Las noches en Konohagakure solían ser tranquilas. El canto de los grillos flotaba en el aire y la brisa nocturna remolinaba las hojas de los árboles, esparciendo el aroma de la tierra húmeda por toda la aldea más poderosa de las naciones elementales.
Pero esta noche… no era como las demás.
Las pisadas resonaban en los techos. Sombras veloces surcaban el cielo estrellado, deslizándose entre las azoteas con la urgencia de un incendio descontrolado. Las luces de las casas se encendieron una tras otra, como si la aldea despertara de un sueño para sumirse en una pesadilla. Nadie entendía lo que ocurría, pero la atmósfera estaba impregnada de tensión.
Desde la torre del Hokage, las puertas se abrieron con un golpe seco. El anciano Tercer Hokage emergió con su escuadrón Anbu, su andar más frenético y urgente de lo que muchos habían presenciado antes.
—¡Neko! —ordenó con voz firme—. Informa de la situación a todos los Jōnin que encuentres en el camino y evita que cualquier ninja de rango menor a Chūnin abandone los muros de la aldea.
—¡Hai, Hokage-sama! —respondió el Anbu enmascarado como un gato antes de desaparecer en un remolino de hojas.
El Hokage dirigió una mirada severa a su escuadrón.
—¡El resto, conmigo! ¡Nos dirigimos a las afueras de Konoha! ¡No podemos perder más tiempo!
Las calles de la aldea, usualmente resguardadas solo por patrullas ocasionales, se llenaron de ninjas en cuestión de minutos. Chūnin organizados recorrían los callejones y tejados en perfecta sincronía, sus miradas agudas escaneando cada rincón en busca de algo… o alguien.
Entre ellos estaba Iruka.
—¿Sabes qué es lo que está pasando? —preguntó a uno de sus compañeros sin apartar la vista del horizonte.
El otro ninja, sin detener su vigilancia, respondió con voz grave:
—Robaron el Pergamino Prohibido de la Torre del Hokage.
Iruka sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Ese pergamino no está protegido por un escuadrón completo de Anbu? ¿Quién podría haberlo logrado?
—Dicen que fue Uzumaki Naruto.
El silencio entre ellos se volvió espeso, como si el aire mismo se hubiera detenido por la incredulidad.
—Nadie sabe por qué lo hizo, pero el Hokage ha prohibido que cualquier ninja menor a Jōnin abandone la aldea —continuó el Chūnin con tono sombrío.
Los ojos de Iruka se abrieron de par en par.
—¿Naruto hizo qué? —su exclamación rompió la quietud de la azotea. Sus compañeros parecían igual de sorprendidos, pero la incertidumbre en sus rostros delataba que ninguno sabía cómo reaccionar.
—No sabemos cómo lo hizo, pero si logró burlar a los Anbu… no podemos subestimarlo.
Las palabras quedaron flotando en el aire, como una advertencia silenciosa.
Iruka frunció el ceño. Su mente repasó los acontecimientos del día: Naruto no había aprobado el examen de graduación… su clon de academia había sido un desastre. Iruka sabía lo frustrado que estaba, pero… ¿sería esta su forma de rebelarse?
Tal vez debería haber escuchado a Mizuki…
Sus pensamientos se detuvieron abruptamente.
Mizuki.
Iruka sintió un mal presentimiento apoderarse de su pecho, como un frío gélido que se filtraba en sus huesos.
—¿Dónde está Mizuki? —murmuró.
Y en ese instante, supo que algo no estaba bien.
—-
Naruto corrió tan rápido como sus piernas se lo permitían, sintiendo el viento golpear su rostro mientras su cabello ondeaba con cada zancada. No tenía el pelo demasiado largo, pero en ese momento consideró recortarlo. Correr con el cabello suelto era incómodo… Ahora entendía un poco más a las mujeres, o al menos eso suponía.
La aldea activó su protocolo de seguridad en el instante en que lo vieron salir. Si tenía que ser sincero, esta misión era aterradora. Se detuvo en el lugar que Mizuki le había indicado previamente. Tan pronto como todo terminara, le preguntaría al Hokage sobre ese "examen alternativo". Burlar a los Anbu había sido demasiado difícil, y ahora debía aprender un jutsu del pergamino.
Trepó a un árbol y se acomodó en una de sus ramas. Mizuki dijo que llegaría en un par de horas, pero los ninjas parecían moverse demasiado rápido. Desde la distancia, Naruto pudo ver a los Chūnin saltando de un techo a otro, como sombras deslizándose entre los tejados.
Decidió apartar su atención de la aldea por un momento. Tenía un objetivo más urgente: aprender un jutsu.
Sonrió y sacó una pequeña libreta y una pluma de su bolsillo. Konoha le gustaba pensar que era un idiota, pero en realidad, él se consideraba una persona astuta e inteligente.
Mientras leía algunos jutsus del pergamino, recordó por qué estaba haciendo todo esto. Vivir en Konoha nunca había sido fácil. La odiaba… siempre la había odiado. Las miradas de desprecio, la indiferencia, el miedo… el odio.
El viejo Hokage solía decirle que no les diera importancia, que las ignorara. Y lo intentó, en algún momento. Pero eran demasiadas miradas, demasiado constantes, demasiado pesadas… Simplemente, era imposible.
Sacudió la cabeza y continuó leyendo. Algunos jutsus eran realmente interesantes, pero la mayoría tenían efectos secundarios terribles. Las advertencias eran claras: la muerte del usuario era un riesgo común. Sin embargo, entre las técnicas prohibidas, encontró algunas que no garantizaban una muerte segura.
No podía aprenderlas todas de inmediato, pero sabía que le serían útiles en el futuro. Con concentración, comenzó a anotar las instrucciones de los jutsus más poderosos.
Perforador.
Un jutsu de estilo viento. Requería enormes cantidades de chakra, al punto de que su uso excesivo podía resultar letal. Las advertencias también indicaban que fallar el ataque podía provocar heridas en el propio usuario, ya que los residuos de chakra de viento alrededor del puño eran lo suficientemente filosos como para cortar incluso al ejecutor.
Naruto siguió anotando todo lo que pudo. Transcribió las notas exactamente como estaban en el pergamino, hasta que algo lo detuvo.
Alguien se acercaba.
Rápidamente, guardó la libreta y la pluma en su bolsillo. Su ceño se frunció.
Sus sentidos le advertían algo.
Esa sensación… No era nueva para él. Era la misma que recorría su cuerpo cada vez que caminaba por las calles concurridas del centro de Konoha. La misma que lo alertaba para esquivar piedras y puñetazos…
Pero ahora se sentía diferente.
Podía sentirlos.
Eran rápidos, demasiado. Pero sus trayectorias no eran uniformes… No venían juntos.
La primera presencia que detectó tenía un aura extraña. Pesada. Llenaba el aire de odio y malicia, como un veneno invisible que se filtraba entre los árboles. Las otras personas estaban aún lejos, pero esta… esta estaba a solo unos metros de distancia.
Algo no estaba bien.
Los arbustos se agitaron, y de entre las sombras emergió una figura familiar: el chaleco Chūnin y el inconfundible cabello blanco de su maestro, Mizuki.
—¡Naruto! —exclamó con entusiasmo forzado—. Estoy muy feliz de que hayas logrado conseguir el pergamino.
Naruto no bajó del árbol.
Su instinto le gritaba que no lo hiciera.
Mizuki había llegado demasiado rápido. Se suponía que el punto de encuentro era a la medianoche, ¿entonces por qué estaba aquí tan temprano?
—¡Baja, Naruto! —insistió Mizuki con una sonrisa—. Dame el pergamino y luego iremos a ver al Hokage para que te dé tu bandana.
Naruto frunció el ceño.
Todo esto… era demasiado extraño.
Desde el comienzo de esta supuesta "misión", algo no cuadraba. Mizuki le dijo que era un método alternativo para graduarse, pero… ¿por qué el pergamino era tan grande? ¿Por qué contenía jutsus tan peligrosos? ¿Por qué Mizuki había llegado antes de lo acordado?
Su corazón latía rápido. Estaba nervioso.
—¡Mizuki-sensei! ¿Por qué llegaste tan temprano? —preguntó Naruto desde la rama en la que estaba. No iba a moverse hasta tener respuestas.
No confiaba en Mizuki. No ahora.
Tal vez esto era una prueba. Los ninjas nunca debían confiar ciegamente… ¿verdad?
Las otras presencias se acercaban. Y estaban nerviosas.
—Oh, eso… No es nada, Naruto —respondió Mizuki con una risa forzada—. Solo pensé que debía llegar un poco antes.
Mentira.
Naruto lo sintió.
Su corazón latía aún más rápido.
Y una de esas otras personas…
Tenía un aura diferente.
No era hostil. Era… preocupada.
Nadie se preocupaba por él.
Nadie, excepto…
El Hokage.
¿Por qué está tardando tanto?
Mizuki apretó los dientes. Todo estaba saliendo mal.
¿Por qué el Hokage prohibió a los Chūnin salir de la aldea? Se suponía que él no debía saber eso.
—¡Baja ahora, Naruto! ¡No perdamos más tiempo! —ordenó Mizuki, y esta vez la irritación era evidente. Su tono de voz se endureció, la sonrisa desapareció.
Naruto no respondió.
Entonces, desde la distancia, el sonido de pasos.
Cuatro personas.
Las ramas crujieron, las hojas cayeron.
Saltaban de un árbol a otro, ganando velocidad.
Naruto sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Mizuki dio un paso atrás.
—¡Naruto, no te muevas!
La voz del Hokage resonó con autoridad en el bosque, y los Anbu a su lado se pusieron de inmediato en guardia. La tensión en el aire se volvió densa, sofocante, como si algo invisible estuviera a punto de estallar.
Naruto lo sintió.
El Hokage estaba nervioso.
Sin embargo, antes de que pudiera girarse hacia Mizuki, este ya había desaparecido.
El anciano logró verlo apenas por un instante, tomando distancia con movimientos calculados, pero cuando quiso reaccionar, Mizuki se desvaneció entre las sombras del bosque.
'Mizuki... ¿qué demonios estás haciendo aquí?'
El Tercer Hokage frunció el ceño y dejó escapar un suspiro cargado de tensión. Pero apenas abrió los ojos de nuevo—
—¡Naruto!
El grito salió de su garganta al mismo tiempo que una gran sombra surcaba el aire a una velocidad mortal.
Un Fūma Shuriken.
Volaba directo hacia el cuello de Naruto, con la trayectoria perfecta para decapitarlo de un solo golpe.
¡CLANG!
El sonido metálico del impacto resonó como un trueno en los oídos de todos.
El corazón de los presentes se detuvo por un segundo.
Unas cadenas doradas, brillantes bajo la luz de la luna, detuvieron el arma a escasos centímetros de la piel de Naruto.
El Hokage recuperó la compostura al instante y, con un gesto rápido, ordenó a los Anbu avanzar. Mizuki debía ser capturado ya.
Pero antes de que pudieran moverse más de un par de pasos…
Lo sintieron.
Un aura.
Densa. Fría. Asesina.
Los shinobi experimentados la reconocieron al instante, un instinto cultivado a lo largo de años de misiones y guerras. Un escalofrío recorrió sus cuerpos.
El peligro ya no venía de Mizuki.
Venía de Naruto.
El aire tembló con una presión casi palpable.
El cabello del niño comenzó a levantarse, separándose en mechones que ondeaban como nueve colas al viento. No era normal. Era demasiado fluido, demasiado… vivo.
Y con cada movimiento de su cabello, las emociones dentro de Naruto se filtraban al exterior como un veneno.
Rabia. Odio. Sed de sangre.
El Hokage sintió que la imagen de otra persona se superponía en su mente. Alguien que había protegido una vez. Alguien que conocía demasiado bien.
"Esto no puede estar pasando."
Pero lo estaba.
Los Anbu a su lado permanecieron inmóviles, conscientes de la orden de no moverse sin autorización. Sin embargo, sin necesidad de palabras, todos dieron un paso atrás junto al Hokage cuando un chakra ardiente comenzó a envolver el cuerpo de Naruto.
Era débil todavía, una delgada aura naranja…
Pero era inconfundible.
—Naruto… —La voz del Hokage intentó sonar tranquila, reconfortante—. No estás en problemas. Te lo aseguro. Pero por favor, necesitas calmarte.
No obtuvo respuesta.
Porque en ese instante, las cadenas doradas que emergían de la espalda de Naruto salieron disparadas como proyectiles hacia las ramas por donde Mizuki había escapado.
Sin previo aviso.
Sin contención.
Con la intención clara de matarlo.
—Me mentiste…
Naruto susurró con la voz entrecortada, apenas audible, pero cargada de una amenaza silenciosa. Bajó la cabeza levemente, dejando que una sombra ocultara sus ojos, oscureciendo su expresión.
Las cadenas vibraban en el aire con un frenesí caótico, desplazándose de un lado a otro con una velocidad imposible de seguir para un ojo inexperto. Pero el Hokage y los Anbu sí podían verlas, y ese era precisamente el problema.
Las cadenas no eran solo rápidas. Eran erráticas. Violentas.
Tal vez podrían esquivarlas si Naruto perdía el control, pero…
—¡Ahh, maldito mocoso! ¡Te mat—!
Mizuki apenas pudo gritar antes de que su cuerpo fuera brutalmente lanzado al suelo con una fuerza inhumana. La colisión fue seca, contundente. Tosió por el impacto, pero ni siquiera tuvo tiempo de moverse antes de que una de las cadenas volviera a enrollarse alrededor de su cuello, apretándolo con una presión cada vez más intensa.
El Hokage suspiró con cansancio.
—Bien hecho, Naruto. Nosotros nos haremos car—
Se detuvo.
La cadena seguía apretándose.
Mizuki comenzó a jadear, pataleando, tratando de liberar su garganta, pero el agarre no cedió. Su rostro enrojeció, y luego se tornó de un tono violáceo mientras la presión seguía aumentando.
—¡¿Por qué?!
El grito de Naruto resonó con furia mientras extendía su mano hacia el cuerpo de Mizuki.
El traidor solo pudo soltar un grito ahogado antes de que el agarre se aflojara lo suficiente para permitirle hablar.
—¡Quería el pergamino! —jadeó desesperado, tratando de recuperar el aliento—. ¡Eres demasiado estúpido…! Fue fácil convencerte de robarlo…
Naruto apretó los dientes.
El chakra naranja a su alrededor se intensificó, sus mechones ondeaban como llamas vivas, vibrando con una hostilidad latente.
Mizuki sonrió con crueldad.
—El plan era usarte y luego matarte —continuó, con la voz entrecortada—. Al fin y al cabo, a nadie le importas. Todos estarían mejor si alguien te matara.
El aire pareció congelarse.
—¡No lo escuches, Naruto! —La voz del Hokage se mantuvo firme—. Mizuki es un traidor. No confíes en sus palabras.
Pero Naruto apenas lo escuchó.
Su respiración se volvió más rápida. Irregular. Sus hombros subían y bajaban con cada inhalación entrecortada, con cada latido acelerado que bombeaba furia pura por su cuerpo.
Cada palabra de Mizuki era como un cuchillo clavándose más profundo.
—¿Acaso eres consciente de por qué todos te odian, Naruto?
Naruto no respondió.
Pero su cuerpo se tensó.
El Hokage frunció el ceño.
Mizuki lo notó y su sonrisa se ensanchó.
Él ya sabía. Desde el momento en que la aldea activó sus protocolos de seguridad, supo que la misión había fracasado. No había conseguido el pergamino, no había matado al mocoso.
Pero eso no significaba que no pudiera hacer daño.
No le tomaría mucho tiempo.
—Te odian —susurró Mizuki, con una satisfacción perversa en la voz—, porque tú les quitaste a sus seres queridos. Tú eres la razón de su odio.
Naruto apretó los dientes.
Sus nudillos se pusieron blancos.
Su mano, aún extendida, comenzó a cerrarse poco a poco.
El Hokage miró de reojo a uno de los Anbu. No necesitó palabras.
El shinobi ya había desenvainado un kunai. Tenía el ángulo perfecto. Solo esperaba la orden.
Con un solo gesto, Mizuki moriría en el acto.
Pero el Hokage no dio la señal.
Seguía observándolo.
Pero Naruto no.
Naruto ya había tomado su decisión.
—Cállate...—
Naruto susurró con un desprecio tan palpable que parecía derramarse con cada sílaba. Mientras hablaba, su mano se cerraba cada vez más, y con ella, las cadenas que aprisionaban a Mizuki. Su antiguo maestro intentó seguir hablando, pero la presión sofocante le robó el aire. Solo quedaban sus gritos, resonando en la noche.
El Hokage se quedó inmóvil. Los Anbu a su lado también. Tal vez, solo tal vez, el secreto de la aldea seguía a salvo. Dio un paso al frente, extendiendo una mano hasta el hombro de Naruto en un gesto de contención. Pero el calor inusual que emanaba del niño era sofocante, y la furia que irradiaba no parecía ceder ante su toque.
Las cadenas vibraron con un sonido ominoso antes de acortarse bruscamente, arrastrando el cuerpo de Mizuki hasta quedar suspendido frente a Naruto y el Hokage. Ahora, los eslabones rodeaban por completo su cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, transformándolo en un ataúd de metal vivo. Mizuki pataleó, forcejeó, pero la presión seguía aumentando.
Naruto quería que pagara.
Mizuki moriría. Y lo haría de la forma más dolorosa posible.
Su mano se cerró casi por completo, y con ella, las cadenas se ajustaron. Los gritos de Mizuki se convirtieron en alaridos agonizantes cuando sus huesos comenzaron a crujir bajo la presión. Un sonido húmedo y desagradable se mezcló con la escena cuando la sangre comenzó a filtrarse entre los eslabones, goteando en gruesos hilos carmesí sobre el suelo.
Entonces, un sonido metálico y estremecedor sacudió el aire.
Los gritos cesaron de golpe.
La tensión se sintió como una cuerda a punto de romperse.
Lentamente, los dedos de Naruto se separaron. Las cadenas, ahora manchadas de rojo, se desenredaron y dejaron caer el cuerpo destrozado de Mizuki al suelo. La carne desgarrada, los huesos aplastados y los cortes profundos formaban una imagen grotesca. Su caída levantó un poco de polvo, pero la sangre fluyó sin interrupciones, esparciéndose como una mancha oscura en la tierra.
—Mizuki es el décimo nombre en el registro de asesinatos de Uzumaki Naruto, Hokage-sama.—
La voz de la anciana consejera resonó con gravedad en la sala de reuniones de emergencia.
—Lo sé, Mitsuri-san. Pero este caso es diferente. Y, además, el consejo civil no tiene jurisdicción en este asunto.— El Tercer Hokage afirmó con firmeza, dejando escapar una bocanada de humo de su pipa.
La tensión era palpable en la habitación.
—Además—, continuó el Hokage, "la razón de esta reunión de emergencia es mantener informados a los consejeros sobre la situación actual. No hay nada que discutir."
Dejó su pipa sobre el escritorio y revisó algunos documentos.
—Uzumaki Naruto se está convirtiendo en un problema para la población de Konoha, Hokage-sama.—
El civil que habló se detuvo unos instantes, midiendo sus siguientes palabras.
—Creo que Uzumaki Naruto debería ser vigilado. Si fue capaz de asesinar a Mizuki... ¿quién sabe qué podría hacernos a nosotros, los civiles?—
El Hokage suspiró, tomando el último informe de la misión y colocándolo en una carpeta rotulada con el nombre 'Uzumaki Naruto'. Luego de una breve pausa, soltó otro suspiro.
—Ya hemos discutido los casos anteriores. En todos se ha demostrado de manera fehaciente que Uzumaki Naruto actuó fuera de sus capacidades racionales, impulsado por el miedo y la amenaza percibida.—
Hiruzen dejó la carpeta sobre el escritorio y tomó otra.
—Como Hokage, reconozco que Naruto es un elemento valioso. Ha demostrado la madurez y el potencial suficiente para convertirse en un ninja de Konoha.—
El murmullo se extendió por la sala. Algunos consejeros comenzaron a susurrar entre ellos, mientras otros observaban con expresiones de incredulidad o desconfianza.
—Estuve presente en la misión de recuperación del pergamino. Vi con mis propios ojos cómo se desarrolló la situación.—
Hiruzen fijó la mirada en los presentes, asegurándose de que cada palabra quedara clara.
—Por lo tanto, declaro a Uzumaki Naruto inocente. Y además, se le concederá el rango de Genin.—
Nadie osó refutar su decisión. Ni siquiera Danzo Shimura, quien simplemente esperó su momento antes de hablar.
—¿Qué tan seguro estás de que Uzumaki puede convivir en un equipo?—
La atención de la sala se centró en el experimentado consejero shinobi. Hiruzen lo observó con una mirada calculadora, juzgadora. Pero no se inmutó.
—Uzumaki Naruto estará en el equipo de Kakashi Hatake. Si conoces bien a Kakashi, Danzo, no deberías preocuparte.—
Hiruzen respondió con serenidad, sin darle mayor importancia a las palabras de su antiguo compañero.
El murmullo resurgió entre los presentes.
Danzo no respondió de inmediato.
Pero en su mente, la decisión del Hokage había encendido una chispa peligrosa.
