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Caía la noche en Shibuya cuando el trabajo de ella terminaba. Ese día había estado bastante holgado y eso le gustaba, de alguna forma, porque tenía tiempo de seguir visitando más departamentos de la empresa; InuYasha se había ido temprano y, en general, había estado algo pensativo, pero con los problemas que ella cargaba encima, prefería no enfocarse demasiado en asuntos de los demás o explotaría; Taishō era un hombre lleno de compromisos y quizás hasta de problemas, así que no era realmente raro ni la primera vez que parecía disperso o pensativo. Esperaba que se encontrara bien, de todos modos.

Terminó de arreglar su portafolio, lista para salir. Caminó sin prisas hasta que sus ojos divisaron una aglomeración. Al acercarse a la recepción general del piso notó cómo un par chicas más comentaban alegres sobre algo.

—Hola, chicas —las saludó alegremente, colocando su folio sobre el gran escritorio curvo.

—Hola, Higurashi —Mayu fue la primera en devolverle el saludo con efusividad. Se habían hecho algo así como amigas; desde que había llegado se comportó bien con ella y eso era algo que Kagome valoraba demasiado.

—Hola, Higurashi —corearon las otras secretarias, emocionadas, aunque distraídas en su comidilla.

—¿Qué están viendo? —Se interesó por saber, la verdad era que pocas veces se daba el tiempo de socializar, pero ese día no tenía nada que hacer y no estaba mal despejarse un poco, estrechando los lazos de compañerismo con las chicas.

Las escuchó murmurar, pícaras, y con la cara apenas sonrojada. Kagome sonrió más amplio, divertida por la reacción.

—Parece que tienes un jefe muy atractivo —respondió la rubia en tono sugerente, sin quitar los ojos de la revista.

—¡Cállate, no digas esas cosas aquí! —Escandalizada, la otra morena de cabello corto le pegó un codazo y la miró con ojos saltones. Su amiga solía ser tan imprudente a veces.

—¿De qué hablan? —Inquirió Kagome, confundida, mientras la joven agredida se quejaba por el dolor. Mayu solo negó con la cabeza, ya acostumbrada a las imprudencias de la rubia.

—Mira —pero al instante dejó de sobarse el área maltratada para pasarle la revista a la azabache, quien la recibió de inmediatamente, fijando sus expresivos ojos cafés sobre ésta—, salió en la portada de la revista «Rostros» y se ve guapísimo —volvió a recalcar, emocionada.

¿Cómo podía tener jefes tan guapos? Era afortunada, pensó Yuna, aunque fueran hombres inalcanzables para ella.

—¡Yuna! —Itzy volvió a regañarla, esta vez sin golpes.

—¡Qué! Es la verdad…

Satō puso los ojos en blanco y después fijó la mirada en Higurashi.

Por su parte, Kagome observaba la portada con absoluto detalle, sintiendo una especie de impresión muy grande que no supo cómo explicar. Más allá de la belleza que podía ver en aquella foto, realmente estaba leyendo lo que los títulos decían de la pareja. Luego reparó en que el rostro femenino se le hacía familiar, quizás ya lo había visto antes.

—¿Esta es su esposa? —Preguntó con voz suave, no sabiendo cómo hablar sin que sonara extraño. Era raro, de alguna forma. InuYasha jamás hablaba de sus intimidades con ella y se sentía tan… distante, quizás esa era la palabra que podría definir su relación con él. Y no se quejaría si ella fuera nueva en su vida, solo pensaba en lo que habían sido de niños y le sabía un poco mal darse cuenta de que no quedaba nada de esa cercanía entre ambos, de esa amistad que había sido la más pura qué había tenido jamás con alguien que no fuera Sango, que era como su hermana.

Y sí, sí, InuYasha no tenía la culpa porque era ella quien debía habérselo dicho desde un principio para que la reconociera y ahora fueran nuevamente amigos, pero eran sus sentimientos y no podía evitar sentirlos, aunque sí podía calmarlos porque no eran responsabilidad de nadie más que de ella.

—Sí, la señora Kikyō Itō es su esposa y modelo también —esta vez fue Itzy quien habló, ajena a los sentimientos de su compañera. Higurashi hizo un gesto de «con razón», hallando el motivo de por qué esa cara se le hacía conocida: de seguro la habría visto antes en algún spot publicitario o hasta en los blogs de belleza a los que se suscribía—, una mujer muy elegante y bellísima.

—Ya veo… —asintió y no pudo dejar de observarla.

Así que Kikyō… Parecía una mujer muy fina y distinguida, se notaba a leguas que era de alta sociedad y además figura pública. Cerró los ojos con un poco de incomodidad: de alguna manera, ese momento le recordaba mucho a su posición frente a Ayame Kakazu.

—¿Qué te parece, Kagome? —Alzó la cara por fin ante la primera intervención de Mayu, que ahora parecía haberla estado observando muy detalladamente todo ese tiempo—. Sí sabías que tu jefe estaba casado, ¿no? —Alzó una ceja, esperando que la respuesta fuera positiva.

—No —le entregó la revista a Yuna—, pero por supuesto que lo imaginaba —se apresuró a aclarar, porque le parecía demasiado obvio, aunque Taishō jamás llevara una argolla de compromiso. Raro sería si no—. Su esposa es una mujer realmente bella, hacen una linda pareja —no supo qué más decir, pero de todos modos era verdad, se veían como dos increíbles celebridades de apariencia perfecta y matrimonio modelo.

Eran tal para cual.

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Toda la vida se había sentido como un objeto de lujo, una muñequita de cristal destinada a adornar la habitación en la que reposara, incluso una vez casada, el hecho de salir en la portada de una revista o dar una entrevista significaba que tenía que mantener una especie de rol perfecto ante la sociedad. Cada cena con sus suegros y sus padres era igual, sentía que su vida era un postureo constante: siempre educada, siempre respetable, siempre recatada, siempre fina, siempre elegante, siempre linda, siempre perfecta.

No negaba que algo le gustaba, de hecho, en un principio, ser modelo de editorial, por ejemplo, había sido una pasión que descubrió muy niña, pero a ese día se había convertido en una pose más, fingir para seguir llenando su perfil de Instagram con las increíbles fotos que le tomaban, leyendo comentarios crueles o hermosos de gente desconocida en internet… Parte de ella tenía un poco de todo lo que la gente quería que fuera, hacía parte de su personalidad, sabía que lo portaba, pero aquello ya se había extrapolado y ahora le resultaba potentemente asfixiante. Y cada vez se irritaba más.

Había conocido a InuYasha desde que eran unos adolescentes de doce años cuando se mudaron definitivamente a Tokio otra vez. Sus actuales suegros conocían a sus padres desde antes de que ella misma naciera, así que el encuentro entre familias fue un evento para todos. Los papás de InuYasha venían con problemas desde Kioto que tenían que ver con la paternidad de Tōga hacia Sesshōmaru, su actual cuñado, medio hermano de su esposo, quien no había sido revelado hasta poco menos de doce años después del nacimiento de InuYasha, provocando una terrible histeria en Izayoi que los hizo regresar a su ciudad natal, Shibuya. Al parecer, Irasue había estado embarazada al momento de separarse de Tōga quien después de poco se casó con Izayoi y no le dijo que había tenido un hijo de él hasta después de cuatro años, cuando el niño ya empezaba a preguntar por papá; Taishō, pensando que esa noticia no le caería bien a Izayoi ya que apenas InuYasha había nacido, se lo escondió por más de una década, lo que provocó mil problemas cuando todo salió a la luz. A la pareja le había costado demasiado reponerse de aquello y casi acaba en divorcio, pero no sucedió.

Después de aquella turbulenta etapa, los deseos de que ella e InuYasha podrían casarse en un futuro empezaron a ser cada vez más frecuentes y no mentía: a ella sí le gustaba InuYasha, le parecía que de alguna forma se parecían. Ella siempre había sido una chica más bien solitaria, de carácter seco y duro, una niña de pocas palabras que no sabía bien cómo relacionarse con las chicas de su entorno, ya que todas le parecían tan diferentes a ella…, esto, claro, por la crianza tan limitada que había tenido, tan recta y estricta, simplemente no podía encajar e InuYasha era igual, con su pelo plateado y ojos dorados tan raros entre los demás, siendo distinto al resto por razones diferentes a las suyas. Unos años después, la apertura de una nueva sucursal de JP en otra ciudad del país obligó a la familia a mudarse de nuevo, separándolos y dejando que cada uno hiciera la vida por su cuenta.

Y ella se había enamorado en la Universidad, aunque lamentablemente tampoco pudo concretar demasiado, ya que su nuevo amor tenía que irse del país por intercambio… No sabía si era su mala suerte, pero no le estaba yendo demasiado bien en el amor. Una carrera después, el matrimonio Taishō había vuelto a Shibuya, pero InuYasha no, así que, otro par de años después, cuando ella también se estaba dedicando a su trabajo como Gerente de Marketing en la empresa familiar, volvieron a encontrarse. Esta vez no supo si sus sentimientos revivieron por él, simplemente no quería quedarse sola, estaba influenciada por los consejos de su madre que le decía que el ambarino sería el mejor marido que pudiera encontrar o simplemente la presión de ambas familias con su sueño de verlos casados que terminaron comprometiéndose de una forma que ella no podía parar de definir como rara.

Sabía que ella le gustaba a él y viceversa, pero al mismo tiempo había algo entre ellos que no acababa de encajar. Un año y medio estuvieron saliendo para fortalecer su confianza y hacer más fuerte la relación y no había estado mal, podía decir que se habían enamorado y después de seis meses, había llegado el momento de casarse.

Desde que se había unido a InuYasha todo se había vuelto peor para ella y el verdadero «mi vida es un postureo» la empezó a consumir. Hacia ese par de años que llevaba casada con InuYasha, sentía que su matrimonio se estaba yendo a la basura y no podía hacer nada por detenerlo. Por un lado todavía lo quería y también quería salvar su relación porque a los treinta años parecía que la vida podría irse de sus manos en un pestañear, se sentía estigmatizada por su edad, la prensa y el mundo la harían pedazos, pero por otro sentía que si todo se acababa, tal vez por fin pudiera volver a ser un poco más ella, un poco más libre.

Negó con la cabeza, tomando un poco más de vino. Quería a InuYasha, quería a su marido y tenía que hacer todo por salvar su unión, que no era posible que se fuera por el caño apenas dos años después, es que le resultaba absurdo.

Además, solo de imaginar los cuestionamientos de sus familias se ponía tensa, porque sabía que no solo se trataría de ellos, sino de los medios, de que la sociedad japonesa hablaría de su matrimonio fracasado y… francamente, no estaba lista.

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Es que ya hasta Sango acababa de llamarle para decirle que esa mañana, mientras iba a comprar el periódico para su papá —que estaba de visita—, había visto en la portada de la revista «Rostros» que su jefe estaba ahí junto a una mujer que, según lo que decía el artículo, era su esposa, ¡su esposa! Ella había sonreído por la efusividad con la que su mejor amiga había dicho eso, era como si estuviera quejándose de que InuYasha estuviera casado, como si le debiera algo, su tono hasta parecía darle a entender que su jefe la estaba engañando.

Claramente era una locura, ni siquiera tenía sentido para ella.

Se le hizo un hueco en el estómago cuando su cerebro se reveló ante ella diciéndole que la noticia de ese día sí que le había sentado mal y que con la conversación de Tanaca había ido a peor. Sentía que se había perdido toda la vida de quien podría ser su mejor amigo en la actualidad, que no conocía nada de él, que era un completo extraño en su vida y esa sensación de querer romper esa barrera de manera desesperada lo hacía todavía peor. Ni siquiera tenía su número personal, es que no tenía nada de él, excepto el ofrecimiento de apoyo que le había dado que era más bien cordial, así lo había entendido ella. Tenía una expresión de inconformidad en el rostro y suspiró, dando vuelta en su cama para agarrar el celular de la mesita de noche.

Cuando lo desbloqueó vio en las notificaciones que Kōga le había deseado feliz noche por WhatsApp, pero decidió dejarlo. Se dirigió a Instagram, aunque una parte de ella no quería hacerlo, su dedo se movió varios segundos sobre la pantalla del móvil sin tocarla mientras sopesaba la idea de iniciar la búsqueda.

¿Tenía que hacerlo? Le parecía un poco inapropiado de su parte, pero… ¿qué mal podría hacerle a alguien? Era una figura pública, ¿no? No debería afectarle. Tomó aire otra vez hasta que por fin se decidió.

Si era modelo, de seguro que debería tener, por lo menos, su nombre de pila en la red social, así que colocó "Kikyō Itō" en el buscador y ahí estaba el primer resultado, la reconoció por la verificación de la cuenta. Sin demoras entró al perfil y leyó la descripción:

"Modelo de editorial – Modelo de publicidad – Embajadora de «Itō Perfume» – Gerente de Marketing – Sensitive"

¡Sensitive! Entonces Kōga tal vez la conocía. Se mordió los labios cuando leyó lo último… InuYasha había estado más cerca de ella todo ese tiempo de lo que creía. Miró un poco hacia abajo y, en efecto, su pareja la seguía en Instagram.

—Vaya…

Empezó a ver las fotos y videos que tenía, maravillada por la calidad de las imágenes, realmente parecía tener buenos fotógrafos. Era increíble lo bien que se veía, era toda una modelo, parecía irreal. En sus ojos se reflejaba el contenido que veía en su celular, no perdiéndose de ningún detalle. Hacia muy, muy abajo del perfil, había visto tanta perfección que ahora se sentía mal consigo misma; notaba que la belleza y fineza en Kikyō eran tan evidentes que traspasaban el lente de las cámaras, lo mismo que pasaba con Kakazu y con un montón de mujeres que conocía, incluso sus propias compañeras de trabajo. Claro, no importaba cómo fuera el hombre, la verdad era que siempre iba a escoger a una mujer que no tuviera complejo de chico como lo había tenido ella desde que era pequeña. Suspiró hondo, sintiendo una especie de rechazo.

Durante años había luchado por conectar con su lado femenino, por verse girly como las otras chicas, porque sabía que por la forma en la que se vestía y actuaba jamás iba a resultarle atractiva a ningún chico, además de que, al crecer, inevitablemente su identidad masculina empezaba a ser un poco forzada también, así que realmente nunca encontró un balance. La sociedad en la que vivía tampoco vería bien un comportamiento «marimacho» de su parte. Quería ser como todas esas modelos tan inalcanzables que tan a menudo veía en redes; se miraba diariamente al espejo y se preguntaba qué podría hacerse en el rostro o en el cuerpo para verse más «mujer». La llegada de Ayame a su vida de verdad le había revuelto toda la estabilidad que había conseguido.

Sabía que no era una mujer poco atractiva, eso lo tenía claro, pero algo en su aspecto no le terminaba de gustar del todo y quizás si eso pensaba ella, lo mismo pensarían los demás. Cerró la red social sin miramientos y después bloqueó el celular para dejarlo de nuevo sobre la mesita de noche. Entre un suspiro y la oscuridad, se llevó la mano a la frente y descansó un poco ahí, ordenando sus ideas. No podía echarse tierra de esa forma, Kōga sería un idiota si volviera a fallarle y ella era una mujer valiosa que tenía más que ofrecer que solo su apariencia o su feminidad.

Resopló. En la mañana, Kōga le había comentado que le encantaba cómo se le veía la falda y eso le causó un escalofrío que no se le quitó hasta que ocupó su mente en los pendientes de la oficina y hasta que vio a InuYasha… sonrió; no se iba a poner más la falda si no se sentía bien con ella.

"—Me caes bien, Higurashi y te necesito cómoda en el trabajo para que todo marche de buena forma, así que puedes contar conmigo si necesitas algo"

Volvió a sonreír, enternecida, y sintiendo algo cálido en el pecho. InuYasha seguía teniendo ese corazón puro a pesar de los años.

Ojalá pudiera volver a ser su amiga.

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Repiqueteaba los dedos contra la mesa mientras terminaba de masticar el último bocado de su plato. La cena había transcurrido en silencio, parecía que ambos estaban muy metidos en sus pensamientos. Su esposa todavía no terminaba la comida, pero él sí que había devorado todo más rápido, quizás por su intranquilidad. Cuando finalmente dejó los cubiertos sobre el plato, fijó la mirada en su mujer, quien se encontraba muy concentrada viendo algo en su celular.

—Parece que la portada de hoy ha sido tema de conversación entre los internautas —comentó ella en tono satisfecho, no solo por hacérselo saber a su marido, sino para que dejara de hacer esos ruidos molestos con los dedos.

Y lo obtuvo, igual que su atención.

—Ah, ¿sí? —Se enderezó porque por fin salía una conversación desde que se habían sentado a compartir los alimentos.

La mujer asintió, volviendo a ojear su pantalla.

—Creo que las fotos están bastante bien, además de la entrevista de Kiara.

—Bueno —alzó ambas cejas, medio fastidiado—, exponiendo ciertas de nuestras intimidades, claro que debió alimentar el morbo de la gente en internet.

—Creí que ya habíamos hablado de esto, InuYasha —le respondió automáticamente, haciendo un llamado a su paciencia. El comentario le había parecido mordaz y hasta cierto punto, hiriente.

Taishō también llamó a su paciencia, respirando hondo de la forma más imperceptible. Era verdad que habían hablado y él había terminado accediendo por ella, porque sabía que era trabajo y Jakotsu le había estado diciendo que necesitaba tomar esa entrevista para nutrir su imagen en redes sociales.

—Sí, lo siento… —terminó por disculparse, apenado y culpable. Ahora su mujer parecía más callada y dispersa.

—No, está bien —asintió, tratando de sonar compresiva aunque estaba sintiendo que las manos temblaban—, sé que fue incómodo para ti y agradezco que lo hayas hecho —lo miró a los ojos y ahora él parecía querer decirle algo con desesperación—, así que zanjemos ya el tema.

InuYasha estuvo a punto de volver a pedir disculpas, pero Kikyō acababa de cerrar ahí el tema y, francamente, él quería lo mismo.

—De acuerdo —reunió los platos y se puso de pie entonces—. Estaré en la oficina un rato antes de ir a la habitación, ¿sí? ¿Necesitas algo? —Le inquirió con interés, metiendo la silla bajo la mesa.

Kikyō negó, pestañeando un par de veces sin mostrar ninguna expresión más que la seriedad. Momentos como ese eran los que le hacían sentir que su relación se fracturaba cada vez más y ninguno de los dos podía o quería hacer nada al respecto. Era increíble que hubiera tanta frialdad entre los dos.

»¿Quieres que lleve tu plato para lavarlo? —Volvió en sí cuando lo escuchó preguntar.

—No, déjalo, yo todavía voy a terminar de comer —hizo un ademán para rechazar la oferta.

—Bien. Que aproveche, Kikyō —fue lo último que le dijo antes de retirarse a la cocina.

—Gracias —le respondió en el mismo tono seco.

Kikyō cerró los ojos cuando se supo sola. Las cosas estaban yendo de mal en peor.

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"—Higurashi, al final del día necesito comentarle algo, por favor, no se vaya sin que lo sepa"

Con esa frase que exclamó en voz alta y que seguramente había escuchado desde Sesshōmaru hasta la misma Mayu, el día de Kagome había empezado. La mayoría del tiempo su jefe había estado fuera por reuniones, así que no había tenido un segundo para preguntarle de qué se trataba. En la hora del almuerzo, como era de costumbre, Satō había compartido con ella y parecía también intrigada por lo que InuYasha tuviera que decirle. Y es que cómo no, si había llegado anunciándolo mientras entraba a su oficina y casi ni la había mirado mientras se lo informaba. Ella seguía sin saber, francamente, así que no pudo hacer más que encogerse de hombros y hacer una mueca de inconformidad.

Incluso Sesshōmaru se había acercado en la tarde para preguntarle si todo andaba bien y ella solo pudo responder que sí, hasta donde sabía. Después de la intervención del medio hermano de su jefe, el miedo había cobrado en ella, porque sintió que quizás se trataría de su despedida o de una queja, pero su instinto le decía que algo no muy bueno iba a pasar. Trató de hacer todas sus tareas con la mayor serenidad y cuando la noche cayó, sintió que se moría de los nervios. La hora de irse había llegado y tal como pasó en su primer día de trabajo en JP, volvía a quedarse sola en el piso, la única diferencia era que, esa vez, el Taishō mayor no se acercó a preguntarle nada cuando se retiró.

El corazón se le quería salir por la boca y no sabía si estar parada o sentada, pero no dejaba de mirar su reloj de mano. ¿Y si InuYasha lo había olvidado? No podía esperarlo más, tenía que irse ya. Empezó a mover la pierna derecha sin cesar, como si con eso mitigara la intranquilidad que sentía. Suspiró hondo y se alertó cuando escuchó el sonido del ascensor que le indicaba que alguien estaba en el piso. Le dio hasta miedo.

Escuchó los pasos de alguien acercarse y poco después vio a su jefe asomarse por entre los cristales. Respiró, un poco más aliviada, pero al segundo volvió a sentirse nerviosa por notar lo serio que venía. Se puso de pie inmediatamente.

—Buenas noches, señor —hizo una reverencia muy marcada cuando él se detuvo frente a ella, con su escritorio mediando entre ambos.

—Buenas noches, Higurashi —le devolvió, aunque su expresión seguía siendo bastante seria. Todavía no podía creer lo que estaba a punto de pasar, se sentía confundido.

Era muy extraño.

—¿En qué puedo ayudarlo? —Inquirió después, pero con voz segura, porque si la iba a despedir, ella no se iría avergonzada de absolutamente nada.

—Diciéndome la verdad —al tiempo que dijo aquello, le buscó los expresivos ojos cafés, que ahora bailaban de nuevo, casi asustados.

—Perdón, estoy confundida —ladeó un poco el rostro. Ahora eso parecía personal y ella no se estaba enterando bien.

—Dime algo, Kagome Higurashi… —comenzó a decir InuYasha, colocando ambas manos sobre el escritorio para inclinarse ligeramente y quedar a la altura de la aludida, que ahora parecía respirar con cierta dificultad—, ¿tú siempre has sido una mujer?

La azabache sintió que la garganta se hizo un desierto al instante.

Y no pudo siquiera moverse.

»


Tenía mil ideas pensadas para este momento y al final me ha salido algo completamente distinto. Tengo miedo de cómo será la interacción de ellos de aquí en adelante, manden inspiración uwu

Aaaaaaaaaaaaay, mis niñas preciosas, les comento que me había quedado sin PC, y hoy de milagro prendió, así que aproveché para actualizar. Espero de corazón que sigan disfrutando de esta historia que cada vez va develando más detalles, ¡prometo que todos tendrán su espacio aquí, no se desesperen!

Quiero agradecerles profundamente sus comentarios, que aprecien que esta historia tiene este ritmo.

Pff, ¿qué puedo decir? Sí, Kikyō ha entrado al juego; todo el que me conoce sabe que Kikyō es un personaje que quiero mucho y que las veces que la he puesto como pareja de InuYasha, no ha sido para echarle tierra, ni mucho menos, así que no esperen una villana. Sé que tal vez haga cosas que a algunos les moleste, pero tendrá sus razones que, aunque medio erróneas, podrá corregir después. Ella también tiene su camino y sus cosas que sanar en este fic, así que veremos lo que pasa después.

Un saludo enorme para:

MegoKa

Karii Taisho

Cindy Osorio

Carli89

Benani0125

Annie Perez

Rosa Taisho

Rocio K. Echeverria

Marlenis Samudio

Kayla Lynnet

Lady Minisa Bracken

Fuentes Rodriguez

Valentinehigurashi

Espero actualizar para mi cumple. Un beso enorme.