Las horas después del salto fueron frías y largas. Una vez en el hiperespacio sus cuerpos estaban relativamente a salvo, ahora que se dirigían en una ruta segura rumbo a Coruscant. Sin embargo, sus espíritus estaban destrozados.
No solo habían fracasado en su misión, sino que también habían perdido a demasiados buenos camaradas. Los separatistas seguro utilizarían esto a su favor, acusando a los Jedis del caos en las calles de Lorrd, y finalmente dándole el impulso final para que el planeta finalmente cambiase de bando. Rune Haako sabía muy bien como manipular la mente de los codiciosos, y esta no sería la excepción.
Por un lado, los maestros Eakar y Huulik permanecían en silencio en su nave, dejando que el droides astromecóanico se encargase del pilotaje, aunque la ruta hiperespacial debería ser segura hasta su destino. Sin embargo, sus mentes estaban en un caos constante.
El maestro Huulik trataba de meditar. Encontrar algo de paz después de tan caóticos momentos, pero su recuerdos lo traicionaban constantemente. Ver a los suyos morir frente a tus ojos, cazados como ratas en la más oscura de las cuevas. Sin poder hacer nada para evitarlo, sin poder controlar la impotencia de no ser capaz de hacerlo. Lo atormentaba. El lado oscuro lo tentaba, pero él se resistía. Una lucha interna tan fuerte como la que sostuvo en Lorrd.
La emociones lo tentaban. La ira, la frustración, el dolor. Tentaban al maestro a buscar justicia, pero él sabía muy bien que este no era el camino del Jedi. Y a pesar de despertarse asustado por las imágenes de sus camaradas caídos, seguía intentando encontrar esa paz y serenidad que tanto exigía el camino del Jedi.
Sin embargo, en otro lugar tranquilo de la misma nave, el maestro Eekar tenía un debate interno mucho más complejo. Él no buscaba la paz como su compañero, sino una respuesta. ¿Cómo fue que esta misión fue un desastre de tal magnitud? ¿Por qué alguien como el General Grievous estaría presente para una supuesta reunión diplomática? ¿Por qué hizo presencia en su nave personal, la Mano Invisible? ¿Por qué sabían exactamente donde emboscarlos para frustrar sus planes?
Nada tenía sentido para él, pero había algo que daba vueltas en su mente como una espina de sangre encajada en la piel. Las acusaciones del padawan Roy, cuando comentó que alguien los había delatado. Imposible. Esta misión solo era conocimiento de los implicados, el consejo y altos mandos de la República. No había forma que alguien hubiese podido filtrar la información. Seguro el padawan lanzó su acusación en el calor del momento pero, mientras más lo pensaba, más escalofriante se tornaba la veracidad de tal posible acusación.
Lo único que podía hacer era pedirle a la Fuerza que el padawan estuviese errado con sus declaraciones.
Mientras tanto, en el interior del otro carguero que fue capaz de escapar, el padawan Roy se mantenía frente a los controles desde que partieron. No era necesario que lo hiciera, pero solo era una excusa que se puso a si mismo para pensar las cosas. A diferencia del maestro Eekar, el joven Roy estaba tan seguro de sus palabras como del dolor que causaba la pérdida. Estaba convencido que alguien los había delatado. ¿Pero quien?
¿Alguien del consejo? ¿Algún Jedi que tuvo contacto con la información? Al padawan no le amenazaba la conciencia para acusar a nadie. Incluso por su mente pasó la idea de que hubiese sido el propio maestro Yoda, pero lo descartó de inmediato. Pero sus dudas se mantuvieron incluso sobre los otros miembros del consejo.
¿Y si fue alguien de la cancillería? ¿Alguien cercano al senador, y que tuviese la capacidad de acceder a información clasificada de esta índole? Alguien que estuviese dentro del círculo cercano del senador Palpatine. ¿Pero quien? Habían tantas posibilidades, y todas parecían tan disparatadas como peligrosas.
Sin embargo, sus acusaciones mentales deberían esperar por el momento, pues había algo más que preocupaba al joven. Desde que dieron el salto, su maestro se retiró a la parte posterior de la nave, y no había vuelto a hacer acto de presencia en el tiempo que había durado el viaje hasta ese momento. Roy estaba preocupado por él, pero también sabía que necesitaba de un tiempo a solas. Pero ya había pasado demasiado.
Roy: - Avísame si algo ocurre. -
Incapaz de dejar a alguien que apreciaba sufriendo solo, Roy le dió el comando al droides astromecánico a bordo, y verificó los últimos detalles del viaje antes de ponerse de pie para dirigirse a la parte posterior de la nave. El interior de la misma era silente, incluso algo fría debido a la mala condición de la misma. La nave que usó la maestra Wamba para llegar a Lorrd.
El padawan se adentró lentamente al interior de la nave, aún con dudas si debería seguir adelante o darse vuelta, pero sin detener el paso siquiera un momento. Para cuando volvió en si ya era demasiado tarde, pues se había topado con su maestro, quien permanecía sentado sobre una de las cajas de la bodega, mirando fijamente un extraño objeto que portaba en su mano derecha. Cómo si fuera la cosa más hermosa del mundo.
Roy: - ¿Maestro? -
Roy: - ¿Maestro? -
La sorpresa del Oongree fue inmediata, pues no esperaba que su padawan apareciera de la nada y lo tomase desprevenido. En primer lugar, porque Roy no tiene esa conexión con la fuerza que revelaría su presencia. Y en segundo lugar, porque el maestro estaba tan absuelto en sus pensamientos que ni siquiera lo notó hasta que estaba prácticamente a su lado.
Por acto reflejo, Pablo cerró la mano, tratando de ocultar el pequeño fragmento de de piedra que parecía un pendiente, aunque ya era demasiado tarde para eso. Al final, el Oongree solo dejó escapar un suspiro pesado, mientras adquiría una postura menos encorvada para trata de mostrarse como el maestro Jedi que debería ser. Aunque esos ojos rojos e hinchados hablaban por si solo de lo que ocurrió casi todo este tiempo.
El padawan se vió tentado a preguntar lo evidente. Pero el estado emocional de su maestro era más que obvia. Al principio, solo se sentó a su lado, acompañando el silencio como una simple muestra de apoyo. Sin embargo, su propia curiosidad le dió una idea para tratar de ayudarlo.
Roy: - Es muy bonito. - Comentó, mirando lo que claramente se veía como un collar que colgaba de la mano del Oongree.
Pablo: - Si... Lo es. -
Roy: - ¿Qué material es ese? Se ve bastante extraño. - El maestro rió un poco.
Pablo: - Y lo es. El cuarzerita. Un mineral bastante extraño en esta galaxia. Propios de las minas de Dorin. -
Dorín. El planeta natal de los Kel Dor, y por ende, posiblemente el mundo donde nació la maestra Nunes. No había que hacer un genio para unir los puntos. Un artículo de joyería con un material tan raro de su planeta natal. Obviamente habían más sentimientos en ese pedazo de roca de lo que cualquiera sería capaz de imaginar.
Los segundos pasaron mientras el padawan sacaba algunas conclusiones. Segundo de silencio en el que Oongree solo se limitaba a mirar la joya y recordar sus significado más que el valor de la pieza en si. Recuerdos de un pasado distante, de dos jóvenes padawan corriendo por los pasillos del templo en una era más luminosa. Una era donde las promesas tenían un significado más poderoso que la certeza de una muerte en este actual galaxia en llamas. Sin embargo, nadie en este mundo hubiese podido prepara al maestro para la plática que debería tener.
Roy: - Maestro... ¿Por qué el Código Jedi no permite el amor? -
La pregunta fue tan directa, que Pablo se dió un sobresalto al escucharla, abriendo sus ojos como platos mientras trataba de procesarla. Su mente divagó por un momento, intercambiando su mirada entre el rostro decidido de su padawan y la joya en su mano. Y tras aceptar que Roy se dió cuenta de lo evidente, solo dejó escapar un suspiro antes de responder con la voz monótona de un droide profesor.
Pablo: - El amor desarrolla el afecto. El afecto se transforma en apego. Y el apego suele conducir a las tentaciones. El lado oscuro siempre nos tienta a seguir su senda. Por eso es tan fácil caer al lado oscuro, y tan difícil volver de este. Las tentaciones y los apegos nieblan nuestro juicio, y nos conducen a tomar decisiones incorrectas. -
El maestro se detuvo por un momento. Sus palabras eran un mantra que debía seguir, y mientras lo decía, se sintió hipócrita por eso. Después de todo, el mismo quiso regresa a por la maestra Nunes, y de haber tenido control de la situación de seguro lo había hecho.
Pablo permaneció mirando la joya, incluso a veces pasaba su pulgar por encima de su porosa superficie como un acto involuntario. Sin ser capaz de darse cuenta de la discrepancia causada dentro de la mente del joven padawan, quien trataba de darle un sentido lógico a todo. Sin embargo, había algo que no terminaba de encajar para él.
Roy: - No lo entiendo. Usted es el Jedi más recto que conozco, y no soy capaz siquiera de imaginarlo dudar de sus ideales, a pesar de... -
El padawan se detuvo de inmediato, dándose cuenta de lo que casi estuvo apunto de decir. Algo que a sus ojos era evidente y nada nocivo, pero que a los ojos de la Orden era un tabú. Además, de lo doloroso que hubiese podido ser para su maestro haber dejado escapar tales obviedades.
Roy solo bajó la cabeza, apretando sus dientes por su propia impotencia. Enojado consigo mismo por tal acto de desconsideración de su parte. Era obvio que su maestro sentía algo más que una mera amistad por la maestra Nunes. Y parecía ser recíproco. Esa forma en que ambos se reían de las situaciones adversas. Su estancia en el escondite antes que todo comenzara a ir de mal en peor. Las miradas. Incluso cómo durante la crisis parecían tener un constante entendimiento mutuo. La forma tan desgarradora con que gritó su nombre ante de verla por última vez.
Sin embargo, la sorpresa asaltó al padawan al sentir una pesada mano caer sobre su cabellera, y con la gentileza de un fyrnock remover su cabellera hasta dejarla en un estado bastante alocado. Roy miró a su maestro, pero más que enojo, solo encontró una risa melancólica en su rostro. El dolor estaba presente, pero la satisfacción de que ambos habían logrado escapar con vida era algo que Pablo agradecía a la Fuerza en silencio.
Roy solo se quedó en silencio, sin saber que decir o hacer exactamente. Solo dejó que su maestro tomase el tiempo que le fuese necesario para sopesar la pérdida. Después de todo, dar tan fatídico reporte no sería una tarea nada sencilla una vez llegasen a Coruscant. Sin embargo, lo que Roy desconocía, era que su maestro tratando de recuperar algo de ánimo tenía una broma algo complicada para su padawan.
Pablo: - ¿Y a qué viene tanto interés por el tema, joven padawan? -
Roy: - ¿Maestro? - Preguntó desconcertado, más viendo cierta picardía en la risa del Oongree.
Pablo: - ¿Es que acaso estás enamorado, jovencito? -
Roy arqueó la ceja, dudoso de la pregunta, mirando fijamente a su maestro sin entender el motivo de su declaración.
Roy: - Maestro, no tengo idea de a que se refiere con eso. -
Pablo: - Mmm... ¿Acaso será esa joven togruta? ¿Cómo se llamaba? ¿Ashoka? Era la padawan de Skywalker si mi mente no me falla... -
Los ojos de Roy se abrieron como platos ante esto, y su cerebro comenzó a dar vuelta sin sentido en sus pensamientos. Puede que no tuviese un corazón natural, pero el órgano biónico que tenía reaccionó de igual manera ante los estímulos de su cerebro, enviando gran cantidad de sangre a los capilares de su rostro y enrojeciendo sus mejillas. Roy no tuvo que decir una palabra para confirmalo, pues su rostro hablaba por si mismo. Y risa melancólica del Oongree era lo único que ahora aplacaba el silencio natural dele espacio.
Iba a ser un viaje bastante largo para el joven, recibiendo sermones de no tener apegos que su maestro estaba obligado a darle.
