Y qué pasa si quiero hacerlo? ― lo soltó de sopetón, con un nivel de seguridad que tomó a Robin por sorpresa y al propio Zoro, que lo disimuló por orgullo. Decidió continuar el juego. ― ¿No…te gustaría? ― terreno peligroso, muy peligroso. La arqueóloga no estaba en el mejor momento emocional para decir que su raciocinio estaba trabajando al máximo.

― No he dicho eso, ― Las copas de vino que se había tomado no ayudaban a la causa. ― pero…no recordarás nada. ― Zoro la obligó a retroceder hasta que su espalda dio con el tronco de un árbol. Incluso con la poca luz, el espadachín ubicó perfectamente los azulados ojos de la mujer. Su expresión era la de siempre, impecable, controlada y con esa madurez que tanto le atraía. Tal vez, sí estaba pasado de copas, pero le convenía aprovechar el impulso. Eran arrebatos que su juventud le permitían tomar.

― ¿Cuánto quieres apostar? ― Robin apretó los puños, tratando de controlarse ante lo sexy que sonó su pregunta. Las manos del espadachín llegaron a su rostro. La piel áspera del espadachín no hizo más que acelerar su corazón. Aun así, no iba a romper su personaje. Si esto es un juego de poder, no se dejaría vencer tan fácilmente.

― Y… ¿qué quieres que apostemos? ― Zoro mantuvo la mirada en su compañera. Decidió no responder, ya estaba desesperado y no tenía ganas de prolongar lo que quería.

Robin no terminaba de creer lo que pasaba y mucho menos, que sus ojos se estuviesen cerrando ante el contacto. Admitía que le gustaba jugar con fuego, molestar de alguna manera, pero no pensó que Zoro llegara a estos extremos y menos que ella estuviese de acuerdo. En el momento en que sus labios se movieron, el espadachín movió los suyos. Al sentir que no escaparía de él, sus manos pasaron a la cintura de la joven, delineando la figura que tanto había llamado su atención. Cuando la sintió rodear su cuello con sus brazos, Zoro se dejó llevar aún más, abrazándola lo más que pudo hacia él, a la par de que la aprisionaba aún más contra el árbol.

Ella había sido besada antes, no siempre porque quisiese, pero podía decir que lo había experimentado. Esta ocasión era extremadamente excepcional y no podía hacerse la digna diciendo que no le gustaba. El espadachín sabía besar y provocar sensaciones no muy puritanas en ella, lo cual era bastante difícil de lograr de manera orgánica. Porque a pesar de que el aire escaseaba, solo le daba unos pocos segundos de tregua, besando de manera casta o mordiendo su labio, antes de volver a atacarla como si no necesitase el mismo aire que ella.

― ¡Zoro! ¡¿Dónde estás?! ¡Nami me mandó a buscarte porque siempre te pierdes! ― la voz de su capitán hizo que ambos detuvieran sus curiosas manos y los labios se separaran. ― ¡Zoro! ¡Tengo sueño! ¡Aparece!

―Maldito capitán…― maldijo por lo bajo el espadachín, alejándose de una sonrojada Robin. No tenía claro lo que acababa de pasar, pero de algo estaba seguro: ―Ya verás que me acordaré de esto mañana… y te lo dejaré saber. ― declaró, saliendo en busca de su capitán, dejando a la arqueóloga con un montón de contrariedades entre el pudor que comenzaba a sentir de haberlo dejado tocarla de esa manera y la desilusión de que no fueron más allá y el espadachín posiblemente no recordaría nada en unas horas. Era frustrante, ahora quería mucho más. Ya tenía a unos nakama, y no quería pensar que tendría curiosidad por experimentar lo que se sentía tener un amante o en este caso, un posible, amigo con derechos.