PARTE 21 Caos en Remire

~o~

Dimitri le contó a Edelgard sobre sus infantiles días juntos en Fhirdiad, pero la memoria de Edelgard estaba dañada, muchos de esos lindos recuerdos se borraron por culpa del encierro y la tortura. Recordaba haber bailado con alguien a quien llamaba Dima pero no recordaba su rostro del todo, así que nunca percató que aquel niño que lloró cuando se despidieron y que le dio una daga para que pudiera luchar por el futuro que ella deseara, era Dimitri.

Edelgard sí recordaba esas palabras con claridad. Y luego de eso fue que su tío se la llevó del Reino y volvieron al Imperio, y ahí fue donde comenzó el encierro y la tortura, la pérdida de su familia y el declive del Emperador. La princesa sospechaba que fue durante su tiempo en Faerghus que su verdadero tío Volkhard fue asesinado por las Serpientes y sustituido por Thales. Se quedaron el suficiente tiempo para que ellos completaran cualquiera fuera el terrible ritual.

"Pasaron muchas cosas luego de que regresé al Imperio, cosas que dañaron mi mente y mi cuerpo", murmuró Edelgard luego de que Dimitri le contara todas las memorias juntos de aquellos tiempos felices.

"Tu cabello no era de ese color", dijo Dimitri con gravedad, notando el blanco como la nieve en el lacio cabello de la princesa. "Por eso no pude reconocerte".

Edelgard se mordió un labio mientras jugaba con un mechón de su propio cabello, ¡no podía creer que su querido Dima siempre estuvo ahí! "Pasaron muchas cosas", repitió. "Tampoco pude reconocerte, muchas de mis memorias de aquellos tiempos están borrosas o ser perdieron por…" La princesa calló y miró a un lado. "Lo siento, no puedo decirte más".

Pero la única reacción de Dimitri fue ponerse de pie y abrazar a Edelgard con más fuerza de la necesaria, ésta se tensó por un segundo. No estaba de más mencionar que Edelgard lucía diminuta entre los brazos de Dimitri.

"Dimitri… No puedo respirar…" Murmuró Edelgard con la voz ahogada contra la chaqueta del príncipe.

"¡Lo siento!" Dimitri soltó el abrazo pero aún la sujetaba por los brazos. "Eres tú, eres El". El joven príncipe sonrió sin poder contenerse.

"Yo ya no soy la niña a la que conociste", esa niña murió en aquel calabozo, pensó Edelgard. "Pasaron muchas cosas que me convirtieron en lo que soy ahora", dijo con un pesar que no lograba contener. "De todo lo que me contaste recuerdo poco, casi nada…"

"Y aún así, conservaste la daga y las palabras que te dije…"

"Me diste la daga para que pudiera luchar por el futuro que yo deseara", Edelgard sonrió débilmente y sacó el arma de su funda. La miró largamente. "Y es lo que estoy haciendo, te lo aseguro. Podré no recordar demasiado de aquellos tiempos, he perdido mucho, pero tus palabras me ayudaron… Gracias, Dimitri".

"Me alegra escuchar eso".

Ambos guardaron silencio antes de que fuera Edelgard la que se soltara del firme agarre, pero se tomó un momento para estrechar una de las enormes manos de Dimitri. "Gracias… Debo irme, ha sido suficiente para una tarde y…"

"Toma el tiempo que necesites… Um… Supongo que será extraño que te llame El de repente, ¿verdad?"

"Un poco, sí, y tú ya estás bastante grandecito como para que te llame Dima… Pero podemos volver a tomar té cuando lo desees. Escuchar lo que tú recuerdas con más claridad que yo me ha hecho sentir bien", admitió Edelgard. "Gracias, Dimitri, lo digo en serio".

El rostro del príncipe pareció iluminarse ante esas palabras. "Gracias a ti por conservar mi regalo. No sé por cuáles cosas has pasado, me gustaría escuchar tu historia cuando quieras compartirla conmigo… Y si mi regalo te dio fuerzas, me siento feliz".

Edelgard dibujó una pequeña sonrisa en su rostro y le dio una palmada en el brazo a Dimitri. "Nos vemos después", fue la sencilla despedida antes de retirarse de los jardines camino a su dormitorio, la princesa se sentía mareada con tanta información. Saber que ese niño en sus recuerdos era Dimitri era complicado de digerir, sobretodo porque parte de su plan contemplaba que eventualmente se tendría que enfrentar a la realeza de Faerghus, culpa de la larga historia de respaldo y validación que el Reino recibía de la Iglesia de Seiros.

Un punto a favor de Dimitri era que sus constantes charlas e intercambio de ideas dejaron en claro que tampoco gustaba mucho del sistema de emblemas, el no tan lejano incidente con Miklan y el ejemplo vivo de Holst le habían dado una gran lección al príncipe real. No estaba de más mencionar que Claude no se contenía en expresar su descontento ante ese mismo sistema, era culpa de éste que debía tomar el liderazgo de la Alianza sólo porque su Cresta lo decía. Todos concordaban en que Holst sería un gran dirigente sin duda alguna, el mismo Claude el primero.

Una Cresta era la que dictaba quién ganaba más que aquellos que nacían sin una, eso era algo que a ninguno de los tres les gustaba.

"Dima…" Edelgard sonrió por lo bajo. Por el momento necesitaba descansar en su cuarto y sabía muy bien cómo relajarse, su profesora recientemente le regaló un lindo oso de peluche con armadura y confesaba que abrazarlo le ayudaba a dormir un poco mejor.

Camino a sus aposentos, la princesa pasó las yemas de sus dedos por el mango de la daga.

~o~

Mientras sus compañeras Shamir y Catherine se encargaban de Cornelia Arnim, Gilbert y Alois estaban con el Rey Rufus en medio de un interrogatorio. El Reino era un Caos, la gente no estaba contenta con el reinado de su actual líder y muchos clamaban por Dimitri, pero a su vez, muchos nobles del Reino apoyaban a Rufus y eso hacía difícil cualquier traspaso de poder. Pero si algo arrojaron las investigaciones del grupo élite de los Caballeros de Seiros, era que Rufus Thierry Blaiddyd había trabajado por años con Cornelia y ellos tuvieron mucho qué ver con la Tragedia de Duscur.

Gilbert, respaldado por su nueva posición como parte de la Orden de los Caballeros de Seiros, se encargó personalmente del interrogatorio con apoyo de Alois. Y dada la estrecha relación entre el Reino y la Iglesia, los nobles aliados de Rufus no se atrevían a intervenir.

Luego de varios días de presión y amenazas que nunca pasaron al terreno físico, y que no fue necesario dada la cobardía de Rufus, éste finalmente confesó ser un aliado de Cornelia y que juntos, con el apoyo de otros nobles del Reino y la mismísima Reina Patricia (la madrastra de Dimitri), planearon y ejecutaron el asesinato del Rey Lambert. La culpa cayó injustamente en la gente de Duscur por las manipulaciones de Cornelia y Rufus.

Lo que quedó más que claro, era que Rufus no tenía ni una pálida idea de la existencia de los Agarthanos, sólo fue manipulado por Cornelia. ¡Qué iban a saber ellos que justamente antes de morir, Cornelia le dijo a Catherine que hizo lo que hizo sólo para desestabilizar el Reino! No eran ansias de poder o riqueza, simplemente su deseo de crear un caos, de demostrarles a todos que no eran más que unas bestias rumiantes fáciles de manipular. Se mostró feliz con su hazaña, les deseó suerte tratando de arreglar el desastre que dejó y se fue de ese mundo con una sonrisa cruel en los labios. Sonrisa que Catherine no iba a olvidar en un largo tiempo.

¡Por culpa de esa mujer, Catherine había entregado a su amigo Christophe a la muerte!

El Rey Rufus quedó en arresto domiciliario en su propio castillo, vigilado por los Caballeros de Seiros, pero dicho arresto no se hizo público y el hombre recibió la orden de no decir nada sobre eso hasta que la Iglesia decidiera su castigo por trabajar con personas non-gratas para la Arzobispa Rhea.

Luego de un trabajo de semanas en el Reino, los Cuatro Caballeros de Seiros estaban en un campamento provisional revisando sus investigaciones para elaborar el reporte. Los Caballeros restantes descansaban, la batalla contra Cornelia fue cruenta y perdieron a muchos buenos elementos por culpa de esos monstruos de metal, pero sus muertes no serían en vano apenas llevaran ese reporte a la Arzobispa y ésta les dijera qué hacer a continuación.

Además, consiguieron algunas pistas sobre el posible escondite del resto de los Agarthanos.

"Parece que ya no tenemos nada qué hacer aquí", dijo Shamir apenas todos terminaron de redactar el informe, fue un trabajo de varios días. Era plena madrugada para ese momento, todos suspiraron de alivio.

"Esperemos que la guardia que pusimos en el castillo sea suficiente para que Rufus no intente escapar", comentó Catherine, desde hacía días se notaba de un malhumor que no se molestaba en contener. "Quizá uno de nosotros deba quedarse, por si acaso. Terminamos con todos los Agarthanos que acompañaban a Cornelia, pero no sabemos si habrá más que intenten algo como venganza. Y debemos mantener vivo a Rufus para darle su merecido castigo por todo el daño que hizo en cooperación con esa bruja".

"Yo me quedo", se ofreció Gilbert de inmediato. "Conozco a Rodrigue y al resto de los hombres de confianza del difunto Rey Lambert, les diré sólo lo necesario para que me ayuden a vigilar a Rufus".

"Tú sabes cómo se manejan las cosas aquí", dijo Shamir, "de acuerdo, quédate tú, te dejaremos a la mitad de nuestros hombres como apoyo".

"¡Oh, gran plan!" Exclamó Alois. "¡Nuestro buen Gilbert se encargará de todo aquí, lo sé! Nos llevaremos a los más heridos, tú quedate con los que siguen enteros, compañero".

"Acepto, necesitamos que la presencia de la Iglesia sea constante en el castillo y sus alrededores", dijo Gilbert. "Así ningún Agarthano intentará algo estúpido".

"Si ya terminamos el reporte, debemos ir a dormir", dijo Catherine mientras se ponía de pie, sentía el cuerpo tenso. "Debemos volver a Garreg Mach lo más pronto posible".

"Salgamos a mediodía", propuso Shamir. "Si no descansamos correctamente, no estaremos atentos al camino".

Catherine quería partir apenas amaneciera pero Shamir tenía razón. Como bien decía Gilbert, no sabían cuántos Agarthanos estaban ahí afuera rondando la capital, sólo acabaron con los que estaban en el escondite de Cornelia pero seguramente rondaban más por ahí y lo mejor era estar atentos. Habían acabado con alguien de alto rango entre los Agarthanos, seguían dándoles caza y dudaban mucho que el resto de ellos se quedara de brazos cruzados.

"Iré a dormir", dijo la Galerna y se retiró sin mediar más palabras.

Shamir sabía que Catherine estaba tensa desde que descubrieron que todos aquellos a los que acusaron y castigaron con la muerte por la Tragedia de Duscur en realidad eran inocentes. Y Catherine no era la única, Gilbert también estaba más tenso de lo normal e incluso se había ahorrado sus deprimentes historias en esos últimos días. El único con los ánimos siempre en alto era Alois y eso era casi de agradecerse… Salvo los malos chistes.

"Yo también voy a dormir, descansen", dijo Gilbert, retirándose de la tienda principal.

"¡A dormir, compañera!" Exclamó Alois. "¡No queremos que el sol nos atrape con una mala cara cuando despertemos o se reirá de nosotros!"

"Al menos no fue un mal chisme", murmuró Shamir. "Vayamos a dormir", su primer impulso casi la hizo ir con Catherine, pero por esa noche lo mejor era dejar que su compañera calmara sus pensamientos. Aunque ambas compartían el haber perdido a un compañero querido, el caso de Catherine era un poco más extremo, pues fue ella misma quien lo llevó a su muerte.

Lo que Shamir no esperaba era ver a Catherine de visita en su tienda, se quitaba la armadura y lanzaba las piezas a una esquina.

"Esos bastardos", mascullaba la Galerna con furia. "Por culpa de esos malditos él murió".

La arquera no dijo nada, se limitó a quitarse los escasos protectores que usaba, ser más rápida que fuerte era su credo, así que entre menos armadura, mejor. Contrario a su compañera, que seguía quitándose piezas de su armadura.

"¡Maldición!"

"Si no te calmas, te echaré de aquí y venderé tu armadura a un herrero para que haga cuchillos de cocina", fue la calmada amenaza de Shamir mientras se quitaba las botas. El alivio de estar en prendas ligeras la hizo suspirar.

Catherine se alborotó el cabello y se sentó en el camastro, seguía fúrica mientras la torturaba el pensamiento de que Christophe fue ejecutado siendo inocente, y que fue ella misma quien lo entregó para que muriera. La culpa ya se había hecho de un espacio en su pecho y lidiaba con ella desde esa vez, pero saber la verdad sólo logró reabrir la herida. Se cubrió el rostro con ambas manos, sentía ganas de llorar pero resistió.

"No vale la pena aferrarse al pasado", dijo Shamir con los brazos cruzados. "Ahora ya sabes la verdad y puedes castigar a los verdaderos culpables. Ya mataste a la Bruja".

"Matarla no revivió a Christophe", murmuró la Galerna con voz tensa, "y saber lo que pasó en realidad me hace más culpable todavía".

"Tú no estuviste a cargo de la investigación, todo fue manipulación de esa bruja… Recibiste una orden y obedeciste", respondió Shamir. "Que aún te lamentes por él quiere decir que tienes algo que te late en el pecho y sigues siendo humana, siéntete bien por eso", continuó la arquera. "Ahora métete a la cama o vete a dormir a la tuya, quiero descansar".

La espadachina soltó una risa forzada, se frotó el rostro con fuerza y terminó de quitarse toda la ropa necesaria para poder dormir cómoda. Luego de dejar a oscuras la pequeña tienda de campaña, ambas se metieron a la cama y Catherine aprovechó para abrazar a Shamir en busca de calma, su calma siempre era contagiosa. Shamir se limitó a sujetar a su compañera con firmeza, ella conocía el dolor de haber provocado la muerte de un compañero querido.

"Oye, colega…"

"¿Mmm?"

"¿Podemos tener sexo?"

"No. Después. Ya duérmete".

Catherine rió. "Lo intenté".

Shamir sonrió antes de caer dormida. No soltó a Catherine por el resto de la noche.

~o~

La hora del baño compartida por Edelgard y Byleth era un momento especial donde la princesa se dejaba querer, consentir y mimar. Byleth era la única que podía tocar sus cicatrices y la princesa estaba lista para dar un paso más de confianza. Al ver que Byleth entraba a la tina, con los ojos vendados como de costumbre, decidió dar ese paso.

"Pasado mañana es la misión, Seteth me dará los detalles mañana y necesito que estén descansados. Esos bandidos son peligrosos", dijo Byleth mientras se relajaba en la enorme tina, sus brazos descansando en la orilla de la misma.

"Según recuerdo, Shez nos contó que casi hiciste que varios de esos bandidos se orinaran del miedo", comentó Edelgard con una sonrisa mientras se acercaba más a Byleth, lo hacía sin pena, acomodarse en su regazo para un cálido abrazo ya era normal a esas alturas, por lo que Byleth no reaccionó al percibir el movimiento del agua.

"Los últimos quedaban en pie supongo eran los bandidos novatos", dijo la mercenaria luego de hacer memoria. "De todos modos, nunca hay que confiarse".

"Sí, nos lo dejas en claro en cada entrenamiento", la princesa tomó aire y se sentó en el regazo de Byleth, pero en una posición mucho más atrevida de lo normal: quedó frente a frente con ella, imposible que sus pechos no se aplastaran entre sí.

La profesora respingó y se puso roja. "¿Edelgard?"

Pero la princesa no respondió, en cambio, le quitó el vendaje de los ojos a su maestra. Byleth tuvo que frotarse los ojos para enfocar bien y lo que vio fue el rostro ligeramente rojo y bastante serio de Edelgard. Y entonces las notó al bajar apenas la mirada, las cicatrices.

"Oh…"

"¿Sabes? Hace un par de días tuve una fiesta de té con Dimitri", contó la joven princesa mientras se abrazaba del cuello de Byleth y se recargaba completamente sobre su cuerpo. Suspiró de contento al sentir cuando su profesora correspondía el abrazo, sujetándola con fuerza. "Por culpa de todos los experimentos y el encierro, muchas memorias de mi niñez están borrosas o las he olvidado por completo…"

Byleth asintió mientras permitía que una de sus manos acariciara la espalda desnuda de Edelgard, con su brazo libre la sujetaba por la cintura con firmeza. El corazón de la mercenaria galopaba a toda velocidad por muchas razones.

"Mi tío Volkhard, el verdadero, me llevó a Fhirdiad cuando yo era niña y nos quedamos ahí durante un tiempo. Ahí conocí a un niño al que quise mucho y se hizo mi mejor amigo… No recuerdo mucho a ese niño, pero cuando nos despedimos él me regaló una daga, la daga que siempre cargo conmigo".

"Es una pieza muy bien elaborada, debo decirlo".

"Sí, es una daga única en el mundo, él la mandó a forjar para mi y me la regaló".

"Um, un buen regalo, sí".

Edelgard rió, posiblemente sólo un mercenario creería que regalarle una filosa daga a una niña era una buena idea.

"Y cuando me dio la daga, ese niño me dijo que la usara para pelear por el futuro que yo deseara…"

"Y eso estás haciendo justo ahora".

"Y resulta que ese niño es Dimitri… Yo lo llamaba Dima, y él me llamaba El, justo como lo hacía mi familia…"

Byleth abrió un poco más los ojos. "Vaya, Dimitri y tú son amigos de la infancia… Debes estar feliz por reencontrarlo, ¿verdad? ¿Dimitri no te había reconocido o…?"

"Antes de los experimentos mi cabello era castaño claro, por eso no me reconoció", comentó Edelgard y sintió que Byleth se tensaba. "Además, Dimitri pasó también por momentos duros por culpa de la Tragedia de Duscur, pero sí identificó la daga que me regaló".

No había necesidad de mencionar lo mal que Dimitri quedó luego de todo eso, gracias al trabajo en conjunto del profesorado, el príncipe estaba mostrando avances significativos y Dedue reportaba que Dimitri tomaba siestas más seguido, cosa que no pasaba antes de entrar a la Academia. Aún había un largo camino de recuperación pero los resultados ya eran evidentes.

"Mis hermanos y hermanas me llamaban El. Pensé que mi padre sería la última persona que me llamaría así…" Murmuró Edelgard, disfrutando de las caricias en su espalda.

"¿Dimitri ahora te llamará así?"

Edelgard rió. "No lo creo. Tampoco lo llamaré Dima, siento que es muy pronto todavía". La princesa se mordió un labio y se animó a mirar a su profesora. "Pero sí me gustaría mucho que tú me llamaras así".

Byleth se sonrojó más. "¿De verdad?"

"Me gustaría mucho que me llamaras El en privado… Sólo si estás cómoda con eso…"

"Estamos desnudas y abrazadas, creo que puedo sentirme cómoda llamándote El…" La mercenaria sonrió, sus manos abandonaron la espalda ajena para poder sujetar a Edelgard por las mejillas de manera firme pero gentil. "¿Y tú te sentirías cómoda si te beso ahora mismo, El? Nunca habíamos hecho nada aquí en el baño".

"Me… Me encantaría, profesora mía", balbuceó Edelgard mientras su corazón parecía querer escapar de su pecho, se sujetó con firmeza de los hombros ajenos.

Byleth no la hizo esperar, simplemente dejó que sus labios se rozaran primero con los de Edelgard en suave caricia, movimiento que erizó la piel de ésta. El beso finalmente tomó forma y ambas se besaban al ritmo que marcaba Byleth. Edelgard se dejaba llevar, disfrutaba de ese beso como si fuera el primero.

Antes de entrar a la Academia de Oficiales, Edelgard daba por hecho que seguiría su camino en solitario, un camino tapizado por la sangre y la muerte que acarrearía enfrentarse al monstruo más poderoso de todo Fódlan: la Iglesia de Seiros. Una vida normal (¡y ni qué hablar del amor!) era algo que Edelgard no podía aspirar. A lo sumo soñaba con ganar la guerra y vivir lo suficiente para hacer los cambios que el continente necesitaba, y después deshacerse de las Serpientes de las Tinieblas. El amor no estaba en sus planes…

Entonces conoció a Byleth y su mundo se puso de cabeza.

Y ahora era la Iglesia de Seiros la que estaba dándole caza a las Serpientes de las Tinieblas en lugar de ella, Thales estaba muerto, se ganaba poco a poco la confianza de sus compañeros simplemente con compartirles sus motivos y parte de su historia justo como su querida profesora se lo propuso… Y la persona de la que se enamoró, su profesora precisamente, le estaba besando mientras dejaba ver las cicatrices que por años escondió.

Edelgard von Hresvelg se sentía feliz.

Por su lado, Byleth disfrutaba del beso mientras su corazón latía como loco. La mercenaria se sentía feliz y lo demostraba en el beso, beso que poco a poco pasó de dulce a profundo en cuestión de minutos y ahora era su lengua la que saboreaba la saliva de Edelgard. La princesa gimió dulcemente entre el beso y eso alborotó más el corazón de la mercenaria.

Quien también se estaba alborotando era Edelgard.

El beso la estaba volviendo loca, todo en su mente, sus problemas y tribulaciones se deshacían por culpa del calor del beso y las caricias de esa lengua dentro de su boca. Edelgard quería más. El fuego en su sangre, a saber si era su pasión encendida o la endemoniada Cresta de Fuego, la hacía sentir afiebrada y con sed. Una sed que sólo se apaciguaba en la boca y con la saliva de Byleth.

Sin que fuera totalmente consciente de lo que estaba haciendo, Edelgard se frotó contra el cuerpo de su profesora y de repente fue como si un relámpago la hubiera atravesado. Su piel se erizó, una sensación que nunca había sentido la inundó y tuvo que aferrarse a Byleth con fuerza mientras rompía el beso y se recargaba en su hombro en medio de un suave gemido.

"Lo siento… No sé qué fue eso, pero fue… Fue mucho", dijo Edelgard con voz apenada apenas se recuperó de la fuerte sensación.

Byleth se limitó a abrazarla con cariño mientras sonreía de manera suave. "Creo que lo que sentiste fue placer físico".

¿Placer? Edelgard casi rió, era otra de esas cosas que daba por perdidas en su camino a revolucionar el mundo. "Profesora mía, ¿has estado con alguien más? Sólo por saber".

"No, pero las noches son solitarias y la imaginación se dispara luego de ver sin querer a parejas de mercenarios en medio de la noche haciendo cosas", explicó Byleth con calma.

Edelgard se echó a reir y Byleth continuó con el relato.

"La mejor parte fue cuando le pregunté a papá al día siguiente sobre eso y él se puso tan rojo que no sabía dónde esconderse".

La princesa rió más fuerte de sólo imaginar al pobre hombre siendo asaltado con preguntas incómodas. "¿Y qué pasó luego?"

"Papá dijo que fuera a hablar con la sanadora que en ese momento teníamos y ella me explicó cómo son las cosas entre parejas y cómo debía cuidarme. Luego me enteré que papá le ordenó al grupo que podían hacer lo que quisieran pero que lo hicieran dentro de sus tiendas de campaña", finalizó la mercenaria.

A Edelgard ya le dolía el estómago de tanto reír, no recordaba haber reído tanto, o quizá sí, con sus hermanos y hermanas seguramente cuando aún vivían, pero en ese momento se sentía contenta. "Si te sirve, también recibí esas lecciones, pero nunca pensé que estar así con alguien se sentiría tan bien… Um… Me gusta sentirte así…"

"Podemos ir con calma, El", dijo Byleth de inmediato.

"El problema es que no me siento calmada", reprochó la princesa con el rostro enrojecido. "En realidad me siento mareada", confesó, tanto calor no debía ser bueno para el cuerpo porque todo a su alrededor comenzó a moverse un poco.

"Oh… Entonces salgamos de aquí o te puedes desmayar", dijo Byleth de inmediato y besó la frente de Edelgard antes de animarla a salir del agua caliente. No pudo evitar contemplar la desnudez ajena. La hermosa piel de su El estaba llena de cicatrices, cicatrices hechas por unos monstruos. Su primer impulso fue depositar un gentil beso en una marca en el estómago de Edelgard. "Tomemos las cosas con calma, ¿sí? No quiero que te desmayes y te lastimes".

"Soy la princesa heredera del Imperio de Adrestia, no puedo permitirme tal debilidad", dijo Edelgard con todo el orgullo que pudo reunir, sus mejillas ruborizadas y su gesto apenado poco le ayudaban. Ver el cuerpo desnudo de Byleth tampoco ayudaba. ¿Por qué sus pechos eran tan grandes? Sus músculos delicadamente cincelados y esas fuertes piernas… Podría no creer en la Diosa, pero si creyera, la princesa podría asegurar que la Diosa bendijo a Byleth con semejante anatomía sólo para torturarla. "Um… Podemos seguir después, en un sitio menos caliente".

Byleth asintió y la ayudó a secarse, desde hacía tiempo tenía deseos de hacer eso y al fin lo estaba cumpliendo, de hecho secó con mucho cuidado el cabello de nieve de la princesa.

"La marca que te quedó por protegerme…" Comentó Edelgard de manera apenada al ver la cicatriz en la piel desnuda de Byleth.

"Gracias a esto pude conocerte, El, me gusta tenerla".

Edelgard sintió su corazón acelerarse de nuevo y sólo se recargó en su profesora. "A veces no sé qué decirte, Profesora mía…"

Byleth sonrió suavemente antes de besar de manera dulce y breve los labios de Edelgard.

~o~

Byleth fue corriendo a la oficina de Seteth apenas uno de los monjes le avisó que necesitaba verla con urgencia. Era media tarde y la mercenaria pescaba en el estanque, poco le importó dejar lo que había pescado a merced de los gatos que siempre la acompañaban.

"Aquí estoy", se anunció Byleth apenas entró a la oficina del Consejero, ni siquiera se molestó en tocar la puerta.

Seteth estaba tan apurado que no le molestó esa evidente falta de educación.

"Profesora Byleth, hay cambios de última hora. Acaban de enviarnos un mensaje de auxilio desde la aldea de Remire. Los bandidos pueden esperar, algo malo está pasando con los aldeanos y un superviviente vino a pedir ayuda", dijo Seteth de manera rápida. "Tanto tú como Shez conocen bien esa zona, así que confío en que podrán hacerse cargo de la situación. Llévate a tu grupo y a seis alumnos más. Salgan lo más rápido posible, no es muy lejos", dijo Seteth con prisa y le dio dinero. "Ten, para que contrates a los batallones que te hagan falta para los alumnos".

Byleth se tensó. Sentía un especial cariño por ese sitio, el grupo mercenario solía quedarse ahí, era el sitio donde permanecían más tiempo y con el tiempo se volvieron rostros conocidos. Incluso cuando llegó sola luego de la muerte de su padre, los aldeanos siguieron recibiéndola y guardándole la habitación de siempre. No podía dejarlos a su suerte.

"Entendido".

Alguien sí tocó la puerta antes de entrar, era la asistente Monica. "Profesora, me dijeron que era una emergencia".

"Sí, tenemos que reunir a todas las Águilas, y también debemos buscar a Dimitri y a Claude, la aldea de Remire está en peligro", dijo Byleth con tono visiblemente apurado. "Yo iré con la Capitana Berling para que aliste a los mercenarios, partimos ahora mismo".

"La profesora Manuela y el Profesor Hanneman también irán con ustedes", dijo Seteth de inmediato. "Ellos son muy capaces de pelear y ayudarte a proteger a los alumnos en caso de que sea necesario, ya los mandé a llamar".

Byleth frunció el ceño. "¿Y qué hay de los Caballeros de Seiros?" Entendía la gravedad de la situación, pero que mandaran a los alumnos a un sitio a donde no sabían qué peligro les esperaba…

El Consejero sintió de inmediato la mirada acusatoria de la profesora, podía leer en su rostro todo lo que no estaba diciendo. "Lamento decir que los mejores elementos están en una misión importante, y los restantes deben resguardar Garreg Mach", sobretodo con los Agarthanos sueltos. Las órdenes de Rhea, mismas que el mismo Seteth respaldaba, era que Garreg Mach estuviera bien vigilado. "Además, los alumnos han mejorado muchísimo en combate, sé que harán un gran trabajo".

Byleth no pensaba tragarse ese elogio, pero no era el momento de discutir, no cuando tenían una aldea qué salvar.

"Saldremos de inmediato", dijo la mercenaria y se fue.

Monica salió detrás de ella casi corriendo, pudo notar los puños apretados de Byleth. "Entiendo cómo te sientes, pero no es conveniente que cuestiones las órdenes de la Iglesia… Al menos no por ahora", le dijo de inmediato, aludiendo a esa parte fría y racional de la profesora.

"Lo sé, pero me enfada que pongan en peligro a mis alumnos".

"Míralo de ésta forma… Verás pelear a la profesora Manuela y al profesor Hanneman", dijo Monica a manera de calmar a Byleth. "¿A quiénes quieres llevarte además de Claude y Dimitri? Para ir a buscarlos".

"De los Leones Azules, ve por Mercedes y Felix. Y de los Ciervos Dorados, llevaremos a Raphael y a Marianne".

"Comprendo, a dos sanadoras más y a dos chicos fuertes. Serán de ayuda", dijo la joven maga. "¿Dónde les digo que nos reuniremos?"

"En las caballerizas, diles que lleven las armas y armaduras que recién les compré".

"Entendido".

Y ambas se separaron para poder reunir a las Águilas y a los alumnos de apoyo.

Menos de una hora después, todos estaban reunidos en la zona de las caballerizas, varios de ellos no sabían lo que estaba pasando, sólo que había una misión urgente pero no hubo tiempo de detalles. Todos estaban armados y listos para salir. Los mercenarios de Berling y el resto de los batallones contratados esperaban afuera del Monasterio.

"Entre los tres protegeremos a los alumnos, profesora Byleth", dijo Hanneman con seriedad. Hacía tiempo que no salía a misión de batalla, pero no por ello el experimentado mago estaba oxidado, todo lo contrario.

"No creas que por trabajar en la enfermería no sé defenderme", dijo Manuela. Traía consigo su espada mágica, una Espada Trueno. La mostró con orgullo.

El gesto de Byleth se suavizó, se sentía bien tener a sus colegas profesores apoyándola. Hacer las cosas en equipo se sentía bien. Por un momento se preguntó si ella habría sido capaz de mantener a los mercenarios de su padre unidos… Pero no era el momento de pensar en esas cosas, los alumnos les miraban, expectantes y preocupados porque eso no era lo normal, que los tres profesores estuvieran presentes no auguraba nada bueno.

"Partiremos a la Aldea de Remire ahora mismo, los batallones nos esperan afuera. El Monasterio recibió un llamado de emergencia e iremos a ver qué sucede. Y por lo mismo que no sabemos qué es lo que está sucediendo, les pido que se mantengan juntos", dijo Byleth con firme y fuerte voz. "Armaremos los equipos en el camino. ¡Todos a sus caballos, partimos ahora mismo!"

"¡Sí!" Respondieron los alumnos.

Lo que propiamente ya era una pequeña armada entre alumnos, profesores y mercenarios de los batallones, cabalgaba a toda velocidad hacia Remire. No llevaron provisiones, no había tiempo, sólo llevaron armas y lo necesario para ayudar a las víctimas. En caso de que necesitaran suministros u otras cosas, el viaje a Garreg Mach no era demasiado largo.

¿Qué tipo de emergencia requería la presencia de los tres profesores?

El grupo lo supo apenas llegaron a Remire.

Había incendios en varias partes de la aldea, también casas y otras edificaciones destruidas. El desagradable aroma a carne quemada llenaba el ambiente, clara señal de que lo que se quemaban eran cuerpos humanos. Los gritos de auxilio se mezclaban con gritos de furia y el poderoso crepitar del fuego. Parecía el ataque de bandidos especialmente crueles, sólo que esa destrucción no era obra de bandidos…

Quienes provocaron esa destrucción fueron varios de los mismos aldeanos, atacaban a sus vecinos con espadas, piedras y cualquier cosa que pudieran empuñar, y si no tenían nada a la mano, atacaban a mordidas de manera salvaje mientras maldecían y clamaban por muerte y destrucción a los cielos llenos de humo.

"¿Cómo sabremos a quienes atacar y a quienes no?" Preguntó Shez en pánico, ¡ella conocía a muchas de esas personas! No podía evitar temblar. No solamente ella se sentía en conflicto, también Berling y sus mercenarios.

"¡Escuchen!" La joven profesora llamó a sus alumnos. "¡Ayuden a las personas atrapadas a escapar a las afueras de la aldea! ¡Y si deben usar fuerza letal, háganlo, porque ellos no se están conteniendo!" Dar esa orden le dolió, pero los aldeanos agresivos no se calmaban en lo absoluto, ya había muchos muertos y debían salvar lo que pudieran salvar. "¡Recuerden, muévanse en equipo junto con Manuela y Hanneman y sigan sus indicaciones!"

"¡Sí!"

"¡Manuela, por la izquierda! ¡Hanneman, por la derecha! ¡Los demás, síganme!"

No había tiempo de más discursos, era hora de salvar la aldea.

CONTINUARÁ…