Notas: Feliz Año. Hace unos meses que tengo esta historia en la cabeza, y decidí dejar en suspenso por unos meses mi otra historia en inglés y dedicarle tiempo a esta otra.
Al igual que Avaricia y Traición, esta historia está basada en una historia real.
Preámbulo
Londres 1822
"Sra. Hayes, hay un caballero muy elegante en la puerta. Su nombre es Fitzwilliam Darcy y desea hablar con usted. ¿Lo hago pasar?"
Elizabeth Hayes alzó la vista de su costura y frunció el ceño. La inesperada mención del nombre del Sr. Darcy la tomó completamente desprevenida. Hacía casi una década que no veía a aquel hombre, y la última vez que estuvieron frente a frente, habían discutido fuertemente, y partido en forma definitiva.
Desde entonces, sus vidas habían tomado caminos divergentes. Dos años después de su matrimonio, Elizabeth se enteró de manera fortuita que Fitzwilliam Darcy se había comprometido con la hija de un conde, consolidando así una alianza que reforzaba su posición social y su fortuna.
A pesar del tiempo transcurrido, las emociones que evocaba aquel nombre seguían siendo complejas y confusas. Varios recuerdos, la mayoría teñidos de tristeza, invadieron su mente. Desde el día en que se conocieron su relación con el Sr. Darcy había sido mayoritariamente turbulenta, un campo de batalla en el que el orgullo y los prejuicios luchaban por imponerse.
Después de un largo silencio, la Sra. Morris repitió la pregunta con cautela,
"¿Sra. Hayes, desea que haga pasar al Sr. Darcy?"
Elizabeth suspiró profundamente, buscando calmar el torbellino de emociones que la embargaba. Finalmente, con voz firme y mirada decidida, respondió,
"No, Sra. Morris. Dígale que la Sra. Hayes no recibe visitas. Y si regresa, no le permita entrar."
La Sra. Morris inclinó levemente la cabeza en señal de comprensión y se retiró para cumplir las instrucciones de su patrona.
Elizabeth cerró los ojos tratando de ordenar sus pensamientos. Sabía que revivir el pasado solo traería dolor, y había construido su vida sobre la premisa de no pensar en lo que no pudo ser.
Subió lentamente las escaleras hasta la habitación de su hija, Isabella. La niña estaba sentada en una silla en su pequeño escritorio, escribiendo en un cuaderno, con la concentración propia de quien descubre el mundo a través de las palabras y los números. Isabella era físicamente muy parecida a Elizabeth, aunque a diferencia de Elizabeth tenia cabello rubio y ojos celestes como su padre. Era una niña muy sociable, curiosa y le gustaba leer.
El Sr. Hayes había fallecido hacía tres años, dejando a Elizabeth e Isabella una pequeña casa y 2000 libras como herencia. Ese dinero, sumado a las 1250 que había heredado Elizabeth después de la muerte de su madre estaban invertidos al 4%. Aunque la vida que llevaban estaba lejos de ser lujosa, no les faltaba nada.
No podía quejarse, su matrimonio con el Sr. Hayes había sido feliz. El tenía casi 20 años más que ella, era abogado, viudo, y no tenido hijos. Si bien no estaba enamorada de él, Elizabeth respetaba y apreciaba a su esposo. Dado que el ingreso de su esposo era solo de unas 300 libras al año y tenían solo una sirvienta, la Sra. Morris, Elizabeth se encargaba de varias de las tareas de la casa. A pesar de sus modestos ingresos, Elizabeth lograba ahorrar cada año una pequeña suma para incrementar la dote de Isabella, una promesa silenciosa de un futuro mejor para su hija.
La correspondencia con su familia era escasa, casi inexistente. Jane vivía a solo 10 millas de Meryton con su esposo y sus tres hijos. Kitty, por su parte, se había casado cinco años atrás con un empleado del tío Gardiner y residía en Londres. Mary seguía soltera y permanecía en Longbourn con su padre.
Pensar en su padre siempre le provocaba un dejo de tristeza. Su imprudencia, combinada con la de Lydia, había puesto en peligro no solo la reputación familiar, sino también el futuro de Elizabeth y sus hermanas. Había aprendido a vivir con las cicatrices que aquella época había dejado, y no deseaba que esas heridas volvieran a abrirse.
Miró con amor a Isabella, quien levantó la mirada y sonrió dulcemente. Elizabeth le acarició suavemente el cabello y se sentó junto a su hija para ayudarla con las lecciones.
