El dungeón es el fin de la historia humana, laberinto hacia el cual convergen los pecados más profundos de la humanidad y la civilización... Guiados por sus campanadas macabras y reunidos en su desesperación, descendientes como penitentes hacia la consumación de nuestra especie, la cual coincide plenamente con su condición eterna...

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Para Chad, el inicio de la mañana fue agotador. La noche anterior, después de que todos se retiraran a descargar, descendió al granero de la familia solo para enfrentar una dura realidad: las provisiones de comida abiertas alcanzarían para dos semanas si se regulaba estrictamente el consumo. No eran una familia adinerada, apenas lograban sobrevivir con lo poco que tenían. Eran cinco miembros oficiales en la falna, o siete si contaban a los dos recién llegados.

Chad llevaba ya un año y medio como parte de la familia, y aun así no había logrado subir de nivel. Como capitán, sentía la carga de garantizar el bienestar de todos antes de preocuparse por actos de caridad. Sin embargo, no podía contradecir las decisiones de su diosa. Sabía cuál era su lugar, pero los deseos de superación siempre latían en su mente. Estaba cansado de depender exclusivamente de la minería en la mazmorra para subsistir junto al resto de su familia. Un pesar de ello, el miedo lo paralizaba. Ese instinto primario de supervisión, irracional para alguien en su posición, lo mantenía atado.

Chad sabía muy bien lo que era sentirse como una presa, y no era por los monstruos que acechaban en la mazmorra. No, su temor más profundo provenía de hombres, aquellos aventureros que portaban la marca maldita de los Evilus. Esa marca, símbolo de destrucción, aún aparece en sus pesadillas, ardiendo en su mente como un registro imborrable. La cacofonía de gritos y el crepitar de las llamas que consumieron su aldea seguían ensordeciendo sus oídos en las noches más silenciosas.

Había aprendido, de la peor manera posible, que los verdaderos monstruos no siempre tienen colmillos y garras. Los Evilus habían arrasado con todo lo que conocía y amaba, dejando tras de sí un vacío que ni el tiempo ni la supervisión había podido llenar. A veces, Chad pensaba que temer a los dioses y aventureros era la única lectura que el mundo le había enseñado. En vida, los aventureros podían destruirlo todo. En muerte, los dioses podían hacer que la venganza fuera un acto tan fútil como efímero.

Aun así, una llama ardía en su interior: la venganza. No importaba cuán insignificante se sintiera, ese fuego lo mantenía vivo. Pero Chad sabe que era un cobarde, alguien incapaz de alzar su espada contra los Evilus. En su lugar, se dedica a conservar lo poco que le queda: su familia.

Intentaba ser fuerte, mostrarse rudo y seguro frente a los demás, pero solo lograba parecer arrogante e insensible. En realidad, no era más que un hombre aterrorizado por su propio pasado y sus pecados. Aquella aldea destruida no solo había sido una víctima de los Evilus, también de sus decisiones, de un error que nunca se perdonaría.

A pesar de todo, Chad se prometió que haría lo que fuera necesario para proteger a su nueva familia. Cinco vidas dependían de él, y ahora eran siete con los recién llegados. No importaba el costo; Chad se aferraría a esa promesa con todo lo que tenía. Porque, aunque él no encontrara salvación, todavía podía asegurar que otros no compartieran su destino

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La diosa Teteo, con su característico porte sereno y su voz firme, convocó a una reunión de la familia en las primeras horas de la mañana. Quería presentar oficialmente a los nuevos integrantes, Lunaris y Fausto, e integrarlos a la dinámica del grupo. Bajó por las escaleras hacia el modesto salón donde todos se habían reunido. La tensión en el aire era palpable.

Chad, como de costumbre, mantenía su mirada fija y desafiante, observando a Lunaris y Fausto por encima del hombro, como si tratara de medirlos con la fuerza de su mirada. No era un comportamiento inusual en él; su actitud ruda y protectora era casi un escudo, un reflejo de su desconfianza hacia los desconocidos. Aunque Teteo no aprobaba del todo esa actitud, entendía que era una extensión del carácter de Chad, alguien profundamente marcado por el pasado y la responsabilidad que sentía hacia la familia.

Lunaris, con su porte tranquilo pero vigilante, devolvió la mirada sin titubear, mientras que Fausto, más inquieto, mantenía la vista baja, como si tratara de interpretar el ambiente antes de hablar. Teteo avanzó hasta el centro del grupo, rompiendo el silencio con una cálida sonrisa y palabras que buscaban armonía.

La voz de la diosa Teteo rompió el silencio.

—Chad, Iris, Silvia, Grufyd, Iván —dijo con un tono firme pero cálido—

Familia, hoy quiero presentarles a dos nuevos integrantes: Lunaris y Fausto. Ambos han pasado por circunstancias difíciles, pero han decidido unirse a nosotros en este camino. Espero que puedan ofrecerles el mismo apoyo y compañerismo que se han dado entre ustedes hasta ahora.

El anuncio fue recibido con reacciones mixtas. Algunos mostraron curiosidad, otros mantuvieron una actitud neutral, y unos pocos, como Chad, no pudieron evitar mostrar reticencia. Sin embargo, nadie se atrevió a cuestionar la decisión de Teteo en voz alta.

Con un ademán firme pero amable, la diosa continuó:

—Quiero que todos trabajen juntos hoy. Ayuden a Lunaris y Fausto a registrarse en el gremio y asegúrense de mostrarles lo esencial para sobrevivir aquí.

Chad apenas asintió, evitando cruzar miradas con Lunaris. Para él, los recién llegados eran una carga más en tiempos ya difíciles. Sin embargo, sabía que discutir con Teteo era inútil; su decisión estaba tomada, y él debía cumplir con su deber como capitán de la familia.

Por su parte, Lunaris y Fausto intercambiaron miradas rápidas. Ninguno sabía exactamente qué esperar de esta nueva vida, pero ambos entendían que, al menos por ahora, no estaban solos.

—Ya escucharon a la diosa, novatos —gruñó Grufyd con su característica voz grave. El enano era un luchador curtido en el combate cuerpo a cuerpo, y su armadura pesada lo hacía parecer más una muralla viviente que una persona. Cada pieza de metal sobre él tenía marcas de uso, testimonio de las incontables batallas en las que había estado.

—No los apresures, tenemos tiempo —intervino Iván, un pallum de rasgos delicados que a menudo era confundido con una mujer. Su cabello largo y rubio estaba trenzado con esmero, y llevaba una túnica blanca que acentuaba aún más su aspecto etéreo. Su voz, suave y melodiosa, reforzaba esa primera impresión engañosa.

—¡Vámonos ya, chicos! —exclamó Silvia, con tono animado pero impaciente. Era una joven de tez clara y cabello blanco pálido, recogido en un peinado elegante que combinaba con su atuendo. Su sombrero, inspirado en la realeza, le daba un aire distinguido, mientras que su gabardina negra decorada con detalles de cuero sobre una camisa blanca hablaba de su preferencia por la funcionalidad con estilo. Llevaba guanteletes de cuero, pantalones marrón claro y botas finamente decoradas con un grabado de una serpiente devorándose a sí misma, un símbolo que parecía tener un significado personal para ella.

Iris, por otro lado, se mantuvo en silencio, observando con atención a los nuevos reclutas. Su cabello negro y corto le daba un aspecto práctico, pero eran sus ojos violetas, intensos y analíticos, los que realmente destacaban. Llevaba unas gafas de montura roja que le daban un aire de autoridad y determinación. Su atuendo, un vestido azul con detalles en negro y una placa de armadura sobre el pecho, reflejaba un equilibrio entre fuerza y elegancia.

Cada miembro de la familia parecía tan único como su carácter, y los recién llegados, Lunaris y Fausto, sintieron el peso de las miradas evaluadoras mientras se preparaban para lo que les deparaba el día.

En su camino hacia la mazmorra, Lunaris observó con atención al grupo que lo acompañaba. Aunque aún no conocía la verdadera fuerza de sus compañeros, no podía negar que formaban un escuadrón equilibrado. Cada miembro parecía desempeñar un rol específico, moviéndose con confianza y precaución por las peligrosas calles de Orario. Los constantes riesgos de la ciudad exigían un estado de alerta permanente, y el grupo no bajaba la guardia ante nadie que se les acercara.

Lunaris tuvo que admitir que, aunque era un extraño entre ellos, la coordinación del equipo parecía sólida. Al llegar al gremio, sus nuevos compañeros ayudaron tanto a él como a Fausto a completar el proceso de registro, asegurándose de que todo transcurriera de manera eficiente y discreta. Tomaron precauciones para evitar que cualquier información sensible cayera en manos equivocadas, conscientes de que, aunque el gremio se consideraba una de las instituciones más seguras de la ciudad, no podían asumir que estuviera libre de infiltrados o corrupción.

Una vez terminados los trámites, se encontraron con Rose Fannett, la misma mujer que había dado a Lunaris información en su llegada. Sin embargo, al ver que iba acompañado de su nueva familia, Rose se limitó a explicar lo básico: el sistema de intercambio de gemas por valis, los peligros de los primeros pisos de la mazmorra y las reglas generales para aventurarse en el vasto calabozo que se extendía bajo la ciudad. Finalmente, les concedió acceso a la mazmorra.

La entrada al Dungeon, situada en el primer piso subterráneo de Babel, parecía diseñada para imponer respeto y asombro a quienes se aventuraban por primera vez. En el centro de la sala circular, un vasto abismo de diez metros de diámetro se abría como una invitación ominosa hacia lo desconocido. El borde del agujero estaba cuidadosamente reforzado con un reborde de piedra lisa, inscrito con runas antiguas que brillaban tenuemente, como si intentaran contener la oscuridad que acechaba abajo. Este inmenso pozo descendía directamente a las profundidades del calabozo, y su sola presencia emitía una sensación de atracción y repulsión al mismo tiempo.

Alrededor del agujero, columnas de mármol blanco se alzaban en intervalos perfectamente calculados, creando una simetría que parecía desafiar la naturaleza caótica del Dungeon. Las columnas estaban adornadas con intrincados grabados que contaban historias de héroes antiguos y sus hazañas en las profundidades, un recordatorio tanto de la gloria como de la tragedia que aguardaban a los aventureros. Sobre ellas, un techo abovedado mostraba una hermosa pintura del cielo azul, tan vívida que, por un momento, los recién llegados podían sentir que estaban bajo el cielo abierto, un engaño diseñado para calmar los nervios antes de la inmersión en la oscuridad.

Escaleras de piedra descendían en espiral alrededor del borde del abismo, como un camino serpenteante que llevaba a lo desconocido. El eco de los pasos resonaba en la sala, creando una sinfonía de expectativas. Algunos pasos eran rápidos y seguros, pertenecientes a aventureros experimentados; otros, más lentos y titubeantes, denotaban la incertidumbre de los recién llegados.

Lunaris sintió un escalofrío al contemplar la escena, una mezcla de asombro y déjà vu que no lograba comprender. Era como si aquel lugar despertara un recuerdo enterrado, una conexión vaga con algo que no podía nombrar.

Los pasos de los aventureros que descendían hacia el Dungeon resonaban con un eco pesado y solemne, llenando la sala con una tensión palpable. Para Fausto, esta escena era algo que jamás había imaginado presenciar. Las familias de aventureros bajaban en formación, con miradas determinadas y gestos calculados, mientras otras emergían del abismo. Los rostros de estos últimos oscilaban entre el alivio y la desolación, algunos reflejando una alegría contenida al haber sobrevivido, y otros mostrando el peso de las pérdidas o fracasos sufridos en las profundidades.

Para alguien como Fausto, que nunca había sostenido un arma más allá de los cuchillos que usaba ocasionalmente para cazar ratas y procurarse alimento, el contraste era impactante. Ahora, por necesidad, se veía obligado a aceptar el equipo básico que proporcionaba el gremio, una armadura usada que le resultaba extraña y pesada. Su desconfianza hacia ella creció al notar las señales de desgaste: rayones profundos, manchas de óxido, y lo más perturbador, restos de sangre seca que no habían sido limpiados del todo.

La idea de que esa armadura había pertenecido a alguien que había perecido en los primeros niveles del Dungeon lo invadió con una sensación de incomodidad. Cada marca contaba una historia de esfuerzo y derrota, y Fausto no podía evitar preguntarse cuántas vidas habían pasado por esas piezas metálicas antes de llegar a sus manos. Aunque trató de apartar ese pensamiento, la sensación de llevar algo impregnado de muerte le resultaba imposible de ignorar.

Al llegar al primer piso del Dungeon, el grupo fue recibido por una escena vibrante: los veloces pasos de aventureros se perdían rápido al ellos buscar estar descendiendo hacia los oscuros pisos inferiores. El constante movimiento de exploradores subiendo y bajando creaba un ambiente cargado de energía y tensión, un recordatorio constante de los riesgos y recompensas que ofrecía aquel laberinto vivo.

Chad, como capitán y líder de la expedición, reunió al grupo en un círculo y dirigió su mirada seria hacia los nuevos reclutas. "Hoy tendrán su primer entrenamiento enfrentándose a los goblins de esta zona", anunció con firmeza. Aunque su tono era autoritario, había una nota de preocupación oculta en sus palabras. Él sabía que, si bien los goblins no eran los monstruos más temibles del Dungeon, su verdadero peligro radicaba en sus números y astucia. Los ataques coordinados y las trampas que utilizaban, aunque básicas, podían desorientar incluso al más concentrado, especialmente en el caos del combate.

Chad recordó su propia experiencia enfrentando a estas criaturas por primera vez. La emboscada que sufrió en aquella ocasión seguía grabada en su memoria, un recordatorio constante de la brutalidad y falta de piedad del Dungeon. Fue allí donde entendió que no solo los monstruos representaban una amenaza: las trampas del entorno y los propios aventureros, desesperados por sobrevivir, podían ser igual o más letales. Esa lección lo había marcado, y por eso se comprometía a preparar a los novatos para enfrentar estas situaciones.

"Las emboscadas son una constante aquí", continuó Chad, observando atentamente las expresiones de los más jóvenes, buscando signos de nerviosismo o determinación. "Ya sean de monstruos o de otros aventureros, aprender a enfrentarlas puede marcar la diferencia entre vivir o morir. Si logran superar el entrenamiento contra los goblins, será un buen primer paso."

Mientras hablaba, Chad no podía evitar sentir un peso sobre sus hombros. Aunque intentaba proyectar confianza, la verdad era que cada uno de estos jóvenes representaba una responsabilidad más en su vida. Sin embargo, si lograban salir airosos de este primer desafío, al menos podría sentir un poco de alivio, sabiendo que habría ayudado a reforzar sus posibilidades de sobrevivir en las profundidades de aquel lugar infernal.

El eco de pasos en la húmeda y opresiva atmósfera del primer piso del Dungeon era inquietante. Los goblins se movían entre las sombras, sus gruñidos guturales resonaban a través de las paredes. Lunaris avanzaba con cautela, su mirada aguda escrutando cada rincón, mientras Fausto, nervioso, trataba de mantenerse cerca sin tropezar con las rocas irregulares del suelo.

De pronto, un grito desgarrador rompió el tenso silencio. Un grupo de goblins surgió de los escombros, moviéndose con la coordinación de depredadores experimentados. Cinco de ellos cargaron hacia Lunaris, mientras otros dos rodearon a Fausto, sus dientes amarillentos brillando bajo la tenue luz que se filtraba por las grietas del techo.

Lunaris no titubeó. Su cuchilla brilló en un arco mortal, cortando al primer goblin que se abalanzaba sobre él. La criatura cayó al suelo, dejando escapar un chillido agónico antes de exhalar por última vez. Otro goblin aprovechó el momento para atacar por el costado, pero Lunaris giró rápidamente, bloqueando el golpe con su cuchilla antes de impulsarse hacia adelante y hundir su arma en el pecho de la criatura.

Mientras tanto, Fausto luchaba por mantener a raya a los dos goblins que lo acosaban. Con una daga prestada por el gremio, logró cortar superficialmente a uno en el brazo, pero su inexperiencia era evidente. Tropezó hacia atrás, tambaleándose, mientras el otro goblin levantaba su oxidado cuchillo, listo para apuñalarlo.

Lunaris vio la escena de reojo. Sin perder un segundo, pateó el cadáver de un goblin hacia sus tres restantes atacantes, creando un instante de distracción. Luego, con una precisión casi inhumana, lanzó su cuchilla hacia el goblin que amenazaba a Fausto. La hoja giró en el aire y se hundió profundamente en el cuello de la criatura, derribándolo antes de que pudiera completar su ataque.

Sin embargo, aún quedaba otro goblin sobre Fausto. Con un rugido, Lunaris se lanzó hacia adelante, desenvainando una daga que llevaba oculta. Aterrizó justo entre Fausto y el goblin, bloqueando el ataque con su arma mientras golpeaba con el codo la cabeza del monstruo, dejándolo desorientado. Un rápido movimiento final, un corte limpio al pecho, terminó con la criatura.

Fausto respiraba agitadamente, sus ojos llenos de terror y gratitud. Lunaris se giró hacia él, su mirada severa pero calmada. "¿Estás bien?", preguntó, mientras limpiaba la sangre de su cuchilla con un movimiento practicado.

Fausto asintió, incapaz de articular palabras. Lunaris extendió su mano, ayudándolo a levantarse. "Esto no ha terminado", añadió mientras los goblins restantes comenzaban a reagruparse. "Sigue cerca de mí, y no pierdas el enfoque. En este lugar, la distracción es la diferencia entre la vida y la muerte."

La batalla no había terminado, pero Fausto supo en ese instante que el cazador no era solo un hábil guerrero; era su protector en un mundo que no perdonaba debilidades.

La familia del cazador observaba la pelea desde una distancia prudente, evaluando cada movimiento mientras se mantenían atentos a posibles amenazas adicionales. Chad, como líder, mantenía una expresión seria. Sabía que esta experiencia era crucial para Lunaris y Fausto. Su mirada estaba fija en el cazador mientras enfrentaba a los goblins con una precisión letal.

Grufyd, con los brazos cruzados y su hacha descansando sobre su hombro, murmuró con aprobación:

—Ese tipo sabe lo que hace. Tiene instinto de cazador, eso es seguro.

Iris, por su parte, analizaba la situación con detenimiento, observando cómo Lunaris se movía entre los goblins, anticipando cada ataque con una gracia que contrastaba con la violencia de sus golpes. Su ceño estaba ligeramente fruncido.

—Es habilidoso, pero se arriesga demasiado... No es prudente. Es como si no temiera por su vida esquivando casi todo al ultimo segundo

Silvia, siempre más reservada, se limitó a apretar los labios, observando cómo Fausto, a pesar de su miedo, intentaba mantenerse firme. Sus ojos brillaban con preocupación cuando vio que uno de los goblins rompía la línea de defensa y corría hacia Fausto con una daga en mano.

—¡Cuidado! —gritó, dando un paso hacia adelante, pero antes de que pudiera actuar, Lunaris ya estaba ahí.

Con un giro rápido y certero, el cazador desvió la daga del goblin y lo abatió con un movimiento limpio. Su figura, cubierta de sangre y con una mirada imperturbable, parecía la de un depredador al que no se le escapaba ningún detalle.

Ivan, que había estado en silencio hasta ese momento, dejó escapar un silbido bajo.

—Ese tipo... tiene algo. No sé qué es, pero no es alguien común.

Chad suspiró, aliviado de que Lunaris hubiese reaccionado a tiempo. Aunque no lo mostrara, Fausto era una preocupación constante para él. La experiencia había demostrado que los novatos eran la parte más vulnerable del grupo, y un error podía costarles la vida.

—Aún tienen mucho que aprender, pero hoy sobrevivieron. Eso es lo que importa, —dijo Chad con firmeza, más para sí mismo que para los demás.

Mientras la familia observaba cómo Lunaris ayudaba a Fausto a levantarse y revisaba que estuviera ileso, un respeto tácito comenzaba a formarse entre ellos. El cazador no era solo un hábil combatiente; había demostrado que estaba dispuesto a proteger a su grupo, incluso a costa de su propia seguridad.

La tensión era palpable mientras descendían al tercer piso de la mazmorra. Lunaris caminaba al frente con una expresión inescrutable, Fausto, aún conmocionado por su casi muerte anterior, seguía al grupo con pasos temblorosos. Aunque la familia había decidido continuar, todos mantenían un nivel de cautela más alto. Aún resonaba en sus mentes el crujido de los huesos y la brutal precisión de los golpes de Lunaris, lo que les hacía confiar en que, al menos, podían defenderse de las criaturas que los esperaban abajo.

El ambiente cambió abruptamente cuando vieron la escena frente a ellos. La mazmorra se llenó del sonido de un grito ahogado y el goteo constante de la sangre. Desde su escondite, observaron a un hombre vestido con una capa negra y una máscara grotesca con una sonrisa pintada. Sin titubear, empaló a una aventurera con una lanza. El filo atravesó su abdomen, y su cuerpo tembló antes de desplomarse. Los intestinos de la mujer salieron con un ruido húmedo y viscoso, y la sangre brotó como una fuente, empapando al agresor.

Fausto no pudo contener el escalofrío que recorrió su cuerpo ni el sabor metálico que se le formó en la garganta. Era un espectáculo tan grotesco que apenas podía respirar. Mientras observaba los ojos de la aventurera apagarse lentamente, el terror lo consumía. Esa muerte no fue rápida ni piadosa; fue un acto de puro sadismo.

—No hagan ruido, ni un movimiento —ordenó Chad en un susurro severo, aunque la voz le temblaba ligeramente. No sabía quién era ese hombre ni qué nivel tenía, pero algo en su porte y en la fría precisión de sus movimientos indicaba que enfrentarlo sería un error fatal.

Silvia, con los labios apretados, apartó la mirada de la escena, sus manos temblando sobre la empuñadura de su daga.

—Ese tipo no es un aventurero... no puede serlo. Eso fue una ejecución.

Iris, intentando mantener la calma, ajustó sus gafas con un gesto mecánico.

—No importa qué sea. Si salimos ahora, seremos los siguientes.

Grufyd asintió, su agarre en su hacha era firme, pero su rostro estaba pálido.

—Mantengamos la calma. Esperemos a que se vaya.

Lunaris permanecía inmóvil, sus ojos fijos en el hombre de la máscara. Había algo familiar en su forma de moverse, algo que no podía ubicar, pero que le resultaba inquietante. Sin embargo, no dejó que sus pensamientos lo distrajeran. Su prioridad era proteger a su equipo, especialmente a Fausto, quien parecía estar al borde del colapso.

Finalmente, el hombre retiró la lanza del cadáver con un movimiento fluido, haciendo que la sangre salpicara por todas partes. Miró el cuerpo inerte de la aventurera durante unos segundos antes de desaparecer en las sombras, como si nunca hubiera estado allí.

El grupo exhaló al unísono, sus cuerpos tensos relajándose solo un poco.

—Esto no es un lugar para cometer errores —murmuró Chad, mirando a cada miembro de su familia.

—Sigamos adelante, pero con el doble de cuidado. Aquí, hasta los mismos aventureros pueden ser más peligrosos que los monstruos.

Con ese recordatorio, avanzaron, más conscientes que nunca de la fragilidad de sus vidas dentro de la mazmorra.

Eso fue brutal dijo Iván.

La tensión se sentía espesa como una niebla alrededor del grupo. El comentario de Iván intentó disipar el ambiente, pero su efecto fue el opuesto; la mirada fría que recibió de los demás lo hizo encogerse un poco. Silvia, siempre rápida para señalar la insensibilidad, lo fulminó con una crítica.

—Ese comentario fue innecesario. Estamos lidiando con la muerte de alguien —dijo, señalando el cadáver de la aventurera.

—Es mejor que busquemos algo que pueda identificarla y llevemos eso a la superficie. Aquí abajo, los monstruos se encargarán del resto.

Lunaris observaba la escena en silencio, captando cada palabra, pero sumido en sus pensamientos. Había algo que comenzaba a darse cuenta: sobrevivir solo no era siempre la mejor estrategia. Por muy poderoso que fuera, necesitaría compañeros, y aunque su "familia" todavía era nueva para él, sus decisiones eran calculadas, frías, y necesarias.

Sin embargo, mientras avanzaban, el entorno cambió. El pasillo de la mazmorra comenzó a estrecharse, y Lunaris notó algo que pasó desapercibido para los demás. Se inclinó ligeramente hacia el suelo y examinó las huellas: pequeñas, dispersas, claramente de goblins, mezcladas con otras más grandes y alargadas, como de perros.

Fue entonces cuando su olfato, agudizado gracias a la bendición, le trajo un olor peculiar: suciedad mezclada con un rastro animal, húmedo y apestoso.

—Huele a perros y mugre —murmuró, sus sentidos poniéndose en alerta máxima.

Antes de que pudiera advertir al grupo, una flecha cruzó el aire con un silbido agudo, dirigida directamente hacia Fausto. La velocidad del proyectil le dejó poco margen para actuar, pero Lunaris reaccionó con precisión. Con un movimiento rápido, desenfundó su pistola y disparó.

El sonido del disparo resonó con fuerza en el estrecho pasillo, destruyendo la flecha a centímetros de Fausto. El joven, paralizado por el terror, apenas tuvo tiempo de procesar lo ocurrido antes de que el eco del disparo atrajera una nueva amenaza.

De las sombras emergieron una horda de kobolds y goblins, sus ojos brillando con una mezcla de rabia y hambre. Rugidos y chillidos llenaron el pasillo mientras las criaturas avanzaban en masa. Chad, Silvia, Iván e Iris desenvainaron sus armas al instante, poniéndose en formación defensiva.

—¡Prepárense! —gritó Chad, su voz resonando con la autoridad de un líder.

Lunaris, aún con el arma en la mano, contuvo un gruñido. Sabía que el disparo había sido su única opción para salvar a Fausto, pero ahora la situación era mucho más peligrosa.

—No tenemos elección. ¡Lucharemos aquí y ahora! —exclamó, tomando posición frente al grupo, listo para enfrentar la horda.

Los primeros goblins se lanzaron al ataque, y el grupo, aunque superado en número, estaba decidido a no caer en esta emboscada.

El enfrentamiento alcanzó un nuevo nivel de intensidad cuando Lunaris, con un impulso casi bestial, desenvainó su sierra dentada. Sus movimientos eran rápidos, fluidos y cargados de una energía feroz, como si su sangre estuviera imbuida con un hambre insaciable por la batalla. No había vacilación en su andar; cada paso era un desafío abierto al peligro. Con un grito, se lanzó hacia los goblins más cercanos, iniciando un brutal intercambio de golpes.

Las cabezas de los goblins comenzaron a volar con cada giro de su arma. El sonido metálico de la sierra desgarrando carne y hueso se mezclaba con los chillidos agonizantes de las criaturas. Lunaris parecía un torbellino de destrucción; sus movimientos eran tan precisos que daba la impresión de que sus heridas, aunque profundas, sanaban con la velocidad de sus ataques. Sus instintos y destreza lo mantenían en pie, pero también lo empujaban al límite.

Mientras tanto, su familia luchaba por contener a los kobolds, que eran mucho más rápidos y coordinados que los goblins. Siguiendo la orden de Lunaris, se enfocaron en los perros humanoides, aunque su fatiga comenzaba a notarse. Chad, al observar el agotamiento colectivo y la ferocidad con la que Lunaris enfrentaba a la horda, tomó una decisión difícil pero necesaria.

Con un tono que mezclaba autoridad y resignación, Chad gritó:

—¡Grufyd, releva a Lunaris!

El enano entendió de inmediato lo que se le pedía. Era su turno de enfrentarse al filo de la muerte para asegurar la supervivencia del resto. Sin cuestionar la orden, empuñó su pesada maza y avanzó hacia el frente. El resto del grupo observó con desconcierto, preguntándose por qué Chad había tomado tal decisión, pero para Lunaris la intención era clara: Chad no solo protegía al grupo; quería asegurarse de que alguien sobreviviera para llevarlos a la superficie si todo fallaba.

Grufyd, ahora en el frente, rugió con una fuerza que solo un enano podría canalizar. Sus ataques eran contundentes, aplastando a los kobolds con cada golpe de su maza, mientras Lunaris, aunque obligado a retroceder, continuaba luchando en los flancos, asegurándose de que ninguno de los monstruos escapara a su alcance.

La batalla era un caos absoluto, pero la combinación de sacrificio, coordinación y fuerza comenzaba a inclinar la balanza a su favor.

Y entonces ocurrió algo.

La llegada de una misteriosa aventurera ocurrió en el momento exacto en que la desesperación comenzaba a instalarse en la familia. Con una elegancia que contrastaba con la brutalidad del combate, emergió entre las sombras como una figura etérea. Su cabello azul pizarra, corto y rebelde, se agitaba ligeramente mientras sus ojos azul claro escudriñaban el campo de batalla. Sin perder tiempo, evaluó la situación con una calma inquebrantable.

Vestía un chaleco azul intenso que parecía reforzado para el combate, el cual cubría la parte superior de un vestido corto negro en el centro y gris oscuro en los lados. El diseño práctico y estilizado de su atuendo revelaba tanto su experiencia como su preparación. Un par de guantes negros, que llegaban por encima de los codos, protegían sus manos, permitiéndole manejar su arma con precisión y sin restricciones.

Con movimientos gráciles pero mortales, la aventurera intervino justo cuando un grupo de kobolds intentaba rodear a Grufyd, quien comenzaba a mostrar signos de agotamiento. Una rápida estocada derribó al primer monstruo, mientras un giro ágil acabó con otro que se acercaba por el flanco. Su estilo de combate parecía un equilibrio perfecto entre eficiencia y arte.

—¡Retrocedan! —ordenó con una voz firme y autoritaria que no admitía dudas.

La familia, sorprendida por la inesperada ayuda, no tardó en reaccionar. Siguiendo sus órdenes, reorganizaron su formación, permitiéndole tomar el control de la situación. Lunaris observó a la mujer con curiosidad y respeto; su destreza era evidente, y cada movimiento hablaba de años de experiencia enfrentando las amenazas de la mazmorra.

Bajo su liderazgo momentáneo, el grupo logró contener la horda de monstruos. Los ataques de la aventurera eran precisos, dirigidos a puntos vitales, minimizando el esfuerzo mientras maximizaba el daño. Su presencia revitalizó al grupo, quienes redoblaron sus esfuerzos, inspirados por la destreza de su salvadora.

Cuando el último kobold cayó al suelo, un silencio tenso se instaló momentáneamente. La aventurera limpió su arma con calma antes de girarse hacia ellos.

—¿Todos están bien? —preguntó, sus ojos evaluando rápidamente a cada uno.

Aunque su aparición había sido inesperada, todos sabían que su intervención había sido lo que les permitió sobrevivir a una batalla que parecía perdida.

—Sí, todos estamos bien —respondió Chad mientras inspeccionaba rápidamente a los demás. Luego, con un tono inquisitivo, añadió—: ¿Tú eres Adi Varma, verdad?

La aventurera abrió los ojos con sorpresa y una pizca de emoción, preguntándose si su nombre ya resonaba por la ciudad.

—¿Acaso ya me conocían? —contestó con una sonrisa alegre, visiblemente complacida.

Chad soltó un suspiro, rodando los ojos antes de responder de manera casual:

—¿Cómo no conocerte? Tu hermana armó un gran alboroto cuando te uniste a la Familia Ganesha antes de cumplir los 12 años, desobedeciendo sus instrucciones.

La expresión de Adi cambió momentáneamente, pero recuperó rápidamente su ánimo con una ligera risa. La interacción relajó la tensión en el grupo, aunque Fausto y los demás observaban con curiosidad a la joven aventurera.

Chad, retomando su papel como líder, se dirigió a Adi con seriedad:

—Bueno, ¿cuál sería el pago por tu ayuda?

Adi agitó la mano con un gesto despreocupado y respondió con una sonrisa:

—No necesito eso, además, las piedras mágicas de estos niveles no me sirven para nada. —Su risa ligera al final del comentario, aunque despreocupada, molestó levemente al grupo.

Sin embargo, sabían bien que enfrentarse a alguien de la Familia Ganesha no era sensato, por lo que optaron por simplemente agradecerle por su ayuda.

Con su honor intacto y una nueva anécdota para contar, la familia se dirigió a la salida. Al llegar a la superficie, Fausto no pudo contener las lágrimas. La luz del sol tocó su rostro, recordándole lo cerca que había estado del desastre. Estaba ileso, algo que no había creído posible al comienzo de su primera incursión en la mazmorra.

Chad se quedó atrás en el gremio para realizar el intercambio de valis, dejando al resto del grupo en relativa tranquilidad. La atmósfera relajada contrastaba con la tensión vivida momentos antes en la mazmorra. Mientras los demás intentaban recuperar el aliento, Lunaris reflexionaba en silencio. Había algo inquietante en lo que acababa de experimentar.

Durante la batalla con los monstruos, notó algo extraño: aunque sus movimientos habían sido frenéticos y arriesgados, no había sufrido heridas graves. Es más, con cada golpe que asestaba a una criatura, sentía que su cuerpo se recuperaba ligeramente. Este detalle no pasó desapercibido para él. Ahora, mientras descansaba, su cuerpo parecía más ligero, más rápido, como si la experiencia de combate lo hubiera transformado de alguna manera.

El recuerdo del orco que casi lo mató la vez anterior volvió a su mente. Comparado con esa experiencia, ahora se sentía diferente. Más sensible, más ágil. Tal vez era la "falna", esa bendición que los dioses otorgaban a sus seguidores. Pero, al mismo tiempo, una voz interna le advertía que no debía confiar completamente en los dioses. La idea lo inquietaba.

Decidido a entender más sobre el mundo en el que se encontraba, se prometió a sí mismo investigar la historia de Orario. Sin embargo, había un obstáculo evidente: todavía no sabía leer. Aprender sería su primer paso, seguido de pagar su deuda pendiente por su estadía en esta ciudad desconocida. Las piezas estaban empezando a encajar, pero sabía que el camino sería largo y lleno de desafíos.

A su llegada a la granja que servía como sede de la familia, Lunaris observó a los niños jugando alegremente en el campo. Sus risas llenaban el aire, y sus rostros irradiaban felicidad. Aunque habían trabajado durante el día, la seguridad y el bienestar que sentían bajo el cuidado de la diosa era evidente. Contraste absoluto con los barrios bajos de donde él provenía, donde las sonrisas eran escasas y la desesperanza reinaba.

Sin embargo, en lugar de alegrarlo, la escena hundió a Lunaris en un mar de pensamientos oscuros. Miró las manos pequeñas de los niños, que sostenían juguetes hechos con ramas, y no pudo evitar preguntarse qué sería de ellos si los aventureros que los protegían cayeran en la mazmorra. ¿Acaso su diosa los estaba criando como ganado, para alimentar a la próxima generación de combatientes? Esa idea lo sacudió, pero la inocencia en las risas infantiles logró silenciar, aunque fuera momentáneamente, sus pensamientos más retorcidos.

Para Fausto, la sensación era completamente diferente. Mientras observaba la escena, sentía un extraño nudo en el pecho, mezcla de tranquilidad y celos. Aquellos niños que corrían libres y despreocupados representaban todo lo que él nunca tuvo: un hogar, seguridad, y la capacidad de ser niño. Durante su propia infancia, cada movimiento estaba calculado para ahorrar energía, cada día era una lucha para sobrevivir.

El contraste lo llenó de emociones encontradas. Quería llorar por lo que había perdido, pero también se llenaba de enojo consigo mismo por ser tan débil. ¿Cómo podía ayudar a esta familia que lo había acogido, si ni siquiera podía protegerse a sí mismo? Entonces, una idea se formó en su mente: pediría a Lunaris que lo entrenara.

El cazador, con su actitud reservada y su habilidad letal en combate, representaba la fuerza que Fausto deseaba alcanzar. Recordó esa extraña arma que Lunaris había usado en la mazmorra, esa que no disparaba flechas, sino algo diferente. Fausto no entendía cómo funcionaba, pero la encontraba fascinante. Quizás, pensó, si lograba trabajar duro, podría aprender a manejar algo similar o, al menos, ayudar a que el cazador tuviera más de esas municiones que tanto parecían necesitarse.

Con una determinación recién encontrada, Fausto decidió que hablaría con Lunaris esa noche. Si iba a ser parte de esta familia, no quería ser una carga. Quería ser útil, alguien en quien pudieran confiar cuando la situación se tornará peligrosa. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un propósito, no volvería a ser basura ahora era una estrella que buscaba brillar.

La diosa los observó llegar desde una ventana de la granja, su expresión de alivio iluminada por los gritos de júbilo de los niños al recibir a quienes consideraban sus protectores. Bajó rápidamente las escaleras para encontrarse con ellos, recibiéndolos con una calidez que parecía borrar, aunque fuera momentáneamente, el peso de la mazmorra.

—¡Bienvenidos de vuelta! ¿Cómo les fue hoy? —preguntó con voz suave, aunque su mirada reflejaba preocupación.

La familia se miró entre sí, intentando decidir cómo responder. Sabían que no podían mentirle a un dios, pero tampoco querían preocuparla innecesariamente. Al final, Iván tomó la iniciativa y relató con honestidad todo lo ocurrido, desde los encuentros con los goblins y kobolds hasta el macabro asesinato que presenciaron. No omitieron detalles, ni siquiera la cercanía de Fausto a la muerte o la aparición inesperada de Adi Varma.

La diosa los escuchó en silencio, asimilando cada palabra. Cuando terminaron, les sonrió con ternura y los envolvió a todos en un abrazo colectivo, como si quisiera protegerlos de todo lo que la mazmorra pudiera arrojarles.

—Gracias por volver a salvo —dijo con un suspiro de alivio—. Si desean, puedo actualizar sus estados esta noche.

La mayoría asintió rápidamente, agradeciendo la oportunidad de medir su progreso. Sin embargo, Lunaris y Chad optaron por declinar; Chad aún no había regresado del gremio, y Lunaris, como de costumbre, parecía reacio a cualquier interacción que involucrara a los dioses.

Cuando la noche cayó y todos empezaron a dispersarse para descansar, Fausto se acercó a Lunaris, titubeante pero decidido.

—Eh... ¿acaso mi maestro es alguien fuerte? —preguntó con tono burlón, intentando ocultar su nerviosismo detrás de una sonrisa.

Lunaris lo miró de reojo, frunciendo el ceño.

—Yo nunca dije ser tu maestro —respondió con sequedad.

—Oh, pero para usted sería un honor ayudar a la próxima gran estrella de Orario —insistió Fausto, con un tono tan sarcástico que parecía desafiar a Lunaris.

El cazador frunció aún más el ceño, abriendo la boca para responder con una reprimenda, pero se detuvo al notar el brillo de las lágrimas en los ojos de Fausto. Suspiró profundamente y cruzó los brazos, reflexionando.

—En realidad, no sé pelear —confesó finalmente Lunaris, con un tono más suave—. Lo que viste hoy... Es como si mi cuerpo supiera exactamente qué hacer, pero no porque yo lo haya aprendido. No tuve un maestro en la lucha; me formé en la cacería, pero ni siquiera recuerdo mucho de cómo fue.

Fausto lo miró con atención, sin interrumpirlo.

—Aun así —continuó Lunaris—, si realmente lo deseas, haré lo mejor posible para enseñarte. No será fácil, pero puedo mostrarte el arte de cazar bestias.

El rostro de Fausto se iluminó de inmediato, y una sonrisa genuina reemplazó sus lágrimas.

—¡Sí, maestro! —exclamó, asintiendo con entusiasmo.

—Mañana empezamos a las cuatro de la madrugada —dijo Lunaris, volviendo a su tono serio—. Será mejor que descanses. Tendrás tu entrenamiento y luego el viaje a la mazmorra.

Fausto asintió una vez más, corriendo a su rincón en la granja con renovada determinación. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que había encontrado un propósito, y haría todo lo posible por estar a la altura de su maestro.

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¡Hasta aquí el capítulo de esta semana! Lamento el retraso, pero últimamente me he enganchado a una novela increíble llamada Lord of the Mysteries. Si no la han leído, se las recomiendo mucho; es fascinante y ha sido difícil despegarme de sus páginas. Aun así, no se preocupen, no he dejado de escribir. Quizá llego un poco tarde, pero aquí estamos de vuelta.

Me encantaría saber qué les pareció este capítulo. Creo que algunas dudas que tenían empiezan a resolverse poco a poco, ¿no? También he estado investigando bastante en torno a Astrea Record, tanto del juego como de la novela, para darle más solidez a este fic. Es un universo fascinante, y espero estar haciendo justicia a la historia con este trabajo.

En este capítulo decidí centrarme un poco más en Chad. Quisiera saber qué les parece su desarrollo y si creen que logré darle una personalidad coherente y natural. No sabía lo complejo que podía ser crear personajes tridimensionales, pero estoy aprendiendo mucho en el proceso.

Ahora que han aparecido nuevos personajes, me gustaría saber de quién les gustaría conocer más en los próximos capítulos. Sus opiniones siempre me ayudan a enriquecer la historia.

Les deseo un feliz fin de año, les deseo muchas bendiciones y que se lo pasan genial con sus familias, los espero con el capitulo de esta semana, ya que este es el de la semana pasada y por lo menos hasta que entre de nuevo a la universidad tendrán un capitulo a la semana.

posdata (x)

I know that many of those who read the fanfic are English speakers, and I would like to write it in English. However, it would probably have a lot of mistakes. Even so, I wanted to ask if you would like me to try writing it in English, even if it contains many errors