Aquí vamos otra vez…

Anotaciones:

Bueno… y llegó el segundo capítulo de esta cosa.

A partir de ahora colocaré la misma alerta en esta historia que en UPM.

Nada que decir.

Disfruten.

Alerta: En esta historia se narran variadas situaciones que catalogan como contenido adulto y que pueden ser muy sensibles para algunos. Todas (o casi todas) cuestiones tratadas en mayor o menor profundidad dentro del juego Cyberpunk 2077, y que también se tocarán en esta ficción. Si has jugado al juego, sabrás lo que te espera (e incluso así puede que te sorprendas). Leer con discreción.

~~o~~

Deus Ex Machina

~~Introducción~~

Capítulo 2: Carbono Alterado

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Tokyo. Capital de capitales. El fin del mundo en el extremo oriental. Otra megaurbe que se jactaba y vanagloriaba de su misantropía.

El viento seco, el cielo extrañamente no plomizo. La luz del sol acompañaba a la fresca mañana. El ciclo matutino ya había arrancado hace rato. Los coches abandonaban la zona residencial para unirse a interminables colas de tráfico para hallar, de algún modo, el camino a la hora indicada al sitio donde su tiempo se reconvertía en dinero. Los más adinerados y suertudos eran recogidos por su VA personal en los helipuertos de sus techos o en los patios de sus mansiones y chalets. La mayoría ataviaban abrigos, no muy gruesos, para contrariar la frescura otoñal. Todos cumplían la norma del vestirse a rajatabla, como si hubiere un mandato divino que les predicara el ponerse un suéter azul, una camisa blanca con lisas rayas, corbata, unos pantalones formales y sosos y los inobjetables zapatos negros o marrones. Sin embargo, gente había que contrariaba al mundo entero y vestía no un conjunto que precisamente resistiera el clima destemplado.

El agua centelleaba con los rayos moribundos mandando señales de auxilio. Cristalina superficie que emanaba con premura su incorruptible entereza, llamando al sumergimiento a los entes cercanos, aunque ella no lo deseara así. La profanarían en determinado momento. La fechoría de la penetración onda, profunda, que era para lo único que servía aquí. Ser consumida. Ser utilizada y dejada hueca y sucia en su inmundo estancamiento descontinuado. Para volver a levantarse, purificarse y ser adulterada y violada nuevamente. Esa es el agua. Y la mujer caminaba por su costado, sin pensamiento opositor, sin ningún deje de nostalgia o anhelo.

Las piernas eran delgadas y níveas, entornadas y entrenadas. Resistirían una buena maratón, de lo que sea. Los bellos hacían notar su ausencia; no los había, y ni el fantasma de estos se percibía a simple vista. Los pies descalzos, de plantas rosáceas; rojas ahora por el deambular sin calzado de ningún tipo. Sin miedo al frío. Uñas desprovistas del jolgorio del tinte. Sus curvas se acentuaban ni bien se subía por el valle de ínfimas vestiduras. El púrpura, con dos aros de bronce que se asían de sus caderas y lo mantenían en su lugar, recortaba los senderos al terreno prohibido de su sexo, se lo saltaba y se denotaba el vientre plano y bien conservado. Los pechos jóvenes y turgentes se escondían, temerosos, bajo la tela, la dura piedra tras ella rastrillaba pidiendo algo de abrigo. Su espalda era atlética, sus hombros y brazos también. Su cara una prueba irrefutable de su juventud. Labios notables manchados de rojo frambuesa, ojos pardos, pestañas y cejas destacadas y brunas, nariz fina y, en su totalidad, un rostro sin imperfecciones o peros. La coronaba el cabello amoratado, largo hasta más allá de los hombros.

Ella se movía sin premura dispuesta a cumplir con los deseos de su amo. El príncipe más excéntrico de todo Japón, el último hijo de la unión entre Uzumaki y Namikaze, dos familias glorificadas desde décadas atrás en el país del sol naciente, y en todo el mundo tras la explosión de sus activos financieros en impermutable alta.

Suelo de tablas de madera local rodeaban una piscina. El patio era enorme, unos veinte metros cuadrados solamente para el jardín de una casa en el suburbio más adinerado de toda la ciudad de Tokyo. El césped: césped verdadero, fresco y verdoso, un lujo tremendamente opulento en los tiempos que corren. Subió las escaleras empinadas. Se paró erguida en el trampolín, lista a la señal de su señor. Una joven desacomplejada pero aun así insegura de toda la situación de desnudar su cuerpo de tales maneras. Pero el amo lo requirió así, su señor le mandó, y ella no antepuso objeciones como la excelente servidora que es. La cosificadora mirada de su maestro la apuntaba; no lo vio, pero segura de eso se hallaba. Ella le creía, ella sabía que el deseo no nació de él y que solamente la percibió como una «cosa» más, uno de sus serviciales súbditos. Y eso, capaz, la hizo sentirse peor. Solo fue unas piernas entrenadas, unos pechos pubescentes, una larga cabellera morada y lacia y un interés pura y exclusivamente indagatorio, en concreto en su anatomía femenina. En resumidas cuentas, un trozo de carne que simplemente servía como agente de pruebas, de estudio del joven maestro que le tocó vigilar y cuidar.

"Hazlo." Dijo alguien desde debajo, era la voz de su amo, desprovista de emociones. Ella suspiró, respiró hondo y corrió hasta el borde, saltando en éste para impulsarse, en pleno vuelo dando varias volteretas y zambulléndose de lleno en el agua fría de la mañana. Sus rizos violáceos se extendieron en las profundidades cual apéndices dilatados de un calamar en mitad del océano. Ella nadó con experiencia, pues daba la casualidad que desde pequeña la fascinó la natación. Este era su hábitat, uno de sus hábitats. Claro que prefería asir un arma en sus manos y salvaguardar la vida de quienes le sustentaron su subsistencia, pero la comodidad en el nado estaba allí, como un viejo y desmejorado juguete al fondo de un baúl añejo y olvidado. Dando brazadas, estirando sus brazos y piernas debajo del agua terriblemente prístina; un hecho que, en estos días, no se observaba con asiduidad. La jovenzuela nadó y, de cuando en cuando, salía a respirar y rellenar sus pulmones del frescor del otoño. El gélido abrazo de la brisa le erizaba la piel al despejar sus pechos del líquido. Intentó no pensar en la imagen que debían de estar otorgando a su maestro la dureza detrás de su sujetador, pero es que el clima no la asistía al fingirlo y, quizás, no eligió el mejor traje de baño para la ocasión. Su amo no le dijo estrictamente qué ropa usar, fue ella la que, absurda y orgullosamente, quiso personarse el día de la fecha con algo tan revelador.

No supo exactamente qué es lo que ganaban con esto, y si realmente había un motivo detrás o si solo era para excitar alguna parte de la mente del «muerto en vida». Un poco doliente el apodo que le dieron los que conocían sobre su condición, es decir, los del consejo de Uzumaki-Namikaze Corp. Cuando la asignaron a su posición como la guardaespaldas personal del último heredero, el tono con el que se dirigían a Naruto dejaba entrever una apatía flagrante por él, jamás se habría imaginado tales tratos desdeñosos al que, supuestamente, era el jefe de corporación, o al menos en un futuro indiscutiblemente sería así.

Nadando de una punta a la otra de la gran piscina, recibió la señal mental: el tiempo de nado había terminado. Se acercó al bordillo, dispuesta a salir y secarse. Allí vio al maestro tomando la iniciativa, recortando las distancias desde su lugar de observación con una toalla blanca en las manos.

El rubio se arrimó al borde de la piscina, se agachó y le acarició con tierna suavidad la mejilla. Ella se sonrojó y se avergonzó de sobremanera pero no objetó. Como una mascota sumisa, se dejó tocar y mimar quedadamente por un niño de catorce años de edad. Sus ojos, que parecían un campo blanco invernal manchado por celestiales pinturas, la estudiaban en su profusa confusión indisimulada e ininterrumpida. Su maestro se quitó los guantes que solía ponerse. El metal bruñido hizo acto de presencia, los destellos del soleado cielo se hundían en ellos y de ellos no salieron, siendo absorbidos cual agujero negro en su horizonte. No reflejaban luz, no despedían calor. Apéndices metálicos anormalmente inhumanos en el mundo de lo transhumanitario. El frío del negro metal le hacía cosquillas en su mente, en su columna y en zonas que desconocía el porqué de su excitación cuando sencillamente estaba siendo acariciada por un niño. Él le colocó un dedo de acero en los labios frambuesa y delineó la línea de los labios superiores, apretando suavemente, aplastando su tersa carne con delicadeza magistral. El sonrojo en sus mejillas tuvo que ser alarmante en estos instantes, y ni siquiera supo a qué se debía. Él no sonreía, él no se sonrojaba por tocar tan de forma tan íntima a una persona del sexo opuesto que le sacaba unos cuantos años de ventaja, él no hizo nada parecido a lo que haría un joven excitable de su edad: solo visualizaba con aire averiguador a la chica en bikini que nadaba en su piscina y que estaba completamente a su disposición, para que él pudiera hacerle todo lo que él quisiera, sin importar si ella no concordaba con ello. Al contrario, se asemejaba a un erudito estudiando una suerte de supuesta piedra filosofal, anotando sus peculiaridades, sus reacciones y sus características fisiológicas en un tomo mental, imaginario. Ella, por razones vergonzantes y anónimas, quiso probar los límites de la inexpresividad de su maestro, o cumplir con su cometido como el objeto de sus deseos que era, lamiendo el dedo, mostrarle su capacidad reactiva para no ser reemplazada.

Pero toda cercanía con entonaciones sexuales se desvaneció cuando él se paró, divisó al costado. Un tercero se metía en escena. Era el encargado principal de cuidar y proteger al joven heredero. Hiruzen Sarutobi, con un kimono entre medias de lo formal y lo informal, salía de la finca e iba hacia el niño y su guardiana. Ella salió del agua. Naruto le tendió la toalla.

"Excelente exhibición, Yūgao-san." Le decidió aplaudir, de la misma manera apacible y desinteresada de siempre, el Uzumaki-Namikaze. El niño vestía un yukata negro, sobrio; en la espalda el símbolo de Uzumaki, un remolino celeste, superpuesto al escudo de Namikaze, que de él ya únicamente sobrevivía el fondo verde circular tras varias reinvenciones. Unos pantalones negros acompañaban el atuendo. Iba descalzo. Un collar en su cuello: una joya de un cristal antiquísimo de altísimo valor perteneciente a los bisabuelos por parte de su madre, heredado de generación en generación religiosamente.

"Siempre estoy a su entera disposición, maestro. Es mi misión." Ella declaró con obediencia y pasividad, plácida de hacer lo que su maestro le ordene. Él solo asintió a esto, no mostró reacción perceptible. Ella se cubrió con la toalla. Hiruzen los alcanzó; se limpiaba la nariz, tal vez veía la situación desde antes, por las cámaras.

"¿Podrías ir cambiarte, Yūgao-chan? Naruto y yo tenemos que hablar, otra vez." Dijo Hiruzen con un pañuelo negro cubriendo su nariz. La humedad en su nariz estaba tintada de carmesí. No aparentaba ser un resfriado y las causas del sangrado nasal apuntaban a una cosa.

Yūgao se retiró de la escena con una máscara plana, pero complacida por el elogio de su amo. El agua chorreando su cuerpo en semidesnudez, las gemas tras la tela que cubría sus pechos más resaltables que nunca. El púrpura mojado se arrugaba cada que daba un paso en sus valles traseros. El rubio la miró, sin sentir la nimiedad de la situación. Una faz de mármol pulido en una montaña expresaría emociones muchísimo más detalladas y dignas de un humano corriente. Naruto no lo era, no al completo.

"Ya hemos tenido esta discusión, Naruto-kun." Dijo el viejo mono con cansancio. "Simplemente no puedes desnudar a todas las mujeres con las que tratas. Tuvimos suerte que de todas tus niñeras subestimaran tus pedidos… extraños, como los albores de una pubescencia incontrolable y precoz."

"Yo no las desnudo. Ellas se desnudan por mí." Se excusó el rubio. A él su planteamiento le resultaba de lo más lógico.

"Lo mismo da."

"Eso es algo muy diferente para mí."

Hiruzen pensó que Naruto, al ser un niño sin emociones, no tendría mayores complicaciones para traspasar la sinuosa, y a veces sombría, pubertad y adolescencia. Sin embargo, desde el incidente que casi le cuesta la vida, el más reciente y recordable de todos, ya hubo nuevos, despertó un interés muy especial por los humanos, concretamente los del género opuesto. No sabía a ciencia cierta el qué lo provocó, pero sí supo que Naruto exploraba a los entes femeninos de su derredor como puzles, como rompecabezas indescifrables que, en su dificultosa tarea de desencriptar sus mensajes y verdadera significancia, hallaba toda la belleza del mundo. Eso sí, sin el más mínimo deseo sexual. Naruto a las mujeres no las deseaba, no cómo cualquier otro hombre lo haría, en cualquier caso.

"Sé que te causan cierta curiosidad por el motivo que sea." Dijo el viejo, refiriéndose a las mujeres. Los estantes de Naruto se atiborraron de libros y enciclopedias con una recolección inmensa de la anatomía del cuerpo humano, en especial el de las mujeres, cómo no. "Pero debes de reservar tus investigaciones, un poco. Me preocupa que te descarríes por este inusitado deseo de estudiar las formas humanas, especialmente el de tus contrapartes femeninas." Hiruzen guardó el pañuelo ensangrentado en un bolsillo interno. Sacó su pipa.

"El sexo no suscita nada en mí. Puedes estar tranquilo por eso, viejo. Me inmiscuiré en la práctica carnal dentro de un par de años, cuando aprenda lo suficiente sobre el orgasmo femenino." Dijo el rubio como si fuere la cosa más obvia y preconcebida del planeta. Una nimiedad. Una normalidad.

"Solamente espero que no lo hagas con nuestras servidoras." Suplicó el anciano. "Tsunade, si se entera, me mataría."

"Más allá de las reclamaciones de la vieja, Yūgao parece predispuesta."

"Yūgao tiene pareja, Naruto-kun." El viejo echó humo luego de una calada, el humo se escabulló pletórico de sus labios, uniéndose al ambiente sorprendentemente límpido del recinto Uzumaki-Namikaze.

"¿Y?"

"Las personas con pareja no suelen incluir a terceros en sus relaciones. En la mayoría de los casos."

"¿Y a quién se le ocurrió una imposición tan estúpida? Es absurdo. No tiene mucho sentido evolutivo." Comentó el chico sin demasiadas inflexiones en su voz, fingía muy bien el no sentir nada haciendo como que sentía algo.

"La gente se enamora, Naruto-kun." Dijo el viejo mono, mirando la sábana cristalina en sempiterno movimiento que era el agua. "A ti te pasará algún día, querido. Conocerás a una mujer, o una mujer te conocerá a ti, y entonces ambos se volverán inseparables y recelosos de compartir su intimidad con alguien más. Son normas no escritas de la vida."

"Apesta a bazofia religiosa tradicionalista." Reclamó el niño sin sentimientos. "Qué quieres que te diga. Llegado el momento, llevaré a cabo mi encomienda biológica y veré nacer a un vástago de mi sangre únicamente para que supla mi puesto como cabeza de la familia. Nada más. Lo demás me parece un ritual soporífero."

Una nube espumosa ocultó el sol durante breves instantes, aunque no al completo. El niño divisó las sombras dibujadas en el líquido frente a él, se difractaban las formas y creaban diversas figuras ininteligiblemente abstractas y realistas del mundo. Una danza de antiquísima preciosidad de la naturaleza o un hecho natural que no escondía nada de poético. Él prefería la segunda opción, pese a que tampoco fuere un pesado pragmático fanático de simplificar al absurdo los sucesos del día a día. No después de lo que le sucedió a su yo de carne y hueso perdido en espacios irreconocibles y metafísicos cuando se discutía entre la vida y la muerte.

"Como sea, tú y yo no resolveremos nada de momento." Decretó el hombre mayor echándole caladas profundas a su pipa. Comenzaba retirarse a la sala, dentro de la casa principal. "Y además, hay una persona que ha venido a verte. Ansiosa y desesperada está por ti."

"¿Quién?" Preguntó Naruto con una fraudulenta intriga, temiendo los peores escenarios. Hubo uno muy concreto que trajo consigo cuervos de tonalidades azabache a su luz de consideraciones.

"Una Uchiha." El viejo dijo mientras se iba, sonriendo con astucia cuando, sin leer la mente o escucharlo o verlo, supo perfectamente los pensamientos que surcaron el pasivo y ajetreado fuero interno del Uzumaki tras los cielos de incognoscible naturaleza que eran sus ojos.

Naruto quiso que se lo tragara la tierra. Ella otra vez no. Su mayor error hasta la fecha otra vez no.

~~o~~

Se despertó a la madrugada. Insomnio. Verificó las causas. Las pulsaciones de su corazón eran las correctas, la media cotidiana. Palpó la zona de sus riñones. Revisó la hora exacta de la última comida: hacía cuatro horas y veinticuatro minutos de ello. No podía tener hambre y, por lo tanto, muriéndose de inanición. Los motivos serían otros, y ganas de excretar sus residuos no era porque lo hizo antes de poner a descansar su cerebro.

Tocó sus labios. Estaban secos. Requerían de líquido, preferiblemente agua, agua purificada de cualquier impureza indeseada. Se sentó en su cama de gran tamaño, donde cabría una familia, algo apretujada, sin problemas. Su habitación era grande, ubicada en uno de los extremos de la mansión. Dos cristales a los costados, derecha e izquierda, que en realidad no eran ventanales y sí eran dos armazones de metal reforzado que reflejaban la luz de fuera. Desde afuera la visión resultaba la misma, no se presentía el armazón antimisiles que aseguraba toda su habitación. En el techo una cristalera que daba a los cielos de Kantō. Mismo caso que los paneles del costado: falsas ilusiones lumínicas para apaciguar la mente.

Se levantó y dirigió un rápido vistazo al patio. Los antiaéreos no estaban desplegados. Cosa extraña. Las luces de neón a la distancia, imperaban en su confín. Sus propias luces tenues apenas iluminaban nada dentro de su inmenso cuarto, tal vez del tamaño del apartamento, entero, de miles de japoneses en aquella ciudad que nunca descansaba en la lejanía, que nunca visitó. No lo dejaban ir a sitios muy poblados. El funeral de sus padres fue la última vez que recordara estar rodeado de más de veinte personas.

Rememoró la razón de la interrupción de su apagón cerebral. Su cuerpo requería de agua, líquida y descontaminada a poder ser. Abandonó su habitáculo de dormir. Se inmiscuyó en pasillos de tres metros de ancho, altísimos pasillos decorados con pinturas de la era Meiji. Un bonsái a tamaño humano en la ruta a la cocina. Peces dragón, peces payasos, peces loro, peces rosados de los cuales no rememoraba sus nombres, toda guisa de peces ornamentales y nobles que seguramente solo se verían en un palacio mayéutico de cuentos de hadas, o en las peceras de los recintos de la familia Uzumaki-Namikaze. Peceras con peces reales, naturales nacidos de huevas y no en un laboratorio. Aunque, lo más probable es que muchas de las especies encerradas en los estanques de su finca estuvieren recreadas, pues varias se habían supuestamente extinto antes de que él naciera. También tenían en su posesión grandes acuarios, en otra finca, al norte de Kyoto, donde vivían enormes tiburones, delfines, pulpos, mantarrayas y recreaciones de megalodones a partir de experimentaciones en laboratorios privados, secretos.

Ataviado con su consuetudinario yukata, Naruto bajó a la planta principal. Ahora mismo se fijaba en la falta de luz en todo el ambiente. Iba a dar la señal mental para que esto cambiara, pero el viejo le decía que, durante las noches, evitara encender las luces a altas potencias, que alertaba de sobremanera a los seguratas y luego estos se quejaban. El rubio lo dejó pasar, aunque estaba muy anochecido el interior del hogar.

Después de una larga caminata noctívaga se personó en la cocina que compartía espacio con un gigantesco comedor. En la oscuridad, percibió el vaho de una taza de té puesta encima de una de las encimeras, en el islote de la cocina. El té estaba caliente, o si no, no echaría tanto humo. Claramente fue el viejo quien lo preparó y lo dejó ahí. Sin embargo, Naruto no encontró razones para que el viejo lo dejara allí, sin tomarlo y recién calentado. Precisamente el viejo destacaba por el orden. Curioso.

No fue hasta que se trasladó a la cocina como tal, detrás de la cobertura que ofrecía el islote, donde en su encimera descansaba una taza de té caliente, que sus ojos se vieron abruptamente invadidos por el carmesí de un charco. Ese charco tampoco parecía digno del nivel de orden que el viejo manejaba. El problema es que él estaba tirado, ahí, moribundo y con un corte profundo cerca de su pecho.

Naruto no mostró un ápice de emoción al visualizar la figura muerta de su cuidador y de con quien compartía hogar desde hace siete años. Aunque, realmente Hiruzen no estaba muerto del todo. Aún respiraba.

El rubio, despreocupadamente, intentó mandar un mensaje al cuerpo de seguridad: todas las señales estaban bloqueadas. Un bloqueador hizo excelentemente su trabajo, por lo visto. Un grupo, con un corredor en el equipo, bastante competente, atacaba entonces. El niño sostuvo el cuerpo ensangrentado para medir las valoraciones biométricas del viejo, para saber sus probabilidades de supervivencia. La cosa no pintaba bien, eso seguro.

"Naruto… kun…" Dijo el viejo con tremendo esfuerzo. "Huy-ye, Naruto-kun." Las lágrimas atiborraban las mejillas del anciano. Las pupilas un tanto dilatadas, rostro atezado muy exhausto, reuniendo cada gramo de su ser para dejarle sus esperanzas al niño rubio.

"No te dejaré, viejo." Respondió él lacónicamente, no viendo los peligros reales a los que se enfrentaba. Se quitó los guantes. El acero negro emitía una sensación especial que Uzumaki ignoró. De su mano zurda retiró un enlace personal, iba a conectarlo al puerto del viejo para revisar su índice de supervivencia. El mayor lo detuvo.

"Por…por favor…, niño. No seas testarudo-o y co-corre… agh." Se quejó cuando el veneno de las armas utilizadas en su contra dio una punzada vital. Naruto revisó con mayor precisión su entorno. Había dos individuos completamente de negro, los dos muertos con cuchillos teledirigidos supersónicos (o kunais) hundidos en sus cuellos, cabezas y estómagos. Contenían un veneno similar que el que afectaba al viejo.

"Huye. No podrás contra ellos…" Fueron las últimas palabras del viejo. En esas palabras desalentadoras se esfumó la poca resistencia que le quedaba al curtido anciano que alguna vez supo ser un shinobi excepcional, un guerrero y un asesino diestro a la orden de la extirpe Uzumaki-Namikaze.

Y de repente las sombras emergieron. Mandaron a volar al joven insomne de una patada en el pecho. Chocó fuertemente contra una de las paredes del interior de su casa. Algo en su espalda crujió; le gustaría sentir dolor para saber el qué exactamente. De momento, su columna respondía con arduo trabajo a sus estímulos neuronales, sus brazos metálicos cayeron perezosos a sus costados, las piernas en tensión se le endurecieron. La vista trató de enfocar al atacante, pero justo allí alguien lo sujetó del cuello. El rubio gruñó ahogadamente.

"Quédate quieto, cariñito." Le dijo el retenedor, con quedada voz femenina. "Terminaremos contigo rápido. Muy rápido." Las ropas oscuras del desconocido no poseían insignia alguna; eran un enigma. Chaleco antibalas sobre un mono negro que tapaba todo el cuerpo exceptuando cabeza y manos, donde había un casco blindado y unos guantes ensangrentados respectivamente. Unas lentes que le encubría los ojos evitaban el reconocimiento facial. En la mano libre, le apuntaba al pecho, al corazón, con un arma silenciada. En la espalda, una katana o tantō enfundado, no identificó el largo desde su poco cómoda posición.

Naruto no dijo nada ni esbozó signo alguno de bosquejar un escape. Literalmente se quedó inmóvil, a la espera de que los sucesos aconteciesen como tuvieren que acontecer. Aunque algo, algo latió.

"¿Es este el niño objetivo?" Encuestó alguien de detrás de la figura que retenía al rubio. Una voz joven y masculina. Naruto lo vio como otra figura parecida a la que lo encarcelaba contra la pared, quitándole el único canal viable para su respiración. Aun así, no se quejó, no peleó. Se asfixiaba parsimoniosamente.

"No es un clon." Aseguró el retenedor, o retenedora. "Además, las características físicas y el comportamiento son tal cual al descrito. Es él. Un mierdecilla indolente." El retenedor le acarició la mejilla con el silenciador del arma. "Aunque si quieres, lo comprobamos de primera mano." Finalizó, apuntando su arma a un punto no vital.

"No hace falta." Dijo un tercero en las sombras de la cocina-comedor. "Dispara a matar y larguémonos de aquí. Es él y ya está." Sonaba más viejo que todos los demás. Más experimentado.

El retenedor apuntó de nuevo a su corazón. Cuando iba a disparar, Naruto lo sintió. Él sintió. Reaccionó. Sus ojos centellearon con el color una descarga fulgurante en un día tormentoso. Tal luminosidad relampagueante, que iluminó la cara de su atacante en breves instantes.

El arma voló a unos pares de metros. Los demás encañonaron sus armas y, a su vez, el exretenedor, que lo soltó de la sorpresa, desenfundó su acero filoso, tratando de dar un raudo corte diagonal. La mano metálica de negro acero lo bloqueó instintivamente, atrapando el filo entre dúctiles y gruesos dedos de carbono en plena alteración. La katana del exretenedor se partió y un pedazo de la misma acabó incrustado en su cuello como una estaca. Cayó, estático y sangrante. Los otros dispararon, sin una pizca de preocupación o cobardía por el exretenedor probablemente muerto. Las balas sonaron como escupidas desde detrás de una gruesísima almohada. El carbono, que antes era una compacta aleación de acero, permutó nuevamente, absorbiendo unas cuantas balas cual líquido encerado y bloqueando las restantes con el cuerpo de la que hablaba con tonalidades femeninas. De no ser por el resistente chaleco que cargaba consigo el exretenedor, las perforantes balas de los atacantes habrían hecho estragos en el cuerpo del infante.

Una vez finalizada, o amenizada, la balacera, un puño metálico se irguió más allá del hombro del muerto, sus dedos se estiraron, y la andanada de balas propias volaron, contratacando. Los soldados de negro disparaban a su vez. Uno de ellos tenía implantado un Sandevistan, el otro, un Berserk. El del Sandevistan esquivaba, y el del Berserk se tragaba los impactos como bolas de papel. La figura del niño se desdibujó.

"¡¿Qué?! ¡¿Adónde fue?!" Gritó el del Sandevistan, echando la vista a todas las esquinas del hogar. Su compañero estaba en la misma situación, revisando con su retícula mejorada y pertrechada con visión nocturna los alrededores. Hasta que reapareció.

"¡Cuidado…!" Trató de alertar el del Berserk, pero demasiado tarde era.

El niño rubio se recompuso de la nada al lado del poseedor del Sandevistan, y, sin previo aviso y sin darle chances de que activara su bien reconocido e icónico ciberware, el carbono alterado retransformado en una suerte de garra mantis lo partió por la mitad, sus intestinos revoloteando por la sala dando un espectáculo dantesco. Las mangas del yukata del niño yacían en jirones irrecuperables en el suelo, al igual que los intestinos del usuario de Sandevistan. Los pedazos de la columna metálica que era el Sandevistan revotaron con un eco inquietante. El horror pintó la faz del último en pie. El heredero Uzumaki-Namikaze postró su vista sobre él. Tembló.

Sus disparos fueron a parar a cualquier sitio, ya ni se esforzaba en atinar. Simplemente quería huir después de ver lo que la bestialidad, disfrazada de niño rubio, le acababa de hacer a su grupo. Y próximamente a él.

El rubio se movió esquivando las ráfagas de balas trazadoras que saltaban de un lado a otro, semejantes a pelotas saltarinas. Se manifestó delante de su contrincante, de un manotazo zurdo le arrancó el arma y un brazo. La sangre lo salpicó del muñón rebanado. El hombre, pese a tener un Berserk, poseer un ciberware inmunizante ante el dolor y estar hasta arriba de sustancias químicas que aumentaban sus resistencias y lo volvían una máquina perfecta de matar y no sentir daño, aulló desgarradoramente, tanto que el corredor que los aconsejaba y guiaba desde la subred de la mansión cayó aturdido. Posteriormente, viendo que aún seguía vivo y de pie, Naruto se quedó al frente del último enemigo y, con una sincronización mental profundamente irreal, extendió su mano para tocar el pecho del sujeto, su carbono reformulándose en una masa fálica de gran tamaño que golpeó como un imperial ariete. Le destrozó la caja torácica mientras lo mandaba a chocar contra el techo de su casa. Manteniéndolo con su carbono formulado en una especie de falo metálico acuoso, Naruto aplastó con lentitud y seguridad la pobre forma del lloriqueante sujeto que quedó el último. En determinado momento, el carbono alterado volvió a ser férreo y empezó a taladrar al aplastado sujeto con puntas romas de lanza, destrozando lo que quedaba (si es que aún había algo) de su figura.

Una vez asegurada su defunción, el carbono alterado se devolvió a su anfitrión perezosamente. Parecía una sustancia entre lo líquido y lo más sólido, una masa imperfecta que se acomodaba al terreno y que apartaba de sí la sangre recogida durante la matanza. El niño rubio observó sin expresión alguna, con los ojos ensombrecidos, los sostenes de titanio que realmente fueron sus brazos delante de él. Eran como la forma de un exoesqueleto, sin relleno, delgados cilindros que emulaban la forma de un brazo y que, día a día, contenían el verdadero poder y naturaleza de su carbono alterado, en lo que en realidad se habían convertido sus brazos, o más bien parte de su «ser», hace diez años.

El exretenedor, que presumiblemente muerto estaba y con casi todo el cuerpo destrozado, se lanzó al niño con lo restante de su katana y una granada sin anilla dentro de sus bolsillos. Naruto la partió en dos con un tajo horizontal de su carbono reformulado, que se transformaba con la premura de un rayo tras regresar a su amo en apuros. La explosión venidera lo tomó por incauto. Metralla desatada en todas direcciones, en un manchón rojo se convirtió el exretenedor. Una semicúpula de acero negro blindado lo protegió. Aun con las inesperadas tácticas y proezas sacrificadoras, el carbono preveía lo imprevisto, siempre. El fantasma de un escudo electro-imantado se desvaneció a su derredor. El primer sujeto debió de tener implantado varios corazones, al menos tres, para resistir el arremetimiento desmesurado de sus compañeros de operación.

Naruto se paró en mitad de la masacre. Sangre y destrozo por todo el lugar. Los de la limpieza tendrían trabajo, y uno muy duro. Él miró los restos sanguinolentos, fragmentos óseos perdidos en el mar rojo cual rocas afiladas, desterradas y ahogadas en un acantilado. El bloqueador se retiró, de pronto llegaron decenas de mensajes. Naruto cortó toda señal, no le interesaba hablar ahora mismo. Él tenía algo que hacer. Pero, ¿el qué?

Y entonces recordó. Se tocó los labios. Encaminó a la nevera, esquivó los múltiples cadáveres, incluyendo el de Hiruzen. Abrió la nevera, cogió una botella de vidrio cristalina, bebió agua.

Él se levantó porque tenía momentum, no por otra cosa. Lo remanente poco importaba.

…Continuará…

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Anotaciones finales:

Sorprendentemente llegó el día que actualicé esto.

Nos veremos la siguiente vez.