En esa fría tarde de invierno, Draco, cansado de su culpa, decidió ir a la biblioteca a buscar algún libro, hechizo o poción que lo ayudara a cumplir con la misión suicida que habían puesto en sus manos. El brazo izquierdo le quemaba, recordándole que el tiempo corría más en su contra. ¿Cómo pudo ser tan idiota de aceptar ser parte de esa absurda guerra que se avecinaba? Dos veranos atrás seguía creyendo en la pureza de la sangre y otras estupideces con las que había sido criado, pensando que era el ideal correcto. Sin embargo, ahora, lleno de dolor y remordimiento, entendía que, al final, la guerra era absurda y que la sangre en todos era de un mismo color... roja.

—Todos tenemos la sangre escarlata, no importa si somos magos o muggles —susurró para sí mismo mientras entraba a la biblioteca, llevando consigo un permiso de Snape para acceder a la sección prohibida.

Sin muchas palabras, le entregó la nota a Madame Pince. Ella respondió con un:

—Señor Malfoy, está abierta. Acabo de dejar unos libros, así que puede ir —luego de leer la nota.

Draco simplemente asintió y se encaminó en silencio hacia esa sección que podía darle respuestas, pero también un silencio y soledad que le ayudarían a aclarar sus ideas. Sin esperar más tiempo, decidió buscar en cada libro alguna forma de cumplir su misión o terminar con su destino. Al final, él no era lo suficientemente cruel como para asesinar a alguien a sangre fría.

—¿Hubiera sido mi vida más fácil de no ser un Slytherin? — se preguntó, pensando en cómo las etiquetas lo habían moldeado. Sus pensamientos se desviaron, inevitables, hacia ella. Granger. La misma chica a quien había insultado con comentarios hirientes desde el primer curso por el hecho de ser una "sangre sucia". Solo pensar en llamarla así de nuevo le revolvía el estómago. La valiente Gryffindor que siempre estaba dispuesta a ayudar. Y la única que había tenido el valor de enfrentarlo, incluso físicamente, sin temer a las consecuencias. La misma de la que estaba enamorado desde cuarto año. Aunque se demoró en admitirlo, algo había cambiado, y ahora ella compartía parte de sus desvelos.

— Imbécil —, se susurró. Sólo pensarlo le provocaba una mezcla de vergüenza y tristeza. No recordaba cómo ni cuándo había cambiado tanto su percepción de ella, pero desde quinto curso era incapaz de mirarla del mismo modo. —. Aunque me gusta creer que, si hubiéramos sido amigos, y ella no me habría permitido hacer esta locura.

Sumido en sus pensamientos y en el análisis de viejos hechizos anotados en pergaminos ajados, no llegó a notar que otra persona había entrado en la sala y se sentaba en una esquina a leer un libro que había traído consigo. Tampoco notó que esa persona tenía los ojos rojos e hinchados de tanto llorar. Hermione, por su parte, estaba tan concentrada en no pensar en nada —en especial en ese pelirrojo que ahora andaba de amores con Lavender— que tampoco notó al joven que tanto le causaba curiosidad ese año escolar, ubicado a algunos metros de ella.

El destino, en su inquebrantable ironía, decidió que, precisamente ese día tan frío de invierno, muchos alumnos pasaran más tiempo de lo usual en la biblioteca, lo que provocó que Madame Pince tuviera un extenuante día con estudiantes revoltosos. Tan agotada quedó que olvidó por completo que dos de los mejores estudiantes de sexto año de Hogwarts seguían allí. Cerró la sección prohibida con la llave que siempre llevaba consigo y, por precaución, agregó un hechizo extra para evitar que algún torpe estudiante entrara a buscar lo que no se le había perdido antes de retirarse a dormir.

Lo curioso del tiempo es que puede moverse de formas distintas dependiendo de lo que hagamos. Algún físico dijo una vez que el tiempo era relativo y que para unos una hora podida sentirse eterna y para otras un diminuto espacio en el tiempo. En el caso de este par, que estaba sumido en sus burbujas de tristeza, no notaron que la biblioteca estaba cerrada hasta después de varias horas, cuando el frío de la noche acarició sus mejillas. Fue en ese momento cuando Draco decidió cerrar el último libro que había tomado, colocarlo junto a los demás y, resignado al no encontrar soluciones, y acercarse a la puerta con la intención de irse a cenar. Su sorpresa fue mayúscula al notar que estaba cerrada.

—¿Pero qué rayos? —dijo mientras empujaba la puerta con fuerza, haciendo que su acompañante saliera abruptamente de su burbuja.

—¿Quién está ahí? —preguntó una voz que hizo que Draco se enderezara y girara con sorpresa. De todas las personas que alguna vez pensó encontrar ahí, ella era la última de la lista.

—Lumos —susurró Hermione, iluminando el rostro de quien estaba con ella. Su sorpresa fue evidente al reconocerlo—. ¿Malfoy?

—Hola, Granger —dijo Draco con un tono cansado y sin deseos de discutir. Ella lo notó y le agradeció con la mirada haciendo una especie de tregua silenciosa mientras él continuaba—. Así que también estás atrapada aquí.

Hermione no respondió; en su lugar, se acercó a la puerta, ignorándolo por completo, lo que molestó bastante a Draco. Antes de que pudiera replicar algo, ella susurró un "Alohomora" para intentar destrabar la cerradura. Claramente, solo estaba intentando ayudar, pero, para desgracia de ambos, el hechizo no funcionó.

Observándola más de cerca, Draco notó que su mirada estaba cansada y triste, como si hubiera llorado mucho por algo o por alguien haciendo que su enojo se disipe tan rápido como apareció.

—Hola, Malfoy —dijo Hermione luego de unos segundos—. Perdón por no saludar. Y sí, tienes razón, estamos encerrados en este lugar.

—¿Por qué no funcionó el hechizo? —preguntó Draco, confundido.

—Esta vez le puso un hechizo extra a la cerradura —suspiró Hermione, dejando entrever que no era la primera vez que le ocurría—. Así que estaremos aquí —hizo una pausa para mirar su reloj— unas siete horas. Yo que tú me pondría cómodo, porque será una larga noche.

—¿No vendrán tus amigos a buscarte? —preguntó Draco, sin emoción alguna. Hermione negó con la cabeza mientras regresaba a su lugar y tomaba su libro.

— Harry, Ron tienen practica junto con Ginny que quizás sea la única que realmente note mi ausencia —. Añade mientras retoma su lectura.

—Si tú fueras mi amiga y supiera que estás perdida, lo primero que haría sería buscarte por todos lados.

Draco notó cómo las mejillas de Hermione se tornaron levemente rosadas, aunque ella escondió su rostro en el libro y susurró muy bajo:

—Qué malo que no seas mi amigo.

Pero él sí escuchó esas palabras, y un malestar que no había sentido en mucho tiempo lo invadió. Era una rabia dirigida hacia Potter y Weasley, y esta vez era por ser tan desgraciados con Hermione.

—¿Qué hay de los tuyos? —preguntó entonces Hermione. Draco también negó con la cabeza.

—¿Ellos saben que estás aquí? —vuelve a negar. —¿Es que no les importa?
—Granger, a diferencia de ti, yo ya no tengo amigos —dice con tristeza en sus ojos—. El único en el cual quizás pueda confiar está lidiando con sus propios demonios como para preocuparle por algo tan absurdo.

—¿Hablas de Nott, ¿verdad? —la pregunta sorprende a Malfoy—. He visto que casi siempre estás solo a no ser que estés hablando con él. Creo que Zabini y Parkinson se preocupan por ti, pero decidieron darte tu espacio.

Draco queda en silencio por la observación tan clara de Hermione. ¿Desde cuándo ella lo observaba? ¿Se habrá dado cuenta de que él también la observa en silencio y sabe de sus sentimientos por el pobretón que ni le presta atención? Solo pensar en él hace que su enojo se eleve, y no se da cuenta de que Hermione lo observa sacando la errónea conclusión de que se molestó porque ella sabe tanto de su vida.

—Disculpa, no fue mi intención observarte tanto —dice, sacándolo de sus pensamientos—. Es que ha sido extraño este sexto grado, y el hecho de que ya no te metas conmigo o me pongas nombres hirientes es muy confuso. Siento que hago esto mal, pero no tengo la suficiente cercanía para preguntar qué es o si te puedo ayudar.

—¿Me ayudarías aun siendo el hijo de puta que siempre he sido? —pregunta Malfoy sorprendido, mientras Hermione asiente.

—¿Por qué?

—Porque es lo correcto —responde Hermione con una obviedad que le roba el aliento a Malfoy mientras cierra el libro y lo deja a un lado—. Nunca he creído que seas una mala persona, sino una persona a la que se le ha inculcado algo como la pureza de la sangre, y le es difícil ver más allá de eso. —Malfoy no responde, y Hermione continúa—. He visto cómo te preocupas por tus amigos y, aunque me has hecho la vida imposible desde primer grado, jamás he visto que realmente desees lastimar a alguien. Cuando te rompí la nariz en tercer grado, pudiste golpearme o hacerme daño, pero no lo hiciste.

—No lo hice porque me apuntabas con la varita en el rostro mientras me sangraba la nariz. —Ese recuerdo le genera un mal sabor de boca a Draco—. Entonces, ¿cómo explicas que la tenga contra ti todo el tiempo? —pregunta Malfoy, molesto al ver que ella ha podido ver cosas que nadie más ha hecho.

—Hay varios motivos, pero los que tengo en mente son que tú lo haces para molestarme por ser hija de muggles y porque piensas que es divertido. Lo otro es que sé que eres el segundo mejor de nuestra generación, y tengo el mal presentimiento de que tu padre te recuerda constantemente que la mejor alumna es una "sangre sucia". —Una sensación de asco se apodera de Draco al escucharla llamarse así—. Y tercero... —toma una bocanada de aire antes de continuar—. Que realmente seas un hijo de puta, como dices. Pero me niego a creer eso.

—Deberías dejar de ver lo mejor de las personas todo el tiempo —dice Malfoy mientras se sienta a su lado. Él puede notar que Hermione solo se mueve un poco para darle espacio y que se acomode mejor en esa esquina sin observarlo.

—No todos son redimibles.

—Eso lo sé —dice ella con un suspiro—. Pero también sé que no puedo juzgar a un libro por su portada.

Él no responde y se queda allí, observándola. Viendo cómo recoge el libro que dejó a un lado y retoma la lectura. Sus ojos están enfocados en el libro mientras unos suaves mechones de pelo cubren parte de su rostro. Sus mejillas están un poco sonrosadas, y puede notar unos pocos lunares en su nariz, como esos que salen cuando pasas mucho tiempo al sol en el verano. Sus pequeñas manos sostienen el libro con delicadeza, mientras sus labios se mueven a la par con sus ojos. Era extraño, pero, por primera vez desde que había terminado quinto grado, su mente atormentada se sentía en paz. Es entonces cuando nota que no está leyendo un libro de ninguna asignatura, sino un libro muggle. No quiere interrumpirla y simplemente se estira un poco para ver el nombre del libro: Orgullo y Prejuicio. Extrañamente, ese libro se le hacía familiar. ¿De dónde lo había escuchado?

—¿De qué se trata el libro? —pregunta Draco, y ella lo observa curiosa—. Sé que lo he oído antes, pero no recuerdo dónde.

—Es una novela de Jane Austen. Una autora inglesa muy famosa —responde Hermione, y Draco le hace señas de que continúe—. Se trata de la historia de Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy. Toda la trama se desarrolla basada en el orgullo y el prejuicio que se tienen el uno al otro, y cómo afecta su relación y a los demás a su alrededor.

—Prácticamente nuestra historia —susurra, haciendo que Hermione se sonroje porque, claramente, él no sabe cómo termina el libro—. Espera, dijiste Jane Austen. —Hermione asiente—. Mi madre tiene todos sus libros, creo que uno o dos de ellos son de primera edición, heredados por uno de sus tíos abuelos. Por eso me suena el libro, debí haberlo visto en su biblioteca en algún momento.

—¿Tu madre lee literatura muggle? —pregunta sorprendida y observa cómo Draco frunce el ceño—. Disculpa, lo que quería decir es que no sabía que los magos leyeran libros de muggles.

—Granger, a diferencia de mi padre, mi madre tiene una afición por la literatura en general. De hecho, mi madre fue premio anual de su generación —dice con una pequeña sonrisa llena de orgullo que Hermione no pasa por alto—. Ella es la razón por la que leo tanto. Desde pequeño me leyó libros como Moby Dick, El Señor de los Anillos, Las Crónicas de Narnia y mi favorito, El Conde de Montecristo. Mi madre me dijo una vez que, aunque los muggles no tuvieran magia, tenían una imaginación que llenaba cada página de ella —dijo Draco, apoyando la cabeza contra la estantería y cerrando los ojos por un momento.

Hermione lo observó en silencio, sorprendida por la revelación. Era extraño pensar en Draco Malfoy, el arrogante Slytherin que siempre había sido una espina en su costado, como un niño pequeño escuchando atentamente las historias de su madre. Por primera vez, sintió que entendía un poco más a la persona detrás de la máscara de frialdad que siempre llevaba puesta, en especial ese año.

Debe ser increíble tener la primera edición de esos libros. – Dice Hermione sonriendo.

—Ni tanto. Aún no tengo permitido tocar algunos porque debo tener mayor madurez para valorar dicha literatura –responde Draco con un ligero puchero, haciendo que Hermione, por primera vez en todo ese gris día que ha tenido, riera con genuina felicidad. Draco, por su parte, siente perder el aliento al saber que ella se siente cómoda a su lado.

—Disculpa –dice ella después de un momento, al ver la expresión de Draco–, pero la idea de que tu madre no te deje leerlos por miedo a que los rompas es hilarante.

—¿Disfrutas y gozas del sufrimiento de este lector empedernido, Granger? –dice Draco fingiendo molestia y provocando que ambos se rían como no lo habían hecho en días. Como dos viejos amigos que pasan el día juntos.

—Es un libro muy bueno –dijo Hermione en voz baja, regresando la mirada a sus páginas–. Elizabeth es increíblemente inteligente y terca… y Darcy, bueno… él tiene un largo camino por recorrer para dejar atrás sus prejuicios.

Draco soltó una leve risa, llena de ironía.

—Suena demasiado familiar, ¿no crees?

Hermione sonrió levemente, pero no responde. Ambos volvieron al silencio; el único sonido en la biblioteca era el crujido ocasional de las velas que aún iluminaban débilmente la estancia.

Después de unos minutos, Draco habló de nuevo.

—Granger... ¿por qué estabas llorando?

Hermione se tensó. No esperaba que él lo notara.

Hermione tomó aire profundamente, como si intentara encontrar las palabras adecuadas, pero la respuesta parecía atrapada en su garganta. Finalmente, cerró el libro con suavidad y lo sostuvo entre sus manos, mirando la portada como si pudiera encontrar consuelo en ella.

—No es nada... –murmuró, evitando su mirada. Draco ladeó la cabeza, observándola con detenimiento.
—Granger, si fuera "nada", no estarías aquí sola en medio de la noche, con los ojos rojos de tanto llorar.

Hermione apretó los labios con fuerza, sintiéndose expuesta. No estaba segura de por qué Draco Malfoy, de todas las personas, estaba mostrando interés en su bienestar. Tal vez era el cansancio o la soledad, pero de pronto sintió la necesidad de desahogarse.

—Es solo... –su voz tembló levemente–. A veces, todo se vuelve demasiado. Los estudios, las expectativas... el amor no correspondido… –Se detuvo, sintiendo cómo su pecho se apretaba–. Siento que tengo que ser fuerte todo el tiempo, para todos. Y hay momentos en los que simplemente... no puedo más.

Draco no dijo nada por un momento. Se limitó a observarla, como si estuviera debatiendo qué decir. Luego, con una voz más suave de lo que Hermione jamás había escuchado de él, murmuró:
—No tienes que ser fuerte todo el tiempo, Granger.

Hermione levantó la vista, sorprendida.

—¿Qué?

Draco se encogió de hombros, desviando la mirada hacia los lomos de los libros frente a él. —Digo... a veces es agotador intentar serlo, ¿no? –Pasó una mano por su cabello–. Créeme, lo sé.

Por un instante, sus ojos se encontraron, y Hermione vio algo en los de Draco que no esperaba: comprensión.

Un pequeño y casi imperceptible alivio se deslizó por su pecho.

—Gracias, Malfoy.

Él solo asintió, como si entendiera que esas dos palabras significaban más de lo que parecían.

Y así, en la tranquilidad de la biblioteca, ambos permanecieron en silencio, encontrando un extraño consuelo en la compañía inesperada del otro.

—¿Entonces qué haces cuando esta situación de estar atrapada en este lugar lleno de libros viejos? –pregunta Draco –. Sé que no es la primera y dudo que sea la última vez que esto ocurra.

—Usualmente leo y como algo –esto último sorprende a Draco. ¿Granger comiendo en la biblioteca? Jamás pensó que un día así pudiera llegar–. La primera vez olvidé cenar y tuve mucha hambre –en ese momento ella recuerda algo y se pone de pie para ir a uno de los estantes de libros antiguos de historia que casi nadie lee y saca algo del estante de más abajo. Cuál es la sorpresa de Draco al ver una gran manta negra con una pequeña bolsa en su mano–. Gracias por recordarme que tengo suministros.

—Son pocos para dos personas, podemos llamar a un elfo que nos traiga comida –dice Draco, viendo la pequeña bolsa, y de repente recuerda algo–. Llamemos a uno para que nos ayude a salir.

—Esta área está protegida contra apariciones de cualquier criatura mágica –dice con una sonrisa triste–. Otras cosas que descubrí por la experiencia –le pasa la bolsa a Draco y extiende la manta mientras se sienta un poco más cerca de él para que ambos puedan quedar bajo ella, haciéndolo sonrojar, aunque ella no lo nota–. En la bolsa tengo algunas golosinas muggles y algo de Honeydukes.

Él observa los dulces muggles y decide comer uno de ellos. Es una simple barra de chocolate con avellanas, pero extrañamente le sabe bien. No sabía si era por el hambre o la compañía que tenía al lado. Hermione, por su parte, tomó una rana de chocolate y unas galletas. Y comieron en silencio, uno que extrañamente fue bastante agradable para los dos. No eran amigos, pero esa tregua no verbal que habían hecho al ver la situación en la que estaban les hizo entender que la compañía del otro era realmente confortante.

Cuando Hermione termina de comer, decide retomar la lectura mientras Draco la observa un tiempo. Luego comienza a aburrirse y recuerda que tiene un pequeño frasco en su bolsillo que quizá pueda darle valor para acercarse a ella.

—Granger.

Ella solo susurra un "sí", y él continúa:

—Me aburro. Juguemos a algo.

—Está bien –dice ella, cerrando el libro y dejándolo a un lado, porque, para ser honesta, llevaba tiempo sin prestarle atención a las páginas y solo se concentraba en los sonidos que hacía Draco–. ¿Qué propones?

—Juguemos a preguntas y respuestas –ella lo observa con confusión y él continúa–. Vamos a preguntar y el otro responde. –Pero antes de que Hermione diga algo, saca un frasco del bolsillo de su pantalón y se lo entrega a ella–. Y esto hará que no mintamos.

—¿Sabes hacer un Veritaserum? –pregunta sorprendida, viendo el frasco en sus manos.

—Sabía que lo reconocerías al instante –dice, haciéndola sonrojar–. Sí, aprendí a prepararlo este verano... –Frunce el ceño al recordar el motivo por el que tuvo que aprenderlo–. En fin, con esto estaremos seguros de que ninguno mentirá.

—Me parece –dice Hermione–, pero hay que poner reglas. –Draco solo voltea los ojos al ver cómo Hermione quita la magia del juego–. Solo vamos a hablar de nosotros y nada que ver con la guerra o bandos, solo dos personas queriéndose conocer.

—No está tan mal la idea –admite él.

—Bien, Malfoy, hasta el fondo –dice mientras bebe la mitad del frasco y se lo pasa, y Draco no duda en terminarlo.

—¿Tú crees que ya funciona? —pregunta Hermione al cabo de un rato.

—Hay que intentarlo —dice Draco—. Bien, digamos algo que no seremos capaces de decir en público —de repente observa a Hermione y le dice—. Di algo que jamás me dirías.

—En el baile de los Tres Magos, te veías tan elegante que pensé en ti como si fueras el Sr. Darcy y deseé que fuéramos amigos para bailar una pieza juntos —dice Hermione, poniendo sus manos sobre su boca al darse cuenta de lo que acaba de decir.

—Cuando me enteré de que lo que le había pasado a Edgecombe el año pasado fue gracias a una maldición que habías puesto en un pergamino que ella firmó, me sentí terriblemente orgulloso de ver que, al final de cuentas, Hermione Granger sí tenía un poco de Slytherin en su corazón —dice Draco rápidamente, fingiendo desinterés ante la confesión de Hermione y haciéndola sonreír con orgullo por sus palabras.

—Se lo merecía por soplona —susurra ella en voz baja.

—Concuerdo contigo —responde Draco con una media sonrisa—. Bueno, al parecer funciona bien. Entonces, te concedo los honores, Granger, dado que el efecto es quizá de aproximadamente una hora, ya que lo dividimos entre los dos.

En ese momento, ninguno de los dos entendía con certeza qué verdades acerca del uno al otro saldrían a la luz y cómo se verían afectados por ellas.