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Su cabello plateado y ojos dorados siempre habían sido motivo de burla o excesiva atención, cuestión que lo hizo desarrollar un rechazo temprano por aquellas características como si fueran malas. Odiaba que las personas se fijaran en él especialmente, detestaba responder preguntas sobre lo muy exótico que era, sobre su familia, el negocio, por qué se mudaba tanto o si su padre había engañado a su madre… Desde pequeño se había sentido acosado, así que, cuando fue consiente, se había convertido en un niño hosco y serio que casi le gruñía a la gente cuando se le acercaba porque tenía claro que solo lo iban a molestar. Detestaba ser diferente, era como convertirse en una distracción de circo y no poder mezclarse entre los demás como un niño normal. Mientras crecía, su actitud reacia se mantenía con él, pero la diferencia era que, inconscientemente, buscaba grupos a los cuales unirse sin que lo consideraran rarito. Ninguno funcionaba.
Otro factor que le daba tan poca estabilidad era que, a sus once años, ya se había movido de ciudades unas cinco veces. Cada vez que el imperio de su familia crecía y se extendía por el país, Tōga regentaba un par de años los nuevos negocios, así que se mudaban constantemente, no permitiendo que él hiciera una vida en un solo lugar, cada vez conocía a gente nueva y era un fastidio.
Había cumplido los once años cuando se mudaron a Kioto, una importante cuidad de Japón en la que su última sucursal había sido inaugurada. Su papá decía que después de ese proyecto, probablemente regresarían a Shibuya para instalarse totalmente en su ciudad natal, que ya no se mudaría así porque había sido demasiado. Los primeros días en los que había llegado al barrio, se dedicó a pasear con su madre y observar todo en silencio, analizando cada rincón que pudiera, grabándose las calles; en una de esas salidas divisó a un grupo de niños en un terreno baldío que podría ser el área de juegos común del barrio y, por alguna razón, le llamó la atención. Le había pedido a Izayoi que lo dejara ir sólo para hacer amigos y jugar con ellos. InuYasha tenía maestros privados, así que no dependía de un horario tan estricto de escuela que le impidiera salir la mayoría del tiempo. Por algunas ocasiones solo los observaba de lejos hasta que, en una de esas, uno de los más grandes que ya parecía un adolescente, le llamó la atención diciéndole que, si quería, podía unirse a ellos. Parecía que el muchacho ya lo había visto observarlos y tal vez le cayó bien.
"Con un poco de desconfianza decidió acceder ante el llamado, mirando fijamente la expresión de cada uno de los chicos para encontrar síntomas de burlas, pero no halló nada. InuYasha no dijo una palabra cuando se unió a los demás, únicamente los observó con el rostro bastante serio y notó que en el grupillo no había ninguna niña. Cruzó los brazos delante del pecho, como expectante.
—Hola, soy Miroku —se presentó, parecía alguien amable—, parece que eres nuevo aquí, ¿verdad?
Taishō movió la cabeza afirmativamente, comenzando a sentir un poco más de confianza, aunque no se movió un centímetro.
—Yo soy Sōta, hermano de él —se asomó otro unos dos años menor, apuntando al que había hablado primero.
—Yo soy Hiroki, él Taiki, aquel es Hayate, el otro es Toshio, Yamato, Isao y Jiro —mientras Hiroki le presentaba al resto de la pandilla, cada uno alzaba la mano como un saludo y sonreía. InuYasha sintió que por primera vez en la vida encontraba un grupo de niños que no parecían verlo como una distracción.
—¿Cómo te llamas? —Volvió la atención al primero, quien ahora alzaba una ceja y medio sonreía.
—InuYasha —por fin abrió la boca—, soy InuYasha.
El resto sonrió, notando que él ahora se encontraba más cómodo.
—Pues bienvenido, InuYasha —Miroku hizo una ligera reverencia con la cabeza.
—Sí. Si quieres, puedes unirte —Sōta secundó a su hermano y le ofreció otra sonrisa.
Justo cuando iba a decir algo sobre esa oferta, otro niño que parecía ser el menor de todos llegó corriendo a reunirse con ellos, colándose en medio de Miroku y Sōta como si fuera cercano. Taishō no miró al recién llegado, solo mantuvo su pose defensiva y frunció los labios, no sabía con quién se encontraría, así que prefirió prevenir.
—¿Te gustaría jugar con nosotros? —Le inquirió Miroku con tono interesado. Aunque no fijó su vista en el nuevo niño, notó que éste lo miraba fijamente, pero no pareció que era para burlarse, así que el ambarino no se sintió incómodo, al contrario, al ser el menor, tal vez podría ser quien menos se interesara por cómo se veían los demás.
—Está bien —soltó por fin los brazos y suspiró—, juguemos —el resto hizo una celebración por su respuesta positiva. Alzó los ojos para fijarse bien en el pequeño, que pareció asombrarse mucho por cómo se encontraron. A InuYasha le causó gracia la expresión confundida del azabache; podía entender que, al ser un recién llegado, pudiera causar una reacción inesperada.
Entonces le sonrió ligeramente.
—Oh, y él es Gume —Miroku se apresuró a presentarlos mientras el resto se dispersaba para preparar sus juegos—, nuestro hermano menor.
—Hola —le dijo Gume, alzando su mano tímidamente.
—Hola —le respondió con el mismo gesto"
Desde ese día había comenzado una amistad que después se convirtió en la mejor que había podido tener en toda su infancia y hasta la adolescencia.
A casi un año después de haberse instalado en Kioto, los problemas en casa empezaron: antes de que Tōga se casara con Izayoi había tenido un noviazgo con una mujer llamada Irasue que resultó estar embarazada cuando su padre terminó con ella, le ocultó el niño y se lo reveló cuatro años después, justo cuando se enteró de que InuYasha nacería. Al pensar que aquella notica sería un dolor demasiado fuerte para su mujer, Tōga decidió esconderle aquel secreto por todo lo que el pequeño Taishō llevaba de vida, hasta que, en un descuido, Izayoi se enteró de todo. Claramente, su madre había desatado una histeria y furia desconocidas para él, exigiendo volver a Tokio de inmediato, aunque nunca supo a qué parte irían porque no recordaba nada de una casa en la capital.
Así que, de un momento a otro, su vida tuvo que cambiar sin más explicaciones, sin tiempo de preparase. Al otro día estaban desocupando la casa, su madre estaba vuelta loca y le exigía que empacara todo. Él no entendía muy bien qué pasaba, pero apenas supo que Gume había ido a verlo y estaba en la entrada de su casa, se escabulló por donde pudo para ver a su mejor amigo y despedirse… Había sido una de las cosas que más dolor le causó, pues por primera vez en todo ese tiempo, sentía que se había "establecido", con amigos y un ambiente en el que estaba realmente cómodo, aquello era como una puñalada.
"—Creo que tengo que irme para siempre, Gume —le dijo con el corazón apretado, manteniendo sus brazos rectos pegados a los costados sin saber cómo reaccionar, aunque sus cejas arqueadas revelaban su angustia.
Los grandes ojos cafés se llenaron de lágrimas apenas escuchó aquello, la expresión se volvió casi desesperada y lo vio negar rápidamente con la cabeza.
—¿De qué hablas, InuYasha? —Incrédulo, Gume se hizo hacia atrás—. ¿Por qué te vas? —Su voz estaba quebrada, no podía entender nada. Había ido a visitarlo y solo vio un auto en donde estaban subiendo maletas y otras cosas.
—Pasó algo en mi familia y mamá solo quiere irse —jamás había tenido que despedirse de nadie, así que aquello era simplemente shockeante, no sabía qué decir, ¿cuál era la manera correcta de decirle adiós para siempre a tu primer "mejor amigo"?
—¡No te vayas, InuYasha, por favor! —Lo vio dar un par de pasos en su dirección como si quisiera abrazarlo, le temblaba todo el cuerpo. Gume siempre había sido muy sensible, de alguna forma era un poco diferente a los demás niños, pero era esa sensibilidad que les había permitido encajar tan bien.
—Lo siento, Gume, prometo que trataré de contactarte, yo…
—¡InuYasha, ven aquí ahora mismo! —Ambos niños miraron hacia dentro de la propiedad ante el grito histérico de la mujer.
—Me tengo que ir, Gume —ya no quiso mirarlo más, el nudo en el pecho estaba amenazando con hacerlo llorar.
—No, InuYasha… —el azabache empezó a llorar con más fuerza mientras su mejor amigo entraba para cerrar el portón—. Por favor…
—Adiós —eso último lo dijo con la voz finalmente quebrada—. Voy a extrañarte.
—¡InuYasha!"
Y esa había sido la última vez que lo vio. Después de unas horas cuando salió de la casa con una foto de ellos en mano, ya había anochecido, ya Gume no estaba ahí. El dolor fue tal que, sin ningún miramiento, dejó ir su llanto cuando se subió al vehículo y arrancó el viaje. Lloró hasta quedarse dormido con aquella foto entre las manos que quiso entregarle como recuerdo de ambos.
Aquella imagen fue una de las cosas más preciadas que salvaguardó por siempre. La amistad de ambos había sido muy significativa, quizás por eso lo recordaba cada tanto cuando se encontraba con la foto entre sus cosas.
Semanas después intentó mandar una carta a la dirección que recordaba, pero jamás obtuvo una contestación. Lo intentó unas veces más hasta que le enviaron una respuesta… al parecer, otra familia habitaba la casa y a quien buscaba ya no vivía ahí. La vida tuvo que seguir.
Poco después conoció a Kikyō, la hija de los mejores amigos de sus padres, quienes, entre sus problemas y casi separación, todavía se preocupaban por su futuro y quién mejor para él que Kikyō Itō, la bella "hija" que jamás tuvieron. Al principio ninguno de los dos estuvo interesado en nada, eran muy pequeños, pero poco a poco empezó a surgir una amistad; fue notorio que ambos no eran de muchos amigos, así que eso los hizo sentir una extraña empatía uno por el otro. En un punto, InuYasha le habló a Kikyō sobre Gume, en quién también había encontrado una amistad segura, pero de una forma distinta que con ella. Quizás después del tiempo y la convivencia, comenzaron a aparecer sus primeros sentimientos románticos hacia la joven, pero estos fueron interrumpidos por la nueva sucursal en Morioka, así que tuvieron que mudarse una vez más, ya con el matrimonio de sus papás intentando reconciliarse completamente. Allí entró por primera vez a una institución, la universidad, hizo su carrera y tomó por fin las riendas del negocio, quedándose como gerente durante dos años. Evadía que al volver tendría que empezar a llevarse con Sesshōmaru y no se sentía listo. Seis años lejos de Shibuya, no tuvo ninguna relación formal en ese tiempo, se dedicó más que todo a sus estudios, al empezar a trabajar tuvo otro par de encuentros casuales, pero rápidamente supo que esa vida no era para él. Le gustaba la estabilidad, era una forma de sentirse seguro y bajo control.
A dos años de reencontrarse con Kikyō y las constantes insinuaciones de que deberían casarse algún día, ambos habían decidido que podrían salir para conocerse más y averiguar si funcionaria, después de todo, ninguno de los dos es que tuviera pretendientes serios para escoger, aunque sabía que ella se había enamorado en la universidad, de todos modos no le fue bien según lo que le había contado y, contrario a lo que la gente pensaba, la vida amorosa de una modelo tan codiciada como Kikyō era más reservada que la de las personas normales. Ambos se atraían, eso era una ventaja, pero sabían en el fondo que solo buscaban hacerse compañía porque, en cierta forma, eran personas muy parecidas, así que eso sería motivo suficiente para llevar un buen matrimonio si es que resultaba.
Otro par de años después estaban en el altar. Y estaba bien, Kikyō le brindaba esa estabilidad que necesitaba. Su familia estaba feliz, él finalmente se había incorporado a la matriz de JP en Shibuya, tenía una carrera exitosa, una esposa que era modelo y empresaria, relación decente con sus padres —y una no tan buena con su medio hermano, quien también había tomado sus derechos en la empresa—, con sus suegros, con sus colaboradores y, cuando se dio cuenta, ya era un adulto con una vida bastante buena, no podía quejarse. Todo estaba bien, como acomodado perfectamente a propósito. Y, claro, como todo lo bueno duraba poco, de pronto empezaron los problemas con Kikyō; de repente tenían algún roce y ninguno de los dos contestaba de manera adecuada, sus horarios comenzaban a chocar, la carrera de Kikyō era totalmente distinta a lo que era él, no le gustaba estar en el ojo público, su vida sexual comenzó a perder fluidez y constancia, a veces comían en tanto silencio que era abrumador, cada vez costaba más reponerse de cada pequeña discusión… Lo que le molestaba era que se sentía como un inútil fracasado que no podía mantener un matrimonio por dos años, que se le iba de las manos, simplemente algo no andaba bien y a veces prefería solo ignorarlo.
Todas las parejas tenían crisis.
Estaba en medio de esa tormenta cuando Gume volvió a su vida, pero ahora era una mujer, era una persona diferente, pero tenía sus mismos ojos. ¿Una nueva amistad? ¿La misma persona que lo entendió en el pasado y ayudó a tener un poco más de confianza en él? ¿Encontraría en Kagome ese consejo que tal vez necesitaba para arreglar su vida? En su corazón había nacido cierta esperanza, como una luz al final del túnel, igual que esa sensación de la niñez cuando se sintió aceptado y cómodo, por eso el enojo causado por la traición no era tan fuerte como al inicio, estaba dispuesto a escucharla, debía haber una razón importante por la cual Kagome nunca fue sincera en ese aspecto.
O, al menos, eso quería creer.
Como fuera, esa noche iba a descubrirlo todo. Mientras tanto, se guardó aquello para él solo. No se lo diría a su esposa hasta que esa reunión pasara; tenía demasiado por decirle y preguntarle.
Ese día se le iba a hacer eterno.
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Caminó a paso apresurado hasta salir de su oficina y encontrarse con Satō, que era justamente a quien buscaba. La muchacha le sonrió amplio como siempre lo hacía con todos. Él alzó las cejas, suavizando la expresión.
—Satō, buen día —hizo un movimiento respetuoso con la cabeza y apoyó un brazo sobre el escritorio.
—Señor InuYasha —le respondió igual.
—¿Podría darme el número personal de la señorita Higurashi? —Le inquirió lo más serio que pudo. Entre todo lo que había pasado el día de ayer no le alcanzó a pedir el número para comunicarse y era obvio que a través de los medios oficiales de la empresa como lo eran el correo electrónico o el celular corporativo, no iban a hablar de sus cosas privadas.
—Oh, claro, es por su ausencia de hoy, ¿verdad? —Le preguntó con voz preocupada, casi como si estuviera representando a la muchacha—. Ni siquiera a mí me ha respondido por qué faltó —prosiguió mientras sacaba su móvil. Kagome jamás llegaba tarde, mucho menos faltaba y eso le preocupó.
InuYasha tomó aire de forma disimulada: ¿era raro si decía que él mismo le había dado permiso? Eso no sonaría nada profesional, sabía que se estaba metiendo en un lío al deliberadamente decirle a un empleado que no fuera a trabajar un día, pero es que eso no se trataba de cualquier trabajador ni de cualquier situación.
—Tranquila… —carraspeó apenas, la castaña lo miró un poco confundida—, yo le di permiso, tenía algo urgente que hacer hoy —aquello lo dijo casi sin respirar, rápido—. Páseme su número, por favor —evitó la mirada de la muchacha al tiempo que tomaba una notita y el bolígrafo del escritorio.
Mayu lo miró con cierta duda, pero no dejó de hacer su tarea de desbloquear el móvil para buscar lo pedido.
—Claro… —le extendió la mano con el dispositivo que mostraba el contacto de "Kagome Higurashi JP"—, aquí está, señor.
—Muchas gracias, Mayu —su tono ahora era un poco más animado; por alguna razón, el saber que por fin hablarían como dos amigos normales le había alegrado—, le debo una —hizo su típico gesto de despedida "Arrivederci" mientras se guardaba el papel en el bolsillo.
—Descuide —ella le hizo una reverencia, riendo.
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Sango había puesto el grito en el cielo después de que le contara en la mañana que InuYasha ya lo sabía todo. Solo demoró unas horas mientras acababan su sesión de fotos de ese día para volar hasta su departamento, ¡hasta había llevado ropa para quedarse a dormir con ella y que le contara cada cosa que pasaría en la cena de esa noche!
Su amistad con Sango era de las mejores cosas que tenía en el mundo. La había conocido a los 20 cuando se encontraron accidentalmente en una clase. En aquella ocasión, Tanaca se veía bastante desorientada y triste, pero ella no pudo hacer nada porque la castaña tuvo que salir corriendo a su facultad para entrar a la clase que le correspondía; al terminar la jornada de ese día, mientras salía del edificio, se topó con la muchacha bajando las escaleras y allí fue que tuvieron una real interacción por primera vez. Francamente, siempre pensó que había sido el destino.
Sango había perdido a su madre hacía poco y su familia quedó con increíbles gastos que no permitirían que siguiera pagándose los estudios y la renta en Tokio, así que era posible que tuviera que regresar a su pueblo natal y no poder cumplir sus sueños; fue entonces que Kagome le ofreció poder quedarse en su departamento para que pudiera seguir allí hasta que encontrara un trabajo que solventara sus gastos. Y sí, quizás se metía en un lío al invitar a una extraña a su pequeño apartamento para que se quedara ahí, pero había sentido confianza y unas genuinas ganas de ayudarla. Desde esa ocasión se habían vuelto mejores amigas y Sango vivía agradecida con ella por todo y viceversa, porque había sabido ser un apoyo de vuelta para Higurashi también. Eran como hermanas.
—Listo, mira —la dejó reflejarse y observó con una sonrisa mientras ella admiraba el resultado.
¡Era perfecto! La había maquillado de tal forma que se veía bonita, pero no parecía haber alterado su estilo en lo más mínimo: tenía más maquillaje de lo normal, pero seguía viéndose como siempre, no parecía que se hubiera «esforzado» para llamar la atención de InuYasha o algo por el estilo.
Por mucho tiempo, Tanaca había sido su "estilista"; escogía sus outfits, la maquillaba, peinaba y consentía, siempre le había dejado claro que era una mujer hermosa y que no debía obedecer a ningún estándar que no quisiera solo para encajar, pues era bella tal y como era. Cuando pasó lo de Kōga, intentó ayudarla, pero Kagome sentía demasiada vergüenza como para exteriorizar sus miedos y prefirió vivir sus inseguridades sola. En su mente, las palabras de Sango aplicaban para las amigas, pero para un hombre no. Sango era tan fuerte y segura de sí misma, que mostrarse vulnerable por la mirada de un hombre la hacía sentirse tonta, un error que no volvería a cometer en la vida.
—Es hermoso, Sango, ¡eres una artista! —La halagó, sobando sus labios para homogeneizar el color del labial.
—Gracias. Debemos apresurarnos —hizo gestos de ansias con las manos, parecía más emocionada que la misma Kagome. Sango sabía al pie de la letra quién era él y qué significaba en la vida de su amiga—. ¿A qué hora te dijo que pasaba por aquí?
—A las 7:30 —respondió con cierta emoción, imposible de disimular. Todavía no podía olvidar lo increíble que había sido ver un mensaje de él en su WhatsApp. Y mucho peor cuando, en la tarde, la había seguido por Instagram. Ella le dio follow back minutos después.
—Entonces estamos a tiempo —asintió a la vez que se movía hasta el closet de la azabache—. Veamos qué tienes por aquí… —se quedó un segundo en silencio observando las prendas—, ¿te dijo a dónde irían a cenar?
—Dijo que iríamos a cenar, creo que a un restaurante de comida china —lo conocía lo suficiente para saber que tomaría en cuenta ese detalle. Cruzó las piernas y se dedicó a mirar cada cosa que haría su compañera.
—Entonces debe ser algo más casual que elegante —empezó a abrirse paso por entre los armadores—. Debe ser algo que diga que eres una mujer linda, pero que no te estás ofreciendo a él; algo que diga que sí te pensaste el outfit, pero no para llamar especialmente su atención.
—Sango, por favor —estaba roja, no sabía ya cómo sentarse.
—¿Qué? —Inquirió distraída, poniendo los ojos sobre un par de vestidos.
—Primero, hablas como si yo estuviera soltera y esto fuera una cita romántica —ante el comentario, Tanaca se quedó completamente seria; la trataba como soltera porque, en el fondo, para ella, esa relación con Kōga no servía, además de que ya le había dicho que estaban enojados y ese día no habían cruzado un mensaje en WhatsApp— y, segundo, InuYasha está casado, Sango, es un hombre comprometido y, además —se recostó en su silla para alcanzar el café helado—, es mi amigo que no había visto en una vida, no lo veo de esa forma.
La castaña negó. Al principio de toda esa situación, cuando se reencontraron, pensó que entre esos dos podría surgir algo, pero se había sentido limitada cuando se enteró de que InuYasha estaba casado. Bueno, no iba ella a ponerse a hablar del futuro.
—Tienes razón, lo digo en plan de amistad —sacó por fin un bonito vestido café terracota con escote en v y falda suelta, medio corta—. Este vestido es perfecto, lo acompañas con un blazer negro y estos botines —se agachó por el par de zapatos—, ¿qué dices?
Ante la propuesta tan acertada, la azabache solo pudo alzar su dedo pulgar en aprobación.
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Después de haber pasado por su edificio y haberla recogido, el viaje había ido medio en silencio un buen tramo. InuYasha la miró de reojo para notar que observaba en silencio por su ventana; lucía un poco nerviosa, pero también más liberada, como si una pared se hubiera roto entre ellos y eso también le daba un aire de frescura que se notaba en su rostro. Era extraño no verla con el uniforme del trabajo e, irónicamente, esa noche llevaba un vestido y no un pantalón como en la empresa; con eso solo recordó lo absolutamente nulo que era su conocimiento de la vida personal de sus colaboradores y que con Kagome sería la primera y probablemente única excepción que haría, porque ella era Gume y era importante…
—¿Sabes que le pedí tu número personal a Satō? —Comentó por fin, rompiendo la tensión y atrayendo la mirada de su compañera inmediatamente.
La azabache sonrió, asintiendo: era obvio, se lo imaginó desde el principio.
—¿Y mi Instagram? —Inquirió y se atrevió a hacerlo con un tono risueño, sobando sus dedos índice y pulgar uno contra otro para disipar el nerviosismo que poco a poco iba despareciendo. Era un poco complicado saber qué decir o cómo comportarse, finalmente, InuYasha no solo era un hombre con una vida hecha, también eran de distintos estratos sociales.
Todavía le parecía increíble que todo hubiera pasado en un mismo día. ¿Eran ellos los mismos de aquel lunes de marzo en el que había entrado a JP? ¿Los mismos buenos compañeros de trabajo, aunque, a la vez, personas tan lejanas y desconocidas uno del otro? Es que parecían otros, así lo sentía ella, pero InuYasha realmente no se había detenido a pensarlo porque para él todo estaba sucediendo muy rápido y, como tenía mil cosas por preguntar, la verdad era que no reparaba en si parecían los mismos de hacía casi dos meses atrás o no.
—No, ese no… —no dejó de ver la carretera. Se mordió ligeramente el labio por dentro: se suponía que debía esperar a estar en el restaurante, pero la conversación había surgido y no iba a posponerlo para sacar la pregunta después de la nada—; lo busqué entre los seguidos de tu novio.
Aunque no supo por qué, un escalofrío recorrió a Kagome y su sonrisa se borró. Sintió los dedos fríos.
—Oh, entonces seguías a Kōga, ¿cierto? —En realidad, esa no era la cuestión que le incomodó, pero sí tenía la duda genuina.
—Así es… —asintió despacio, mirándola de soslayo—. ¿Llevan mucho tiempo saliendo? —Esperaba por todos los cielos que le dijera que no.
—Bueno… —ella carraspeó e InuYasha supo que tal vez se venía una repuesta más compleja—. Dos años seguidos, actualmente —cruzó la pierna y reposó las manos sobre ellas—, pero antes tuvimos una relación que duró un año y luego nos separamos por otro año más.
¿Separación? ¿Kagome sabría de esos rumores de relación entre Kōga y la modelo Kakazu? Tal vez estarían en una relación abierta, tal vez en trio, ¿Kagome podría ser bisexual? Era una posibilidad, la verdad era que no tenía idea y se sintió medio estúpido por asumir mil cosas por una sola respuesta.
—¿Problemas? —Decidió preguntar con un tono que intentaba no ser atrevido, pero que gritaba por información.
—Sí, algo así —pero Kagome no iba ahí a contar todas sus desgracias amorosas y menos algo tan horrible como lo de Ayame; a pesar de todo, InuYasha era nuevo en su vida de alguna forma y tampoco estaba en obligación de escuchar todo su drama apenas en la primera reunión que tenían—. ¿Y tú? —Decidió voltear la situación a él, que hasta ese momento no había hablado nada sobre su esposa—. ¿Cuánto llevas casado?
—Oh, ¿sabias que estoy casado? —Abrió mucho los ojos y sus labios se curvaron apenas.
—Sí, la señora Kikyō Itō —dijo con mucha naturalidad, como si llevara años conociéndola—, salieron en la portada de «Rostros».
InuYasha respiró hondo mientras alzaba la quijada: le sabía un poco mal que Kagome hubiera tenido que enterarse de parte de su vida por una portada de revista y no en una conversación como era normal. Esperaba que no hubiera leído el artículo porque, francamente, le daba vergüenza.
—Como tú, dos años —respondió poco después. Kagome simplemente lo observaba con una expresión relajada, parecía tranquila con eso, así que él no se sintió tan mal por pensar en que no se había enterado de la mejor forma—. Te contaré más cuando lleguemos al restaurante, porque tenemos mucho de qué hablar, Gume —aquello último lo dijo de forma casi especial y giró el rostro para verla reaccionar ante ese apodo que no compartían desde su infancia.
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InuYasha abrió el mensaje de su esposa en WhatsApp para responderlo rápido.
"El evento acá está bastante animado, Suikotsu está encantado con las propuestas de nuevos proyectos. ¿Cómo va tu cena?"
La noche anterior le había dicho que ese día llegaría tarde porque tenía una cena social de la empresa, diciéndole mentiras a medias o verdades con omisión de información; el caso era que le había parecido muy pronto para decirle que Gume había vuelto y que era su asistente si ni siquiera había conversado con Kagome. Resultaba que, justo esa noche, Itō también tenía un evento importante, así que los dos estarían fuera hasta tarde, parecía una suerte.
"Por acá todo bien. La cena empezará pronto, es comida china. Te hablo apenas pueda. Suerte"
"Gracias, InuYasha, igual para ti. Que aproveche"
Con esa repuesta y una profunda inhalación, prosiguió a la zona VIP del restaurante.
Por su parte, Kagome se animaba a revisar la última conexión de su pareja por si se había dignado a escribirle. Sabía que tal vez en esa ocasión debería ser ella quien hiciera algo por arreglar el desastre, pero no, si Kōga no se animaba, ella todavía no estaba lista y tenía que pensarlo bien. Sí, era orgullosa y le costaba mucho.
—Bien, espero que este lugar sea adecuado para nuestra reunión, Kagome —mientras su jefe decía eso, sus ojos chocolates siguieron cada movimiento hasta que él se sentó frente a ella.
Kagome estaba anonadada y solo pudo negar.
—¿Cómo no va a ser adecuado si alquilaste todo este espacio? —Hizo un gesto con la mano para enseñarle.
Y sí, en efecto, InuYasha había reservado toda una zona especial del local de comida para que no estuviera nadie alrededor que escuchara o interrumpiera la larga conversación que iban a tener. Para InuYasha, esa noche de verdad importaba y era decisiva de qué pasaría con su amistad de esa reunión en adelante.
La joven se ventiló un poco con la mano porque, ante el calor de esa noche y el nerviosismo que empezaba a atacarla, ya no estaba tan segura de sus movimientos.
—Pues me alegro de que así sea, porque esta noche tienes mucho que explicarme.
Kagome tragó duro al notar que la mirada dorada se había vuelto algo severa y seria.
Asintió, decidida.
—Empecemos.
La noche iba a ser un poco larga.
»
Lo bueno es que ya ustedes saben lo que pasó y no tendré que explicarles cada cosa que sucedió en esta reunión jajaja.
Quiero que aclarar que esta situación de la identidad de género de Kagome me fue inspirada muchísimo gracias a "Ranma ½", otra obra de Rumiko que muchos de ustedes deben conocer, además que ando por ahí viendo otras obras de ella y me di cuenta de que le gusta mucho jugar con esto, así que realmente me siento un poco mejor cada vez que entro a la historia a corregirla porque veo que, a pesar de que no estoy tomando una idea que haya sido posible para Kagome en el universo de "InuYasha", sí que estoy inspirándome de otras obras de los universos de la misma autora y eso me alegra y me da más seguridad en mi fic.
Por otro, lado quiero decir que sí, aquí hay un momento súper cliché que es "el chico alquilando el espacio", sin embargo, InuYasha no alquiló todo el restaurante porque, tampoco, simplemente reservó un espacio VIP que es como un lugar apartado en el restaurante; igual me dio risa y quise incluirlo, haciendo guiño a este recurso muy utilizado jajaja.
Creo que este capítulo explica bastantes cosas —y como voy explicando de a poco, por eso es que parece que va lento y se aumenta el número de capítulos, debo explicar una vida que me salté de todos—, también hay muchas situaciones que yo misma o personas de mi entorno han vivido, así que son completamente normales para mí. Quiero decir que en este fanfic verán a los personajes cometiendo errores, pensando que aferrarse a algo les va a dar esa estabilidad o felicidad que el ser humano busca, en realidad; yo sé que muchas veces dirán "pero por qué hizo eso, por qué se comportó de esa manera, por qué no suelta", lo sé, yo entiendo, pero hay muchas limitaciones, presiones y otros factores que hacen que los personajes no puedan tomar una decisión correcta y ser libres sino hasta que la vida los pone en momentos duros.
Espero que sepan entender eso y que no me crucifiquen por no juntarlos tan diligentemente como ustedes esperan, o que suceda todo de una forma en la que puede parecer un poco desesperante, pero creo que es necesario para su paso a una relación con aprendizaje. Creo que ellos siempre están aprendiendo y, aunque no se trata de falta de sus sentimientos, creo que el hecho de que InuYasha esté casado y Kagome sea una anti de las infidelidades e iría completamente contra su moral, valores y promesas personales el enamorarse de un hombre casado, complicó muchísimo el paso de amistad a amantes.
Sé que estas notas de autor son extremadamente largas y lo siento, pero como no tengo el tiempo de responderles a cada una, tengo en mente varias de las preguntas o cuestiones que supieron expresar en sus comentarios, así que intento responderlos de forma más general.
De verdad me hace muy feliz y me alegra demasiado cada vez que Leo sus comentarios, ¡porque es un fanfic en el que no hay reviews de una línea!, todas se toman el tiempo de dejarme más de un renglón, estoy muy contenta, siempre quise tener un fanfic en el que la gente analice y tenga sus cosas que decir, buenas o malas, les molesten o no; yo las entiendo, las aprecio y, háganlo, por favor, siempre expresen todo lo que sienten, porque tampoco les ofrezco un fit perfecto —sé que cometo errores, su retroalimentación siempre me ayuda a mejorar, de repente hay vacíos argumentales que no detecté antes, ¡así que gracias por eso!—, pero sí hecho con mucho cariño, sin embargo, estoy abierta a leer/esclarecer todas sus inquietudes y/o críticas.
Les mando un abrazo realmente enorme, preciosas. Muchísimas gracias por su valiosa atención.
