La caza vuelve
Durante el sueño, el cazador sintió cómo la realidad se desgajaba a su alrededor, como si su conciencia fuera una frágil hebra hilvanada entre los gritos de las bestias y el eco distante de pasos que nunca llegaban a materializarse. Extraños recuerdos invadían su cabeza, parpadeando como destellos de un fuego moribundo: un pueblo envuelto en bruma, una torre inclinada contra un cielo rojo carmesí, y los ojos... incontables ojos que lo observaban desde las sombras.
Había cosas que sabía que debía olvidar. Retazos de un pasado que no le pertenecía, o quizás sí, pero se resistían a revelarse por completo. Eran fragmentos rotos, persistentes, como un dolor fantasma tras una herida mal cerrada. Pero en medio de esa maraña de locura y caos, había un pensamiento que lo anclaba: la silueta de una mujer. Difusa como un sueño a punto de desvanecerse, pero cálida, familiar. Al recordarla, el cazador sentía que el peso de su existencia, una vida que parecía no ser más que el capricho de una fuerza superior, se aliviaba brevemente.
Esa noche, si es que podía llamarse noche, se sintió eterna. Cada momento era una lucha para no sucumbir a la locura que lo acechaba como una sombra tangible. Era como si algo o alguien bloqueara los recuerdos que podrían salvarlo, pero también condenarlo. No sabía si esa barrera era un escudo o una prisión.
Y entonces, en el abismo del sueño, oyó un susurro: bajo, gutural, como el murmullo de un río subterráneo. Una palabra que no podía comprender, pero que le llenó de terror. En ese instante, el cazador abrió los ojos, no al despertar, sino a una oscuridad más profunda. Había llegado el momento de enfrentarse a lo que se ocultaba en las profundidades de su memoria y más allá del sueño.
El cazador se encontraba atrapado entre la penumbra y el resplandor mortecino de la hoguera, cuya luz apenas podía perforar la oscuridad opresiva. Frente a él, la figura se erguía con una mezcla de salvajismo y humanidad, una amalgama grotesca de extremidades alargadas y garras que destellaban con la amenaza de un depredador. Sus ojos, o lo que parecían ser ojos, eran pozos de furia y hambre. La criatura gruñía, un sonido que reverberaba como un eco en los rincones de la mente del cazador.
Por un instante, el cazador no pudo moverse. Había algo en esa criatura que le resultaba inquietantemente familiar. No era solo el miedo a ser despedazado lo que lo paralizaba, sino una certeza más aterradora: sentía que la bestia era parte de él, un reflejo oscuro de lo que podía llegar a ser si cedía al susurro constante de la sed de sangre que lo acosaba desde lo profundo de su ser.
"No soy como tú", pensó, aunque el eco de su mente le devolvió una pregunta: ¿Seguro que no lo eres?
El impulso de abrazar a la bestia lo golpeó como una ráfaga helada, una urgencia primitiva de aceptarla, de fundirse con ella. La idea le provocaba asco y desesperación, pero también una punzada de melancolía que no lograba comprender. ¿Quién había sido antes de todo esto? La imagen de una mujer, borrosa y distante, cruzó su mente. No podía recordar su rostro, pero la idea de que ella lo viera convertido en un monstruo llenaba su pecho de ira y vergüenza.
Con los nudillos blancos, el cazador se agarró a la idea de que todavía podía resistir. A pesar de no tener armas, a pesar de no recordar quién era, sabía que debía luchar. No solo contra la criatura, sino contra la tentación de rendirse a la oscuridad que amenazaba con consumirlo.
Respiró hondo, y aunque su cuerpo temblaba, dio un paso adelante, cerrando el espacio entre él y la bestia. Si iba a caer, sería luchando, no como un esclavo de la locura que lo acosaba.
El anciano Caam observaba al hombre en su cama, un extraño que apenas había logrado llegar al refugio antes de desplomarse a los pies de la montaña. Su cuerpo estaba cubierto de cicatrices recientes y profundas, como si hubiera luchado con bestias más grandes que él. Sin embargo, lo que más llamaba la atención del viejo era la expresión en su rostro: una mezcla de terror y furia. Los ojos cerrados del extraño se movían frenéticamente bajo los párpados, como si estuviera atrapado en una batalla que nadie más podía ver.
Caam, con una serenidad adquirida tras décadas de experiencias similares, tocó la frente del hombre. Su piel ardía como el hierro al rojo vivo, y de sus labios escapaban susurros ininteligibles, entrecortados por espasmos que sacudían su cuerpo. A pesar de todo, había algo en él que impresionaba al anciano: una fuerza interna que parecía desbordar incluso en su estado febril.
—Lina —llamó a su hija con urgencia—. Tráeme una poción revitalizadora. Puede que este hombre no sobreviva la noche sin nuestra ayuda.
Lina llegó poco después, sosteniendo entre sus manos una botella de cristal pulido que contenía un líquido azulado que brillaba tenuemente. Caam sabía que esa poción era preciosa, el último vestigio de su tiempo en las mazmorras, donde cada batalla era un recordatorio de la fragilidad de la vida. Había jurado reservarla para un momento de necesidad, y aunque dudaba volver a ver algo como el valor de esa botella, sentía que este hombre lo merecía.
Sin embargo, justo cuando iba a recibir la poción, algo cambió. Una oleada de energía envolvió el cuerpo del hombre tendido, una fuerza abrasadora que llenó la pequeña habitación como una llama invisible. Era una presencia que Caam conocía bien, algo que había sentido en los momentos más oscuros de su propia vida: el espíritu de alguien que luchaba con todo su ser, no contra un enemigo físico, sino contra las sombras de su propia mente.
—Espera —dijo a Lina, levantando una mano para detenerla. Sus ojos, llenos de sabiduría y cautela, se clavaron en el hombre que temblaba en la cama—. Dejemos que termine esta batalla. Si su espíritu es tan fuerte como parece, sobrevivirá.
Lina miró a su padre con incredulidad, pero no dijo nada. Sabía que Caam no era un hombre de decisiones impulsivas. Ambos se quedaron en silencio, observando al extraño mientras se enfrentaba a los demonios que habitaban sus sueños.
El cazador, aun jadeando, se levantó lentamente del suelo donde había caído tras el combate. Sus manos temblaban, no solo por el esfuerzo físico, sino por la intensidad emocional de lo vivido. La bestia y él habían danzado al borde de la locura, cada golpe una afirmación de su humanidad y cada esquiva un rechazo a ceder a la oscuridad.
Cuando la voz de un anciano resonó como un eco en el aire, "Vive, aléjate de esta vida... lo has ganado", el cazador sintió algo romperse dentro de sí. No era una derrota, sino un alivio; el peso de algo que había cargado por tanto tiempo finalmente se disolvía. La bestia ardía en llamas, su silueta deformada se retorcía en un fuego que no consumía carne, sino esencia. Era un fuego purificador, una llama que reducía la bestialidad a cenizas mientras liberaba al hombre atrapado en su interior.
La figura del cazador se tambaleó, su vista nublada mientras la energía se desvanecía de su cuerpo. El aire, cargado de una mezcla de sangre, sudor y cenizas, parecía presionarlo desde todas las direcciones. Finalmente, cayó de rodillas, su rostro bañándose en la tenue luz de la hoguera, y luego todo se oscureció.
Cuando despertó, estaba en una cama desconocida, la textura áspera de las mantas y el suave olor a hierbas medicinales lo rodeaban. Intentó levantarse, pero el dolor y el cansancio lo empujaron de nuevo al colchón. Frente a él, un hombre mayor lo observaba con ojos sabios y una expresión de leve preocupación.
—Descansa, forastero —dijo el anciano, colocando una mano firme sobre su hombro—. Lo que enfrentaste en tus sueños no fue solo una sombra, sino una verdad que has cargado mucho tiempo. Aquí estarás a salvo... al menos por ahora.
El cazador no respondió. Sus ojos buscaron algo en la habitación, quizás un indicio de lo que había ocurrido realmente. Pero todo lo que encontró fue una extraña calma que no había sentido en años, como si finalmente estuviera separado de esa parte de sí mismo que siempre lo había perseguido.
En el umbral, una joven observaba en silencio. Su mirada era curiosa, pero también cautelosa. En sus manos sostenía una botella de cristal pulido que contenía un líquido brillante, el mismo que el anciano había rechazado usar antes. La pregunta en sus ojos era clara, pero permaneció en silencio, esperando que el hombre en la cama encontrara las palabras para comenzar su historia.
El viejo Caam pronunció esas palabras sin imaginar la impresión que causarían en el cazador. Para él, aquel anciano no era solo un hombre amable; había algo en su mirada que delataba un pasado lleno de experiencia, quizás no tan distinto del suyo. Por un instante, el cazador pensó que tal vez este viejo sabía más de lo que aparentaba y que podría proporcionarle respuestas.
—¿Dónde estoy exactamente? —preguntó el cazador con un tono áspero, aún desconcertado.
El anciano suspiró profundamente y señaló hacia la ventana, más allá de las colinas que bordeaban el horizonte.
—Esta es la aldea de Edas, un lugar pequeño en las cercanías de las montañas Beol. Pero si buscas algo más grande, la ciudad de Hemeris no está muy lejos. Aunque, por tu aspecto, me atrevería a decir que no es a Hemeris adonde te diriges. —Su tono era calmado, pero había una curiosidad latente en sus palabras.
El cazador frunció el ceño, tratando de ordenar los fragmentos de sus pensamientos.
—Mi destino es la ciudad de la sangre bendita —dijo finalmente—. Necesito llegar allí... hay algo que debo encontrar. —Pausó, luchando por recordar los detalles con claridad—. ¿Qué debo hacer para pagarles por su amabilidad al dejarme entrar en su hogar? —preguntó con un tono más suave, consciente de que había recibido ayuda sin preguntar.
Caam lo miró con una sonrisa apenas visible, su rostro curtido iluminado brevemente por la luz de la chimenea.
—No tienes que pagar nada, cazador. Un día, yo también fui un viajero perdido y alguien me ofreció una mano amiga. Solo estoy devolviendo el favor. —Hizo una pausa, sosteniendo su bastón con ambas manos—. Además, no creas que estoy indefenso. Los años me han hecho lento, sí, pero no inútil.
El cazador dejó escapar una leve sonrisa ante aquel comentario, casi como un reflejo involuntario. Sin saber por qué, su mano subió inconscientemente hacia su cuello, como si intentara calmar un viejo malestar.
—Es un gesto noble, anciano. —Su tono era respetuoso, aunque su mirada seguía siendo cautelosa—. Pero esas palabras me dicen que, como yo, usted también ha visto cosas que nadie debería ver. Quizás... tenga algo más que contar.
El anciano soltó una risa áspera, cargada de nostalgia.
—Tal vez, cazador. Tal vez. Pero eso será una historia para otra ocasión, cuando hayas demostrado que eres capaz de escucharla.
El viejo Caam escuchó con atención cuando el cazador mencionó la "ciudad de la sangre bendita". En su mente, no pudo evitar asociarla con Orario, la legendaria metrópoli donde los dioses ofrecían su bendición a los mortales y la aventura siempre aguardaba. Pensó que aquel joven debía estar buscando algo más que un simple remedio físico; su búsqueda parecía impulsada por un propósito profundo y peligroso. Decidió que, al amanecer, le hablaría sobre los riesgos que conllevaría esa travesía y, si era necesario, le daría alguna orientación para que enfrentara su destino.
Mientras tanto, el cazador descansaba en silencio. Desde que había despertado en esa humilde casa, notaba algo extraño en su interior. La dolencia que lo había estado consumiendo lentamente parecía haberse desvanecido, como si su cuerpo hubiera renacido en el proceso. Sin embargo, también estaba inquieto. No recordaba haber sido tan hábil con las armas ni haber tenido esa agilidad, como si su cuerpo y su mente no fueran completamente suyos. "Tal vez el viejo Caam pueda darme alguna explicación", pensó. Pero sabía que, antes de retomar su viaje, debía recuperar sus fuerzas y aclarar sus pensamientos.
Para Lina, la hija de Caam, la presencia del cazador era un espectáculo inquietante. Aunque apenas podía haber superado los veinte años, las cicatrices que cruzaban su cuerpo hablaban de una vida marcada por la violencia y el sacrificio. Su porte, endurecido y sombrío, parecía el de alguien que había vivido varias vidas, cargando un peso que cualquier otro joven de su edad habría sido incapaz de soportar. Lina no sabía cuán acertados eran sus pensamientos: el cazador había sido sometido al ciclo de muerte y resurrección, una experiencia que erosionaba incluso las mentes más fuertes. A pesar de su temor, decidió acercarse a él. Había algo en su mirada, algo humano que la impulsaba a intentar comprenderlo.
—H-hola, señor —dijo Lina, su voz apenas un susurro, mezclando curiosidad y temor.
El cazador levantó la vista, sorprendido por la valentía de la joven. Era extraño para él recibir un gesto amable; los civiles con los que había cruzado caminos en el pasado siempre lo miraban con desconfianza o directamente lo insultaban, temerosos de la presencia de alguien acostumbrado a convivir con la muerte. Su sorpresa aumentó al darse cuenta de que esa niña, aunque temerosa, no lo rechazaba.
Con un esfuerzo consciente, suavizó su tono para responder, aunque su voz aún sonaba más grave de lo que le hubiera gustado.
—Hola, niña. ¿Hay algo que necesites? —preguntó, su mirada firme pero intentando transmitir amabilidad.
A pesar de sus intenciones, la profundidad de su voz y la intensidad de su mirada provocaron un pequeño escalofrío en Lina. La joven retrocedió un paso instintivamente, aunque no apartó la vista del cazador.
—Yo... solo quería saber si necesitaba algo —dijo, sus manos aferradas a los pliegues de su vestido—. Mi padre siempre dice que no debemos temer ayudar a quienes lo necesitan.
El cazador sonrió levemente, un gesto extraño en su rostro endurecido.
—Tu padre es un buen hombre... y tú también, parece. Gracias, pero estoy bien. Solo necesito descansar un poco más antes de continuar mi camino.
Lina asintió, aún insegura pero reconfortada por la respuesta. Antes de retirarse, lanzó una última mirada al cazador, quien parecía sumido nuevamente en sus pensamientos. Aunque su temor no había desaparecido por completo, ahora sentía una extraña mezcla de respeto y compasión por aquel hombre que, a pesar de su apariencia feroz, parecía estar librando una batalla mucho más grande en su interior.
Cuando el sol apenas despuntaba tras las montañas Beol, el viejo Caam, con su caminar pausado, se acercó al cazador, quien ya estaba sentado, observando el horizonte como si buscara respuestas entre las nubes.
—Dime, joven, ¿qué buscas exactamente en esa ciudad de la que hablaste anoche? —preguntó Caam mientras se acomodaba frente a él.
El cazador desvió la mirada hacia el anciano, reflexionando un momento antes de responder.
—Busco una cura. Una enfermedad me está matando... lentamente, desde dentro. Me dijeron que debía encontrar sangre bendita para detenerla.
Caam frunció el ceño al escuchar esas palabras. En su mente, la expresión "sangre bendita" evocaba las bendiciones de los dioses, la falna que otorgaban a sus seguidores. Pensó en Orario, la ciudad donde los dioses convivían con los mortales, ofreciendo su poder divino a cambio de lealtad y gloria en la mazmorra. Sin embargo, algo en el tono del cazador sugería que su búsqueda no era tan sencilla.
—¿Sangre bendita? —repitió el anciano—. ¿Te refieres a la bendición de los dioses, a la falna?
El cazador negó lentamente con la cabeza, como si tratara de organizar sus pensamientos.
—No estoy seguro. Desde hace un tiempo, siento como si mi mente hubiera perdido años de recuerdos. Pero en realidad, solo ha pasado un mes desde que todo comenzó... Es extraño, como si una parte de mí hubiera desaparecido. —Hizo una pausa, llevándose una mano a la frente—. Además, estas habilidades de caza y lucha que ahora tengo... No me reconozco. No recuerdo haber sido tan hábil, y, al mismo tiempo, algunos movimientos se sienten torpes, como si no fueran realmente míos.
Caam lo escuchó en silencio, su mente trabajando rápidamente para interpretar las palabras del cazador. Una idea inquietante pasó fugazmente por su cabeza: ¿Podría haber sido parte de Evilus? La posibilidad era aterradora. Los traidores de esa facción eran conocidos por su brutalidad y por someterse a experimentos que alteraban su cuerpo y su mente. Pero descartó la idea casi al instante; si realmente hubiera sido parte de Evilus, no estaría perdido y amnésico en una aldea apartada. Además, los de esa facción rara vez escapaban con vida tras ser capturados, y los rumores siempre hablaban de torturas y castigos brutales.
—Lo que buscas tal vez esté en Orario —dijo finalmente Caam, su voz grave y pensativa—. Es la ciudad donde los dioses descienden al mundo y otorgan su bendición. Si tu objetivo es encontrar sangre bendita, ese podría ser el lugar adecuado.
El cazador asintió lentamente, procesando la información. Algo en la mención de Orario encendió un destello en su mente, como un eco de un recuerdo perdido. Mientras intentaba conectar las piezas, sacó de su bolsa una piedra irregular y oscura, con una textura casi orgánica, que había encontrado tras derrotar a la bestia la noche anterior.
—Esto... cayó del monstruo que enfrenté. No sé qué es, pero algo me dice que tiene importancia.
Caam observó la piedra con cuidado, su rostro permaneciendo neutral. No estaba sorprendido; sabía que algunos monstruos dejaban atrás núcleos tras su derrota, especialmente aquellos más poderosos. Pero lo que llamó su atención fue la falta de conocimiento del cazador sobre algo tan básico.
—Es parte del núcleo de un monstruo —explicó el viejo—. Es algo valioso, usado para muchos fines, desde forjar armas hasta comerciar. Parece que la amnesia que mencionas es real, si no recuerdas algo tan elemental.
El cazador guardó la piedra nuevamente, pero en ese instante una punzada de dolor recorrió su cabeza. Se llevó una mano a la frente, cerrando los ojos con fuerza mientras una palabra, o quizás un pensamiento, cruzaba su mente como un susurro oscuro:
—...Ecos de sangre...
El cazador se estremeció, pero decidió ignorar el extraño pensamiento por ahora. Había demasiadas preguntas y muy pocas respuestas, pero al menos ahora tenía un destino. Orario. Tal vez, solo tal vez, allí podría desentrañar el misterio de su enfermedad, su memoria perdida y la fuente de esas habilidades que no sentía completamente suyas.
Preparado con un mapa que trazaba la ruta hacia Orario, la ciudad laberinto, y con provisiones cuidadosamente empacadas, el cazador emprendió su viaje. Antes de partir, expresó su agradecimiento tanto a Lina como a Caam por la calidez de su hospitalidad y su valentía al acoger a un desconocido que había surgido del bosque como un espectro. Lina, algo tímida, le dedicó una leve sonrisa mientras sostenía un pequeño paquete con alimentos. Por su parte, Caam lo observó con una mezcla de respeto y preocupación.
Desde lo alto de la colina, mientras el cazador se alejaba, Caam alzó una mano en señal de despedida. Una brisa fresca movió las hojas de los árboles cuando susurró para sí mismo:
—Que Brigid guíe tus pasos y te proteja de los peligros que acechan en Orario. Algo me dice que tu destino será grandioso... y peligroso.
El cazador caminó durante días por caminos desiertos y oscuros, donde los ecos del viento se mezclaban con los gruñidos de criaturas ocultas entre las sombras. Con cada paso, su instinto de cazador se afilaba más. A menudo, se veía obligado a detenerse para enfrentarse a bestias que surgían en su camino, criaturas cuyo olor y movimiento le resultaban extrañamente familiares. Blandiendo su fiel arma, una herramienta brutal pero precisa, eliminaba a sus enemigos con una mezcla de habilidad y ferocidad. Era como si su arma reconociera la esencia de las bestias y respondiera con una sed de sangre que la hacía más letal con cada golpe.
Tras cada batalla, el cazador recogía cuidadosamente los núcleos y materiales que los monstruos dejaban tras su muerte. Aunque no entendía completamente su valor, algo en su interior le decía que eran importantes. También se detenía en pequeñas aldeas para ayudar a los lugareños con los problemas de bestias que los atormentaban. A cambio, recibía comida, agua y, en ocasiones, la oportunidad de lavar su traje, que a menudo estaba empapado en sangre. Sin embargo, su presencia, acompañada de la silueta oscura de su arma y su atuendo manchado, inspiraba más miedo que gratitud en muchos de los aldeanos.
A pesar de la amabilidad de algunos, sentía las miradas de recelo y los murmullos detrás de su espalda. Pero no les daba importancia. El cazador tenía un objetivo claro, y su determinación lo mantenía firme. Finalmente, tras una semana de viaje que pareció una eternidad, las altas murallas de Orario se alzaron ante él como una promesa y una amenaza. La ciudad laberinto lo aguardaba, con todos sus misterios, desafíos y las respuestas que tanto ansiaba encontrar.
Con un último vistazo al mapa que Caam le había dado, el cazador apretó el arma contra su espalda y avanzó hacia las enormes puertas de la ciudad. Su mente estaba llena de preguntas, pero una idea resonaba con claridad: su destino lo esperaba en las entrañas de esa ciudad.
Al llegar a Orario, el cazador se encontró con una fila interminable para entrar en la ciudad. Pero lo que realmente le impactó no fue la espera, sino la increíble diversidad de personas que pasaban por las puertas. Humanos de todas las edades, armaduras brillantes que delataban a guerreros experimentados, y entre ellos, figuras de razas que jamás había visto. Los semihumanos, especialmente aquellos con rasgos animales, le provocaban una extraña mezcla de temor y agresión. Su instinto de cazador se avivó, casi como si una bestia interior susurrara que les diera caza.
Fue entonces cuando la vio: una pequeña figura con orejas parecidas a las de un perro, vestida con ropa gastada y una canasta repleta de mercancías. Estaba vendiendo a los transeúntes con una energía desbordante, pero su apariencia inocente y sonrisa sincera lograron calmar al cazador. La mano que instintivamente se había acercado a su pistola retrocedió mientras se aproximaba con cautela, intrigado por lo que podría estar vendiendo.
La niña, al notar su presencia, lo saludó con una sonrisa confiada y le ofreció dulces. Intrigado, el cazador le preguntó si aceptaría como pago los núcleos de los monstruos que había recolectado en su camino. Para su sorpresa, la niña aceptó rápidamente, sus ojos brillando al examinar las piedras. Ella le dio la mitad de su canasta a cambio, asegurándole que esos núcleos podrían cambiarse fácilmente por valis en el Gremio.
Curioso y algo preocupado, el cazador le preguntó por qué una niña tan pequeña estaba vendiendo en un lugar tan abarrotado y lleno de gente potencialmente peligrosa. La niña frunció el ceño, visiblemente ofendida.
—¿Acaso piensas que porque soy pequeña no puedo cuidarme sola? —dijo con un tono desafiante mientras sus orejas se movían con irritación.
Fue entonces cuando se presentó como una pallum, orgullosa de su herencia y habilidad. Con una mirada desafiante, añadió:
—Si te crees tan fuerte, te aseguro que puedo derrotarte en un instante. No me subestimes.
El cazador se rió suavemente al escuchar la valentía de la pequeña, sorprendido por la fuerza de su carácter. Aunque todavía no entendía del todo este nuevo mundo, había algo en la vitalidad de aquella niña que le recordó lo que significaba luchar, no solo por sobrevivir, sino también por prosperar.
Al llegar a la entrada de Orario, el cazador se encontró con los guardias que custodiaban las imponentes puertas de la ciudad. Ellos lo detuvieron con expresiones profesionales pero inquisitivas, cuestionándole sobre su identidad, propósito en la ciudad y si poseía una falna.
El cazador, aunque algo desconcertado, respondió con honestidad:
—No tengo falna ni una identificación adecuada. Solo busco curar un mal que me aqueja. No tengo intención de causar daño.
A pesar de su tono sincero, los guardias insistieron en realizar una inspección. Le ordenaron quitarse la ropa superior para confirmar que no tenía la marca de una deidad en su espalda. Una vez satisfechos, le advirtieron:
—Puedes entrar, pero tienes 30 días para pagar la tarifa de entrada o serás expulsado de la ciudad.
El cazador, algo desconcertado por el peculiar sistema, asintió y cruzó las puertas. Los guardias le señalaron el camino hacia el Gremio de Aventureros, mencionando que ahí podría encontrar orientación sobre la ciudad y la mazmorra. Sus ojos se alzaron hacia la torre Babel, una colosal estructura que parecía tocar el cielo, ubicada en el corazón de Orario. Impresionado, comenzó a abrirse paso hacia su destino.
Al llegar al edificio del gremio, sus pasos resonaron en el amplio vestíbulo. Se detuvo un momento para observar el lugar: el ambiente combinaba un aire medieval mágico con una organización sorprendentemente moderna. El espacio central estaba dedicado a la recepción, donde filas de aventureros hablaban con empleados uniformados. Más al fondo, estanterías llenas de libros y pergaminos cubrían las paredes, mientras algunas mesas estaban ocupadas por escribas que trabajaban diligentemente. Hacia un lado, unas escaleras conducían a los niveles superiores, junto a una puerta de madera robusta que parecía guardar algún propósito importante.
El cazador no pudo evitar fijarse en los empleados del gremio. Todos vestían de manera impecable: camisas blancas de manga larga con cuellos altos, chalecos y pantalones negros, y guantes y zapatos a juego. La uniformidad, junto con el aire de eficiencia, lo impresionó. Incluso dejó escapar un leve silbido ante el estilo pulcro del lugar.
Mientras exploraba con la mirada, un ruido metálico lo distrajo. Giró hacia su derecha y vio una pared con diez casillas numeradas del 1 al 10, todas llenas de pequeñas tablillas que contenían inscripciones desconocidas para él. Las casillas superiores, del 8 al 10, estaban completamente vacías, mientras que las inferiores formaban una especie de pirámide. Observó que otros aventureros también miraban hacia esa dirección cuando alguien susurró:
—Vaya, alguien subió al nivel 2.
El cazador no entendió completamente lo que sucedía, pero el ambiente pronto volvió a la normalidad. Suspirando, decidió dirigirse al área central de recepción. Se formó detrás de una larga fila que avanzaba lentamente, hasta que llegó su turno frente a una elfa de cabello plateado.
—Siguiente —dijo la elfa con voz melodiosa, aunque un leve destello de desdén cruzó por su mirada al verlo.
El cazador avanzó, y la elfa lo examinó con rapidez. Para Sophie, como era conocida, este era uno de los días más tranquilos en semanas. Sin embargo, al ver al humano frente a ella, tuvo que esforzarse para mantener una sonrisa profesional. Era, en su opinión, el humano más descuidado que había visto. Su cabello negro, sucio y enmarañado, colgaba de manera poco favorecedora. La gabardina negra que llevaba estaba claramente pasada de su mejor momento, y sus vendajes desgastados no ayudaban a mejorar su imagen.
—¿En qué puedo ayudarlo, señor? —preguntó con un tono cuidadosamente dulce, ocultando su opinión detrás de años de práctica.
El cazador, ajeno al disgusto de la elfa, respondió de manera directa, buscando información sobre la mazmorra y cómo registrarse en la ciudad. Sophie mantuvo su sonrisa mientras lo escuchaba, aunque no pudo evitar pensar que estaba lidiando con alguien con un claro "complejo de héroe trágico".
Y hasta aquí el capítulo, tratare de actualizar cada semana, no lo hice en esta debido al final del semestre, pero ahora que son vacaciones tendrán una actualización rápida mientras intento leer las novelas de la serie. Aun no se que nombre darle al cazador así que si tienen sugerencias serán bien aceptadas, por lo mientras que tengan una bonita semana
