REVENGE
~Capítulo 36~
La luz del sol atravesaba suavemente las cortinas, iluminando de manera tenue la habitación de Mimi. Se encontraba sentada en su cama, con el teléfono móvil en una mano, su mirada fija en la pantalla. Los dedos de su otra mano tocaban distraídamente las sábanas mientras pensaba en todo lo que había ocurrido el día anterior. La conversación con Rika había sido más difícil de lo que esperaba, y la incertidumbre sobre la joven crecía en su mente, sin que pudiera quitarse las palabras de Koushiro de la cabeza: "Rika podría ser tu hija."
El mensaje de Yamato apareció en la pantalla, cortando sus pensamientos. Él la citaba a hablar sobre lo ocurrido con Rika, el caos de la noche anterior, y todo lo relacionado con la joven. La petición era clara y directa, como siempre lo era Yamato cuando necesitaba algo de ella.
"¿Sora estará en la conversación?" Mimi escribió, mirando la respuesta que llegaba segundos después.
"No." Yamato había respondido con una sencillez calculada.
Con esas palabras, una sensación de inquietud recorrió el cuerpo de Mimi. Sabía que Yamato no era ajeno a la situación de Rika, sino todo lo contrario. Sabía que él estaba profundamente involucrado, lo que hacía que esta cita fuera aún más intrigante. La conexión entre ambos no solo estaba en el presente, sino que parecía traspasar las fronteras de la relación entre madre e hija. Rika podría ser su hija. ¿Qué quería Yamato? La idea de enfrentar esta verdad mientras mantenía su control sobre la situación la ponía en alerta.
Dejó el celular sobre la mesa junto a la cama, levantándose y caminando hacia el espejo de cuerpo entero que adornaba una de las paredes. La imagen que le devolvía el reflejo era la de una mujer elegante, aunque sus ojos mostraban una leve sombra de incertidumbre. ¿Debería seguir adelante con su plan?
Mimi pasó una mano por su cabello, sintiendo el calor de la incertidumbre invadiéndola. En el fondo sabía que, aunque todo lo relacionado con Rika podría ser una sorpresa en su vida, ella aún debía centrarse en su objetivo. El plan debía seguir, pero quizás debía utilizar esta situación a su favor. Después de todo, no se trataba solo de Rika ni de sus posibles lazos con ella. A lo largo de su vida, había aprendido que no podía permitir que las emociones o las sorpresas la desbordaran.
Yamato quería estar a solas con ella, eso era obvio. ¿Y qué mejor manera de atraerlo que presentarse ante él con algo que dejara claro su poder sobre él?
Caminó hacia su armario, sus tacones resonando levemente en el suelo de madera. Abrió las puertas con un suave crujido y se quedó unos momentos observando las opciones que tenía. Podía elegir un vestido sencillo, algo que la hiciera parecer tranquila y reservada, pero ¿dónde quedaría el control en eso? No, ese no era el camino.
Eligió un vestido corto, ajustado a su cintura, que resaltaba sus atributos delanteros. El tono rojo profundo, con un diseño que dejaba al descubierto sus piernas y se ceñía perfectamente a sus curvas, era la elección ideal. Este es el momento de recordar quién tiene el poder pensó mientras se deslizaba hacia el vestidor.
Mientras se vestía, Mimi no dejaba de pensar en Rika. ¿Será mi hija? La idea parecía inverosímil, pero, al mismo tiempo, un extraño sentimiento lo hacía plausible. La joven compartía con ella una mirada que le resultaba familiar, algo en su actitud que la hacía conectar con algo de su propia historia. Rika podía ser su hija. La posibilidad la intranquilizaba, pero también despertaba algo dentro de ella que no había sentido en mucho tiempo.
Por otro lado, el plan que había trazado durante años aún estaba vigente. Eso no podía olvidarlo. Pero ahora, más que nunca, necesitaba acercarse a Yamato, mantenerlo cerca mientras él aún no entendiera lo que estaba por suceder. De alguna manera, tenerlo cerca le daría la oportunidad perfecta para obtener lo que realmente deseaba. Todo a su tiempo.
Una vez lista, Mimi observó su reflejo en el espejo, repasando cada detalle: el vestido corto que dejaba ver sus piernas, el escote sutil pero provocador, el brillo de la tela que destacaba bajo la luz del sol. Su maquillaje estaba cuidadosamente aplicado, sutil pero seductor. Esto debería ser suficiente pensó mientras sonreía ante su propio reflejo, ajustándose el cabello con una última mirada al espejo.
Tomó su celular, lo miró unos momentos y decidió enviar un último mensaje a Yamato, confirmando su llegada.
"Voy para allá."
Con eso, dejó el teléfono en su bolso y salió de la habitación. El juego estaba a punto de comenzar de nuevo. Pero esta vez, tenía la sensación de que las reglas podrían haber cambiado.
Yamato esperaba. Y ella, como siempre, estaba dispuesta a jugar.
La noche estaba tranquila en la casa Ishida, con la brisa fresca colándose por las ventanas abiertas. Sora estaba sentada en la sala, repasando un libro, mientras Takeru revisaba unos papeles en la mesa del comedor. La serenidad del momento se rompió de repente con un fuerte golpe en la puerta, tan insistente que ambos se miraron con preocupación.
—¿Quién será a esta hora? —murmuró Sora, dejando su libro de lado mientras se levantaba rápidamente.
Takeru se puso de pie también, atento, siguiendo a Sora mientras ella abría la puerta. Frente a ellos estaba Satomi, su rostro bañado en lágrimas, su aspecto desaliñado y su expresión completamente destrozada.
—¡Tía Satomi! —exclamó Sora con un sobresalto, abriendo más la puerta para dejarla pasar—. ¿Qué te pasó?
Satomi entró casi tambaleándose, sus sollozos eran tan fuertes que apenas podía respirar, mucho menos hablar. Takeru se acercó rápidamente, ayudándola a sentarse en el sofá mientras Sora corría a buscar un vaso de agua.
—Tía, ¿qué ocurrió? —preguntó Takeru, inclinándose frente a ella con preocupación.
Satomi tardó un momento en recobrar algo de compostura. Sus manos temblaban mientras sostenía el vaso que Sora le había dado. Finalmente, levantó la mirada hacia ellos, sus ojos hinchados y enrojecidos.
—Kousei... —comenzó, pero su voz se quebró. Tragó saliva y lo intentó de nuevo—. ¡Kousei me echó de la casa!
Sora y Takeru se miraron sorprendidos, sin poder creer lo que escuchaban.
—¿Qué? —dijo Sora, sentándose junto a ella y tomando sus manos con cuidado—. ¿Por qué haría algo así? ¿Qué pasó?
Satomi tomó aire con dificultad, su pecho subía y bajaba con los restos del llanto.
—Mi matrimonio... —susurró, mirando al suelo—. Mi matrimonio está completamente colapsado. Todo terminó. Y ahora, Kousei... está empeñado en humillarme. Me acusó de estar loca, Sora, loca.
Takeru frunció el ceño, cruzando los brazos.
—¿Loca? Eso no tiene sentido —dijo, claramente molesto—. ¿Qué motivos tendría para tratarte de esa forma?
Satomi levantó la vista hacia ellos, dudando por un instante. Por un momento pensó en confesar todo, en hablar de lo que había descubierto. Pero sabía que hacerlo podría ser peligroso. Hablar de más podría involucrar a Yamato, y ella no estaba dispuesta a arriesgarlo.
—No lo sé... —dijo finalmente, su voz temblorosa—. Simplemente quiere deshacerse de mí, hacerme ver como una mujer fuera de sí. Y ahora me ha echado de mi propia casa.
—Eso no está bien —dijo Sora, indignada—. Esa casa también es tuya, tía. No puede simplemente echarte así.
Satomi dejó escapar una risa amarga, negando con la cabeza.
—Ya lo hizo. Y nadie me creerá. Kousei se aseguró de que todo pareciera que yo estoy... —hizo una pausa, con la voz rota— que estoy perdiendo la cordura.
Takeru se acercó más, sus ojos brillando con una mezcla de compasión e ira.
—Tía, no tienes que pasar por esto sola. Somos tu familia.
Sora asintió, colocando una mano en el hombro de Satomi.
—Tienes un lugar aquí, tía. Quédate con nosotros el tiempo que necesites. No importa cuánto tiempo sea, estamos aquí para ti.
Satomi los miró con lágrimas en los ojos.
—¿De verdad? —preguntó, su voz apenas un susurro.
—Por supuesto —dijo Sora, con una sonrisa cálida—. Esto también es tu hogar.
Takeru asintió con determinación.
—No vamos a permitir que te traten de esa manera, tía. Pase lo que pase, estaremos aquí para apoyarte.
Satomi rompió en llanto una vez más, pero esta vez sus lágrimas no eran de desesperación, sino de alivio. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba completamente sola. Tenía un refugio, un lugar donde podría empezar de nuevo, lejos de la humillación y el desprecio de Kousei.
Mientras tanto, la sala principal estaba en silencio, con una atmósfera pesada que parecía reflejar la tristeza que emanaba de Satomi. Sentada en un sillón con la mirada perdida, apretaba las manos sobre su regazo mientras intentaba encontrar consuelo en el calor del té que Sora le había preparado. Sus ojos aún estaban ligeramente hinchados de tanto llorar, y su rostro mostraba el agotamiento emocional que la situación había dejado en ella.
Nene e Izumi entraron juntas, con curiosidad y preocupación en sus rostros. Era inusual ver a Satomi en un estado tan vulnerable, y la curiosidad pronto dio paso a un torrente de preguntas que ambas no podían contener.
—Tía Satomi —comenzó Izumi, sentándose junto a ella con cuidado—, ¿cómo rayos pasó todo esto? Siempre pensé que tu matrimonio con Kousei era perfecto.
Satomi soltó una risa amarga, sin apartar la mirada de su taza de té.
—Yo también lo creí, Izumi. Por mucho tiempo. Pero... nada es tan perfecto como parece desde afuera.
Nene, quien había permanecido de pie observando con los brazos cruzados, frunció el ceño y tomó asiento frente a ellas.
—Pero si era perfecto... ¿por qué lo engañaste? —preguntó con un tono directo, sin filtros, como siempre hacía.
Satomi levantó la vista, sorprendida por la pregunta.
—¿Engañarlo? Yo no lo engañé.
Nene soltó una risa incrédula.
—¿Ah, no? Porque la abuela Toshiko mostró fotos que dicen lo contrario. Todos las vimos.
Satomi apretó los labios, su rostro se tiñó de vergüenza y enojo a partes iguales.
—Sí... lo hice —admitió finalmente, con un hilo de voz—. Pero no fue porque no amara a Kousei. Lo hice porque estaba enojada.
Izumi arqueó una ceja, confundida.
—¿Enojada? ¿Por qué?
Satomi dejó escapar un largo suspiro, como si cada palabra que estaba a punto de decir cargara un peso inmenso.
—Porque descubrí que Kousei me estaba engañando.
El silencio que siguió a esa declaración fue tan intenso que parecía haber detenido el tiempo. Nene e Izumi se miraron, claramente sorprendidas. Fue Nene quien rompió el silencio, con una expresión de incredulidad.
—¿Engañándote? —repitió, como si la idea fuera completamente absurda—. No puede ser.
—Lo es —afirmó Satomi, levantando la mirada para enfrentarlas—. Me engañaba con Toshiko.
El impacto de esas palabras cayó como una bomba. Izumi abrió los ojos como platos, mientras Nene se levantaba bruscamente de su asiento, claramente enfadada.
—¡Eso es imposible! —exclamó Nene, casi gritando—. ¡Mi abuela es una mujer intachable!
Satomi negó con la cabeza, su voz firme pero cargada de tristeza.
—Jamás mentiría sobre algo así, Nene. Lo descubrí con mis propios ojos.
—¡Claro que mentirías! —replicó Nene, alzando la voz—. Puedes estar dolida, puedes estar enojada, ¡pero no tienes derecho a difamar a Toshiko de esta manera!
—No es una difamación. Es la verdad —respondió Satomi, alzando la barbilla con determinación—. Y por eso mi matrimonio colapsó. Por eso todo se fue al infierno.
—Tía Satomi, por favor, no juegues con eso.—Habló Izumi.
—¡Jamás jugaría con algo como eso!— Exclamó la mujer de anteojos— Nene ¡debes creerme!
—Estás difamando a mi abuela ¡obvio que no te creeré!— Musitó Nene antes de voltear e irse.
El sol apenas asomaba por las ventanas cuando Hikari colocó la última tostada en la mesa. Takuya estaba sentado frente a ella, jugueteando distraídamente con una taza de café. El aroma del desayuno llenaba la habitación, pero su atención parecía estar en otro lugar.
—¿Cómo dormiste? —preguntó Hikari mientras tomaba un sorbo de té, su tono ligero, aunque su mirada reflejaba curiosidad.
Takuya suspiró, dejando caer la cuchara con un leve tintineo en su taza.
—Mal… —confesó, pasándose una mano por el cabello despeinado—. No puedo dejar de pensar en la cadena. Busco y busco, pero no la encuentro.
Hikari esbozó una sonrisa tranquilizadora, apoyando los codos sobre la mesa mientras lo miraba con suavidad.
—Takuya, siempre que crees que la has perdido, termina apareciendo en el lugar más inesperado. Solo tienes que darte un respiro.
Él suspiró, recargándose en la silla y cruzando los brazos con una expresión de frustración.
—Lo sé, lo sé. Pero esta vez… siento que de verdad no está. Es como si se hubiera desvanecido.
—Quizá —respondió Hikari en tono reflexivo—, pero preocuparte no ayudará. Déjalo por un momento, y quién sabe, podría aparecer cuando menos lo esperes.
Takuya asintió con desgana, agradeciendo en silencio el intento de Hikari por calmarlo, aunque la preocupación seguía rondando su mente. Justo cuando iba a tomar otro sorbo de café, un golpe suave en la puerta interrumpió el momento.
—Voy yo —dijo Takuya, levantándose con cierta prisa.
Se acercó a la puerta y, al abrirla, se encontró con Daisuke, quien llevaba una sonrisa despreocupada y una pequeña bolsa en la mano.
—¡Daisuke! —exclamó Takuya con sorpresa.
—¡Takuya! —respondió Daisuke con entusiasmo, extendiendo un brazo para estrechar su mano en un saludo amistoso.
—Pasa, hombre. —Takuya dio un paso atrás para dejarlo entrar.
Daisuke asintió y dio un par de pasos hacia la cocina, donde Hikari estaba sentada.
—Hikari —la saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa.
—Hola, Daisuke —respondió ella con un tono amable, devolviendo el gesto.
Daisuke miró a Takuya y levantó la bolsa que llevaba consigo.
—Vengo a traerte las cuerdas de guitarra que pidieron por internet. Llegaron ayer, y como tenía que pasar cerca de aquí, pensé que sería más fácil traértelas.
—¡Genial! —exclamó Takuya, tomando la bolsa con evidente alivio—. Te debo una, de verdad.
—No es nada. Takuya finalmente somos de la misma banda.—Respondió el Motomiya.
—No es nada. Además, Takuya, finalmente somos de la misma banda. Es casi mi deber.
Takuya sonrió de lado, dejando la bolsa sobre la mesa.
—Cierto, cierto. Gracias, compañero.
Hikari, que los observaba desde su lugar, intervino con una sonrisa curiosa:
—Daisuke, ¿ya desayunaste?
El joven Motomiya se giró hacia ella y asintió rápidamente.
—Sí, desayuné antes de venir.
Takuya lo miró de reojo y negó con la cabeza.
—Bah, aunque ya hayas desayunado, puedes acompañarnos. Siempre hay espacio para un poco más, ¿no?
Daisuke sonrió ampliamente, como si estuviera esperando esa invitación.
—Bueno, no puedo decirle que no a un pastelillo de Hikari. Esos son legendarios.
—No exageres —dijo Hikari riendo, levantándose para sacar un plato extra.
—¿Exagerar? ¡Para nada! —exclamó Daisuke mientras se sentaba en una silla—. He esperado otro de esos pastelillos desde la última vez.
Hikari negó con la cabeza, divertida, mientras colocaba un par de pastelillos frescos frente a Daisuke y un café para acompañar.
—Listo, espero que no sea mucha tentación.
—Es justo lo que necesitaba —respondió él, tomando un pastelillo y dándole un gran mordisco—. Hikari, si alguna vez dejas todo, deberías abrir una pastelería.
Takuya soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Ya basta de intentar convencerla, Motomiya. Si se va a dedicar a eso, me quedaré sin desayunos decentes.
Hikari rodó los ojos, pero no pudo evitar sonreír. La energía contagiosa de Daisuke y la presencia de Takuya lograban que cualquier momento pareciera más cálido, incluso en las mañanas más tranquilas.
Los tres compartieron risas y charlas ligeras mientras terminaban de desayunar, una pausa en sus ajetreadas vidas que los hacía sentir como si el tiempo pudiera detenerse, aunque solo fuera por un rato.
El lugar elegido por Yamato era una sala privada en un restaurante de lujo. La decoración sobria pero elegante combinaba perfectamente con su estilo habitual: sofisticado, reservado, pero con un aire de autoridad indiscutible. Haruna llegó puntual, sus tacones resonando sobre el suelo de mármol. La anfitriona la condujo al lugar acordado, y al cruzar la puerta, sus ojos se encontraron con Yamato, quien ya estaba esperándola, sentado con la espalda recta y una expresión inescrutable.
—Haruna —saludó él, levantándose de su asiento y extendiendo una mano en un gesto cortés.
—Yamato —respondió ella, acercándose con una sonrisa que mezclaba confianza y curiosidad mientras aceptaba el saludo. Sus dedos se rozaron brevemente, y Haruna notó la firmeza en el apretón, una declaración silenciosa de su control habitual.
—Por favor, toma asiento —indicó Yamato, señalando la silla frente a él.
Haruna se acomodó con elegancia, cruzando las piernas y dejando que el dobladillo de su vestido rojo cayera justo por encima de la rodilla, un movimiento calculado que sabía no pasaría desapercibido. Observó cómo Yamato volvía a sentarse, sus movimientos calmados pero decididos, como si cada acción estuviera previamente meditada.
—Me sorprende que hayas elegido este lugar —comentó Haruna mientras miraba a su alrededor, apreciando la discreta atmósfera que ofrecía el restaurante. Las luces cálidas y los detalles minimalistas creaban una sensación de exclusividad que combinaba perfectamente con el hombre que tenía frente a ella—. Pensé que nos veríamos en la empresa.
Yamato esbozó una leve sonrisa, una que no alcanzó sus ojos.
—Lo consideré, pero necesitaba algo diferente. La empresa tiene demasiadas distracciones, demasiados ojos y oídos atentos. Aquí, tenemos privacidad.
Haruna inclinó ligeramente la cabeza, evaluándolo con una mirada inquisitiva.
—¿Privacidad? Eso suena serio. ¿Qué tema requiere tanta discreción, Yamato?
Él se recargó en el respaldo de su silla, cruzando los brazos sobre el pecho en un gesto que denotaba tanto confianza como cierta reserva.
—No quería hablar de la empresa, Haruna.
Ella arqueó una ceja, claramente intrigada.
—¿A no? —preguntó, modulando su tono para que sonara casual, pero dejando entrever su curiosidad.
Yamato negó con la cabeza, sus ojos claros enfocándose en ella con una intensidad que habría intimidado a cualquiera menos a Haruna.
—Necesito hablar de Rika.
Yamato cruzó las manos sobre la mesa, inclinándose ligeramente hacia adelante. Sus ojos, normalmente serenos, reflejaban una mezcla de gratitud y tensión.
Haruna parpadeó, algo sorprendida, pero mantuvo la compostura. Asintió lentamente, invitándolo a continuar.
—Quería agradecerte —comenzó Yamato, su tono más suave que de costumbre—. Lo que hiciste por Rika ayer... no tengo palabras para expresarlo. Estar ahí para ella en un momento tan difícil significa mucho, no solo para ella, sino también para mí.
Haruna inclinó la cabeza ligeramente, una sonrisa sutil pero genuina curvando sus labios.
—No tienes que agradecerme, Yamato. Rika es... una chica especial. Vi en sus ojos el dolor que estaba sintiendo, y no podía simplemente ignorarlo.
Yamato asintió, sus hombros relajándose ligeramente.
—Lo sé. Y precisamente por eso estoy aquí. No muchas personas habrían hecho lo que tú hiciste.
Haruna entrelazó sus manos sobre la mesa, estudiándolo con atención.
—Rika es fuerte, pero está pasando por un momento muy complicado. ¿Cómo está hoy?
Yamato suspiró, pasando una mano por su cabello.
—Física y emocionalmente agotada. No está lista para enfrentar todo lo que está ocurriendo a su alrededor. Sora y yo estamos haciendo lo posible por apoyarla, pero...
Se detuvo, como si las palabras fueran difíciles de formar. Haruna inclinó ligeramente la cabeza, alentándolo a continuar.
—Pero siento que fallamos en protegerla —confesó finalmente, su voz cargada de culpa—. Tal vez, si hubiéramos hecho las cosas de otra manera, ella no estaría en esta situación.
Haruna lo observó en silencio por un momento, sus ojos reflejando algo más que comprensión: empatía.
—Yamato, culparte no ayudará a Rika a sanar. Ella necesita a su familia ahora, más que nunca, pero también necesita tiempo y espacio para procesar lo que está viviendo.
Yamato asintió lentamente, sus ojos fijos en la mesa.
—Tienes razón. Pero no puedo evitar sentir que pude haber hecho más.
Haruna dejó escapar un suspiro suave y colocó una mano sobre la suya en un gesto de consuelo.
—A veces, el mejor apoyo que podemos dar es simplemente estar ahí, sin presionar. Rika lo sentirá, y eso hará la diferencia.
Después de un momento de reflexión, Yamato rompió el silencio.
—Sorprendentemente, tú has logrado entablar una buena relación con Rika —dijo, su tono cargado de una mezcla de admiración y resignación—. Incluso mejor que Sora y yo.
Haruna parpadeó, algo sorprendida por la confesión, pero no interrumpió. Yamato continuó, su mirada fija en ella.
—Es por eso que quería pedirte algo.
Ella inclinó ligeramente la cabeza, mostrándose receptiva.
—¿Qué necesitas, Yamato?
—¿Sería posible que hables con Rika? —preguntó, su voz baja pero firme—. Y que la animes.
Haruna tomó un momento para procesar sus palabras, percibiendo la vulnerabilidad en la solicitud. Yamato rara vez pedía ayuda, y el hecho de que estuviera recurriendo a ella hablaba de la gravedad de la situación.
—¿Hablar con ella? —repitió Haruna, como si quisiera confirmar la magnitud de lo que él estaba pidiendo.
Yamato asintió, sus manos apretadas en un gesto de tensión.
—Rika necesita a alguien que pueda entenderla, alguien en quien confíe. Por alguna razón, tú has logrado llegar a ella de una manera que ni Sora ni yo hemos podido.
Haruna dejó escapar un suave suspiro, sus dedos trazando un patrón invisible sobre la superficie de la mesa.
—Yamato... Rika es una chica especial, pero está cargando con mucho. No será fácil para ella abrirse completamente.
—Lo sé —respondió Yamato, su voz mostrando un matiz de desesperación—. Pero si hay alguien que puede ayudarla en este momento, eres tú.
Haruna lo miró fijamente, analizando la sinceridad en sus palabras. Sabía que la relación con Rika era complicada, pero también entendía lo importante que era para Yamato que su hija encontrara algo de estabilidad emocional.
Finalmente, asintió.
—Está bien. Hablaré con ella. Pero no prometo milagros, Yamato. Rika necesita tiempo, y esto no será una solución rápida.
Yamato dejó escapar un suspiro de alivio, inclinando ligeramente la cabeza en señal de agradecimiento.
—Eso es todo lo que pido. Gracias, Haruna.
Ella sonrió levemente, inclinándose hacia él con un toque de confianza.
—Hago esto por Rika, no lo olvides.
Yamato asintió, pero la mirada que le dirigió reflejaba algo más profundo: una mezcla de gratitud y respeto hacia la mujer que, inesperadamente, estaba logrando convertirse en un pilar en la vida de su hija.
El ascensor se abrió con un suave sonido metálico, y los tres entraron. Hikari se acomodó cerca del panel de botones y presionó el piso al que se dirigían. Takuya y Daisuke se ubicaron a su lado, pero las tensiones que habían comenzado en el pasillo parecían haber entrado con ellos.
—¿De verdad Takeru te invitó a cenar con su familia? —preguntaron Takuya y Daisuke al unísono, rompiendo el silencio en cuanto las puertas del ascensor se cerraron.
Hikari, cruzando los brazos con calma, asintió con una pequeña sonrisa.
—Sí, me lo dijo ayer.
Daisuke dejó escapar una carcajada seca, claramente incrédulo.
—Debe ser una broma.
Hikari arqueó una ceja, mirándolo con curiosidad.
—¿Por qué lo sería? —preguntó, con un tono más defensivo de lo que pretendía.
—Porque... —empezó a decir Daisuke, pero se detuvo brevemente, buscando las palabras adecuadas—. Porque no lo veo como algo que encaje, eso es todo.
—Takeru siempre me ha dicho que nuestra relación es seria. —La firmeza en la voz de Hikari no dejaba lugar a dudas sobre su compromiso.
Daisuke frunció el ceño y dirigió su mirada a Takuya, buscando apoyo.
—¿Y tú estás de acuerdo? —le espetó, como si la aprobación de Takuya fuera el único obstáculo para demostrar su punto.
Takuya, que había permanecido tranquilo hasta ahora, inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, algo desconcertado por la pregunta.
—¿Por qué no lo estaría? —replicó con naturalidad, encogiéndose de hombros.
—Porque no es su mundo... —dijo Daisuke con énfasis, señalando a Hikari con un gesto de la mano antes de cruzarse de brazos—. No es nuestro mundo.
—¿Y qué significa eso? —Hikari lo miró directamente, sintiendo una mezcla de irritación y curiosidad.
—Significa que no creo que encajes, Hikari. —Daisuke la miró con seriedad—. Ellos no son como nosotros. Gente rica, cenas elegantes, expectativas absurdas... No creo que te sientas cómoda en ese entorno.
Hikari negó con la cabeza, su rostro mostrando una mezcla de paciencia y resolución.
—Daisuke, Takeru me quiere y siempre se asegura de que me sienta feliz. ¿Por qué tendría que sentirme incómoda?
—Porque no todo es felicidad, Hikari —respondió él, dejando escapar un suspiro exasperado—. Esos lugares son diferentes. Tienen reglas no escritas, y tú...
—¿Y yo qué? —Hikari lo interrumpió, su tono más firme.
—Nada, olvídalo. —Daisuke apartó la mirada, aunque era evidente que quería decir algo más.
Takuya, hasta entonces un observador tranquilo, decidió intervenir.
—Daisuke, deja de tratar esto como si fuera una batalla. Si Takeru e Hikari están felices, eso es lo único que importa.
Daisuke bufó, incrédulo, pero antes de que pudiera replicar, el ascensor emitió un suave sonido al llegar a su destino. Las puertas se deslizaron con un zumbido, abriéndose hacia el pasillo iluminado.
—¿Ya llegamos? —murmuró Daisuke, interrumpido en su frustración.
—Sí, ya llegamos. —Hikari tomó un paso adelante, dejando claro que la conversación había terminado para ella.
Takuya le lanzó una mirada significativa a Daisuke antes de seguir a Hikari. Aunque no lo decía en voz alta, era evidente que entendía los recelos de Daisuke, pero también sabía que no era su lugar interferir en los sentimientos de su prima.
Takuya, Daisuke y Hikari salieron del ascensor y dieron unos pasos. No obstante, algo llamó su atención, había un montón de cajas apiladas y varios objetos dispersos. Los tres se detuvieron un momento, mirando con algo de curiosidad la escena.
—¿Qué es esto? —preguntó Daisuke, frunciendo el ceño mientras observaba las cajas y muebles.
Hikari se inclinó un poco hacia adelante para ver mejor.
—Parece una mudanza —comentó, con el ceño ligeramente fruncido—. Alguien está mudándose aquí, tal vez sean nuevos vecinos.
Takuya se cruzó de brazos y miró las cajas con detenimiento.
—Al parecer vecinos nuevos en el edificio —añadió, con una voz tranquila y observadora.
Los tres intercambiaron miradas y continuaron su camino hacia el vestíbulo del edificio. Sin embargo, apenas avanzaron unos pasos, algo los detuvo de manera abrupta.
De repente, sin quererlo, alguien apareció de frente, justo en el momento en que intentaban avanzar. El choque fue inevitable. Takuya reaccionó rápido, dando un paso hacia atrás, pero no pudo evitar el impacto.
—¡Ah, lo siento! —exclamó una voz femenina, rápida y algo nerviosa, justo después del tropiezo.
Los tres se sobresaltaron un poco. Takuya levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de una figura desconocida.
Delante de ellos estaba una joven con una presencia que no pasó desapercibida. Su piel era pálida, casi etérea bajo la luz del día. Sus ojos grandes y cautivadores de color ámbar brillaban con un destello enigmático, y su cabello era una mezcla entre castaño claro y rubio oscuro; el color era difícil de identificar con precisión, pero era cautivador por el simple hecho de estar suelto y con hermosos bucles que danzaban con el viento.
Su vestimenta era simple, pero con un estilo que destacaba. Llevaba una ombliguera blanca que contrastaba con el color de su piel y unos cortos jeans que le daban un aire casual y juvenil. Completaba el look con unas zapatillas blancas, que reflejaban ese mismo estilo despreocupado que la hacía destacar.
Takuya quedó algo paralizado por un momento, sorprendido por su aspecto y por lo inesperado de ese encuentro.
—¡Lo siento muchísimo! No te vi... —dijo la chica con una sonrisa algo tímida, tratando de ordenar sus cosas mientras se incorporaba.
Takuya reaccionó rápido y se inclinó para ayudarla a recoger una caja que había quedado cerca.
—No te preocupes, fue un accidente —respondió el Kanbara con una sonrisa amigable—. ¿Estás bien?
La joven los miró, con una expresión que parecía algo confundida pero cordial.
—Sí, gracias.—Respondió.
Takuya depositó las cajas sobre las manos de Damar.
—En verdad lamento mucho haber tropezado contigo. Es que estoy trayendo algunas cosas para instalarme aquí... —comentó mientras terminaba de ajustar una de las cajas que había caído—. Estoy mudándome al edificio, así que todavía estoy algo desorganizada.
Hikari dio un paso hacia adelante, evaluando sus palabras.
—¿Te estás mudando aquí? —preguntó con un tono natural, curioso.
La chica asintió.
—¡Bienvenida!
La joven sonrió nuevamente, con una mezcla de alivio y timidez, como si el encuentro con ellos fuera un poco inesperado para ella.
—Gracias... la verdad no me esperaba toparme con alguien justo ahora —respondió mientras se alisaba el cabello con una mano—. Pero es un gusto conocerlos. Me llamo...—se detuvo un momento, pareciendo buscar en su mente— Damar.
En ese preciso momento, dos chicos aparecieron en la parte baja del pasillo, justo detrás de la joven. Llevaban algunos objetos y cajas, claramente ayudándola en la mudanza. Al ver el grupo, uno de los chicos hizo un gesto hacia la joven.
—¡Damar! —dijo uno que tenía los ojos grises y el cabello castaño—. Continúa bajando las cosas. Necesitamos llevar todo rápido al departamento.
Damar se giró hacia los chicos con una sonrisa cordial y un gesto amistoso.
—¡Claro! —respondió con naturalidad y volvió su mirada hacia Daisuke, Takuya e Hikari—Debo continuar en lo mío. Pero fue un gusto en conocerlos.—Hizo una reverencia.
Los primos Kanbara asintieron: —Igualmente.
—Si necesitan ayuda en la mudanza o con algunas cosas del edificio, no dudes en ir al departamento 30 en tercer piso.—Comentó Takuya— Yo me llamó Takuya y ella...—Señaló a su prima— Es Hikari.
Damar sonrió: —Bueno, muchas gracias.—Respondió antes de voltear y dirigirse hacia el camión para continuar descargando.
Takuya, Hikari y Daisuke intercambiaron miradas y decidieron continuar con su caminar.
—¿Y a mi?—Preguntó Daisuke— ¿No me presentas?
—Disculpa...—Musitó el Kanbara— Pero era una cortesía de vecinos. Tú no vives aquí ¿o sí?
Daisuke rodó los ojos: —No.
—¿Entonces?
—No lo molestes, él simplemente quería atraer la mirada de la chica, como siempre.— Comentó Hikari con una sonrisa.
—¡Claro que no!— Exclamó Daisuke—Yo solo tengo ojos para ti.
—Pero sabes que no debería.—Musitó Hikari.
El Motomiya suspiró triste: —Ya lo sé.
El bullicio habitual de la oficina se detuvo por un instante cuando Kiriha cruzó las puertas principales de la empresa. Su figura, erguida y seria como siempre, captó la atención de algunos empleados que se sorprendieron al verlo tan pronto después de su cirugía. Sin embargo, para Kiriha, ese regreso significaba mucho más: estaba ahí no solo para retomar su rutina, sino también para ver a Nene.
Caminó con calma hacia su oficina, pero no tuvo que llegar muy lejos. A pocos metros, Nene, que revisaba unos papeles en el escritorio de recepción, alzó la vista y lo vio. Sus ojos brillaron de alegría, y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
—¡Kiriha! —exclamó, dejando los papeles de lado y corriendo hacia él.
Él se detuvo, sorprendido por su efusividad, pero no pudo evitar que sus labios se curvaran en una leve sonrisa. El verla tan feliz por su regreso le confirmaba lo mucho que también había esperado ese momento.
—Has vuelto —dijo Nene, con una mezcla de alivio y emoción. Sin pensarlo, tomó sus manos entre las suyas—. ¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? ¿Estás seguro de que deberías estar aquí?
Kiriha, con su habitual tono tranquilo, negó con la cabeza.
—Estoy bien, Nene. De hecho, estaba deseando regresar —dijo, y aunque su tono era serio, sus ojos delataban la calidez de sus sentimientos—. Es difícil estar lejos de... ciertas personas.
Nene notó la implicación en sus palabras, y un leve sonrojo coloreó sus mejillas. Pero antes de que pudiera responder, ambos sintieron una presencia detrás de ellos.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó Yamato con un tono autoritario.
El padre de Nene los observaba con una mezcla de curiosidad y desconfianza. Sus ojos se clavaron especialmente en Kiriha, como si tratara de descifrar sus intenciones.
Nene soltó rápidamente las manos de Kiriha, sintiéndose como una niña atrapada haciendo algo indebido.
—¡Nada, papá! —respondió con rapidez, intentando sonar casual—. Solo estaba... dándole la bienvenida a Kiriha.
—Eso es todo —añadió Kiriha, manteniendo su compostura habitual, aunque sabía que Yamato no iba a creerles tan fácilmente.
Los ojos de Yamato se entrecerraron mientras cruzaba los brazos.
—¿De verdad? —preguntó, con una nota de escepticismo evidente. Su mirada pasó de Nene a Kiriha, deteniéndose un poco más en este último—. Espero que no estén mezclando asuntos personales con los laborales.
—Claro que no —respondió Nene, intentando mantener la calma.
Kiriha, por su parte, sostuvo la mirada de Yamato con firmeza.
—Mi prioridad siempre será mi trabajo, señor —dijo con un tono respetuoso pero seguro—. Pero agradezco que me permita trabajar aquí después de mi recuperación.
Yamato no respondió de inmediato. Sus ojos seguían evaluando a Kiriha, buscando alguna señal de debilidad o de algo que pudiera justificar su desconfianza. Finalmente, asintió lentamente.
—Más te vale que sea así —murmuró antes de dirigirse hacia su propia oficina.
Cuando Yamato desapareció por el pasillo, Nene soltó un suspiro de alivio.
—Siempre es tan intenso —comentó en voz baja, volviendo a mirar a Kiriha con una sonrisa nerviosa.
Kiriha dejó escapar una pequeña risa y volvió a tomar las manos de Nene entre las suyas.
—No te preocupes por él —dijo suavemente—. Lo importante es que estamos bien.
Nene asintió, aún con una sonrisa, pero no pudo evitar mirar en la dirección en la que había desaparecido su padre. Sabía que no sería fácil, pero no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. Y Kiriha, viendo esa determinación en sus ojos, supo que él tampoco lo haría.
La luz del día entraba por las enormes ventanas de la sala principal de la mansión Ishida. Satomi estaba sentada en un elegante sofá de terciopelo, con su celular en la mano, deslizándose distraídamente por las notificaciones. El silencio de la mansión era casi inquietante, roto solo por el suave tic-tac del reloj antiguo colgado en la pared.
El sonido del timbre resonó, sacándola de sus pensamientos. Frunció el ceño, dejando el celular a un lado mientras esperaba. Unos minutos después, Layla, el ama de llaves, apareció en el umbral de la puerta.
—Señorita Satomi —anunció con su acostumbrada formalidad—, Haruna Anderson está aquí.
—¿Haruna Anderson? —repitió Satomi con evidente sorpresa, enderezándose en el sofá—. Déjala entrar.
Layla asintió y desapareció por el pasillo, dejando a Satomi sola con sus pensamientos. ¿Qué hacía Haruna aquí? No había recibido ningún aviso, y la presencia de una mujer de su calibre en la mansión era, como mínimo, inusual. No tardó mucho en obtener su respuesta.
Haruna apareció en la entrada de la sala, con su característico porte elegante. Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre sus hombros, y sus ojos miel destellaban con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Al verla, Satomi se levantó inmediatamente, sus labios curvándose en una sonrisa educada.
—Señora Anderson —saludó con un ligero asentimiento de cabeza—. Qué sorpresa.
Haruna devolvió el saludo, sus ojos recorriendo la sala con discreción antes de fijarlos en Satomi.
—Satomi...Hola...—respondió con una sonrisa (fingida), aunque la sorpresa en su rostro era evidente.
Satomi rió suavemente, haciendo un gesto hacia el sofá.
—Me sorprende verte.—Comentó—Por favor, toma asiento. ¿Qué te trae por aquí?
Haruna dudó por un momento antes de aceptar la invitación. Se sentó con gracia en el sofá frente a Satomi, cruzando las piernas con elegancia.
—Yamato me pidió que estuviese con Rika —dijo, con su tono habitual de calma.
Los ojos de Satomi se abrieron un poco más al escuchar esto.
—¿Con Rika? —preguntó, claramente sorprendida.
Haruna asintió, una ligera sonrisa en sus labios.
—¿No te había dicho?
Satomi negó con la cabeza, recostándose ligeramente en el sofá mientras procesaba la información.
—Me había dicho que alguien vendría a estar con ella... —admitió—. Pero no pensé que molestaría a una mujer tan distinguida con esto.
Haruna dejó escapar una ligera risa, agitando una mano como para restarle importancia.
—No es una molestia, Satomi. El último tiempo he estado cerca de Rika. Si Yamato considera que mi presencia es necesaria, no voy a negarme.
Satomi la observó por un momento antes de arquear una ceja y hacer una mueca.
—Debe ser molesto que Yamato te pidiera estar a cargo de esa niña.
Haruna parpadeó, claramente desconcertada.
—¿Por qué dices eso?
—Porque solamente provoca problemas. —respondió Satomi sin rodeos, con un tono despreocupado.
Haruna ladeó la cabeza, sus ojos miel brillando con una mezcla de incredulidad y molestia.
—¡Vaya forma de expresarte de tu sobrina nieta! —exclamó, haciendo una mueca de desaprobación.
Satomi lanzó una carcajada y negó con la cabeza con un gesto altanero.
—Rika es una arrimada. Nunca la aceptaría como parte de mi familia.
El tono en sus palabras era tan frío que Haruna tuvo que contenerse para no replicar de inmediato. Optó por observarla, esperando a que continuara.
—Disculpa... —murmuró Satomi, con una voz cargada de una falsa cortesía—. Es simplemente que... no tengo buena relación con... esa niña.
Haruna entrecerró los ojos, evaluando las palabras de la mujer frente a ella. Después de un momento de silencio, cambió el tema.
—¿Y tú qué haces aquí, Satomi?
La pregunta pareció tomar a Satomi por sorpresa, pero rápidamente se recompuso, alzando la barbilla con un aire de superioridad herido.
—Ahora vivo aquí.
Haruna frunció el ceño, claramente sorprendida.
—¿Vives aquí? —repitió con incredulidad.
Satomi asintió lentamente, como si estuviera disfrutando del impacto que sus palabras causaban.
—Kousei me echó de su casa.
Haruna la miró fijamente, tratando de procesar la confesión.
—¿Te echó? —repitió, esta vez con un tono que denotaba más curiosidad que sorpresa—. ¿Por qué?
—¡Fue horrible! —exclamó Satomi, llevando una mano dramáticamente a su pecho como si reviviera la escena en ese momento.
Haruna entrecerró los ojos, tratando de leer más allá de las palabras exageradas de Satomi.
—Pero ¿cómo? Se supone que esa casa es tuya.
Satomi bajó la mirada por un momento, como si estuviera decidiendo qué tanto contar. Luego la alzó de nuevo, con una mezcla de rabia y dolor en sus ojos.
—Manipuló las cosas. De alguna manera, presentó unos exámenes médicos... de mí. Diciendo que estaba loca.
La incredulidad llenó el rostro de Haruna, quien dio un paso hacia ella.
—¿Exámenes? ¿De qué estás hablando?
—Falsificó unos exámenes. Todo para desacreditarme. —Satomi soltó una risa amarga—. Kousei me llamó loca.
—¿Loca?
Satomi asintió: —Presentó unos exámenes que me diagnosticaban de demencia.
—¿Demencia?
La mujer de anteojos bajó la mirada y asintió— Lo que le permitió fácilmente despojarme de mi propiedad por no estar condiciones.
Mimi llevó sus manos a su boca. Acaso ¿esto se estaba repitiendo otra vez? ¡Ella fue tildada de loca también! Y por esa razón perdió el caso contra la familia Ishida.
—Pero ¿por qué?— Preguntó la oji-miel— ¿Por qué hizo eso?
—Porque...—Satomi suspiró— Lo enfrenté.
¿Qué?
Mimi se sorprendió ante esto.
—¿Lo enfrentaste?
Satomi asintió: —Con prueba en mano le hice saber que sé de sus negocios.
¡Oh no!
Pensó Mimi. ¡Esto no debía ser!
—¿por qué hiciste eso?
—Porque quería que me diera una explicación.
¡Estúpida!
Fue lo único que pensó Mimi. ¡Con eso alertó al enemigo!
—Y por eso decidió echarme.
—Satomi, no debiste hacerlo.
Satomi alzó la mirada sorprendida, sin entender esto: —¿por qué?
—Porque alertaste a Kousei.—Respondió Mimi— Ahora él sabe que lo investigaste.
La confusión de Satomi se transformó en preocupación.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó, su voz temblando ligeramente.
Haruna la miró fijamente, con una intensidad que hizo que Satomi retrocediera un paso.
—Kousei no es alguien que actúe impulsivamente. Si te echó de su casa, no fue solo por rabia. —explicó Haruna—. Fue porque ahora sabe que eres una amenaza para él. Y te aseguro que no se quedará de brazos cruzados.
El rostro de Satomi se tensó al procesar las palabras de Haruna.
—¿Crees que... hará algo más?
Haruna asintió lentamente, su expresión grave.
—No lo creo, lo sé. Ahora tienes que estar alerta. Si Kousei manipuló exámenes médicos para desacreditarte, eso solo fue el primer paso. Necesitamos pensar en cómo contrarrestar sus movimientos.
Satomi tragó saliva, sintiendo que la situación era más grande de lo que había imaginado.
—¿Qué hago ahora? —preguntó en un murmullo.
Haruna suspiró, su mente ya trazando un plan.
—Primero, asegúrate de que todas las pruebas que tienes estén seguras, lejos de su alcance. Segundo, debemos contactar a alguien que pueda ayudarte legalmente. Y tercero...
Haruna hizo una pausa, su mirada afilándose.
—...necesitamos saber exactamente hasta dónde está dispuesto a llegar Kousei.
Satomi asintió lentamente, entendiendo que había entrado en un juego peligroso del que no podría salir fácilmente.
La habitación estaba en total silencio, el aire pesado y denso, como si las paredes mismas absorbieran cualquier atisbo de vida. La única luz que iluminaba el espacio era la tenue luz amarillenta que se filtraba a través de las cortinas cerradas, un resplandor apagado que no lograba calmar la sensación de vacío. Rika estaba sentada en el borde de la cama, la postura rígida debido al cuello ortopédico que aún tenía que usar, una prisión invisible que le recordaba constantemente su fragilidad. A pesar de los días transcurridos desde el accidente, las heridas seguían frescas, las cicatrices físicas y emocionales aún marcando su piel y su mente.
La joven observaba fijamente la pared frente a ella, sin realmente ver nada. Los pensamientos se amontonaban en su cabeza, pero no lograba ponerles orden. Cada vez que intentaba pensar en lo que debía hacer, su mente se nublaba, atrapada entre la incertidumbre y la desesperación. No sabía qué más esperar de su vida, ni cómo seguir adelante después de todo lo que había sucedido. Las decisiones ya no parecían importar, como si ya todo estuviera fuera de su control.
Las horas se alargaban, pero el tiempo parecía haberse detenido para Rika. La sensación de estar atrapada en su propio cuerpo, de estar suspendida en un espacio entre lo que fue y lo que podría ser, la devoraba. La joven respiraba con dificultad, cada movimiento le recordaba lo frágil que era, lo limitada que estaba. ¿Qué quedaba para ella? ¿Cómo seguir adelante con todo lo que había perdido? La imagen de su familia, de sus amigos, de todo lo que una vez había sido importante, parecía esfumarse como un sueño lejano, sin forma ni sustancia.
El golpe de la puerta resonó en la quietud de la habitación. El sonido rompió la calma que había estado abrazando a Rika, pero ella no reaccionó de inmediato. A pesar de la interrupción, no se molestó en levantarse ni en cambiar su postura. El mundo exterior le parecía tan lejano, tan ajeno, que la presencia de cualquier persona ya no le causaba más que una indiferencia dolorosa.
Un segundo toque, más suave, pero aún claro, la sacó de su trance. Entonces, la voz que vino a continuación la sorprendió.
—Adelante —respondió Rika, casi sin pensarlo, como si su voz fuera un eco lejano de sí misma.
La puerta se abrió lentamente, y la figura que apareció en el umbral la dejó en estado de shock. No esperaba que nadie la visitara, mucho menos ella. Haruna, con su presencia siempre tan segura, tan firme, cruzó el umbral de la puerta. Rika se quedó mirando, incapaz de procesar la imagen que tenía ante sus ojos. Haruna, con su mirada fría pero profunda, la observaba sin inmutarse, como si el hecho de que estuviera allí no fuera nada fuera de lo común.
—¿Haruna...? —murmuró Rika, incapaz de esconder la sorpresa en su voz.
La joven que estaba frente a ella no dijo nada de inmediato. Se quedó quieta, observando a Rika con una expresión que era difícil de leer. No era ni de desprecio ni de compasión. Era como si estuviera allí por una razón, pero no mostraba sus cartas. Los ojos de Haruna se posaron en el cuello ortopédico de Rika, en las vendas que aún cubrían las heridas visibles en su rostro y en su cuerpo.
Rika, aún sorprendida, no sabía qué decir. No era que tuviera miedo, pero la presencia de Haruna le provocaba una mezcla de emociones que no lograba comprender. Ella no era alguien que buscara consuelo de nadie, pero el hecho de que Haruna, la misma mujer que había estado en la órbita de su vida de manera tan tumultuosa, estuviera allí, frente a ella, provocaba un revoltijo de pensamientos en su cabeza. No sabía si quería escuchar lo que ella tenía que decir, o si prefería que simplemente se fuera, como todos los demás.
—¿Por qué estás aquí? —preguntó Rika, finalmente rompiendo el silencio, aunque la pregunta salió más débil de lo que había intentado.
—Vine a verte querida.—Comentó la castaña— Dime ¿cómo estás?
Rika bajó la mirada: —Bien...—Musitó—Supongo.
—¿"Supongo"? —repitió Haruna con una leve inclinación de la cabeza, sus ojos fijos en los de Rika—. Eso no suena muy convincente.
Rika levantó la mirada, sintiéndose un tanto expuesta bajo la atención de Haruna. Aquella mujer tenía una forma de mirar que parecía atravesarla, como si pudiera ver algo que ni siquiera ella misma comprendía.
—Estoy... sobreviviendo —respondió finalmente, apretando las manos contra las piernas. Su voz sonó vacilante, pero al menos era honesta.
Haruna cruzó los brazos, observándola con una expresión que mezclaba interés y una pizca de severidad.
—No creo que "sobrevivir" sea suficiente para alguien como tú, Rika. Tienes demasiado potencial para conformarte con eso.
Rika frunció el ceño ante el comentario.
—¿A qué te refieres?
—A que no puedes quedarte aquí, encerrada, mirando al vacío y pensando que el mundo ha terminado —dijo Haruna, su tono firme pero no cruel—. Tienes una oportunidad de levantarte, de reconstruir lo que sea que crees que perdiste.
Rika apretó los labios, sintiendo una punzada de resistencia dentro de ella.
—No sabes nada de lo que estoy pasando —respondió en voz baja, casi como un susurro.
Haruna dejó escapar una risa suave, aunque no por burla.
—Tal vez no conozco cada detalle, pero sé lo que es sentirse atrapada, perdida. Y también sé que quedarse inmóvil no ayuda a cambiar nada.
Rika guardó silencio, sus ojos nuevamente bajando al suelo.
—¿Qué más puedo hacer? Si estoy aquí, encerrada, con esta cosa en el cuello.
Haruna, percibiendo la fragilidad en la joven, cambió su enfoque.
—Bueno, quizás, no puedes salir. Pero si puedes hacer cosas distintas.— Comentó antes de levantarse y dirigirse a la salida.
A los pocos segundos la castaña regresó con una caja en las manos.
La caja era de tamaño moderado, con un lazo delicado que parecía estar colocado con precisión. Rika la miró, completamente desconcertada, sin saber qué pensar. ¿Por qué Haruna le traería un regalo? La relación entre ambas nunca había sido de cercanía, mucho menos de una consideración tan personal.
—Es para ti —dijo Haruna con una voz que no dejaba lugar a dudas, aunque su expresión seguía siendo enigmática, como si la acción fuera algo completamente natural para ella.
Rika miró la caja en sus manos, aún sin entender del todo. Después de un largo momento, la abrió lentamente, como si temiera que lo que había dentro pudiera ser una broma cruel. Al destaparla, sus ojos se abrieron de par en par al ver lo que había dentro: un pequeño ukelele de madera, con un diseño sencillo pero encantador, con cuerdas perfectamente tensadas. El brillo suave de la madera y el pequeño instrumento la dejaron sin palabras. Un ukelele. ¿Cómo podía Haruna saber que le gustaba la música? ¿Cómo había llegado a ese detalle?
Rika lo sacó con cuidado, sus dedos rozando la superficie pulida, aún incrédula. Había sido tanto tiempo desde que había tocado uno de estos instrumentos, desde que la música había formado parte de su vida. La sensación de tener el ukelele en sus manos le hizo sentir una mezcla de emociones. No solo porque la música había sido algo que había amado profundamente, sino porque todo eso parecía tan... distante ahora. La música parecía un eco lejano de la persona que solía ser.
Haruna, que había observado en silencio la reacción de Rika, finalmente rompió el silencio.
—Me enteré de que te gusta la música y todo eso —dijo con un tono que, aunque normalmente sería despectivo, en ese momento sonaba casi cálido. Era un gesto raro de parte de ella, y Rika no podía entenderlo del todo—. Sé lo importante que es para ti. Quería darte algo que... que tal vez te haga sentir mejor, aunque sea por un momento.
Rika, aún en shock, no pudo evitar sonreír con una mezcla de confusión y gratitud. El gesto era tan inesperado, tan desconcertante. Ella, que siempre había sido reservada con sus sentimientos, ahora se encontraba enfrentando una de las pocas cosas que realmente la tocaban: la música. Un suspiro salió de sus labios antes de que pudiera decir algo más.
—A mi padre no le gustará —dijo, sin pensarlo mucho, mirando el instrumento entre sus manos. Aunque lo decía como un comentario a la ligera, en su interior sabía que esa era una de las razones por las que ella se había distanciado tanto de su propia pasión. Su padre siempre había sido tan estricto, tan enfocado en el deber, que cualquier cosa que se alejara de eso parecía una molestia para él. La música, para él, había sido siempre algo trivial, algo innecesario. Y ella siempre había vivido bajo su sombra, sintiendo que no podía permitirse ser quien realmente era.
Haruna la miró directamente, sin perder la calma. Su rostro, normalmente tan impenetrable, ahora parecía más suave, casi comprensivo.
—Con permiso de él, te lo traigo. Y te puedo decir que, aunque no lo parezca, a tu padre le comenté lo que me contaste sobre la música —dijo Haruna, con una sonrisa ligera en sus labios, algo casi irónico. —Él mismo me dijo que, de joven, le encantaba tocar la guitarra y ese tipo de cosas. Te lo dio con su bendición, incluso si no lo parece.
Rika levantó la vista hacia Haruna, sorprendida. Jamás habría imaginado que su padre, Yamato, pudiera tener ese tipo de afición. Siempre lo había visto como una figura autoritaria, completamente alejada de cualquier interés que pudiera considerarse "de entretenimiento" o algo que no estuviera relacionado con los deberes y la imagen de poder que siempre había tenido. La idea de que a su padre le gustara la música, incluso que le hubiera dado permiso a Haruna para entregarle ese ukelele, era algo completamente ajeno a lo que Rika conocía.
—¿De verdad? —preguntó, aún incrédula. El pensamiento de su padre teniendo alguna vez una pasión tan personal y ajena a sus responsabilidades le pareció tan distante, tan difícil de creer, que le costó asimilarlo.
Haruna asintió, sin inmutarse, como si todo eso fuera lo más normal del mundo.
—Sí, Rika. Él mismo lo dijo.
Rika observó incrédula a Haruna. Jamás hubiese esperado que su padre, Yamato, la persona que más odiaba la música (excepto la clásica) le dijera eso.
—¿Mi papá? —repitió, como si necesitara confirmarlo una vez más—. ¿Él dijo eso? ¿Que yo debería tener esto?
Haruna asintió con una sonrisa tranquila, cruzándose de brazos mientras se recostaba ligeramente en la silla junto a la cama.
—Exactamente eso. Dijo que siempre notó tu afinidad por la música y que creía que podría ser algo que te ayudara a sentirte mejor.
Rika dejó escapar una risa suave, aunque cargada de incredulidad.
—Eso no suena nada a él. Mi papá siempre ha sido tan... —se detuvo, buscando las palabras adecuadas— práctico, rígido. Incluso me prohibió tocar instrumentos cuando era más joven porque decía que me distraía de lo importante. Solo me dejaba tocar el piano viejo que está afuera. Y solamente me pedía que tocara la música que él aprobaba.
Haruna observó a Rika detenidamente, notando cómo la sorpresa en sus palabras estaba teñida de una tristeza subyacente.
—Quizá ha cambiado más de lo que crees —comentó Haruna, con un tono reflexivo—. A veces, incluso los más tercos tienen sus momentos de claridad.
Rika alzó una ceja, no del todo convencida.
—¿Estás diciendo que mi papá ahora apoya algo que siempre odió? Perdón, Haruna, pero me cuesta creerlo.
Haruna se encogió de hombros, como si lo que decía fuera un hecho simple y no algo extraordinario.
—Puede ser que no lo odie tanto como piensas. Tal vez simplemente no lo mostraba para no desviar tu atención de lo que él consideraba esencial. Pero créeme, cuando hablé con él sobre esto, no dudó en dar su aprobación.
Rika volvió a mirar el ukelele, sus dedos deslizándose por las cuerdas sin tocarlas. Algo dentro de ella se agitaba, una mezcla de incredulidad y una chispa de emoción.
—¿Tú lo crees? —preguntó en voz baja, casi para sí misma.
—Sí —respondió Haruna con firmeza, inclinándose un poco hacia ella—. No es común que tu padre hable tan abiertamente de lo que piensa, pero en este caso, lo hizo. Me dijo que, aunque la música no sea algo que él disfrute en exceso, siempre vio en ti un talento natural para eso.
Rika se quedó callada, procesando las palabras de Haruna. Pensar en su padre de esa manera era como mirar una pintura desde un ángulo completamente diferente. Siempre lo había visto como alguien duro y controlador, pero las palabras de Haruna insinuaban que tal vez había más en él de lo que ella entendía.
—No sé qué decir... —murmuró finalmente, su voz temblando un poco.
Haruna le sonrió suavemente.
—No tienes que decir nada, querida. Solo tócalo cuando estés lista. Y si no lo haces, tampoco pasa nada. Es solo un recordatorio de que tienes algo especial dentro de ti, algo que vale la pena explorar.
—Hace tiempo no toco.—Comentó la pelirroja.
—Bueno...pero algo debes recordar...¿no?
—Eso espero.
—Dime ¿tienes alguna canción en tu mente?
Rika sonrió: —La tengo...—Musitó— Es una canción que le gusta mucho a una amiga.
—¿A sí?— Preguntó la castaña— ¿Cuál es?
—Es una...bastante cursi...—Declaró Rika— Pero mi amiga la vivía repitiendo una y otra vez.
—Me da curiosidad.—Musitó Haruna— ¡Tócala!
La pelirroja sonrió de lado: —Está bien.
(Flores Amarrillas - Floricienta)
En ese bar tan desierto nos esperaba el encuentro
Ella llegó en limusina amarilla por supuesto
Él se acercó de repente la miro tan de frente
Toda una vida soñada y no pudo decir nada
¡Un minuto! Pensó Mimi y observó sorprendida a la Ishida.
Ella sabía que él sabía
Que algún día pasaría
Que vendría a buscarla
Con sus flores amarillas
No te apures, no detengas
El instante del encuentro
Está dicho que es un hecho
No la pierdas, no hay derecho
No te olvides que la vida
Casi nunca está dormida
Mimi quedó sorprendida al escuchar esa canción...su canción.
—¿Quién te la enseñó?— Preguntó Mimi.
La pelirroja se mordió el labio inferior.
Ryo
Fue el nombre que resonó en su mente.
—Prefiero no decirlo.—Suspiró.
Y suavemente acomodó sus dedos en el ukelele.
—Muchas gracias por el regalo.
La castaña sonrió, y extendió la los brazos, Rika observó su acción, generalmente no le gustaban los abrazos. Pero a estas alturas. No se sentía con el derecho de ser grosera con ella.
Fue así como le correspondió.
Mimi acarició suavemente el cabello de la pelirroja. Era difícil creer que ella fuera su hija. Aunque la ilusión era algo que cada vez crecía más y más. Fue así como sigilosamente retiró un poco de ese cabello anaranjado con tonos rubios.
Era una tarde cálida y tranquila cuando Satomi salió al jardín, su paso firme y su mirada siempre atenta a los detalles que la rodeaban. La brisa acariciaba su cabello plateado, mientras sus ojos observaban las elegantes flores que adornaban el espacio. Sin embargo, pronto algo llamó su atención. En una de las mesas más grandes del jardín, Takeru e Izumi estaban organizando cuidadosamente los cubiertos, las copas y los platos. La disposición era impecable, como si estuvieran preparando una cena de gala, y el aire de sofisticación que emanaba de la escena no pasó desapercibido para Satomi.
Intrigada, se acercó a ellos con paso lento y sereno, fijándose en los detalles: el mantel blanco inmaculado, los candelabros dorados y las sillas de madera pulida que rodeaban la mesa.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Satomi, alzando una ceja con curiosidad.
Takeru, que estaba ajustando una copa de vino, levantó la vista y le dedicó una sonrisa ligera, aunque con algo de nerviosismo en sus ojos. No le gustaba que Satomi se metiera en sus asuntos, pero sabía que no podía evitar la pregunta.
—Estamos preparando todo para la cena de esta noche —respondió Takeru con calma, como si nada fuera fuera de lo común. Sabía que una cena elegante no era algo que Satomi aprobara fácilmente, pero intentó mantener la situación lo más sencilla posible.
Satomi observó detenidamente la mesa, la elegancia de cada detalle, y no pudo evitar comentar con tono ligeramente escéptico.
—Vaya, esto está muy elegante, más de lo que esperaba para una simple cena... ¿Puedo saber a qué se debe? —su tono estaba impregnado de una curiosidad que rápidamente se tornó en una ligera incomodidad, como si algo no le encajara.
Izumi, que estaba colocando los platos con mucha precisión, alzó la mirada hacia su tía abuela y, con una pequeña sonrisa que denotaba cierta complicidad con su tío, respondió sin vacilar.
—Takeru invitó a su novia —dijo Izumi con voz clara, mientras terminaba de acomodar la cubertería. Había algo en su tono que dejaba ver que estaba ligeramente divertida con la situación, aunque también algo preocupada por la posible reacción de Satomi.
La mención de la palabra "novia" fue como una chispa en la atmósfera. Los ojos de Satomi se entrecerraron casi al instante, su rostro pasando de la curiosidad a la desaprobación en un parpadeo. El cambio en su expresión fue casi imperceptible para los demás, pero para los que la conocían bien, como Takeru e Izumi, era claro.
Satomi cruzó los brazos sobre su pecho, su postura se volvió rígida y su mirada fulminó a Takeru, quien ya sabía que esto no le traería nada bueno. Un suspiro escaso, casi imperceptible, escapó de los labios de Satomi, antes de que hablara con voz firme y algo cortante.
—¿A Hikari? —preguntó, dejando claro que la joven nunca le había agradado. Su tono no dejaba lugar a dudas de que su opinión sobre Hikari era, por decir lo menos, bastante negativa.
Takeru, que había esperado esta reacción, intentó mantener la calma, aunque la tensión comenzaba a acumularse en su pecho. Sabía que Satomi desaprobaba a Hikari, pero no esperaba que su tía abuela reaccionara tan visiblemente.
—Sí, a Hikari —respondió Takeru, su voz tan tranquila como pudo, aunque una sombra de incomodidad cruzó su rostro—. La invité porque es importante para mí, y quería que ustedes la conocieran mejor.
Satomi no pareció impresionada por la explicación. De hecho, su mirada se endureció aún más, y su expresión de desdén creció, como si le costara tragarse la idea de que su sobrino hubiera elegido a Hikari como su pareja. Su opinión sobre la joven nunca había sido un secreto, y con cada comentario que Takeru hacía, más se notaba la desaprobación que había acumulado durante todo este tiempo.
—Ya veo... —dijo Satomi, su voz cargada de un tono gélido que la hacía aún más intimidante.
—Sé que ella y tú no tienen buena relación, así que, si no quieres participar de la cena no te sientas obligada.
—¿Obligada?— Musitó la castaña—¡Claro que no!—Comentó— Soy parte de esta familia, tú eres mi sobrino, sería de mala educación no participar en ella.
Takeru se mordió el labio inferior e intercambió miradas con Izumi. No quería echar a Satomi, era su tía, pero tampoco quería que las cosas salieran mal.
—¿No te molestará que yo esté presente?—Preguntó Satomi— ¿Cierta?
—¿e?—Balbuceo el oji-azul—N-no, no, claro que no me molesta. Eres mi tía. Pero ¿estás segura?
—Esa pregunta debería hacértela yo a ti.—Respondió la castaña—Podrías llevarte una sorpresa esta noche. Las apariencias pueden ser engañosas, Takeru.
Izumi, viendo la tensión creciente entre su tía abuela y su tío, decidió intervenir antes de que la conversación se volviera aún más incómoda. Aunque a ella también le causaba algo de curiosidad ver cómo reaccionaba Satomi ante Hikari, no le gustaba que las tensiones familiares se alimentaran innecesariamente.
—Bueno, tía, Hikari tiene su forma de ser —dijo Izumi, su tono suave pero firme—. Pero Takeru la quiere, y esa es la única razón por la que está aquí. Además, todos podemos ser un poco... diferentes, ¿no?
Satomi, al escuchar esto, lanzó una mirada a Izumi, pero no dijo nada más. No quería ser directamente grosera, pero la irritación en su rostro era evidente. Parecía que las palabras de su sobrina no le convencían, pero decidió guardarse cualquier comentario sarcástico para otro momento. Al menos, por ahora, lo mejor era guardar las apariencias para la cena.
—Bien, bien —dijo Satomi, exhalando con fuerza—. Si insistes en mantenerla cerca, supongo que tendré que tolerarla... al menos por esta noche. Pero que no se acostumbren.
Takeru, aunque molesto por la actitud de Satomi, mantuvo la calma. Sabía que era un terreno delicado, y no quería entrar en una pelea con su tía abuela justo antes de la cena.
—Gracias por tu... comprensión —dijo Takeru, aunque su tono era claramente sarcástico, pero con una sonrisa forzada.
Satomi le devolvió la mirada, como si quisiera decir algo más, pero en lugar de eso, giró sobre sus talones y se alejó del jardín, murmurando algo sobre los preparativos de la cena.
Izumi suspiró, mirando a su tío con una expresión de cansancio. Sabía que lo que se venía esa noche no sería sencillo, pero también sabía que Takeru y Hikari merecían su oportunidad.
—Va a ser una buena noche—comentó Izumi, mirando a su tío con una sonrisa cómplice.
Takeru asintió, pero no podía evitar sentir un nudo en el estómago. Sabía que esa noche sería más difícil de lo que había anticipado, pero había tomado su decisión. Y, por mucho que a Satomi no le gustara, Hikari era importante para él.
Kiriha estaba solo en su departamento, mirando el calendario con expresión ausente. Un número rodeado con tinta azul destacaba en la página, el recordatorio de que hoy era su cumpleaños. Otro año, otro día más, y como siempre, estaba solo. La habitación en penumbra parecía reflejar su propio estado de ánimo; el silencio solo era interrumpido por el ocasional susurro del viento afuera.
Cerró los ojos y suspiró, intentando apartar los pensamientos que inevitablemente venían cada año. Desde la muerte de sus padres, cada cumpleaños se había convertido en una fecha dolorosa, un recordatorio de la ausencia, de la soledad que llevaba cargando desde entonces. Su vida giraba en torno a una rutina vacía y, aunque intentaba convencerse de que no le importaba, sabía que era solo una máscara que utilizaba para protegerse.
De pronto, un golpeteo ligero en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Frunció el ceño, extrañado. No esperaba a nadie y dudaba de que alguien lo estuviera buscando hoy, precisamente hoy. Se levantó con desgano y fue hasta la puerta.
Cuando abrió, se encontró con Nene. Sostenía un pequeño pastel con una vela encendida y unos globos en la otra mano, su rostro iluminado por una sonrisa radiante que lo dejó sin palabras. Ella, aparentemente ajena a su asombro, se acercó sin esperar permiso, como si este tipo de sorpresas fueran lo más natural del mundo.
—¡Feliz cumpleaños, Kiriha! —dijo ella, con una alegría contagiosa, mientras levantaba los globos y el pastel.
Él se quedó inmóvil, su mirada alternando entre el pastel y los ojos de Nene, sin poder procesar completamente lo que estaba pasando. Nadie había celebrado su cumpleaños en años. Nadie se había molestado en recordar ese detalle que él siempre intentaba olvidar. Sentía un nudo en la garganta, y una mezcla de emociones que no podía expresar.
—Nene... yo... no tenías que hacer esto —murmuró, su voz temblorosa, mientras desviaba la mirada, sin saber cómo reaccionar.
Nene soltó una risa suave y sacudió la cabeza, acercándose más para tenderle el pastel. —Lo sé, pero quería hacerlo —dijo ella con ternura—. No podía dejar que pasaras tu cumpleaños solo, Kiriha. Todos necesitamos un poco de alegría en estos días, incluso tú.
Kiriha no pudo evitar sentir cómo sus defensas comenzaban a desmoronarse. Verla ahí, con ese pastel, los globos, y esa sonrisa llena de afecto, era demasiado. Ella había hecho algo que nadie había hecho por él en años: recordarlo, pensar en él, hacerle sentir que a alguien le importaba de verdad. Se sintió tan conmovido que apenas podía sostener el pastel en sus manos sin que le temblaran.
—Gracias, Nene —logró decir al fin, aunque sus palabras apenas fueron un susurro—. De verdad… no sabes lo que significa para mí.
Ella simplemente sonrió y le dio un suave apretón en el brazo, invitándolo a sentarse mientras colocaba el pastel en la pequeña mesa del salón. Encendió la vela de nuevo y le hizo una señal para que se acercara.
—Bueno, ahora pide un deseo —dijo con entusiasmo, sus ojos brillando con una dulzura que lo conmovió profundamente.
Kiriha se quedó mirando la vela encendida, permitiendo que el calor de ese momento lo envolviera. Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, pidió un deseo real, uno que llevaba guardado en lo más profundo de su corazón: no tener que pasar otro cumpleaños solo.
Sopló la vela, y cuando abrió los ojos, Nene estaba a su lado, observándolo con una sonrisa tranquila y sincera. Sintió que algo en su interior se ablandaba, y por primera vez, su cumpleaños no se sintió como un recordatorio de la soledad, sino como una pequeña promesa de compañía.
El ambiente era una mezcla de tranquilidad forzada y tensión latente en el comedor de la mansión Ishida. Hikari estaba sentada junto a Takeru, mientras Izumi, Satomi, Sora, Yamato, Haruna y Rika ocupaban el resto de los asientos. Aunque las conversaciones fluían con risas y comentarios, no podían ocultar el aura incómoda que parecía envolver la mesa.
Izumi, siempre cálida y animada, intentaba aliviar la atmósfera compartiendo su entusiasmo.
—Hikari, debes probar esto. Es el plato favorito de mi tío Takeru, y yo también lo adoro —dijo, señalando una fuente con un guiso aromático y sonriendo ampliamente.
—Gracias, Izumi. Se ve delicioso —respondió Hikari con una sonrisa sincera, aunque no pasó desapercibido para ella que Satomi, desde el otro extremo de la mesa, la observaba con una mirada crítica.
Satomi, con su habitual elegancia y voz pausada, rompió el silencio tras un sorbo de vino.
—Es curioso cómo algunos platos tan simples pueden ser tan apreciados. Supongo que es cuestión de gustos… o costumbre —comentó, mirando fijamente a Hikari—. Aunque imagino que para ti, querida, este tipo de comida debe parecer un lujo.
El comentario hizo que Hikari se tensara. Antes de que pudiera responder, Sora intervino con una sonrisa tranquila.
—Hikari tiene buen gusto. Siempre sabe apreciar los pequeños detalles que hacen de una comida algo especial. Eso es algo que admiramos mucho de ella.
Hikari asintió agradecida hacia Sora, pero Satomi no estaba dispuesta a ceder.
—Oh, claro, claro. Aunque no puedo evitar preguntarme cómo logras encajar en este ambiente, querida. No es fácil adaptarse a un entorno tan distinto, ¿verdad?
Izumi dejó su cuchara en el plato con un golpe seco, su rostro reflejaba indignación.
—Tía Satomi, creo que Hikari está encajando perfectamente. Además, siempre ha sido amable y genuina con todos nosotros —replicó con firmeza.
Haruna, que había permanecido en silencio, miró de reojo a Satomi, visiblemente molesta por sus palabras. Apretó ligeramente su servilleta, pero mantuvo su rostro neutral.
—Qué dulce de tu parte, Izumi. Pero ya sabes, no siempre basta con ser amable. En este mundo, las conexiones y el trasfondo familiar cuentan mucho —continuó Satomi, dirigiéndose nuevamente a Hikari—. No es algo personal, querida, pero Takeru tiene un futuro prometedor, y debe rodearse de personas que puedan estar a su nivel.
Hikari intentó mantenerse serena, pero las palabras de Satomi la hacían sentir cada vez más incómoda.
—El único nivel que a Takeru le debe importar es el de su felicidad —intervino Yamato, su tono firme pero con un dejo de impaciencia.
—¿Felicidad?— Comentó la castaña—Dudo que con personas indeseables lo logre.—El comentario evidentemente era por Hikari.
La Kanbara bajó la mirada completamente nerviosa. Mimi frunció el ceño ante esto, esta escena ya la había visto antes, muchas veces.
Yamato apretó su puño: —Satomi, creo que ya es suficiente. Es bueno que vivas con nosotros, pero deberías aprender a ubicarte.
El comentario de Yamato hizo que el aire se volviera aún más denso. Satomi, sorprendida y ofendida, intentó replicar, pero Haruna se adelantó, rompiendo el momento.
—Con su permiso —dijo, levantándose elegantemente de la mesa—. Rika, ¿te gustaría acompañarme al patio? Estoy muriendo por escuchar otra canción en tu ukelele.
Rika, encantada con la idea, asintió rápidamente.
—¡Por supuesto!
¡Ya no soportaba estar en medio de toda esa tensión!
Haruna y Rika se retiraron, dejando a los presentes con una sensación de alivio. Yamato y Sora intercambiaron miradas aliviadas, agradeciendo silenciosamente que Haruna hubiese tomado la iniciativa de llevarse a la pelirroja.
—Hikari, Takeru —dijo Sora con suavidad—. ¿Por qué no se unen a ellas en el jardín? Estoy segura de que será más relajante. Izumi, ¿quieres acompañarlos?
—¡Claro! —respondió Izumi, levantándose con entusiasmo.
Hikari y Takeru intercambiaron una mirada de acuerdo antes de levantarse también, dejando la mesa junto con Izumi.
Una vez que todos salieron, Yamato volvió su atención a Satomi.
—Es hora de que hablemos —dijo con severidad—. Tu actitud con la novia de Takeru ha sido completamente inadecuada.
—¿La mía? ¡Querrás decir la de ustedes! ¿cómo, rayos, pueden aceptar a esa don nadie en la vida de Takeru?
La tensión en la mesa alcanzó su punto máximo mientras Yamato comenzaba a reprender a Satomi, dejando claro que no toleraría más esa clase de comportamiento.
—Takeru es un hombre grande —respondió con firmeza—. Puede tomar sus propias decisiones, y nosotros las respetamos.
Satomi entrecerró los ojos y alzó una ceja, como si las palabras de Yamato fueran una afrenta personal.
—Si fuera una de tus hijas, dudo que reaccionaras de la misma manera. No permitirías que...
—¡No estamos hablando de mis hijas! —interrumpió Yamato, su voz resonando con autoridad mientras sus ojos azules brillaban con determinación—. Estamos hablando de Takeru. Su situación es muy diferente a la de mis hijas.
—¿Diferente? —replicó Satomi, con una sonrisa sarcástica—. ¿Qué tiene de diferente?
Yamato inhaló profundamente antes de responder, su tono grave y cargado de significado.
—¿Acaso no recuerdas todo lo que sufrió con Catherine? ¿La forma en que lo manipuló y destruyó su confianza? Takeru ha tenido que reconstruirse desde entonces, y Hikari ha sido un pilar importante para él. No voy a permitir que tú, o nadie más, interfiera en su felicidad.
Satomi chasqueó la lengua, sin intención de dar su brazo a torcer.
—Aun así, no puedo aceptarla. No es adecuada para él. No lo será jamás.
Yamato, visiblemente exasperado, se puso de pie y apoyó las manos en la mesa, inclinándose ligeramente hacia su tía.
—Puedes pensar lo que quieras, Satomi, pero mientras vivas bajo este techo, respetarás nuestra decisión. Nosotros aceptamos a Hikari, y tú también deberás hacerlo, aunque sea solo con tu silencio.
Satomi se quedó sin palabras por un momento, claramente sorprendida por la firmeza de Yamato. Sin embargo, su mirada desafiante no se desvaneció.
—Esto no ha terminado —murmuró, pero se mantuvo en silencio el resto de la velada.
Yamato volvió a sentarse, pasándose una mano por el cabello en un intento de calmarse, mientras un pesado silencio caía sobre el comedor. Sabía que la batalla con su tía no había terminado, pero al menos había dejado clara su postura.
Kiriha y Nene estaban sentados en el sofá de su departamento, rodeados por los restos de la pequeña celebración. Habían pasado horas hablando, riendo, compartiendo anécdotas de sus vidas, y de algún modo, aquella tristeza que él sentía en el pecho había comenzado a disiparse. La presencia de Nene llenaba la habitación con una calidez que hacía tiempo no experimentaba.
A pesar de todo, Kiriha intentaba controlar lo que sentía, esa mezcla de emociones que, aunque trataba de suprimir, se hacía más intensa con cada segundo que pasaban juntos. Había pasado tanto tiempo manteniéndose a distancia, rechazando sus propios sentimientos, recordándose a sí mismo la advertencia de Yamato, que lo había dejado claro: Nene estaba fuera de sus límites.
Pero, al ver la forma en que los ojos de Nene brillaban cuando reía y cómo ella se inclinaba hacia él con una cercanía natural y afectuosa, la resistencia que había construido comenzó a desmoronarse. Kiriha no podía negar lo que sentía, no después de haber pasado por tantas soledades en las que se había refugiado en el deber de mantenerse lejos, en el deber de mantenerse bajo control.
Nene lo miró de repente, aún sonriendo, y la luz en sus ojos hacía que se le revolviera el corazón. —Gracias por dejarme celebrar contigo. No sabes lo feliz que me hace saber que estuve aquí —dijo, con esa sinceridad tan suya, que él siempre había encontrado irresistible.
Kiriha sintió un nudo en la garganta y asintió, intentando disimular el torrente de emociones que le recorría. Pero entonces, algo en él se rompió. Algo más fuerte que la advertencia de Yamato, algo que había estado esperando demasiado tiempo.
Sin decir una palabra, acercó su mano al rostro de Nene, acariciando suavemente su mejilla mientras ella lo miraba, sorprendida pero sin apartarse. El silencio entre ellos era denso, cargado de una tensión que ambos parecían compartir sin necesidad de palabras. Kiriha, incapaz de resistirse más, se inclinó hacia ella, hasta que sus labios se encontraron.
Fue un beso suave, profundo, lleno de la contención y de las emociones que había reprimido durante tanto tiempo. No era solo un beso, era la entrega de todo lo que había callado, todo lo que había ocultado en su soledad y que finalmente había decidido liberar. Nene, respondiendo con la misma intensidad, deslizó sus manos hacia su cuello, acercándolo más a ella, dejando claro que también había estado esperando este momento.
Cuando finalmente se separaron, ambos se miraron, respirando rápidamente y sin saber exactamente qué decir. Kiriha le acarició el rostro y le dedicó una sonrisa que hablaba más que cualquier palabra.
—Lo siento… —murmuró él, pero su tono no mostraba arrepentimiento; al contrario, era como si solo estuviera pidiendo disculpas por haberse contenido tanto tiempo—. No podía… no quería seguir evitando esto, Nene.
Ella le devolvió la sonrisa y, en un tono casi en susurro, respondió: —Yo tampoco quería que lo evitaras, Kiriha.
En ese momento, todas las advertencias de Yamato, todos los miedos, parecían haberse desvanecido. Estaban ahí, juntos, compartiendo un momento que ambos necesitaban, como si nada más importara.
Kiriha y Nene estaban sentados en el sofá de su departamento, rodeados por los restos de la pequeña celebración. Habían pasado horas hablando, riendo, compartiendo anécdotas de sus vidas, y de algún modo, aquella tristeza que él sentía en el pecho había comenzado a disiparse. La presencia de Nene llenaba la habitación con una calidez que hacía tiempo no experimentaba.
A pesar de todo, Kiriha intentaba controlar lo que sentía, esa mezcla de emociones que, aunque trataba de suprimir, se hacía más intensa con cada segundo que pasaban juntos. Había pasado tanto tiempo manteniéndose a distancia, rechazando sus propios sentimientos, recordándose a sí mismo la advertencia de Yamato, que lo había dejado claro: Nene estaba fuera de sus límites.
Pero, al ver la forma en que los ojos de Nene brillaban cuando reía y cómo ella se inclinaba hacia él con una cercanía natural y afectuosa, la resistencia que había construido comenzó a desmoronarse. Kiriha no podía negar lo que sentía, no después de haber pasado por tantas soledades en las que se había refugiado en el deber de mantenerse lejos, en el deber de mantenerse bajo control.
Nene lo miró de repente, aún sonriendo, y la luz en sus ojos hacía que se le revolviera el corazón. —Gracias por dejarme celebrar contigo. No sabes lo feliz que me hace saber que estuve aquí —dijo, con esa sinceridad tan suya, que él siempre había encontrado irresistible.
Kiriha sintió un nudo en la garganta y asintió, intentando disimular el torrente de emociones que le recorría. Pero entonces, algo en él se rompió. Algo más fuerte que la advertencia de Yamato, algo que había estado esperando demasiado tiempo.
Sin decir una palabra, acercó su mano al rostro de Nene, acariciando suavemente su mejilla mientras ella lo miraba, sorprendida pero sin apartarse. El silencio entre ellos era denso, cargado de una tensión que ambos parecían compartir sin necesidad de palabras. Kiriha, incapaz de resistirse más, se inclinó hacia ella, hasta que sus labios se encontraron.
Fue un beso suave, profundo, lleno de la contención y de las emociones que había reprimido durante tanto tiempo. No era solo un beso, era la entrega de todo lo que había callado, todo lo que había ocultado en su soledad y que finalmente había decidido liberar. Nene, respondiendo con la misma intensidad, deslizó sus manos hacia su cuello, acercándolo más a ella, dejando claro que también había estado esperando este momento.
Cuando finalmente se separaron, ambos se miraron, respirando rápidamente y sin saber exactamente qué decir. Kiriha le acarició el rostro y le dedicó una sonrisa que hablaba más que cualquier palabra.
—Lo siento… —murmuró él, pero su tono no mostraba arrepentimiento; al contrario, era como si solo estuviera pidiendo disculpas por haberse contenido tanto tiempo—. No podía… no quería seguir evitando esto, Nene.
Ella le devolvió la sonrisa y, en un tono casi en susurro, respondió: —Yo tampoco quería que lo evitaras, Kiriha.
En ese momento, todas las advertencias de Yamato, todos los miedos, parecían haberse desvanecido. Estaban ahí, juntos, compartiendo un momento que ambos necesitaban, como si nada más importara.
El aire fresco del jardín envolvía a Takeru, Izumi e Hikari mientras permanecían sentados sobre cojines dispuestos alrededor de una pequeña mesa. El suave rasgueo del ukelele de Rika resonaba en la noche, llenando el ambiente con una melodía dulce y melancólica. La luz de las antorchas iluminaba tenuemente sus rostros, mientras las estrellas brillaban en el cielo despejado.
Rika tocaba con los ojos cerrados, dejando que sus dedos bailaran sobre las cuerdas. Takeru observaba con atención, inmerso en la música, mientras Hikari sonreía, impresionada por la habilidad y sensibilidad de la joven. Izumi, siempre entusiasta, acompañaba el ritmo golpeando suavemente sus manos contra la mesa, como si su corazón estuviera sincronizado con las notas.
Sora, sentada junto a Mimi, contemplaba la escena con una sonrisa tranquila en los labios. Su hija estaba relajada, feliz, y parecía completamente inmersa en su arte.
—Es increíble cómo lograste entrar en su mundo, Haruna —dijo Sora en un tono suave, inclinándose ligeramente hacia su interlocutora. Había una mezcla de admiración y gratitud en su voz—. Rika no siempre se abre con facilidad, pero contigo es diferente.
Mimi, que había estado observando a Rika con una expresión cálida, desvió su mirada hacia Sora y esbozó una leve sonrisa.
—Solo necesito escucharla. Rika tiene mucho que decir, incluso cuando no usa palabras. —Su tono era tranquilo, casi confidencial, como si compartiera un secreto sencillo pero poderoso.
Sora asintió, comprendiendo perfectamente lo que Haruna quería transmitir.
—Gracias, Haruna. De verdad. Por todo lo que has hecho con Rika. Ha sido un apoyo invaluable para ella… y para mí.
Haruna negó con la cabeza suavemente, restándole importancia.
—Es lo menos que podía hacer, Sora. —Su mirada se dirigió nuevamente hacia Rika, que ahora terminaba su canción con un último acorde delicado—. Ella merece ser escuchada.
Haruna se levantó despacio, alisándose el vestido con elegancia.
—Ahora necesito retirarme. —Su tono era calmado, pero había una firmeza en su decisión.
Sora se puso de pie también, colocándole una mano en el brazo antes de que se marchara.
—Gracias otra vez, Haruna. Por todo.
Mimi solo asintió antes de caminar hacia la mansión, dejando atrás la serenidad del jardín. Mimi cruzó el umbral de la mansión, el sonido de sus pasos resonando en los pasillos silenciosos. Se dirigió hacia el salón principal, donde había dejado su bolso. Al entrar, se encontró con Yamato, que parecía estar esperando algo o a alguien. Su postura era relajada, pero había un brillo pensativo en sus ojos azules.
—Yamato. —Mimi lo saludó con una leve inclinación de cabeza, mientras se acercaba a la mesa para recoger su bolso.
Yamato la observó por un momento, como si estuviera evaluando qué decir. Finalmente, rompió el silencio.
—Haruna, quería agradecerte.
Ella se detuvo, sorprendida por el tono sincero de su voz, y lo miró directamente.
—¿Agradecerme?
Yamato dio un paso hacia ella, cruzando los brazos.
—Por todo lo que has hecho con Rika. —Su expresión era seria, pero había una calidez en sus palabras—. Lograste subirle el ánimo en un momento en el que todos parecíamos incapaces de hacerlo. No sé cómo lo hiciste, pero lo hiciste.
Mimi esbozó una sonrisa, aunque había una ligera melancolía en su mirada.
—No es nada especial, Yamato. Rika necesitaba alguien que la escuchara, y yo solo estuve ahí.
Yamato negó con la cabeza, su tono volviéndose más enfático.
—Es más que eso. Tú la entendiste. La ayudaste a expresarse de una forma que ni siquiera Sora o yo logramos. Eso tiene un valor incalculable para mí, para nosotros.
Mimi bajó la mirada por un momento, sosteniendo su bolso con ambas manos. Cuando volvió a levantarla, había una determinación tranquila en su expresión.
—Rika es una chica extraordinaria, Yamato. No hice nada que ella no mereciera.
Yamato asintió lentamente, reconociendo sus palabras.
—Aun así, gracias. —Hizo una pausa, como si dudara por un momento antes de continuar—. Espero que sepas que siempre tendrás un lugar aquí.
Mimi inclinó ligeramente la cabeza en agradecimiento antes de dar un paso hacia la salida.
—Buenas noches, Yamato.
Yamato al ver como la castaña se alejaba decidió intervenir: —Haruna, espera. —Caminó hacia ella con paso tranquilo, su mirada fija en la puerta que ella ya estaba a punto de abrir.
Haruna se giró lentamente, su expresión indiferente, pero algo en su rostro mostraba una leve curiosidad ante su insistencia.
—¿Qué pasa? —preguntó, sin intentar ocultar la ligera sorpresa en su tono.
Yamato estaba más cerca ahora, apenas un paso entre ellos. Su mirada, firme pero suave, lo decía todo.
—Déjame llevarte a casa. —Dijo con sencillez, pero también con una insistencia palpable, como si esa fuera una de las pocas cosas que realmente podía ofrecer en ese momento.
Mimi alzó una ceja, cruzando los brazos sobre el pecho con una expresión de ligera incomodidad.
—No es necesario, Yamato. Vivo cerca. —Respondió, alzando una mano como señal de que no quería incomodarlo.
Yamato la miró fijamente, sin mover una ceja. Había algo en su mirada que la hizo detenerse. No podía ser tan fácil rechazarlo.
—Es lo menos que puedo hacer, Haruna. —Su tono no dejó espacio para una negativa, aunque sonó más sincero que impositivo. —Has hecho mucho por Rika, y por nosotros. No me parece justo que te vayas sola a esta hora.
Mimi suspiró, su expresión suavizándose un poco al escuchar sus palabras. Sabía que estaba siendo algo testaruda, pero no le gustaba sentirse comprometida o en deuda, especialmente con alguien como Yamato.
—Está bien, está bien... —Finalmente aceptó, con un pequeño gesto que expresaba su rendición. —Solo porque insistes tanto.
Yamato sonrió de manera contenida, agradecido por su respuesta. Sin decir nada más, se acercó a la puerta y la abrió para ella, dejando que saliera primero.
—No es nada —dijo en voz baja, como si no quisiera que Haruna pensara que estaba haciéndolo por alguna razón en particular.
Haruna cruzó el umbral con un leve asentimiento de cabeza y salió al pasillo, seguida de Yamato. Mientras caminaban hacia el coche, Haruna se permitió relajarse, aunque aún quedaba una ligera tensión en el aire entre ellos. Sabía que este breve encuentro podría no ser más que una simple cortesía, pero algo en el fondo de su mente la mantenía alerta. Las palabras de Yamato, su gratitud, la incomodidad que sentía en su presencia... todo se entrelazaba en algo que no lograba descifrar por completo.
La noche había avanzado lentamente, y la calidez que llenaba el departamento de Kiriha era algo que no había experimentado en años. Después de compartir el pastel y abrir los regalos —un par de perfumes de una excelente marca y una bufanda que Nene había elegido pensando en él—, la conversación fluyó entre risas y silencios cómodos. Para Kiriha, era una noche única, un momento que jamás pensó que viviría.
Nene estaba sentada en el sofá, hablando sobre anécdotas de su infancia y cómo siempre había soñado con celebrar los cumpleaños de las personas que le importaban, incluso si no lo admitía abiertamente. Kiriha, que al principio solo la escuchaba mientras luchaba con la incomodidad de ser el centro de atención, comenzó a relajarse. Verla hablar con tanta pasión y alegría iluminaba su departamento, haciéndolo sentir menos frío, menos vacío.
Sin embargo, a medida que la conversación avanzaba, Nene empezó a recostarse más y más en el sofá, hasta que sus palabras se convirtieron en murmullos y, finalmente, en un silencio tranquilo. Kiriha, que estaba sentado en una silla frente a ella, levantó la mirada al darse cuenta de que no había respondido a su última pregunta.
Ahí estaba, Nene, profundamente dormida. Su cabello oscuro caía suavemente sobre su rostro, moviéndose con el ritmo lento y constante de su respiración. Parecía increíblemente tranquila, como si el peso del mundo no pudiera alcanzarla en ese momento. Kiriha sintió una punzada en el pecho, una mezcla de ternura y algo que no lograba identificar.
Por un momento, pensó en despertarla. Después de todo, no era apropiado que se quedara ahí toda la noche. Pero cuando se acercó, dispuesto a tocar suavemente su hombro, se detuvo. Nene parecía tan en paz que no tuvo el corazón para interrumpirla.
Se quedó de pie, observándola. Había algo mágico en la manera en que la luz tenue de la lámpara caía sobre su rostro, resaltando su delicadeza. Su piel parecía suave, y los labios, ligeramente curvados en una sonrisa casi imperceptible, le daban un aire de inocencia.
"Se ve… bonita", pensó Kiriha, sorprendiéndose a sí mismo. Era una palabra que rara vez usaba, y mucho menos para describir a alguien. Pero no podía negarlo. En ese instante, Nene era la imagen de la tranquilidad, una visión que hacía que algo dentro de él se ablandara.
Kiriha suspiró, resignándose. Volvió a su silla y la observó desde ahí, sin saber exactamente cuánto tiempo había pasado. Cada tanto, sus pensamientos intentaban traicionarlo: el recuerdo de las palabras de Yamato, el miedo de perder su lugar en la empresa, el temor de abrirse y ser herido de nuevo. Pero entonces miraba a Nene, y todo eso parecía desvanecerse.
Finalmente, tomó una manta que tenía doblada en un rincón y se acercó de nuevo al sofá. Con movimientos cuidadosos, la colocó sobre ella, asegurándose de que estuviera cómoda. Cuando terminó, se quedó de pie, mirándola una vez más.
"¿Qué estoy haciendo?", se preguntó, pero la respuesta no llegó. Solo sabía que, por primera vez, no le molestaba que alguien más estuviera en su espacio.
Kiriha apagó la lámpara, dejando solo la luz de la ciudad que entraba por la ventana. Se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra el sofá, a pocos centímetros de Nene. Cerró los ojos, dejando que la respiración tranquila de ella lo envolviera en una sensación de calma que no recordaba haber sentido nunca.
Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, Kiriha no se sintió solo. Y aunque no lo admitiría ni a sí mismo, en el fondo deseó que esa paz pudiera durar para siempre.
El viaje fue tranquilo, marcado por el suave zumbido del motor del coche y la suave luz de la luna que se filtraba por las ventanas, bañando el interior del vehículo con una luz plateada. Yamato mantenía sus ojos en la carretera, pero su mente, inevitablemente, se desvió hacia Haruna, que estaba sentada en el asiento del copiloto, mirando hacia afuera, su rostro relajado pero con una ligera sonrisa en los labios.
Un sentimiento de gratitud lo envolvió. A pesar de la complicada situación con Rika y los dilemas familiares, Haruna había sido una figura calmante, alguien en quien podía confiar en esos momentos tensos. Yamato la observó de reojo mientras conducía, y sin querer, su atención se centró en la forma en que su sonrisa iluminaba su rostro. Esa sonrisa que reflejaba una paz que Yamato no podía evitar admirar.
Haruna sonrió con simpatía, pero también había una chispa de misterio en sus ojos.
Yamato, aún mirando la carretera, no pudo evitar pensar lo cautivadora que era. De alguna manera, su sonrisa lo hacía sentir una mezcla de calma y confusión. Esa sonrisa lo hipnotizaba, y por un momento, se olvidó de todo lo que lo había preocupado antes. No sabía si era la cercanía, la situación o el hecho de que Haruna siempre tenía una manera de cambiar la atmósfera a su alrededor.
Fue entonces cuando, sin querer, su mirada se desvió hacia ella nuevamente. A lo largo del viaje, Haruna se había recostado ligeramente en su asiento, sus ojos ahora fijados en el paisaje nocturno. No era solo su sonrisa lo que lo atraía, sino también su presencia en sí misma. Había algo en su postura, en la forma en que su vestido rojo profundo se ceñía a su figura, que no pudo evitar captar su atención.
El vestido, corto y ajustado a su cintura, resaltaba sus curvas de manera sutil pero evidente. El tono rojo profundo se complementaba perfectamente con el contraste de la luz tenue del coche, y Yamato no pudo evitar notar cómo la tela se ajustaba perfectamente a su figura. Era un vestido que destacaba lo mejor de ella sin ser exagerado, pero con un estilo que emanaba confianza y atractivo. La manera en que dejaba al descubierto sus piernas al sentarse, sin ser vulgar, sólo lo hacía aún más intrigante.
Aunque trató de mantener su concentración en la carretera, el deseo de mirar más a menudo hacia ella era cada vez más fuerte. Sabía que no debía hacerlo, pero su mirada se desvió una y otra vez hacia la figura de Haruna. Ella no solo era una mujer increíblemente atractiva, sino que tenía algo más: una actitud que la hacía aún más cautivadora.
La forma en que su rostro se iluminaba cuando sonreía, la manera en que su cabello caía con naturalidad sobre sus hombros, y esa sutil elegancia que no necesitaba esfuerzo. Todo eso lo dejó momentáneamente sin palabras.
"Es una mujer impresionante", pensó Yamato, aunque intentó deshacerse de esa idea lo más rápido posible. Pero había algo en ella que no podía ignorar, algo que lo mantenía constantemente cautivo, algo más allá de su apariencia externa.
Era más que solo una mujer que había ayudado a su hija. Haruna era alguien que despertaba en él una mezcla de admiración y algo más que él no podía poner en palabras. De alguna manera, sin querer, Yamato sentía que estaba siendo atraído no solo por su belleza, sino por algo más profundo, algo que no estaba dispuesto a aceptar aún.
Sin embargo, aunque sabía que sus pensamientos no eran apropiados, no podía evitarlo. La atracción que sentía por ella era inevitable, y aunque trataba de mantenerse concentrado en la carretera, su mente seguía desviándose hacia ella, hipnotizado por su presencia y por esa sonrisa que nunca podría olvidar.
El coche se detuvo suavemente frente a la casa de Haruna, el motor apagándose lentamente mientras la noche envolvía el vecindario en un manto tranquilo. Yamato miró a través del parabrisas, observando la fachada de la casa de Haruna, que ahora se recortaba claramente bajo la luz tenue de la farola cercana.
—Hemos llegado —dijo Yamato con voz suave, mirando a Haruna.
Ella asintió, mirando hacia su casa, antes de volver la vista a él. Su rostro se iluminó con una sonrisa, y con un gesto de agradecimiento, respondió:
—Gracias por traerme, Yamato. Fue muy amable de tu parte.
Yamato, al verla sonreír, sintió una extraña sensación de satisfacción, aunque algo inexplicable también le rondaba en el pecho. Había algo en ella, en su agradecimiento, que lo hacía sentir que había hecho bien. Pero entonces, vio cómo Haruna comenzó a desabrocharse el cinturón de seguridad.
Apenas lo hizo, un pequeño sonido metálico llamó la atención de Yamato. La pulsera que Haruna llevaba, un delicado accesorio plateado, se había enganchado en la hebilla del cinturón, impidiéndole liberarse con facilidad.
Haruna, con una ligera mueca de frustración, intentó nuevamente, pero la pulsera seguía atrapada. Yamato observó el pequeño inconveniente y, sin pensarlo demasiado, bajó la ventana y extendió la mano hacia ella.
—Déjame ayudarte con eso —dijo con tono tranquilo, inclinándose ligeramente hacia el asiento del copiloto.
Haruna miró a Yamato, algo sorprendida por su ofrecimiento, pero al ver su gesto decidido, asintió y le entregó el control de la situación. Sus dedos se entrelazaron por un momento mientras él intentaba liberar la pulsera enganchada. El espacio entre ambos se redujo, y Yamato, al acercarse un poco más a ella, notó de cerca el suave perfume que la envolvía. Fue un momento incómodo pero cálido, la cercanía de sus cuerpos creando una tensión palpable en el aire.
En el intento de desenganchar la pulsera, Yamato se acercó aún más, sus manos moviéndose con delicadeza pero con algo de torpeza al principio. La distancia entre sus rostros disminuyó gradualmente, y a medida que sus miradas se encontraron, un silencio momentáneo los envolvió.
Por un segundo, el mundo a su alrededor pareció detenerse. Las palabras se desvanecieron y lo único que quedó fue esa breve fracción de segundo donde sus ojos se conectaron. Los latidos de Yamato parecían más fuertes, y su respiración, más pesada, como si todo lo que había sucedido hasta ese momento fuera menos importante que lo que ahora compartían en ese instante.
Haruna, al darse cuenta de lo cerca que estaban, se quedó completamente inmóvil. Algo en la atmósfera, en ese cruce de miradas, hizo que su pulso se acelerara. Ella también lo notó. El espacio que había entre ellos no solo era físico, sino emocional, algo que de alguna manera se había ido desdibujando a medida que sus ojos se fijaban mutuamente.
El momento se alargó más de lo que Yamato habría esperado. Por un segundo, pensó en alejarse, en retroceder y seguir con lo que había estado haciendo, pero no lo hizo. Estaba atrapado en la mirada de Haruna, como si no pudiera dejar de observarla, de sentir la cercanía, la tensión en el aire que ambos compartían.
Finalmente, el sonido de la pulsera liberada rompió el silencio, y Yamato, algo aturdido por el momento, retiró su mano y volvió a mirar el cinturón de seguridad.
—Listo —dijo, su voz algo más grave de lo que pretendía, aunque se dio cuenta de que no había podido ocultar lo que había sucedido entre ellos en esos pocos segundos.
Haruna, algo avergonzada, también se apartó lentamente, apartando la mirada y recuperando su compostura. Agradeció a Yamato con una sonrisa, aunque sus ojos aún brillaban con esa chispa de algo que no se podía negar.
—Gracias, Yamato —respondió, mientras abría la puerta del coche, claramente algo nerviosa.
El silencio que siguió estuvo cargado de algo más que solo palabras. Algo que había pasado entre ellos en ese instante, algo que ninguno de los dos quería admitir del todo, pero que ambos sabían había sucedido.
~Al día siguiente~
Los primeros rayos de la mañana se colaban a través de las cortinas medio abiertas del departamento de Kiriha, iluminando suavemente el espacio con una luz cálida y tenue. El ambiente estaba tranquilo, salvo por el débil murmullo de los autos en la calle distante.
En el sofá, Nene comenzó a removerse ligeramente bajo la manta que Kiriha había colocado sobre ella la noche anterior. Sus pestañas revolotearon antes de abrirse lentamente, revelando sus profundos ojos morados que brillaban con la luz del amanecer. Parpadeó un par de veces, algo desorientada, mientras su mirada recorría el lugar.
"¿Dónde…?" murmuró para sí misma, hasta que los recuerdos de la noche anterior comenzaron a regresar: el pastel, las risas, el cálido agradecimiento de Kiriha. Fue entonces cuando se dio cuenta de que se había quedado dormida.
Giró la cabeza rápidamente y se encontró con Kiriha, que estaba sentado en el suelo junto al sofá. Tenía los brazos cruzados y la cabeza inclinada hacia atrás, descansando contra el borde del mueble. Parecía haber pasado la noche ahí, vigilándola.
Nene sintió una oleada de vergüenza que hizo que su piel pálida se tiñera ligeramente de un rosa tenue. "Oh no… me quedé dormida aquí", pensó, llevándose una mano al rostro. Intentó moverse con cuidado para no despertarlo, pero sus movimientos causaron que la manta resbalara al suelo.
Kiriha abrió los ojos lentamente al escuchar el leve ruido, y sus profundos ojos azules se encontraron con los de Nene. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. Kiriha, aún somnoliento, parpadeó un par de veces antes de incorporarse.
—Buenos días —murmuró con voz baja y algo ronca por haber dormido en una posición incómoda.
Nene se apresuró a sentarse, arreglando su cabello castaño claro con los dedos en un gesto nervioso. Sus mejillas todavía estaban teñidas de rosa mientras evitaba su mirada directa.
—Lo siento mucho, Kiriha. No era mi intención quedarme dormida aquí. Debí haberme ido anoche.
Él la observó en silencio por un momento, sus ojos azules fijos en ella con una intensidad que hizo que Nene sintiera como si el tiempo se detuviera. Luego, una pequeña y rara sonrisa apareció en su rostro.
—No pasa nada. Me alegra que te hayas quedado.
Las palabras de Kiriha sorprendieron a Nene. Levantó la mirada hacia él, buscando algún indicio de broma o sarcasmo, pero solo encontró sinceridad en sus ojos. Eso hizo que su corazón diera un pequeño vuelco.
—¿De verdad? —preguntó ella, su voz saliendo más suave de lo que esperaba.
Kiriha asintió, desviando la mirada un instante mientras se levantaba del suelo. Su cabello rubio estaba desordenado, y su camisa arrugada, pero eso no le restaba nada a su presencia serena.
—No estoy acostumbrado a tener compañía, pero… fue agradable. —Su voz era baja, como si estuviera admitiendo algo que le costaba decir.
Nene lo miró con los ojos muy abiertos, sin saber qué responder. Por un momento, no pudo evitar apreciar lo diferente que se veía Kiriha en ese momento: relajado, casi vulnerable, algo que contrastaba con la imagen estoica que solía proyectar en la oficina.
—Bueno… me alegra que no te haya molestado —respondió finalmente, una sonrisa tímida curvando sus labios.
Él volvió a mirarla, y durante un instante, el aire entre ellos pareció cargarse de algo indescriptible. Era como si estuvieran compartiendo un secreto que solo ellos entendían.
—Tengo café, si quieres —ofreció Kiriha de manera casual, rompiendo la tensión mientras señalaba hacia la pequeña cocina.
—Café suena perfecto —dijo Nene, soltando una pequeña risa nerviosa.
Mientras Kiriha se dirigía a preparar la bebida, Nene se quedó sentada en el sofá, mirando a su alrededor. El departamento era pequeño y sencillo, pero ahora se sentía acogedor, casi cálido. Sabía que parte de eso se debía a la presencia de Kiriha, a la forma en que había permitido que esa barrera invisible entre ellos comenzara a desmoronarse.
Kiriha volvió con dos tazas de café y se sentó frente a ella. Mientras le entregaba una de las tazas, Nene lo observó detenidamente, notando detalles que antes habían pasado desapercibidos: la suavidad en su mirada, la ligera curva de sus labios cuando sonreía.
Por primera vez, ambos sintieron que el silencio entre ellos no era incómodo, sino reconfortante. Una sensación de tranquilidad los envolvió mientras compartían ese momento simple pero significativo.
Nene no pudo evitar pensar que, aunque la noche había sido un accidente, no lo cambiaría por nada del mundo. Por su parte, Kiriha, aunque no lo admitiría, supo en ese instante que la presencia de Nene era algo que no quería perder.
Yamato estaba en su oficina revisando unos documentos, de vez en cuando dirigía su mirada hacia el reloj de la pared, luego a su celular.
Nene anoche no llegó a dormir. Le envió 30 mensajes, la llamó 10 veces, pero ¡nada! No le respondía.
No quería preocuparse, Nene de vez en cuando iba a casa de sus amigas y le avisaba que se quedaría ahí. No obstante, esta vez ni siquiera le envió un emoji a WhatsApp para confirmar que estaba bien.
Yamato decidió no preocuparse, porque era posible que tal vez se le olvidó o su celular se descargó. Sin embargo, que no haya llegado a la oficina a la hora, como siempre lo hacia, provocó que se preocupara.
¿Dónde estaba Nene?
Fue así como decidió llamarla por onceava vez. Esperó que respondiera. Pero...¡Nada!
Se mordió el labio inferior ante esto.
¿Dónde estaba?
Yamato tuvo intención de volver a llamar, no obstante, el sonido de la puerta lo interrumpió.
—¡Adelante!
Fue así como la puerta se abrió y en el lugar apareció Haruna.
—Yamato.
—Haruna.— El rubio pronunció su nombre.
—¿Puedo entrar?
Yamato asintió.
Fue así como Haruna (Mimi) entró a la oficina sosteniendo una carpeta en sus manos. Vestía una blusa de seda color marfil que acentuaba su figura y una falda lápiz negra que resaltaba sus curvas, su atuendo era impecable y deliberado. Aunque su expresión era tranquila, sus ojos brillaban con una chispa de estrategia.
—Buenos días.
—Buenos días.—Respondió el rubio.
—Disculpa que te moleste tan temprano, sé que recién empezamos el día, pero necesito que hablemos del tema de Rentaro. ¿Recibiste el correo?
Yamato asintió.
—¿Qué quieres hablar de él?
—Verás...—comenzó Haruna con voz suave y controlada, mientras sostenía una carpeta entre sus manos—. Creo que deberíamos considerar una estrategia distinta para manejar su situación.
Se inclinó ligeramente hacia el escritorio, colocando la carpeta sobre la mesa con un movimiento calculado, permitiendo que un leve aroma floral llegara hasta él. Yamato, que observaba su celular, levantó la mirada. Sus ojos se encontraron con los de Haruna antes de recorrer brevemente su figura, detenidos por un instante en el impecable atuendo que llevaba. ¿Era su impresión o Haruna cada vez se vestía mejor?
—Te escucho —respondió él, apoyando las manos sobre el escritorio, atento a lo que ella tuviera que decir.
Haruna tomó asiento frente a él, cruzando las piernas con una elegancia deliberada. Vestía una blusa de seda color marfil y una falda lápiz negra que acentuaban su figura a la perfección. Cada movimiento suyo era estudiado, desde la forma en que acomodaba su cabello hasta la postura que adoptaba.
—Si somos demasiado directos con Rentaro, podríamos perder su confianza —dijo, sosteniendo su mirada con firmeza—. Pero si adoptamos un enfoque más... —hizo una pausa, como si buscara la palabra adecuada— ...sutil, podríamos obtener más de lo que esperamos.
Mientras hablaba, sus dedos se deslizaron "accidentalmente" hacia uno de los documentos que Yamato tenía frente a él, como si quisiera señalar algo relevante. Fue entonces cuando su mano terminó reposando suavemente sobre la de él. El contacto fue breve, pero intencionado. Haruna fingió darse cuenta del gesto solo un momento después.
—Oh, lo siento —dijo con rapidez, retirando su mano de inmediato. Bajó la mirada con un gesto que simulaba timidez, mientras sus mejillas se teñían de un ligero rubor—. No quise... fue un accidente.
Yamato permaneció inmóvil por unos segundos, observándola con una mezcla de sorpresa e intriga. Finalmente, esbozó una sonrisa apenas perceptible.
—No te preocupes —respondió con un tono tranquilo—. Fue solo un descuido.
Haruna levantó la mirada lentamente, sus ojos reflejando una aparente vulnerabilidad. —A veces soy tan distraída —dijo con una sonrisa tímida que contrastaba con la seguridad habitual en su carácter—. Espero que no te haya incomodado.
Yamato negó con la cabeza, aunque sus ojos no se apartaron de ella. —Para nada —replicó con suavidad—. De hecho, me sorprende verte... distraída. No es algo que asocie contigo.
Haruna dejó escapar una ligera risa, inclinándose ligeramente hacia adelante. —¿De verdad piensas eso de mí? Bueno, todos tenemos nuestros momentos, ¿no? —su tono era ligero, pero su intención era clara.
Yamato tomó uno de los documentos, fingiendo concentrarse en ellos para recuperar el control de la conversación. —Volviendo al tema de Rentaro —dijo, aunque su voz no tenía la firmeza habitual—, ¿qué sugieres exactamente?
Haruna se inclinó más hacia él, reduciendo la distancia entre ambos. Señaló un punto en el documento, pero su mirada estaba fija en los ojos de Yamato. —Creo que deberíamos ganarnos su confianza a través de pequeños gestos. Mostrarle que estamos de su lado, pero sin presionarlo.
Yamato asintió lentamente, pero era evidente que su atención estaba dividida entre las palabras de Haruna y la cercanía que había entre ellos. El ligero cambio en su respiración delataba que aún pensaba en el contacto que habían compartido momentos antes.
La conversación continuó durante varios minutos, pero Haruna se aseguró de mantener el equilibrio perfecto entre profesionalismo y coquetería. Cada gesto, cada mirada, cada pausa en sus palabras estaba meticulosamente calculada para mantener a Yamato ligeramente desconcertado, pero siempre interesado.
Cuando finalmente se levantó para irse, Haruna le dedicó una última sonrisa. —Espero que mis sugerencias sean útiles. Si necesitas algo más, no dudes en llamarme.
Yamato se quedó en su lugar, observándola mientras salía del despacho. Su mirada permaneció fija en la puerta incluso después de que esta se cerrara. Había algo en Haruna, algo que lo mantenía en un constante estado de intriga y descontrol, y sabía que eso no era algo que pudiera ignorar fácilmente.
Haruna, mientras tanto, caminaba por el pasillo con una sonrisa apenas perceptible. Había sembrado la semilla de la duda y el interés, y ahora solo quedaba esperar a que Yamato mordiera el anzuelo. Todo estaba yendo exactamente según su plan.
Mientras tanto en la casa de la familia Ishida.
Satomi se encontraba en el patio, disfrutando de la mañana Takeru había pedido hablar con su tía Satomi en privado, decidido a abordar lo sucedido la noche anterior.
Satomi estaba sentada en un banco de madera, observando con aparente calma las flores que rodeaban el lugar. Takeru llegó con pasos firmes y se detuvo frente a ella.
—Tía Satomi, necesitamos hablar. —Su tono era sereno, pero su postura rígida dejaba claro que no era una conversación casual.
Satomi alzó la mirada y esbozó una pequeña sonrisa, como si no entendiera la seriedad del momento.
—¿De qué quieres hablar, querido?
—De la cena.
—¿De la cena?
El rubio asintió: —Y de tú pésima forma de actuar.
¿Su pésima forma de actuar?
—No me gustó como te comportaste con Hikari.
—¿Cómo me comporté?— Repitió Satomi—Pensé que ya lo habíamos superado.
Takeru negó con la cabeza y cruzó los brazos.
—No lo hemos superado, porque no es la primera vez que haces comentarios despectivos hacia Hikari. Ayer fue la gota que colmó el vaso.
Satomi suspiró, dejando escapar un gesto de cansancio.
—Takeru, no creo que estés viendo las cosas con claridad. Solo estoy preocupada por ti. Esa chica… no encaja en nuestro mundo.
Takeru apretó los puños, esforzándose por mantener la calma.
—Tía Satomi, yo confío en ti, o al menos eso quiero. Cuentas con mi apoyo en todo. —Su voz adquirió un tono más profundo—. Pero no voy a dejar que intentes controlar mi vida o que humilles a Hikari.
La expresión de Satomi cambió a una mezcla de incredulidad y molestia.
—¿Humillarla? No seas dramático, Takeru. Solo soy honesta. Alguien tiene que serlo contigo.
—No puedo creer que me estés cambiando por una chica. —Su voz se quebró levemente, como si lo considerara una traición personal.
Takeru frunció el ceño y dio un paso hacia adelante, decidido a dejar su postura clara.
—No te quiero cambiar por ella, tía. Pero tampoco puedo permitir que humilles a alguien netamente por no tener dinero.
Satomi lo miró con los ojos entrecerrados, intentando buscar una respuesta, pero Takeru continuó antes de que pudiera interrumpirlo.
—Tan solo mira a Kousei. —Su voz se endureció al mencionar ese nombre—. Tiene dinero, es poderoso y te hizo esto.
Satomi pareció estremecerse ante la mención de Kousei. Sus manos temblaron ligeramente, y por un momento, perdió su altanería habitual.
—Eso… eso no tiene nada que ver con esto. —Intentó sonar firme, pero su tono era inseguro.
—Claro que tiene que ver. —replicó Takeru, su mirada fija en ella—. El dinero y el poder no definen a una persona. Kousei te mostró eso de la peor manera posible, y aun así, pretendes juzgar a Hikari por algo tan superficial.
Satomi se levantó del banco, visiblemente afectada.
—Lo que Kousei me hizo fue diferente. Yo no quiero que tú sufras algo parecido.
—No estoy sufriendo. —Takeru respondió con firmeza—. Estoy feliz con Hikari, y eso debería ser suficiente para ti.
Satomi guardó silencio, sus labios apretados en una línea tensa. Finalmente, desvió la mirada hacia las flores, como si buscaran refugio en ellas.
—Takeru, yo… solo quiero lo mejor para ti.
—Y yo quiero lo mejor para todos nosotros, tía. —Su voz se suavizó ligeramente—. Pero lo mejor no es despreciar a las personas que me importan.
Satomi asintió lentamente, sin levantar la vista. Takeru suspiró y dio un paso atrás.
—Espero que puedas reflexionar sobre esto. Porque quiero que Hikari forme parte de mi vida, y también quiero que tú sigas siendo parte de ella.
—¡No estoy de acuerdo con eso!— Exclamó la castaña— Desde un inicio has sabido que ella no me gusta para ti. Y eso no cambiará.
—Lo sé, pero no estoy de acuerdo contigo, y jamás lo estaré.—Declaró el rubio antes de salir del lugar.
Satomi frunció el ceño totalmente furiosa.
Nene caminaba con paso apresurado por el pasillo que llevaba a su oficina. Llevaba puesto un conjunto impecable: una blusa de seda blanca y un pantalón negro ajustado que reflejaban elegancia y profesionalismo. Su cabello castaño estaba recogido en un moño apurado, y aunque su maquillaje era sutil, lograba esconder las horas de sueño perdidas. Sabía que había llegado tarde, pero no tenía intenciones de disculparse más de lo necesario.
El motivo de su tardanza había sido claro: despertar en el departamento de Kiriha después de una noche inesperadamente intensa. Había tomado la decisión de volver a su casa primero, para ducharse y cambiarse, en lugar de ir directamente a la oficina. Por supuesto, eso había retrasado su llegada.
Al entrar, lo primero que notó fue el aire tenso. Antes de poder acomodarse detrás de su escritorio, escuchó una voz familiar y llena de autoridad resonando desde la puerta.
—¡Hasta que al fin llegas!
Nene se detuvo, respiró hondo y giró sobre sus talones. Allí estaba Yamato, su padre, con su imponente figura y su rostro severo. Llevaba un traje perfectamente planchado, y la mirada de sus ojos azules era fría como el hielo.
—Buenos días para ti también, padre. —respondió Nene, alzando una ceja con un toque de ironía en su tono.
Pero Yamato no parecía estar de humor para juegos. Dio un par de pasos hacia ella, con sus manos firmemente colocadas en sus caderas, en una postura que Nene reconocía demasiado bien.
—¿En serio quieres que te salude como si nada? —le espetó, su voz cargada de indignación—. Luego de haberte enviado treinta mensajes, haberte llamado once veces... ¡y no respondiste!
Nene apretó los labios para contener una sonrisa. No porque le pareciera gracioso, sino porque estaba decidida a no dejarse intimidar. Se cruzó de brazos y lo miró directamente a los ojos.
—Dime...—dijo con voz grave, dejando los papeles a un lado y observándola detenidamente—. ¿Por qué no llegaste anoche? ¿Dónde estuviste?
Nene, al escuchar la pregunta, frunció el ceño, sabiendo exactamente lo que le esperaba. Era difícil tener una conversación normal con su padre cuando él estaba tan concentrado en el control de todos los aspectos de la vida familiar. Sin embargo, no iba a permitir que lo hiciera sentir superior una vez más. Con una postura firme, se cruzó de brazos y respondió sin titubear.
—Tengo 21 años, padre —dijo, soltando una risa seca, como si la situación fuera ridícula—. No tengo que dar explicaciones sobre mis horarios.
Yamato la miró fijamente, sus ojos llenos de una preocupación que Nene solo podía interpretar como control. Se inclinó ligeramente hacia adelante, su voz ahora más tensa y autoritaria.
—No es sobre la edad, Nene. Es sobre el respeto a las reglas. Tienes que entender que hay una imagen que mantener, no solo por ti misma, sino por la familia. Y no puedes andar por ahí haciendo lo que te plazca sin pensar en las consecuencias.
Nene resopló, claramente harta de la sobreprotección que sentía. ¿Cuántas veces tendría que decirle lo misma? No era una niña, y ya estaba harta de que él no lo aceptara.
—¿Entonces, ahora también tengo que pedirte permiso para salir a la calle? —dijo, con tono sarcástico, como si su comentario fuera lo más absurdo que había escuchado. La mirada que Yamato le dedicó era fría y controladora, algo que había aprendido a reconocer.
Yamato mantuvo la calma, pero su paciencia se estaba agotando rápidamente. No podía permitir que la actitud de Nene pusiera en riesgo la imagen de la familia, mucho menos en su propio terreno de trabajo. La conversación no estaba yendo como él esperaba, y sus pensamientos se desviaron hacia una preocupación que había estado rondando su mente desde el día anterior. Era un tema delicado, pero tenía que abordarlo ahora.
—¿Estuviste con Kiriha? —preguntó, cortante, con una mirada seria. Las palabras fueron como un golpe directo. Yamato, aunque siempre había confiado en el juicio de sus hijos, no podía aceptar la idea de que Nene estuviera cerca de Kiriha. Sabía lo que pensaba de él, y la idea de que su hija se involucrara con alguien tan irresponsable y mujeriego lo enfurecía.
Nene, al escuchar el nombre de Kiriha, se tensó al instante. Esa era una de las cosas que más le irritaban de su padre, su constante desprecio por Kiriha. No le gustaba tener que darle explicaciones, pero tampoco pensaba permitir que le hablara de esa forma. Miró a Yamato con desdén y dejó escapar una risita burlona.
—No estuve con Kiriha —respondió, su voz tensa—. Pero si eso te hace sentir mejor, ¿sabes qué? No te tengo que dar cuentas de nada, papá. Ya soy adulta.
Yamato la observó en silencio, pero su mirada era más fría que nunca. No podía creer que su hija, aún con toda su inteligencia, estuviera dispuesta a hacerle frente de esa manera. Sus ojos se estrecharon ligeramente, y habló con un tono tan bajo que parecía más una amenaza que una sugerencia.
—No quiero que estés con Kiriha —dijo de nuevo, esta vez con una firmeza que no dejaba lugar a dudas. Su voz, aunque controlada, había dejado escapar un matiz de furia—. Lo he dicho muchas veces, ese hombre no es adecuado para ti. Y si alguna vez decides darle más importancia de la que merece, voy a tener que intervenir.
—¿Por qué no aceptas a Kiriha? —exigió Nene, con los brazos cruzados sobre el pecho, tratando de controlar el temblor en su voz.
Yamato levantó la mirada de los documentos que pretendía revisar, dejando escapar un suspiro.
—Porque eres muy joven para involucrarte en una relación seria, Nene. Aún tienes muchas cosas por vivir y aprender.
—¡Eso es absurdo! —replicó Nene, dando un paso hacia él—. Ya no soy una niña. Soy una adulta, y merezco que respetes mis decisiones.
Yamato entrecerró los ojos, irritado por su tono.
—No mezcles las cosas. Este no es el momento para actuar de manera impulsiva.
Nene apretó los puños, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en su pecho.
—Entonces, explícame por qué a Izumi sí le permites estar con Kouji. ¿No era ella más joven que yo cuando empezaron a salir?
El semblante de Yamato se endureció.
—No metas a tu hermana en esto. Sus decisiones no tienen nada que ver contigo.
—¡Claro que tienen que ver! —estalló Nene—. A Izumi le diste tu aprobación, pero con Kiriha no haces más que poner obstáculos.
Yamato se levantó de su asiento con calma, pero había un destello de advertencia en su mirada.
—Kouji es un tema aparte. No vuelvas a compararlos.
Nene no se dejó intimidar. Dio un paso más hacia él, señalándolo con firmeza.
—¿Por qué no? Kiriha nació en una familia adinerada, igual que Kouji. Es cierto que perdió a su familia y su fortuna, pero eso no quita que haya nacido en la élite, ni borra lo que ha logrado por sí mismo. Es inteligente, trabajador y habilidoso. Ha demostrado más que suficiente para merecer mi amor.
Yamato la miró fijamente, sus labios apretados en una línea tensa. Había algo en sus ojos que Nene no pudo descifrar, un destello de conflicto interno que desapareció tan rápido como había surgido.
—Kiriha no es el hombre adecuado para ti —respondió finalmente Yamato, su tono cortante.
—¿Por qué no? —insistió Nene, su voz subiendo de tono—. ¿Qué es lo que tanto te molesta de él? ¿Que no tiene dinero ahora? ¿Que tuvo que empezar de nuevo? Eso no cambia quién es ni de dónde viene.
Yamato apartó la mirada, tensando la mandíbula. Kouji se había ganado su respeto y confianza en un nivel que nadie más comprendía. Por una razón en particular que no podía compartir, ni siquiera con Nene.
—No tienes que entender mis razones, Nene —dijo finalmente, con un tono definitivo—. Solo acepta que mi decisión es por tu bien.
La declaración solo enfureció más a Nene.
—¿Por mi bien? ¿De verdad? —demandó, su voz temblando de emoción—. ¿Cómo puedes decir eso cuando ni siquiera intentas conocerlo realmente?
Yamato se quedó en silencio, su mirada fija en la ventana detrás de su escritorio. Nene tomó su silencio como una confirmación de que no había una razón válida, al menos no una que pudiera justificar.
—¡No entiendo por qué no puedes aceptar a Kiriha! —exclamó Nene, deteniéndose bruscamente para enfrentarlo—. Ha hecho todo lo posible por demostrar que es digno. ¿Qué más necesitas, papá?
Yamato la miró con paciencia limitada, su tono grave cuando respondió:
—Ya hemos hablado de esto, Nene. No creo que sea adecuado para ti.
—¡Eso es ridículo! —replicó Nene, su voz subiendo un tono mientras sus manos se apretaban en puños—. Kiriha es mucho mejor que otros hombres a los que ni siquiera cuestionaste.
Yamato respiró hondo, intentando mantener la calma.
—No metas a otras personas en esto. Estamos hablando de ti y de Kiriha.
Pero Nene no iba a detenerse. Dio un paso adelante, sus ojos brillando con rabia.
—¡Claro! Como si no fuera obvio que estás siendo hipócrita. A Izumi la dejas estar con Kouji, aunque es evidente que él no la ama.
El eco de sus palabras quedó suspendido en el aire, chocando con el elegante mobiliario de la estancia. Yamato tensó la mandíbula, pero un ruido leve, como el de un objeto cayendo, desvió su atención.
—¿Qué dices?— Una voz suave se escuchó en el lugar y ambos se giraron hacia la entrada, donde Izumi estaba de pie. Su rostro estaba pálido, y sus ojos reflejaban una mezcla de sorpresa y tristeza.
—Izumi... —murmuró Nene, su rabia desapareciendo al instante.
Izumi se mantuvo inmóvil, sus manos temblando ligeramente mientras las apretaba contra los costados.
—¿Eso es lo que piensas de mí y de Kouji? —preguntó con voz baja, cargada de emoción.
Nene abrió la boca para responder, pero las palabras se le atascaban.
—Yo... no quise decir eso, no de esa manera...
Izumi dio un paso hacia dentro, sus ojos fijos en los de su hermana.
—Sabía que las cosas entre Kouji y yo no eran perfectas, pero nunca imaginé que lo vieras así...
—Izumi, no fue mi intención... —intentó Nene, dando un paso hacia ella.
Pero Izumi levantó una mano, deteniéndola en seco.
—No digas nada más, Nene. No puedo... no quiero escucharte ahora.
Dio media vuelta y salió del salón apresuradamente, dejando a Nene y Yamato en un pesado silencio. Nene, con el rostro lleno de culpa, se volvió hacia su padre, quien la miraba con una expresión dura pero contenida.
—¿Estás contento? —murmuró ella, su voz temblorosa.
—Esto no tiene que ver conmigo —respondió Yamato con frialdad—. Es consecuencia de tu propia impulsividad.
—¡No! —gritó Nene, sintiendo cómo las lágrimas empezaban a brotar—. ¡Esto tiene todo que ver contigo! Si no fueras tan terco, nada de esto habría pasado.
Yamato permaneció inmóvil, aunque por dentro sentía una punzada de preocupación por Izumi. Sabía que la relación de su hija con Kouji era frágil, pero no había esperado que Nene hiciera algo para ponerla aún más en peligro.
—Hablaré con Izumi —dijo finalmente, con un tono firme que no admitía discusión—. Pero tú, Nene, necesitas reflexionar sobre cómo tus palabras afectan a los demás.
Sin decir más, Yamato se dirigió hacia las escaleras con paso decidido, dejando a Nene sola en el salón. Ella, inmóvil frente a la chimenea, dejó caer la cabeza entre las manos, sintiendo cómo la culpa y la frustración la abrumaban. Había cometido un terrible error, y ahora tenía que encontrar la manera de arreglarlo antes de que fuera demasiado tarde.
La azotea de la empresa Ishida, como siempre, era su refugio. Desde allí, Izumi podía ver toda la ciudad extendiéndose a sus pies, iluminada por las luces titilantes de la noche. El aire fresco acariciaba su rostro, y aunque el bullicio de la ciudad seguía siendo palpable a lo lejos, en la azotea todo estaba en silencio. Solo el sonido del viento y el ocasional zumbido de las luces de la calle rompían la quietud.
Izumi había llegado allí como siempre lo hacía cuando sentía que el peso del mundo era demasiado para soportar. En la soledad de la azotea, podía liberar sus pensamientos sin ser vista, sin tener que fingir que todo estaba bien. Pero hoy, a diferencia de otras veces, no se sentía completamente sola. En su corazón, el vacío que sentía en su relación con Kouji era más fuerte que nunca.
La puerta metálica de la azotea se abrió con suavidad, y la figura de Yamato apareció en el umbral. Desde que era pequeña, él había aprendido a reconocer los momentos en los que su hija necesitaba estar sola, pero también sabía cuándo era el momento de acercarse y ofrecerle su apoyo. Esta vez, algo en el aire le decía que era necesario no esperar más.
—Izumi... —dijo Yamato con voz suave, pero firme, al notar su presencia en la esquina, mirando al horizonte.
Izumi no se giró, pero una ligera inclinación de su cabeza indicó que había escuchado. Su voz, quebrada y casi inaudible, llegó hasta él.
—Papá, no quería que me encontraras aquí. —Izumi se levantó lentamente, abrazándose a sí misma, como si el frío de la noche pudiera calmar el calor interno que la consumía.
Yamato avanzó con paso lento, permitiendo que su hija tuviera espacio, pero sin dejar de observarla. Aunque era su costumbre darle tiempo para procesar las cosas sola, algo en su rostro le decía que este no era un momento cualquiera.
—No quiero interrumpirte, pero me preocupa verte así —dijo, su tono demostrando su preocupación—. ¿Qué está pasando, Izumi?
Izumi miró al suelo, luchando contra las lágrimas que ya estaban a punto de caer. Después de un largo suspiro, finalmente giró su rostro hacia él, y sus ojos reflejaban todo el dolor que había estado cargando.
—Es sobre Kouji, papá. —Su voz tembló al pronunciar su nombre. A pesar de todo, aún no podía decirlo sin que su corazón se estremeciera—. Ya no sé qué hacer con él... siento que nos estamos alejando, como si ya no importáramos el uno al otro.
Yamato frunció el ceño al escuchar esas palabras. A lo largo de los años, había visto la relación de Izumi con Kouji como una de las más sólidas, y lo último que esperaba era escuchar que su hija se sentía tan vacía. Dio un paso más cerca, tratando de mantener la calma, pero con una preocupación palpable.
—¿Has hablado con él? —preguntó con cautela.
Izumi negó con la cabeza, mirando al frente, como si temiera que, si lo miraba, las palabras no pudieran salir. Finalmente, las pronunció en voz baja, como si fueran una confesión.
—He intentado, pero él siempre evade la conversación. Dice que está ocupado con el trabajo, o que no es nada importante... Pero yo sé que no es eso. Siento que está alejado, como si no tuviera interés en mí.
Yamato se acercó un poco más, notando cómo su hija luchaba por contener las lágrimas. Sabía que Kouji no era perfecto, pero nunca pensó que pudieran llegar a este punto. Sin embargo, también sabía que las relaciones no eran sencillas, y que los problemas no siempre eran lo que parecían.
—Izumi... las relaciones son complicadas. Todos pasamos por altibajos, y a veces, las personas enfrentan cosas que no sabemos cómo manejar. Kouji puede estar atravesando algo que no sabe cómo compartir, o tal vez está perdido en sus propios pensamientos. No significa que no te quiera.
Izumi lo miró por un momento, como si sus palabras fueran un bálsamo temporal, pero no le daban la respuesta que tanto buscaba.
—¿Y si ya no me quiere, papá? —preguntó con un nudo en la garganta, sintiendo que la angustia la desbordaba—. ¿Y si solo sigue conmigo por costumbre o por obligación?
Yamato se acercó más, colocándose a su lado. Su mirada era serena, pero su tono tenía la firmeza de un hombre que había visto mucho en la vida.
—Izumi, te aseguro que Kouji te quiere. Lo he visto. Puede que esté pasando por algo que no sabe cómo manejar, pero no es tu culpa, y no es una señal de que te haya dejado de querer. Las relaciones requieren paciencia, pero también honestidad.
Izumi lo miró, intentando encontrar consuelo en sus palabras, pero aún se sentía insegura. Era difícil creer que todo lo que estaba ocurriendo no tuviera algo que ver con ella.
—¿Y qué hago, papá? ¿Cómo puedo arreglar esto?
Yamato la miró fijamente, con la mirada fija en la oscuridad que rodeaba la ciudad. Sabía que las palabras no siempre eran suficientes, pero a veces un simple consejo podía marcar la diferencia.
—Habla con él, pero sin presionar. Hazle saber que estás dispuesta a apoyarlo, pero que también necesitas entender lo que está pasando. A veces, las personas necesitan tiempo para abrirse. No todo se soluciona de inmediato, pero no pierdas la esperanza.
Izumi suspiró, respirando hondo, como si intentara encontrar la fuerza para enfrentar lo que se venía. Asintió lentamente, aunque su rostro aún mostraba dudas.
—Lo intentaré, papá. Gracias por escucharme.
Yamato asintió, y en un raro gesto de cariño, colocó una mano en su hombro.
—Eres fuerte, Izumi. Recuerda que siempre estaré aquí para ti, no importa lo que pase con Kouji. Pero tú eres la que tiene que decidir lo que realmente te hará feliz.
Izumi miró a su padre y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió tímidamente, reconociendo el apoyo incondicional que siempre había tenido de él. Aunque aún no tenía todas las respuestas, sabía que lo que sucediera a partir de ahora dependería de ella, y no de otros factores.
—Gracias, papá. —dijo finalmente, aliviada, mientras miraba la ciudad desde la azotea—. Voy a intentar hacerlo.
Yamato la observó por un momento más, sabiendo que, en última instancia, todo quedaba en manos de su hija. Luego se dio la vuelta y, antes de salir por la puerta, le dedicó una última mirada, esperando que, sin importar cómo se resolviera la situación con Kouji, Izumi pudiera encontrar la paz que necesitaba.
Al salir al pasillo, Yamato respiró profundamente, sin dejar de pensar en los secretos que Kouji aún no había compartido. Pero esa era otra historia, una que, por ahora, solo Kouji podía contar.
Rika estaba sentada en la pequeña silla junto a la ventana de su habitación. La tenue luz del atardecer iluminaba suavemente el espacio, bañando los muebles con un cálido resplandor dorado. Sus dedos recorrían delicadamente las cuerdas de su ukelele, produciendo una melodía tranquila que llenaba el aire. Aunque el cuello ortopédico le recordaba constantemente las secuelas del accidente, por primera vez en días sentía un poco de alivio. El regalo de Haruna, un libro lleno de reflexiones positivas, le había ayudado más de lo que esperaba.
Mientras tocaba, sus pensamientos vagaban, tratando de ordenar el torbellino de emociones que seguían dentro de ella. Fue entonces cuando un golpe suave en la puerta la hizo detenerse.
—¿Quién es? —preguntó, su voz curiosa pero algo insegura.
La puerta se abrió lentamente, revelando la figura alta y rubia de Takeru. Su presencia siempre parecía traer un aire de calma, aunque esa calma solía estar teñida de una leve melancolía.
—Soy yo, Takeru... —dijo él, con una sonrisa tenue—. ¿Puedo pasar?
Rika parpadeó sorprendida al verlo, pero rápidamente asintió.
—Por supuesto. Pasa, tío.
Takeru cerró la puerta detrás de él y caminó hacia el centro de la habitación, observándola con cuidado, como si estuviera evaluando su estado.
—¿Interrumpo algo? —preguntó, señalando el ukelele en sus manos.
Rika negó con la cabeza y dejó el instrumento sobre su regazo.
—No, estaba tocando un poco. Ayuda a despejar mi mente.
Takeru asintió y se sentó en la silla junto al escritorio, manteniendo una distancia respetuosa, pero lo suficientemente cerca para conversar.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con suavidad, su tono cargado de auténtica preocupación.
Rika suspiró y se encogió levemente de hombros, un gesto limitado por el cuello ortopédico.
—Mejor... físicamente, al menos. Las heridas van sanando poco a poco.
—Eso me alegra mucho, Rika —dijo Takeru, inclinándose un poco hacia adelante—. Pero también quiero saber cómo estás... por dentro. ¿Te sientes mejor?
La pregunta parecía resonar en el aire por un momento. Rika bajó la mirada hacia el ukelele en su regazo, sus dedos trazando distraídamente las cuerdas sin producir sonido alguno.
—Es complicado... —admitió finalmente, su voz apenas un susurro—. Todo dentro de mí sigue siendo un torbellino. Hay días en los que me siento más tranquila, pero otros en los que recordar lo que pasó... simplemente me abruma.
Takeru asintió con comprensión, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y empatía.
—Es normal, Rika. Lo que viviste fue muy difícil. No esperaría que lo superaras de un día para otro.
La pelirroja asintió lentamente.
—Lo sé. Pero hablar con Haruna me ha ayudado bastante. Ella... tiene una manera de decir las cosas que me hace sentir menos sola. Como si pudiera entender todo lo que siento.
Takeru sonrió al escuchar esto, su expresión aliviada.
—Me alegra mucho que Haruna haya podido ayudarte. Veo que te hizo feliz con ese regalo.
—Bastante.—Respondió Rika observando el instrumento.
Takeru observó a su sobrina conmovido, era increíble como con un pequeño gesto, Rika logró sentirse mejor.
—Bueno, yo también te tengo un regalo.
La pelirroja alzó la mirada sorprendida: —¿Regalo?
Takeru asintió—Espero que sea tan bueno como el de Haruna.
Rika alzó una ceja sorprendida— ¿De qué trata?
—Ya lo verás...—Musitó antes de levantarse— Para eso, necesitaré que te vistas.
—¿Vestirme?
Takeru asintió: —Necesitamos salir para mi sorpresa.
Rika observó confundida a su tío—Lo siento, pero mis padres me tienen prohibido salir.
—Lo sé.—Respondió el rubio— Es por eso que, les pedí autorización para que salieras conmigo.—Comentó— ¿y qué crees? ¡Aceptaron!
Rika se sorprendió ante esto.
—¡Así que cámbiate rápido y vamos!
Mientras tanto, Nene se encontraba en su oficina, sentada en el sofá, con los brazos cruzados, claramente molesta. Izumi entró con paso calmado, llevando consigo un aire de autoridad que solo parecía irritar más a su hermana menor.
—Nene —comenzó Izumi con tono sereno, pero firme—, quiero hablar contigo sobre lo que pasó con papá.
Nene alzó una ceja, sin molestarse en disimular su enojo.
—¿Ahora vienes a darme sermones también?
Izumi ignoró el sarcasmo y tomó asiento frente a ella.
—No es un sermón. Es simplemente que, no me gustó para nada tu forma de referirte a mi relación con Kouji.—Habló— Dijiste algo que no es cierto.
—¿De verdad? —dijo Nene, lanzando una mirada despectiva—. ¿Te molesta que te haya dicho la verdad? Kouji no te ama, Izumi. ¡Eso es obvio para todos!
Izumi frunció el ceño, la calma que había mostrado hasta ahora comenzando a desmoronarse bajo el ataque de su hermana. Sus dedos se apretaron sobre los brazos del sillón, pero se forzó a mantener la compostura.
—No se trata de lo que tú pienses o no pienses sobre Kouji —respondió, su voz controlada, pero el desdén que sentía era evidente—. Se trata de cómo me trataste, cómo lo descalificaste delante de nuestro padre. No me gusta que interfieras en mi vida personal, Nene.
Nene se levantó de golpe, sintiendo cómo la frustración comenzaba a burbujear en su interior. No podía soportar que Izumi, con su tono condescendiente, le hablara como si fuera una niña.
—Izumi, lo siento ¿sí? Pero no creo que sea justo para mi que, acepte solo a Kouji y no a Kiriha.
—No seas infantil.
—¡No lo soy!
—Kiriha no es adecuado para ti. Nuestro padre es sabio y es tu obligación obedecerlo.
—¿Adecuado para mí? ¡Por favor, Izumi! No estamos en la Edad Media. Papá no puede decidir quién es o no adecuado para mí.
Izumi suspiró, tratando de mantener la calma.
—Sé que lo ves como una imposición, pero papá solo quiere lo mejor para ti. Kiriha... no tiene los recursos ni la estabilidad que necesitas en una pareja.
—¿Recursos? —replicó Nene, poniéndose de pie de un salto—. ¿Estabilidad? ¿Qué sabes tú de lo que necesito? Kiriha es más honesto y valiente que muchos otros, y a diferencia de Kouji contigo, Kiriha ha demostrado que me ama.
Izumi la miró fijamente, intentando mantener la compostura mientras las palabras de Nene la golpeaban. No estaba acostumbrada a escuchar críticas tan directas, y mucho menos cuando provenían de su propia hermana.
—No es sobre lo que él siente, Nene —respondió Izumi, su voz tensa pero controlada—. Es sobre lo que es mejor para ti a largo plazo. Kouji... él puede no ser perfecto, pero tiene la madurez y los recursos para ofrecerte lo que necesitas. Kiriha... es un buen chico, pero no tiene lo que tú mereces. No puedo quedarme callada mientras sigues aferrándote a algo que solo te traerá problemas.
Nene se cruzó de brazos, su rostro reflejando una mezcla de rabia y dolor. No podía entender cómo Izumi no veía lo que ella veía, cómo no podía aceptar que su felicidad no dependiera de lo que su padre o su hermana pensaran sobre Kiriha.
—¡No me digas qué es lo que necesito! —exclamó Nene, sus ojos brillando con furia—. ¡No tengo que seguir tus reglas ni las de papá! Yo decido con quién quiero estar. Y no necesito que me digas que Kiriha no es adecuado. Tú ni siquiera le das una oportunidad, lo tratas como si fuera un niño.
Izumi cerró los ojos por un momento, intentando calmarse, pero el orgullo que sentía por su visión de las cosas le impedía rendirse. No podía ver a Kiriha como una opción para su hermana. Sabía que, aunque Nene lo viera de otra manera, Kouji era su futuro.
—Sé que te molesta, pero no puedes simplemente ignorar lo que está en juego aquí. Kiriha puede ser honesto y valiente, pero a veces lo que más importa es la estabilidad, la seguridad. Deberías escuchar a nuestro padre.
Nene apretó los puños, su rabia alcanzando un punto de ebullición.
—No veo que Kouji te dé mucha seguridad ¿e?
Izumi frunció el ceño, sorprendida por el comentario.
—Kouji no tiene nada que ver con esto.
—¡Claro que tiene que ver! —exclamó Nene, dando un paso hacia su hermana—. Papá acepta a Kouji sin cuestionarlo, aunque todo el mundo puede ver lo que está pasando.
—¿Qué estás insinuando? —preguntó Izumi, ahora visiblemente molesta.
Nene no pudo contener más lo que llevaba tiempo guardándose.
—Estoy insinuando que tu querido Kouji no es lo que aparenta. ¡Es un drogadicto, Izumi!
El silencio que siguió fue tan pesado que parecía llenar toda la sala. Izumi parpadeó, como si no pudiera procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que oíste —dijo Nene, con la voz temblorosa por la mezcla de enojo y frustración—. Lo vi con mis propios ojos. Kouji estaba en su oficina, esnifando cocaína.
Izumi negó con la cabeza, dando un paso atrás como si las palabras de Nene fueran un golpe físico.
—Eso no puede ser verdad. Kouji nunca haría algo así.
—¿De verdad crees que lo conoces tan bien? —replicó Nene, su voz cargada de sarcasmo—. Tú misma me dijiste que tu relación con él no está bien, que es frío y distante. Tal vez deberías empezar a mirar las cosas como son.
—¡Basta! —gritó Izumi, con lágrimas comenzando a llenar sus ojos—. No tienes derecho a meterte en mi relación ni a difamarlo de esa manera.
—¿Difamarlo? —Nene soltó una risa amarga—. ¿De verdad crees que quiero inventar algo así? ¡Eres mi hermana, Izumi! Lo último que quiero es verte sufrir, pero no puedo quedarme callada cuando papá me juzga y tú me das lecciones mientras ignoras lo que está frente a tus ojos.
Izumi se quedó en silencio, su mirada fija en el suelo. La verdad en las palabras de Nene empezaba a calar en su mente, aunque una parte de ella seguía resistiéndose a creerlo.
Nene dio un paso hacia la puerta, con la voz ahora más calmada, pero no menos firme.
—Tú decides qué hacer con lo que te acabo de decir, pero no vuelvas a juzgarme por amar a alguien que me respeta y me cuida. Tal vez deberías preocuparte más por lo que pasa en tu propia relación.
Sin esperar respuesta, Nene salió del lugar, dejando a Izumi sola con sus pensamientos. Las palabras de su hermana resonaban en su mente, mientras las lágrimas finalmente caían por su rostro.
Mientras tanto, Rika caminaba tomada del brazo de su tío Takeru por un gran parque, el aire fresco golpeaba sus frentes, trayendo consigo un respiro renovador después de días de estar encerrada en la mansión. El parque estaba casi desierto, con solo algunas personas paseando en la distancia. La vegetación estaba en su esplendor, los árboles altos se balanceaban suavemente con el viento, y las flores, en tonos de rosa y blanco, se desplegaban por los caminos. Era un lugar tranquilo, perfecto para despejar la mente.
Rika, aunque aún llevaba el cuello ortopédico, parecía más relajada que en los últimos días. Caminaba despacio, con pasos cortos pero firmes, mientras Takeru la guiaba suavemente. El brillo del sol se filtraba a través de las hojas de los árboles, creando patrones de luz sobre el suelo. La temperatura era agradable, ni demasiado cálida ni demasiado fría, lo que hacía que la caminata fuera aún más reconfortante.
—Tío Takeru, ¿por qué me has traído hasta aquí? —preguntó Rika, observando el entorno con algo de incertidumbre.
—Te dije que era por una sorpresa —respondió el rubio, sonriendo enigmáticamente.
—¿Cuál es esa sorpresa? —insistió Rika, sin poder ocultar su curiosidad.
—¡Qué impaciente! —exclamó Takeru, riendo suavemente—. La sorpresa pronto llegará.
Rika alzó una ceja, mirando a su tío con incredulidad.
—¿Llegará? —preguntó, un poco confundida por la respuesta de Takeru.
El rubio asintió con una sonrisa cómplice.
Rika lo observó sin entender muy bien a qué se refería, pero no insistió más. Se dejaba llevar por la atmósfera tranquila del parque y la presencia de Takeru, que a pesar de la tensión de los últimos días, parecía tan relajado. Decidieron continuar caminando, con el sonido de las hojas secas crujendo bajo sus pasos.
Finalmente llegaron a una banca bajo un árbol, donde el sol filtraba sus rayos a través de las ramas, creando una especie de refugio cálido y reconfortante.
—Toma asiento —dijo Takeru, señalando la banca con un gesto suave.
Rika se sentó, sintiendo el peso de la curiosidad en su interior. Miró a Takeru mientras este comenzaba a alejarse lentamente.
—¿Me dejarás sola? —preguntó, ligeramente preocupada.
Takeru sonrió, volviéndose hacia ella con una expresión tranquila.
—Sí, pero solo por un momento. Necesito ir por la sorpresa. Quédate aquí, ¿de acuerdo?
Rika lo miró, aún algo confundida, pero en el fondo confiaba en él. Sabía que Takeru no le haría nada que la hiciera sentir incómoda, aunque el misterio de la sorpresa la mantenía intranquila.
—¿Confías en mí? —preguntó Takeru, deteniéndose por un momento antes de irse.
Rika lo miró a los ojos, con una sonrisa pequeña pero sincera, y asintió con firmeza.
—Sí, confío en ti.
Takeru la observó un momento, asegurándose de que su sobrina se sintiera segura, y luego, con un suave gesto, le indicó que esperara.
—Entonces, espera tranquila. No te muevas de aquí.
Rika suspiró, algo resignada pero aceptando la petición de su tío. Lo vio alejarse por el sendero del parque, su figura perdiéndose en la distancia mientras ella permanecía sentada en la banca, rodeada por la calma del lugar.
A pesar de la tranquilidad que sentía en el entorno, una pequeña chispa de nerviosismo comenzó a encenderse en su pecho. ¿Qué sorpresa podría estar preparándole Takeru? ¿Sería algo bueno? ¿O algo que debía temer?
Rika cerró los ojos por un momento, tomando una respiración profunda y dejando que la brisa suave acariciara su rostro. Decidió confiar en su tío, quien siempre había sido un apoyo para ella. Si él decía que era una sorpresa, entonces debía esperar.
Unos segundos pasaron mientras Rika esperaba a su tío con la mirada fija en el horizonte, sin poder moverse, más que nada por el cuello ortopédico que llevaba. Todo estaba tranquilo hasta que de repente sintió que alguien depositaba una mano en su hombro. La pelirroja creyó que era Takeru, fue así como volteo, pero apenas hizo esto se encontró con otra persona. Con una chica aparentemente de su edad con piel era pálida, sus ojos grandes color café-grisáceos, su cabello era entre castaño claro y rubio oscuro que llevaba largo, suelto con bucles.
—Disculpa querida, siento molestar. Pero por ahí escuché que cierta chica de cabello rojo rebelde y de carácter estaba teniendo problemas en su vida.— Comentó cierta chica castaña— Me dijeron que estaba triste y que me extrañaba. Espero que eso sea medianamente verdad, que me extrañe. Pero que no esté triste.
Rika se quedó estática al ver a la chica frente a ella. Pero sonrió al reconocer a la joven.
—¿Damar?
—¡Adivinaste!— Exclamó la joven cruzándose de brazos.
Rika rápidamente se levantó de su lugar y, prácticamente sin pensarlo, sus brazos se cerraron alrededor de Damar en un abrazo, por un momento, toda la tristeza que había cargado consigo se sintió más ligera.
Sí, ella no era de abrazos, pero fue inevitable por la sorpresa.
—No puedo creer que estés aquí... —susurró Rika, cerrando los ojos mientras escondía el rostro en el hombro de su amiga.
—¿Dónde más estaría? —respondió Damar con suavidad, devolviéndole el abrazo con la misma intensidad—. Me dijeron que mi amiga del alma estaba pasando un mal rato, y aquí estoy. Nadie puede deprimirse en mi ausencia, ¿sabes?
Rika se separó lo justo para mirarla a los ojos, una lágrima escapando antes de que pudiera contenerla. Se apresuró a limpiarla con el dorso de la mano, pero Damar se la detuvo, y le extendió un pañuelo.
La oficina de Mimi estaba bañada por la luz cálida de la tarde, aunque la elegante decoración y el brillo del escritorio impecablemente organizado no lograban apaciguar el torbellino de emociones que sentía. Frente a ella, una pila de documentos esperaba su atención, pero su mente estaba muy lejos de cualquier tarea laboral. Mimi sostenía un bolígrafo entre sus dedos, haciendo garabatos distraídos en un papel mientras su mirada vagaba hacia la ventana.
Pensar que Rika pudiera ser su hija...
Era un pensamiento que le helaba la sangre y al mismo tiempo hacía que su corazón latiera con fuerza desbocada. Si Koushiro encontraba algo en las muestras que llevaba al laboratorio ese día, todo cambiaría. Todo.
El bolígrafo cayó de sus dedos, rodando por el escritorio hasta detenerse en el borde. Mimi exhaló temblorosamente, intentando recuperar algo de control sobre sí misma, pero sus manos temblaban ligeramente. El aire parecía cargado de una tensión insoportable, y la habitación, por amplia que fuera, se sentía asfixiante.
Finalmente, no pudo resistir más. Abrió su bolso con manos ansiosas, buscando su celular para llamar a Koushiro. Tenía que saberlo. Tenía que confirmar que las muestras ya estaban en el laboratorio. No podía soportar ni un segundo más de incertidumbre.
Al revolver entre sus cosas, algo pequeño y brillante cayó al suelo. Mimi frunció el ceño y se inclinó para recogerlo. Era una cadena de plata, fina y delicada, con un colgante en forma de "I".
¡Esa cadena!
La sostuvo entre sus dedos, observándola con una mezcla de sorpresa y nostalgia. La había olvidado por completo.
¡Rayos!
Se mordió el labio inferior.
Con todo el tema de Rika y de los Ishida había olvidado completamente lo que debía hacer.
¡Debía hablar con Tomoko de esto!
Mimi apretó los labios y cerró los ojos por un instante. ¡Estaba segura que esa cadena era la cadena de Isamu el hijo de Sora!
Los pensamientos de Mimi se vieron interrumpido cuando escuchó unos pasos apresurados caminar por el pasillo. Al levantar la mirada vio pasar a Izumi.
Mimi alzó una ceja sorprendida.
Pero más grande fue su sorpresa cuando escuchó un grito de ella.
—¡Kouji Minamoto necesitamos hablar!
La oficina de Kouji estaba iluminada por el tenue resplandor del atardecer que entraba por las ventanas. Izumi irrumpió con pasos firmes, su rostro era una mezcla de enojo y dolor. Kouji, sentado detrás de su escritorio, ni siquiera levantó la mirada de los documentos que tenía en frente.
—¡Kouji Minamoto necesitamos hablar!
—¿Qué haces aquí?
—¡Vengo a hablar contigo!— Respondió la rubia— Dime ¿Es cierto?
Kouji alzó la vista con lentitud, sus ojos mostrando una mezcla de sorpresa y fastidio.—¿De qué estás hablando?
Izumi cruzó los brazos, su postura desafiante.
—De lo que me dijo Nene.
¿Lo que le dijo Nene?
Kouji alzó una ceja.
—¿Es cierto que estás consumiendo drogas?
Kouji rodó los ojos y dejó caer la pluma que tenía en la mano, recostándose en su silla con aire indiferente.
¡Vaya! Nene no sabía quedarse callada, ¿eh?
El Minamoto simplemente se quedó en silencio observando serio a su "novia"
—¡Responde, Kouji! —exigió Izumi, dando un paso adelante—. ¿Es verdad?
Kouji suspiró con evidente molestia.
—Eso no es asunto tuyo, Izumi.
Izumi lo miró con incredulidad, sintiendo cómo la rabia le subía hasta la garganta.
—¿Cómo que no es asunto mío? ¡Claro que lo es!
Kouji se puso de pie lentamente, su expresión fría y distante.
—No, no lo es. Es mi vida, Izumi, y yo decido qué hacer con ella.
Izumi dio un paso más hacia él, sus ojos brillando de lágrimas contenidas.
—¡Somos novios, Kouji! ¿Cómo puedes decir que no es asunto mío?
Kouji se cruzó de brazos, su postura desafiante.
—Ser novios no te da derecho a involucrarte en mi vida.
Las palabras de Kouji golpearon a Izumi como un balde de agua fría. Dio un paso atrás, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—¿Eso piensas? —preguntó, su voz quebrándose—. ¿Que no tengo derecho a preocuparme por ti, a saber qué pasa en tu vida?
—Exactamente —respondió Kouji sin titubear, su mirada dura—. No necesito que me salves ni que me controles, Izumi.
Izumi lo miró fijamente, sus lágrimas finalmente escapando de sus ojos.
—Esto no se trata de controlarte. Se trata de que estoy preocupada por ti, de que me importa lo que te pase. Pero parece que para ti eso no significa nada. Kouji apartó la mirada, como si las emociones de Izumi fueran un inconveniente menor.
—No necesito que te preocupes por mí, Izumi. Estoy bien.
—¿Estás bien? —repitió Izumi, alzando la voz—. ¿Eso es lo que crees? Porque todo en tu actitud y en lo que estás haciendo dice lo contrario.
—No tienes idea de lo que dices —respondió Kouji con frialdad, volviendo a sentarse en su escritorio—. Mejor deja esto antes de que te metas en algo que no puedes manejar. Con eso Kouji le dice todo.
—Asi que...—Musita Izumi— ¿Es verdad? ¿consumes drogas?
Kouji dejó escapar una risa amarga, su mirada distante, como si ya no le importara nada. Respiró hondo, visiblemente frustrado, y dejó caer la cabeza hacia atrás, mirando el techo con aire derrotado.
—¡Pues sí! —exclamó finalmente, su voz cargada de cansancio—. ¿Feliz ahora?
Izumi lo observó en silencio por unos segundos, procesando sus palabras. La rabia y la tristeza se entremezclaron dentro de ella, y sus ojos, que antes brillaban con la esperanza de resolver las cosas, se nublaron por las lágrimas que no podía retener más.
—No... —musitó Izumi, tratando de asimilar la brutalidad de la verdad. La pregunta que había estado evitando, la respuesta que temía escuchar, estaba justo frente a ella. Sus labios temblaron. —No me hace feliz, Kouji.
Sin poder soportarlo más, dio un paso atrás. La incertidumbre y el dolor en su pecho se multiplicaron con cada segundo que pasaba, y cuando levantó la vista, su mirada ya no era de desconfianza, sino de tristeza absoluta. Ella ya no podía mantenerse más ahí. Se giró sin decir una palabra más, sus pasos resonando en la oficina mientras abandonaba el lugar.
Kouji la observó irse sin inmutarse, sus hombros caídos, como si una parte de él también se hubiera roto al verla marcharse. Pero no hizo nada para detenerla. No intentó ir tras ella, porque en el fondo sabía que no tenía derecho. La había dejado sola, y en ese instante, Kouji comprendió que él también se había dejado a sí mismo.
Izumi salió del despacho, cerrando la puerta tras de sí con un suave golpe. Su corazón palpitaba con fuerza, y su mente seguía dando vueltas alrededor de lo que acababa de descubrir. El amor que sentía por Kouji ahora parecía como un espejismo, algo distante e irreal.
Caminó por los pasillos de la empresa, sin ver a nadie, sumida en sus pensamientos. Al llegar al final del corredor, se apoyó contra una pared, las lágrimas cayendo sin poder evitarlo. La verdad era mucho más dura de lo que había imaginado, y sentía como si todo lo que había creído sobre su relación se desmoronara de golpe.
Se quedó allí un rato, abrazándose a sí misma en un intento de consuelo, pero en su interior sabía que nada podía sanar el dolor que sentía ahora.
De repente unos suaves brazos delgados la rodearon y un suave aroma a perfume llamó su atención.
Izumi volteo su mirada, al hacer esto se encontró con nadie más y nadie menos que: —¿Haruna?
Mimi simplemente abrazó a su hija: —Tranquila pequeña, todo estará bien.
Izumi se sorprendió al verla, no obstante, al sentir el contacto, su dio un pequeño salto, algo totalmente inexplicable.
Fue así como correspondió al gesto.
+Tenemos personajes nuevos en esta historia: Taiki y Takato de Digimon. Y, una persona que utilice en mis otras historias que tuvo buena recepción, Damar. (Cuando un personaje que yo creo tiene buena recepción queda fichado para ser utilizado una y otra vez porque siento que eso les permite tener más claro que el carácter o la forma de ser y les permite encariñarse con ellos)
BethANDCourt: Jajajaja sospeché que no lo habías pensado jajajjaa Sí Rika llega a ser su hija sería bueno por Yamato y Rika. Pero malo por Ryo. Ya veremos si es verdad o no. Mimi ahora finalmente entendió que debe ser más cuidadosa. Ahora continuará con su viaje, pero ya no afectará a Rika, Mimi entendió muchas cosas. Y ahora sabe que debe vengarse manteniendo los márgenes con Izumi, Nene, y también Rika. Koushiro más que un amigo es como un padre le dice lo que está bien y lo que está mal. Sí, Satomi no es buena persona, ha hecho cosas malas, quizás, no como Toshiko, Kousei o Hiroaki, pero no es inocente. Lamentablemente debe ocurrir que ella caiga. ¡Todos queremos que Izumi sea novia de Takuya! Pero lamentablemente está muy presionada a continuar con Kouji porque son la "pareja perfecta" Y no se da cuenta que Takuya y ella están ¡enamoradísimos! Como dices. Ya veremos que ocurrirá con ellos. Sería hermoso, sin duda, que Sora sea novia de Takuya. Sí, Rika iba con Henry, incluso, en la escena cuando Takuya la saca, Daisuke está batallando por sacar a Henry, aunque no le funcionó, algunas veces ciertas cosas entre historias coinciden. Gracias por leer mi historia. ¡Gracias por tu comentario! Espero que sigas leyendo y comentando. Te mando un gran abrazo.
