PRÓLOGO
~o~
"¡Otro fracaso! ¡Pensé que ésta vez funcionaría…! Perdóname, madre…"
El llanto de Rhea era una mezcla de enojo, frustración y tristeza. Un milenio entero de intentos y hasta el momento ninguno había sido exitoso, el número doce había respondido bien pero al final no logró nada, la Cresta de Fuego no mostró respuesta alguna después de llevarla al Trono de Sothis.
Rhea usó sus propias escamas en combinación con fragmentos de la Espada del Creador para armar el cuerpo sólido, creó sangre artificial con ayuda de la Espada para que fuera compatible con la Cresta de Fuego, le inyectó todo el poder curativo que pudo para que el cuerpo del homúnculo se curara solo y resistiera bien para cuando Sothis despertara, se supone que esa combinación trabajaría armoniosamente con el corazón de Sothis. ¡Todo había sido cuidadosamente calculado!
En su furia, Rhea tiró todo lo que había en la mesa: papeles, tintero, pluma y otros artefactos cayeron al suelo, también un par de libros.
La única testigo de la escena era el homúnculo número doce bautizada como Sitri, pero Sitri no reaccionaba a la ira y tristeza de su creadora.
"¡Fuiste otro error!" Le gritó Rhea al inexpresivo homúnculo. "No serviste para nada…"
Muy dentro de su corazón, la Arzobispa sabía que no era culpa de la criatura, pero ya se había cansado de fracasar y la frustración sacó lo peor de ella. Sitri, desde luego, le miró largamente sin reaccionar a sus reproches, al menos no de manera negativa, sólo había una ligera confusión en su semblante.
"¿Puedo serle de ayuda en algo, Su Excelencia?" Preguntó la inexpresiva Sitri.
"¡Sí! ¡Largo de aquí!"
Y el homúnculo obedeció mientras Rhea caía de rodillas entre lágrimas amargas.
Era cerca de la medianoche. Sitri fue al invernadero, era uno de sus sitios favoritos. No había nadie a esa hora salvo los guardias en muros y entradas principales. Además, nadie solía molestarla, ella era la monja favorita de la Arzobispa después de todo.
La otra razón por la que Sitri iba a ese sitio era porque ahí podía ver a Jeralt, el caballero que había salvado a la Arzobispa hacía varios años y por quien sentía un apego que no sabía explicar, pero contra el que tampoco luchaba.
Jeralt no debía tardar, Sitri esperaba mientras revisaba las plantas y ordenaba lo que estaba fuera de lugar. Recoger las semillas era importante también.
De pronto la puerta del invernadero se abrió y Sitri se giró con lo que era el esbozo de una sonrisa en el rostro.
"¡Jeralt…!"
Pero quien entró al lugar era una embravecida Rhea.
"Su Excelencia", Sitri se inclinó educadamente ante ella mientras su sonrisa se borraba.
"Debo comenzar todo de nuevo", murmuró Rhea y se detuvo frente a Sitri. Miró largamente al homúnculo antes de suavizar su gesto. "No funcionó contigo, pero hice un gran avance y eso te lo agradezco, Sitri. La siguiente sí funcionará".
Sitri no dijo nada a eso, no pudo. Los ojos de la Arzobispa adoptaron un rasgo viperino, un gruñido inhumano hizo eco en el invernadero y lo siguiente fue la mano con largas garras de la Arzobispa clavada en su pecho. La pobre criatura sintió un jalón y una presión que nunca había experimentado. Rhea le arrancó la Cresta de Fuego, cubierta por la sangre aún caliente del homúnculo.
El cuerpo de Sitri cayó al suelo y Rhea le miró largamente antes de tomar a la chica por la ropa y sacarla del invernadero para no hacer un reguero de sangre. Ella misma la enterró en el cementerio del monasterio, ella misma cavó el agujero con sus manos deformes cual garras de un wyvern. Ya después mandaría a hacer una lápida, Sitri lo merecía.
Aún sucia de tierra y sangre, Rhea se fue con el corazón de su madre acunado cuidadosamente en sus palmas.
Qué iba a saber Rhea que alguien fue testigo de todo lo que hizo.
Jeralt iba camino a ver a Sitri como era costumbre. No podían verse de día por culpa de sus obligaciones como Capitán, pero por la noche compensaban con té y largas pláticas. El caballero sacro tenía en las manos unas flores pincel de varios colores que encontró en el camino y que moría por darle a Sitri.
Pero lo que Jeralt nunca esperó ver fue cómo Sitri era asesinada por la Arzobispa. Por el monstruo en el que se había transformado la Arzobispa. Aunque su primer instinto fue intervenir, estaba seguro que ese monstruo lo hubiera matado a él también. Admitía que el terror lo detuvo.
Apenas Rhea se fue del cementerio, Jeralt esperó un par de minutos y corrió a la tumba recién hecha mientras las flores caían de su mano. Estaba horrorizado, triste y furioso por lo que acababa de presenciar, pero quién le iba a creer si decía que la Arzobispa le había arrancado el corazón a la monja más querida de Garreg Mach.
"Sitri…" Jeralt y sus manos temblorosas comenzaron a remover la tierra de la tumba y casi saltó del susto cuando una mano delgada salió de entre la tierra y se aferró a su muñeca. ¡Sitri seguía viva! ¡Esa demente había enterrado viva a la dulce chica a la que presumía como a una hija! Rápidamente la sacó del hoyo y la sostuvo en sus brazos. "Sitri… Sitri…"
"Je-Jeralt…"
La luz se estaba apagando en los ojos de Sitri.
"No te vayas… No me dejes, Sitri…" Rogó Jeralt. Y entonces recordó lo que la misma Rhea hizo para salvarle la vida aquella ocasión que se conocieron, cuando fue él quien salvó la vida de Rhea arriesgando la suya. Sin pensarlo, con una daga se cortó en la palma de la mano e hizo que Sitri bebiera su sangre, fue lo único que se le ocurrió.
Sitri cerró los ojos y Jeralt sintió su propio corazón detenerse, para luego recuperar el alma con un suspiro al ver que Sitri aún respiraba. Sin pensarlo, Jeralt envolvió a su amada en su capa y la puso a salvo en su cuarto en la zona de barracas. Tuvo el detalle de volver a cubrir el agujero, no quería que Rhea descubriera que Sitri ya no estaba ahí.
Jeralt no planeaba quedarse ahí, no con esa demente, no con ese monstruo asesino.
Debía pensar en algo.
~o~
Una semana después, en medio de la noche, las campanas de alarma sonaron en todo el monasterio.
Un incendio.
Un incendio en las barracas.
Al amanecer descubrieron un cuerpo calcinado en lo que era el cuarto del Capitán Jeralt Reus Eisner y todos lamentaron su pérdida. Quienes lo vieron antes del incendio decían que seguía destrozado por la repentina muerte de Sitri y que no había parado de beber en las tabernas del pueblo cercano desde entonces.
El reporte oficial de tan fatídico día dictaba que Jeralt, en su borrachera, se quedó dormido y una lámpara de su cuarto comenzó el incendio. Y estando el hombre dormido y alcoholizado, no pudo escapar de las llamas.
¿Qué iban a saber todos en Garreg Mach que lo que enterraron, junto a la tumba vacía de Sitri, fue el cuerpo de un bandido muerto que Jeralt encontró en esos días?
