REVENGE

~Capítulo 39~


La tensión en el aire era palpable, como si el mundo hubiera decidido detenerse por un instante, dejándolos a ellos dos en su propio espacio. Los labios de Izumi y Takuya se encontraron con una suavidad inicial, como si ambos estuvieran tanteando un terreno desconocido.

Pero pronto, el beso se intensificó, dejando atrás cualquier rastro de duda. Izumi abrazó el cuello de Takuya, mientras él envolvía sus brazos alrededor de su cintura, acercándola aún más.

El tiempo parecía haberse detenido. Ninguno de los dos podía pensar en las complicaciones, en el dolor que los había llevado hasta ese momento, o en lo que vendría después. Solo estaban ellos dos, entregándose por completo al torbellino de emociones que los consumía.

Sin embargo, Izumi cayó en cuenta que, esto no estaba bien.

Izumi se separó rápidamente de Takuya, su corazón latiendo con fuerza en su pecho, y sus manos temblorosas buscando algo en qué aferrarse. El beso había sido impulsivo, algo que había sucedido sin pensarlo, sin anticipar lo que sentiría después. Ahora, al mirarlo, se sentía más vulnerable que nunca.

—¡Perdón! —exclamó, su voz entrecortada por la ansiedad y el pánico que la invadían.— Perdón, no debí haberlo hecho…

Takuya la observaba en silencio, completamente sorprendido por su reacción. Su rostro estaba lleno de confusión, pero también de preocupación. No había tenido tiempo de procesar lo que había sucedido, y ahora veía cómo Izumi parecía arrepentirse por completo.

Izumi se dio la vuelta, comenzando a caminar rápidamente hacia la ventana. No quería ver la cara de Takuya, no quería enfrentar la mirada de alguien que había sido tan amable con ella, que siempre había estado a su lado cuando más lo necesitaba. ¿Cómo había podido hacer algo así? Pensó, llevando sus manos a su rostro, tratando de ahogar las lágrimas que amenazaban con salir. Esto estaba mal.

Takuya, por otro lado, seguía allí, sin poder moverse del lugar. Su mente estaba en caos. ¿Por qué estaba tan nerviosa? ¿Por qué se había disculpado tan de repente? La situación era tan confusa.

—Izumi… —dijo, finalmente logrando avanzar hacia ella, tomando su brazo con suavidad para que se detuviera.— No te sientas mal por eso.

Izumi lo miró, los ojos llenos de angustia y arrepentimiento. No podía creer lo que acababa de hacer. El roce de sus labios aún quemaba en su piel, y la culpa se apoderaba de ella con cada segundo que pasaba. Era como si todo lo que había pasado fuera un error monumental, algo que no se podía deshacer.

—No, Takuya. —Sacudió la cabeza, deshaciéndose de la suave presión de su mano en su brazo. Se alejó un paso más, sintiendo la presión de la situación ahogándola. —No debí haberte besado. Lo siento, de verdad. Fue un impulso estúpido. ¡Yo… yo no quería hacerte sentir incómodo!

Takuya la observaba con una mezcla de sorpresa y confusión. No entendía por qué Izumi estaba reaccionando de esa manera. Ella siempre había sido tan confiada, tan fuerte. ¿Por qué ahora estaba tan rota, tan vulnerable?

Izumi respiró hondo, tratando de calmarse. Se sentó en la silla más cercana, sintiendo la necesidad de alejarse, de desaparecer, como si fuera lo mejor para todos.

—Es que… tú eres tan bueno conmigo, Takuya. Siempre has sido tan amable, tan comprensivo. —Dijo, la voz quebrándose. —No sé qué me pasó. Te vi tan cerca, y no pude evitarlo. Pero lo arruiné. Te arruiné…

Takuya se acercó lentamente, agachándose frente a ella para mirarla a los ojos. Por un momento, la luz tenue de la habitación los envolvió en un silencio incómodo. En su mirada no había juicio, solo una profunda preocupación y algo más que Izumi no logró identificar de inmediato.

—Izumi… —dijo con voz suave, casi como un susurro. Sus manos buscaron las de ella, sujetándolas con ternura, intentando calmarla—. No tienes que disculparte por eso. No tienes que sentirte mal.

—¡Pero sí! —respondió, levantando la voz, aunque su mirada seguía llena de arrepentimiento. —¡Lo hice sin pensar! No pensé en lo que sentirías… no pensé en lo que significaba. ¡No quiero que pienses que esto es algo más! ¡No lo es!

Takuya la miró fijamente, dándose cuenta de la lucha interna que Izumi estaba atravesando. Todo en ella le decía que estaba confundida, que no sabía cómo manejar lo que había hecho, pero lo que él no entendía era por qué sentía que había algo de malo en ese beso. No se trataba de un simple roce entre amigos, pero tampoco era algo que la hiciera una persona indeseable.

—Izumi, no tienes que explicarlo, y no tienes que disculparte. Lo que hiciste… no fue algo malo. —Le soltó las manos con suavidad, pero sin apartarse de ella. Sus ojos reflejaban sinceridad—. Si me hubieras hecho sentir incómodo, te lo habría dicho. Pero no lo hiciste. No te preocupes por eso.

Izumi lo miró fijamente, desconcertada, sin saber si creía lo que estaba diciendo. Pero la calma en su voz, esa tranquilidad que parecía irrumpir en su caos, era algo que ella no podía ignorar. Su mirada se suavizó lentamente.

—Pero ¡tengo novio No debí...—Bajó la mirada.

—Tranquila...—Takuya depositó su mano en su hombro— No te estreses.

Este no era el momento para que se mortificara por eso.

—Luego hablaremos de esto ¿sí? Ahora concéntrate en despedir a tu tía.

Siempre tan comprensivo. Pensó Izumi y asintió.

—Muchas gracias.


El velorio avanzaba lentamente, y aunque Yamato tenía el poder de imponer respeto a todos los presentes, en ese momento parecía como si fuera solo otro hombre atrapado en la tristeza, en una corriente que no podía detener.

El ambiente en la sala estaba cargado de un silencio solemne, interrumpido solo por el murmullo ocasional de los asistentes al velorio. Yamato ingresó nuevamente a la sala, su semblante serio mientras sus ojos se dirigían automáticamente hacia el ataúd. La imagen era impactante: el cuerpo de Satomi descansaba en calma eterna, rodeada por las flores blancas que algunos familiares habían traído en su honor. Yamato apretó ligeramente los puños, reprimiendo cualquier emoción que pudiera traicionarlo.

Mientras avanzaba lentamente, sus ojos se detuvieron al otro lado de la sala. Allí, Kouji estaba de pie junto a Takeru. Parecían inmersos en una conversación que, aunque en voz baja, transmitía cierta tensión en sus gestos. Kouji tenía los brazos cruzados, su rostro reflejando una mezcla de molestia y desafío. Takeru, por otro lado, gesticulaba con calma, como si intentara razonar con él.

Yamato sintió un impulso inmediato de acercarse. Aunque no había tenido oportunidad de hablar con Kouji desde su llegada, el contexto demandaba cierta intervención. Además, quería asegurarse de que cualquier desacuerdo entre ellos no perturbara el velorio. Sin embargo, justo cuando dio un paso en esa dirección, el sonido de la puerta abriéndose tras él lo detuvo en seco.

Giró levemente la cabeza, lo suficiente para ver quién había llegado.

Era su hija mayor.

—Nene... —murmuró, su voz quebrada, pero contenida, incapaz de disimular su sorpresa al verla.

Pero no venía sola. Justo en ese minuto a su lado apareció cierto chico rubio de ojos azules.

—Kiriha.—Murmuró el Ishida.

Nene lo miró con seriedad, sus ojos fríos pero firmes. No hubo ninguna sonrisa, ningún gesto cálido. Era como si el tiempo que habían pasado sin verse no hubiera existido para ella.

—Hola, padre. —Su voz, aunque clara, no era de bienvenida.

Yamato respiró profundo, tratando de mantenerse en control de la situación. Se dio cuenta de que Nene no iba a ceder tan fácilmente, y menos ahora, en medio de todo esto.

—Pensé que no ibas a venir... —dijo con un tono bajo, como si intentara entender la razón de su decisión.

Nene lo miró fijamente, sin mostrar signos de emoción. Kiriha, que caminaba a su lado, miró a Yamato también, aunque parecía más tranquilo que Nene, quizás porque ya había presenciado situaciones como esta.

—No quería venir... —Nene respondió, su tono indiferente, aunque había algo en sus palabras que dejaba entrever que su decisión había sido más difícil de lo que mostraba. —Pero Kiriha insistió. Me dijo que era lo correcto.

Yamato desvió la mirada hacia Kiriha, notando cómo su hijo se mantenía en silencio. Kiriha lo observó un momento, pero no intervino. Era claro que no quería agregar más peso a la conversación. La tensión entre Yamato y Nene estaba palpable.

Yamato, respirando con más calma, bajó la mirada hacia el ataúd. Había tantas cosas que decir, pero al final se quedó con lo que sentía en su corazón.

—Es lo mínimo que podías hacer, Nene. Satomi te estimaba muchísimo... —su voz se suavizó al recordar lo que había sido su relación con Satomi, y aunque había mucha amargura en sus palabras, también había una pizca de dolor.

Nene soltó una ligera risa irónica, un gesto que reveló su desdén. No estaba dispuesta a escuchar cursilerías, no ahora, no después de todo lo que había sucedido en su familia.

—Deja de lado tus cursilerías, padre. —Su tono era firme, casi desafiante, y una leve sombra de resentimiento se reflejó en su mirada. —Estoy aquí porque Satomi es parte de mi familia, pero jamás perdonaré lo que hizo. ¿Sabes por qué?

Yamato frunció el ceño, su mente agitada por las palabras de Nene, pero, en el fondo, ya lo sabía. El odio de su hija por lo que Satomi había hecho le había dejado huellas profundas, marcas imborrables que ni él ni nadie podrían borrar.

—Satomi difamó a mi abuela. Se convirtió en un psicópata...—Nene hizo una pausa, como si las palabras le costaran más de lo que pensaba. —Y eso… eso nunca se olvida.

Yamato bajó la mirada. Sus dedos se apretaron contra el costado de su traje, buscando alguna forma de mantener su compostura. Sabía lo que Nene estaba diciendo era cierto. Satomi había sido cruel, había actuado con veneno y no se había detenido ante nada para lograr lo que quería. Pero, al mismo tiempo, Yamato sentía que no era el momento de hablar de eso. Sabía que la memoria de Satomi estaba teñida de sombras y que Nene no era capaz de perdonar ese pasado. Sin embargo, el dolor que sentía era real, como una herida que aún no se cerraba del todo.

—Yo… —Comenzó Yamato, sin saber qué más decir, pero su voz se quebró un poco, y su mente se llenó de confusión. No había palabras suficientes para explicar lo que había sucedido, ni siquiera para intentar que Nene lo entendiera.

Nene lo miró fijamente, sin un ápice de compasión en su rostro. Su expresión estaba decidida, tal vez más dura que nunca, pero, al mismo tiempo, algo en su mirada sugería que, en el fondo, ni ella misma entendía del todo lo que sentía. Todo lo que había pasado con Satomi, el daño, las mentiras, la desconfianza, todo eso se reflejaba en los ojos de Nene.

—No vengas con explicaciones. —dijo, su tono tan firme como siempre, mientras daba un paso atrás, tomando la mano de Kiriha. —Satomi ya no está. Y aunque haya sido parte de nuestra vida, lo que hizo no se olvida.

Kiriha, al ver esto, decidió intervenir.

—Nene, por favor, no seas dura con tu padre.— Le habló— Vinimos a dar apoyo. No a que te comportes de esta manera.

Nene frunció el ceño.

—Lo siento, pero me es inevitable recordar lo que hizo.

—Lo sé, pero debes estar tranquila.—Musitó Kiriha depositando una mano en su hombro.

Nene cerró los ojos.

—Por favor, hija, mantente calmada.—Rogó Yamato— Estamos despidiendo a Satomi. Luego de esto nunca más sabremos de ella.

¡Menos mal!

Pensó la castaña.


El salón estaba envuelto en un silencio pesado, solo interrumpido ocasionalmente por murmullos o el sollozo de algún familiar. Yamato estaba sentado en una de las sillas al fondo de la sala, con los brazos cruzados y el rostro tenso, observando la escena frente a él. Su hija mayor, Nene, estaba de pie junto al ataúd de Satomi. A su lado estaba Kiriha, ofreciéndole su apoyo. Yamato no podía evitar sentir un cúmulo de emociones al verlos juntos.

Por un lado, le disgustaba la presencia de Kiriha. Nunca había aprobado del todo a ese joven, aunque reconocía que era alguien competente e inteligente. Por otro lado, estaba aliviado de que Nene hubiese decidido venir al velorio, algo que él mismo había dudado que sucediera. Su hija había tenido sus razones para no querer estar allí, y Yamato lo entendía, pero al final, el hecho de que estuviera presente le daba cierto consuelo.

Mientras observaba cómo Nene inclinaba la cabeza ligeramente, tal vez diciendo unas palabras de despedida, Yamato se sumergió en sus pensamientos. Recordó a Satomi, una mujer que había sido una figura constante en su infancia, pero cuya vida había tomado giros complicados en los últimos años.

Sus reflexiones se interrumpieron cuando una figura se acercó a él. Kouji, con su andar decidido pero tranquilo, tomó asiento en la silla junto a él sin decir una palabra al principio. Yamato no apartó la mirada de Nene y Kiriha, pero era consciente de la presencia de su hijo.

—Siento la pérdida... de tu tía —dijo Kouji después de unos momentos, su tono bajo pero cargado de sinceridad.

Yamato asintió levemente, sin apartar la mirada. —Gracias —respondió, su voz firme pero contenida.

Por unos segundos, el silencio entre ellos fue casi incómodo, como si ambos estuvieran buscando las palabras correctas para continuar. Kouji fijó su mirada en el ataúd, sus pensamientos claramente profundos. Finalmente, rompió el silencio.

—¿Viste los exámenes forenses? —preguntó, su tono sereno pero con un matiz de curiosidad y preocupación.

Yamato soltó un leve suspiro, asintiendo. —Sí, los vi —dijo con un tono grave.

Kouji desvió su mirada del ataúd hacia su padre, con una ceja ligeramente arqueada. —¿Y?

—Sobredosis de drogas —respondió Yamato sin rodeos, su expresión endureciéndose.

Kouji se giró completamente hacia él, visiblemente sorprendido. —¿Sobredosis de drogas?— preguntó— ¿Tú crees que murió de eso?

—Eso dice el examen.

—¿Y lo crees?— Preguntó el Minamoto—¿Enserio crees que tu tía consumía drogas?

Yamato hizo una mueca. Sabía a lo que Kouji quería llegar.

—¿Crees que?...—Fue difícil preguntar— ¿Alguien tuvo algo que ver?

—A estas alturas, creería cualquier cosa —comentó, su voz baja pero directa. Sus ojos seguían enfocados en el ataúd mientras hablaba—. ¿Es verdad que Satomi llegó gritando a tu casa?

Yamato soltó un leve suspiro antes de responder. —Sí, lo fue —admitió, aunque el recuerdo claramente le resultaba incómodo.

Kouji giró ligeramente la cabeza para observar a su padre. —¿Qué fue exactamente lo que dijo?

El rubio apretó los labios y desvió la mirada hacia el suelo antes de hablar. —Llegó gritando que mi... —Hizo una pausa, atrapado en su propia mente al intentar articular el nombre que no podía pronunciar sin dolor. Miró el ataúd de Satomi, y el peso del recuerdo lo golpeó con fuerza.

Mimi

El nombre resonaba en su mente, pero no podía decirlo en voz alta. Odiaba recordar que ella estaba muerta, que todo lo que había compartido con ella se había convertido en polvo y dolor. Tragó saliva y continuó.

—Que mi exesposa había regresado de la tumba —dijo finalmente, su voz cargada de amargura y tristeza—. Comenzó a delirar. En cualquier momento temía que les dijera la verdad a Nene e Izumi.

Kouji hizo una mueca al escuchar esto, su expresión una mezcla de incredulidad y cautela. —Mi padre la tachó de demente, pero murió por sobredosis de drogas... —comentó, dejando su voz flotar en el aire con intención.

Yamato levantó la vista y lo miró directamente, sus ojos azules fríos pero inquisitivos. —¿Qué intentas decirme? —preguntó, su tono más tenso que antes.

Kouji lo miró directamente a los ojos, sin vacilar. —Tú sabes bien qué intento decirte —respondió, sus palabras firmes pero calmadas.

El joven desvió la mirada hacia el ataúd antes de continuar. —Había personas a las que les convenía que se callara... especialmente después de que comenzara a descubrir esos negocios turbios.

El silencio que siguió fue abrumador. Yamato frunció el ceño, sus pensamientos girando a toda velocidad. La implicación en las palabras de Kouji era clara, pero también aterradora.

—¿Estás insinuando que Satomi fue asesinada? —preguntó finalmente, su voz baja pero cargada de intensidad.

—No estoy insinuando nada —respondió Kouji con calma, aunque sus ojos estaban llenos de determinación—. Solo estoy diciendo que no todo encaja tan fácilmente como parece.

Yamato se recostó en su silla, pasando una mano por su rostro mientras trataba de procesar lo que su hijo le decía. —Esto es... demasiado.

—Lo sé —admitió Kouji, suavizando su tono—. Pero tienes que admitir que es extraño. Ella estaba bien... al menos físicamente. Y luego, de repente, aparece muerta con una sobredosis.

Yamato volvió a mirar el ataúd, una mezcla de emociones en su rostro. Había amado a Satomi a su manera, y aunque sabía que ella tenía problemas, jamás habría imaginado que su vida terminaría así.

—No estoy diciendo que tengas que creerme ahora mismo —añadió Kouji—. Pero creo que deberías investigar.

El silencio nuevamente se hizo presente en lugar mientras Yamato procesaba esto en su mente.

—Hay algo más.—Añadió Kouji.

—¿Más?


La sala estaba abarrotada de personas que hablaban en murmullos respetuosos, con los ojos cargados de dolor o conteniendo lágrimas. En medio de la penumbra del lugar, las velas alrededor del ataúd proyectaban sombras que parecían danzar sobre las paredes. De repente, un nuevo murmullo se propagó entre los asistentes.

Toshiko había llegado.

Elegante como siempre, con su porte imponente y una expresión serena en el rostro, Toshiko avanzó entre la multitud. Llevaba un vestido negro impecable, y sus pasos firmes resonaron levemente en el suelo de madera. Sora, que se encontraba de pie cerca del ataúd, levantó la vista y sintió cómo un torrente de emociones la invadía al reconocerla.

Sin dudarlo, Sora cruzó rápidamente la sala y se detuvo frente a su madre, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y enojo.

—¿Qué haces aquí? —le susurró, con la mandíbula apretada.

Toshiko alzó una ceja y respondió con voz suave, pero firme: —Vine a acompañar, Sora.

El rostro de Sora se tensó aún más. —¿Acompañar? —repitió con incredulidad y en un tono apenas audible, para evitar que los demás escucharan—. ¡Qué hipócrita eres! No deberías estar aquí.

Toshiko rodó los ojos con evidente cansancio ante el reproche de su hija. —Deja tus dramas para otro momento, Sora. Este no es el lugar ni el momento para discutir.

Sora frunció el ceño, su respiración se volvió irregular, y su indignación creció. Sin embargo, antes de que pudiera responder, Toshiko desvió la mirada hacia el otro lado de la sala y notó a sus nietas, Nene e Izumi, de pie juntas frente al ataúd.

Sin dudarlo, Toshiko comenzó a caminar hacia ellas.

—¿A dónde vas? —susurró Sora con un tono urgente, siguiéndola de cerca.

—A hacer lo que vine a hacer —respondió Toshiko con determinación, sin detenerse ni mirar atrás.

Nene e Izumi estaban hablando en voz baja, intercambiando palabras de consuelo mientras intentaban mantenerse fuertes. Al ver la figura de su abuela acercándose, ambas se quedaron en silencio. La presencia de Toshiko, aunque familiar, era inesperada y, para Izumi en particular, no del todo bienvenida.

Toshiko se detuvo frente a ellas y las miró con una mezcla de solemnidad y afecto.

—Nene, Izumi... —dijo con voz grave, haciendo una pausa como si buscara las palabras adecuadas—. Quiero expresarles mi más sentido pésame. Sé cuánto significaba Satomi para ambas.

Izumi tensó los labios, luchando por mantener la calma. Su relación con Toshiko siempre había sido complicada, y en ese momento, la incomodidad era palpable.

—Gracias, abuela —respondió Nene con un tono neutral, sin mirar directamente a los ojos de Toshiko.

Toshiko extendió una mano y la colocó suavemente sobre el hombro de Nene. —Satomi siempre las quiso como si fueran sus propias hijas. Estoy aquí para acompañarlas en este momento tan difícil.

Izumi no pudo contenerse más y soltó en un tono bajo pero firme: —¿Acompañarnos? ¿Ahora? Qué conveniente.

Toshiko giró la cabeza hacia Izumi, su expresión permaneció tranquila, pero sus ojos reflejaban un destello de incomodidad.

—Izumi, no estoy aquí para discutir. Estoy aquí porque Satomi merece respeto y porque ustedes, como sus nietas, también necesitan apoyo.

—¿Apoyo? —replicó Izumi, cruzando los brazos—. Perdonarás si no me siento muy apoyada por alguien que ignoró tantas cosas en su momento.

Nene apretó ligeramente el brazo de Izumi, como una señal de que se calmara. —No es el momento, Izumi.

Toshiko asintió, sin perder su postura elegante. —Nene tiene razón. Este no es el momento ni el lugar para recriminaciones. Pero si necesitas hablar, Izumi, estoy dispuesta a escucharte... después.

Izumi suspiró con frustración y apartó la mirada, incapaz de responder.

Necesitaba tomar aire

Fue así como la rubia salió del lugar. Takeru, al ver esto, dirigió su mirada hacia Hikari.

—Iré tras ella.

Hikari asintió.

Fue así como el rubio salió.

Toshiko volvió su atención a Nene y añadió con voz serena: —Si necesitan algo, no duden en buscarme.

Nene asintió con un leve gesto de cabeza. —Gracias, abuela.

Toshiko les dio una última mirada antes de alejarse con la misma elegancia con la que había llegado. Sin embargo, Sora la observaba desde un rincón, con los brazos cruzados y una expresión de desaprobación que no pudo ocultar.

Cuando Toshiko regresó a donde estaba su hija, Sora la enfrentó una vez más, esta vez con el tono bajo pero cargado de reproche: —No sé qué pretendes con esto, pero no te engañes. Nadie olvida lo que has hecho.

Toshiko, con una sonrisa ligera pero calculada, respondió: —No necesito que me olviden, Sora. Solo estoy aquí para hacer lo correcto.

Sora rió: —Creo que tú no conoces la definición de eso.

Y con eso, la conversación terminó, dejando un aire tenso entre madre e hija mientras la sala seguía sumida en su sombrío luto.


Mimi observó atentamente a Toshiko a la distancia.

¿Qué hacía esa mujer ahí?

Solo veía como hablaba con

—Permiso.—Musitó Takuya— ¿Puedo sentarme?

Mimi asintió:— Claro.

Fue así el moreno tomó asiento.

—Nuevamente nos encontramos ¿e?— Comentó el moreno.

—Así parece.—Murmuró la oji-miel.

No habrá pasado mucho cuando frente a ellos apareció la madre de Sora.

—Haruna Anderson...—Pronunció el nombre de la castaña.

Ambos voltearon hacia ella.

—Señora Takenouchi.—Respondió Mimi con seriedad.

—¿Qué haces aquí?— Preguntó Toshiko.

¡Vaya modales! Pensó Mimi.

Aunque no le sorprendía, después de todo, esa mujer era una bruja.

—Vine a acompañar a la familia.

—¿Acompañar?— Preguntó Toshiko— ¿De nuevo?— Musitó—¡Que conveniente! ¿e? Siempre vienes cuando estamos vulnerables.

Mimi observó a la mujer con frialdad— No es conveniente.—Comentó— Es ser educada...¿usted sabe de eso? ¿cierto?...

La Takenouchi observó a la oji-miel con desprecio.

—Más que tú, seguro.

Mimi mantuvo su compostura, aunque la tensión en el ambiente era palpable. Podía sentir la mirada de Takuya alternando entre ambas mujeres, incómodo pero demasiado curioso como para intervenir.

—No estoy segura de que pueda aceptar esa afirmación, señora Takenouchi —respondió Mimi con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Después de todo, la educación también incluye no hacer juicios apresurados sobre los demás.

Toshiko entrecerró los ojos, estudiándola como si buscara algo más allá de sus palabras.

—Interesante que menciones los juicios apresurados —replicó la mujer con un tono ácido—. No necesito mucho tiempo para entender a alguien como tú.

Mimi dejó escapar una risa baja, cargada de ironía.

—¿Alguien como yo? —preguntó, arqueando una ceja—. Creo que esa afirmación dice más de usted que de mí.

Toshiko cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia adelante como si estuviera marcando territorio.

—Lo único que digo es que siempre estás aquí en los momentos menos oportunos —comentó con una sonrisa forzada—. Quizás no te has dado cuenta, pero no todo gira en torno a ti, Haruna.

Mimi no se dejó intimidar, inclinándose también hacia adelante, reflejando la postura de Toshiko.

—Créame, señora Takenouchi, estoy muy consciente de que no todo gira en torno a mí —dijo, su voz tranquila pero firme—. Pero si eso es lo que usted ve, tal vez debería preguntarse por qué.

El silencio que siguió estaba cargado de un enfrentamiento no dicho, una batalla de voluntades que ninguno de los presentes podía ignorar. Takuya se aclaró la garganta, intentando suavizar el ambiente.

—Señoras, tal vez podríamos...

—Oh, no te preocupes, Takuya —interrumpió Mimi, sin apartar la vista de Toshiko—. Estoy disfrutando de esta conversación.

Toshiko sonrió con frialdad, aunque sus ojos destellaban con irritación.

—Qué lástima que no sea mutuo —respondió antes de enderezarse y dar un paso hacia atrás—. Pero supongo que eso es típico de ti, ¿no? Siempre buscando la última palabra.

Mimi se recostó en su asiento, su expresión tan calmada como su tono.

—No siempre, señora Takenouchi —dijo suavemente—. Solo cuando vale la pena.

El intercambio había terminado, pero las palabras flotaron en el aire mucho después de que Toshiko se marchara, su espalda rígida como si hubiera perdido más de lo que estaba dispuesta a admitir.

Mimi, en cambio, se permitió un pequeño suspiro antes de mirar a Takuya, quien la observaba con una mezcla de asombro y preocupación.

—Que mujer más...—Habló Takuya— Temible.

¿Temible?

Mimi dirigió su mirada hacia el moreno. Era curioso que lo dijera, ya que, si sus suposiciones eran ciertas entonces...Takuya sería nieto de esa bruja...Irónico ¿no?

Takuya era un Sol y Toshiko era una escoria.

—¿Siempre es así contigo? —preguntó él, intentando aligerar la atmósfera.

Mimi lo miró con una sonrisa ligera.

—Pues...—respondió, tomando un sorbo de su bebida como si nada hubiera pasado.

¡Bip, bip!

El móvil de Mimi sonó. Fue así como lo sacó de su bolsillo y observó la pantalla.

(De: Koushiro)

Mimi, ven a casa.

La castaña alzó una ceja y respondió.

(De: Mimi)
No puedo. Estoy en el velorio.

(De: Koushiro)
Lo sé...Pero ¡debes urgente!

(De: Mimi)
¿Ocurrió algo?

(De: Koushiro)
¡Ven rápido!

Mimi hizo una mueca ante esto. Koushiro no la asustaría por nada. Nuevamente su móvil sonó llamdno su atención.

(De: Koushiro)
¡Apresúrate!

La castaña observó a su al rededor y decidió colocarse de pie: —Permiso.

—¿Ocurrió algo?—Preguntó Takuya al ver como la oji-miel se colocaba de pie.

—Debo retirarme.—Respondió Mimi— Fue un gusto verte de nuevo, muchacho.

—Igualmente.—Contestó el moreno.

Fue así como la oji-miel se acercó al lugar donde estaba la familia de Satomi reunida al rededor del ataúd.

Mimi caminó con paso firme pero calmado hacia donde la familia de Satomi se encontraba reunida alrededor del ataúd. La sala, impregnada de un aire solemne y silencioso, parecía envolver a cada persona en una mezcla de tristeza y nostalgia.

Al acercarse, Mimi pudo ver a Nene sosteniendo la mano de Sora, quien estaba notablemente más compuesta de lo que cualquiera hubiera esperado. A pesar del dolor evidente en sus ojos, la mujer mantenía una postura firme, como si estuviera decidida a ser el apoyo que su hija necesitaba en ese momento.

—Nene, Sora... —dijo Mimi con suavidad, atrayendo la atención de ambas.

Nene alzó la vista.

—Haruna... —murmuró Nene—. Gracias por estar aquí.

—No podría estar en otro lugar —respondió Mimi con sinceridad, tomando la mano de la joven en un gesto reconfortante—. Quiero que sepan que mañana estaré aquí para el funeral.

Sora asintió, agradecida, mientras estrechaba la mano de su hija con fuerza.

—Gracias, Haruna—dijo la mujer con calidez—. Tu apoyo significa mucho para nosotras.

Mimi asintió con una leve sonrisa antes de mirar a su alrededor, notando la ausencia de alguien importante.

—¿Dónde está Izumi? —preguntó, curiosa.

Sora suspiró ligeramente y señaló hacia la puerta principal.

—Acaba de salir —respondió—. Dijo que necesitaba un momento a solas para despejarse.

Mimi hizo una mueca de comprensión y asintió.

—Por favor, déjenle mis saludos cuando la vean —dijo—. Y si necesita algo, no duden en decírmelo.

—Lo haremos —respondió Sora, apretando suavemente el brazo de Mimi como agradecimiento.

Tras intercambiar una última mirada significativa con ambas, Mimi se dispuso a retirarse. Su mente aún rondaba las palabras de Koushiro, llenándola de inquietud mientras cruzaba el salón hacia la salida. Fue entonces cuando, al girar en un pasillo, se encontró frente a frente con Yamato.

Yamato estaba de pie, su porte inconfundible incluso en ese ambiente melancólico. Vestido de forma sobria, sus ojos azules reflejaban una mezcla de cansancio y tristeza que él no se molestaba en disimular. Al verla, sus labios se curvaron en una leve sonrisa, aunque su mirada seguía siendo solemne.

—Yamato, me despido.—Comentó la castaña— Debo retirarme.

—¿Retirarte?—Preguntó el rubio.

Mimi asintió: —Sí.—Respondió—Verás, es tarde y estoy un tanto cansada.

Yamato dirigió su mirada hacia el reloj, efectivamente, era tarde.

—Mañana vendré nuevamente a acompañarlos. Me hubiese gustado estar toda la noche. Pero necesito solucionar unos temas en mi casa.

—No es necesario que nos des explicaciones.—Respondió el rubio— Agradezco que hayas estado aquí desde temprano acompañándonos.

Prácticamente, Haruna fue la primera llegar, y una de las pocas mujeres de su círculo que vino a apoyarlos. Sus demás "amigos" desaparecieron.

—¿Andas en auto?

—No.—Respondió la castaña—Pediré un taxi.

—No.—Se apresuró a decir el rubio— No es necesario. Yo te llevo.

—No, insisto, no es necesario, Yamato. —respondió Mimi, intentando mantener la compostura mientras ajustaba la bufanda alrededor de su cuello.

Yamato negó con la cabeza, cruzando los brazos. —Es peligroso a esta hora, Haruna. No puedo permitir que tomes un taxi. Déjame llevarte.

La castaña suspiró con suavidad, sin dejar entrever su incomodidad. Cada vez que él la llamaba "Haruna", algo en su pecho se tensaba, pero debía mantener el papel. No podía permitirse delatarse.

—Está bien, Yamato, no te preocupes. No es la primera vez que me movilizo sola.

El rubio frunció el ceño, claramente poco convencido. —Eso no significa que sea seguro. Además, llevo aquí toda la tarde y necesito despejarme un poco. Esto me dará una excusa para salir.

—¿Una excusa? —Mimi alzó una ceja, intentando desviar la conversación.

Yamato asintió, dando un paso hacia la puerta. —Sí, así que toma tu abrigo. No pienso debatir más sobre esto.

Mimi vaciló, pero al ver la determinación en los ojos de Yamato, supo que no tenía elección. —De acuerdo. Pero no es necesario que me lleves hasta la puerta de mi casa.

—Veremos. —respondió él con un tono que dejaba claro que no aceptaría más objeciones.

Caminaron juntos hacia el auto de Yamato, un vehículo discreto pero elegante que reflejaba la posición del rubio. Mimi se acomodó en el asiento del copiloto, intentando mantener la calma mientras él encendía el motor.


La sala estaba sumida en un silencio solemne. El suave murmullo de los presentes apenas rompía la atmósfera sombría mientras Hikari e Izumi se encontraban juntas frente al ataúd. Ambas permanecían inmóviles, con sus miradas fijas en el cuerpo inerte de Satomi. Izumi, aunque intentaba mantenerse fuerte, no podía evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Hikari, por su parte, le daba apoyo silencioso, sujetándole la mano con firmeza.

De repente, una figura conocida apareció entre la penumbra. Layla, una de las empleadas de la casa de Takeru y Yamato, se acercó a Hikari con paso firme pero discreto.

—Señorita Hikari —dijo en voz baja, inclinándose levemente para no llamar la atención de los demás—. Takeru la espera afuera.

Hikari parpadeó sorprendida y frunció el ceño. —¿Qué? —preguntó, desconcertada—. ¿Takeru me está esperando?

Layla asintió, con una expresión serena pero reservada. —Sí, señorita. Me pidió que le avisara. Está en la puerta lateral.

Hikari miró de reojo a Izumi, quien apenas reaccionó, demasiado perdida en sus propios pensamientos. Volviendo su atención a Layla, Hikari preguntó con cautela: —¿Te dijo por qué?

—No, señorita —respondió Layla, negando con la cabeza—. Solo mencionó que era importante.

Hikari vaciló por un momento, pero finalmente asintió. —Está bien, iré a verlo.

Con una última mirada hacia Izumi, Hikari soltó su mano con suavidad y se dirigió hacia la puerta lateral.

Cuando salió sintió el frío aire nocturno la envolvió al salir. La puerta se cerró detrás de ella con un suave chirrido, y Hikari se encontró en un lugar desolado, apenas iluminado por unas pocas luces que parpadeaban intermitentemente. La atmósfera era inquietante, y el sonido distante de las hojas moviéndose con el viento parecía amplificar el silencio.

Hikari avanzó con cautela, su corazón latiendo con fuerza mientras buscaba a Takeru.

—¿Takeru? —llamó, su voz temblando ligeramente.

No hubo respuesta.

Caminó unos pasos más, sus zapatos resonando contra el pavimento, y miró a su alrededor. Todo estaba vacío, excepto por las sombras proyectadas por las luces parpadeantes.

De repente, sintió un movimiento detrás de ella. Antes de que pudiera girarse, un fuerte golpe en la nuca la dejó sin aliento.

—¡Ah! —logró soltar antes de desplomarse al suelo.

Su vista se volvió borrosa, y la última imagen que vio antes de perder el conocimiento fue el cielo nocturno, salpicado de estrellas que parpadeaban débilmente.

El silencio regresó al lugar, esta vez más pesado y opresivo, mientras la figura que había atacado a Hikari desaparecía en la oscuridad con pasos rápidos y seguros.


La atmósfera dentro de la sala era solemne, cargada de silencios respetuosos y murmullos apagados. Las luces, tenues, apenas iluminaban los rostros cansados de los pocos asistentes que se encontraban en el velorio de Satomi. Takeru e Izumi ingresaron juntos, sus pasos resonando levemente en el piso de madera, mientras cruzaban la habitación con movimientos calculados y reverentes.

Sora, sentada en un extremo de la sala junto a Rika, levantó la vista al notar su llegada. La madre de Izumi y Rika mantenía una expresión serena pero sombría, sus ojos reflejando el peso del momento.

—Mamá… —comenzó Izumi con voz suave al acercarse— Estoy cansada.

Sora le tomó la mano con ternura, acariciándola mientras asentía con comprensión.

—Lo entiendo, hija. Ha sido un día muy largo para todos.

Takeru, siempre atento, intervino mientras miraba a ambas con seriedad.

—Lo mejor será que regresen a casa a descansar. No es justo que estén toda la noche aquí haciendo guardia. Especialmente cuando somos tan pocos.

Rika, quien había estado en silencio hasta ese momento, asintió con la cabeza, aunque no dijo nada. La joven parecía atrapada en sus propios pensamientos, jugando con el dobladillo de su vestido oscuro.

Sora soltó un leve suspiro y miró a Izumi.

—Takeru tiene razón. Será lo mejor. Necesitamos recuperar fuerzas para el día de mañana.

Justo cuando estaban por levantarse para despedirse, una figura masculina emergió de las sombras de la sala. Era Takuya, quien se acercó a ellos con pasos decididos, atrayendo las miradas de todos en el grupo.

—Ya es tarde… —dijo Takuya mientras se detenía a pocos pasos de Izumi y Takeru— Creo que también es momento de que me retire.

La cercanía de Takuya provocó que Izumi bajara la mirada, sintiendo cómo un rubor cálido se extendía por sus mejillas. Evitó mirarlo directamente, ocupada en ajustar un mechón de su cabello.

Sora, siempre educada, le ofreció una sonrisa amable.

—Gracias por venir, Takuya. Significa mucho para nosotros que estés aquí acompañándonos.

El joven negó con un gesto de la mano, mostrando una humildad inesperada.

—No tiene por qué agradecerme, señora. Es lo mínimo que podíamos hacer Hikari y yo. Satomi era alguien importante, y estar aquí es lo correcto.

Su mención de Hikari captó la atención de todos, pero especialmente la de Takeru, quien frunció ligeramente el ceño.

—Hablando de Hikari… —continuó Takuya mientras miraba directamente a Takeru— ¿Dónde está?

El rubio alzó una ceja: —¿Hikari?

Takuya asintió— Salió a hablar contigo.

—¿Conmigo?— Preguntó Takeru.

—Que extraño.—Musitó Izumi— No la vimos.

¿Qué?

—Ella me dijo que iría a hablar con Takeru.— Respondió el moreno.

—No te preocupes, de seguro está por aquí.—Comentó Izumi.


La cabeza de Hikari dolía intensamente. Poco a poco abrió los ojos, pero la luz tenue del lugar le dificultaba ver con claridad. Intentó moverse, pero sintió un peso extraño en las muñecas y tobillos. Estaba atada.

El aire en el lugar era pesado, con un olor a humedad que le revolvía el estómago. Las paredes eran de concreto frío y descascarado, iluminadas por una lámpara parpadeante que colgaba del techo. Al parpadear varias veces para ajustar su vista, el terror comenzó a apoderarse de ella al darse cuenta de que estaba en un lugar completamente desconocido.

De repente, escuchó pasos acercándose. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras un hombre vestido completamente de negro aparecía frente a ella. Su rostro estaba cubierto por una máscara que solo dejaba ver sus ojos oscuros y fríos.

—Ah, veo que ya despertaste, princesa —dijo el hombre con un tono burlón, cruzándose de brazos mientras la miraba con detenimiento.

—¿Dónde estoy? —preguntó Hikari, su voz temblorosa mientras luchaba contra las cuerdas que la mantenían inmovilizada—. ¿Qué es esto?

El hombre soltó una risa seca, como si disfrutara de su confusión.

—Estás en el lugar donde deberías estar, Hikari —respondió, inclinándose hacia ella—. ¿No te lo dijo tu querido novio?

Los ojos de Hikari se abrieron con incredulidad. —¿Takeru? ¿Qué tiene que ver él con esto?

El hombre sacudió la cabeza con una sonrisa perversa. —Parece que te dejó fuera del plan. Qué típico. —Hizo una pausa, disfrutando el impacto de sus palabras—. Estás aquí porque tu novio quiso darte un regalo especial.

Hikari sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Sacudió la cabeza, negándose a creer lo que escuchaba. —No... No tiene sentido. Takeru nunca haría algo así.

El hombre se irguió y se encogió de hombros. —Oh, claro que sí. Pero, ¿por qué no? Después de todo, ¿qué mejor manera de deshacerse de un problema? —Se inclinó hacia ella nuevamente, sus ojos brillando con malicia—. Te vendió, Hikari. Así es, te entregó a nosotros para un negocio muy lucrativo.

Las palabras golpearon a Hikari como un puñetazo en el estómago. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero su mente se negaba a aceptar lo que escuchaba. —No... ¡No te creo! Takeru me ama. Nunca haría algo tan horrible.

El hombre dio unos pasos hacia atrás y comenzó a reír. —¿Amarte? Qué ingenua eres. ¿Crees que los hombres como él aman de verdad? Solo piensan en lo que pueden obtener. Tú solo eras una carga, Hikari, y ahora estás aquí, en manos de personas que saben cómo hacer buen uso de ti.

Hikari sintió cómo su corazón se hundía, pero en su interior se negaba a aceptar la verdad de esas palabras. —Estás mintiendo —murmuró, sus lágrimas comenzando a correr por sus mejillas—. Takeru jamás me traicionaría.

El hombre se encogió de hombros nuevamente. —Puedes creer lo que quieras. Pero pronto te darás cuenta de que todo lo que digo es verdad. —Hizo un gesto hacia una puerta al fondo de la habitación—. Y cuando lleguen los compradores, no habrá marcha atrás.

Hikari intentó controlarse, pero su respiración era errática, y el miedo comenzaba a nublar sus pensamientos. Miró al hombre con una mezcla de pánico y desafío.

—No voy a quedarme aquí. No me vas a quebrar —dijo con voz temblorosa pero decidida.

El hombre la miró por unos segundos antes de reír nuevamente. —Qué espíritu tan luchador. Será interesante ver cuánto tiempo dura.

Con eso, el hombre se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Hikari sola en la penumbra. El eco de la puerta cerrándose resonó en el espacio, y Hikari, luchando contra las lágrimas, comenzó a forcejear con las ataduras que la mantenían prisionera.

Su mente estaba inundada de dudas y temores, pero una cosa era segura: no iba a rendirse sin luchar. Si Takeru realmente la había traicionado, debía saber la verdad. Y si no, debía salir de allí para enfrentarlo. Sin embargo, lo que más temía en ese momento era el tiempo. ¿Cuánto tendría antes de que los "compradores" llegaran?


El silencio nocturno estaba cargado de una tensión que ambos podían sentir. El beso que acababan de compartir no había sido un error; era el resultado de una pasión contenida, de algo que habían intentado negar durante demasiado tiempo. Yamato seguía con la frente apoyada contra la de Haruna, sus respiraciones entrelazadas en el reducido espacio del auto.

Haruna cerró los ojos por un instante, su mente debatiéndose entre la culpa y la satisfacción. Sabía que esto estaba mal, especialmente por Sora, pero también sabía que cada movimiento suyo tenía un propósito. Esto no era solo un desliz; era parte de un plan más grande, uno que requería de toda su habilidad para manejar a Yamato.

Aún así, cuando volvió a abrir los ojos y lo vio tan cerca, tan vulnerable, algo genuino se removió en su interior. Acarició suavemente su rostro, pero sus palabras fueron calculadas, envueltas en un tono de inocencia que sabía que él no podría resistir.

—Dijimos que esto no volvería a suceder —murmuró, con la voz temblorosa, como si estuviera luchando contra sus propios deseos.

Los ojos de Yamato, oscuros y llenos de emociones encontradas, se fijaron en los de Haruna.

—Lo sé —respondió él, su voz grave y apenas contenida—. Pero no puedo evitarlo. Haruna, tú… tú haces que pierda el control.

Ella bajó la mirada, fingiendo vulnerabilidad mientras sus dedos seguían trazando líneas suaves sobre su mandíbula.

—No deberíamos… —susurró, pero no hizo ningún intento por apartarse.

Yamato no respondió con palabras. En lugar de eso, volvió a besarla, esta vez con aún más intensidad, como si quisiera borrar cualquier duda que pudiera quedar entre ellos. Haruna respondió con la misma pasión, permitiéndose dejarse llevar por el momento, sabiendo que cada segundo que pasaba estaba llevándola más cerca de su objetivo.

Las manos de Yamato se deslizaron hacia su cintura, tirando de ella con firmeza para acercarla más. Haruna se permitió gemir suavemente contra sus labios, un sonido que sabía que lo enloquecería. Sus propios dedos se entrelazaron en el cabello de Yamato, mientras sentía cómo su cuerpo se encendía bajo el contacto de las manos de él.

—Yamato… —murmuró ella entre besos, su voz llena de necesidad.

—Shh —la calló, presionando sus labios contra los de ella nuevamente.

Las caricias se volvieron más audaces, más desesperadas. Yamato recorrió con sus manos la curva de su espalda, sintiendo el calor de su piel a través de la tela de su vestido. Haruna lo dejó hacer, consciente de que cada movimiento lo ataba más a ella, lo alejaba más de cualquier pensamiento que pudiera involucrar a Sora o a su moralidad.

Pero no todo era calculado. Había algo en la forma en que Yamato la tocaba, en la manera en que pronunciaba su nombre, que la hacía sentir deseada de una forma que no podía ignorar. Por un momento, casi olvidó que esto era parte de un plan.

Él deslizó sus labios hacia su cuello, dejando un rastro de besos ardientes que hicieron que Haruna se estremeciera. Se mordió el labio inferior, sosteniendo un gemido que amenazaba con escapar.

—Yamato… —susurró ella, con un tono que mezclaba deseo y advertencia—. Esto… esto está mal.

Pero sus palabras carecían de fuerza. No hizo ningún intento por detenerlo cuando él levantó la vista, sus ojos oscuros con una intensidad que la dejó sin aliento.

—No me importa —respondió él con firmeza—. No puedo alejarme de ti, Haruna. No después de todo esto.

Ella lo miró, sus labios entreabiertos, mientras su mente trabajaba rápidamente para decidir su próximo movimiento. Finalmente, una pequeña sonrisa apareció en sus labios, una que era lo suficientemente ambigua como para parecer tanto rendición como manipulación.

—Yamato... —dijo en un susurro, atrayéndolo nuevamente hacia ella.

Yamato no necesitó más invitación. Sus labios volvieron a encontrarse, y el auto se llenó de sus respiraciones entrecortadas y del sonido de sus caricias, cada vez más atrevidas. La noche seguía siendo fría afuera, pero dentro del vehículo, todo era calor, pasión y deseos prohibidos que no podían negar.

En algún rincón de su mente, Haruna sabía que esto era un riesgo. Sabía que Sora, las hijas de Yamato, y todos los demás que orbitaban sus vidas jamás perdonarían este momento si llegaran a saberlo. Pero también sabía que este era un paso necesario, una pieza clave en su plan para acercarse más al hombre que tenía el poder de darle lo que deseaba.

Yamato, por su parte, no pensaba en nada más que en Haruna. En cómo ella parecía ser la única constante en medio de su caos. En cómo, por una noche, podía perderse en su abrazo y olvidar que todo lo demás en su vida estaba derrumbándose.

Por ahora, ambos estaban dispuestos a ceder al deseo, sin importar las consecuencias.

El beso se intensificó, y la noción del espacio que los rodeaba se desvaneció por completo. El mundo fuera del auto dejó de existir. Haruna, absorta en el momento, apenas notó cómo su cuerpo reaccionaba instintivamente al de Yamato.

Sin pensarlo, se deslizó de su asiento y se acomodó sobre sus piernas, quedando cara a cara con él. Fue un movimiento natural, casi inocente, pero cargado de una intimidad que ninguno de los dos había planeado. Yamato no dijo nada, solo la miró con una mezcla de deseo y asombro, sus manos posándose con firmeza en sus caderas.

—Haruna… —susurró, su voz ronca, mientras sus dedos comenzaban a trazar pequeños círculos en la tela de su vestido, justo donde se curvaban sus caderas.

Ella abrió los ojos, sorprendida al darse cuenta de su posición, pero no se movió. En cambio, se inclinó hacia él nuevamente, sus labios reclamando los suyos con una urgencia renovada. Yamato correspondió con una intensidad que la dejó sin aliento, sus manos viajando instintivamente hacia sus piernas, acariciando la piel expuesta bajo el borde de su vestido.

El contacto hizo que Haruna se estremeciera, un temblor que él no pudo ignorar. Sus dedos se deslizaron con lentitud, explorando con una mezcla de timidez y audacia, como si quisiera memorizar cada curva, cada línea.

—No debería… —murmuró Haruna, separándose apenas lo suficiente para hablar, su aliento entrecortado. Pero sus manos se aferraron a los hombros de Yamato, como si temiera que él pudiera detenerse.

—No puedo evitarlo —repitió Yamato, su mirada fija en la de ella, cargada de emociones que parecían desbordarse.

Haruna, consciente de cada caricia, cada susurro, dejó caer su frente contra la de él mientras sus dedos jugaban con los bordes de su camisa. Sus labios volvieron a encontrarse, esta vez con un ritmo más lento, más deliberado. Era como si ambos estuvieran saboreando el momento, conscientes de que cruzaban una línea que no tendría retorno.

Las manos de Yamato ascendieron por sus piernas, dejando un rastro de calor en su piel. Haruna arqueó ligeramente la espalda, acercándose más a él, su respiración convirtiéndose en suaves gemidos que llenaban el pequeño espacio del auto.

—Eres… eres lo único que parece tener sentido ahora —confesó Yamato en un susurro, mientras sus labios se desviaban hacia el cuello de Haruna, dejando besos ardientes que hicieron que ella cerrara los ojos y se perdiera por completo en la sensación.

Ella sonrió, una expresión que escondía tanto satisfacción como un destello de triunfo. Su plan avanzaba con cada segundo que pasaba en sus brazos, con cada barrera que Yamato derribaba por ella. Pero no podía permitirse mostrarlo. No todavía.

—Esto es una locura… —murmuró, su voz cargada de una mezcla de culpa fingida y deseo genuino.

Yamato respondió con un gruñido bajo, sus manos volviendo a aferrarse a sus caderas para sostenerla más firmemente contra él. Haruna lo dejó hacer, inclinándose hacia él una vez más, sus labios encontrándose en un beso que prometía consumirlos por completo.

En la penumbra del auto, con las luces de la mansión de Haruna brillando a lo lejos, ambos se dejaron llevar. Allí, entre caricias prohibidas y besos cargados de pasión, el destino de ambos estaba apunto de sellarse. Pero...

¡Bip, bip!

Sonó el celular de Mimi.

¡Bip, bip!

Nuevamente sonó el smartphone.

—¿Qué?—Mimi se separó de Yamato levemente.

—Ignora eso.—Murmuró el rubio continuando con su beso.

¡Bip, bip!

Mimi hizo una mueca.

¡Bip, bip!

Por cuarta vez sonó el smartphone.

—Espera...—Musitó Mimi—Esto puede ser importante.

Yamato simplemente continuó besando su cuello.

Mimi observó su móvil. Era Ryo...

(De: Hermanito menor)

¡Mimi Tachikawa! Baja de ese auto ¡ahora!

Mimi alzó una ceja sorprendida ante esto.

(De: Hermanito menor)
¡Te estoy viendo!

¿Qué? Pensó Mimi alarmada.

(De: Hermanito menor)
¡Si no bajas por las buenas te iré yo mismo a buscar!

Mimi observó al rededor y...

¡Sí! ¡Ahí estaba!

Ryo a unos metros observando la escena con cara de pocos amigos.


Hikari jadeaba, su pecho subía y bajaba rápidamente mientras luchaba con todas sus fuerzas para liberar sus manos. Las cuerdas le cortaban la piel de las muñecas, pero el dolor físico no se comparaba con la tormenta emocional que se desataba dentro de ella.

—No puede ser cierto —murmuró entre dientes, con lágrimas rodando por sus mejillas. Su mente se negaba a procesar lo que el hombre había dicho antes. ¿Cómo podía Takeru hacerle algo así? La duda y la desesperación la carcomían.

Forcejeó una vez más, inclinándose hacia adelante y tratando de usar el peso de su cuerpo para aflojar las cuerdas, pero fue inútil. Su respiración se aceleró al escuchar el sonido de pasos acercándose. Se tensó, sus músculos rígidos de miedo y rabia.

El mismo hombre de negro apareció en la habitación, cruzando el umbral con una sonrisa cínica en el rostro. En una mano llevaba una botella de agua, que dejó sobre una mesa cercana antes de mirarla con burla.

—Veo que no te has rendido aún, princesa —dijo, inclinándose ligeramente hacia ella.

—Déjame ir —exigió Hikari con una voz que temblaba tanto de miedo como de furia—. ¡Esto es un error! No tengo nada que ver con lo que tú piensas.

El hombre soltó una carcajada seca. —¿Un error? No, querida, esto es un negocio. Y pronto, alguien pagará muy bien por ti.

Hikari sintió que su estómago se revolvía ante esas palabras. Tragó saliva con dificultad y volvió a sacudir las cuerdas con desesperación.

—No puedes hacerme esto. No puedes... —susurró, su voz rompiéndose.

El hombre la observó con una mezcla de lástima y diversión. —Oh, pero ya está hecho. —Se cruzó de brazos y añadió con un tono casual—. Dentro de unas horas, abordarás un avión.

Hikari dejó de luchar por un instante, mirando al hombre con incredulidad. —¿Un avión?

—Sí. A Tailandia, para ser exactos —dijo, como si hablara del clima—. Allí tendrás un nuevo propósito, algo más acorde con tus habilidades.

El mundo de Hikari pareció detenerse. Las palabras del hombre resonaban en su cabeza como un eco aterrador. ¿Tailandia? ¿Un propósito? Las implicaciones eran claras, y el horror la golpeó con fuerza.

—No... —murmuró, negando con la cabeza mientras sus ojos se llenaban nuevamente de lágrimas—. ¡No puedes hacerme esto!

El hombre la miró con burla, inclinándose hacia ella con una frialdad palpable. —Deja de luchar, princesa. Solo te harás daño. Esto es inevitable, y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ti.

Hikari temblaba de pies a cabeza, pero algo dentro de ella se negó a ceder. Levantó la mirada, fijando sus ojos llenos de furia y determinación en el hombre.

—Takeru no haría esto. No te creo. Él... él me ama —dijo, su voz temblorosa pero firme.

El hombre soltó una carcajada amarga. —¿Amor? ¿Todavía crees en eso? —Se enderezó y comenzó a caminar lentamente alrededor de ella—. El amor no paga deudas, Hikari. No llena bolsillos.

—Estás mintiendo —replicó ella, con el dolor reflejado en su voz—. Takeru jamás me traicionaría.

El hombre se detuvo frente a ella y la miró directamente a los ojos. —Sigue diciéndote eso si quieres, pero pronto lo entenderás. Cuando estés al otro lado del mundo, sirviendo a hombres que ni siquiera hablan tu idioma, sabrás que tu querido Takeru fue quien te puso allí.

Las palabras eran como cuchillos, cortando cualquier esperanza que Hikari intentara mantener viva. Pero incluso en medio de su desesperación, algo dentro de ella se rehusaba a aceptar esa realidad.

—No voy a dejar que esto pase —murmuró, su voz llena de una valentía recién descubierta.

El hombre sonrió con desprecio y se encogió de hombros. —Buena suerte con eso, princesa.

Se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Hikari sola en la penumbra. La puerta se cerró con un estruendo metálico, y el sonido resonó como un recordatorio cruel de su situación.

Hikari respiró hondo, dejando que las lágrimas corrieran libremente por su rostro. No podía quedarse allí. Si Takeru realmente había hecho esto, debía enfrentarlo. Pero primero, tenía que salir. Su mente comenzó a trabajar rápidamente, buscando cualquier posible manera de escapar.

No importaba cuánto le doliera, no se rendiría. No permitiría que nadie la redujera a nada.


La noche era fría, y el eco de los pasos de Takuya resonaba en el pasillo vacío del edificio mientras se dirigía al departamento de Hikari. La preocupación lo envolvía como una nube densa. Habían pasado horas desde que alguien vio a Hikari por última vez en el velorio de Satomi, y él no podía deshacerse de la sensación de que algo andaba terriblemente mal.

Se detuvo frente a la puerta del departamento y sacó la llave de repuesto que Hikari le había dado hace tiempo. Dudó por un momento, su mente dividida entre el deseo de respetar su privacidad y la necesidad de asegurarse de que estaba a salvo.

—Hikari... —murmuró, su voz apagada por la ansiedad.

Finalmente, giró la llave en la cerradura y empujó la puerta. El departamento estaba oscuro y en silencio, lo que no ayudó a calmar sus nervios. Encendió las luces de la sala y miró alrededor. Todo parecía estar en su lugar: los cojines en el sofá, una taza de té olvidada en la mesa de centro, y una chaqueta colgada en el perchero junto a la puerta.

—Hikari, ¿estás aquí? —llamó, pero no hubo respuesta.

Cruzó la sala rápidamente, su corazón latiendo con fuerza. Se dirigió al primer lugar donde pensó que podría estar: su habitación. Golpeó la puerta suavemente antes de abrirla. La cama estaba hecha, y no había señales de que alguien hubiera estado allí recientemente.

—¿Dónde estás? —murmuró para sí mismo, su preocupación transformándose en una sensación de vacío.

Siguió buscando, entrando a la segunda habitación, que Hikari solía usar como oficina. Allí todo estaba ordenado, con su laptop cerrada sobre el escritorio y una pila de libros apilados cuidadosamente al lado. Nada fuera de lo normal.

Finalmente, llegó a la tercera habitación, que Hikari utilizaba como espacio de almacenamiento. Encendió la luz y escaneó el lugar rápidamente. Aunque estaba desordenado, no había ninguna señal de que ella estuviera allí.

La frustración y el miedo comenzaban a apoderarse de él. Salió al pasillo, llamando su nombre más fuerte esta vez.

—¡Hikari! ¡Responde si estás aquí! —Su voz resonó en el departamento vacío.

No hubo respuesta, solo el eco de su propia voz.

Takuya regresó a la sala, su mente dando vueltas. Sacó su teléfono del bolsillo y marcó el número de Hikari. Colocó el teléfono en su oído, esperando con ansiedad, pero después de varios tonos, la llamada fue al buzón de voz.

—Hikari, soy yo. ¿Dónde estás? Por favor, llámame cuando escuches esto. Estoy preocupado —dijo antes de colgar.

Se pasó una mano por el cabello, caminando de un lado a otro en la sala. Intentó llamarla de nuevo, con la misma respuesta.

Marcó el número una vez más, esta vez dejando el altavoz encendido mientras recorría el departamento, como si esperara que el sonido de su teléfono lo guiara hasta ella. Pero no hubo señal alguna.

—Maldita sea... —murmuró, golpeando suavemente la pared con la palma de la mano.

Finalmente, se dejó caer en el sofá, mirando su teléfono como si este pudiera darle respuestas. ¿Dónde podía estar? Había revisado cada rincón del departamento y no había encontrado nada que indicara dónde estaba.

La preocupación se transformó en desesperación. Algo no estaba bien. Hikari nunca desaparecería así sin decirle nada.

Takuya cerró los ojos por un momento, respirando profundamente para calmarse. Luego, tomó su teléfono y marcó otro número, esta vez el de Takeru.


La noche estaba en su punto más tranquilo cuando Mimi y Ryo entraron a la mansión. Las luces cálidas del vestíbulo iluminaban los opulentos detalles del lugar, pero el ambiente entre ambos era frío y tenso. Mimi cerró la puerta tras ellos, intentando ignorar la mirada acusadora de su hermano menor.

—¿Qué demonios fue eso, Mimi? —preguntó Ryo con un tono cortante, su voz resonando en el eco del enorme espacio.

—¿Qué fue qué? —respondió ella con fingida calma, mientras se encaminaba al salón principal con una elegancia que contrastaba con su evidente incomodidad.

Ryo la siguió, claramente sin intención de dejar pasar el tema.

—No me trates como si fuera estúpido. Te vi. —Su voz se elevó ligeramente, cargada de frustración—. ¿Qué hacías con él en ese auto?

Mimi se giró lentamente, enfrentándolo con una expresión firme, pero sus ojos reflejaban cierta inquietud.

—Solo estábamos conversando —respondió, como si fuera lo más natural del mundo.

—¿Conversando? —Ryo dejó escapar una risa incrédula y sarcástica—Ten cuidado, la última vez que me dijiste que solo "conversabas con Yamato" terminaste embarazada...—Comentó— Y de mellizas.

Mimi fulminó con la mirada al chico.

—¡Oye! No me faltes el respeto.

—No te falto. Simplemente te recuerdo la situación. Porque parece como si tuvieras memoria a corto plazo.—Declaró el oji-azul—¡Mimi, ya no soy un niño que cree en eso!

Ella frunció el ceño, cruzándose de brazos en un gesto defensivo.

—Ryo, no tienes derecho a venir aquí y actuar como si fueras mi padre.

—¡Estoy actuando como alguien que te quiere y está preocupado por ti! —replicó él con dureza—. ¿Sabes lo que puede pasar si alguien se entera? ¿Si Yamato descubre la verdad?

—Yamato no sospecha nada —respondió Mimi con firmeza, como si estuviera intentando calmar tanto a Ryo como a sí misma.

—¡Eso es porque confía en Haruna! —Ryo la señaló con un dedo acusador—. Pero, ¿por cuánto tiempo más? Estás jugando un juego peligroso, Mimi.

Ella apretó los labios, desviando la mirada. Sabía que su hermano tenía razón, pero no estaba dispuesta a admitirlo.

—Yo sé lo que estoy haciendo —dijo finalmente, aunque su voz tembló ligeramente.

Ryo bufó y se cruzó de brazos, observándola con escepticismo.

—¿Ah, sí? Porque desde aquí no parece que estés siguiendo un plan. Pareces una adolescente avivando sus hormonas con el chico guapo de la escuela.

La expresión de Mimi cambió de inmediato. Su rostro se endureció, y sus ojos brillaron con una mezcla de indignación y ofensa.

—¡No es eso! —respondió con fuerza, dando un paso hacia él—. ¡No te atrevas a insinuar algo así, Ryo!

—Entonces explícame —dijo él, sin ceder terreno—. ¿Por qué estabas en ese auto con Yamato? ¿Qué parte de tu plan para destruirlo incluye dejar que te bese?

Mimi apretó los puños, tratando de controlar su ira.

—No fue como tú crees —dijo con los dientes apretados—. Todo está bajo control.

Ryo negó con la cabeza, claramente frustrado.

—¿Bajo control? Mimi, regresaste para destruirlo, no para caer en sus brazos. Esto no es un juego. Si sigues así, serás tú quien termine destruida.

El comentario de Ryo la golpeó más fuerte de lo que esperaba. Por un momento, no supo qué responder. Finalmente, tomó aire y lo enfrentó de nuevo.

—No entiendes nada, Ryo. Todo lo que hago, lo hago con una razón.

—¿Y cuál es esa razón? Porque desde aquí parece que has perdido de vista tu propósito.

Mimi se giró con un brillo desafiante en los ojos.

—Quiero destruir el matrimonio de Yamato y Sora —declaró con firmeza—. Ellos dos se encargaron de robarme la vida. Yamato me abandonó, y Sora... ella no tuvo miedo de involucrarse con él, sabiendo que éramos esposos.

Ryo la miró con una mezcla de incredulidad y empatía, pero permaneció en silencio mientras ella continuaba.

—¿Sabes lo que es perderlo todo, Ryo? —su voz se quebró, pero ella mantuvo su postura—. Perdí a Nene, perdí a Izumi... ¡mis hijas! Sora me las quitó, y Yamato dejó que sucediera. ¿Y ahora crees que voy a quedarme quieta?

El silencio entre ellos fue ensordecedor por un momento, roto solo por la respiración entrecortada de Mimi.

—Mimi... —empezó Ryo, pero ella levantó una mano para detenerlo.

—No me detendrás, Ryo. Esto no tiene nada que ver con hormonas ni con tonterías adolescentes. Es justicia. Voy a recuperar lo que es mío, y Yamato y Sora van a pagar por todo lo que me hicieron.

Ryo suspiró, dejando caer los hombros.

—Solo espero que no termines destruyéndote a ti misma en el proceso —murmuró antes de girarse y salir de la habitación, dejando a Mimi sola en su furia contenida.

Ryo no se alejó demasiado antes de detenerse. Giró sobre sus talones y volvió al salón, con los ojos ardiendo de determinación.

—¡No puedo creer que pienses que esto es la única manera! —exclamó, su voz alzándose con frustración.

Mimi lo miró con un ceño fruncido, cruzando los brazos sobre su pecho como si intentara protegerse de sus palabras.

—¿Crees que quiero esto? —replicó, alzando la voz también—. ¿Crees que disfruto estar cerca de él, soportar su arrogancia, sus caricias? ¡Esto no es una elección, Ryo! Es una necesidad.

—No lo creo, Mimi. —Ryo dio un paso adelante, señalándola con un dedo acusador—. Siempre has sido fuerte, siempre has tenido opciones. Pero ahora te estás vendiendo al hombre que te quitó todo. ¿Qué clase de justicia es esa?

Mimi apretó los puños, sus ojos brillando con una mezcla de rabia y dolor.

—¡No entiendes nada! —gritó, su voz quebrándose por un momento—. Yamato no confía en nadie más que en Haruna. Si pierdo esa ventaja, estoy acabada. No hay otro camino.

Ryo negó con la cabeza, completamente incrédulo.

—¿Y qué logras con esto? ¿Qué logras dándote a él? ¡No puedes ganar la partida si juegas según sus reglas, Mimi!

Ella respiró hondo, tratando de controlar las emociones que amenazaban con desbordarse.

—¿Qué sugieres, entonces? —preguntó con sarcasmo—. ¿Que me quede sentada, esperando que todo se solucione mágicamente?

—¡Sugiero que recuerdes quién eres! —exclamó Ryo, golpeando con fuerza la mesa más cercana, haciendo que el sonido resonara en el salón—. Eres Mimi Tachikawa. La mujer que luchó por todo lo que tenía, que no se doblegó ante nada ni nadie. ¿Y ahora me dices que tu única opción es sacrificarte de esta manera?

Las palabras de Ryo golpearon a Mimi como un puñetazo, pero se negó a mostrar debilidad.

—¡No es un sacrificio, es estrategia! —respondió con fiereza—. Cada movimiento que hago es calculado, cada palabra que digo tiene un propósito.

—¿Y qué pasa cuando pierdes más de lo que ganas? —replicó Ryo, su voz más baja pero no menos intensa—. ¿Qué pasa cuando este plan termina por destruirte en lugar de a ellos?

Mimi apretó los labios, pero no podía evitar que sus manos temblaran ligeramente.

—Eso no va a pasar —murmuró, aunque incluso a ella le sonó poco convincente.

Ryo dio un paso hacia ella, sus ojos buscando los suyos con desesperación.

—Mimi, no quiero perderte otra vez —dijo, su voz quebrándose ligeramente—. Perder a nuestra familia fue suficiente. Si sigues por este camino, terminarás tan rota como cuando todo comenzó.

Mimi desvió la mirada, sus emociones amenazando con desbordarse. Pero no podía permitirse flaquear ahora.

—No tengo opción, Ryo —repitió en un susurro—. No hay otra forma de recuperar lo que es mío.

Ryo dejó escapar un suspiro pesado, pasándose una mano por el cabello en un gesto de frustración.

—Siempre hay otra forma, Mimi. Pero necesitas querer buscarla.

Ella no respondió. En lugar de eso, se giró hacia la ventana, mirando hacia la oscuridad de la noche como si buscara respuestas en el vacío.

El silencio entre ellos era ensordecedor, lleno de palabras no dichas y emociones sin resolver. Finalmente, Ryo habló de nuevo, su voz suave pero cargada de determinación.

—Voy a estar aquí para ti, Mimi, incluso si no estás dispuesta a escucharme ahora. Pero, por favor, no te pierdas a ti misma en esta venganza.

Mimi no respondió, pero una lágrima silenciosa rodó por su mejilla mientras el eco de las palabras de Ryo se asentaba en el espacio vacío del salón.

Justo en ese momento, la puerta del salón se abrió, y ambos se giraron al unísono. Koushiro apareció en el umbral, con una expresión de urgencia en su rostro.

—¡Qué bueno que llegaste, Mimi! —exclamó, ignorando la tensión evidente en la sala. No obstante, al ver al oji-azul se sorprendió— Ryo ¿qué haces aquí?

—Vine a verlos.—Respondió el Akiyama— Pero creo que fue mala idea.— Musitó antes de voltear— Que tengan buena noche.


El departamento de Hiroaki Ishida estaba sumida en una tensa calma, como el aire antes de una tormenta. Yamato atravesó los pasillos con pasos firmes y rápidos, sus pensamientos girando en torno a una sola idea: obtener respuestas. Los rumores sobre la desaparición de Hikari se habían extendido rápidamente, y aunque no tenía pruebas concretas, una parte de él sospechaba que su padre, Hiroaki, estaba involucrado.

Al llegar al gran salón, Yamato encontró a su padre sentado en un sillón de cuero oscuro, con un vaso de whisky en la mano. Hiroaki levantó la mirada cuando su hijo entró, pero no mostró ninguna emoción particular.

—Yamato —dijo con su voz profunda y controlada—. Qué sorpresa verte aquí tan tarde.

—No estoy aquí para conversar, padre. —Yamato cerró la puerta detrás de él y se cruzó de brazos—. Necesito respuestas.

Hiroaki arqueó una ceja, manteniendo una expresión serena.

—¿Respuestas? ¿Sobre qué?

—No te hagas el ingenuo. —La voz de Yamato se volvió más grave, casi amenazante—. Hikari está desaparecida.

—¿Hikari?

Yamato asintió: —y tengo razones para creer que tú estás detrás de esto.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Hiroaki tomó un sorbo de su whisky antes de dejar el vaso sobre la mesa cercana.

—¿De verdad crees que tengo algo que ver con eso? —preguntó con calma, aunque había un destello de irritación en sus ojos—. Hikari es la novia de tu hermano. ¿Por qué querría hacerle daño?

Yamato dio un paso hacia él, su mirada intensa y fija.

—¡Tú bien sabes por qué!—Declaró el rubio— Jamás la has aceptado. Ignorando completamente que Hikari es importante para Takeru, y si crees que puedes usarla para controlarlo, entonces no me sorprendería que estuvieras detrás de su desaparición.

Hiroaki se levantó lentamente, mostrando su imponente figura mientras se enfrentaba a su hijo.

—Ten cuidado con tus acusaciones, Yamato. No olvides quién soy.

—¿Y quién eres? —replicó Yamato, sin retroceder ni un milímetro—. ¿Un padre que destruye todo lo que toca? ¿Un hombre que no sabe más que imponer su voluntad, sin importar a quién lastime en el proceso?

Hiroaki frunció el ceño, claramente molesto por las palabras de su hijo.

—Hikari no es de mi interés, Yamato. Si ha desaparecido, deberías buscar en otro lugar. No tengo nada que ver con eso.

—No te creo. —La voz de Yamato era un susurro lleno de ira—. Siempre estás maquinando algo, y no descansaré hasta descubrir qué es.


Takuya marcó el número de Daisuke mientras seguía sentado en el sofá del departamento de Hikari. Cada segundo que pasaba sin saber de ella lo llenaba de más angustia. El tono de llamada sonaba interminable, hasta que finalmente Daisuke respondió con su típica energía despreocupada.

—¡Hey, Takuya! ¿Qué pasa?

—Daisuke —dijo Takuya rápidamente, sin darle tiempo a bromear—. Necesito tu ayuda. ¿Has visto a Hikari?

El tono de Daisuke cambió al instante. —¿Hikari? No, no la he visto. ¿Por qué?

—Desapareció. La última vez que alguien la vio fue en el velorio de Satomi. Pensé que tal vez había pasado por tu casa o que había hablado contigo.

—No, para nada —respondió Daisuke, ahora preocupado—. ¿Por qué? ¿ocurrió algo?

—Solo avísame si escuchas algo, ¿de acuerdo? —dijo Takuya.

—Claro que sí, amigo. Mantenme informado.

Takuya colgó y pasó inmediatamente al siguiente nombre en su lista: Ken. Su mente era un torbellino de pensamientos mientras esperaba que Ken contestara.

—¿Takuya? —Ken respondió con su voz tranquila pero alerta—. ¿Qué sucede?

—Ken, necesito saber si has hablado con Hikari o si la has visto hoy.

—No, no he hablado con ella.—Respondió— ¿Por qué? ¿Ocurrió algo?

Takuya hizo una mueca: —Es que, no la encuentro, fuimos al velorio de la tía de Takeru y desapareció. No me avisó donde iba.

Ken permaneció en silencio por un momento antes de responder: —Eso no es propio de ella. ¿Quieres que investigue algo?

—Por ahora no, solo necesito saber si sabes algo o si se comunica contigo.

—Entendido. Avísame si hay alguna novedad.

Takuya colgó y miró la lista de contactos en su teléfono. Sabía que debía seguir intentando. Marcó el número de Tomoki, quien siempre había sido cercano a Hikari.

—Hola, Takuya —respondió Tomoki con voz somnolienta—. ¿Qué pasa?

—Perdona por llamarte tan tarde, pero es importante. ¿Has visto a Hikari hoy?

—No, no la he visto desde hace días. ¿Por qué?

—Está desaparecida, Tomoki. Nadie sabe dónde está.

—¿Desaparecida? Eso es grave. ¿Quieres que salga a buscarla?

—No, no quiero alarmar a nadie más por ahora. Solo avísame si sabes algo.

—Por supuesto. Espero que la encuentres pronto.

El siguiente número en su lista era el de Ryo. Este contacto era una apuesta, ya que no estaba seguro de cuán en contacto estaban Ryo e Hikari últimamente, pero en ese momento cada pista era crucial.

—¿Takuya? —La voz de Ryo sonaba confusa—. ¿Por qué llamas tan tarde?

—Ryo, ¿has hablado con Hikari hoy?

—No, no he hablado con ella en semanas. ¿Por qué?

—Porque nadie sabe dónde está. Ha desaparecido.

Ryo dejó escapar un suspiro preocupado. —Eso suena mal. ¿Hay algo que pueda hacer?

—Solo avísame si escuchas algo, ¿de acuerdo?

—Claro. Espero que aparezca pronto.

Takuya colgó, sintiendo cómo la preocupación se convertía en un peso insoportable. Había agotado todas las opciones inmediatas. Nadie sabía nada, nadie había visto nada. Miró su teléfono, esperando que alguien llamara con noticias.

Pero el silencio del departamento era ensordecedor, y la incertidumbre seguía carcomiéndolo.

Por último, Takuya marcó el número de Juri, una de las mejores amigas y compañera de trabajo de Hikari. Su esperanza era que, si alguien sabía algo, sería ella.

—Takuya, ¿qué sucede? —preguntó Juri al contestar, su voz teñida de inquietud.

—¿Hikari te ha dicho algo o sabes dónde podría estar?

—No, no he hablado con ella desde ayer. ¿Qué pasó?

—¿E?—Balbuceo el moreno— Es que...no la encuentro y no sé donde está...

Juri se quedó en silencio unos segundos antes de hablar. —Debe estar en el velorio de su novio.

—¿E? S-sí, estábamos, pero de repente desapareció. Ni siquiera Takeru sabe donde está.—Comentó Takuya—Pensé que estaría contigo.

—Conmigo no está.

—¡Rayos!


Takeru no podía dejar de mirar su celular, los dedos tamborileando impacientes sobre la pantalla, marcando una y otra vez el número de Hikari. Cada vez que escuchaba el tono de llamada, su corazón se aceleraba, esperando, deseando que ella contestara. Pero el teléfono seguía sonando en vano. La incertidumbre le carcomía por dentro. Sabía que algo no estaba bien.

Izumi, sentada a su lado, lo observaba con preocupación. No podía ignorar la tensión que se había apoderado de él desde que Hikari había desaparecido en medio del velorio de Satomi. En la quietud de la noche, el silencio entre ambos solo se rompía por el sonido del teléfono de Takeru.

—¿Has encontrado algún rastro de Hikari? —preguntó Izumi con voz baja, pero cargada de inquietud.

Takeru levantó la vista brevemente hacia ella, sacudiendo la cabeza. —No... Takuya me acaba de decir que no está en su departamento. No hay señales de ella en ningún lado. —Su voz era áspera, impregnada de una desesperación que no podía ocultar.

Rika frunció el ceño: —Eso no tiene sentido. No hay forma de que desaparezca así sin más. Se supone que estaba en el velorio ¿no?

El rubio frunció el ceño.

—Takuya ¿ha hablado con sus amigos?—preguntó Rika rápidamente, buscando alguna respuesta, alguna esperanza.

—Ha llamado a todos. Nadie sabe nada. —Takeru apretó el teléfono con más fuerza, el rostro tenso. Llamó de nuevo, esperando que esta vez Hikari respondiera. Pero la llamada se cortó nuevamente, y su frustración se volvió aún más palpable.

Justo en ese momento, Rika, que había estado en silencio, se acercó a Takeru y colocó una mano sobre su hombro. —Takeru, debes estar tranquilo. ¡Pronto aparecerá! —dijo con una sonrisa, tratando de calmarlo. Pero incluso ella sabía que sus palabras no eran suficientes para calmar el torbellino de angustia que Takeru estaba sintiendo.

Sin embargo, él no podía calmarse. No podía descansar. Su preocupación era más grande que cualquier intento de consuelo. Volvió a marcar el número de Hikari, esperando una respuesta que nunca llegaba.

De repente, la puerta principal se abrió con suavidad, y Yamato, el padre de Izumi y Rika, entró en la sala. Cuando vio a Takeru, Izumi y Rika aún despiertos, frunció el ceño, sorprendidos por la situación.

—¿Qué hacen ustedes despiertos a estas horas? —preguntó Yamato, con un tono que reflejaba el cansancio de un largo día. Pensaba que ya era tarde, que todos deberían estar descansando después del velorio de Satomi—¡Deberían estar descansando!

Takeru lo miró con ojos apagados, pero sus palabras salieron precipitadas, llenas de desesperación. —No puedo dormir hermano.

—¿Por qué?— Preguntó el mayor.

—Porque no sé donde está Hikari.

Yamato levantó una ceja, sin comprender del todo. —¿De tu novia?

Takeru asintió rápidamente, incapaz de disimular la tensión en su rostro. —Sí... Hikari. Desapareció. Nadie sabe dónde está. No contesta su teléfono, no está en su departamento. La he llamado mil veces... —su voz se quebró un poco, pero se recuperó rápidamente—. Y nadie sabe nada. Estoy empezando a preocuparme demasiado.

Izumi miró a su padre, luego a Takeru. —Hikari... la novia de Takeru. Desapareció después del velorio. Nadie sabe nada de ella.

Yamato observó la escena en silencio por un momento. Había algo en la mirada de Takeru, algo que dejaba en claro cuán angustiado estaba. Después de todo, a pesar de las complicaciones familiares, Hikari siempre había sido importante para él, y ahora esa ausencia lo estaba consumiendo.

—¿Por qué no descansas un poco? —preguntó Yamato, intentando ofrecer algo de consuelo. Sabía que Takeru no quería oírlo, pero sentía que debía decir algo.

Takeru negó con la cabeza rápidamente, un brillo de desesperación en sus ojos. —No puedo... No hasta saber qué ha pasado con ella. —Dejó escapar un suspiro profundo—. No sé qué hacer si algo le ha pasado.

—Pero ¿has hablado con su familia?

—Con su primo.—Respondió Takeru—Con Takuya. Pero él no sabe nada de ella. Llamó a sus amigos. Revisó el departamento. Pero ¡nada!

Izumi, mirando a su padre, intentó calmar a Takeru. —Padre, deberíamos hacer algo.

Yamato hizo una mueca: —¿Hace cuanto está desaparecida?

—Hace unas horas.—Respondió el menor— Desde las ocho aproximadamente.

—No es mucho tiempo.—Comentó el mayor— Lamentablemente, no hacen búsqueda si no ha superado las veinticuatro horas.

—Pero ¡padre! tú tienes influencias, puedes hacer algo ¿no?— Musitó Rika.

—¡Claro!— Yamato, al ver el dolor y la preocupación en los rostros de sus hijas y de Takeru, asintió lentamente. —Puedo hacer unas llamadas, ver qué se puede hacer.

Takeru, sin embargo, estaba completamente centrado en el teléfono. Volvió a marcar, una vez más, con la esperanza de que esta vez, por fin, Hikari respondiera. Pero la llamada se cortó, y el silencio lo rodeó.

—¿Dónde estás, Hikari? —susurró Takeru, más para sí mismo que para los demás, su voz llena de angustia.

En ese momento, la espera se hacía insoportable. La noche avanzaba, pero Takeru sentía que el tiempo se había detenido por completo, atrapado en una espiral de incertidumbre y miedo.


—¿Discutiste con Ryo?— Preguntó Koushiro.

Mimi asintió.

—Pero ¿por qué?

La castaña movió la cabeza:— Por nada.—Respondió— Temas de nosotros.

Koushiro la observó con desconfianza.

—Dime ¿por qué me citaste con tanta urgencia?— Preguntó la castaña.

El pelirrojo hizo una mueca: —Ocurrió algo grave.

—¿Grave?— Mimi frunció el ceño—¿Qué pasó?

Koushiro se mordió el labio inferior, no sabía si decir esto. Bueno, en realidad si lo sabía, pero era difícil, muy difícil.

—Koushiro ¡dime! ¿qué sucede?— Preguntó la castaña luego de unos minutos de silencio.

El pelirrojo titubeo un poco antes de decir lo siguiente: —¿Recuerdas que veníamos siguiendo los negocios de Hiroaki y descubrimos que mañana zarpará una barcaza?

Mimi asintió.

—Teníamos razón al decir que será utilizado para su trata de...—Se detuvo antes de decirlo— De mujeres.

—Lo sabía.—Mimi rodó los ojos.

—Pero hoy descubrí algo mucho peor.

—¿Peor?

—Hiroaki... va a enviar la "mercancía" mañana. —dijo Koushiro, la angustia evidente en su rostro—. Descubrí algo que... no quería creer, pero es cierto. En ese maldito barco que ha organizado para el tráfico de mujeres... ¡habrá un grupo de mujeres!

Mimi retrocedió un paso, su expresión cambiando de sorpresa a horror mientras asimilaba las palabras de Koushiro. En su interior, una ola de pavor comenzó a formarse, pero antes de que pudiera reaccionar, Koushiro la miró fijamente, su voz aún más grave.

—¡Y dentro de ese grupo de mujeres... estará Hikari!

El aire en la habitación se cortó de inmediato. Mimi sintió como si la tierra bajo sus pies se desmoronara, sus piernas flaqueando. Por un instante, todo a su alrededor pareció desvanecerse. Las palabras de Koushiro resonaban en su cabeza, pero no lograba procesarlas por completo.

—¿Qué...? —la voz de Mimi salió quebrada, su mente tratando de agarrar alguna esperanza que pudiera negar lo que acababa de oír—. ¿Hikari...?

Koushiro asintió, su rostro grave y sus ojos llenos de frustración y miedo. —Sí, lo descubrí mientras investigaba los movimientos de Hiroaki. La capturaron, su plan sigue en pie. Mañana mismo, ella estará en ese barco. ¡Es el peor escenario posible, Mimi!

Mimi no pudo evitar que una lágrima corriera por su mejilla, pero rápidamente la borró con el dorso de su mano. El terror que sentía por Hikari se mezclaba con la impotencia de saber que la situación era mucho más grave de lo que había imaginado. No podía dejar que esto sucediera. No podía permitir que su hermana cayera en las manos de Hiroaki, no ahora.

—¡No puedo creerlo! —exclamó Mimi, casi gritando, su voz teñida de desesperación—. ¡Lo sabía! ¡Sabía que algo como esto iba a pasar!

Koushiro la miró con intensidad, viendo cómo Mimi comenzaba a caminar de un lado a otro, claramente alterada. Se detuvo y la miró fijamente. —Es mucho más grave de lo que pensábamos, Mimi.

—¡Obvio que es grave! Le arruinarán la vida a mujeres. Y a Hikari.— Mimi apretó las manos en puños, su rostro se había endurecido. —No puedo dejar que esto pase. —Su voz, aunque firme, estaba cargada de furia—. No voy a permitir que mi hermana caiga en sus manos. ¡Haré lo que sea necesario para evitarlo!

Koushiro la observó un momento, reconociendo la determinación en sus ojos. Sabía que Mimi no descansaría hasta salvar a Hikari. Pero también entendía que el tiempo apremiaba, y las opciones eran limitadas.

—Tenemos que movernos rápido, Mimi. —dijo, su tono serio—. Hiroaki la tiene presa, no podemos esperar mucho más.

Mimi asintió con firmeza, limpiándose las lágrimas que todavía amenazaban con caer. —¡Tenemos que impedir que haga algo!

El silencio se instaló en la habitación por unos segundos, mientras ambos procesaban la magnitud de lo que estaba sucediendo. Mimi sabía que debía actuar rápido, pero también sabía que esta vez no podía hacerlo sola.

Koushiro asintió rápidamente, reconociendo la urgencia en su voz. —Haré todo lo que pueda, Mimi. Pero no olvides que todo tiene un riesgo. —dijo, mirando a Mimi con firmeza, ofreciéndole su apoyo incondicional.

Mimi, aunque aún devastada, sintió un pequeño alivio al saber que no enfrentaría esta batalla sola. Miró a Koushiro con gratitud y determinación.

—Lo sé, y no lo olvides tú tampoco. ¡Vamos a detener a Hiroaki! ¡Vamos a traer a Hikari de vuelta!

Ambos se miraron, sabiendo que el tiempo se les escapaba, pero también conscientes de que lo único que les quedaba era pelear con todo lo que tenían. La lucha por Hikari había comenzado, y no iban a permitir que el destino la arrojara a la oscuridad sin hacer nada por salvarla.


Hikari luchaba por mantenerse consciente, su mente nublada por el golpe y el miedo que la envolvía. El sujeto que la había secuestrado la arrastraba por un pasillo oscuro, las paredes frías y húmedas rozando su piel mientras avanzaban. Cada paso parecía retumbar en su pecho, cada respiración era más difícil de tomar. A medida que se alejaban del lugar en el que había despertado, Hikari intentaba recordar cómo había llegado hasta allí, pero su mente solo se centraba en una cosa: el terror creciente.

Finalmente, llegaron a una habitación grande, el aire enrarecido y pesado con un olor a humedad y encierro. Hikari parpadeó, sorprendida por lo que vio. La luz tenue de una lámpara colgante iluminaba débilmente la sala, revelando a un grupo de mujeres amarradas y sentadas en el suelo. Algunas estaban sentadas con las piernas dobladas, otras de pie, pero todas parecían exhaustas, sucios y en un estado lamentable. El cabello revuelto, sus rostros marcados por moretones, y sus cuerpos visibles de heridas recientes. El miedo y la desesperación eran palpables en sus ojos, reflejados en las miradas vacías que les daban a Hikari.

La visión la dejó completamente paralizada, y por un momento, las lágrimas se acumularon en sus ojos sin que pudiera detenerlas. No entendía lo que estaba sucediendo, pero una horrible sensación se apoderó de ella, como si hubiera entrado en un lugar del que no podría escapar.

El hombre que la había traído hasta allí, un sujeto vestido de negro con una expresión cruel en su rostro, la empujó hacia adelante y la hizo caminar hacia el centro de la habitación. Las otras mujeres la miraron con ojos llenos de miedo, como si la reconocieran como la nueva víctima que, como ellas, pronto conocería el mismo destino.

Hikari, aterrada, se giró hacia él, intentando reunir fuerzas para hablar. —¿Quiénes son ellas? —preguntó, la voz quebrada por el miedo—. ¿Por qué están aquí?

El sujeto soltó una risa burlona, sus ojos brillando con una malicia oscura. —Ellas, mi querida, son como tú. —Hizo una pausa y miró a su alrededor, como si disfrutara del espectáculo. —Estas mujeres correrán tu mismo destino.

El corazón de Hikari latió con fuerza, y su cuerpo comenzó a temblar. Algo dentro de ella le decía que lo que estaba a punto de escuchar sería aún peor.

—¿Mi mismo destino? —susurró, sin poder creer lo que estaba oyendo, la garganta apretada por el pánico.

El sujeto se acercó a ella, su respiración pesada en su rostro. —Sí. Servir a los hombres.

Las palabras resonaron en su mente como un eco lejano y mortal, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Hikari trató de retroceder, pero la cuerda que le ataba las muñecas la mantenía firme en su lugar, sin poder moverse. La desesperación se apoderó de ella mientras observaba las mujeres que la rodeaban, algunas con los ojos vacíos y otros con un destello de miedo aún presente, como si supieran lo que le esperaba.

—No... —la palabra salió de su boca en un susurro tembloroso, casi como si intentara convencer a su propio corazón de que aún había alguna salida, alguna forma de evitarlo. —¡Esto no puede estar pasando! —gritó, tratando de liberar sus manos, pero solo logró que las cuerdas se apretaran más.

El sujeto dio un paso atrás y se cruzó de brazos, observando la escena como si fuera una película en la que no tenía ningún papel importante. Su risa, una risa fría y vacía, llenó la habitación. —Ya lo verás. —Su voz era cruel, y el tono con el que lo dijo dejaba claro que Hikari no tenía opción.

Las lágrimas comenzaron a caer de sus ojos sin poder controlarlas. No podía comprender lo que estaba pasando, cómo había llegado hasta allí, por qué todo esto estaba sucediendo. El miedo y la impotencia la invadieron completamente. Cada respiración era más pesada, como si el aire estuviera siendo absorbido por la desesperación que la rodeaba. Sus pensamientos se atropellaban, buscando una salida, una razón, algo que pudiera detener todo esto. Pero todo parecía en su contra.

Las otras mujeres la miraban, algunas con una tristeza infinita en sus ojos, otras con una resignación absoluta. Algunas no podían ni levantar la cabeza, sumidas en una especie de parálisis mental. Hikari no entendía cómo podían soportarlo. No entendía cómo podían vivir con eso.

Un sollozo salió de los labios de Hikari. Era demasiado. La angustia la asfixiaba, las lágrimas caían sin cesar mientras su cuerpo temblaba, atrapada en un lugar horrible del que no sabía si alguna vez podría escapar.

La verdad se hacía cada vez más clara, y el miedo la invadió con fuerza. El destino al que la habían condenado no era uno que ella pudiera imaginar en sus peores pesadillas. Y a medida que las otras mujeres la observaban, Hikari entendió, quizás demasiado tarde, que ellas ya no tenían esperanza. Y lo peor de todo era que ella, en algún momento, podría convertirse en una más de ellas.

El sujeto se alejó lentamente, su figura desvaneciéndose en la penumbra. "Es solo cuestión de tiempo", pensó Hikari, antes de caer de rodillas, luchando contra el miedo que la invadía. Sin embargo, en lo profundo de su ser, no dejaba de aferrarse a una pequeña chispa de esperanza, la única que le quedaba. La esperanza de que aún podría escapar, aunque las probabilidades se volvían cada vez más pequeñas.


La noche había caído como un manto oscuro sobre la ciudad, y la soledad de los pasillos del edificio parecía aún más opresiva mientras Takuya recorría cada departamento. Ya llevaba horas tocando puertas, preguntando a cada vecino si habían visto a Hikari, pero la respuesta era siempre la misma: nadie la había visto. La desesperación comenzaba a instalarse en su pecho, pero él no podía rendirse. No podía descansar hasta encontrarla.

Con un suspiro, Takuya llegó al último departamento que le quedaba por revisar. Con las manos temblorosas, tocó el timbre, su mente abarrotada de pensamientos oscuros. El tiempo pasaba rápido y la preocupación por Hikari no hacía más que crecer. Pasaron unos segundos, quizás un minuto, antes de que se oyera el sonido de pasos acercándose detrás de la puerta.

La puerta finalmente se abrió y apareció una chica de cabello largo y oscuro. Takuya la reconoció al instante. Su rostro mostró una mezcla de sorpresa y alivio.

—¿Damar? —preguntó, algo atónito.

Damar levantó la mirada al escuchar su nombre y, al ver quién estaba frente a ella, sus ojos se abrieron con sorpresa.

Justo detrás de Damar, apareció un chico de cabello castaño, con unos ojos grises que observaban a Takuya con curiosidad. Damar se giró hacia él y le dijo, señalando a Takuya.

—¿Takuya?… —respondió ella, desconcertada.

Takuya asintió, sintiéndose un poco nervioso por la situación.

—Hola —dijo, forzando una sonrisa, aunque la preocupación seguía nublando su rostro.

Taiki, con una expresión neutral, observó a Takuya por un momento antes de mirar a su hermana.

—¿Lo conoces? —le preguntó a Damar, curioso.

Damar asintió y, dirigiendo su mirada nuevamente hacia Takuya, le dijo:

—Sí. Taiki, él es Takuya, un amigo de Ryo.—Declaró— Takuya, él es mi hermano Taiki.

—Hola.—Saludó el oji-gris.

—Hola.—Respondió el moreno— Siento molestar, pero necesito su ayuda.

—Dime ¿En qué puedo ayudarte?—Preguntó Damar.

Takuya, aún con el rostro preocupado, respiró hondo antes de hablar. Su voz era baja, pero llena de desesperación.

—Lo siento por molestarlos tan tarde, pero estoy buscando a mi prima, Hikari. Ella lleva mucho tiempo sin aparecer, y estoy realmente preocupado. ¿La han visto por casualidad?

Damar frunció el ceño al escuchar el nombre de Hikari, pero negó lentamente.

—No, no la hemos visto.

Takuya cerró los ojos por un momento, como si tratará de controlar el torrente de emociones que lo invadía.

—¡Rayos!

La frustración se apoderó de él y, sin pensarlo, golpeó la pared cercana con el puño. El sonido resonó en el pasillo vacío, y por un momento, Takuya se quedó allí, con los ojos cerrados, respirando con dificultad. Luego, se dio cuenta de su acción y rápidamente se disculpó.

—Lo siento, no quería hacer ruido. Pero estoy muy preocupado por mi prima. No puedo encontrarla. He tocado todas las puertas, he recorrido el edificio ¡Y nada!

Damar lo miró con compasión, su tono suave pero firme.

—No te preocupes.

Taiki, quien había permanecido en silencio observando, hizo una pregunta que hizo que Takuya lo mirara de inmediato.

—¿Llamaste a la policía? —preguntó con voz grave.

Takuya asintió, su rostro aún tenso.

—Sí, lo hice. Pero me dijeron que no podían hacer nada porque no han pasado veinticuatro horas. No me ayudaron.

Damar, aún mostrando su preocupación, le preguntó:

—¿Y a tus amigos? ¿Los llamaste?

—Sí —respondió Takuya, con un cansancio evidente en su voz—. Llamé a todos mis conocidos. Takeru ha estado buscando también, pero no hemos encontrado nada. ¡Nada!

Taiki, cruzando los brazos, lo miró con seriedad y le hizo otra pregunta.

—¿Has salido a buscar por los alrededores?

Takuya miró al suelo por un momento, respirando profundamente.

—No… —respondió, algo avergonzado—. Primero quería revisar con los vecinos para ver si alguien la había visto. Pero ahora voy a salir a buscar por toda la zona. No tengo más opciones.

Damar, al escuchar esto, lo miró preocupada.

—¿Solo? ¿A estas horas de la noche?

Takuya levantó la mirada y asintió con determinación.

—Sí, no tengo opción. Hikari es mi prima. No puedo quedarme quieto sin saber dónde está.—Declaró— No puedo esperar a que se cumplan las veinticuatro horas para que la policia reaccione.

Fue en ese momento que Taiki, con una expresión decidida, dio un paso adelante.

—No te vamos a dejar ir solo —dijo, con firmeza en su voz—. Es peligroso salir solo a esta hora. Nosotros te ayudaremos a buscarla.

Takuya se sorprendió por la oferta de Taiki y se quedó en silencio por un momento. No quería molestar a nadie más, pero la idea de tener ayuda en su búsqueda era reconfortante.

—No es necesario, de verdad —dijo, intentando rechazar su oferta—. No quiero incomodarlos.

Pero Taiki, sin dudarlo, respondió rápidamente.

—No podemos darle la espalda a un vecino que está pasando por esto. Necesitas ayuda, Takuya. Y como vecinos, es nuestro deber ayudarte. No te vamos a dejar solo.

Damar, mirando a Takuya con una sonrisa comprensiva, añadió:

—Exacto. No estás solo. Vamos a buscarla juntos. Ya que somos vecinos, lo mínimo que podemos hacer es ayudarnos entre todos.

Takuya, con una mezcla de alivio y gratitud, asintió lentamente. El peso en su pecho, aunque aún presente, se sintió un poco más ligero.

—Gracias —dijo, agradecido.


~Al día siguiente~


El parque estaba desierto, sumido en la quietud de la madrugada, con solo el murmullo del viento y el crujir de las hojas secas bajo los pasos de Takuya y sus amigos. Las luces de los faroles apenas iluminaban el camino, pero la preocupación de Takuya estaba tan intensa que ni siquiera la oscuridad podía opacarla. Su rostro estaba pálido, sus ojos enrojecidos por la falta de sueño. Había pasado toda la noche buscando a Hikari, recorriendo cada rincón, llamando su nombre, pero ella seguía desaparecida.

A su alrededor, Ken, Daisuke, Tomoki, Junpei y sus nuevos vecinos, Damar y Taiki, caminaban con él, intentando consolarlo, pero era inútil. Ninguno de ellos podía entender lo que Takuya estaba sintiendo, la incertidumbre que lo devoraba por dentro.

—Takuya, tienes que calmarte —dijo Ken, poniéndole una mano en el hombro—. Hikari aparecerá. Seguro que está bien. Tal vez solo se alejó un poco, pero aparecerá.

—¡No, Ken! —gritó Takuya, su voz llena de angustia. Se apartó rápidamente de la mano de su amigo, dando unos pasos adelante—. No puedo quedarme quieto. ¡No puedo esperar! No hasta encontrarla. ¡No hasta saber que está a salvo!

Daisuke lo miró con tristeza, con esa mezcla de comprensión y frustración que sentía por no poder hacer más.

—Takuya, ya llevas toda la noche buscando. Estás agotado. Si Hikari está en peligro, lo último que necesita es que sigas así. No te ayudará en nada.

—¡No me digas que me calme, Daisuke! ¡No hasta encontrarla! —respondió Takuya, su respiración entrecortada. Miró a su alrededor, como si esperara que Hikari apareciera de repente, que de alguna manera todo fuera una horrible pesadilla—. No sé dónde está. No puedo simplemente dejarla… sin saber si está bien.

—Entiendo tu inquietud.—Musitó Taiki depositando una mano en su hombro— En tu lugar estaría de la misma forma. Pero no ganarás nada perdiendo la calma.

Takuya se mordió el labio inferior intentando tranquilizarse. Aunque esas palabras no le gustaran ¡tenía razón! Perdiendo la calma no lograría nada.

Damar, que había estado en silencio observando, se acercó lentamente a Takuya, su voz suave y tranquila, tratando de suavizar la tormenta en su mente.

—Voy a traerte un café para ti, ¿sí? Te ayudará a despejarte un poco. Tómate un momento para calmarte, solo un poco. —Damar le sonrió levemente, con una mirada que intentaba transmitirle calma.

Takuya no respondió, pero su cuerpo se relajó ligeramente, aunque su mente seguía acelerada.

—Te acompaño.—Musitó Taiki.

Fue así como Damar y Taiki se alejaron en dirección a su edificio.

Takuya simplemente se mantuvo en su lugar con las manos en su cabeza.

En ese preciso momento, un auto verde se detuvo frente al grupo. La puerta se abrió y de él descendieron dos figuras familiares para Takuya: Takeru e Izumi. Ambos se acercaron rápidamente, sus rostros serios, cargados de preocupación.

—Takuya, ¿tienes noticias de Hikari? —preguntó Takeru, su voz grave y tensa. Izumi, a su lado, observaba a Takuya con inquietud, esperando una respuesta.

Takuya movió la cabeza lentamente, con la mirada perdida. No podía decir nada. Nada que calmara su dolor.

—No... no he encontrado nada. —La angustia en su voz era palpable.

En ese momento, la frustración de Takeru alcanzó su límite. Sin decir una palabra más, caminó hacia un árbol cercano y, con toda su fuerza, golpeó el tronco con su puño. Un grito de frustración se escapó de su garganta.

—¡Rayos! —exclamó Takeru, respirando pesadamente. El eco de su golpe resonó en el aire frío de la madrugada.

Izumi rápidamente se acomodó junto a Takuya: —Tranquilo...—Tomó su mano— Estoy segura que ella aparecerá.

—¿Ustedes tienen noticias?— Preguntó el moreno.

La oji-verde negó: —Recorrimos los al rededores del lugar donde está siendo velada mi tía Satomi. Esperando encontrar algo. Pero no la hemos visto.

—¡Nadie sabe nada!— Exclamó Takeru.

Daisuke observó la escena en silencio durante unos segundos, pero su expresión de enojo era clara. No pudo quedarse callado por más tiempo.

—¡Qué clase de novio eres, Takeru! —gritó Daisuke, caminando rápidamente hacia él. Sus ojos estaban llenos de ira y resentimiento. Señaló a Takeru con un dedo tembloroso—. ¡Por tu culpa Hikari está desaparecida! ¿Dónde estabas cuando te necesitaba? ¿Por qué no la protegiste mejor? ¡Eres un pésimo novio!

Takeru, todavía respirando con dificultad por la rabia, se giró hacia Daisuke, sus ojos fijos en los de él, y un destello de enojo apareció en su mirada. Pero antes de que pudiera responder, Izumi intervino, colocándose entre los dos.

—¡Basta! —gritó Izumi, su voz autoritaria, como siempre lo era cuando intentaba calmar una situación—. Daisuke, sabes que no es el momento ni el lugar para esto. Todos estamos preocupados, y Takeru también lo está. Pero no vamos a solucionar nada peleando.

Daisuke, respirando agitado, miró a Takeru una última vez con desprecio y luego se apartó, dándose vuelta para mirar a Takuya, su rostro más relajado, pero todavía lleno de ansiedad.

—Lo siento, Takuya —murmuró, mirando a su amigo con comprensión—. No quería hacer esto más difícil, pero no podía quedarme callado.

Takuya, que había estado callado durante todo el intercambio, levantó la vista finalmente, sus ojos vidriosos por la angustia.

—No... no me importa. Lo único que importa es encontrarla. ¿Dónde está Hikari? —su voz sonó quebrada, pero llena de desesperación.

Los amigos de Takuya intercambiaron miradas, sabiendo que nadie tenía una respuesta, pero todos compartían la misma preocupación.

—Takuya, en mis redes sociales, publiqué una foto de Hikari.—Habló Izumi— Sé que no es mucho pero estarán todos atentos.—Señaló su móvil.

—Muchas gracias.—Respondió el moreno.

—¡Nosotros no podemos hacer mucho! La policía debería ayudar.—Comentó Daisuke.

—No te preocupes por eso.—Comentó la oji-verde— Mi padre tiene un oficial de policia conocido y le rogué que le pidiese que nos ayudara.

—¿Y?

—Aceptó.—Contestó Izumi— Acabó de salir una patrulla a buscarla.

—¿En verdad le pediste a tu padre?— Takuya le preguntó a la oji-verde.

—Sí.—Respondió la rubia—Era lo mínimo que podía hacer.

El moreno sonrió de lado— Muchas gracias.

¡Bip, bip!

El móvil de Izumi sonó.

—Disculpa...—Comentó la rubia— ¿Hola?— Fue así como luego de unos segundos nuevamente habló— ¿Tan pronto?— Musitó— Madre, estamos aquí con Takuya...—Habló— Pero...entiendo que seamos los únicos, pero Nene ¿por qué no está?...Pero, mamá...Okey, está bien.—Declaró— Iré.—Cortó la llamada.

—¿Qué sucedió?— Preguntó Takeru.

—Mi madre nos pide que vayamos, la funeraria ya llegó y, nadie más que ella está en el lugar.—Habló Izumi.

El oji-azul hizo una mueca: —No tengo deseos de ir.

—Yo tampoco.—Respondió la oji-verde— Pero mi madre insiste en que vayamos. Nene, como siempre, sigue con su orgullo estúpido y no fue capaz de llegar.

—No te preocupes Izumi, ve al funeral de tu tía.—Declaró Takuya— Yo me encargaré de seguir buscando a mi prima.

—Pero, Takuya...—Habló la rubia— No quiero dejarte.

El moreno movió su mano: —No te preocupes. Ustedes hicieron bastante, considerando la situación que también están pasando.


El cielo estaba cubierto por una densa capa de nubes grises. Un viento frío recorría el cementerio, haciendo que las hojas secas crujieran bajo los pies de quienes estaban presentes. Pocos. Muy pocos. Sora miraba alrededor, con una mezcla de incredulidad y enojo. ¿Dónde estaban todos? Apenas un puñado de personas había asistido al funeral de Satomi. Una ceremonia tan vacía como injusta.

De pie junto a ella, Izumi no paraba de llorar. Su cuerpo temblaba, y las lágrimas caían sin cesar por su rostro pálido. Se aferraba a un pañuelo, retorciéndolo entre sus manos como si aquello pudiera contener el dolor que sentía. Pero no podía. El aire estaba impregnado de tristeza y silencio, roto únicamente por los sollozos de Izumi.

Sora suspiró profundamente. No sabía qué hacer. Acarició el hombro de Izumi en un gesto de apoyo, aunque sentía que era insuficiente. Esto no debería estar pasando, pensó. Satomi merecía más, mucho más. Merecía ser despedida con amor y respeto, no con este silencio incómodo y la indiferencia de quienes no se habían molestado en aparecer.

Mientras trataba de mantener la compostura, Sora notó que alguien se acercaba. Era un hombre desconocido, vestido con un abrigo largo y oscuro. Caminaba con pasos firmes, su rostro serio. Sora lo observó, extrañada, mientras él llegaba hasta donde estaban. Su figura parecía ajena al escenario, como si no perteneciera ahí, pero su mirada estaba fija en ella.

El hombre se detuvo frente a Sora y, con una voz grave, dijo:

—¿Sora?

Sora frunció el ceño. ¿Quién era este hombre y por qué la buscaba aquí, en este momento?

—Sí, soy yo. —Su tono fue cauteloso—. ¿Quién es usted?

El hombre no respondió de inmediato. En lugar de eso, sacó un sobre blanco del interior de su abrigo y lo extendió hacia ella.

—Esto es para usted. —Su voz era tan firme como su mirada—. Dentro encontrará las respuestas que busca.

Sora miró el sobre, desconfiada. No entendía nada. ¿Qué respuestas? ¿A qué se refería este hombre? Por un instante, dudó en tomarlo, pero finalmente extendió la mano y lo aceptó. El sobre era liviano, pero el simple hecho de sostenerlo hacía que su corazón latiera con fuerza.

—¿Qué es esto? —preguntó, tratando de mantener la calma.

—Es un mensaje.—Respondió el hombre— Pero debe leerlo cuando esté sola en casa.

Sora alzó una ceja sorprendida ante esto y observó el sobre. Observó a su alrededor. Ninguno a su al rededor le prestaba atención. Fue así como guardó el sobre en su cartera.


Mientras tanto en las afueras del cementerio. Hiroaki y Yamato se encontraban esperando a Haruna, quien los había citado ahí.

—¿Sabes por qué Haruna nos citó a hablar?— Preguntó el castaño.

—No lo sé.—Respondió el rubio.

La verdad era que, le sorprendió cuando recibió su llamado, y por un minuto pensó en no ir, ya que, estaba lidiando con la situación de Satomi y la desaparición de la novia de Takeru. No obstante, decidió atender a Haruna porque si lo llamaba de seguro era por algo importante.

Justo en ese minuto se escucharon unos pasos y frente a ellos apareció la mujer castaña, Haruna, vestida con un elegante conjunto negro.

De repente, el sonido de pasos resonó en la oscuridad. Ambos hombres se giraron hacia el origen del ruido y, a contraluz, vieron la figura de Haruna acercándose con elegancia y determinación. Vestía un conjunto negro que resaltaba su porte y su presencia imponente. Su cabello castaño estaba recogido en un moño impecable, y su expresión no dejaba lugar a dudas de que venía con un propósito claro.

—Lamento la espera —dijo Haruna con una leve inclinación de cabeza cuando estuvo lo suficientemente cerca. Su tono era calmado, pero había algo en su mirada que los puso en alerta. —Gracias por venir. Sé que este no es el momento más adecuado, considerando las circunstancias.

Hiroaki se cruzó de brazos, tratando de mantener su compostura. —Más te vale que esto sea importante, Haruna. No tengo tiempo para rodeos. —Su voz era cortante, pero Haruna no pareció inmutarse.

—Siempre directo, señor Hiroaki —respondió ella con una sonrisa fría antes de desviar la mirada hacia Yamato, quien la observaba con una mezcla de curiosidad y cautela. —Yamato, gracias por acompañarlo. Esto también te concierne.

—¿De qué se trata esto? —preguntó Yamato, con el ceño fruncido. Haruna no solía convocarlos sin razón, pero su actitud parecía más seria de lo habitual.

—Disculpen por citarlos, sé que no están en buen momento.—Declaró— Pero es necesario.

Su mirada fría y calculadora no dejaba lugar a dudas: estaba allí para asegurarse de que todo estuviera bajo control. Su reciente alianza comercial con Yamato le otorgaba una posición privilegiada, y, como siempre, Haruna no dudaba en aprovechar cualquier oportunidad para reforzar su poder.

—He escuchado sobre la barcaza que saldrá hoy a la noche—dijo Haruna con voz suave, pero cargada de autoridad. Sus ojos se fijaron en Yamato primero, luego se desvió hacia Hiroaki. Ambos hombres se tensaron al escucharla. Haruna sabía exactamente cómo colocar a los dos en una situación incómoda.

—¿La barcaza? —repitió Hiroaki, intentando mantener su compostura, pero su voz delató una ligera inquietud. Él sabía de qué estaba hablando, pero no esperaba que Haruna se entrometiera en este asunto.

—Sí, esa misma —respondió Haruna sin inmutarse. —Escuché que parte de la mercancía que se transportará es de mi inversión. Quiero asegurarme de que todo esté en orden. No quiero sorpresas de última hora.

Los ojos de Yamato se agrandaron por un momento, y luego, con un nerviosismo apenas disimulado, miró a su padre. Hiroaki frunció el ceño y negó con la cabeza lentamente, un gesto que evidenciaba su desagrado ante la idea de que Haruna estuviera involucrada en algo tan delicado.

—Haruna, no es necesario que te metas en esto —dijo Hiroaki con voz grave. Su tono fue claro, pero no podía evitar que la incomodidad se filtrara en su respuesta.

—Lo es —replicó Haruna con firmeza. Su mirada se endureció y sus labios se curvaron en una leve sonrisa que no llegaba a los ojos. —Están pasando por un momento difícil, dudo que tengan tiempo o cabeza para centrarse en la empresa. Y como su nueva aliada comercial, quiero apoyarlos.

Yamato e Hiroaki intercambiaron miradas.

—Pero además, es importante que verifique que todo esté como se planificó. Ya saben, por razones de seguridad y confianza.

Hiroaki apretó los dientes, claramente incómodo, pero no dijo nada al respecto. Sabía que discutir con Haruna solo provocaría más problemas. Sin embargo, intentaba no ceder. En cambio, Yamato, quien estaba visiblemente tenso, se adelantó, consciente de lo que estaba en juego.

—Haruna tiene razón —intervino Yamato, intentando mantener la calma y, al mismo tiempo, imponerse ante su padre. —Ella es una de nuestras principales accionistas. Tiene todo el derecho de revisar las operaciones. No puedo negárselo.

Hiroaki lo miró con una mirada fulminante, como si hubiera sido atravesado por la furia de un rayo. Su hijo estaba desafiando su autoridad de una manera sutil pero clara. Hiroaki mantenía la fachada de calma, pero su rostro mostraba el desdén que sentía en ese momento.

—¿Por qué no podría? —continuó Yamato, sin ceder ante la mirada de su padre. —Es su derecho, y si este negocio es "mío", entonces ella está dentro de la ecuación. No tengo problema con que venga. Si no hay nada que ocultar, ¿cuál es el problema?

Hiroaki no pudo evitar fruncir el ceño, enfadado por la actitud de su hijo. Sabía muy bien que, aunque Yamato estaba tomando la iniciativa en este asunto, el negocio en realidad era suyo. Hiroaki había sido el cerebro detrás de todo, pero por alguna razón, había decidido hacer que su hijo asumiera la responsabilidad. No era un secreto que Hiroaki prefería mantenerse en las sombras, dirigiendo los hilos desde lejos, mientras su hijo trataba de dar la cara como el líder de la familia.

El silencio se instaló por un momento, pesado, mientras Hiroaki pensaba en cómo responder. Sabía que, al final, no podría detener a Haruna. Su alianza con ella estaba ya cimentada, y sería una imprudencia desafiarla abiertamente. Sin embargo, eso no evitaba que lo estuviera deseando con cada fibra de su ser.

—Está bien —dijo Hiroaki finalmente, con voz cortante. Sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa, pero su tono era calmado, casi resignado. —Pero que sepa que esto es una formalidad. No hay nada de qué preocuparse.

Haruna asintió ligeramente, su expresión imperturbable. Sabía que estaba ganando terreno, y no iba a dejarlo escapar. Aprovechó la oportunidad para dar su último golpe en la conversación.

—Si todo está en orden, no habrá ningún problema. Pero, como siempre, quiero asegurarme de que todo se maneje de la manera correcta. Después de todo, este negocio debería ser tan importante para ustedes como lo es para mí. —Sus ojos se posaron en Hiroaki, sin ningún rastro de piedad. —¿Verdad, Hiroaki?

El hombre se quedó en silencio, una chispa de molestia reflejada en su rostro, pero no dijo nada más. Sabía que no podía salir de esta sin ceder, al menos no sin consecuencias que preferiría evitar.

—Claro —respondió, finalmente, con un tono que no disimulaba su incomodidad. —Haz lo que necesites, Haruna. Todo está bajo control.

Haruna se levantó lentamente de su asiento, con una sonrisa fría en sus labios. —Entonces, nos veremos en la tarde. —dijo, sin esperar respuesta. —Espero que todo esté como debería. No me decepciones.

Con una última mirada a los dos hombres, Haruna giró sobre sus talones y se dirigió hacia la puerta, dejando a Yamato y Hiroaki con la sensación de que las cartas ya estaban echadas.

La tensión en el aire era palpable. Ambos hombres se quedaron en silencio, observando cómo la puerta se cerraba tras ella. Hiroaki no pudo evitar lanzar una mirada furiosa a su hijo, quien lo observaba sin remordimientos.

—Esto no es bueno —dijo Hiroaki, con la voz entre dientes. —Haruna está metiéndose más de lo que deberíamos permitirle.

Yamato se cruzó de brazos, su mirada dura, pero sin perder su serenidad. —Haruna tiene sus propios intereses.

—No juegues con fuego, Yamato.

—¿Por qué?— Preguntó el rubio— Acaso ¿hay algo en esa entrega que quieres esconder?

Hiroaki frunció el ceño ante esto.

—No me digas que habrá parte de tus negocios sucios dentro.—Musitó el rubio— No me extrañaría que así fuera ¿e?

—¡Cállate!— Exclamó el castaño— ¡Y metete en tus asuntos!

Yamato se cruzó de brazos: —¡Dime!— Exclamó— En esa barcaza harás otro de tus negocios truchos ¿no?

Hiroaki apretó su puño: —¡Sí!—Respondió— Lo hay...—Declaró—¿Algún problema con eso?

El rubio también apretó su puño— ¡Lo sabía!— Exclamó entre dientes.

—¿De qué te sirve confirmarlo?—Preguntó el castaño— Después de todo, no puedes hacer nada al respecto.

Yamato frunció el ceño ante esto.

¿Eso creía su padre?

—Ahora que Haruna pidió ir, tendrás que encargarte ¡tú mismo! de que todo salga bien.

—¿Por qué?

No quería ser cómplice de esto.

—Porque, como tú dijiste, todo está a tu nombre, si algo ocurre ¡será tu culpa!—Habló—Así que encárgate en que todo esté bajo control.

El rubio no respondió de inmediato. En su mente, las piezas seguían encajando cada vez ¡Más a su favor!


La noche envolvía el puerto en una densa oscuridad, rota solo por las luces parpadeantes de las grúas y el reflejo del agua tranquila. La gran barcaza de la empresa Ishida reposaba, imponente, como un titán listo para zarpar hacia su destino. Yamato e Haruna caminaban hacia ella, sus pasos resonando contra el metal oxidado del muelle.

—Es impresionante, Yamato —dijo Haruna, mirando la barcaza con una mezcla de admiración y sospecha—. No sabía que manejabas operaciones de esta magnitud.

—Hay muchas cosas que no sabes —respondió Yamato con una sonrisa cautelosa, intentando mantener su tono neutral mientras su mirada escaneaba el entorno.

Subieron por la rampa principal hasta el nivel superior de la barcaza, donde enormes contenedores y cajas estaban alineados en filas organizadas. Yamato comenzó a mostrarle la mercancía, explicando los detalles técnicos y los beneficios económicos de la operación.

—Todo esto es gracias a tu inversión —dijo Yamato, deteniéndose frente a una pila de cajas marcadas con logotipos falsos—. Sin tu ayuda, no habríamos podido expandirnos tan rápido.

Haruna asintió, pero sus ojos estaban fijos en cada detalle, buscando algo que confirmara sus sospechas.

—¿Y qué hay allí? —preguntó, señalando una puerta metálica al fondo del nivel principal.

El rubio se tensó ligeramente, pero se recompuso rápidamente.

—Nada importante —respondió, intentando sonar casual—. Solo un área de almacenamiento menor.

—¿Nada importante? —repitió Haruna con una ceja levantada.

Yamato asintió y caminó hacia otro sector, esperando desviar su atención.

—Sí, ven, te mostraré algo más interesante.

Haruna lo siguió, pero con la cámara de su celular discretamente apuntando hacia la puerta metálica. En otro lugar, Koushiro observaba la transmisión en tiempo real desde su monitor, tomando nota de cada movimiento y grabando las imágenes.

—Todo parece muy bien organizado, Yamato —comentó Haruna mientras continuaban explorando—. Pero, ¿podemos bajar al nivel inferior?

Yamato negó con la cabeza sin detenerse.

—No es necesario. Ese nivel ya está asegurado para el envío. Además, la barcaza está programada para zarpar en poco tiempo. Necesitamos salir antes de que eso ocurra.

—¿Por qué tan apresurado? —insistió Haruna, pero no recibió respuesta.

Mientras Yamato seguía adelante, Haruna aprovechó un momento para deslizar un pequeño dispositivo explosivo en la base de una puerta cerrada, asegurándose de que no fuera visible. Luego, apresuró el paso para alcanzarlo.

En el segundo piso, Yamato señaló unas cajas que contenían lo que describió como "productos de lujo" mientras intentaba mantener la conversación en un tono ligero.

Sin embargo, justo cuando estaban a punto de terminar el recorrido, el teléfono de Yamato sonó. Se apartó unos pasos para responder, hablando en un tono bajo.

—Es hora de salir —anunció después de colgar—. No podemos quedarnos más tiempo.

Haruna asintió con aparente calma, siguiendo sus pasos hacia la salida. Pero apenas habían llegado al muelle cuando un fuerte sonido retumbó detrás de ellos. Ambos se detuvieron, y Yamato giró rápidamente hacia la barcaza.

—¿Qué demonios fue eso? —gruñó antes de correr de regreso al lugar.

Haruna lo siguió a cierta distancia, cuidando que su expresión no revelara nada.

Cuando Yamato llegó al nivel inferior, encontró una escena de caos absoluto. Llamas comenzaban a devorar las puertas metálicas, y el humo se extendía rápidamente por el área. Los trabajadores gritaban órdenes confusas mientras intentaban apagar el fuego.

—¡Alarma a todos! —gritó Yamato, su voz resonando en el espacio cavernoso—. ¡Incendio! ¡Evacúen la barcaza!

En medio del caos, Haruna se quedó quieta, observando cómo todo se desmoronaba. Su mirada se encontró con la de Yamato por un instante, y aunque el rubio parecía estar demasiado concentrado en la situación para notar algo extraño, Haruna sintió una mezcla de triunfo y peligro.

Mientras el fuego crecía y las sirenas comenzaban a sonar a lo lejos, Haruna salió del lugar, disimulando su apremio. En otro lugar, Koushiro sonreía mientras observaba cómo las llamas iluminaban la pantalla de su computadora. El plan había funcionado.


La barcaza seguía en llamas en algunos sectores, pero los equipos de emergencia y los empleados de la empresa Ishida ya habían tomado control de la situación, apagando el fuego mientras el caos se extendía por los alrededores. Entre el humo y las sombras, una figura completamente vestida de negro, con el rostro cubierto y unos pupilentes verdes que brillaban como dos esmeraldas en la penumbra, se movía con cautela. Koushiro Izumi, irreconocible en esta nueva faceta, observaba desde las alturas cómo los hombres cargaban mercancía y trataban de ocultar las irregularidades.

Bajó silenciosamente por una escotilla lateral, esquivando a los trabajadores. El lugar al que debía llegar estaba marcado en su mente: la puerta metálica que Haruna había grabado con su cámara. Se movió con precisión, evitando cualquier ruido innecesario, hasta llegar al pasillo que conducía al área cerrada.

Ahí estaba la puerta, imponente y sellada con una clave de seguridad. Koushiro sacó un dispositivo pequeño pero sofisticado de su mochila, conectándolo al panel de acceso. El aparato comenzó a trabajar, emitiendo un leve zumbido mientras descifraba el código.

De repente, pasos fuertes resonaron detrás de él. Koushiro se escondió rápidamente en una esquina oscura, conteniendo la respiración. Por el pasillo apareció Shuu Kido, acompañado únicamente por un hombre vestido de negro que parecía su guardaespaldas personal. Koushiro frunció el ceño al reconocer al hombre, un rostro que jamás habría imaginado en un lugar como este.

Shuu, con un aire de superioridad, se acercó al panel de la puerta y marcó el código con rapidez. La puerta se abrió, revelando un escenario desgarrador. Koushiro esperó unos segundos antes de deslizarse tras ellos, aprovechando su distracción.

El interior era un enorme cuarto iluminado con una luz tenue y sucia. Las paredes estaban cubiertas de manchas, y el aire era sofocante. Decenas de mujeres estaban allí, sentadas o acurrucadas en el suelo, con rostros llenos de miedo y cuerpos marcados por el abuso y la desesperación.

Koushiro recorrió el lugar con la mirada hasta que algo lo paralizó. Entre las mujeres reconoció una figura familiar: Hikari. Su corazón dio un vuelco, pero mantuvo el control. No podía darse el lujo de perder la compostura en ese momento.

—No se alteren —la voz de Shuu resonó, atrayendo la atención de todas las mujeres—. Hubo algunos inconvenientes en la barcaza, pero estarán bien. Al menos estarán bien hasta llegar a su destino.

El tono burlón de Shuu hizo que varias mujeres se abrazaran entre ellas, sollozando en silencio. Koushiro, escondido detrás de una pila de cajas, apretó los puños al escuchar esas palabras.

—Ahora bien… —continuó Shuu mientras paseaba la mirada por las mujeres—. ¿Quién será la afortunada esta noche?

Su mirada se detuvo en una joven de cabello oscuro y ojos llorosos.

—Tú —dijo, señalándola con un dedo.

La joven retrocedió aterrorizada, negando con la cabeza.

—No, por favor… no.

—No hagas esto más difícil de lo que ya es —murmuró Shuu con una sonrisa maliciosa.

El hombre de negro que lo acompañaba se acercó a la joven, tomándola del brazo. Ella se resistió con todas sus fuerzas, gritando y llorando.

—¡Déjenme! ¡Por favor, no!

Los gritos desgarradores de la mujer resonaron en la sala mientras era arrastrada hacia una habitación contigua. Shuu abrió la puerta y entró, seguido por su subordinado, quien empujó a la mujer dentro y cerró detrás de él.

Koushiro, escondido en las sombras, sintió un nudo en el estómago. Su mente analizaba rápidamente las opciones: debía actuar, pero sin alertar a los demás. No podía permitirse un error. Inspiró profundamente, sus ojos verdes brillando con determinación. La misión estaba lejos de terminar, pero sabía que tenía que salvarlas a todas, empezando por Hikari.

El ambiente en la sala era denso, cargado de miedo y desesperación. Las mujeres mantenían la cabeza baja, intentando no atraer atención, pero los sollozos quedos llenaban el aire. En medio de la tensión, Koushiro apareció desde las sombras, moviéndose con sigilo hacia Hikari. La joven estaba sentada en un rincón, abrazándose a sí misma, perdida en su propio terror.

Koushiro se acercó, se arrodilló frente a ella, con el rostro cubierto y sus ojos verdes brillando a través de los pupilentes.

—Hikari...—murmuró con voz baja pero firme.

Ella alzó la mirada, y el miedo en sus ojos se intensificó al ver a un extraño tan cerca. Retrocedió, temblando.

—¡No me toques! —gritó, intentando alejarse.

—Tranquila, no voy a hacerte daño —respondió Koushiro, levantando las manos en señal de paz.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —preguntó ella con la voz rota, sus ojos buscando desesperadamente una salida.

—Hikari, soy Koushiro. He venido a sacarte de aquí.

Ella lo miró, desconfiada.

—¿Sacarme de aquí? No… no te creo. Esto es un truco más, como los otros.

—¡No es un truco! —insistió él, con la voz más firme pero aún controlada—. Por favor, confía en mí.

Hikari negó con la cabeza, sollozando.

—No puedo… no puedo confiar en nadie aquí.

Koushiro dio un paso más cerca, bajando la voz para no alertar a nadie.

—Sé que tienes miedo. Pero si no vienes conmigo ahora, ellos… —Su voz se quebró un poco al señalar hacia la habitación donde Shuu había entrado momentos antes—. No voy a dejar que te hagan daño, Hikari.

Antes de que pudiera decir algo más, la puerta metálica se abrió de golpe. El subordinado de Shuu salió, observando a Koushiro con desconfianza.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con brusquedad, mirando a Hikari y luego fijándose en Koushiro.

El pelirrojo sintió cómo su cuerpo se tensaba, pero rápidamente compuso su postura. Con voz fingidamente autoritaria, respondió:

—El señor Ishida ordenó que esta mujer sea llevada con él. Está preocupado por el incendio y no quiere que su mejor mercancía corra peligro.

El hombre lo miró con ojos entrecerrados, evaluando sus palabras.

—¿El señor Ishida? —preguntó, aún desconfiado—. No he recibido esa orden.

Koushiro mantuvo la compostura.

—La orden fue dada directamente. ¿Quieres ser tú quien lo contradiga?

El hombre titubeó, aún desconfiando, pero finalmente asintió con un gruñido.

—Llévatela entonces, pero que no se arme más problemas.

Koushiro asintió, tomando a Hikari del brazo con firmeza pero sin lastimarla. Ella comenzó a gritar, luchando para liberarse.

—¡No! ¡Déjenme! ¡No voy contigo!

—Tranquila —murmuró Koushiro, mientras la sujetaba con cuidado—. Por favor, confía en mí.

Hikari continuó gritando, pero el subordinado no pareció alarmarse, probablemente acostumbrado a tales reacciones.

—Hazla callar antes de que venga alguien más —advirtió el hombre, alejándose hacia la habitación donde estaba Shuu.

Koushiro comenzó a caminar rápidamente con Hikari, susurrándole:

—Hikari, por favor, necesito que me escuches. Haruna Anderson está esperándote. Esto no es una trampa, es tu única oportunidad de salir de aquí.

Ella dejó de forcejear un poco, mirándolo con ojos llenos de lágrimas.

—¿Haruna Anderson? —susurró, insegura.

—Sí. Vamos, no hay tiempo.

Koushiro la guio hacia la salida, el corazón latiéndole con fuerza mientras escuchaba el bullicio alrededor de la barcaza. Sabía que aún no estaban fuera de peligro, pero lo más difícil ya estaba hecho: había recuperado a Hikari. Ahora, solo quedaba llevarla a salvo.


El incendio comenzó a descontrolarse rápidamente, y la barcaza, antes una estructura imponente de acero y madera, ahora parecía una jaula de fuego. Las llamas ascendían por las paredes metálicas, el humo envolvía todo, y el sonido de la angustia de los trabajadores se mezclaba con el rugir del fuego. En medio de este caos, Yamato y Haruna avanzaban por el pasillo, mientras él trataba de mantener la calma y urgir a todos a evacuar rápidamente.

—¡Tenemos que salir de aquí, Haruna! —dijo Yamato, mirando a su alrededor con una preocupación palpable en sus ojos. Aunque su voz sonaba firme, no podía evitar sentirse presionado por la situación. Los minutos contaban, y cada segundo que pasaban allí aumentaba el riesgo.

Pero Haruna, a pesar del caos, no mostraba el mismo nivel de prisa. Sabía que este era su momento, y no iba a dejarlo escapar tan fácilmente. Mientras él miraba al fuego, evaluando la situación, ella hizo su movimiento. Con un rápido gesto, torció su pie de forma dramática y cayó de rodillas al suelo, emitiendo un grito de dolor que resonó en el aire.

—¡Ay! —exclamó, como si el dolor fuera más de lo que podía soportar. Su rostro se arrugó de forma exagerada, y sus ojos se llenaron de falsa angustia.

Yamato, al escuchar su grito, giró sobre sus talones instantáneamente. El pánico lo invadió momentáneamente, y sin pensarlo, corrió hacia ella, su mirada fija en su rostro preocupado.

—¡Haruna! —dijo con voz grave y apurada. Se agachó rápidamente a su lado, y sus manos, fuertes y protectoras, la levantaron del suelo con destreza, asegurándose de que no cayera de nuevo. —¿Te has hecho daño? ¿Puedes caminar?

El toque de sus manos, firmes pero suaves al mismo tiempo, la hizo tensarse un poco. Haruna notó la cercanía de su cuerpo, su calor, y la forma en que su mano rodeaba su brazo con una protección casi instintiva. En ese momento, algo en el aire cambió, una especie de electricidad que aumentaba la tensión entre ellos. El dolor fingido en su pie desapareció por un segundo, reemplazado por una sensación inexplicable de cercanía.

—No sé… —murmuró Haruna, fingiéndose débil y mirando hacia abajo, como si no pudiera soportar el peso de su propio cuerpo—. Creo que no puedo caminar. Está demasiado dolorido.

Yamato, con su rostro ahora más cerca del suyo, la observó detenidamente, con la preocupación pintada en sus ojos. La proximidad de su cuerpo hizo que el aire entre ellos se volviera más denso, casi incómodo. Haruna podía sentir su respiración cerca, su calor envolviéndola, y por un momento, se detuvo.

—Te llevaré, no te preocupes. —respondió él, más suave ahora, pero con un tono de urgencia, mientras la levantaba más cerca de él para apoyarla.

La fragancia de su perfume le llegó a Haruna, y por un instante se permitió cerrar los ojos, como si estuviera absorbiendo cada detalle de ese contacto. El calor de su mano en su brazo y el peso de su cuerpo junto al suyo creaban una sensación extraña y cautivadora.

—No… —dijo Haruna con una ligera mueca, sintiendo cómo el deseo de mantener la calma frente a él luchaba con el impulso de ceder al momento—. No puedo, Yamato… Estoy tan… tan débil.

Yamato la miró, sus ojos profundos reflejando la preocupación, pero también algo más. Una mirada que duró un segundo más de lo necesario, como si él mismo estuviera siendo afectado por la cercanía. Sin embargo, su expresión se endureció rápidamente, y su voz volvió a ser firme.

—Lo entiendo, no te preocupes, nos vamos ahora mismo. —dijo, sin apartar los ojos de ella mientras la tomaba con más fuerza, asegurándose de que no cayera.

Haruna sintió cómo su mano la sostenía más firmemente, pero al mismo tiempo, la cercanía de su rostro, sus labios cerca de su oído, la hizo sentir una pequeña chispa de confusión. Un leve rubor se coló en su rostro, aunque se apresuró a mantener su expresión neutral, sabiendo que esta situación no debía desviarse por ninguna distracción.

—Gracias, Yamato… —susurró suavemente, sabiendo que su voz parecía más quebrada de lo que pretendía, mientras sentía el latido acelerado en su pecho. Su corazón golpeaba con fuerza, y no sabía si era por el peligro que los rodeaba o por la tensión palpable que entre ellos se había formado.

Yamato la miró por un momento más, como si estuviera asegurándose de que estaría bien, y luego comenzó a caminar, aún sosteniéndola cerca. Haruna, con el cuerpo en tensión, se permitió distraerse por un segundo, mientras avanzaban hacia la salida. Sabía que tenía que seguir adelante, pero el calor de su proximidad seguía ardiendo en su mente, como una llamarada que no podía apagar.

Era un instante breve, pero suficiente para que ambos sintieran algo que no sabían cómo manejar en medio de tanta urgencia.


Koushiro caminaba rápidamente, sosteniendo a Hikari de la mano y manteniéndola lo más cerca posible. Los gritos y el caos reinaban en la barcaza: pasos apresurados resonaban por los pasillos, puertas golpeaban, y el aire estaba impregnado de miedo. Koushiro intentaba ser discreto, pero sabía que cada paso lo acercaba más al peligro.

—Tranquila, estamos saliendo de aquí —susurró, aunque sabía que sus palabras difícilmente aliviarían el terror de Hikari.

De repente, al girar una esquina, se encontraron con Kouji Minamoto y un hombre de negro. El pelirrojo sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Kouji los observó con el ceño fruncido, claramente desconfiado.

—¿Qué están haciendo? —preguntó Kouji con voz autoritaria, cruzándose de brazos.

Koushiro tomó aire, intentando mantener la calma.

—Llevo a Hikari al señor Ishida. Es una orden directa.

Kouji levantó una ceja, sorprendido.

—¿Al señor Ishida?

—Así es —respondió Koushiro con seguridad fingida—. Hiroaki ordenó llevarla debido al riesgo del incendio. Quiere que esté a salvo.

Kouji soltó una risa corta y seca.

—¿Hiroaki? —repitió con incredulidad—. Eso es extraño, porque Hiroaki no está en este barco.

Koushiro tragó saliva, su mente trabajando frenéticamente.

—Es una orden de más arriba —insistió, tratando de sonar convincente.

Kouji lo miró fijamente, su expresión cargada de escepticismo.

—Yo no tengo información de eso —dijo, y luego, con un movimiento brusco, extendió la mano hacia Hikari—. Dámela.

Al escuchar esas palabras, Hikari sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.

—¡No, por favor, no! —exclamó, aferrándose a Koushiro.

Koushiro pasó la mirada de Hikari a Kouji, claramente atrapado en una encrucijada. Sus dedos apretaron ligeramente el brazo de la joven, pero no podía hacer ningún movimiento que lo delatara.

—Dámela.

Al escuchar esas palabras Hikari sintió el verdadero terror.

¡No, por favor, no!

Koushiro pasó su mirada por la castaña.

Kouji frunció el ceño: —¿Me has escuchado? ¿verdad?

El padre de Akari dudó mucho en "qué hacer" sus dedos presionaron suavemente el brazo de la hermana de Taichi. Cualquier paso en falso levantaría sospechas, hecho que no podía permitir.

El Minamoto simplemente rodó los ojos y sin piedad, agarró fuertemente del brazo a Hikari alejándola del pelirrojo disfrazado.

—¡Auch! — Exclamó la castaña ante la brusquedad del oji-azul.

—¡Vamos! — Exigió Kouji.

¿Qué?

—No, por favor, no. —Rogó.

Kouji rodó los ojos y dirigió su mirada a su acompañante: —Ren, encárgate de las demás. Junto a este sujeto.—Señaló a Koushiro— Yo me encargaré de esta chica.

—¡No, por favor!— Exclamó la castaña.

—¡Vamos! — El Minamoto alzó la voz y jaló de la chica.

Hikari no tuvo opción, comenzó a caminar, no sin antes dirigir una mirada de miedo a Koushiro mientras se alejaba del lugar siendo jalada por Kouji.

El pelirrojo verdaderamente se sintió entre la espada y la pared.


Kouji avanzaba con paso firme, arrastrando a Hikari tras él. La joven luchaba contra su destino, su cuerpo temblando de miedo, y sus palabras salían entrecortadas, llenas de desesperación.

—No, por favor, no…—Rogó Hikari— Kouji…

El Minamoto simplemente continúo caminando. Bastante fastidiado por la voz de la chica.

—¡Por favor! ¡Ten piedad! — Exclamó la castaña mientras intentaba zafarse de su agarre.

Kouji rodó los ojos: —¡Camina! — Exigió.

—No…—Las lágrimas caían sin cesar por el rostro de Hikari— No nos hagas esto a Takeru y a mí. —Imploró.

—Silencio.

La castaña negó: — Sé que mi primo y tú han tenido problemas, Kouji, pero no quiero que…

—¡Ya basta! — Exclamó Kouji y soltó bruscamente a Hikari del brazo—¡Cierra la boca! Si sigues gritando nos encontraran fácilmente.

La castaña se detuvo.

—Dime ¿quieres escapas, sí o no?

¿Qué?

Esto sorprendió a la prima de Takuya.

—¿Escapar?

—Sí…—Respondió Kouji— Escapar ¿eso quieres? ¿no?

Sí, eso quería

Hikari asintió.

—Entonces ¡cállate! Y sigue caminando. — Respondió el Minamoto.

~Día anterior~

—Hay algo más.—Añadió Kouji.

—¿Más?

El Minamoto asintió y le dio un sorbo a su café antes de hablar: —Sé que no es el momento, pero la operación veinte está en proceso.

"La operación veinte"

Esto sorprendió a Yamato quien lo observó sorprendido.

—¿En proceso?— Cuestionó el rubio.

—Tenías razón.—Declaró el Minamoto— La barcaza que zarpará mañana con el "material" comercializado de Hiroaki irá con parte de las modelos...—musitó— Como esperábamos, Hiroaki esperaría a que la conmoción de su desaparición menguara para sacarlas de Japón.

Yamato se mordió el labio inferior y apretó su puño.

—Justo hoy...—Comentó.

Es como si, todo se hubiera alineado.

—Curiosamente, Satomi murió hoy.—Habló Kouji—Mucha coincidencia ¿no?

Sí, demasiada.

Con más fuerzas apretó su puño.

—Tenemos que hacernos cargo.—Declaró el rubio— Lo antes posible.

El Minamoto asintió: —¿Crees que podrás hacerlo?— Preguntó—Considerando que tienes que lidiar con esto.

Yamato se mordió el labio inferior y dirigió su mirada hacia Izumi que ingresaba al lugar, evidentemente estaba sufriendo y daría lo que fuera por estar a su lado, pero...Tenía trabajo que hacer.

—Tenemos que hacerlo.

~Actualidad~

Fue así como Kouji arrinconó a la castaña mientras observaba a todos lados y le entregó un pasamontañas junto a una ropa negra: —¡Colócate esto!


La barcaza, aún en medio del caos del incendio, era un refugio de tensión y adrenalina. Yamato y Haruna habían logrado alejarse de la multitud, pero el camino hacia la salida era peligroso y lleno de obstáculos. La situación seguía siendo crítica, pero Haruna, como siempre, se mantenía serena, mostrando una calma que contrastaba con el nerviosismo palpable de Yamato.

El griterío y el humo a su alrededor apenas llegaban a sus oídos, pues ambos estaban demasiado centrados en lo que ocurría entre ellos. Mientras avanzaban por el pasillo, Haruna, fingiendo debilidad, cojeó de forma deliberada, haciendo que Yamato la mirara con una creciente preocupación.

—Ay, Yamato... —dijo, llevándose una mano al pie, haciendo una mueca de dolor exagerada.

Él la observó de inmediato, deteniéndose y mirando su rostro preocupado.

—¿Qué pasa? —preguntó rápidamente, agachándose para ver qué había ocurrido.

Haruna levantó el pie y lo puso frente a él, con una expresión de falsa incomodidad.

—Creo que me he torcido el pie, no sé qué hacer... —dijo con voz delicada, su tono lleno de un pequeño quejido, aunque en realidad no sentía nada.

Yamato se agachó aún más, observando su pie con una mirada meticulosa, como si estuviera decidiendo qué hacer. No se atrevió a dudar ni un segundo, ya que la situación de peligro seguía siendo real, pero la imagen de Haruna con su expresión vulnerable lo desarmaba por completo.

—Voy a ayudarte —dijo sin pensarlo, con un tono firme y seguro. Lentamente, se acercó para retirarle el zapato con suavidad, sintiendo la textura del mismo al deslizarlo. Un escalofrío recorrió su cuerpo, aunque trató de mantener la calma. Sus manos tocaban la piel de Haruna, el contacto accidental provocando una sensación cálida y repentina que no podía ignorar.

Haruna observó el gesto, disfrutando de la atención que él le brindaba. Aunque su pie no le dolía, el simple hecho de que Yamato se acercara de esa manera, tocando su piel con tanta delicadeza, la hacía sentir una extraña mezcla de emociones.

—¡Ay, no es necesario, Yamato! Estoy bien, en serio... —dijo, en un tono juguetón, mientras levantaba la mano para detenerlo.

Yamato la miró a los ojos, casi sin pensar. Había una complicidad en su mirada que lo hacía sentirse más cerca de ella de lo que jamás había imaginado. Y aunque sabía que debía seguir adelante, se quedó un instante más observando su rostro.

—¿Segura? —preguntó, con la ceja ligeramente arqueada, pero su tono era suave, casi dubitativo, como si buscara una excusa para seguir con el contacto.

Haruna sonrió, disfrutando del pequeño juego entre ambos.

—Sí, seguro. Pero igual, gracias —dijo, aunque sus ojos no dejaban de brillar con una mezcla de diversión y algo más.

Yamato no parecía convencido, y su expresión se tornó un tanto más seria.

—De todas formas, deberíamos ir a una clínica o algo. Es mejor que te revisen, Haruna. No me gusta verte así. —sus palabras estaban cargadas de una preocupación genuina, aunque él no quería admitir lo mucho que eso lo afectaba.

Haruna soltó una pequeña risa, manteniendo la sonrisa coqueta, mientras su mirada se mantenía fija en él, en sus ojos profundos.

—¡Siempre tan preocupado por mí! —dijo, su tono lleno de dulzura y diversión.

Yamato la observó, y por un momento se quedó estático. No era la primera vez que Haruna le lanzaba un comentario así, pero ahora había algo en su tono que lo hizo sentirse un poco incómodo.

Haruna aprovechó el momento para acercarse ligeramente más a él. Con una mano, sin previo aviso, depositó su palma en la mejilla de Yamato, acariciando su piel de manera casi imperceptible. Su toque era suave y ligera, pero la cercanía entre ellos se hizo tangible de inmediato.

Yamato, sorprendido por su gesto, alzó la mirada hacia ella. Había algo en la forma en que sus ojos brillaban, algo en la manera en que su rostro se acercaba lentamente al suyo que lo hizo perder el aliento por un segundo.

—Me siento alagada, Yamato. —dijo Haruna, su voz mucho más suave, casi susurrante—. Es raro ver a alguien como tú tan atento, tan... preocupado por mí.

El rubor empezó a apoderarse de las mejillas de Yamato, y por un momento, su usual confianza desapareció. No sabía qué hacer con esa mirada de Haruna, tan cercana y llena de un extraño brillo. Respiró hondo, tratando de recuperar su compostura.

—No te sientas alagada, Haruna —dijo, algo avergonzado, con un tono ligeramente más bajo—. Es lo menos que puedo hacer, sabes... siempre he estado aquí para... ayudarte.

Haruna sonrió, notando el leve rubor que aparecía en su rostro, algo que rara vez veía en él.

—Eres buena persona, Yamato —dijo, disfrutando de cada palabra, mientras sus dedos seguían rozando su mejilla, como si el contacto fuera algo natural, algo que ambos debían hacer en ese instante.

Yamato, sin saber cómo reaccionar, apartó un poco la mirada, intentando mantener la compostura, pero al mismo tiempo, notaba cómo sus pensamientos comenzaban a dispersarse por completo.

—No lo soy. Al menos, no según mi familia —respondió, un tanto incómodo, pero sin dejar de notar el pequeño destello en los ojos de Haruna.

Ella lo miró con una sonrisa traviesa, acercándose un poco más, hasta que sus rostros estaban casi al nivel, las respiraciones de ambos se hicieron más notorias, el espacio entre ellos se redujo a casi nada.

—Bueno, tal vez Sora no te valora como deberían... —dijo, su voz ahora más suave, casi como un susurro—. Pero yo sí, Yamato. Yo sí.

Yamato no sabía cómo responder a eso. Cada palabra de Haruna, cada gesto, lo estaba llevando más allá de lo que había imaginado. Pero no podía resistirse. El brillo en sus ojos lo atrapaba, y a pesar de las circunstancias, sentía una chispa de algo mucho más profundo y peligroso, algo que no estaba dispuesto a admitir.

Haruna, viendo su reacción, aprovechó el momento. Sin pensarlo demasiado, sonrió con una mezcla de diversión y seducción, disfrutando de la tensión palpable entre ellos.

El momento era agradable.

¡Bip, bip!

Pero el móvil de Yamato los interrumpió.

—Perdón.—Musitó el rubio antes de sacar su smartphone y observar la pantalla.

(De: Kouji Minamoto)
Se logró. Apresúrate en venir.

Yamato alzó las cejas sorprendido.

Luego otro mensaje sonó pero esta vez para Mimi.

¡Bip, bip!

Mimi observó su smartphone

(De: Koushiro Izumi)
Mimi ¡perdimos! No pude salvar a Hikari.

¡Oh no! Pensó Mimi ante esto.


"No podemos darle la espalda" Destaqué esa frase porque en Digimon Fusión (Xros Wars) en la traducción español latino es el lema de Taiki "No puedo darle la espalda" Taiki tiene ese mecanismo de ayudar a todo aquel que lo necesita y eso es algo que mantener en esta historia, porque es la esencia de del personaje, Taiki.

BethANDCourt: ¡Hola! Sí, llegaste super temprano, me sorprendió cuando vi que comentaste dije ¡Wow! Eso si fue flash. Mimi lo hizo con toda la intención de enloquecer a Satomi (así como lo hicieron con ella) y lo logró. Sí, algo así, murió por "exceso de drogas" pronto vamos a saber si es por eso o por otra cosa Jajajaj Si creíste que le diría la verdad entonces ¡logré mi objetivo! quería que tuviesen miedo de que hablara más de la cuenta. Pero la idea era que no alcanzara a decirlo, como bien dices, las pobres niñas de Yamato no han tenido descanso todavía no es momento de que sepan la verdad. ¡Sí! ¡al fin! besó a Takuya. Todos sabemos que él es para ella, pero no sé si lo verá, ya veremos que ocurre. Jajaja Damar simple es...dice lo que siente...jajaja tiene sus ocurrencias y son divertidas. Sobretodo cuando trata de Rika (Damar la use en mi trilogía y con Rika tenían sus momentos divertidos. Me gustó la dinámica así que voy a mantener esa dinámica en esta historia) Con respecto a Mimi y su hija ¡Uh! Sí, se dijo que es mujer, pero puede que no, como puede que sí. Pero existe una variedad de opciones jajaja no daré spoiler. Ya sabremos si está viva o no. Es bueno que te vuelvas loca con las teorías jajaja significa que estoy logrando mi objetivo jaja ¡Sí! Rika no es hija ¡menos mal! Al menos, ahora podemos con un Ryuki bueno, ya veremos que ocurre. Espero que estés disfrutando la historia. Muchas gracias por tomarte el tiempo de leerla y compartir tus comentarios. Espero que sigas acompañándome en este viaje. Te envío un abrazo enorme.