PARTE 27 La Verdad del Mundo
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El cumpleaños de Dorothea, como Byleth lo tenía planeado, lo celebraron un día antes sacando a todas las Águilas Negras de día de campo. No podía llevarse a todos, no cuando tenía que guardar dinero para comprar las armas y otros equipos que sus alumnos necesitaran, pero al día siguiente después de clases, las otras dos Casas celebraron a la amigable cantante con comida y regalos; flores en su mayoría, dulces, postres, té; Hilda le hizo unos accesorios, Manuela le regaló parte de su joyería de cuando estuvo en Mittelfrank y, el mejor regalo de todos fue una hermosa prenda bordada a mano que Petra hizo para ella, una blusa tradicional de Brigid que Dorothea prometió usar siempre.
Los bordados, según explicó Petra, estaban dedicados a las Aves de la Mañana, cuyo canto cada amanecer auguraba un hermoso día sin importar si era soleado o lluvioso. Según se contaba en Brigid, los pájaros no cantaron el día que el ejército al mando de su Príncipe (el padre de Petra) partió para unirse al de Dagda para invadir Adrestia.
Y tampoco cantaron cuando los supervivientes regresaron a las islas cargando los cuerpos que pudieron recuperar, incluyendo el de su príncipe. Pero ahora, para Petra, el escuchar cantar a Dorothea era la señal de que sería un buen día, no importaba si llovía mucho o si hacía tanto frío al grado de adormecerle el cuerpo.
El día de la misión llegó más pronto que tarde y era el turno de los Leones Azules de salir. A sabiendas de lo peligroso que era Metodey, Byleth podía llevarse dos alumnos adicionales de cada Casa. Edelgard y Claude, por supuesto, debían estar en el equipo. Nadie se quejaba de esa decisión. Los otros dos espacios fueron para Caspar y Leonie. Un pendenciero y una chica con mucho qué demostrar, serían de mucha ayuda para una misión que requería un ataque rápido y contundente.
Además, Byleth había aplicado pruebas el día anterior y muchos de ellos ya estaban listos para batallar con monturas y criaturas voladoras. Ashe ya tenía un wyvern asignado e Ingrid llevaba su propio pegaso. Leonie y Sylvain pelearían a caballo y armados con sus mejores lanzas, Leonie empuñaría el arma del Quiebraespadas, ya tenía permiso de usar su mejor técnica en batalla, mientras que Sylvain, un genio perezoso como otros tantos en la Academia, había aprendido a manejar la Lanza de la Ruina bastante bien y Byleth quería ponerlo a prueba por mucho que el chico no lo deseara. La profesora tampoco lo culpaba, esa lanza casi le hacía algo malo a su hermano, pero Hanneman había hecho todo de su parte para asegurarles a Hilda y a Sylvain que esas armas eran seguras en sus manos.
El sitio donde, según los reportes, estaba la guarida de Metodey, era en un estrecho en la zona central de las montañas de Oghma, cerca de la frontera con Adrestia, bastante cerca del territorio de los Varley. La posición central de Garreg Mach en el continente permitía un viaje rápido a cualquier territorio, el viaje sería de unas horas a caballo solamente. Con mucha suerte, terminarían la batalla ese mismo día y regresarían al Monasterio en la noche.
"Lamento que Shez no pudiera venir, ella también tiene asuntos pendientes con el grupo de ese bandido", comentó Edelgard cabalgaba a la par de Claude. Dimitri, de momento, estaba al frente de los miembros de su Casa como marcaba la cortesía. Monica, Caspar y Leonie iban a la par de Byleth y platicaban entre ellos mientras Byleth los escuchaba con contento y en silencio. Los mercenarios estaban en la retaguardia y los costados, custodiándolos.
"Tengo entendido que los mercenarios de Berling han intentado atrapar a ese tipo varias veces, sin resultados", dijo Claude.
"Un sujeto muy escurridizo. Con suerte, hoy será el último día que esté libre y lastimando personas".
"Por cierto, mi muy estimada princesa", el arquero puso un gesto travieso. "¿Me contarás hoy todo lo prometido?"
"Así es, te di mi palabra y siempre la cumplo".
"Nadie nos está poniendo atención, así que soy todo oídos", el arquero había resistido como chico bueno todos esos días y estaba listo para escuchar todo lo que la princesa tenía qué decirle. Esperaba que su paciencia valiera la pena.
"Tienes razón, quizá no tengamos otra oportunidad de platicar en privado", murmuró Edelgard y acercó su caballo un poco más al de Claude, procurando no estorbarse mutuamente. "Lo que quieras hacer con ésta información ya es asunto tuyo, te diré lo que sé de la Furia Blanca".
"¿Y qué es lo que sabes?"
Edelgard bajó un poco más la voz mientras ponía un gesto serio. "La Santa Seiros es la Furia Blanca, son el mismo ser, por eso tienen el mismo emblema como bien lo señalaste. Y la Furia Blanca es un dragón milenario", fue la simple y directa respuesta de Edelgard.
El arquero parpadeó dos veces, incrédulo, para enseguida dibujar una sonrisa que fallaba en no mostrar nerviosismo. "¿Estás bromeando, verdad?"
"No suelo bromear con éstas cosas, Claude, estoy blasfemando mientras uso el uniforme de la Academia de Garreg Mach y la Cresta de Seiros corre por mi sangre", dijo la princesa con seriedad.
"Un momento... Un momento", Claude se llevó una mano al cabello. "Entonces... Eso que dicen que llegó la Furia Blanca a ayudar al ejército de Seiros..."
"Sólo era Seiros en su forma de dragón arrasando al ejército enemigo", completó Edelgard.
"¿Hay más como ellos?" Preguntó el chico enseguida, su sed de saber casi insoportable.
"Acordamos que te diría sobre la Furia Blanca, Claude, no abuses".
"Vamos, princesa, puedes darme algo más".
"Te lo daré si a cambio me das información que sólo tú sepas".
"Adelante, dispara".
"¿Cuál es la historia del misterioso heredero de los Riegan que milagrosamente apareció el año pasado? ¿Ese heredero del que nadie sabía?" Preguntó Edelgard mientras miraba fijamente a Claude. "Cuéntame tu historia, Claude, y te contaré la historia de éste mundo".
Claude tragó saliva, la princesa jugaba sus mejores cartas. Su gusto por mantenerse misterioso e inalcanzable podría costarle saber una historia que quizá pocos sabían. Además... ¿Qué podría hacer Edelgard con la información que pudiera darle de sí mismo? Nada en realidad, saber la historia detrás de Claude von Riegan era un precio muy bajo a comparación de saber la historia de ese mundo.
"Me atrapaste, princesa, me tienes a tu merced", dijo Claude, rendido pero no por ello menos sonriente. "Es justo que te ponga el pago en la mesa. Lo que quieras hacer con ésta información ya es asunto tuyo".
Edelgard sonrió. "Te escucho".
"Había una vez una mujer con mucho carácter y un espíritu libre que no podía ser atrapado en una jaula, mucho menos en una mansión llena de intrigas políticas. El hermano de esa mujer sería la futura cabeza de la familia, ella no tenía ningún compromiso por cumplir, así que escapó de casa en busca de su propia vida", contaba Claude con una sonrisa casi nostálgica, Edelgard le ponía respetuosa atención. "La mujer viajó hasta Almyra y terminó enamorándose y casándose con el actual Rey de Almyra, con quien tuvo un hijo, el niño más hermoso, inteligente y carismático del mundo..."
Edelgard no pudo contener una risa.
"Princesa, me hieres, hablamos del niño más lindo del mundo para esa madre".
"Lo siento, lo siento. Sigue".
"El niño, aunque discriminado por su medio hermano mayor y mucha otra gente por culpa de su origen mestizo, supo arreglárselas para tener una buena vida y contaba con el amor de su madre", continuó Claude. "Y un día, cuando él tenía unos 16 años, se enteró que tenía que ir a Fódlan porque un tío al que nunca conoció tuvo un feo accidente y murió, y alguien debía tomar su lugar como la siguiente cabeza de la familia. El joven fue enviado a Fódlan por voluntad propia, donde también fue discriminado pero ahora por su sangre almyrense".
"¿Y nadie sabía que ese joven era uno de los príncipes de Almyra?" Preguntó Edelgard con genuina curiosidad.
"El joven no se lo dijo a nadie, sólo su abuelo lo sabe. Y en todo caso, el joven quería ver cómo respondería la gente a su presencia si no sabía que era de la realeza extranjera, pero como verás, no salió bien y muchos lo miraban mal y cuestionaban su presencia", respondió Claude. "Por eso el joven tuvo que cambiar su nombre de nacimiento, adaptarse una vez más y hacer uso de todos los trucos que aprendió en Almyra para no ser víctima de la repulsión inmerecida de unos tontos".
"Me alegra que ese joven se las arreglara".
"Y ahora ese joven tiene grandes sueños".
"¿Qué sueños son esos?"
Claude miró al frente, sus ojos brillantes al futuro que visualizaba en su mente. "Un mundo donde todos sean aceptados sin importar de dónde sean o cuál sea el origen de su sangre..."
"Un buen sueño".
"¿Verdad que sí?"
"¿Y el joven supongo que tiene planes para lograr ese sueño".
"¡Por supuesto!"
"¿Los puedo saber?"
"Creo que es mi turno de ser quien calle, escuche y haga preguntas, princesa".
Edelgard rió y asintió mientras se lamía los labios un poco. Estaba punto de revelarle a Claude algo que la gente normal no sabía. El sueño de Claude era fantástico, pero había un problema.
"Si el joven quiere volver su sueño realidad, entonces debe estar enterado que habrá seres que no le permitirán cumplirlo porque eso va en contra de todo lo que ellos han construido por siglos enteros", dijo la princesa con un repentino tono serio, poco complacido.
Claude supo leerla y asintió.
"La Diosa que vino a éste mundo desde las estrellas tuvo descendencia nacida de su sangre, criaturas no humanas y muy poderosas llamadas Nabateos. Dragones con poderes inmensos. Los Nabateos ayudaron a la humanidad con sus poderes y la increíble tecnología que desarrollaron por ese entonces, pero con el tiempo, esos humanos se llenaron de avaricia y sed de poder y comenzaron a pelear entre ellos por la supremacía, acabando con mucha de la humanidad en su momento. Pero la Diosa y sus hijos derrotaron a esos humanos y los sobrevivientes tuvieron que huir a un sitio donde nadie pudiera encontrarlos. La humanidad se recuperó y aquellos que comenzaron la guerra fueron olvidados, su tecnología quedó enterrada por el paso del tiempo".
Claude asintió, increíblemente interesado en la historia.
"Cerca de un milenio después, cuando la Diosa y sus Hijos ya tenían el orden restaurado en Fódlan, fue cuando esos primeros humanos, a quienes desde ahora llamaré Serpientes", aclaró Edelgard, "resurgieron de las profundidades de la tierra con el único fin de vengarse de aquella derrota".
"Mil años de deseos de venganza... Wow..."
"Oh, no tienes idea, Claude", la princesa continuó. "Fue ahí donde surgió Némesis y junto con su gente y el respaldo de las Serpientes comenzó una guerra contra la Diosa y sus Hijos. Una guerra donde murieron casi todos los hijos de la Diosa, y la Diosa misma también. Seiros y unos cuantos supervivientes de los Nabateos quedaron con vida. Los diez seguidores más fuertes de Némesis..."
"Oh, ¿hablas de los Diez Héroes?"
La princesa asintió. "Esos hombres bebieron la sangre de los hijos moribundos de la Diosa, el mismo Némesis bebió la sangre de la Diosa, y ahí obtuvieron sus poderes en la forma de los Emblemas. Por supuesto, Némesis fue quien ganó el mítico Emblema de Fuego al beber la sangre de la Diosa misma".
Claude abrió más los ojos.
"Lo único que puedo decir en la defensa de los Héroes es que muchos de ellos no sabían de donde venían las armas que Némesis y sus benefactores les dieron".
"Las Reliquias..."
"Por eso tienen esa forma grotesca y orgánica, fueron creados de los restos, de los huesos y el corazón de los Nabateos caídos".
El arquero no sabía qué decir.
"Fue en Zanado donde Seiros luchó la batalla final contra Némesis y la Élite. Seiros luchaba junto con otros cuatro Nabateos supervivientes de la masacre a los que actualmente se les conoce como los Cuatro Santos. También tenían aliados humanos a quienes ellos les dieron su sangre voluntariamente, entre esos humanos estaba el Emperador Wilhem I".
Hubo unos segundos de silencio mientras Edelgard se lamía los labios, los sentía secos, y bebía un poco de agua. Claude aprovechó ese momento para ordenar toda esa información en su cabeza. Ya recuperada, Edelgard continuó.
"Luego de ganar esa batalla, Seiros cimentó su Iglesia y desde entonces se encargaron de reescribir toda la historia, ocultando la existencia de los Nabateos y de las Serpientes. Ocultaron el verdadero origen de la guerra, de las Crestas, y a los descendientes de aquellos que poseyeron las Crestas por primera vez, se les dijo que eran bendiciones de la Diosa. Lo mismo hicieron con las armas, dijeron que eran regalos de la Diosa. Seiros siempre ha estado a la cabeza de la Iglesia, solamente ha cambiado de nombre y de apariencia en cada generación. Es un dragón después de todo..."
Y Claude lo comprendió, semejante verdad le cayó como agua helada en la espalda. "¿Estás diciendo que Lady Rhea es Seiros...? ¿Esa Seiros que peleó contra Némesis?"
"Exacto. Ella y su gente han alimentado la historia falsa por casi un milenio, se han puesto a sí mismos en un pedestal de santidad, han controlado el conocimiento y el crecimiento de Fódlan, han manipulado la fe y el destino de miles de personas y les han hecho creer a todos que tener un emblema es una bendición".
Claude no supo qué decir a eso.
"¿Acaso el joven de tu historia no fue llamado porque tenía un emblema que lo legitimaba como el heredero?"
El arquero se mordió un labio. Sí, por eso lo llamaron, no porque su abuelo quisiera conocerlo ni mucho menos.
"Generaciones enteras de personas que se han graduado en la Academia han sido dejados de lado por no tener una Cresta", la voz de Edelgard luchaba por no ganar volumen, pero se notaba la rabia en su tono. "Los nobles hacen lo que sea por tener descendientes con Crestas. Por eso admiro que el General Goneril sea apreciado y puesto en el lugar que merece por sus habilidades y méritos, y también lo siento por Hilda, que por tener una Cresta debe tomar un sitio de poder que no quiere..."
Claude admitía no estar totalmente al tanto del problema de los Emblemas, hasta hacía poco más de un año tuvo por único trabajo no dejar que la gente a su alrededor lo humillara por tener sangre mestiza, y también debía ocultar su identidad, a la vez que aprendía todo lo posible de la Alianza y estudiaba sobre política y estrategia.
"No soy yo para contar sus historias, pero muchos de nuestros compañeros sufren por tener o no una cresta, quizá ya te has dado cuenta de ello".
"Sí, princesa, me he dado cuenta, pero no creí que fuera un problema tan grave", confesó Claude.
"Y no te culpo por ello, tenías otros problemas en manos. Y si te sirve éste dato, fue por mandato y control de la Iglesia de Seiros que Fódlan ha quedado aislado de los territorios vecinos. En otros lados no tienen crestas que los controlen ni designios de la Diosa que les dicte qué hacer o no... Porque eso seguramente haría que la gente comience a preguntarse cosas".
Claude frunció el ceño. "Eso... Eso es mucho..."
"Seguramente hay más detalles que desconozco de lo que acabo de contarte, sólo te he dicho lo que sé".
"¿Y cómo te enteraste de todo eso, princesa?"
Edelgard recuperó la sonrisa mientras miraba Claude. "Te dije que te contaría la historia de éste mundo, no mi historia".
"¿Y cuánto vale tu historia, princesa?"
"Lo pensaré. Por ahora tendrás que conformarte con esto".
"Ya me has dicho mucho, créeme... Y ahora siento un nuevo nivel de miedo por la Arzobispa Rhea, nunca más la veré con los mismos ojos..."
"Procura hacerlo y portarte bien mientras vistas el uniforme de la Academia, ella tiene el poder de deshacer la Alianza completa de un plumazo y de organizar una guerra contra Almyra si cree que eso le ayudará a mantener el control del continente".
Claude puso mala cara. "Te creo".
"Para el joven de tu historia será complicado cumplir su sueño".
"Oh, pero yo conozco a alguien que no gusta mucho del sistema de Crestas", dijo Claude, ahora juguetón. "Quizá esa persona pueda ayudarme".
"Quizá..." Murmuró Edelgard, mirándolo de reojo.
Ninguno pudo decir nada más, Dimitri se les acercó para consultarles algo. La plática debía terminar pero...
No sería mala idea contarle sobre esto a Dimitri a la primera oportunidad, pensó Edelgard. No era una mala idea en lo absoluto. La gente en Faerghus la pasaba mal por culpa de las Crestas, varios de los Leones Azules la pasaban mal por culpa de las Crestas, bastaba escuchar de las cartas de propuestas matrimoniales que Ingrid trataba de ignorar. Mercedes también. Eso no era secreto para nadie.
De momento, lo importante era detener a esos bandidos y Dimitri se les acercó para poder dividir los equipos, la profesora le permitió decidirlo y Dimitri ya tenía una distribución adecuada del grupo. Se sentía contento porque Byleth aprobó su plan de ataque.
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Aún había luz de día cuando llegaron al punto desde donde propiamente se movilizarían para atacar a Metodey y su grupo. El escenario ésta vez prometía ser complicado: grutas y pasos estrechos entre las montañas. Ya tenían ese escenario estudiado al menos en papel, pero sería la primera vez que pelearían en dicho escenario. Byleth, sin embargo, confiaba en sus alumnos.
"Escuchen, desconocemos cómo estén los caminos por dentro así que traten de memorizar las rutas por donde pasen, en caso que necesitemos reagruparnos", dijo Byleth en voz alta. "Nos dividiremos en grupos justo como Dimitri los organizó. Manténganse juntos, nunca marchen lejos de vista del resto de su grupo y confíen en sus batallones. Si necesitan dividirse, vayan en parejas", continuó la profesora y enseguida miró a Dimitri. "Adelante".
"El día de hoy tenemos por misión detener a estos bandidos, aprehender a su líder para que encare a la justicia y recuperar lo que han robado", dijo Dimitri con voz firme y poderosa, su lanza en manos. "Confío en que todos volveremos al Monasterio a salvo y con la victoria en nuestras manos, peleemos con todo y no dejemos que aquellos que buscan dañar a otros, ganen siempre".
El príncipe miró a todos con detenimiento antes de continuar.
"Aquellos que encuentren a su líder traten de detenerlo. Usen sólo la fuerza letal como último recurso", agregó el príncipe y tomó aire. "¡Leones Azules, por la victoria!"
Y todos respondieron al unísono.
"Avancemos y nos dividiremos donde debamos hacerlo". Indicó Byleth. "¡Vamos!"
El numeroso grupo entró por la enorme gruta que, según los informes, era el acceso al escondite del grupo de Metodey y, ya desde la entrada, había un ambiente incómodo, un aire extraño acompañado de señales de que esas cavernas tenían actividad humana. Botellas rotas tiradas en varios lados del suelo durante el camino, cajas de madera vacías, trozos irrecuperables de armaduras y telas. No le daban mucha limpieza a ese sitio por lo que parecía. Sólo había antorchas suficientes para mantener el sitio medianamente iluminado en las zonas donde no llegaba suficiente luz de sol.
Y entonces vieron un puñado de bandidos cuidando esa zona, bandidos que los atacaron ni bien los vieron. Antes de que alguno de ellos pudiera dar la aviso de ataque, una flecha de Byleth derribó al que intentó sonar el cuerno de alarma. Sin darles tiempo de reaccionar, Byleth derribó a esos sujetos a simple y llano puñetazo a cada uno.
Quería ahorrarles energía a sus alumnos, así que pidió a algunos mercenarios arrestar a los supervivientes y llevárselos.
"No quiero que se cansen tan pronto, siguen creciendo y aún deben desarrollarse más, no deben sobre exigir sus cuerpos", explicó la joven profesora, claramente olvidando que algunos de sus alumnos rondaban la misma edad que ella, incluso un poco mayores. "Sigamos".
Y no avanzaron demasiado hasta llegar a una caverna que servía como una especie de sala de recepción, justamente ahí recibían los cargamentos robados, sitio donde los clasificaban y los llevaban a distintos sitios de la guarida, ahí había un pequeño grupo de bandidos trabajando con lo recién robado. Al verlos, algunos corrieron por sus armas para atacar a los alumnos.
"¡Dimitri!" Lo llamó Byleth y el príncipe y su equipo conformado por Mercedes, Dedue y Ashe, junto con sus respectivos batallones, atacaron.
"¡Claude, avancen por la entrada de la izquierda! ¡Edelgard, ustedes vayan por la entrada central! ¡Los demás, conmigo!" Indicó Byleth y los grupos rápidamente se dividieron mientras Dimitri y su equipo se encargaban de esos bandidos. "¡Dimitri, tomen la entrada restante cuando terminen! ¡La Capitana Berling se quedará aquí con sus hombres para evitar que otros escapen!"
"¡Sí!" Respondió el príncipe, haciendo que su equipo cubriera el avance del resto del grupo. Su lanza, una resistente y pesada lanza de plata, servía para evitar que los bandidos fueran detrás de sus aliados, también le servía para proteger a Mercedes, que estaba atenta a los heridos. Ashe, no muy lejos de él, disparaba sus flechas a los que osaran acercarse mucho, mientras que Dedue y su pesada maza hacían maravillas contra los bandidos con pesadas armaduras.
Las tropas mercenarias rápidamente derribaron a los atacantes más numerosos y menos experimentados. Los novatos seguramente, no tan peligrosos en peleas uno a uno pero que en números grandes podían llegar a causar muchos problemas.
Berling y sus hombres de más confianza estaban atentos.
La batalla fue veloz y totalmente a favor de los Leones a cargo.
"¡Ustedes avancen, nosotros terminaremos el resto!" Les indicó Berling a los alumnos y estos obedecieron. La experimentada mercenaria admitía que Byleth estaba haciendo un gran trabajo con los pequeños. Agradecía también que no los pusieran a hacer todo el trabajo por ellos, la profesora los dejaba trabajar. La mercenaria nunca se imaginó dándole indicaciones, órdenes y hasta felicitaciones al príncipe de Faerghus, a la futura emperatriz de Adrestia y al siguiente archiduque de la Alianza de Leicester.
Nada mal para un trabajo de escuela.
Por su lado, el grupo de Edelgard conformado por Ingrid, Monica y Felix, y sus respectivos batallones desde luego, avanzaron por varias cavernas dónde a veces encontraban bandidos, pero eventualmente llegaron a una zona abierta donde... Un numeroso grupo de guardias tenían a prisioneros atados y en jaulas.
Los alumnos enfurecieron.
"¡Ataquen a voluntad!" Ordenó Edelgard y ella misma cargó primero contra unos bandidos que estaban maltratando a unos hombres que tenían atados a unos postes. Los batallones conocían su trabajo. Al ser una zona abierta, rodearon la zona para evitar el escape de cualquiera de esos maleantes.
Monica se quedó cerca de su princesa, cubriéndola con sus mejores hechizos. Felix daba rienda suelta a toda su habilidad y esos pobres diablos poco y nada podían hacer contra la veloz y letal espada del chico. Ingrid, por su lado, usaba sus precisos estoques con lanza para atacar a aquellos que creían que usar a los prisioneros como escudos era una gran idea. No, no lo era, Ingrid los rodeaba desde el aire en su veloz y ágil pegaso. Los bandidos poco pudieron hacer para evitar su derrota.
"Monica, revisa a esas personas, por favor, dejaremos que Mercedes los cure debidamente cuando acabemos, sólo cierra las heridas que sangren", ordenó Edelgard.
"¡Sí!" La joven maga se sentía confiada, recordaba perfectamente bien las lecciones de la profesora Manuela y sabía mantener a un herido cómodo para poder ser revisado por un sanador más avanzado. Mercedes era una gran sanadora, todos lo sabían.
"Felix, vigilen que nadie se acerque desde el interior de la montaña", ordenó la princesa.
El espadachín asintió en silencio y junto con su batallón custodiaban la entrada a esa zona.
"Ingrid, ayuda a Monica a liberar a los prisioneros".
"¡Entendido!"
"¡Apenas todas éstas personas estén aseguradas, los llevaremos con la Capitana Berling y alcanzaremos a los demás!"
"¡Sí!"
Mientras tanto, Claude y su grupo conformado por Annette, Sylvain y Caspar avanzaban a paso rápido por el sendero que les tocó. El arquero no estaba acostumbrado a dirigir a un grupo que no tuviera a ningún miembro de los Ciervos, pero no le fue complicado adaptarse, todos ellos estaban dispuestos a pelear... Sobre todo Caspar, que estaba entrenando mejor sus puños y el manejo del hacha y quería demostrarlo. El arquero lo dejaba ir al frente, pero se encargaba de protegerle las espaldas junto con Annette de ataques sorpresa. Mientras que Sylvain hacía un magnífico trabajo cubriéndolos a ellos desde los costados. Los mercenarios también hacían un gran trabajo, Claude admitía que le gustaba cuando las cosas salían bien y como estaban planeadas.
"¡Tenemos el área limpia, sigamos!" Indicó Claude luego de revisar los alrededores sobre el lomo de su wyvern.
"¡Al ataque!" Exclamó Caspar con emoción.
"¡No te adelantes!" Gritó Annette y fue detrás de él.
"No podemos quedarnos atrás, compañero", le dijo un juguetón Sylvain a Claude y éste rió.
"No, no podemos. ¡Vamos!"
El grupo siguió avanzando y lo que toparon al final del camino fue una inmensa caverna repleta de todo lo no perecedero que esos sujetos habían robado: armas y armaduras, materias primas desde madera hasta metales de todo tipo, telas y pieles de animales y un largo etcétera.
"Vaya, vaya, creo que encontramos algo que le será de ayuda a mucha gente", silbó Claude. "Será mucho trabajo sacar esto de aquí".
"¡Intrusos en la bodega!" Gritó una voz de repente, un grupo de bandidos llegó, pero estaban en clara desventaja numérica y se dieron cuenta demasiado tarde.
La pelea fue rápida y a favor de los estudiantes.
Uno de los mercenarios fue enviado a avisar que habían encontrado los materiales robados, que requerían gente que cuidara de la zona para ellos poder avanzar para alcanzar a los demás.
Más adelante en la zona más profunda de la cadena de grutas y cavernas, Byleth avanzaba en un grupo mucho más reducido junto con Leonie, que marchaba junto a ella con marcada seguridad y orgullo, pero seria y atenta a sus alrededores. Entre ambas, con el eficiente apoyo de sus batallones, limpiaban el camino y hasta el momento habían encontrado lo que parecían ser oficinas, salones de juntas, incluso un amplio espacio que reconocieron como la cocina y comedor donde esos bandidos comían lo robado.
Ningún ladrón fue capaz de detenerlas. Aunque se trataba de una armada grande, el estar desperdigados en una zona tan amplia los dejó en pequeños grupos fáciles de reducir. Por supuesto, ninguno de ellos se esperaba un ataque directo en su guarida principal. Reagruparse en espacios tan reducidos era complicado.
"No que me queje, profe, ¿pero qué tanto vamos a avanzar? No dejamos de ver cuevas", dijo Leonie mientras miraba a todos lados con atención, cabalgaba a trote lento para no pasar nada por alto.
"Toda la montaña y los caminos alrededor es su territorio, debemos avanzar con cuidado o él podría escapar", dijo Byleth y de pronto percibió algo en el aire que la alarmó, hizo que todo el grupo se detuviera.
"¿Profe?" Leonie pareció confusa, al menos hasta que lo notó también, y no sólo ella, los batallones que las acompañaban percibieron lo mismo: Una peste terrible.
Un aroma a muerte pero no como el de un campo de batalla recién tapizado de los caídos en combate. Olía más bien a un matadero. Byleth se dio cuenta que el aroma venía desde el fondo de uno de los caminos más estrechos a los que se podía acceder desde esa caverna. Esa zona en especial tenía un muro y una gruesa puerta construida.
"Leonie, aguarda aquí junto con los demás", indicó Byleth y avanzó con su fantasmal paso hasta la puerta de metal. El muro de madera y metal estaba bien hecho, anclado a la roca a manera que no podía ser derribado. La puerta era gruesa y estaba cerrada. La profesora pegó la oreja a la puerta y pudo escuchar sonidos que al principio no pudo reconocer, pero había un sonido más fuerte que otros: risas.
Crueles risas.
Y los otros sonidos finalmente pudo reconocerlos: lamentos de dolor.
Byleth maldijo por lo bajo y descubrió que la puerta podía abrirse, así que lo hizo despacio y lo primero que la asaltó fue un nauseabundo aroma que no podía describir. Leonie intentó acercarse y la profesora se lo impidió con un gesto.
"Yo iré, esperen aquí", indicó Byleth en baja voz y entró, cerrando la puerta tras de sí.
Tras caminar por un oscuro pasillo, guiada solamente por una luz al final de éste, Byleth llegó a lo que podría describir como una cámara de los horrores. Ni el más terrible calabozo se comparaba a eso.
Instrumentos de tortura en muros y mesas, jaulas donde ni una bestia merecía estar tenían personas encerradas en diversos estados de deterioro y con partes del cuerpo cercenadas. Algunos incluso ya estaban muertos luego de haber pasado por las manos de un monstruo. Había un caldero con agua hirviendo cerca de un muro y no era difícil adivinar que ese también era un instrumento de tortura.
La gente que aún podía hablar clamaba la muerte y algunos trataban de morderse las lenguas para escapar de tan horrible destino. Todos ellos estaban más muertos que vivos, lamentablemente vivos todavía.
Al centro de ese depravado espectáculo estaba aquel sujeto cuyas risas hacían más ruido. Se trataba del mismísimo Metodey, fácil de reconocerlo por las descripciones del reporte. Y Metodey terminaba de desollar a su víctima más reciente y dejaba que los demás vieran todo, los obligaba a contemplar mientras reía y se regocijaba en su horror.
"¡Cuando termine con éste, seguiré contigo, querida!" Gritó el malvado mientras miraba a una mujer en una de las jaulas más cercanas.
Amordazada, la pobre mujer trataba de gritar, pero ni para eso le quedaban fuerzas. Los demás lloraban y gritaban con la vida que aún tenían y eso regocijaba al torturador.
"¡JA, JA, JA! ¡Lloren más, eso los hará más deliciosos!" Gritó Metodey, pateando una de las jaulas.
"¡BASTA!" Gritó Byleth, entrando completamente al asqueroso sitio.
Metodey respingó y sujetó su cuchillo con fuerza. Y entonces vio a la intrusa.
"¡¿Quién eres?!"
"Eso no importa... Un muerto no necesita saber mi nombre", dijo Byleth con una letal frialdad reflejada en sus ojos.
El bandido rió burlonamente. "¿Sabes? Tienes una muy linda piel, se verá bien colgada en el muro", dijo con cruel voz mientras señalaba uno de los muros del lugar... Muro que estaba tapizado de restos humanos.
Byleth apretó los dientes y sacó su espada. "¿Porqué? ¿Porqué les hiciste esto?"
"El fuerte devora al débil, dulzura, esa es la verdad de este mundo, ¡y yo soy más fuerte!" El bandido soltó una burlona risotada y atacó a la invasora sin perder un segundo más.
El combate era feroz, veloz. La fama de Metodey no era infundada, sus habilidades de combate lo hacían un oponente complicado, pero Byleth tenía que acabar con ese sujeto, no había justicia que lo hiciera pagar por sus monstruosidades. Tenía que darles al menos esa paz a las personas que estaban ahí atrapadas, la paz de verlo muerto.
Con un veloz ataque, Byleth cortó la mano con la que Metodey sostenía su espada. El tipo chilló de manera aguda mientras miraba con horror cómo su mano quedaba en el suelo.
"¡Me rindo! ¡No me hagas daño, por favor!"
Pero Byleth, sin esperar más, clavó su espada en el vientre de Metodey. "El fuerte devora al débil..." Murmuró la mercenaria mientras se daba el lujo de retorcer la hoja.
El bandido cayó al suelo en medio de una agónica muerte hasta que dejó de respirar, al fin. Byleth miró a los prisioneros y rápidamente trató de socorrerlos pero...
"Termina con esto, por favor", rogó un hombre del que sólo quedaban pedazos de lo que alguna vez fue, incluso le faltaba un ojo y la manera en que lo perdió fue horrible. "Acaba con esto, por favor..."
Byleth tragó saliva y miró a los demás prisioneros. Todos comenzaron a rogar por un final digno. La profesora asintió en silencio y empuñó su espada una vez más.
Afuera, a Leonie le preocupaba que su profesora aún no saliera de ahí. Los demás grupos les dieron alcance y la chica les dijo que la profesora estaba ahí dentro. Byleth finalmente salió. Estaba bañada en sangre y arrastraba por un pie el cuerpo sin vida de Metodey.
"Es el líder, es Metodey, tuve que matarlo", explicó Byleth con voz fría.
"¿Profesora, qué pasó?" Preguntó un preocupado Dimitri.
"Salgan de aquí y quédense con sus batallones, pídanle a la Capitana Berling y a sus hombres que vengan a ayudarme".
Byleth no quería que sus alumnos vieran esa sala de los horrores.
CONTINUARÁ...
