REVENGE
~Capítulo 35~
Mimi se quedó inmóvil, como si las palabras de Koushiro hubieran congelado el tiempo. Sus labios se separaron ligeramente, pero ningún sonido salió de ellos. El aire parecía haberse vuelto denso a su alrededor, y su corazón latía con fuerza, resonando en sus oídos como un tambor desbocado.
—¿Qué...? —logró articular finalmente, aunque su voz era apenas un susurro cargado de incredulidad. Sus ojos buscaron los de Koushiro, como si necesitara confirmar que no había escuchado mal.
Koushiro, aunque claramente incómodo, mantuvo su mirada fija en ella. Sabía que lo que estaba diciendo era un golpe devastador, pero también era una verdad que no podía seguir ocultando.
—¿Qué dijiste?— Preguntó la oji-miel— ¿Dijiste que...?—Dudó en preguntar— ¿Existe una posibilidad de que Rika sea mi hija?
Koushiro asintió: —Sí, Mimi... —repitió con cautela—. Existe la posibilidad, Mimi, de que ella sea la hija que creíste haber perdido.
El rostro de Mimi pasó por una serie de emociones en rápida sucesión: confusión, negación, y luego un destello de esperanza mezclada con temor. Sus manos comenzaron a temblar, y tuvo que apoyarse en el respaldo de la silla para no perder el equilibrio.
—No... no puede ser —dijo, sacudiendo la cabeza como si con ese gesto pudiera rechazar lo que acababa de escuchar.
Koushiro tragó saliva, consciente de lo delicado del tema. Dio un paso hacia ella, intentando transmitir calma con su postura.
—Si puede.—Respondió— Rika no es hija biológica de Yamato y Sora.
Mimi levantó la mirada, sus ojos aún enrojecidos por el llanto. —¿De qué hablas?
Koushiro tomó una profunda respiración antes de continuar. —Rika es adoptada. Yamato y Sora la adoptaron cuando era muy pequeña.
Mimi se quedó en silencio, asimilando la información. —¿Adoptada? —repitió, su voz apenas un susurro.
Koushiro asintió. —Sí. Lo supe recientemente y creo que es importante que lo sepas también. Esto no cambia el hecho de que has estado intentando vengarte a través de ella, pero quizás entender más sobre su situación te ayude a ver las cosas desde otra perspectiva.
¿Adoptada?
¡No, eso no era posible!
—Es imposible...
—¡No lo es!—Exclamó Koushiro—Hace un tiempo lo confirmé en los micrófonos. Yamato e Hiroaki lo hablaron muchas veces.
Mimi procesó esta información en su mente.
—¿Y por qué recién ahora me vienes a decir esto?
—Porque...—Koushiro se mordió el labio inferior— Hace poco tiempo lo supe y no le tomé importancia hasta que...
—¿Hasta qué?— Preguntó Mimi.
—Comencé a unir algunos cables.—Respondió el pelirrojo.
La castaña movió la cabeza: —N-no...—Habló— No tiene sentido de que hayan adoptado a un bebé. Sora podía tener más hijos.
—Por lo que sé, Sora se operó para no tener más hijos meses después de casarse con Yamato.
—¿Se operó?— Cuestionó la oji-miel— Eso es imposible.
—No lo es.—Respondió el pelirrojo—Tengo evidencia de su operación. Además, Sora nunca apareció embarazada, no hay ningún registro de ella embarazada luego de nuestra desaparición.
Mimi movió la cabeza incrédula.
—La verdad es que...—Koushiro suspiró— No quería decirte esto, porque estabas muy cegada en tu venganza y estabas preocupada por Ryo, no quería darte otra preocupación, pero...
—¿Pero?
—Tengo la ligera sospecha de que, la bebé que tuviste en prisión es Rika.
¿Qué?
—Eso no puede ser.
—Yo creo que sí.—Declaró Koushiro— No tengo pruebas. Pero todas las pistas apuntan que lo es.
¡No! Eso no era posible.
—¡No digas mentiras!— Exclamó Mimi— Rika no puede ser mi hija.—Declaró— Mi hija murió. Yamato la enterró.
—Puede ser una mentira.
—Vi a Yamato llorar frente a su tumba.—Habló la castaña.
—En esa tumba también están tus restos ¿no?
Sí, pero ella misma vió como, Yamato lloraba por su hija: Demiyah.
Mimi movió su cabeza: —Koushiro no...—Declaró— ¡Rika no es mi hija!
—¿Por qué te cierras a la idea?
—Porque estoy segura que no.—Respondió la oji-miel—Porque si lo fuera yo lo sentiría.
Koushiro movió su cabeza: —No puedes estar segura. Todo es posible.
¡No, esto no era posible, Rika no podía ser su hija!
—He pensado seriamente en hacerles una prueba de ADN para verifi...—El pelirrojo intentó hablar pero la castaño lo interrumpió.
—¡No hagas ni tal!— Exclamó Mimi—No hagas ni tal de hacernos un examen de ADN. No quiero que pienses en tonterías.
—¿Estas segura que no sientes?—preguntó el pelirrojo— ¿o no quieres aceptar que odiaste a la hija de Yamato y Sora cuando es posible que también sea la tuya?
—¡No vuelvas a repetir eso!— Sentenció la castaña con firmeza y observó a todos— Y mejor vete de aquí. No quiero que me continues hablando de esto.
—¿Por qué Mimi? ¡Mira tú!...
—¡Nada!— Exclamó la castaña— ¡Nada! ¡Deja de hablar estupideces!
Está bien...al menos por el momento...no volvería a tocar ese tema.
Fue un error tocar ese tema justo en ese momento en el cual Mimi estaba vulnerable.
Al principio, nadie prestó demasiada atención, pero con el paso de los minutos, el bullicio fuera del hospital se hizo más notorio. La familia Ishida, reunida en la sala de espera, comenzó a notar que algo no estaba bien. Los murmullos de los empleados de la clínica y los ojos curiosos de las personas que pasaban junto a las ventanas del edificio indicaban que algo estaba ocurriendo fuera. Los camarógrafos y periodistas comenzaron a hacer su aparición, algunos con cámaras en mano y otros con micrófonos listos para captar cualquier información.
Takeru fue el primero en notarlo. Su mirada se dirigió hacia la ventana, donde el flash de las cámaras comenzaba a iluminar la escena. La tensión en su rostro creció con rapidez. Caminó hacia la ventana con pasos rápidos y, al asomarse, vio lo que ya temía: una multitud de periodistas, con cámaras y grabadoras, que comenzaba a formar un círculo alrededor de la entrada principal.
—Esto no es bueno —murmuró para sí mismo, apretando la mandíbula.
Sora, que estaba sentada cerca de la mesa de la sala de espera, levantó la vista al escuchar las palabras de su marido. Su rostro palideció al ver a su esposo mirándolos a través del cristal. La presión de su pecho aumentó al percatarse de lo que estaba pasando.
—¿Qué está pasando allá afuera? —preguntó, intentando no sonar alarmada.
Takeru se giró hacia ella, con el rostro tensado por la preocupación. —Están allí por Rika, seguro. Quieren reportar la situación. La noticia de su estado se está propagando rápidamente.
Sora se levantó de golpe, su expresión llena de angustia. —¡Esto no le hará bien a Rika! —exclamó, comenzando a caminar de un lado a otro, sus manos entrelazadas con nerviosismo—. No está bien, no está bien para ella. ¿Qué vamos a hacer?
Takeru respiró hondo, tratando de mantener la calma. Sabía que su hermana estaba pasando por una de las situaciones más difíciles de su vida, y todo lo que necesitaba era tranquilidad, no una exposición pública que solo podría empeorar las cosas. Observó a sus sobrinas, Nene e Izumi, que también estaban visiblemente alteradas. Ambas se acercaron a su madre y la rodearon, tratando de darle un poco de consuelo.
—Sora, tenemos que hacer algo. —Takeru frunció el ceño mientras observaba cómo los periodistas se posicionaban alrededor de la entrada. Ya había varios micrófonos apuntando hacia la puerta de la clínica, y las luces de las cámaras parpadeaban incansablemente.
—Yo me encargaré de hablar con ellos —dijo Takeru con voz firme, aunque en su interior sentía una creciente angustia. No quería que Rika se enterara de esto de esa manera, pero no podía dejar que la situación escalara. Tenía que manejarla antes de que fuera demasiado tarde.
Pero antes de que pudiera dar un paso más, Sora lo detuvo, tomándolo de la muñeca con urgencia. —No puedes ir allá, Takeru. Ellos buscarán cualquier cosa para sacar una historia. Estás empeorando la situación. —Su voz tembló mientras la preocupación por su hija aumentaba—. Rika no está bien, y esto solo la afectará más. Necesitamos que se mantenga alejada de los medios.
Takeru asintió, comprendiendo que lo que Sora decía tenía sentido. Las cámaras no harían más que exponer a Rika a una presión innecesaria, y lo último que necesitaban era más caos.
Justo en ese momento, Nene, con la mirada baja y el rostro desbordado por la preocupación, se acercó lentamente.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó, su voz quebrada por la ansiedad. La joven se abrazó a su madre, buscando consuelo, pero en sus ojos había una preocupación evidente.
Izumi, quien también había estado observando la escena desde un rincón, miró a su madre y a Takeru antes de hablar con tono serio. —¿No podemos hacer nada para detenerlos? No podemos permitir que esto se salga de control.
Takeru se giró hacia ellas, notando la angustia reflejada en sus rostros. A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, el peso de la situación estaba afectando a todos.
—Tenemos que mantenernos tranquilos —dijo Takeru con firmeza—. Lo peor que podríamos hacer ahora es hacer un escándalo. La atención de los medios ya está aquí, y si no somos cuidadosos, se descontrolará. —Se detuvo un momento, sopesando la situación—. Lo mejor será esperar, esperar a que Rika se estabilice, y luego decidiremos qué hacer con todo esto.
Sora asintió lentamente, aunque seguía evidentemente tensa.
—Debemos protegerla, Yamato. No podemos permitir que se exponga.
Yamato miró a su alrededor, observando a cada miembro de su familia. Sabía que tenía razón: necesitaban mantener la calma. No podían hacer más que esperar. Pero no dejaba de sentirse inquieto. Sabía que si los periodistas seguían allí mucho más tiempo, las cosas solo empeorarían.
En la sala, el ambiente estaba cargado de nerviosismo y angustia. Nadie podía predecir qué sucedería a continuación, pero todos sabían que la situación había dado un giro que cambiaría las cosas para siempre.
—Iré a hablar con ellos.—Declaró el padre de Nene e Izumi.
—No es necesario.— Una voz se escuchó en el lugar y todos al voltear se encontraron con Haruna.
—Yo me encargaré de ellos.
Todos se sorprendieron.
—¿Haruna? —preguntó Sora con voz suave, aún sin entender bien la situación. Haruna había sido una conocida en su círculo, pero no se esperaba que llegara en ese momento, mucho menos para involucrarse en algo tan delicado como esto.
Haruna, con su postura firme y segura, se adelantó y miró a todos en la sala. La calma que irradiaba era sorprendente, y parecía que tenía todo bajo control, a pesar de la tensión que se respiraba en el ambiente.
—Yo me encargaré de ellos. —Sus palabras resonaron en la sala como un desafío claro a la autoridad de los demás. Había un tono decisivo en su voz que no dejaba lugar a dudas: no aceptaría objeciones.
Yamato, que había estado de pie mirando a la multitud de periodistas desde la ventana, se giró con rapidez al escuchar la declaración de Haruna. Su ceño se frunció con fuerza, y su mandíbula se apretó en un gesto de frustración. La situación ya era bastante difícil sin que alguien más interfiriera.
—Señorita Anderson, no es necesario —respondió Yamato, intentando recuperar el control de la situación. Sin embargo, su voz sonaba algo vacilante ante la presencia de Haruna.
Haruna lo miró fijamente, con una mirada tan fría como calculadora. Sabía que Yamato, en ese momento, no tenía la autoridad ni la presencia para manejar lo que estaba ocurriendo. La situación se le había escapado de las manos, y su intento de controlarlo solo había empeorado las cosas.
—Tú no harás nada —declaró Hiroaki de forma tajante, mirando a su hijo con desdén. El tono de su voz, cargado de una autoridad que Yamato conocía bien, lo sorprendió. Hiroaki nunca había sido un hombre de muchas palabras, pero cuando las pronunciaba, éstas pesaban más que cualquier otra cosa.
Yamato se giró hacia su padre, sorprendido por la dureza de su respuesta. Había algo en sus palabras que no podía ignorar.
—¿Qué...? —comenzó a preguntar, pero Hiroaki lo cortó de inmediato.
—Está claro que no eres capaz de controlar este tipo de situaciones —comentó el castaño con voz grave, su mirada fija en Yamato. Era una crítica directa, y cada palabra se sentía como un golpe certero. La dureza de su tono reflejaba su frustración con su hijo.
El rubio, al ver la incredulidad en el rostro de su padre, apretó los puños. No quería dejarse llevar por la rabia, pero era difícil mantenerse sereno bajo la presión que sentía. Alzó la mirada, buscando alguna señal de apoyo de su madre o de sus hijas, pero nadie parecía dispuesto a intervenir.
—No te pregunté —respondió Yamato con dureza, mirando a su padre con furia contenida.
Hiroaki, sin embargo, no se inmutó. —Pero deberías obedecerme —contestó de forma autoritaria. —Porque está claro que, si no lograste impedir que tu hija actuara de esta forma, mucho menos lograrás que los periodistas nos dejen de molestar. —La crítica era clara, y Yamato, al escucharla, sintió cómo un nudo se le formaba en el estómago.
La atmósfera en la sala estaba cargada de tensión, y en ese instante, parecía que todo podría estallar. Haruna, al notar la creciente incomodidad de Yamato, se acercó a él con calma. Su presencia era como un faro de tranquilidad en medio del caos. Con un gesto suave, depositó su mano en el brazo de Yamato, sintiendo la rigidez de su cuerpo.
—Todo estará bien, Yamato —le dijo en voz baja, pero lo suficientemente firme como para que él la escuchara. Sus palabras, aunque sencillas, tenían un tono de confianza que parecía aliviar ligeramente la tensión en él.
Yamato la miró por un momento, sus ojos llenos de frustración. Sus pensamientos se entrelazaban con las palabras de su padre, y la situación parecía irremediable. Pero al sentir la calidez de la mano de Haruna en su brazo, algo en él se calmó. Sabía que Haruna, aunque su enfoque pudiera ser muy diferente al de su familia, era una persona que sabía cómo manejar los problemas.
—Muchas gracias, Haruna.
Como siempre, salvando la situación.
Mimi caminaba con paso firme hacia la salida de la sala, sus tacones resonando con fuerza en el suelo de mármol. Cada paso que daba parecía cargado de decisión. No podía ignorar el caos que se desataba afuera, pero ella tenía su propio plan. Sabía lo que debía hacer para manejar la situación.
Koushiro, que se encontraba a su lado, la observaba con detenimiento, como si estuviera esperando a que dijera algo más. El silencio entre ellos se hizo incómodo hasta que, finalmente, decidió romperlo.
—¿Qué tienes planeado hacer? —preguntó Koushiro, su voz cargada de desconfianza. Sabía que Mimi no era una persona que tomara decisiones sin un propósito claro, y la situación que se estaba viviendo en la clínica no era algo que pudiera manejarse a la ligera.
Mimi detuvo su paso por un momento y lo miró de reojo, sin detenerse. Con una sonrisa fría en sus labios, respondió de manera sencilla pero con una calma perturbadora.
—Ayudar —dijo, su tono decidido.
Koushiro la observó en silencio, su mirada seria y penetrante. Sabía que no podía confiarse completamente en ella, sobre todo en momentos como este, cuando la situación se complicaba con cada segundo que pasaba. Decidió expresarlo de manera directa.
—Espero que no saques provecho de esta situación —dijo, su voz tensa, casi acusatoria.
Mimi frunció el ceño al escuchar sus palabras, deteniéndose por completo en su marcha. Giró la cabeza hacia él, con la expresión de alguien que no estaba dispuesta a dejarse intimidar por esas acusaciones.
—¿En serio me crees capaz? —preguntó, su tono despectivo. Había algo en sus ojos, una chispa de irritación que mostraba su molestia por ser cuestionada de esa manera.
Koushiro no se dejó influenciar por su actitud y mantuvo la mirada fija en ella.
—Con tu sed de venganza, eres capaz de todo —respondió, sin dudar. No era la primera vez que veía a Mimi en situaciones donde sus deseos de venganza podían nublar su juicio, y no pensaba dejar que eso ocurriera una vez más.
Mimi apretó los dientes, sus puños se cerraron con fuerza. Sabía que Koushiro tenía razón en cierto modo, pero no iba a permitir que alguien le hablara de esa forma. De todos modos, no podía negar la verdad detrás de las palabras de Koushiro. Sí, su sed de venganza estaba alimentando muchas de sus decisiones, pero no iba a dejar que nadie la juzgara tan fácilmente.
—Sí, lo soy. Yamato merece sufrir —dijo, la frialdad en su voz era clara y no dejaba espacio a dudas.
Koushiro la observó fijamente, como si estuviera analizando cada palabra que había pronunciado. Sabía que Mimi había sufrido mucho por culpa de Yamato, pero también sabía que la venganza tenía un precio, y a veces, ese precio era mucho más alto de lo que cualquiera podía imaginar.
—Sí, Yamato merece sufrir, pero no puedes jugar con Rika —dijo Koushiro, su tono serio y firme. La mirada de Mimi cambió al escuchar su nombre. —Debes recordar que hay una posibilidad de que Rika sea tu hija —añadió, sin rodeos, haciendo que el aire en la sala se volviera aún más denso.
Las palabras de Koushiro cayeron como una bomba, haciendo que Mimi se detuviera de golpe. Por un instante, no supo cómo reaccionar. La mención de Rika, de su hija, la desconcertó. No quería pensar en eso, no quería aceptar ni siquiera la idea de que pudiera ser cierto. Lo que Koushiro decía le parecía absurdo, y la angustia que comenzó a sentir solo aumentó su enojo.
—¡Es imposible! —exclamó Mimi, su voz temblando ligeramente, aunque trató de mantener la compostura. Su cuerpo se tensó, y su mirada se volvió fría, más dura. —¡Deja de hablar estupideces! —ordenó, como si esas palabras pudieran borrar toda la incomodidad que había sentido al escuchar a Koushiro.
Koushiro la observó fijamente, sin bajar la mirada. Sabía que Mimi no quería aceptar esa posibilidad, pero no podía ignorar la verdad. Había algo en la forma en que Rika se comportaba, en sus reacciones, que no podía pasar por alto. Sin embargo, él también entendía el dolor que ella sentía, por lo que no insistió más. Había dicho lo que pensaba, y ahora solo quedaba esperar a ver cómo se desarrollaban los eventos.
—Lo siento —respondió Koushiro finalmente, sin levantar la voz. —Solo quiero que seas consciente de lo que estás jugando. No dejes que la venganza nuble lo que realmente importa.
Mimi lo miró con furia, pero dentro de ella, algo resonaba. Sabía que, de alguna manera, Koushiro tenía razón. Sin embargo, no iba a permitir que le hablara de esa forma. Estaba demasiado centrada en sus propios planes como para considerar las advertencias de los demás.
Con un último resoplido de frustración, Mimi volvió a caminar hacia la salida, sin mirar atrás. La verdad era que no podía pensar en nada más que en lo que quería lograr. Ya vería cómo enfrentaba las consecuencias más tarde.
Hiroaki dio un golpe seco sobre la mesa, haciendo que el sonido resonara en la sala.
—¿Cómo se te ocurre, Yamato? —su voz era baja, pero cargada de furia. —¿Cómo es posible que tu hija esté en las noticias por un accidente? ¡Un accidente de esa magnitud! Y tú, como siempre, sin control sobre ella. ¿Qué clase de líder eres, eh?
Yamato permaneció de pie, sus manos tensas a los costados de su cuerpo. Sabía lo que venía, pero no pudo evitar sentir una presión en el pecho, un malestar que lo hizo cuestionarse la legitimidad de su propia paternidad sobre Rika. Se mantenía en silencio, sabiendo que cualquier palabra de más podría empeorar las cosas.
Hiroaki no dejó de mirarlo, su mirada fría y llena de desdén.
—¿Qué te costaba controlarla? ¿Qué clase de padre se supone que eres, si no puedes mantener a tu propia hija en línea? —su tono se endureció, y Yamato sintió la necesidad de defenderse, pero sabía que no valía la pena.
Hiroaki se levantó de su silla con rapidez, y comenzó a caminar de un lado a otro en la habitación, incapaz de contener su ira.
—¿Adoptarla? ¿Qué necesidad había de eso? —Hiroaki se detuvo de repente, girándose hacia Yamato con los ojos brillando de frustración. —Siempre has tenido un débil sentido de la familia. Adoptas a esa niña como si fuera parte de nuestro linaje, como si fuera una más de la casa, y ahora, ¡míranos! ¡Estamos en el ojo del huracán por su estúpido accidente!
El golpe de realidad cayó sobre Yamato, pero este se mantuvo firme. Sabía que las palabras de su padre no solo eran un reproche hacia Rika, sino también hacia él mismo. Sin embargo, no iba a dejar que su progenitor hablara de esa manera sobre su hija. No frente a él.
—Rika es mi hija, Hiroaki. No me arrepiento de haberla adoptado —su voz era tranquila, pero decidida—. Ella es parte de esta familia, y no voy a dejar que hables de ella de esa manera.
Hiroaki lo fulminó con la mirada, y aunque se sintió molesto por la postura de su hijo, no cedió.
—¡No te hagas el heroico! —gritó, acercándose peligrosamente a Yamato. —Si ella hubiera estado bajo control, nada de esto habría pasado. Si no la hubieras mimado tanto, si hubieras puesto límites de verdad, no estaríamos aquí, tratando de apagar el fuego que ella misma provocó. Es tu responsabilidad, ¡y tienes que solucionarlo ya!
Yamato no dio un paso atrás. En su interior, sentía que lo estaba atacando con una intensidad que lo hacía dudar de sus propias decisiones. Sabía que Hiroaki nunca aprobaría su decisión de haber adoptado a Rika, pero eso no significaba que fuera fácil o soportable escuchar esas palabras.
—¿Y qué quieres que haga? ¿La desherede? ¿La saque de la familia? —la pregunta salió de su boca con un tono casi desafiante, mientras sus ojos se fijaban en los de su padre. —Rika ha cometido un error, sí. Pero eso no la convierte en menos de lo que es. Ella sigue siendo mi hija. No pienso abandonarla, y mucho menos dejar que tus críticas la derrumben.
Hiroaki lo miró con desprecio, como si estuviera mirando a un niño que no entendía la magnitud de la situación.
—Lo que quiero es que la controles, que pongas a esa niña en su lugar. Esta familia no necesita más escándalos, y menos de una "arrimada" como ella. Así que, solucionarlo. Y pronto, Yamato.
La atmósfera en la clínica estaba cargada de tensiones. El bullicio de los periodistas y camarógrafos fuera de las puertas solo aumentaba la preocupación de la familia, que, a pesar de todo, intentaba mantener la calma. Sin embargo, nada parecía calmar el torbellino de emociones que Nene e Izumi sentían al ver a su hermana, Rika, tan vulnerable.
Las dos hermanas se encontraban junto a Sora, sentadas en la sala de espera, observando la puerta del pasillo con ansiedad. Izumi no podía dejar de mover las manos nerviosamente, mientras Nene miraba hacia abajo, mordiéndose el labio inferior con preocupación. El silencio que las rodeaba era pesado, y ambas sentían que algo les faltaba, como si no pudieran respirar completamente sin ver a Rika.
Finalmente, después de unos largos momentos, Nene rompió el silencio.
—Mamá, ¿cómo está Rika? —preguntó con la voz quebrada, una mezcla de preocupación y desesperación.
Sora, quien había estado mirando con atención hacia la sala donde se encontraba Rika, alzó la mirada hacia sus hijas. En su rostro había una seriedad que hablaba de la gravedad de la situación, pero también de su amor incondicional por ellas. Sora les dio una sonrisa triste, intentando transmitir calma, aunque en su interior sentía un dolor profundo.
—Dentro de todo, está estable —respondió Sora, con voz suave, pero firme. Era la verdad, pero sabía que no era suficiente para tranquilizar a sus hijas.
Izumi, con los ojos llenos de incertidumbre, se acercó más a Sora, apoyando una mano en su brazo.
—¿Podemos verla? —preguntó, su tono implorante. Era evidente que no podía soportar estar más tiempo alejada de su hermana.
Nene, al igual que Izumi, miró a su madre con ojos suplicantes.
—Sí, mamá, por favor, queremos estar con ella —añadió, su voz llena de angustia. El deseo de estar al lado de Rika era palpable en ambas. La idea de esperar sin hacer nada más les resultaba insoportable.
Sora miró a sus hijas, el corazón apesadumbrado por la situación. No quería decirles que no, pero sabía que lo mejor para Rika en ese momento era descansar, y que la presencia de muchas personas podría hacerle más daño que bien.
—Rika está muy débil, chicas. Por orden del doctor, lo mejor es que esté sola por ahora. Necesita descansar, estar en calma —dijo, con una firmeza que intentaba sonar tranquilizadora, aunque sabía que no era lo que ellas querían escuchar.
Ambas hermanas intercambiaron una mirada triste, como si sus corazones se hubieran roto un poco más. Nene apretó los puños, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con brotar. Izumi, por su parte, no pudo evitar soltar un suspiro profundo, luchando contra el dolor de no poder estar al lado de su hermana en ese momento tan crítico.
—Pero... ¡queremos verla! —insistió Nene, con una pequeña chispa de frustración en su voz. Sabía que su madre tenía razón, pero el instinto de querer estar cerca de Rika era más fuerte.
Sora suspiró y les acarició la cabeza a ambas, buscando consuelo en su propio gesto. Les entendía perfectamente, pero también sabía lo importante que era seguir las indicaciones médicas para no empeorar la situación de Rika.
—Lo sé, Nene, lo sé —dijo, su voz quebrada. —Pero es mejor darle su espacio a Rika por ahora. Necesita tiempo para recuperarse, y lo único que podemos hacer es esperar. Sé que no es fácil, pero debemos hacerlo por ella.
Izumi miró a su madre, sus ojos llenos de incomodidad, pero entendiendo la situación. Nene, sin embargo, parecía estar al borde de la desesperación, incapaz de aceptar que no podía hacer más en ese momento.
Justo cuando el ambiente en la sala se volvía aún más denso por la tristeza y la frustración acumulada, Takeru, el hermano de Yamato y tío de Nene e Izumi, decidió intervenir. Observó en silencio el intercambio entre madre e hijas antes de acercarse lentamente. Con una mirada seria y una calma que reflejaba su experiencia, se dirigió a ellas.
—Chicas, lo mejor será que obedezcan. No es momento de discutir. Si el doctor ha pedido que Rika esté sola, debemos respetarlo —dijo, su tono autoritario pero tranquilo. Sabía que ellas no querían escuchar eso, pero también sabía que no podían seguir resistiéndose.
Nene y Izumi se volvieron hacia él, pero sus expresiones de dolor y angustia eran claras. Takeru les dedicó una mirada comprensiva, aunque sin ceder en su decisión.
Sora, al ver que la situación seguía siendo tensa, suspiró una vez más y decidió intervenir para darles el cierre necesario a la conversación.
—Lo mejor será que se vayan a casa y descansen. No podemos hacer nada más aquí, y ya es tarde —les dijo, con una suavidad que intentaba calmar los ánimos. —Ambas necesitamos estar bien, y yo también necesito descansar para estar fuerte cuando Rika lo necesite. Sé que no es fácil, pero es lo que debemos hacer.
Las palabras de Sora eran firmes, pero su tono también estaba lleno de cariño y preocupación. A pesar de todo lo que ocurría, ella siempre había sido la fuerza tranquila que guiaba a sus hijas, y en ese momento, sabía que era lo que más necesitaban.
Izumi, aunque a regañadientes, aceptó las palabras de su madre. Su rostro mostraba la tristeza de tener que irse sin saber cómo estaba realmente su hermana, pero al final, entendió que no podía hacer nada más por el momento. Nene, por otro lado, parecía estar a punto de estallar, pero la mirada de Takeru fue suficiente para que finalmente cediera.
Con un suspiro profundo, Nene se levantó de su asiento.
—Está bien... —dijo, su voz temblorosa. —Pero esto no termina aquí.
Izumi asintió, poniéndose de pie también. Ambas se miraron por un momento, compartiendo el mismo dolor, antes de dirigirse lentamente hacia la salida de la sala. Sabían que su hermana estaba luchando por su vida, y aunque debían darle espacio, lo único que querían era estar con ella.
Sora las observó partir, y en su corazón sabía que sería una larga noche para todos. Pero por Rika, por su hija, debía mantenerse fuerte.
~Dos días después~
La atmósfera del club era impecable, como siempre: el salón principal estaba decorado con elegancia, las lámparas de cristal reflejaban la luz en patrones sutiles sobre los pisos brillantes, y el aire olía a una mezcla de té recién servido y flores frescas. Las mujeres, vestidas con trajes a medida y joyas discretas pero costosas, conversaban en pequeños grupos, sus risas resonando como un eco armonioso.
Cuando Satomi cruzó el umbral, un súbito cambio en el ambiente fue palpable. Las conversaciones se detuvieron gradualmente, y las miradas que antes eran despreocupadas se volvieron frías e inquisitivas. La mujer caminó con la cabeza alta, su vestido sencillo pero elegante resaltando entre las demás. Había decidido ir al club para confrontar los rumores que la acosaban, segura de que podría aclarar la situación.
En el centro del salón, Toshiko estaba sentada en un sofá de terciopelo, rodeada de mujeres que la escuchaban con atención. Su postura era relajada, pero sus ojos brillaban con malicia cuando vio a Satomi entrar. Una sonrisa fina y calculada apareció en sus labios, apenas perceptible para quien no la conociera bien.
—Oh, pero miren quién ha tenido el descaro de venir —dijo Toshiko, su tono ligero, pero cargado de veneno—. La gran Satomi Minamoto, tan intachable como siempre, ¿no es así?
Un murmullo recorrió la sala, acompañado de miradas burlonas y risitas contenidas. Satomi apretó los labios, sintiendo que su garganta se tensaba, pero no se dejó intimidar. Dio un paso al frente, enfrentándose a Toshiko directamente.
—He venido porque estoy cansada de sus mentiras, Toshiko —declaró con firmeza—. Todo lo que se dice de mí es falso, y tú lo sabes bien. Tú eres la verdadera adultera aquí.
Un jadeo colectivo se escuchó entre las presentes. Toshiko, aparentando sorpresa y una ligera ofensa, llevó una mano a su pecho.
—¿Yo? —replicó con una risa sarcástica—. ¿De verdad vas a venir aquí, a este lugar de mujeres respetables, y acusarme de tus propios actos vergonzosos? ¡Qué falta de vergüenza, Satomi!
—¡No mientas! —exclamó Satomi, su voz elevándose un poco, aunque todavía controlada—. Tú eres quien ha estado detrás de todo esto, inventando historias para cubrir tus propios errores.
Una de las mujeres del grupo, una señora mayor con un peinado impecable, intervino con un gesto despectivo.
—Satomi, este club está reservado para mujeres de familia, mujeres con buena moral. Lo que has hecho es inadmisible. Tu presencia aquí es una afrenta a todo lo que este lugar representa.
Satomi giró la cabeza hacia ella, su indignación creciendo.
—¿Qué he hecho exactamente? ¿Creer en mi matrimonio? ¿Intentar proteger a mi familia? —preguntó, con la voz cargada de frustración—. Toshiko es quien debería ser cuestionada, no yo.
—Por favor, no finjas que no sabes de qué estamos hablando —interrumpió otra mujer, con un tono de voz cortante—. Todos sabemos lo que hiciste. No puedes simplemente venir aquí y culpar a alguien más.
Toshiko fingió contener las lágrimas, sus ojos brillando de manera teatral.
—Es tan triste verla caer tan bajo —dijo, mirando a las demás como buscando aprobación—. Pero no podemos permitir que alguien como ella siga ensuciando nuestro círculo.
Las palabras de Toshiko fueron recibidas con murmullos de acuerdo. Satomi sintió un nudo en el estómago, pero no estaba dispuesta a irse sin defenderse.
—¡Escúchenme! —exclamó, mirando a cada una de las mujeres presentes—. Están siendo manipuladas. ¡Toshiko es una hipócrita! Todo lo que se dice de mí son mentiras para encubrir lo que ella ha hecho.
El salón se llenó de risas burlonas. Toshiko levantó una ceja, disfrutando del espectáculo.
—Ya basta, Satomi —dijo otra mujer, con un tono severo—. Esto es patético. Si tienes algo de dignidad, sal de aquí.
Satomi sintió sus mejillas arder de humillación. Miró a Toshiko, cuya expresión de triunfo era inconfundible, y luego a las demás mujeres, cuyos rostros reflejaban desprecio y burla. La lucha interna era evidente en sus ojos, pero finalmente dio un paso atrás.
—Ustedes no entienden nada... —murmuró, con la voz quebrándose.
Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió del club, sus tacones resonando contra el suelo de mármol. Una vez fuera, el aire frío golpeó su rostro, pero no logró calmar el dolor que sentía en el pecho. Las risas y los murmullos despectivos seguían resonando en su mente mientras caminaba, con la cabeza aún en alto, aunque sus lágrimas comenzaban a rodar silenciosamente por sus mejillas.
El sol apenas asomaba por la ventana, bañando la habitación con una luz suave y dorada. El aroma a café y pan recién horneado se mezclaba con el sonido suave de las tazas y platos siendo colocados sobre la mesa. Mimi, sentada en su lugar habitual, disfrutaba de su desayuno con una calma aparente, pero su mente estaba en otra parte. Con una taza de té verde en las manos, sus ojos vagaban por la habitación sin fijarse realmente en nada.
Era temprano y aún se sentía el aire fresco de la mañana. Su vestido blanco de seda, sencillo pero elegante, le daba un aire de serenidad, pero los pensamientos en su mente estaban lejos de ser tranquilos. La tensión en su pecho era palpable, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. Las emociones que hervían dentro de ella eran complicadas, y ninguna de ellas se podía poner en palabras. Cuando pensaba en Rika, en la relación que habían construido, en lo que había sucedido, el dolor no dejaba de brotar, pero tenía que ocultarlo, esconderlo. Nadie debía ver la vulnerabilidad de la mujer que siempre estaba al mando.
El silencio en la habitación se vio interrumpido por la puerta que se abrió lentamente, y una figura entró sin hacer ruido. Era Koushiro. Su llegada fue recibida con un silencio casi palpable. Mimi no levantó la vista, pero la energía entre ambos era tensa, llena de algo que no se había resuelto.
Koushiro avanzó hacia la mesa, sus pasos firmes pero cautelosos, como si no estuviera seguro de cómo abordar la situación. Finalmente, cuando estuvo cerca, se detuvo y la observó, esperando a que ella le dirigiera la palabra. Mimi, sin apartar los ojos de la taza de té, suspiró suavemente.
—¿Sigues enojada? —preguntó Koushiro, rompiendo el silencio con su voz grave, pero al mismo tiempo, cargada de incertidumbre.
Mimi no levantó la mirada, pero la tensión en su postura era evidente. Su respuesta fue directa, casi cortante.
—No es para menos, ¿verdad? —su tono no dejaba lugar a dudas. Había algo en sus palabras que no solo era reproche, sino también un dolor contenido. Sus manos apretaron la taza con más fuerza de la que pretendía, como si tratara de aferrarse a algo, algo que no quería dejar ir.
Koushiro hizo una mueca, algo que fue imperceptible a simple vista pero que no pasó desapercibido para Mimi. Era una mezcla entre resignación y frustración. No esperaba una respuesta tan fuerte, pero tampoco estaba dispuesto a ceder ante ese silencio que los envolvía.
—No lo dije para molestarte, Mimi —dijo, su voz más suave, intentando suavizar la atmósfera. No quería que las cosas entre ellos se tensaran más de lo que ya estaban. Sabía que había límites que no debía cruzar, pero las palabras que quería decir seguían atrapadas en su garganta—. Es algo que he sospechado por un tiempo. No he hecho nada para confirmarlo, pero las pistas están ahí.
Mimi finalmente levantó la mirada, sus ojos oscuros clavándose en él con una intensidad que podría haber derribado a cualquiera. En su mirada había algo que no dejaba dudas sobre la seriedad de lo que sentía. Ella lo observaba fijamente, casi desafiándolo, sin esconder el desdén que su propia presencia le provocaba en ese momento.
—¿Qué estás diciendo, Koushiro? —su voz se volvió fría, dura como el hielo—. No quiero hablar de eso.
El hombre la miró con una leve preocupación, entendiendo el rechazo en su tono, pero no podía dejarlo pasar. Algo le decía que había algo más detrás de esa negativa, algo que Mimi no estaba dispuesta a compartir.
—Solo quiero que lo pienses —insistió, dando un paso más cerca de la mesa—. Rika no es tu hija biológica, lo sé, pero las pistas indican que podría ser... —se detuvo, como si sus palabras pesaran más de lo que esperaba—. Tu hija, Mimi.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Mimi, como si cada fibra de su ser hubiera reaccionado a esas palabras. No dijo nada al principio, solo se quedó allí, mirando a Koushiro. El silencio entre ellos fue abrumador. Mimi, en su interior, sentía que el suelo se desmoronaba. No podía pensar en eso, no podía. La posibilidad de que Rika fuera su hija, una hija perdida, una hija que nunca tuvo la oportunidad de tener, era demasiado. Era abrir una herida que nunca dejó de sangrar.
Koushiro, al ver el cambio en ella, intentó suavizar la situación, pero no pudo evitar el hecho de que había tocado algo muy delicado.
—Mimi, no estoy sugiriendo que lo creas sin más —dijo, su tono más bajo ahora, como si intentara calmarla—. No he hecho nada para verificar mi sospecha. Lo que te pido es que pienses en la posibilidad, en lo que eso podría significar. No es solo una idea loca; hay razones para considerar que podría ser cierto.
Mimi cerró los ojos brevemente, como si ese simple gesto pudiera darle un poco de paz. Sabía que Koushiro tenía razón en cuanto a las pistas, las pequeñas coincidencias que nadie había querido ver. Pero lo que él no comprendía era el dolor que eso traía consigo. Volver a pensar en su hija era volver a abrir una herida que nunca cicatrizó del todo.
Cuando abrió los ojos, su voz sonó como un susurro, pero cargada con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.
—No quiero hablar de eso, Koushiro —dijo nuevamente, casi con desesperación en sus palabras—. La pérdida de mi hija me destrozó. Y no estoy dispuesta a revivir ese sufrimiento. No ahora. No nunca.
Koushiro se quedó en silencio, observando cómo las emociones luchaban dentro de ella. Sabía que había tocado un tema delicado, que tal vez no debía haber traído a colación en ese momento. Pero también sabía que las respuestas estaban ahí, a la vista de todos, y que Mimi necesitaba enfrentarse a esa posibilidad. Aunque no lo quería, aunque lo temiera, ese era su destino.
Finalmente, después de un largo suspiro, Mimi levantó la vista y lo miró por última vez, con una mezcla de tristeza y determinación.
—Por favor, Koushiro. Deja de insistir. No quiero saber nada de eso. —Sus ojos, ahora llenos de una emoción contenida, se fijaron en él, pidiendo silencio, pidiendo comprensión.
Koushiro asintió lentamente, entendiendo que no era el momento, que ella no estaba lista para enfrentar esa posibilidad. Aunque no lo decía en voz alta, sabía que Mimi nunca dejaría que la herida sanara si no se enfrentaba a la verdad, pero también sabía que ahora no era el momento para forzarla.
—Lo entiendo —dijo, su voz suave, como si aceptara su dolor y su decisión—. Lo dejaré en paz, Mimi. Pero, algún día, tal vez... tal vez debas pensar en ello.
Mimi no respondió. La conversación había llegado a su fin, pero la angustia seguía ardiendo en su interior. Sabía que Koushiro tenía razón, pero esa verdad era algo que no quería enfrentar, algo que no podía soportar. La idea de perder a su hija, de revivir esa pérdida, era más dolorosa de lo que las palabras podían expresar. Y por eso, el silencio volvió a llenar la habitación, pesado y denso, mientras Mimi se retiraba en sus pensamientos, sin querer afrontar lo que podría ser una verdad devastadora.
Mientras tanto en la mansión Ishida.
Nene, Izumi y Takeru esperaban con ansías la llegada de Rika.
Izumi, con su vestido verde esmeralda que resaltaba su figura elegante, esperaba ansiosa frente a las grandes puertas del salón. A su lado, Nene, siempre con esa luz tranquila en los ojos, se veía igualmente emocionada. Ambas miraban en dirección a la entrada del salón principal, como si esperaran ver aparecer a una figura familiar que no veían en mucho tiempo.
El sonido de pasos lentos, pero firmes, se hizo cada vez más cercano. El corazón de Nene dio un salto en su pecho, y su mirada se volvió más intensa. Izumi, por su parte, ajustó la capa sobre sus hombros y sonrió con cierta dulzura, sabiendo que este momento, aunque cargado de dolor, sería uno de reencuentro.
Finalmente, cuando la figura de Rika apareció a la vista, los ojos de las hermanas brillaron con una mezcla de sorpresa y alegría. A su lado caminaban Yamato y Sora, quienes se movían con una precaución evidente, como si cuidaran cada paso que Rika daba. La joven, con el rostro pálido y cubierto parcialmente por un cuello ortopédico, avanzaba lentamente, como si cada paso le costara más que el anterior. Su cuerpo estaba cubierto de vendas y moretones, señales de las heridas que había sufrido, pero su rostro mostraba una calma inquietante, casi distante.
Rika no parecía inmutarse por la cálida bienvenida que le esperaban sus hermanas. Su mirada estaba fija en el suelo, y su paso, aunque firme, era inusualmente lento, casi como si el peso de sus propios pensamientos fuera más pesado que sus propios cuerpos. Nene dio un paso al frente, su expresión llena de amor y preocupación, mientras extendía una mano en señal de bienvenida.
—¡Rika! —exclamó Nene con una sonrisa suave, sus ojos brillando con emoción—. Qué bueno verte, sobrina. Has estado tan lejos, pero ahora estamos aquí para ti.
Izumi, a su lado, no podía dejar de sonreír. Aunque el ambiente estaba cargado de una melancolía palpable, ella podía ver en los ojos de Rika una fortaleza que no había visto antes. Se adelantó con paso firme, rodeando a su hermana con un abrazo ligero, casi como si temiera hacerle daño, pero transmitiéndole todo el cariño que sentía.
—Nos alegra tanto tenerte de vuelta —dijo Izumi, su voz suave, llena de ternura—. Hemos estado esperándote, Rika.
Rika, sin embargo, no respondió con las mismas palabras cálidas que sus hermanas le ofrecían. En lugar de levantar la mirada para encontrarse con las de Nene e Izumi, se limitó a seguir mirando el suelo, como si quisiera evitar cualquier contacto visual. Su voz, aunque clara, sonó distante, sin la emoción que sus hermanas habían esperado escuchar.
—Gracias —fue todo lo que dijo, su tono casi vacío, como si esas palabras fueran solo una formalidad, una respuesta obligada a algo que no entendía completamente.
Nene y Izumi intercambiaron una mirada llena de incertidumbre. Ambas querían ver a su hermana feliz, sonriente, aliviada. Pero algo no estaba bien. El dolor físico de las heridas que cubrían el cuerpo de Rika parecía palidecer frente a la tormenta emocional que debía estar luchando en su interior. Nene se adelantó un paso más y, con una sonrisa forzada, le tomó suavemente la mano a su hermana.
—Rika, sabemos que no ha sido fácil —dijo Nene con dulzura, tratando de infundirle un poco de ánimo—. Pero no estás sola, siempre estaremos aquí para ti, te lo prometo.
Izumi asintió lentamente, manteniendo su mirada fija en el rostro de Rika, buscando algo, tal vez una chispa de emoción, una muestra de vida en esos ojos opacos.
—Tienes todo nuestro apoyo —agregó Izumi, con un tono lleno de comprensión—. Lo superaremos juntos.
—Como una familia.—Musitó el hermano de Yamato.
"Como una familia"
Lamentablemente...ella no era parte de esa familia...
Rika permaneció en silencio, su cuerpo ligeramente tenso, como si esas palabras de consuelo no pudieran alcanzar el lugar donde realmente necesitaba ser sanada. Sus ojos no se levantaron ni un centímetro, y sus labios no mostraron ni una mínima curvatura. Por dentro, sentía un caos que no podía explicar, un vacío que las palabras de Nene e Izumi no podían llenar. Estaba rota, sí, pero no solo físicamente. El daño iba más allá de lo que cualquiera de ellas pudiera comprender.
Al ver esto, Yamato y Sora se miraron el uno al otro con preocupación. Sabían que Rika no estaba lista para la cálida bienvenida que le habían preparado sus hermanas. La situación, aunque llena de cariño, no era la que ella necesitaba en ese momento. Ella necesitaba descanso, soledad, tiempo para procesar lo que había vivido.
Yamato dio un paso adelante, su mirada firme pero con una pizca de suavidad, al ver el estado emocional de su hija. Le tocó ligeramente el hombro, haciéndola levantar la vista por primera vez, aunque solo un poco. Rika no respondió, pero la leve presión de su padre sobre su hombro era suficiente para que ella comprendiera lo que se esperaba de ella.
—Es suficiente por hoy, Rika —dijo Yamato en voz baja, pero con firmeza—. Lo mejor es que subas a descansar. Estás agotada, y necesitas recuperarte.
Sora, con su rostro amable, asintió junto a él. Sabía que su hija no estaba lista para enfrentarse a tantas emociones a la vez. Necesitaba tiempo para sanar, para encontrar su propio equilibrio.
—Ven, hija —dijo Sora suavemente, pasando un brazo por su espalda para guiarla—. Vamos a que descanses un poco. Aquí, todo está en orden.
Rika no dijo nada, pero permitió que su madre la guiara, sus pasos lentos y cautelosos, casi como si no tuviera fuerzas para avanzar. Nene e Izumi las observaron, con el corazón apesadumbrado, sabiendo que, aunque querían darle toda su alegría, el reencuentro tendría que esperar.
Cuando las puertas del salón se cerraron suavemente detrás de Yamato, Sora y Rika, un pesado silencio se cernió sobre el grupo. La atmósfera en el lugar había cambiado. El aire, que antes estaba cargado de alegría por el esperado reencuentro, ahora se volvía denso con una mezcla de preocupación y desconfianza. Nene, Izumi y Takeru se quedaron allí, observando cómo la figura de Rika se desvanecía detrás de las puertas cerradas.
Fue Takeru quien rompió el silencio, su mirada fija en el lugar donde Rika había estado.
—¿Creen que estará bien? —preguntó en voz baja, casi más para sí mismo que para los demás.
Izumi, que había estado en silencio todo ese tiempo, suspiró profundamente. No podía dejar de pensar en la manera distante en la que su hermana había reaccionado. Le costaba creer que la Rika que había conocido, llena de vida y pasión, estuviera tan apagada, tan desconectada de todo y de todos.
—No lo sé —respondió Izumi, su tono cargado de duda y preocupación—. Pero no puedo evitar sentir que necesitamos hacer algo, no podemos simplemente quedarnos quietos.
Nene, quien hasta entonces había mantenido un semblante tranquilo, finalmente habló. Su tono era firme, pero con una ternura implícita, como si quisiera proteger no solo a Rika, sino también a sus propios sentimientos.
—No quiero presionarla, pero... me duele verla tan... vacía. No es la Rika que conocemos.
Fue entonces cuando, de la nada, la voz de Yamato se alzó, fuerte, pero cargada de un tono casi suplicante, al interrumpir la conversación.
—¡Les ruego! —dijo, mirando intensamente a sus hijas y hermano, como si cada palabra que iba a pronunciar fuera de vital importancia—. No la presionen, por favor.
Nene, Izumi y Takeru se voltearon hacia él, sorprendidos por la intensidad de su petición. Yamato los miró a cada uno, sus ojos oscuros como el abismo, pero llenos de una profunda preocupación.
—Rika necesita tiempo, mucho tiempo —continuó, su voz baja pero firme—. No es solo la recuperación de sus heridas físicas lo que le cuesta... es mucho más profundo que eso. Ella está quebrada, y aunque ustedes quieran ayudar, hay momentos en los que, más que apoyo, lo que ella necesita es espacio.
Takeru frunció el ceño, claramente luchando con las palabras de su padre. Sabía que tenía razón, pero no podía evitar sentirse impotente ante la situación de su hermana.
—Pero... no podemos simplemente esperar y hacer nada —dijo Takeru, su voz llena de frustración—. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras ella sufre.
Yamato respiró hondo, como si las palabras de su hijo lo hubieran tocado profundamente, pero su expresión no cambió.
—Lo sé —respondió Yamato, suavizando su tono, pero sin dejar de mirarlos con la misma intensidad—. Pero presionarla solo hará las cosas más difíciles para ella. Ya ha pasado por demasiado. No la ahoguen con su amor, con sus preguntas, con su preocupación. Ella lo sabe. Y ustedes deben ser pacientes, lo suficiente como para permitirle encontrar su propio camino en este dolor.
Izumi, al escuchar esto, sintió una punzada en el pecho. Ella entendía perfectamente lo que su padre estaba tratando de decir, pero también sentía esa urgencia, ese deseo de ver a su hermana bien otra vez.
—¿Y cómo lo hacemos, padre? —preguntó Izumi, sus ojos llenos de incertidumbre—. ¿Cómo podemos ayudarla sin hacerla sentir que la estamos ignorando?
Yamato asintió lentamente, comprendiendo la pregunta de su hija. Se acercó un poco más a ellos, con un gesto que denotaba la vulnerabilidad que rara vez mostraba.
—Ayúdenla... de la manera más silenciosa posible —respondió, casi susurrando—. Estén ahí para ella, pero sin forzarla. No la atosiguen con palabras, con caricias que ella no está lista para recibir. Déjenla venir hacia ustedes cuando lo necesite. Y, sobre todo, cuando ella esté lista para hablar, escúchenla sin juzgarla, sin intentar arreglarlo todo. Porque a veces, lo único que alguien necesita es sentir que, aunque no tenga todas las respuestas, no está sola. Y Rika... Rika está tan sola en su mente ahora, que si la presionamos más, solo la alejaremos.
Nene, con el rostro tenso, asintió lentamente, sintiendo el peso de las palabras de su padre. Quería tanto ayudar a su hermana, pero entendía que lo que necesitaba ahora no era más amor, sino tiempo y paciencia.
—Lo haremos, padre —dijo Nene con voz suave, su mirada fija en Yamato, transmitiéndole una quietud que no sentía completamente, pero que quería ofrecerle a su hermana—. Seremos pacientes.
Izumi también asintió, aunque con una expresión más seria, aún luchando con su deseo de hacer más.
—Lo prometo —dijo, su tono firme, pero lleno de una carga emocional que la hacía sentir vulnerable ante la situación.
Takeru fue el último en hablar, su mirada pensativa y un poco distante. Sabía que su padre tenía razón, pero, como todos, no podía dejar de sentir el dolor de ver a su hermana perdida.
—Entonces esperaremos... —dijo con voz baja, su mirada fija en el suelo—. Pero no me olvido de lo que ella ha pasado. Estaré aquí cuando esté lista para hablar.
Yamato los miró a todos con una expresión de gratitud silenciosa, como si el peso de la situación estuviera aliviado, aunque solo fuera un poco. Sabía que sus hijos entendían lo difícil que sería, pero también sabía que la paciencia sería lo único que realmente podía ayudar a sanar las heridas de Rika.
—Gracias... —dijo Yamato en voz baja, pero con sinceridad.
La conversación terminó con un silencio tenso, pero lleno de una comprensión mutua. Ninguno de ellos sabía exactamente qué depararía el futuro para Rika, pero al menos, por ahora, sabían cómo proceder: sin presionar, solo esperando a que la paz llegara, a su propio tiempo.
La habitación estaba sumida en un silencio sepulcral. La única fuente de luz provenía de la lámpara tenue al lado de la cama, que proyectaba sombras alargadas en las paredes. En el centro de la escena, Rika yacía inmóvil, con la mirada fija en el techo. Su cuello ortopédico mantenía su cabeza en una posición rígida, y el resto de su cuerpo parecía tan frágil como una muñeca de porcelana. Su respiración, apenas audible, marcaba el único ritmo en aquel ambiente cargado de tensión y melancolía.
Sora estaba de pie junto a la cama, observándola con los ojos llenos de lágrimas que se negaban a caer. Yamato, a su lado, mantenía los brazos cruzados sobre el pecho, con una expresión de dureza que no lograba esconder el dolor que sentía. Ninguno de los dos había dicho nada en varios minutos, como si las palabras no fueran suficientes para abarcar la magnitud de lo que estaban presenciando.
—Es... devastador —murmuró Sora finalmente, rompiendo el silencio. Su voz estaba quebrada, apenas un susurro.
Yamato no respondió de inmediato. Sus ojos azules estaban fijos en Rika, pero su mente parecía perdida en un mar de pensamientos. Finalmente, dejó escapar un suspiro largo y pesado.
—Nunca pensé que la veríamos así... —dijo con voz grave—. Ella siempre ha sido tan fuerte.
Sora asintió lentamente. Sus dedos temblorosos acariciaron la sábana que cubría a Rika, como si de alguna forma ese gesto pudiera transmitirle consuelo.
—¿Cómo llegamos a esto, Yamato? —preguntó, volviendo su mirada hacia él. Su tono no era de reproche, sino de desesperación—. ¿En qué momento dejamos de protegerla?
El rubio cerró los ojos un instante, como si quisiera bloquear las palabras de Sora. Pero no podía. La culpa que lo consumía era un peso que llevaba consigo desde el accidente.
—Fallamos —admitió finalmente, su voz apenas audible—. Fallamos como padres, Sora.
Sora bajó la mirada, sus hombros temblaron levemente mientras luchaba por contener un sollozo. Sabía que Yamato tenía razón, pero escuchar esas palabras en voz alta hacía que la herida pareciera aún más profunda.
Tras unos minutos más de silencio, ambos se alejaron de la cama. Sus pasos eran lentos, pesados, como si cada uno estuviera cargando un peso invisible. Cerraron la puerta detrás de ellos, dejando a Rika en su mundo de silencio.
Ya en el pasillo, Sora se apoyó contra la pared y miró a Yamato con una expresión mezcla de esperanza y cautela.
—Deberíamos dejar que vea a Ryo —sugirió en voz baja—. Él le hará bien.
Yamato se detuvo en seco y la miró con el ceño fruncido, como si esas palabras lo hubieran golpeado directamente en el rostro.
—¡Sobre mi cadáver! —exclamó, alzando la voz lo suficiente como para que sus palabras resonaran en el pasillo.
Sora hizo una mueca, pero no retrocedió.
—Pero, Yamato, quizás le haga bien a Rika estar con él... —insistió, tratando de mantener la calma.
—¡Pero nada! —la interrumpió Yamato, su tono firme y autoritario—. Él es el culpable de todo esto.
Sora parpadeó, sorprendida por la acusación. Cruzó los brazos, su expresión cambiando a una mezcla de confusión y desaprobación.
—¿Culpable? —repitió, buscando explicaciones.
Yamato asintió con vehemencia, su mandíbula tensándose mientras hablaba.
—Por su culpa perdimos el control sobre Rika —dijo, su tono cargado de resentimiento—. Él es quien la llevó a esto, Sora. No voy a permitir que se acerque a ella otra vez.
Sora lo observó con el ceño fruncido, claramente en desacuerdo con su postura. Sabía que la relación entre Rika y Ryo siempre había sido complicada, pero culparlo por completo le parecía injusto.
—Pero... —intentó argumentar de nuevo, buscando apelar a su sentido común.
—¡Deja de insistir! —exigió Yamato, alzando la voz lo suficiente como para que Sora diera un paso atrás, sorprendida por su intensidad.
El rubio respiró profundamente, como si intentara recuperar la compostura. Sin decir nada más, caminó hacia uno de los sofás de la sala de espera. Abrió su maletín con movimientos bruscos y sacó un montón de papeles, claramente decidido a sumergirse en su trabajo para evitar continuar la conversación.
Sora lo observó desde la distancia, sintiéndose frustrada e impotente. Sabía que Yamato estaba actuando desde el dolor y la culpa, pero también sabía que su obstinación no estaba ayudando a Rika. Soltó un suspiro, se pasó una mano por el cabello rojo y, finalmente, decidió que no era el momento de seguir discutiendo.
Mientras Yamato se enfocaba en sus documentos, Sora se apartó en silencio, mirando una vez más hacia la puerta de la habitación de Rika. Una mezcla de tristeza y determinación se reflejaba en su rostro. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su hija seguía sufriendo.
El sol brillaba con energía en lo alto del cielo haciendo una contraste claro con la pesadez que sentía Ryo en su pecho. Estaba sentado en el sofá de la sala, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas. La luz del sol se filtraba por la ventana, pero su mirada estaba fija en el suelo, ausente.
Tomoko, su madrina y madre adoptiva, entró en la sala llevando una taza de té caliente. Al verlo en ese estado, dejó la taza en la mesa con cuidado y se sentó a su lado. Sus ojos, llenos de preocupación, estudiaron al joven que había criado como a su propio hijo.
—Ryo, ¿quieres hablar de lo que te pasa? —preguntó suavemente, colocando una mano en su hombro.
Él negó con la cabeza, pero Tomoko no se dio por vencida.
—Sé que estás pensando en Rika —continuó, su tono cálido pero directo—. Sé cuánto te importa. Pero a veces lo mejor que podemos hacer por las personas que amamos es mantenernos a distancia.
Ryo levantó la cabeza lentamente, sus ojos oscuros reflejaban la tormenta emocional que lo invadía.
—No puedo simplemente ignorarlo, Tomoko. Ella está en la clínica, saldrá de alta pronto, y yo estoy aquí, sin hacer nada. Es… frustrante. —Su voz se quebró ligeramente, y apretó los puños sobre sus rodillas.
Tomoko suspiró y se inclinó hacia él, acariciándole el cabello con ternura.
—Lo sé, Ryo. Pero sabes tan bien como yo que la familia Ishida nunca te ha aceptado. Si vas allá, no harás más que complicar las cosas. Y Rika no necesita eso ahora.
Ryo cerró los ojos, dejando escapar un suspiro pesado. Sabía que Tomoko tenía razón, pero eso no hacía que doliera menos.
—Es solo que… no puedo sacarme la idea de la cabeza de que algo podría pasarle. —Su voz era apenas un susurro—. Si algo malo ocurriera y yo no estuviera allí… no me lo perdonaría.
Tomoko lo miró con compasión y se inclinó hacia él para abrazarlo. Lo envolvió con sus brazos como si intentara protegerlo de la carga que llevaba.
—Ryo, todo estará bien. Ella es fuerte, y tiene a su familia con ella ahora. Tienes que confiar en eso. —Su voz era tranquilizadora, pero sabía que no podía apagar la preocupación de su hijo adoptivo.
Ryo no respondió, pero apoyó la cabeza en el hombro de Tomoko. Su respiración era pesada, como si estuviera conteniendo las lágrimas. Permanecieron así durante un momento, en un silencio que parecía aliviar un poco la carga.
De repente, el celular de Ryo comenzó a sonar. Ambos se separaron ligeramente, y él buscó el dispositivo en su bolsillo. Al mirar la pantalla, su expresión cambió; de la tristeza pasó a una mezcla de sorpresa y cautela.
—¿Qué sucede?
Ryo alzó una ceja: —Tengo una llamada.—Respondió.
—¿Puedo responder?
Tomoko asintió.
Fue así como el Akiyama contestó.
—Hola...—Declaró Ryo— Si, me alegra escucharlos...Espera...¿qué?— Preguntó— ¿Tan pronto?...¿Es enserio?...—Sonrió—¡Wow! Genial...me alegra saber que pronto estarán aquí en la ciudad...
Tomoko observó a su ahijado intrigado. Esperaría a que terminase la llamada para preguntarle.
—Gracias por recibirme, Haruna —murmuró Satomi al entrar a la casa de Haruna, intentando mantener la compostura, aunque su voz traicionaba su fragilidad.
Haruna asintió con un gesto cortés, indicándole que se sentara frente a ella. Internamente, Haruna sentía una mezcla de emociones. Parte de ella estaba genuinamente sorprendida por la llegada de Satomi en ese estado, pero otra parte, más oscura, encontraba cierta satisfacción en verla tan desmoronada.
—Por supuesto, Satomi. Siempre puedes venir a mí cuando lo necesites —dijo Haruna con una sonrisa amable, cruzando las piernas elegantemente mientras evaluaba a su inesperada invitada.
Satomi se dejó caer en el sofá, como si le hubieran arrancado toda la fuerza. Su mirada se perdió por un momento en el fuego antes de que comenzara a hablar.
—Haruna, no sé qué hacer... Estoy desesperada —comenzó, su voz quebrándose—. Todo ha salido tan mal... peor de lo que jamás imaginé.
Haruna frunció el ceño con un gesto que combinaba sorpresa y curiosidad.
—¿Qué pasó? Pensé que ibas a presentar tu candidatura para la presidencia del club. ¿No era eso lo que querías?
Satomi rió amargamente, una risa seca y cargada de ironía.
—Sí, eso fue lo que quise. Pero no conté con que Toshiko encontraría la forma de arruinarlo todo.
Haruna alzó una ceja, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—¿Toshiko? ¿Qué hizo ahora?
Satomi apretó los labios, luchando por encontrar las palabras. Finalmente, tomó aire profundamente y dejó que su historia fluyera.
—El día de la presentación de mi candidatura, todo parecía ir bien. Había preparado un discurso perfecto, tenía el apoyo de algunas mujeres influyentes... Pero justo cuando iba a subir al estrado, Toshiko apareció con una sonrisa triunfante y unos documentos en la mano.
Haruna permaneció en silencio, aunque por dentro sentía que algo así no la sorprendía. Conocía demasiado bien el carácter de Toshiko, su necesidad de aplastar a cualquiera que considerara una amenaza. Sin embargo, mantuvo su expresión neutral y escuchó con atención.
—Eran fotos... fotos de mí —continuó Satomi, sus palabras impregnadas de vergüenza—. Fotos de aquella noche con Shuu Kido. No sé cómo las consiguió, pero las mostró a todas en el club. Fue humillante, Haruna. Todas esas mujeres me miraron como si fuera la peor clase de persona.
Haruna cerró los ojos por un momento, absorbiendo la información. Por dentro, una chispa de satisfacción brillaba. La ironía de la situación no se le escapaba: Satomi, quien años atrás había conspirado para destruir su vida, ahora estaba siendo aplastada por otra mujer igual de despiadada. Pero no dejó que esa satisfacción se reflejara en su rostro.
—¿Qué dijiste? —preguntó Haruna con calma, manteniendo el tono neutral.
Satomi se llevó una mano al rostro, sus dedos apretando las sienes.
—Intenté defenderme, decir que no era cierto... pero todas esas mujeres ya habían sacado sus propias conclusiones. ¡Me llamaron adúltera! Me dijeron que no tenía derecho a postularme porque no era una mujer de familia. —Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas mientras hablaba—. Haruna, no puedo más con esto. Mi reputación está destruida.
Haruna se levantó de su asiento y se sentó a su lado, colocando una mano suavemente sobre su hombro.
—Satomi, lamento mucho lo que estás pasando —dijo con voz dulce, aunque por dentro disfrutaba cada segundo de la caída de su antigua enemiga—. Nadie merece ser humillado de esa manera.
—¿Qué voy a hacer ahora? —preguntó Satomi, buscando desesperadamente una respuesta—. Todo el mundo me ve como una vergüenza. Mi familia, el club... No puedo salir sin sentir las miradas de desprecio.
Haruna apretó el hombro de Satomi con más fuerza, fingiendo empatía.
—Vas a superar esto, Satomi. Eres más fuerte de lo que piensas. No dejes que Toshiko tenga la última palabra.
Por dentro, Haruna pensaba en cómo el destino parecía estar haciendo justicia. Recordó los días oscuros que pasó en prisión, acusada injustamente por Satomi de un crimen que no había cometido. Aunque no lo mostraba, cada lágrima de Satomi era como un bálsamo para sus antiguas heridas.
—No sé si podré, Haruna —admitió Satomi, su voz apagada—. Todo lo que construí se está desmoronando.
Haruna la abrazó brevemente, sus labios formando una sonrisa apenas perceptible mientras Satomi no la veía.
—Tranquila, Satomi, este tipo de cosas ocurren.
Satomi suspiró triste— Lo más triste es saber que ¡esto es injusto! Toshiko y Kousei me encagañaron primero.
Era curioso que hablara de injusticias, después de todo, Satomi la que abogó en su contra hace unos años en el juicio que fue acusada de "asesina" obligándola a ir a la cárcel injustamente.
Haruna mantuvo el abrazo un poco más de lo necesario, como si realmente estuviera ofreciendo consuelo, aunque sus pensamientos iban en otra dirección. Satomi hablaba de injusticias, como si la vida no tuviera memoria, como si los pecados del pasado no regresaran eventualmente a cobrar su precio. Haruna la soltó despacio, ajustándose en el sofá con una mirada que mezclaba compasión y algo indescifrable.
—Es cierto, Satomi. A veces la vida puede ser extremadamente injusta. —Su voz estaba cargada de empatía calculada, cada palabra elegida con cuidado para no traicionar su satisfacción interna—. Pero lo importante es cómo te levantas de esto. No puedes dejar que Toshiko ni nadie más te derrote.
Satomi dejó caer su cabeza entre sus manos, como si el peso de sus problemas la estuviera aplastando.
—¿Y cómo lo hago, Haruna? ¿Cómo enfrento a gente que me desprecia y cree lo peor de mí? ¡Ni siquiera puedo mirar a las personas a los ojos! —Su voz se rompió al final, y las lágrimas volvieron a correr por su rostro.
Haruna tomó una servilleta de la mesa y se la ofreció.
—Debes empezar por demostrar quién eres realmente. Si hay algo que aprendí —dijo, recordando su propia experiencia en prisión— es que las mentiras y los chismes no definen a una persona. Es lo que haces después lo que importa.
Satomi levantó la mirada, sus ojos inyectados en desesperación.
—Toshiko y Kousei destruyeron todo lo que soy. Me llamaron adúltera, Haruna. Yo no... yo no hice nada malo, ¡fue Kousei quien me traicionó! Y ahora, Toshiko utiliza esas fotos para asegurarse de que nunca recupere mi lugar.
Haruna mantuvo su expresión serena, pero en su interior no podía ignorar la ironía de la situación. Satomi hablaba de traición como si no hubiera sido ella misma quien alguna vez la había traicionado, quien había manipulado evidencias, levantado calumnias y logrado que un juez la declarara culpable de un crimen que no cometió. Haruna recordaba cada uno de los meses que pasó tras las rejas, sola, sin poder defenderse de las acusaciones de ser una "asesina".
—Entiendo cómo te sientes —respondió Haruna finalmente, su tono más suave, casi maternal—. Pero debes saber que, aunque ahora todo parezca perdido, las cosas pueden cambiar. Debes ser fuerte por ti misma.
Satomi negó con la cabeza, sus manos temblaban mientras apretaba la servilleta contra su regazo.
—No sé si tengo esa fuerza, Haruna. Todo lo que construí... todo lo que fui... está destruido. Ni siquiera sé si quiero seguir peleando. ¿Qué sentido tiene? Nadie cree en mí.
Haruna ladeó la cabeza ligeramente, fingiendo un gesto de comprensión, aunque sus pensamientos eran fríos y calculadores.
—Lo tiene, Satomi. Si no por ti, hazlo por ti. Ellos te necesitan, y necesitan verte fuerte, incluso cuando todo se derrumba. —Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran hondo—. Y, además, sé que eres una mujer inteligente. Si alguien puede encontrar la manera de superar esto, eres tú.
Satomi pareció absorber esas palabras, pero no podía apartar de su mente la humillación vivida. Sus labios temblaban cuando murmuró:
—A veces siento que lo merezco... que esta es mi penitencia por todas las cosas que he hecho.
Esa confesión tomó a Mimi por sorpresa, aunque logró mantener su expresión tranquila. Quizás Satomi tenía algo de consciencia después de todo.
—No hables así —le dijo, tomando su mano con suavidad—. No importa lo que hayas hecho en el pasado, nadie merece ser tratado como tú lo fuiste.
"¿De verdad lo crees?", se preguntó Mimi internamente, mientras sentía cómo el fantasma de su propia humillación volvía a rondar su mente. Pero esta vez, tenía el control, y en su interior había un fuego que no permitiría que Satomi viera ni una chispa de su satisfacción.
Mimi acarició la mano de Satomi una vez más antes de levantarse.
—Descansa, Satomi. Tómate este tiempo para recuperarte. Y si necesitas algo, aquí estaré para ayudarte.
Mientras Satomi asentía débilmente y Haruna la conducía hacia la puerta, una sonrisa apenas perceptible cruzó su rostro. La ironía de la situación era exquisita, pero Mimi sabía que el tiempo para ajustar cuentas aún no había terminado.
Justo cuando Mimi estaba a punto de despedir a Satomi cuando el sonido de un mensaje en su teléfono rompió el incómodo silencio. Satomi sacó el dispositivo de su bolso, su expresión pasando de abatida a tensa en cuestión de segundos.
—Es mi contador —murmuró, desbloqueando el teléfono rápidamente—. Dice que tiene noticias de mis finanzas.
Haruna arqueó una ceja, manteniendo su postura neutral.
—¿Noticias buenas, espero? —preguntó, aunque una parte de ella no podía evitar preguntarse si el destino estaba dispuesto a darle otra dosis de justicia poética.
—Al parecer no.—Respondió Satomi.
La habitación estaba en penumbra. La tenue luz del atardecer se filtraba por las cortinas entreabiertas, bañando el espacio con un resplandor dorado. Izumi estaba sentada en un sillón junto a la ventana, mirando hacia el exterior, aunque su mirada estaba perdida en la distancia. Sus manos descansaban en su regazo, jugueteando con un pequeño pañuelo, mientras en su rostro se dibujaba una expresión de tristeza que parecía pesarle profundamente.
Un suave golpe en la puerta interrumpió el silencio. Izumi parpadeó, saliendo momentáneamente de sus pensamientos.
—Adelante —dijo en voz baja, apenas levantando la mirada.
La puerta se abrió lentamente, y Takuya asomó la cabeza antes de entrar completamente. Llevaba un portafolio bajo el brazo y una carpeta en la mano. Parecía un poco incómodo, pero trató de ocultarlo con una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos.
—Izumi, necesito tu ayuda —dijo mientras avanzaba hacia el centro de la habitación—. Sora no está, y tú eres la única que puede tomar decisiones sobre esto.
Izumi no respondió. Seguía mirando por la ventana, inmóvil, como si no hubiera escuchado ni una palabra. Takuya frunció ligeramente el ceño y se acercó un poco más.
—Izumi —repitió con un poco más de firmeza, esperando captar su atención.
Pero ella continuaba perdida en sus pensamientos, completamente ajena a su presencia. Takuya dejó escapar un suspiro y se arrodilló frente a ella, moviendo ligeramente la carpeta en su campo de visión.
—Izumi —la llamó de nuevo, esta vez con un tono más suave.
Finalmente, la joven pestañeó y miró hacia él, como si recién se diera cuenta de que estaba allí.
—¿Qué? —preguntó, confusa.
Takuya alzó una ceja, claramente incrédulo.
—¿No me escuchaste? —dijo, cruzando los brazos.
Izumi desvió la mirada, su rostro se tiñó de vergüenza. Se pasó una mano por el cabello en un gesto nervioso.
—Perdón, estoy distraída —admitió con un suspiro, su voz llena de cansancio—. Disculpa, pero... —se detuvo un momento, buscando las palabras—. La situación con mi hermana me tiene muy mal.
—¿Está muy mal?—Preguntó el castaño.
—En temas físicos está bien.—Respondió Izumi— Es en el ámbito emocional. Psicológico. Todo ha sido un shock emocional gigante.
—No es para menos. Primero, lo de esa noticia que supuestamente era drogadicta, luego ese amor clandestino con Ryo, la prisión de este, el internado y ahora esto...—Enumeró Takuya.
Omitiendo el detalle que Izumi diría a continuación.
—Y la infidelidad de mi padre.
Takuya se mordió el labio inferior. La verdad era que, hubiese preferido omitir ese detalle, después de todo a Izumi también le dolía ese hecho.
—¡Es como si la vida se encargara de arruinarnos!— Izumi llevó sus manos a su rostro.
—No digas eso.
—Lo siento, pero, no encuentro otra explicación.
Takuya hizo una mueca y suavemente depositó sus manos sobre los hombros de la rubia.
—Yo sé que es difícil, muchas veces todo parece feo, pero créeme ¡eres más fuerte de lo que crees!
Takuya tragó saliva y sacó algo de su bolsillo. Era su llavera en forma de ancla y un recuerdo golpeo su mente.
~Recuerdo~
Junpei entró en la sala de ensayo con una caja en las manos, sus pasos firmes y seguros resonando en el espacio. Los chicos de la banda —Takuya, Daisuke, Ken y Tomoki— lo miraron con curiosidad mientras él se acercaba a ellos, una sonrisa de satisfacción en su rostro.
—¿Qué traes ahí, Junpei? —preguntó Takuya, inclinando la cabeza hacia un lado.
Junpei colocó la caja sobre la mesa y se cruzó de brazos, mirándolos a todos con seriedad antes de hablar.
—Chicos, he estado pensando en esto por un tiempo —comenzó, su tono solemne—. Nuestra banda es algo especial, y quería hacer algo que nos uniera aún más. Así que... —Abrió la caja, revelando varios llaveros metálicos con forma de ancla—. Estos son nuestros sellos oficiales.
Los ojos de los chicos se iluminaron al ver los llaveros, cada uno idéntico, pero con un pequeño grabado personalizado con las iniciales de cada miembro.
—¡Vaya! —exclamó Daisuke, tomando uno de los llaveros y examinándolo de cerca—. ¡Están increíbles!
—Están geniales, Junpei —añadió Ken, sonriendo mientras tomaba su propio llavero—. Es un gran detalle.
Tomoki tomó el suyo, con una expresión de asombro y orgullo en su rostro. —Esto nos hace sentir más como una familia.
Junpei asintió, satisfecho con sus reacciones. —Exactamente. Quiero que estos llaveros sean un símbolo de lo que hemos logrado juntos y de lo que aún vamos a lograr. Pero escuchen bien —dijo, levantando un dedo en señal de advertencia—, estos llaveros no son solo un accesorio. Son un símbolo de nuestra unión como banda. Así que quiero que los cuiden como si fueran parte de ustedes mismos. No los pierdan.
Takuya asintió con seriedad, sujetando el llavero en su mano. —No te preocupes, Junpei. Lo llevaremos con orgullo y cuidado.
—Sí —intervino Ken—. No los perderemos. Son especiales, como lo que hemos construido juntos.
Junpei los miró a todos, sus ojos brillando con determinación y orgullo. —Bien, chicos. Somos una banda, pero más que eso, somos una familia. Este es solo un recordatorio de lo que significa estar en esto juntos, sin importar lo que venga.
Cada uno de los chicos asintió, sintiendo la importancia del momento. Mientras guardaban los llaveros en sus bolsillos o los colgaban de sus mochilas, se dieron cuenta de que llevaban consigo algo más que un simple objeto. Llevaban la promesa de seguir adelante como una banda unida, pase lo que pase.
~Fin del recuerdo~
Junpei lo mataría por lo que estaba apunto de hacer...pero...¡Debía hacerlo!
—Creo que este es buen momento para darte esto.
Izumi frunció el ceño, sorprendida. —¿Qué es?
—Es el llavero oficial de la banda.—dijo Takuya, ofreciéndole la caja con una mirada seria pero esperanzada.
Izumi deshizo el lazo y abrió la caja. Dentro había un colgante de plata en forma de ancla, brillante y delicado, con una inscripción pequeña y discreta en la parte posterior: "Siempre hay esperanza".
—El ancla es el símbolo de mi banda, porque tiene un significado importante.— Declaró el moreno— El ancla siempre ha significado esperanza. Y ese es uno de los valores que siempre hemos intentado promover con mi banda, es un valor humano que despierta energías adormecidas. La esperanza es algo muy importante en nuestras vidas. Aun cuando el panorama se ve mal. Por eso se dice que la esperanza es lo último que se pierde ¿no?
Izumi observó a Takuya.
—Y eso es lo que necesitas hoy.—Declaró— Sé que todo, con respecto a tu hermana se ve mal, pero yo estoy seguro que todo saldrá bien. Y por eso quiero darte este colgante. Para que nunca pierdas la esperanza de que todo saldrá bien, aunque parezca no haber luz al final del túnel, si lo hay.
Estas palabras resonaron en la cabeza de la rubia.
Takuya respiró hondo. —Rika está pasando por un momento muy difícil. Sé que está luchando contra su adicción y... pensé que algo simbólico podría ayudarla. Este colgante, para que recuerdes que siempre hay esperanza, incluso en los días más oscuros.
Izumi sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas. —Takuya, esto es... muy considerado de tu parte.
Takuya bajó la mirada, su voz temblando ligeramente. —Rika es importante para ti, y luego de lo que sucedió es inevitable para ti sentirte mal, cosa que no quiero, no quiero verte destruido. Quiero que sepa que no está sola, que siempre hay una luz al final del túnel.
Izumi abrazó a Takuya, sintiendo una ola de gratitud y emoción. —Gracias, Takuya. Este gesto significa mucho...
Verdaderamente no se imaginaba cuanto. Estaba tan vulnerable. Solo necesitaba una persona palabras de aliento, contención, alguien que le dijera que todo estaría bien.
Takuya tenía algo especial...Muy especial...Hacía que su corazón latiese con mucha fuerza.
¡Un minuto!
A su mente vino el recuerdo de su última conversación con Takeru.
~Recuerdo~
—¿Sabes que es lo más triste?— Comentó Izumi— Que tuve que alejarme de Takuya y me he comportado horriblemente con él estos días...—Musitó— Apenas lo saludo, intento no dirigirle la mirada, literalmente renuncié a mis modales...—Suspiró— Pero él sigue siendo amable conmigo. Y busca hacerme reír.
Takeru se cruzó de brazos, escuchando atentamente a su sobrina mientras intentaba desentrañar lo que estaba pasando por su mente. Izumi hablaba con una mezcla de culpa y anhelo, lo que no hizo más que aumentar su intriga.
—Takuya... —murmuró Izumi con una sonrisa pequeña pero melancólica— Es increíble. Siempre tiene esa energía, esa forma de ver el lado bueno de todo. Incluso cuando soy fría o distante, nunca se rinde conmigo. No importa cuánto lo evite o lo ignore, siempre encuentra la manera de acercarse, de hacerme sentir mejor.
Takeru arqueó una ceja, notando el cambio en su tono.
—Sigue... —la animó, aunque había una pizca de ironía en su voz.
Izumi suspiró, sin darse cuenta de la mirada evaluadora de su hermano.
—Es como si... no sé, como si él entendiera algo que yo no puedo expresar. Siempre tiene una broma lista, un comentario sarcástico que me hace reír aunque no quiera. Es tan... paciente. Creo que nunca he conocido a alguien así.
—Interesante... —comentó Takeru, dejando caer el peso de la palabra con intención.
Izumi parpadeó, alzando la mirada hacia él.
—¿Qué tiene de interesante?
Takeru la observó por un momento antes de responder, escogiendo cuidadosamente sus palabras.
—La forma en que hablas de él, Izumi.
—¿Qué tiene mi forma de hablar? —preguntó ella, a la defensiva.
Takeru se encogió de hombros, aunque su expresión permaneció seria.
—No lo sé, quizá es la admiración en tu voz. O la forma en que tus ojos se iluminan cuando lo describes. Es curioso, sobre todo viniendo de alguien que dice estar evitando a ese tipo como si fuera el enemigo público número uno.
Izumi abrió la boca para responder, pero no encontró las palabras. Takeru la había desarmado con una observación que ni siquiera ella misma había considerado.
—No estoy diciendo que haya algo malo en ello, Izumi. Pero me parece contradictorio que digas que "renunciaste a todo" cuando claramente estás más involucrada emocionalmente de lo que quieres admitir.
Izumi desvió la mirada, sintiendo el calor subirle al rostro.
—Eso no significa nada. Solo... estoy agradecida, eso es todo.
—¿Agradecida? —repitió Takeru, con una risa incrédula—. Izumi, suenas más como alguien que está al borde de una confesión que como alguien que solo siente gratitud.
—¿De una confesión?—Preguntó la oji-verde— ¡Claro que no!
—Bueno, quizás, no sea una confesión consciente, pero de la forma que hablas de Takuya, la culpa que sientes al no poder hablarle se siente más como una carga emocional que culpa por simplemente no ser educada con él.
Izumi observó confundida a su tío: —¿Qué quieres decir?
—No lo sé...—Comentó— Dímelo tú...—Murmuró— ¿Estás seguro que sigues enamorada de Kouji?
—¿Qué? ¿Por qué preguntas eso?— Preguntó la chica.
—Porque tu rostro dice otra cosa, tus expresiones, tu forma de hablar...—Musitó Takeru— Cuando hablas de Kouji pareces apaga como si llevaras una carga horrible en tu espalda. Pero cuando mencionas a Takuya tu rostro se ilumina.
—Incluso, ayer que estuvimos en su casa, fue evidente que te importó nada lo que dijera o hiciera Kouji. Sonreías mucho con la presencia de Takuya.
Izumi parpadeó, incapaz de procesar lo que Takeru acababa de decir. Su corazón se aceleró, pero no estaba segura si era por la confusión, el miedo o la posibilidad de que tuviera algo de razón.
—Eso no es cierto, Takeru. —Intentó sonar segura, pero su voz tembló ligeramente, traicionándola.
Takeru ladeó la cabeza, observándola con la paciencia de alguien que sabía que estaba pisando terreno frágil.
—¿No es cierto? Entonces mírame a los ojos y dime que sigues enamorada de Kouji.
Izumi abrió la boca, pero las palabras no salieron. Era como si algo la estuviera frenando, como si la simple idea de pronunciar esa afirmación la asfixiara.
—Yo... —balbuceó finalmente, apartando la mirada— Claro que lo estoy.
—No lo parece. —El tono de Takeru era suave pero firme, y sus palabras perforaron la barrera defensiva que Izumi intentaba construir—. Y no lo digo para molestarte, Izumi. Es solo que... parece que estás atrapada en una relación que no te hace feliz.
—Eso no es asunto tuyo. —Respondió rápidamente, su tono cargado de incomodidad.
—Tal vez no lo sea. Pero soy tu tío, y me importa tu felicidad.
Izumi respiró hondo, tratando de calmarse. Pero las palabras de Takeru se sentían como un peso que no podía ignorar.
—Kouji y yo tenemos historia, ¿entiendes? No es algo que pueda desechar solo porque... porque alguien más me hace sonreír de vez en cuando.
Takeru arqueó una ceja, su expresión llenándose de escepticismo.
—¿Historia? Claro, pero también empezaste a escribir una con Takuya. Una historia que, por lo que veo, sigue escribiéndose cada vez que están juntos.
—¡Eso no significa nada! —Exclamó Izumi, su voz ahora alzándose.
—¿En serio? Porque, honestamente, parece que significa mucho. —Takeru hizo una pausa, dejando que el silencio se asentara entre ellos antes de continuar—. Mira, no estoy diciendo que debas tomar una decisión ahora mismo. Solo quiero que seas honesta contigo misma. Porque si sigues forzándote a sentir algo por Kouji cuando claramente tus sentimientos están en otro lugar, terminarás lastimándote más a ti misma... y a él.
Izumi se quedó callada, sus palabras atoradas en su garganta. Sabía que Takeru tenía un punto, pero admitirlo era un paso que todavía no estaba lista para dar.
—Piénsalo, Izumi. No te estoy pidiendo que hagas algo al respecto ahora mismo, solo que te permitas ser sincera contigo misma. —Con esas palabras, Takeru se levantó y salió de la habitación, dejando a Izumi sola con sus pensamientos.
Ella se hundió en el sofá, sintiéndose abrumada. Las palabras de Takeru seguían resonando en su mente, cada una golpeando con fuerza las barreras que había construido alrededor de sus sentimientos. ¿Era posible que realmente hubiera algo de verdad en lo que él decía? ¿Y si estaba engañándose a sí misma todo este tiempo?
~Fin del recuerdo~
Dirigió su mirada hacia él.
Las palabras de Takeru...¡No podían ser verdad!...¿O sí?
Rika se encontraba recostada en su cama, su cuello ortopédico completamente inmovilizado. No era por el dolor físico, sino por el peso abrumador de los pensamientos que inundaban su mente. Sentada en la oscuridad de su habitación, los recuerdos de los últimos días, las semanas, parecían repetirse una y otra vez como una película en bucle. El accidente, las tensiones familiares, y su vida que ya no era lo que había sido. Cada vez que intentaba procesarlo, su cabeza se sentía más pesada, más agotada. No sabía si estaba triste, enojada o simplemente… perdida.
El silencio era roto por un suave golpe en la puerta, seguido de una voz que la llamaba con suavidad.
—Rika, cariño, soy yo, Sora. He traído algo de comida, es hora de comer.
Rika no movió un dedo. Se quedó allí, mirando el techo, inmersa en sus pensamientos. No tenía ganas de nada, ni siquiera de comer. La voz de su madre entró en la habitación como un susurro de preocupación.
—Rika, debes comer. —Sora apareció en la puerta, sosteniendo una bandeja con comida en las manos—. No puedes seguir sin comer, tu cuerpo necesita energía. Y además, debes tomar tus medicinas.
Rika levantó lentamente la vista, sus ojos opacos reflejaban una mezcla de agotamiento y tristeza. Con una leve mueca, sus labios se curvaron hacia abajo.
—No tengo hambre, ma... —respondió, su voz apagada, sin fuerza.
Se detuvo antes de decir la palabra "mamá"
No sabía si continuar diciéndole así.
Sora suspiró, su rostro reflejaba una preocupación profunda. Sabía que no solo se trataba de la falta de apetito. Sabía que su hija estaba luchando con algo mucho más grande, algo que las palabras no podían curar.
—Sé que no quieres comer, pero no puedes estar sin hacerlo. —Sora se acercó a la cama, poniendo la bandeja sobre la mesa de noche junto a Rika—. Tienes que tomar las medicinas, y para eso, necesitas algo en el estómago.
Rika hizo una mueca, girando la cabeza hacia su madre, con una mirada que ya no tenía la misma chispa de antes. Su mirada estaba vacía, perdida.
—¿Es posible que me devuelvan el celular? —preguntó, su voz cansada, pero con una leve esperanza en el tono—. Llevo tanto tiempo castigada, sin él.
Sora la observó por un momento, su corazón apretado al ver a su hija en ese estado. Sabía que el celular era lo único que parecía importar a Rika ahora mismo, como si fuera la última conexión con el mundo exterior, con su antigua vida.
—No es lo correcto, Rika. —Sora contestó con suavidad, pero también con firmeza—. Sabes que aún no es el momento para eso. Necesitas concentrarte en tu recuperación.
Rika suspiró, la frustración evidente en sus ojos. No podía soportar más estar atrapada en esa habitación, en esa casa. Todo parecía opresivo, asfixiante.
—Estoy aburrida… —dijo con un tono bajo, como si la simple mención de la palabra "aburrida" fuera suficiente para que la tristeza la envolviera aún más—. Odio estar encerrada.
Sora la miró, intentando suavizar la tensión con una sonrisa que no logró alcanzar sus ojos. Se acercó a su hija y se sentó al borde de la cama.
—Sé que es difícil, pero el doctor recomendó que descansaras. —Le acarició la mano con delicadeza—. Es por tu bien, cariño.
Rika miró a su madre, pero su expresión no cambió. Su mente seguía perdida en un mar de pensamientos oscuros. La idea de estar encerrada en esa habitación, alejada del mundo, sin poder hacer nada, la desesperaba.
—¿Qué quieres que haga entonces? —preguntó, resignada, sin mucho ánimo.
Sora suspiró nuevamente, sabiendo que no podía cambiar todo de inmediato, pero deseaba que su hija pudiera encontrar algo de paz, aunque fuera por un momento.
—Puedes ver televisión, si quieres. —Dijo con una sonrisa leve, tratando de aligerar el ambiente.
Rika levantó la vista, pero no mostró mucho interés. La televisión ya no tenía el mismo atractivo que antes. Los programas que solían entretenerla ahora le parecían vacíos, como si nada en el mundo pudiera distraerla de la tormenta interna que estaba enfrentando.
—Nada bueno dan en la televisión hoy en día. —respondió, casi con desdén.
Sora, sin embargo, no parecía dispuesta a rendirse. Se levantó y caminó hacia el televisor. Lo encendió, y Rika, con una mirada resignada, tomó el control remoto.
Al principio, no tenía idea de qué canal poner. Solo cambió de canal tras canal, buscando algo, cualquier cosa que pudiera calmar su mente, aunque fuera por un segundo. De repente, el ruido constante de los canales cambió. La imagen de una noticia apareció en la pantalla, y Rika detuvo su pulgar sobre el control remoto.
La noticia en la televisión captó su atención de inmediato, y su rostro se quedó petrificado.
—Última hora… Henry Wrong, heredero de la familia Wrong, queda en estado vegetal tras un fatal accidente. —la voz del locutor resonó en la habitación, anunciando lo impensable.
¡Oh no!
Pensó Sora.
El sol del atardecer teñía las columnas de mármol con un cálido resplandor dorado. Haruna, conocida por muchos como Mimi, cruzó la entrada principal con un aire de seguridad que era imposible ignorar. Había elegido su atuendo con precisión: un vestido de seda carmesí ceñido a su figura, con un escote pronunciado y una abertura lateral que revelaba sus esbeltas piernas al caminar. Cada detalle, desde los pendientes dorados que adornaban sus orejas hasta el delicado perfume que dejaba una estela a su paso, había sido calculado para provocar una reacción.
Yamato estaba en la sala revisando las facturas de su empresa. Cuando Haruna entró, él alzó la vista de los documentos que sostenía y, por un breve instante, su mirada se detuvo en ella. Sus ojos azules, normalmente fríos e impenetrables, mostraron una chispa de algo que podría haber sido admiración o desconcierto. Sin embargo, casi de inmediato, desvió la mirada y se levantó de su asiento, adoptando una postura rígida y formal.
—Haruna, me alegra verte —dijo, su tono neutral aunque ligeramente tenso. Señaló un asiento cercano—. Por favor, toma asiento.
Haruna sonrió con suavidad, consciente del impacto que había causado. Caminó hacia el asiento con una gracia natural, dejando que el suave sonido de sus tacones resonara en la habitación. Antes de sentarse, se inclinó ligeramente, ajustando el dobladillo de su vestido, un gesto deliberado que no pasó desapercibido para Yamato.
—Gracias, Yamato. Vine porque me enteré de que Rika ya está de alta. Quiero verla... saber cómo se siente. —Su voz era dulce, pero había un toque de genuina preocupación en ella.
Yamato asintió, manteniendo la mirada fija en un punto indefinido, como si temiera que un vistazo más largo hacia Haruna pudiera traicionarlo.
—Rika está mejor físicamente —respondió—, pero emocionalmente... es difícil. Está alterada, desconfiada, y no quiere hablar con casi nadie. Sin embargo, he notado que confía en ti, más que en cualquier otra persona. —Hizo una pausa, su tono suavizándose ligeramente—. Por eso me alegra que hayas venido.
Haruna inclinó ligeramente la cabeza, permitiendo que un mechón de su cabello cayera sobre su rostro, un gesto que Yamato evitó mirar directamente.
—Me alegra saber que puedo ayudarla, aunque sea un poco. Rika es especial para mí, y haré todo lo que pueda para apoyarla —dijo, dejando que su voz adquiriera un matiz de sinceridad. Luego agregó con una sonrisa juguetona—. ¿Y cómo estás tú, Yamato? Pareces... tenso.
Él frunció el ceño ligeramente, cruzando los brazos como un intento de protegerse de la incómoda atmósfera que Haruna parecía disfrutar creando.
—Solo estoy ocupado. Las responsabilidades no se detienen, incluso cuando mi hija está recuperándose de un accidente. —Su tono era firme, casi como si intentara cerrarle el paso a cualquier insinuación.
Haruna soltó una risa suave y melodiosa.
—Siempre tan dedicado... Es una cualidad admirable. Pero no te olvides de cuidar de ti mismo, Yamato. No puedes cargar con todo el peso del mundo solo.
Él la miró entonces, por primera vez en varios minutos. Había algo en sus ojos que no era del todo severo, pero tampoco era relajado. Quizás una mezcla de aprecio y cautela.
—Lo tendré en cuenta —respondió con un tono más amable. Luego, cambió de tema rápidamente—. Rika está desayunando, Sora acabó de llevarle algo para comer. En cuanto esté lista te recomiendo subir.
—¿No te molesta que quiera verla?
—Claro que no. Creo que le hará bien verte.
Haruna asintió, aceptando el cambio de tema con elegancia.
—Estoy segura de que hablaremos cuando esté lista. Mientras tanto, podemos ponernos al día tú y yo. Hace tiempo que no hablamos... realmente.
Yamato apretó los labios, consciente de que Haruna tenía la habilidad de manipular conversaciones a su favor. Sin embargo, no podía negar que su presencia, aunque desconcertante, tenía un efecto calmante en él.
—Supongo que tienes razón. —Hizo un gesto hacia la mesa de té—. ¿Un té mientras esperamos?
Haruna sonrió ampliamente, como si hubiera conseguido exactamente lo que quería.
—Bueno, gracias.
Yamato se acercó a la mesa y sirvió dos tazas de té con movimientos precisos y medidos, como si quisiera distraerse de la presencia de Haruna. Ella, por su parte, se acomodó en el sillón frente a él con la misma gracia deliberada que había mostrado al entrar. Cruzó una pierna sobre la otra, dejando que la abertura de su vestido se deslizara ligeramente, revelando un destello de su piel perfectamente cuidada.
Él colocó las tazas en la mesa con cuidado, pero al levantar la vista, su mirada se encontró, sin querer, con la figura de Haruna. Era imposible ignorar su belleza. La seda carmesí de su vestido parecía brillar con la luz del atardecer, moldeándose a sus curvas con una precisión casi provocativa. Su postura, confiada y relajada, irradiaba una sensualidad que Yamato no podía evitar notar, aunque lo intentara.
Rápidamente desvió la mirada, reprendiéndose mentalmente por haberse permitido ese instante de debilidad. "Concéntrate", se dijo a sí mismo, tomando asiento frente a ella con la espalda recta y la mandíbula tensa.
Haruna notó el breve momento de desconcierto en Yamato. Una ligera sonrisa se formó en sus labios mientras tomaba la taza de té con delicadeza, como si no hubiera notado nada fuera de lo común. Sin embargo, por dentro, disfrutaba de la reacción que había provocado.
—¿Todo bien, Yamato? —preguntó con un tono ligero, pero con un matiz de diversión que no pasó desapercibido.
Yamato desvió la mirada, aclarándose la garganta mientras se servía el té. Su semblante serio regresó de inmediato, como si intentara recuperar el control de la situación.
—Sí, claro. Solo estaba pensando en lo difícil que ha sido para Rika. —Le tendió una taza de té, esforzándose por concentrarse en el tema en cuestión—. Ha tenido demasiados golpes últimamente, y no quiero presionarla. Pero creo que tú podrías ayudarla a encontrar algo de paz.
Haruna tomó la taza con delicadeza, sus dedos apenas rozando los de Yamato durante el intercambio. Ese pequeño contacto fue suficiente para provocar un leve tensar de sus labios, aunque él rápidamente desvió su atención al té.
—Haré todo lo que esté en mis manos para apoyarla —respondió Haruna, dejando que su voz se suavizara, casi acariciándolo con sus palabras—. Pero no es solo Rika quien parece cargado con el peso de todo esto. Tú también necesitas descansar, Yamato. No puedes ser fuerte para todos si no te tomas un momento para ti.
Él la miró entonces, su expresión algo más relajada, pero sus ojos todavía cautelosos.
—No estoy aquí para descansar, Haruna. Tengo responsabilidades, y Rika me necesita más que nunca.
Mimi sonrió, inclinándose ligeramente hacia adelante, apoyando su codo en el brazo del sillón mientras sostenía la taza con una elegancia estudiada.
—Esa dedicación tuya siempre ha sido admirable. Pero incluso los hombres más fuertes necesitan un respiro. —Le lanzó una mirada que parecía leerlo a fondo—. No te castigues demasiado, Yamato. A veces, compartir la carga con alguien más puede hacer toda la diferencia.
Yamato sostuvo su mirada por un momento, como si intentara descifrar sus intenciones. Había algo en la forma en que Mimi hablaba, en cómo se movía, que lo descolocaba. Era como si ella supiera exactamente cómo atravesar las barreras que él se esforzaba tanto en mantener.
—Aprecio tus palabras, Haruna —dijo finalmente, inclinando ligeramente la cabeza—. Y sé que puedo contar contigo, al menos para ayudar a Rika. Es importante para mí.
Mimi dejó la taza en la mesa con un suave clic, inclinándose aún más cerca.
—Siempre podrás contar conmigo, Yamato. Para lo que necesites.
—Te agradezco por eso, en verdad.— Comentó el rubio— Por lo de los camarógrafos y la prensa. Es segunda vez que nos salvas de la farándula de este país.—Su tono era sincero, y por primera vez en un buen rato, se mostró algo más relajado—. Gracias a tu intervención, pudimos enfocarnos en Rika y no preocuparnos por esos problemas.
Haruna levantó una mano con gesto despreocupado, una sonrisa ligera jugando en sus labios.
—No tienes que agradecerme, Yamato. Es lo menos que podía hacer —respondió, con una voz suave pero segura. Su tono estaba impregnado de una humildad que, aunque genuina, tenía una capa de cálido desafío. Sabía que su ayuda no había sido trivial.
Yamato la miró fijamente, sus ojos azules escrutando cada palabra que salía de sus labios. Algo en su actitud calmada y confiada lo hacía sentir una extraña sensación de alivio, aunque lo intentara esconder bajo una fachada de formalidad.
—No, de verdad. Te lo agradezco —dijo, esta vez con un toque de firmeza en su voz—. Gracias a ti, pudimos concentrarnos completamente en Rika y no tuvimos que perder tiempo con esos inconvenientes. Me ayudaste más de lo que imaginas.
Haruna lo observó por un momento, evaluando sus palabras. La sonrisa en su rostro no desapareció, pero en sus ojos brillaba una luz intensa que parecía desafiar las normas implícitas de la conversación.
—Sabes, siempre has sido tan... directo —comentó, casi con un toque de diversión en su tono—. Pero me agrada. No es común encontrar gente que sea tan abierta. Pero también debo decirte algo... —pausó, asegurándose de que Yamato estuviera escuchando atentamente—. Yo también tengo algo que agradecerte. No solo por lo que has hecho por Rika, sino por confiar en mí cuando muchos no lo habrían hecho.
Era extraño, él jamás confiaba en las personas. Pero Haruna era una excepción a la regla.
Yamato abrió su boca con el objetivo de responder, pero un grito interrumpió su conversación: —¡Yamato ven!
Mimi y Yamato llegaron a la habitación de Rika, donde Sora se encontraba a los pies de la cama parada observando a su hija, quien se encontraba sobre la cama con un cuchillo en la mano.
—Baja eso, Rika, bájalo.
—¡Ey! Rika ¿qué estás haciendo?— Preguntó Yamato— Baja eso, por favor, mi niña.
—Ustedes me hicieron creer que nada había pasado y que todo estaba bien...—Rika alzó su cuchillo.
—Yamato, Rika ya sabe lo de Henry.—Musitó Sora mientras lágrimas caían de sus ojos.
Mimi observó la escena, llevó su mano a su boca completamente incrédula de la situación, por primera vez en mucho tiempo volvía a sentir esta angustia y desesperación, de querer gritar y hacer algo, todo por ver a esa chica con ese cuchillo en la mano.
—Rika, baja eso.
—Dame tiempo para explicarte lo que pasó...—Yamato intentó razonar con su hija.
—¡Explicar qué!— Gritó Rika— Que por mi culpa, Henry se quedó en estado vegetal.— Las lágrimas cayeron por sus ojos sin cesar— ¡Debí haberme muerto en ese accidente!
—Rika, fue un accidente, nada más...—Yamato alzó las manos en señal "alto al fuego"— Fue un accidente.
—¿Accidente?— Preguntó la pelirroja— Ustedes bien sabían que estábamos drogados.
—Rika cometiste un error, es completamente normal...—Yamato se acercó a Rika— Por favor, baja eso...
—¡Henry quedó en ese estado por mi culpa!— Exclamó— ¿Es que acaso no entiendes? ¿no sientes?
—No ibas conduciendo.
—No...—Respondió Rika— Pero ¡yo le pedí que me fuera a buscar al internado! Y que consumieramos esa cosa.
—Mi niña, no es tu culpa mi amor, por favor...—Intentó Yamato— Baja eso. Deja el show.
—¿Show?— Rika rió— Show fue lo que tú diste cuando salió ese video con tu estúpida amante. En el cual nos dejaste en ridículo a las mujeres de tu familia que decías amar.
Eso fue como si Rika hubiese lanzado el cuchillo directo al corazón de Yamato.
—Lo siento, fue mi error, y lo lamento...—Rogó el rubio y se acercó un poco más— Pero, por favor, tú no sigas mi ejemplo. No hagas locuras.
—Cálmate, por favor, Rika...—Rogó Sora acercándose.
—Rika, por favor, suelta eso...—Yamato intentó tomar aquella arma blanca.
Sin embargo, Rika rápidamente retrocedió, y sin piedad, con el filo del cuchillo, lastimó su brazo derecho.
—¡Rika, no!— El grito desgarrador de Sora se escuchó en el lugar.
Y, Mimi, con toda su fuerza hizo a un lado a Yamato para acercarse a Rika.
—Querida, querida, querida ¡No hagas esto!— Rogó la castaña.
—¡Yamato hace algo!— Gritó Sora desesperada y Yamato rápidamente la tomó por los brazos.
Sora comenzó a luchar desesperada contra Yamato para poder acercarse a Rika.
—Rika, mi niña, yo sé que estás dolida...—Mimi habló—Tienes razón al pedir que no te oculten las cosas y que tus padres no cometan errores. Pero lamentablemente ellos, al igual que tú y yo, son humanos...
—No me importa. Solo quiero acabar con este dolor...—Rika cerró sus ojos.
—Querida, yo sé...—Mimi intentó tragar el nudo que sentía en su garganta— Yo sé lo que estás pensando. Crees que haciéndote daño y acabando con esta vida vas a acabar con todo el sufrimiento que estás sintiendo. Pero, te lo digo yo...—Unas lágrimas cayeron de sus ojos— Te lo digo yo, también he intentado hacer lo mismo, haciéndome daño para acabar con todo.
Rika negó.
—Pequeña, por favor, escúchame...—Rogó la castaña— Escúchame, por favor.
Rika abrió los ojos y observó a Haruna.
—Esto va a pasar.— Declaró Mimi— Tranquila, este es un momento. La vida puede darnos golpes duros, puede quitarnos personas que amamos, puede hacer que personas que queremos nos decepcionen, podemos estar solos. Tenemos que enfrentar muchas cosas horribles, incluso ser tachados como un error frente a la sociedad, pero eso no debe quitar tus ganas de vivir...
Las palabras de Haruna resonaron en la mente de la pelirroja.
Rika llevó una mano a su pecho y apretó su corazón mientras se dejaba caer sobre su cama.
—Esto es un momento, va a pasar, te sentirás bien después. Tranquila...—Haruna se acercó.
—Es un momento horrible.
—Lo es, pero después de la lluvia, siempre sale el Sol.—Declaró la castaña— No hay lluvia que dure para siempre ¿si?— Acarició su cabello— Eres una persona muy joven, ahora estás viviendo malos momentos, pero aun tienes toda una vida por delante. Yo sé que eres capaz de seguir hacia adelante...
—No soy capaz.
—¡Claro que sí!— Exclamó Haruna— Yo sé que sí y estoy segura de que tus padres también piensan que sí.
Rika dirigió su mirada hacia Yamato y Sora que se encontraban a un lado completamente afligidos, con los ojos llorosos, totalmente desesperados por esta situación.
—Ellos siempre han estado para ti.—Declaró la castaña— Nunca olvides eso, porque ellos siempre han sido y siempre serán las personas que más te han amado y que te amarán en toda tu vida.
Sí, eso era verdad, ellos la amaron. Tanto así que fueron capaz de adoptarla.
¿Valía la pena hacerles pasar por este sufrimiento?
Rika cerró sus ojos y dejó caer sus lágrimas totalmente arrepentida de esta situación.
Haruna sigilosamente se acercó a ella y le arrebató el cuchillo de las manos.
Sora dejó caer sus lágrimas y sus sollozos fueron estruendosos. Yamato la abrazó para consolarla, mientras de sus ojos también brotaban lágrimas, esta situación verdaderamente logró tocar cada una de sus fibras y lo hizo sentir débil.
Haruna se acercó a Rika y suavemente la abrazó. Luego Sora se acercó y suavemente abrazó a su hija. Yamato también se acercó y tomó la mano de Rika.
Mimi se alejó de ellos y observó aquel marco familiar que tanto quiso destruir, y que finalmente, casi acaba con la vida de una inocente.
Se recostó en la pared mientras lágrimas caían por su rostro.
Al final, Koushiro siempre tuvo razón, no debía continuar incluyendo a personas inocente en su sed de venganza.
Rika no tenía la culpa de ser adoptada, ella no fue un reemplazo para su hija. Al contrario, simplemente era una niña que necesitaba amor y que tenía unos padres maravillosos. Sí, maravilloso. Quizás, Yamato era mal esposo y Sora mala amiga. Pero eso no quitaba que su amor de padres fuera superior.
Satomi entró a su casa con un paso firme, los tacones resonando en el suelo de mármol. En su mano llevaba un folder grueso, lleno de papeles y documentos que había pasado horas revisando. Su rostro reflejaba una mezcla de determinación y furia contenida. Cerró la puerta detrás de ella con un golpe seco y se dirigió directamente al despacho de Kousei.
Kousei estaba sentado en su escritorio, revisando algunos informes con la tranquilidad de alguien que no esperaba ser interrumpido. Levantó la vista al escuchar los pasos de Satomi y frunció ligeramente el ceño al ver su expresión.
—¿Qué ocurre, Satomi? —preguntó con tono despreocupado, apoyándose en el respaldo de su silla.
Satomi no respondió de inmediato. Se acercó al escritorio y dejó caer el folder frente a él con un golpe sonoro.
—Quiero que me expliques esto. —Su voz era cortante, casi un susurro cargado de rabia contenida.
Kousei arqueó una ceja y tomó el folder, abriéndolo con lentitud. Revisó los documentos con una expresión que pasó de la indiferencia a la cautela en cuestión de segundos.
—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó, manteniendo la calma, pero con un tinte de inquietud en su voz.
—Eso no importa. —Satomi cruzó los brazos, su mirada fija en él como si intentara perforar su fachada de tranquilidad—. Lo que importa es lo que esos documentos dicen, Kousei.
Él soltó una leve risa, aunque no tenía nada de humor.
—Son solo movimientos financieros, nada fuera de lo común.
—¿Movimientos financieros? —replicó Satomi, elevando ligeramente la voz—. ¿Desde cuándo hacemos transferencias a cuentas en el extranjero bajo nombres falsos? ¿Desde cuándo estamos involucrados en negocios que no aparecen en los informes oficiales?
Kousei suspiró y cerró el folder, dejándolo a un lado.
—Es más complicado de lo que parece.
—Complicado no es la palabra que usaría. —Satomi apoyó ambas manos en el escritorio y se inclinó hacia él—. La palabra correcta es ilegal. Esto es lavado de dinero, Kousei.
Kousei mantuvo su expresión neutral, pero el leve tic en su mandíbula delataba su incomodidad.
—No es lo que piensas.
—Entonces, explícame. —exigió ella, enderezándose—. ¿De dónde provienen estos negocios?
Él la miró por un momento, como si estuviera evaluando qué tanto podía decirle. Finalmente, soltó un suspiro pesado.
—Es de la empresa de Yamato.
Satomi parpadeó, sorprendida por la respuesta. Pero no tardó en recomponerse.
—Eso es mentira. —afirmó con seguridad—. Las cuentas no calzan, Kousei. Los informes tampoco. He revisado los balances de la empresa de Yamato, y nada de esto coincide con sus operaciones.
Kousei se levantó de su silla, enfrentándola con una mirada severa.
—No sabes todo lo que pasa en esa empresa, Satomi.
—¿Y tú sí? —lo interrumpió ella, cruzando los brazos nuevamente—. ¿Desde cuándo trabajas tan de cerca con Yamato como para involucrarte en algo como esto?
Kousei apretó los labios, evidentemente incómodo con el rumbo de la conversación.
—No es algo que puedas entender.
—¡Hazme entender! —exclamó ella, dando un paso hacia él—. Porque lo único que veo aquí es que estás poniendo en riesgo todo lo que hemos construido.
Kousei guardó silencio, desviando la mirada. Satomi lo observó por un momento, la decepción reflejada en sus ojos.
—Siempre supe que eras ambicioso, Kousei. —dijo finalmente, su tono más bajo pero no menos cargado de reproche—. Pero nunca imaginé que llegarías tan lejos como para comprometer nuestra vida, nuestra familia, por negocios sucios.
—¿Y qué si no es tan limpio como esperas? A veces, para ganar en este mundo, hay que ensuciarse las manos.
Satomi lo mira con una mezcla de decepción y asco.
—No puedo creer que hayas usado la empresa de Yamato como excusa para tus trampas. ¿Crees que nadie lo descubrirá?
—Nadie lo hará si tú no dices nada. —La voz de Kousei tiene un matiz amenazante, aunque intenta disfrazarlo de suavidad—. Esto no es asunto tuyo, Satomi.
—Claro que lo es. —Ella recoge la carpeta de la mesa y la abraza contra su pecho—. No solo estás poniendo en riesgo tu reputación, sino también la mía. ¿Crees que voy a quedarme callada mientras destruyes todo?
Kousei da un paso más, acercándose peligrosamente.
—Te sugiero que pienses bien lo que harás con esos papeles, Satomi.
Ella lo mira desafiante, sin retroceder.
—Te sugiero que pienses bien en lo que estás haciendo, Kousei. Porque no voy a ser cómplice de tus mentiras.
Ambos se miran fijamente durante un largo momento, el silencio entre ellos cargado de tensión. Finalmente, Satomi da media vuelta y sale de la sala con los papeles en la mano, dejando a Kousei solo, con una expresión de ira contenida en el rostro.
Rápidamente sacó su celular y tecleo un número.
A los pocos segundos una mujer atendió del otro lado.
—¿Hola?
—Toshiko...—Habló Kousei— Satomi está cerca de descubrir todo ¡Debemos hacer algo!
Mimi llegó a su mansión, sus pasos eran pesados y su rostro estaba empapado de lágrimas. Su corazón se sentía como si estuviera hecho añicos, y la desesperación la envolvía completamente. Al abrir la puerta principal, sus ojos se encontraron con los de Koushiro y Akari, quienes estaban en la sala, disfrutando de una tranquila tarde. Ambos se sorprendieron al ver a Mimi tan devastada.
Akari se levantó rápidamente, su expresión preocupada. —Madrina, ¿qué pasó?
Mimi no pudo contener más sus emociones y se lanzó a los brazos de Koushiro, sollozando incontrolablemente. Akari también se acercó, su rostro lleno de preocupación y empatía.
—Siempre tuviste razón, Koushiro —dijo Mimi entre lágrimas, su voz quebrada—. Nunca debí intentar vengarme de Yamato y Sora utilizando a su hija... Rika... Ella intentó suicidarse por mi culpa.
Koushiro la abrazó con fuerza, tratando de consolarla. —Mimi, lo siento tanto. No sabía que llegaría a esto.
Akari, con una mezcla de conmoción y tristeza, se acercó a ellos. —Mimi, debes saber que todos cometemos errores. Lo importante ahora es hacer lo correcto y ayudar a Rika a superar esto.
Mimi asintió, aún llorando. —Lo sé, Akari. Pero no puedo evitar sentirme culpable. Nunca debí involucrar a una inocente en mis problemas. Todo esto es mi culpa.
Koushiro la miró a los ojos, su voz firme pero gentil. —Mimi, ahora es momento de enmendar tus errores. Debes hablar con Rika, disculparte y estar allí para ella. Demuéstrale que realmente te importa y que estás arrepentida.
Mimi sollozó aún más fuerte, pero asintió. —Tienes razón, Koushiro. Haré todo lo posible por enmendar esto. No puedo dejar que Rika sufra más por mis decisiones.
Akari tomó la mano de Mimi y la apretó con suavidad. —Estamos contigo en esto, Mimi. Te ayudaremos a superar este momento y a apoyar a Rika.
Mimi miró a Koushiro y Akari con gratitud, sintiendo un rayo de esperanza en medio de su desesperación. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero con el apoyo de sus amigos, estaba dispuesta a hacer todo lo posible para reparar el daño que había causado y ayudar a Rika a sanar.
Quizás, nunca perdonaría a Yamato y Sora, pero no culparía a una inocente.
El despacho de Hiroaki estaba envuelto en penumbras, apenas iluminado por una lámpara de escritorio que proyectaba sombras alargadas en las paredes. Sentado detrás de su imponente escritorio de madera oscura, Hiroaki tamborileaba los dedos con fuerza sobre la superficie, sus ojos clavados en la puerta. Su mandíbula estaba tensa, y cada músculo de su rostro reflejaba la furia contenida que amenazaba con explotar.
La puerta se abrió finalmente, y Toshiko y Kousei entraron con pasos inseguros. Ambos evitaban mirar directamente a Hiroaki, como si eso pudiera apaciguar su ira.
—¿Qué demonios creen que están haciendo? —la voz de Hiroaki resonó como un trueno en la habitación, obligando a ambos a detenerse en seco.
—Hiroaki, podemos explicarlo... —comenzó Toshiko, pero su cuñado la interrumpió con un gesto brusco de la mano.
—¡No quiero explicaciones, Toshiko! —gruñó, poniéndose de pie con un movimiento brusco—. Quiero resultados, y lo único que tengo son problemas porque ustedes dos no pudieron manejar a Satomi.
Kousei, tratando de mantener la compostura, dio un paso al frente.
—Todo está bajo control, Hiroaki. Solo necesitamos...
—¿Bajo control? —Hiroaki soltó una carcajada amarga, inclinándose sobre el escritorio—. ¿Es eso lo que llamas bajo control? ¡Satomi está revisando nuestros movimientos! Si descubre lo que hemos hecho con su dinero, se acabó.
Toshiko, intentando calmar los ánimos, levantó las manos en un gesto conciliador.
—Hiroaki, no sabemos hasta dónde ha llegado. Podríamos hablar con ella, convencerla de que deje esto...
—¿Hablar con ella? —repitió Hiroaki con sarcasmo, su tono gélido—. ¿Y qué le vas a decir, Toshiko? ¿Que hemos desviado millones de su cuenta personal para cubrir nuestras operaciones? ¿Que usamos sus empresas como fachada para nuestros negocios?
Toshiko bajó la mirada, mordiéndose el labio. Kousei, sintiendo que debía intervenir, dio un paso más hacia el escritorio.
—Hiroaki, entiendo tu preocupación, pero Satomi no tiene pruebas suficientes. Aún podemos...
—¡Cállate! —rugió Hiroaki, golpeando el escritorio con ambas manos—. No necesito tus cálculos optimistas, Kousei. Necesito soluciones.
El silencio cayó en la habitación, pesado como una losa. Hiroaki los observó con una mezcla de desprecio y frustración antes de enderezarse, ajustando su corbata con un movimiento brusco.
—Escúchenme bien —dijo, su voz ahora baja pero cargada de amenaza—. Si Satomi llega a descubrir algo, estamos acabados. Ella no es como nosotros. No se quedará callada, y ustedes lo saben.
Toshiko levantó la vista, sus ojos brillando con determinación.
—Entonces, ¿qué propones que hagamos?
Hiroaki se acercó a ellos, sus pasos lentos y calculados.
—¡Lo que sea!— Exclamó— Desháganse de toda credulidad que pueda tener Satomi.
—¿Así como lo hicimos con Mimi?
—¡Exacto!— Sentenció el Ishida—No podemos permitir que esta historia se repita otra vez. Con Taichi y Mimi casi fuimos expuestos ¡No podemos permitir que esto se repita!
Toshiko y Kousei intercambiaron miradas.
—¿Te sientes mejor?— Preguntó Koushiro.
Mimi asintió mientras le daba un sorbo a una taza con té que Akari le preparó. El calor del líquido parecía calmarla, pero su mente seguía agitada.
—Gracias, Koushiro y Akari. —Mimi agradeció con un leve suspiro, mientras la taza aún descansaba en sus manos.
Akari la miró con suavidad, sabiendo que la castaña no estaba completamente tranquila. En su rostro se reflejaba una preocupación contenida, pero no decía nada, respetando el espacio de Mimi.
—De nada—respondió Akari con un tono sereno, pero con una mirada que mostraba su apoyo.
Mimi, aliviada por la atmósfera tranquila, bajó la mirada antes de romper el silencio con una pregunta que le rondaba la mente desde hacía tiempo.
—¿Por qué crees que Rika es mi hija?— Preguntó Mimi, mirando fijamente a Koushiro, quien estaba sentado frente a ella.
Koushiro, sin perder la compostura, reflexionó un momento antes de responder.
—Es una suposición.— Comentó Koushiro— Solo una hipótesis.
—Tus suposiciones en su mayoría son ciertas.— Declaró la oji-miel, con un tono que denotaba una calma inquietante, como si estuviera reconociendo una verdad a la que le temía.
Koushiro la miró con atención. Sabía que rara vez se equivocaba, pero esto no era algo en lo que quisiera equivocarse. La situación era demasiado delicada para tratarla con ligereza. Necesitaba ser cauteloso.
—¿Estás seguro?
—No lo estoy del todo. Es solo una suposición, como te dije.— Comentó el pelirrojo— Ya que, hay muchas cosas que me hacen dudar.
—¿Cómo cuáles?— Preguntó la castaña, con el ceño ligeramente fruncido, intrigada por las razones detrás de las dudas de Koushiro.
—Su tipo de sangre...— Comentó Koushiro— La edad de Rika, su genética, Rika parece una Ishida con todas sus letras, tiene muchas cosas de Yamato que si fuera adoptada no podría tener. ¡Tan solo mírala! Es igual a la hermana de Hiroaki.
La hermana de Hiroaki, Rumiko, a quien Mimi conoció poco tiempo antes de que falleciera por cáncer.
—Rika no tiene un acta de adopción.
—¿No?— Preguntó Mimi, alzando una ceja en sorpresa.
Koushiro negó lentamente, como si aquello fuera una pieza clave del rompecabezas que no terminaba de encajar.
—Llevo tiempo buscando su acta y no la encuentro. Es como si Rika nunca hubiese sido registrada antes de la adopción, prácticamente Yamato y Sora la adoptaron sin ningún papel previo.
—¿Estás diciendo que es un tipo de adopción ilegal, sin antecedente previo?
Koushiro asintió gravemente.
—Lo sospecho. Porque, ¿qué razón tendrían Yamato y Sora para adoptarla? Salvo que fuera directamente hija de Yamato.
Mimi se quedó en silencio, procesando la nueva información que le había sido revelada. Su mente daba vueltas a todas las posibilidades.
—¡Un minuto!— Exclamó Mimi, de repente, con los ojos bien abiertos, como si una chispa de comprensión iluminara su rostro— ¿Ryo y Rika serían parientes?
Koushiro asintió, su mirada llena de dudas, pero también de algo más, algo que no se atrevía a decir en voz alta.
—De algún modo tendría sentido, porque Yamato y Sora los quieren lejos, ¿no?
La castaña llevó sus manos a su boca, asimilando la magnitud de lo que acababa de escuchar. El aire parecía haberse vuelto más denso de repente, y la posibilidad de que Rika y Ryo fueran familia la golpeó como una ola de incertidumbre.
El silencio se instaló por unos largos segundos, hasta que Mimi, visiblemente afectada, murmuró:
—Espera, espera...— Mimi llevó sus manos a su cabeza, frotándola suavemente— Tenemos que asegurarnos de esto.—Declaró, con determinación— No quiero hacerme falsas ilusiones. Mucho menos quisiera creer algo que podría romper el corazón de mi hermano.
Koushiro hizo una mueca, como si también comprendiera lo delicado que era todo esto, y el peso que llevaba sobre sus hombros.
—Bueno, es solo una sospecha.— Declaró— Como te dije anteriormente, la mejor forma de corroborar esto es con...
—Con una prueba de ADN.— Completó Mimi, su voz ya más firme, aunque todavía teñida de preocupación.
—Exacto.— Respondió el pelirrojo, afirmando lo inevitable.
—Bastará con un mechón de su cabello.— Dijo Koushiro, tratando de aliviar el peso de la situación con una respuesta práctica.
Mimi suspiró, dejando que el aire se filtrara entre sus labios en un intento de liberar algo de la tensión que sentía.
Pensar en que Rika pudiera ser su hija le traía una mezcla de sentimientos encontrados. La posibilidad de descubrir la verdad era tanto aterradora como maravillosa, pero la ilusión que crecía en su corazón, aunque pequeña, no podía evitarse. La incertidumbre era la peor parte de todo.
El silencio llenó la habitación nuevamente, mientras Mimi luchaba por mantener la calma, sabiendo que lo que estaba a punto de descubrir podría cambiarlo todo.
De repente, la puerta se abrió y una de las empleadas de la mansión entró rápidamente, con una expresión seria y ligeramente preocupada.
—Perdón por interrumpir, señora,— dijo la empleada con voz firme, mirando a Mimi— Satomi está afuera. Dijo que es urgente.
Mimi se quedó helada por un segundo, sorprendida por la repentina visita de Satomi. La mujer, que normalmente no acudía a la mansión sin una razón específica, rara vez era un visitante inesperado. Y el hecho de que le hubiera pedido una audiencia tan urgente sólo aumentaba la preocupación que ya sentía.
—¿Satomi? —repitió Mimi, con la voz ligeramente entrecortada.— ¿Qué puede ser tan urgente?
Koushiro, que había estado observando la reacción de Mimi, frunció el ceño. La tensión en la habitación creció de inmediato. Sabían que, en este momento, cualquier interrupción podría desatar una serie de consecuencias imprevistas, dada la gravedad de lo que estaban discutiendo.
—Deberíamos recibirla,— dijo Koushiro, haciendo un gesto con la mano para que la empleada se apartara. —No podemos permitirnos más distracciones, pero si viene a pedirte algo importante, debemos saberlo.
Mimi asintió, aunque una ligera incomodidad se apoderó de ella al pensar que Satomi pudiera traer noticias que cambiarían el rumbo de todo lo que había estado planeando. Quizás ella ya sabía algo, o tal vez solo era una coincidencia, pero su intuición le decía que esta visita no era casual.
El garaje de la banda estaba lleno de cajas de equipo, amplificadores y guitarras, con el ambiente cargado de esa mezcla de polvo y música que solo los lugares de ensayo pueden tener. Junpei, Daisuke, Ken y Tomoki se encontraban alrededor de una mesa improvisada, conversando y riendo mientras esperaban a Takuya. Habían estado ensayando durante horas, pero aún quedaba algo de energía en el aire. Tomoki revisaba las partituras, Daisuke tocaba algunos acordes en su guitarra y Ken se encontraba en una esquina, mirando su teléfono distraído.
— ¿Creen que Takuya se olvidó del ensayo otra vez? — preguntó Junpei, riendo mientras tomaba un sorbo de agua.
— ¡No te preocupes! Ya sabes cómo es él, siempre llega justo a tiempo para ponernos a todos a trabajar — respondió Daisuke con una sonrisa confiada, mientras ajustaba las cuerdas de su guitarra.
— A veces siento que Takuya llega tarde solo para hacer una entrada triunfal — agregó Ken con una sonrisa burlona.
Tomoki asintió y siguió pasando la vista por las partituras. — Bueno, cualquiera que sea su entrada, lo importante es que ya casi estamos listos para el concierto. Si logramos hacer bien el ensayo de hoy, seremos imparables.
A lo lejos, se escuchó el sonido de un coche que se aproximaba. Todos miraron hacia la entrada del garaje, donde el ruido de un motor se fue apagando lentamente.
— Ahí viene — dijo Daisuke, ajustándose la correa de su guitarra mientras todos se ponían en posición para empezar.
El coche se detuvo y la puerta del garaje se abrió. Takuya apareció en la entrada, sonriendo como siempre, pero lo que llamó la atención fue que no estaba solo. A su lado, caminaba Izumi, su compañera de trabajo, con una expresión tranquila y una leve sonrisa en los labios. Su presencia causó un pequeño silencio en el aire antes de que las caras de los chicos se iluminaran al verla.
— ¡Izumi! — exclamaron al unísono, sorprendidos y contentos al verla.
Izumi se detuvo un momento, observando a los chicos de la banda, con una ligera risa en sus labios.
— ¡Hola chicos! — saludó con amabilidad, su voz suave pero con un toque de calidez que hizo que todos sonrieran aún más.
Takuya, viendo la reacción de todos, no pudo evitar sonreír de vuelta. — Pensé que podría ser un buen momento para que Izumi viniera a escucharnos ensayar. ¿Qué opinan?
— ¡Claro! ¡Nos encantaría! — dijo Daisuke, prácticamente saltando de su lugar para acercarse a Izumi. — Es un honor tenerte aquí, Izumi.
Junpei asintió, con su característico entusiasmo. — Es genial que estés con nosotros. Sabemos que eres fan de la banda, ¡así que esto va a ser aún más divertido!
Izumi sonrió, sintiéndose halagada por la calidez con la que la recibían. — La verdad, me hace mucha ilusión verlos en acción. Ya tuve la oportunidad de escuchar un poco de su música en el trabajo, pero no es lo mismo que estar aquí viéndolos.
Tomoki, quien había permanecido más callado que los demás, levantó la vista de su guitarra y la miró con una sonrisa. — A nosotros nos encanta que nos escuchen. Espero que disfrutes el ensayo.
Izumi sonrió.
Satomi atravesó la entrada de la mansión con pasos rápidos y desordenados, su rostro marcado por la furia contenida y la ansiedad. El peso de la carpeta aún estaba en su mano, como un recordatorio tangible de las mentiras que había descubierto. No podía ir a casa; no podía enfrentar a Kousei en ese momento. Necesitaba un respiro, un lugar donde pudiera pensar y tratar de ordenar su mente.
La mansión de Haruna, aunque imponente, siempre le había parecido un refugio. No sabía por qué, pero algo en la atmósfera de esa casa la calmaba, aunque ahora no tuviera ni la capacidad de disfrutarla.
Al llegar a la sala principal, vio a una figura de cabello castaño y ojos miel, sentada cerca de la ventana, mirando hacia el jardín. La mujer se giró lentamente al escuchar los pasos apresurados de Satomi, y la joven, al darse cuenta de que la había interrumpido, se detuvo por un momento, sintiéndose repentinamente fuera de lugar.
—Disculpa... —dijo Satomi, su voz quebrada por la tensión—. Perdón por la intrusión, no quería interrumpir.
Haruna levantó una ceja, pero su mirada permaneció serena y tranquila. La calma de la mujer parecía chocar con el descontrol de Satomi, lo que hizo que la joven se sintiera aún más incómoda.
—No te preocupes, no es molestia —respondió Haruna suavemente, dejando la copa de té en la mesa. Se levantó, observando a Satomi con cierta curiosidad—. ¿Qué te ocurre? Pareces alterada.
Satomi vaciló por un momento, luchando por encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, sin poder contenerse más, lanzó todo lo que llevaba reprimido.
—Es Kousei… —comenzó, pero su voz se quebró—. Descubrí algo que me ha dejado… devastada. Estaba revisando unos documentos y… todo lo que pensé que conocía sobre nuestros negocios, sobre nuestra vida, está basado en mentiras. Esos documentos… son pruebas de que Kousei está involucrado en algo ilegal, algo que ni siquiera puedo creer. Hay transferencias a cuentas en el extranjero, nombres falsos… cosas que no puedo ignorar.
Haruna la observó en silencio durante unos segundos, sus ojos fríos pero atentos. La joven, aún respirando con dificultad, continuó.
—Y me ha dicho que… que si lo denuncio, nadie lo sabrá. Que si guardo silencio, todo seguirá como si nada. Pero no puedo quedarme callada, ¿verdad? No puedo permitir que siga destruyendo todo lo que hemos construido. Pero estoy tan confundida… no sé si debo contarle a alguien, o si debo enfrentarlo de una vez. No quiero que esto termine mal, pero tampoco quiero ser cómplice.
Satomi terminó su discurso con una respiración profunda, como si hubiera estado conteniendo todo durante demasiado tiempo. Miró a Haruna en busca de alguna respuesta, algo que le indicara si estaba tomando la decisión correcta.
Haruna, con una calma inquebrantable, se acercó un poco más. Su rostro, aunque imperturbable, mostraba una comprensión que Satomi no esperaba.
—Entiendo que estés confundida. Este tipo de cosas son complicadas, y a veces, las decisiones correctas no siempre son las fáciles. Pero lo que te ha dicho Kousei… —Haruna hizo una pausa, su mirada se tornó más profunda, como si hablara desde una experiencia propia—. No es raro que las personas involucradas en situaciones tan complicadas intenten intimidar a los demás. Pero lo que realmente importa es lo que tú elijas hacer con esa información. Si decides quedarte callada, serás cómplice. Si decides actuar, te arriesgarás a que todo lo que has construido caiga. Pero lo peor sería quedarte atrapada entre ambos.
Satomi bajó la mirada.
Haruna observó a Satomi con una leve sonrisa en los labios, la serenidad en su rostro contrastando con la tormenta interna de la joven. Mientras Satomi procesaba sus pensamientos, Haruna se permitió un instante para disfrutar de la satisfacción que sentía. No era algo evidente, pero sabía que este momento era crucial.
La mujer frente a ella estaba atrapada en su propio dilema moral, aún dudando sobre si debía tomar acción o seguir el camino más seguro. Pero Haruna sabía algo que Satomi aún no había comprendido completamente. Si Satomi decidía ir más allá y llevar esos documentos a la luz, si se atrevía a enfrentar a Kousei y a todo lo que implicaba, la verdad saldría a la luz. Y cuando lo hiciera, todo se desmoronaría. El lavado de dinero, los negocios oscuros… todo quedaría al descubierto, arrastrando con ello a quienes estuvieran involucrados.
"Si Satomi lo revela al mundo, todo caerá," pensó Haruna, satisfecha por la perspectiva. No podía evitar sentir un pequeño atisbo de complacencia al saber que el caos que se desataría beneficiaría sus propios intereses. A fin de cuentas, todo se reduciría a la supervivencia en un mundo donde las alianzas eran tan frágiles como el cristal.
—No es fácil tomar esa decisión,—dijo Haruna, con un tono casi filosófico, como si ya hubiese jugado sus propias cartas en una situación similar. "El miedo puede ser un gran aliado, o puede convertirse en una prisión.
Satomi la miró, su mente luchando contra la incertidumbre. Haruna continuó, sin dejar de observar a la joven.
—Lo que estás sosteniendo en tus manos no es solo una amenaza para Kousei. Es una amenaza para todo lo que él ha construido." Haruna hizo una pausa, disfrutando de las palabras que estaban surgiendo, las cuales buscaban sembrar más duda en la mente de Satomi. "No solo destruirías su vida, Satomi. Destruirías a todos los que están cerca de él. Y eso, mi querida, tiene un precio."
Satomi, visiblemente perturbada, dio un paso hacia Haruna, los papeles aún en sus manos. Su mirada estaba llena de una mezcla de incredulidad y temor, como si no pudiera encontrar una salida de la trampa que ella misma había descubierto.
—Hay algo más… —dijo con voz temblorosa, mirando los documentos que había encontrado, como si esperara que desaparecieran por sí solos. —Encontré unos archivos… relacionados con Yamato. Con mi sobrino.
El nombre de Yamato colisionó en el aire, haciendo que la tensión en la sala aumentara aún más. Satomi levantó la vista, buscando la reacción de Haruna, pero no recibió más que una calma desconcertante.
Haruna frunció ligeramente el ceño, haciendo un esfuerzo por aparentar sorpresa, aunque en su interior una oleada de satisfacción la invadía al ver cómo Satomi comenzaba a desmoronarse ante la evidencia de algo tan oscuro.
—¿Yamato? —Haruna expresó con una expresión de asombro, como si el nombre de Yamato fuera completamente ajeno a la situación. —¿Qué tiene que ver Yamato con esto?
Satomi, con los ojos llenos de angustia, asintió lentamente, dejando escapar un suspiro pesado.
—No quiero creer que él está involucrado,— confesó, su voz quebrada. —Pero los documentos… las transacciones, los contactos… todo apunta hacia él, hacia su empresa. Es como si todo lo que he estado viendo últimamente fuera una gran mentira.
Haruna se acercó a ella, con una mano sobre el hombro de Satomi, como si estuviera consolándola. Aunque sabía la verdad, no iba a permitir que Satomi se desmoronara tan fácilmente. Al contrario, le ofreció una calma que no sentía, un refugio que no podía ofrecerle realmente.
—Satomi, me cuesta creerlo,—dijo Mimi, adoptando una expresión de falsa preocupación, mientras miraba fijamente a los ojos de Satomi. —Yamato es tu sobrino, no es capaz de involucrarse en algo tan oscuro. No es alguien que se mezcle en negocios ilegales. Todo esto debe ser algún error, alguna confusión.
Satomi la miró, desconcertada, buscando consuelo, pero al mismo tiempo, sintiendo que algo no encajaba en las palabras de Mimi. ¿Cómo podría ella estar tan segura de lo que decía?
—Lo sé,— dijo Satomi, claramente luchando contra sus propios pensamientos. —Pero las pruebas son claras, Haruna. Es como si estuviera encubriendo algo mucho más grande.
Mimi, viendo el creciente conflicto en Satomi, mantuvo su postura, esa postura de madre protectora que no podía dejar de lado la fachada. Aunque sabía la verdad, su papel aquí era otro. Debía sembrar la duda, aferrarse a la esperanza de que Satomi no llegara a comprender por completo la magnitud de lo que estaba pasando.
—Quizás estas pruebas no son tan claras como crees,—dijo Haruna, con suavidad, como si estuviera intentando calmar una tormenta interna. —A veces, las cosas pueden parecer muy diferentes a lo que realmente son. Yamato no es perfecto, por supuesto, pero no es un criminal.
Satomi, sin embargo, no parecía tan convencida. La duda seguía nublando su mente. Algo en las palabras de Haruna la hacían cuestionar la validez de lo que estaba viendo, pero la verdad seguía pesando sobre ella.
—No sé qué hacer,— murmuró Satomi, mirando los papeles con una mezcla de frustración y desesperación. —Si esto es cierto, si Yamato está involucrado, no sé si podré seguir callada.
Mimi dejó escapar un suspiro, y en su interior, una pequeña victoria se alzaba. Sabía que, aunque Satomi estaba rota por dentro, las palabras de consuelo eran suficientes para darle una pausa. Haruna tenía la ventaja ahora, y no iba a dejar que la oportunidad se desvaneciera.
—Tómate tu tiempo, Satomi,— le dijo con un tono amable, pero cargado de una sutileza que solo ella podía entender. No tomes decisiones apresuradas. Pero no cedas.
Satomi asintió lentamente, sumida en sus pensamientos, mientras Haruna la observaba con una mezcla de satisfacción y manipulación sutil. Sabía que no podría evitar que Satomi descubriera más, pero también sabía que el momento adecuado aún no había llegado. Y cuando lo hiciera, Haruna estaría lista para aprovecharlo.
El sonido de la guitarra comenzó a llenar el garaje, suave al principio, y luego se fue intensificando conforme la banda se preparaba para comenzar su ensayo. Los acordes de la canción tomaron forma, creando una atmósfera cargada de energía que hizo que todos se sintieran más vivos, más conectados entre sí. Takuya, al frente, se acercó al micrófono con una determinación serena, listo para empezar a cantar.
Izumi estaba sentada cerca del borde del garaje, observando a la banda con una expresión de admiración. Aún no podía creer que estaba allí, presenciando la pasión con la que Takuya y sus amigos tocaban, haciendo vibrar cada nota. El brillo de sus ojos no pasaba desapercibido para Takuya, que mientras cantaba, sentía que las palabras de la canción se entrelazaban con la atmósfera que ambos compartían.
Cuando la melodía comenzó, Takuya dejó que su voz fluyera con naturalidad, como si cada palabra fuera un susurro de su alma. En cada verso, su mirada buscaba a Izumi, de manera casi inconsciente, como si quisiera ver si ella entendía lo que intentaba transmitir. Y, por un segundo, cuando sus ojos se encontraron con los de ella, un leve rubor se apoderó de su rostro.
Izumi, al notarlo, sintió un pequeño sobresalto. La intensidad de su mirada hacia él no era algo que quisiera esconder, pero tampoco esperaba que Takuya la mirara con tanta cercanía. Sin embargo, la manera en la que él le dedicó una sonrisa, esa sonrisa tan genuina y sincera, la hizo sentir algo que no había experimentado en mucho tiempo. Se dio cuenta de que, a pesar de lo casual que parecía, lo que estaban compartiendo en ese momento iba más allá de una simple canción.
Los chicos de la banda, que seguían con sus instrumentos, comenzaron a notar la tensión que se había formado entre los dos. Ken, que estaba al tanto de la cercanía entre Takuya e Izumi, miró a Junpei, quien no pudo evitar reírse en voz baja al ver cómo Takuya se ruborizaba levemente.
— Mira cómo se pone — susurró Junpei, sin apartar la mirada de Takuya, quien continuaba cantando, pero con una leve incomodidad que se notaba en sus gestos. — Este tipo no puede ocultar lo que siente.
Daisuke, que estaba la guitarra, asintió sin dejar de golpear los tambores. — Es obvio que está cantando como si todo fuera para ella. No sé si él se da cuenta de lo obvio que es.
Tomoki, siempre tranquilo, miraba la escena sin perderse ningún detalle. — Ya era hora de que se diera cuenta. La química entre ellos es innegable.
Mientras tanto, Takuya intentaba concentrarse en la canción, pero cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Izumi, algo en su pecho se aceleraba. Decidió continuar cantando, pero su voz, normalmente llena de confianza, sonó un poco más suave, más introspectiva. Al principio pensó que podría ser una distracción, pero cuanto más lo pensaba, más natural parecía.
Izumi, por su parte, observaba la forma en que Takuya cantaba, la emoción detrás de cada palabra. No pudo evitar sentirse cautivada por la forma en que se entregaba por completo a la música, como si nada más existiera en ese momento. De alguna manera, le recordó por qué había comenzado a admirarlo. Y al notar que él volvía a mirarla, le dedicó una sonrisa tímida, sin saber del todo qué significaba ese gesto entre ellos.
Takuya, al ver la sonrisa de Izumi, se sintió como si un peso se hubiera aligerado de sus hombros. Sin quererlo, su rostro se tornó más rojo, y la melodía que estaba cantando pareció tomar un giro más emocional, más personal. En ese momento, se dio cuenta de que, en algún nivel, la canción realmente era para ella, aunque él no pudiera admitirlo en voz alta.
— ¿Ves? — murmuró Daisuke, mirando la interacción entre ellos mientras tocaba la guitarra con destreza. — Yo sabía que algo pasaba.
Ken le dio un golpe amistoso en el brazo, sonriendo como un niño travieso. — No sé qué es más divertido, si ver a Takuya cantar o verlo completamente sonrojado.
Junpei soltó una carcajada. — Yo diría que lo mejor es que se está dando cuenta de lo que siente. ¡Finalmente!
Mientras la canción llegaba a su clímax, Takuya cantó con aún más fuerza, como si cada palabra llevara consigo un mensaje oculto solo para Izumi. En su mente, las letras no solo eran parte de la canción, sino una forma de comunicarse con ella sin necesidad de palabras. Y aunque la banda seguía tocando con entusiasmo, él estaba completamente absorto en su mirada, buscando una respuesta, un reflejo de lo que ella sentía también.
Izumi, aunque sorprendida por la intensidad de su canto, no podía dejar de sonreír. Algo en el aire había cambiado. La conexión entre ambos, aunque todavía sutil, era palpable. Cuando la última nota de la canción sonó, el silencio invadió el garaje por un momento, y todos miraron hacia Takuya e Izumi, como si esperaran que uno de ellos dijera algo.
Takuya, aún ruborizado y un poco incómodo, miró a sus amigos, quienes lo observaban con expresiones cómplices, y luego dirigió su mirada hacia Izumi, tratando de disimular su nerviosismo. — ¿Te ha gustado? — preguntó, con una sonrisa nerviosa, buscando la validación de ella.
Izumi asintió, aún sonrojada, pero con una sonrisa cálida.
—¡Sí! Has sido maravilloso...—Dijo prácticamente sin pensar. Provocando que Takuya se sonrojará a mil.
—¿Qué?
—Di-digo...—Habló Izumi— Fue maravilloso tu canto... realmente sabes cómo transmitir lo que sientes con la música.
Los chicos de la banda no pudieron evitar reírse al ver la interacción entre ellos. Era evidente que algo especial había sucedido durante esa canción, y no solo la música había creado una conexión entre ellos, sino también los pequeños gestos, las miradas y sonrisas compartidas.
—¿Logré subirte el ánimo?
La rubia asintió.
—Muchas gracias por estar siempre conmigo.— Comentó y depositó su mano sobre la mano de Takuya.
Pero al instante se ruborizó y rápidamente alejó su mano.
Los chicos de la banda simplemente observaban sonrientes.
—Al parecer Takuya cayó a los pies de la rubia.— Musitó Daisuke.
—Al parecer Ryo no era el único que le atraían las millonarias.—Comentó Ken.
—No lo culpo.—Musitó Junpei.
La tarde continuaba tranquila, y el aire en el apartamento de Hikari estaba cargado de una sensación cálida y familiar. Después de compartir el delicioso postre que Takeru había preparado, ambos se acomodaron en el sofá, disfrutando del silencio cómodo que solo se da entre las personas cercanas.
Hikari había terminado su último bocado y dejó el tenedor sobre el plato, tomando un sorbo de su copa de vino. La sonrisa que le dedicó a Takeru era suave, una mezcla de admiración y cariño.
—Es un don increíble, Takeru —dijo Hikari, su tono suave y sincero. No solo se refería a su habilidad en la cocina, sino a todo lo que representaba ese gesto: la forma en que, a pesar de las dificultades en su vida, él encontraba maneras de cuidar a los demás.
Takeru la miró fijamente, y por un instante, sus ojos mostraron algo más profundo que solo gratitud. Era una mezcla de emociones complejas que Hikari podía leer sin palabras. Su sonrisa fue pequeña, pero llena de significado.
—Te lo di porque... —comenzó, pero se detuvo un momento, como si las palabras se resistieran a salir. Finalmente, miró a Hikari y, con una voz sincera, continuó—. Es mi manera de agradecerte por estar conmigo, por no alejarte, por quedarte a mi lado en todo lo que ha pasado con mi familia, especialmente con Rika.
Hikari sintió cómo su corazón latía con fuerza ante sus palabras. Aunque Takeru nunca había sido del tipo de hombre que expresara fácilmente sus sentimientos, en ese momento, no necesitaba más que esos simples pero profundos pensamientos.
Ella sonrió suavemente, sintiendo una profunda conexión con él. Se inclinó hacia él, tocándole el brazo con una suavidad que reflejaba su cariño.
—No tienes que agradecerme, Takeru. Somos novios. Eso significa que estoy aquí para ti, para lo bueno y lo malo. Y lo único que quiero es ser lo mejor para ti. No necesitas darme nada. Estoy feliz solo de estar a tu lado.
Takeru la miró fijamente, sus ojos reflejando una gratitud profunda. No decía nada, pero la forma en que la miraba era todo lo que necesitaba para sentirse completamente comprendido.
—¡Ya lo eres! —respondió él, su tono sincero y casi avergonzado. Hikari notó la suavidad en su voz, algo raro en él. — Y soy muy afortunado de tenerte.
Hikari sonrió, su mirada cálida y tranquilizadora. En ese momento, todo parecía estar en su lugar. Takeru estaba feliz. Ella estaba feliz. Estaban juntos, y eso lo hacía todo más sencillo.
Takeru, sintiendo una oleada de gratitud y afecto por ella, se inclinó hacia ella y besó suavemente sus labios. El beso fue breve, pero cargado de la emoción que ambos compartían en ese instante.
Cuando se separaron, Takeru la miró con una expresión pensativa, como si tuviera algo más que decir. Luego, con una sonrisa tímida, habló.
—Quiero invitarte a cenar a mi casa, Hikari —dijo, y sus palabras sorprendieron a Hikari. Ella lo miró confundida, sin saber exactamente cómo reaccionar.
—¿A tu casa? —preguntó, sorprendida. La idea de cenar con él en su hogar le parecía algo tan personal, tan diferente a todo lo que habían compartido hasta ahora.
Takeru asintió, sonriendo levemente.
—Sí. Actualmente vivo con Yamato, y también está Izumi, mi sobrina. Ella pensó que sería agradable que vinieras. Así podrías conocer un poco más de mi familia. Está muy agradada con nuestra relación y quiere conocerte más.
—Eso suena genial. Pero ¿crees que sea adecuado? Considerando todo lo que le ha sucedido a tu familia.
—Es precisamente por eso que quiero invitarte. Las cosas han estado complicadas, y Rika está pasando por un momento difícil, encerrada en sí misma después de todo lo que ha sucedido. Quiero que se sienta incluida en mi vida.—Declaró Takeru— Además, me gustaría brindarle un buen momento, ya sabes. Hacer algo diferente.
Quizás, conocer gente nueva, la ayudaría a cambiar el switch.
Hikari asintió lentamente, tocando suavemente su mano.
—Lo entiendo, Takeru. Si eso es lo que necesitas, entonces estaré allí. Haré lo que sea para apoyarte a ti y a tu familia. Y, además... me encantaría conocer más de tu vida y de ellos, si eso te hace sentir mejor.
Takeru sonrió, agradecido por su apoyo incondicional.
—Gracias, Hikari. Significa mucho para mí.
Hikari le devolvió la sonrisa, sintiendo que, al ser parte de la vida de Takeru, también estaba contribuyendo a sanar algunas de las heridas que aún quedaban en su familia. No importaba lo que hubiera sucedido antes; ella estaba allí para ayudar a construir algo nuevo, algo que fuera más fuerte que cualquier adversidad. Y eso, para ella, era lo más importante.
Satomi llegó a su casa con el cansancio visible en su rostro. Había tenido un día agotador, lleno de conversaciones difíciles, papeles que firmar y decisiones que tomar. A medida que cruzaba la puerta, sintió que el peso de la jornada caía sobre sus hombros. Todo parecía estar gris, como si el mundo entero estuviera en un tono opaco, reflejando su estado de ánimo.
La casa, normalmente un refugio, le ofreció poco consuelo esta vez. Pero algo no estaba bien. Al entrar, su mirada se detuvo en la figura de Kousei, que estaba en el vestíbulo, acompañado de varios oficiales. El silencio pesado se extendió por la habitación mientras Satomi fruncía el ceño, sorprendida por la presencia de aquellos hombres.
Kousei la miró fijamente, sus ojos cargados de una expresión seria, casi fría. No había señales de la cordialidad que alguna vez habían compartido. El ambiente estaba tenso, como si una tormenta invisible estuviera a punto de desatarse.
—Satomi, —dijo Kousei, rompiendo el silencio con voz grave.
—¿Kousei?—Musitó la mujer— ¿Qué hacen estos oficiales aquí?
—Vienen a verificar que la orden se cumpla.
—¿Orden?— Preguntó Satomi— ¿Qué orden?
Kousei le extendió unas hojas— De desalojo.— Respondió—Ya no vivirás más aquí.
Satomi parpadeó, sin poder procesar completamente lo que acababa de escuchar. Un nudo se formó en su estómago mientras sus ojos recorrían a los oficiales, notando sus expresiones implacables.
—¿Qué? —preguntó, su voz temblando de incredulidad. Sabía que las cosas no iban bien, pero nunca imaginó que llegaría a este punto— ¿Desalojo?
—Sí Satomi, deberás abandonar esta casa.
Ella lo mira, desconcertada. Su mirada pasa rápidamente de él a los oficiales.
—¿Abandonar? —repite, incrédula—. Esta es mi casa, Kousei.
—Ya no lo es, Satomi.
—¿Cómo qué no?—Gritó la castaña—¡Es mi casa!
—No, no lo es. —La voz de Kousei es firme, y extiende un sobre que contiene documentos legales—. Ahora es mía.
Satomi toma los papeles con manos temblorosas y comienza a leer. Sus ojos se agrandan a medida que sus peores temores se confirman.
—Esto no tiene sentido. —Levanta la mirada, sus ojos llenos de ira y confusión—. Esta casa es mía, Kousei. ¡Era de mi familia antes de casarnos!
Kousei se encoge de hombros, con un aire de triunfo en su rostro.
—Te olvidas de un detalle, querida. Cuando nos casamos, firmaste un acuerdo que transfería todos tus bienes a mi nombre.
Satomi retrocede un paso, sintiendo que el suelo se tambalea bajo sus pies. Recuerda vagamente aquel momento, el montón de papeles que firmó sin pensar demasiado, confiando en él.
—No… no puede ser. —Su voz se quiebra, y su respiración se acelera—. ¡No puedes hacerme esto!
Kousei da otro paso adelante, con una sonrisa burlona.
—Ya lo hice.
—¡Esta casa es mía! ¡Es de mi familia! —grita Satomi, mirando a los oficiales como buscando apoyo—. ¡No puedes desalojarme de aquí!
—Puedo, y lo haré. —La voz de Kousei es implacable—. Además, Satomi, incluso si tuvieras algún derecho, tu condición lo anula.
Satomi frunce el ceño, su confusión creciendo.
—¿Mi condición? —pregunta, con voz temblorosa.
Kousei saca otro sobre de su bolsillo y se lo entrega.
—Tus diagnósticos psiquiátricos, querida. Claramente indican que no estás en condiciones de manejar tus propios asuntos.
Satomi abre el sobre, sus manos temblorosas apenas pueden sostener los papeles. Escanea rápidamente los documentos, reconociendo las firmas de doctores y términos que sugieren inestabilidad mental.
—¡Esto es una mentira! —grita, sus ojos llenos de lágrimas—. ¡Yo no estoy loca!
—Claro que lo estás. —Kousei sonríe, su tono es burlón—. Esos informes no mienten.
—¡Esto es una trampa! ¡Me estás haciendo esto a propósito! —Satomi lo señala con un dedo tembloroso—. ¡No puedes hacerme esto, Kousei! ¡Yo soy tu esposa! ¡Merezco respeto!
Kousei se ríe, una risa fría y sin humor.
—Esposas como tú no tienen derechos, Satomi. Y ciertamente, no tienen un lugar en esta casa.
—¡No puedes hacerme esto, Kousei! —bramó Satomi, sus ojos ardiendo de ira y desesperación—. ¡Solo estás haciendo esto porque descubrí tus negocios sucios!
Kousei, con una calma calculada, dejó escapar una risa fría, un sonido que parecía más un cuchillo que una expresión de humor. Miró a los oficiales con una sonrisa burlona.
—¿Lo ven? —dijo, señalándola con un gesto despreocupado—. Este es el comportamiento del que les hablé. Su estado mental está completamente fuera de control.
—¡No estoy loca! —gritó Satomi, su voz al borde de romperse—. ¡Esto es una mentira! ¡Todo lo que él dice es una mentira!
Kousei sacudió la cabeza lentamente, casi con un gesto paternalista, como si estuviera lamentando la "evidencia" que Satomi le ofrecía con cada palabra.
Uno de los oficiales dio un paso adelante, con el rostro endurecido por la práctica de lidiar con escenas similares.
—Señora, tiene que irse —dijo con voz firme—. No hagamos esto más difícil de lo que ya es.
—¡No me voy a ir! —replicó ella, apretando los papeles en sus manos como si fueran un salvavidas—. ¡Esta es mi casa! ¡No tienen derecho!
El otro oficial, algo más impaciente, intercambió una mirada con su compañero antes de hablar.
—Señora, le sugiero que lo haga por las buenas. Si no, tendremos que proceder de otra manera.
Satomi giró la cabeza hacia ellos, sus ojos inundados de lágrimas, incapaz de comprender cómo nadie veía lo evidente.
—¿Por qué no me creen? —suplicó, sus palabras entrecortadas por el llanto—. ¡Díganme, por qué!
El primer oficial mantuvo su rostro impasible, pero fue el segundo quien respondió con una frialdad que cortó como una cuchilla.
—Porque nadie le creería a una loca como usted.
Esas palabras fueron el golpe final. Satomi cayó de rodillas, su llanto ahora era incontenible. Sus manos temblorosas buscaron apoyo en el suelo, como si necesitara aferrarse a algo para no ser arrastrada por la marea de desesperación. Sus ojos se elevaron hacia Kouji, quien había permanecido en silencio, observando desde un rincón de la sala.
—Kouji, por favor —rogó, su voz temblorosa y cargada de dolor—. No dejes que me eche de mi casa. ¡Ayúdame!
Kouji observó a aquella mujer que alguna vez había ocupado un lugar importante en su vida, la que solía llamar madre. Durante años, confió en ella, creyó que sería su refugio, alguien a quien acudir en momentos de necesidad. Pero Satomi lo había decepcionado en el peor de los momentos, cuando él estaba completamente perdido, cuando necesitaba con desesperación que alguien lo auxiliara. En lugar de apoyarlo, ella lo había ignorado, demostrando que su único interés era su padre y que él solo era una carga soportada por obligación.
—Yo también te pedí ayuda una vez, y me la negaste —respondió Kouji, su voz fría como el hielo mientras sus ojos azules brillaban con una mezcla de desdén y dolor—. No tengo por qué ayudarte ahora.
Satomi lo miró con incredulidad, incapaz de creer las palabras que salían de la boca de aquel a quien una vez cuidó como un hijo.
—¡No puedes hacerme esto! —gritó, intentando apelar a algún resquicio de compasión—. ¡Yo te crié! ¿Cómo, rayos, olvidas eso?
Kouji apretó los labios y dio un paso adelante, su rostro endurecido por la determinación.
—Tú fuiste la primera en olvidar que yo era tu supuesto hijo —sentenció con seriedad, cada palabra cargada de reproche—. Así que no me vengas a rogar. Y ya, ¡vete!
El silencio que siguió fue tan pesado que parecía absorber el aire de la habitación. Satomi se desplomó, derrotada, su llanto llenando el espacio mientras los oficiales la tomaban suavemente de los brazos para escoltarla hacia la salida.
BethANDCourt: ¡Hola! ¡Sí! Sucedieron muchas cosas. Respondiendo a tus puntos: 1) Mmmm ¿será verdad que Takuya es hijo de Sora y Taichi? ¡No lo sabemos! 2) Segunda sospecha. Podría ser, o tal vez no, no lo sabemos. Solo sé que si es verdad ¡Ryo sufrirá! 3) La reacción fue algo inevitable. Dejaron de ser la familia perfecta o que se creía bien constituida. Hikari es un amor, la mejor, es una lastima que no sea aceptada por Hiroaki. Ahora todo se ve bien para Takeru e Hikari. Pero...pronto no lo será...El tema de Nene e Izumi aunque sea extraño refleja mucho la esencia que cada una tiene. Izumi es más débil, se deja llevar fácilmente por su entorno, entonces que le dijeran que Rika es adoptada destruyó lo que para ella era "perfecto" entonces le costó más asimilarlo. Mientras que, Nene es fuerte y derecha, no cambia de opinión tan fácilmente y en Digimon Xros Wars ella siempre destacó que lo más importante para ella y primordial era su familia, en este universo intente que no perdiera eso. Entonces, Nene inamovible es sinónimo de no cambiar su mentalidad con respecto a Rika porque ella no cambia por cosas pequeñas. Y sí, Nene de algún modo está asimilando las palabras de Kiriha, él quiere que sea fuerte pero que no se sobre exija. Toshiko es horrible, sin duda, y viene peor. También me gustaría golpear a Ryo, pero la vida se encarga de eso, lamentablemente no sabe que hacer por la persona que ama. Jajajaj no sabemos que le sucederá a Hiroaki. Ya veremos. Jajaja y yo pensando que los capítulos eran demasiado largos jajaja Me alegra que te gusten. Gracias por ser mi fiel lectora. ¡Gracias por tu comentario! Espero que sigas leyendo y comentando. Te mando un gran abrazo.
