Partimos otra vez!
Mi plan era publicar la primera semana de diciembre, pero he alcanzado los 100 seguidores en mi nueva página de facebook y he decidido darles una pequeña sorpresa, a ver si enganchan con esta nueva historia.
Para aquellos que me siguen desde hace un tiempo saben que mis historias son mas orientadas a lo que se conoce hoy en día como "Dark romance" un tipo de novela romántica que es mucho mas oscura y dramática, cuyo núcleo se mueve en torno a eso, a situaciones cuestionables. Pero de todas maneras escribir esta advertencia se me hace necesario:
Si eres una persona que busca un fic rosa, este no es el sitio para ti. No encontrarás héroes en esta historia, mas de una vez mis dos protagonistas tomarán decisiones poco éticas a lo largo del camino y que incluso podrían hacerte sentir incómodo. Tampoco es seguro que encuentres una redención de villanos ni enseñanzas memorables de vida. Sólo leerás el desarrollo de una historia de amor tormentoso entre dos rivales que deberían odiarse por la eternidad. De todas formas obtienes una promesa de mi parte: y es que al final del camino, pese a lo difícil que puedan verse las cosas, siempre obtendrán un final digno y memorable de mi.
Publicaré capítulos cada semana, o al menos ese es el plan, el que está sujeto a cambios imprevistos porque bueh, la vida de adulto me deja cada vez menos tiempo y mis capítulos tienden a tener entre 4.000 y 5.000 palabras, algo que no soy capaz de escribir en un solo día a menos que me siente las 24 horas sin distracciones delante de la pantalla.
con ello tambien les aseguro que si alguna vez tardo mas de lo habitual, jamás piensen que la historia no tendrá final, pues siempre vuelvo a ustedes :3 y que cada demora tiene una razón de ser, en jamas querer fallarles ni entregar redacciones a la rápida.
Ambos protagonistas (Inuyasha y Kagome) no me pertenecen a mí, si no a la grandiosa Rumiko Takahashi. Lo que si me pertenece es el argumento de la historia y sus personalidades.
Nunca he dado autorización para resubir mis historias en otras plataformas sin sus créditos correspondientes y por ahora mis cuentas son esta y una nueva de wattpad (cuyo nombre es "Franiverse"), no deberías encontrar esta ni ninguna de mis otras historias bajo los nombres de otros autores y solicito que de ser así reportes de inmediato.
También quiero que sepas querido lector que estoy a un mensaje de distancia, ¡siempre!, tanto como para recibir críticas constructivas como para dar consejos, e incluso para hablar de la vida si les apetece y lo necesitan. Amo crear lazos con mis lectores, creo que es necesario para crecer como escritor, pues yo no sería nada sin ustedes.
Sin más palabras espero que disfruten de este cap tanto como yo he amado escribirlo y que recuerden que su review es mi pago mas valioso.
Un abrazo!
Frani.
Capítulo 1 - Piloto.
Kagome
Flashback
Italia, 1996
Toqué la puerta con timidez y abrí estirándome de puntillas para alcanzar el pomo dorado cuando la voz de mi padre me hizo pasar. Noté como el piso siempre reluciente tenía unas cuantas manchas de sangre, arruinando su perfección. Mis ojos siguieron el rastro de sangre, llegando a un hombre de cabello corto y castaño en el centro de la habitación, quien tenía su rostro magullado por los golpes, golpes que probablemente se había ganado con creces.
– ¡Pequeña mía, la luce che illumina il mio cuore! (La luz que ilumina mi corazón) ¿Estabas durmiendo? - Asentí y restregué mis ojos con el dorso de mi mano para quitar el hormigueo. Sus hombres me habían obligado a levantarme y casi me habían arrastrado hasta allí. - Lo siento, papi necesita que veas esto, luego volverás a dormir ¿Vale?
Asentí otra vez, sabiendo exactamente por qué estaba allí. Apreté el pequeño reloj de bolsillo entre mis manos, el único recuerdo que tenía de mi madre y lo único que lograba calmarme cuando veía a papá así de enojado.
– Papi…
– Sin hablar cariño. - Musitó poniendo su dedo sobre sus labios. - Sabes que está prohibido cuando papi está ocupado. - Lo miré y sólo asentí al ser reprendida. - Siéntate aquí, tengo un asiento especial sólo para ti.
Obedecí de inmediato, viendo como los hombres de traje se formaban en círculo a nuestro alrededor.
– ¿Entonces? ¿En qué estábamos? Oh cierto… - Se acercó nuevamente al hombre en el medio del salón. - Dime Kento ¿A quién culpo por este gravísimo error? - La voz de mi padre sonó increíblemente severa, algo a lo que ya estaba acostumbrada a mis cortos seis años. - ¿Quién me devolverá todo el dinero que perdí?
Permanecí sentada en mi lugar de siempre, lo suficientemente cerca para sentir el aroma del miedo proveniente del sujeto que yacía de rodillas frente a él, y aún así lo suficientemente lejos como para no correr peligro alguno. Mis piernas no alcanzaban el suelo y las moví inquieta hacia atrás y hacia adelante, intentando disimular con ello mi nerviosismo.
– ¡Por favor Naraku, yo no tengo nada que ver en esto! ¡Sabes que jamás te traicionaría!
– Los hechos demuestran lo contrario, querido Kento. - Los ojos del pobre sujeto encontraron los míos en la desesperación.
– Ayúdame por favor. - Musitó y yo me erguí en mi posición, incómoda por el simple hecho de ser incluida en la conversación. - Tu corazón es puro aún, no dejes que tu padre lo manche, puedes escoger mejor, puedes escoger dejarme vivir.
Una risa burlona de mi padre nos sobresaltó a ambos. La persona que más admiraba en el mundo me miró con una sonrisa adorable en su rostro, se acercó poco a poco y se agachó frente a mí para equiparar mi escasa altura, ofreciéndome su mano. Sus ojos rojizos me miraron entrecerrados.
– ¿Confías en mí, pequeña? - Asentí al instante y su sonrisa sólo se hizo más cálida. - ¿Quieres hacerme sentir orgulloso? - Los latidos de mi corazón aumentaron en un ritmo desordenado y aún así asentí, porque yo siempre querría ser la luz de sus ojos. - Ven aquí.
Tomé su mano con cierta reticencia y di un salto para bajar de la silla que él había puesto para mí. Me guió hasta quedar frente al hombre asustado y se agachó a mi lado una vez más. Apretó con cuidado el listón rojo de terciopelo que sujetaba mi cabello y acarició mis bucles mientras volvía a sonreírme.
– Estás lista para dar el siguiente paso, mía bellezza. - Y entonces extendió su arma hacia mis manos, demasiado pequeñas para sujetarla sin ocupar ambas. Guié mis manos temblorosas, aún indecisas a la pistola de color oscuro. Sentí el frío metal cálido contra mi piel, entibiado por el uso previo de mi padre.
– Creo… Creo que a mamá no le gustaría q…
– Tu mamá ya no está con nosotros, créeme, a ella no le importará. - Me interrumpió de golpe.
– Pero…
– ¿Quieres decepcionarme, Kag? - No, yo jamás querría eso. - Entonces obedece.
Dudé por unos segundos y luego por mero instinto apunté hacia el sujeto frente a los dos, los ojos en los que alguna vez había existido un deje de esperanza de pronto se apagaron, comprendiendo su destino, dejado en manos de una niña pequeña sin remordimientos, sin razonamiento complejo suficiente como para diferenciar lo bueno de lo malo.
– Hazlo… - Ordenó papá. Dudé por unos segundos, mis manos temblaban. - ¡AHORA! - Cerré los ojos y apreté el gatillo. La fuerza del disparo me envió de golpe al suelo. Un grito de dolor inundó el lugar y volví a abrirlos de golpe. La sangre brotaba desde el abdomen de Kento a borbotones mientras él intentaba hacer presión.
El pánico me invadió cuando ví la sangre armar una poza oscura y espesa que se hizo cada vez más grande y que se acercó poco a poco hasta mis pies. Corrí a sujetarme de las piernas de mi padre, quien suspiró y quitó el arma de mis manos con rabia. Volvió a apuntar al sujeto herido, esta vez silenciándolo por completo cuando un disparo se alojó justo en el centro de su cabeza. Mis ojos permanecieron sobre los de Kento, viendo al borde de las lágrimas como la luz escapaba por completo. Me sobresalté cuando mi padre se puso justo frente a mí, sacándome del lapsus.
– Tu mano, ahora. - Vi en sus ojos lo que venía, yo ya había vivido aquello en múltiples oportunidades.
– ¿Te he decepcionado?
– Con creces. - Contestó y sentí mi labio inferior temblar.
– Lo siento. - Sollocé.
– Tu mano ahora, Kagome. - La extendí temblorosa y al instante él la atajó bruscamente entre las suyas, pellizcando el dorso con sus garras, haciéndome sangrar. Intenté alejarme y con ello sólo gané más dolor. - A ver si la próxima vez no cierras los ojos ¿Bueno? - Asentí mientras las lágrimas corrían libres por mis mejillas y mi sangre avanzaba por mis muñecas. - Quiero oírte decirlo. - Musitó mientras apretaba con más fuerza. - Dime que apuntarás directo al corazón.
– Basta, Naraku. - La voz ronca hizo eco a nuestro alrededor. Mi padre se giró hacia la entrada. - Es sólo una niña, no te ensañes con ella.
Un hombre alto y grande lo miró con una expresión neutral, pero severa. Su cabello plateado era largo e iba sujeto en una coleta ordenada, dándole un aspecto pulcro e imponente.
– ¡Touga! Ya estaba preguntándome dónde te habías metido, no has contestado mis llamadas. - Uno de sus hijos, el menor, un niño un poco mas grande que yo permaneció tomado de su mano, mirándome con atención a través de sus ojos enormes y dorados. - ¿Traes a Inuyasha contigo esta vez? - El hombre no contestó, sin embargo cuando mi padre intentó acercarse él lo escondió tras su propio cuerpo. - Vamos, sabes que sería incapaz de hacerle daño al hijo de mi colega. - El sujeto peliplata le sonrió.
– ¿Así como no le harías daño a tu propia hija? - Mi padre me miró por el rabillo del ojo y las ganas de llorar se me quitaron al instante, irguiéndome en mi posición y escondiendo mi mano herida a mis espaldas, sintiendo como mi propia sangre manchaba mi vestido y goteaba un poco en el suelo. Él sólo se encogió de hombros, restándole importancia.
– Debe aprender las lecciones que la mantendrán con vida en un mundo tan despiadado como éste. Pero no hablemos de Kagome, hablemos de lo que importa… ¿Has pensado en lo que te propuse? - El sujeto llamado Touga asintió.
El hombre de cabello plateado me miró por unos segundos con una expresión en su rostro que no supe descifrar, pero que me hacía sentir débil y con ganas de llorar, ganas de correr en su dirección, estirar mis brazos hacia él y pedirle que me abrazara para siempre en su regazo. Cuando dejó de mirarme el efecto se disipó al instante y las lágrimas dejaron de caer por mis mejillas.
– Si, lo he meditado, por eso estoy aquí. - Respondió.
– ¿Y tu respuesta es…?
Movió sus manos y quitó una argolla dorada y reluciente de su dedo índice derecho, lanzándola segundos después a los pies de mi padre en un ruido limpio y agudo que inundó el salón.
– Esta alianza… Ya no la quiero. - Mi padre sólo alzó una de sus cejas.
– ¿Puedo saber el motivo?
– Los últimos meses todo ha sido un caos a tu lado. Creo que podría crecer más sin ti, tus decisiones son arrebatadas y poco inteligentes, harás que nos maten a ambos. - Apuntó con su barbilla al sujeto muerto en el suelo. - Esperé llegar a tiempo para salvarlo y no lo logré, pero Kento jamás te traicionó, no voy a trabajar con alguien que ni siquiera puede reconocer a sus ratas.
La risa de mi padre me provocó escalofríos.
– Oh, il tradimento disgustoso (Oh, la asquerosa traición). Sabes que dejar esta alianza significa la muerte para ti. - Touga le sonrió.
– Me encantaría ver cómo lo intentas. Estaré esperando con ansias. - Y entonces posó sus ojos nuevamente sobre mí, tan dorados y cálidos como los de su hijo. - Y tu pequeña Kagome, si no quieres esta vida de maltrato, siempre puedes venir con nosotros, estaré feliz de recibirte.
Miré a mi padre asustada, sin saber cómo reaccionar.
– ¡¿TE ATREVES A INTENTAR PERSUADIR A MI HIJA DE SEIS AÑOS DE ABANDONARME, JUSTO FRENTE A MI?!
Vi como le apuntó con su arma y como para entonces Touga ya le apuntaba directamente a la cabeza con dos.
– Baja el arma, ahora. - Mi padre no obedeció y sólo sonrió cuando apuntó hacia Inuyasha, el niño pequeño que no dejaba de mirarme con curiosidad.
En el mismo instante una bala atravesó la mano de mi progenitor, haciéndole a él gritar de dolor y a mí de miedo. Los ojos se me llenaron de lágrimas y ardieron mientras me acercaba a él, tironeando de sus pantalones para llamar su atención. Le gruñí al sujeto peliplata, intentando con ello espantarlo, sin embargo sólo obtuve una sonrisa cálida de su parte, aunque el niño a sus pies me gruñó de vuelta.
– Entiendo la lealtad de una hija a su sangre, pero nunca deja de sorprenderme. - Musitó mirándome con fascinación, sin embargo aquella emoción se borró cuando volvió a mirar a Naraku. - Esto es guerra. - Exclamó el peliplata frente a los dos. - Recordaré como has amenazado a mi hijo y cobraré mi castigo cuando tu hija no esté presente, sólo porque ella se ha ganado mi respeto al intentar defender a una escoria como tú.
Y así se dio la vuelta, mientras el cuerpo de mi padre temblaba y un gruñido vibraba en su garganta.
'
Italia, 2011.
.
Como odiaba ese lugar.
Odiaba las luces estroboscópicas apuntando en diferentes direcciones, iluminando sin iluminar nada. Odiaba el aroma a encierro entremezclado con el de sudor acumulado y sofocante. Pero por sobre todo odiaba estar allí siempre por obligación y jamás por diversión.
Mi mano rozó la parte externa de mi muslo derecho, comprobando en ese pequeño acto que mi daga seguía amarrada en su posición. Casi al mismo tiempo las manos del sujeto frente a mí se movieron directamente a mi cintura, intentando tomar por suyo algo que jamás le pertenecería. Sus ojos azules y rasgados me escudriñaron con deliberada lentitud, mientras las escasas luces se movieron a nuestro alrededor.
– No te atrevas a tocarme. - Advertí en voz baja, pero severa.
– ¿Por qué no?
– Porque asumo que quieres mantener esas preciosas manos pegadas a tus muñecas. - Ambos nos miramos fijamente en una competencia silenciosa por dominancia, mi nariz se mantuvo a escasos centímetros de la suya. Sonreí y él me sonrió de vuelta, alejando sus manos y escondiéndolas tras sus espaldas.
– ¿Feliz?
– Feliz. - Bebí de mi vaso de gin sin mirarlo otra vez. Una de mis piernas se movía inquieta, un pequeño hábito que había adquirido desde pequeña.
– Vamos, acepta una cita conmigo. - Musitó.
– Paso. - Contesté de inmediato. - Tengo cosas más importantes que requieren mi atención.
– ¿O es que acaso tienes miedo de que pueda gustarte? - Me reí mientras hacía girar el hielo en mi vaso, mirando fijamente como el líquido se movía en respuesta.
– ¿No te estás dando demasiado crédito, Kouga?
– Jamás lo sabrás si no aceptas.
– Entonces moriré con la duda. - Susurré y su rostro se acercó al mío, alcanzando mi mejilla cuando esquivé su intento de besarme y un gruñido frustrado abandonó su garganta.
– Vas a volverme loco…
Sonreí y miré por sobre mi hombro al guardia en una de las esquinas, quien me asintió en la oscuridad.
– No olvides que estamos aquí por trabajo.- Susurré.
– ¿De qué sirve que tu familia sea dueña de un bar si no lo disfrutas? - Sonreí sin contestar su pregunta y me moví hacia uno de los pasillos.
Mis tacones resonaron contra el piso, opacados casi en su totalidad por la música ambiente, seguidos de cerca por los pasos de mi acompañante.
– Tú te quedas aquí. - Exclamé y Kouga se detuvo sin protestar.
Abrí la puerta al final del pasillo y entonces el ruido desapareció por completo cuando la cerré a mis espaldas. Miré al sujeto frente a mí, y leí su lenguaje corporal en segundos; mirada afligida, jugueteo de manos, espalda curva. Definitivamente estaba asustado.
– Buenas noches Señorita Russo. - Musitó y yo sonreí.
– ¿Cómo has estado Franco?
– ¿Bien y usted?
– No me quejo. - Musité mientras me sentaba en el borde del escritorio y cruzaba mis piernas. - ¿Sabes por qué estás aquí?
Se tomó varios segundos antes de responder, como si una respuesta equivocada significara morir al instante.
– No realmente.
– Mi padre me ha solicitado hablar contigo. - Exclamé mientras miraba mis garras pintadas en negro. - Me ha dicho que tenemos una rata traidora en el equipo que lleva tu mismo nombre, triste casualidad. - Sus ojos se abrieron por la sorpresa. - Ahora, sabes perfectamente que a diferencia de mi padre suelo ser una persona mucho más comprensiva y quiero darte la oportunidad de explicarme.
– Hmm…
– Ahora. - Ordené y volví a sonreír.
– Jamás traicionaría a tu padre bambina. Hubo un pequeño inconveniente con la tarea que me encomendó hace algunos días. - Evité con todas mis fuerzas la expresión de desagrado al escucharle llamarme niña pequeña.
– ¿Qué clase de inconveniente?
– Perdí el paquete.
– Lo perdiste…
– Bueno, en realidad me lo robaron.
Lo miré fijamente en silencio. La tensión entre los dos colapsó el oxígeno en aquella habitación, haciendo el aire pesado y demasiado asfixiante.
– Fantástico, entonces recupéralo.
– No puedo, no sé quién lo robó. - Asentí y suspiré antes de volver a hablar.
– Entonces… Muere.
Mis manos se movieron directo a su cabeza, empujándolo con fuerza y rapidez inhumana contra el suelo. Su cuerpo se dobló por la cintura y su cráneo impactó con el porcelanato oscuro. Un quejido de dolor abandonó sus labios mientras yo me ponía de pie, mis incómodos tacones resonaron entre sus gritos.
– ¡Kagome! - Gritó. - ¡Detén esto, per favore!
– Sabes cual es el problema Franco, tolerar esta clase de errores no es posible en este rubro, perdona a uno y pierdes el respeto de todos. - Musité.
– ¡Te conozco desde pequeña Kag!
– No me llames por mi nombre, no tienes el derecho.
Me acerqué a su cuerpo y se sobresaltó con la acción. Permaneció ahí, hincado de rodillas frente a mis pies, mientras el cañón de mi pistola se hundía en su mejilla, dejando una marca rojiza.
– Repito… ¿Comprendes por qué estamos aquí? ¿Comprendes que es lo que ha sellado tu destino?
– No volverá a ocurrir, tienes mi palabra.
– ¿Sabes cual es el problema? No creo que tu palabra valga demasiado para mí a estas alturas. - Musité. - Tampoco creo que mi padre vuelva a confiar en ti después de esto…
– Fue un accidente, uno que no se volverá a repetir. - Asentí y levanté su barbilla hacia mí, apretándole entre mis dedos, sintiendo su piel ceder un poco bajo la presión de mis garras.
– ¿Comprendes quién es dueño de las calles que pisas con tus asquerosos pies? - El sujeto asintió frenéticamente. - ¿Sei sicuro? (¿Estás seguro?)
– ¡Si! - Gritó.
– Di su nombre. - Ordené.
– Naraku Russo. - Sonreí y me agaché frente a él, mis ojos ardiendo con el éxtasis de estar en dominancia absoluta.
– ¡NARAKU RUSSO! - Grité y disparé a sus dos piernas a quemarropa, disfrutando de sus gritos haciendo eco a mi alrededor. - ¡NESSUNO DISOBBEDISCE A NARAKU RUSSO! (¡NADIE DESOBEDECE A NARAKU RUSSO!)
Dos golpes sonaron en la puerta a mis espaldas y suspiré justo antes de que se abriera, dejándome ver a Kouga cuando su rostro me sonrió.
– Estoy ocupada. - Exclamé cortante.
– Lo sé bonita, pero alguien te busca en la mansión. - Fruncí mi ceño.
– ¿Alguien? - Pregunté desconfiada.
– El sujeto no ha dicho su nombre, pero dice que es urgente.
– ¿Y no se te ha pasado por la mente preguntar? - Se encogió de hombros y caminé hastiada hacia la puerta. - Dios, termina con esto tú y luego vuelve a la mansión.
– ¡No te atrevas a salir por esa puerta sin terminar! ¡Si firmaste sentencia a mi vida lo menos que espero es que seas quien la ejecute! - Gritó Franco y mis pasos se detuvieron en respuesta.
Kouga me miró esperando mi reacción. Caminé de regreso hasta el idiota, la sangre que nacía desde la raíz de sus cabellos caía en hilillos sobre su rostro.
– Tienes razón. - Admití. - La sentencia siempre debe ser ejecutada por quien la dicta. - Quité la daga de mi muslo y miré con atención el filo a contraluz. - Nos veremos en el infierno Franco.
La piel de su cuello cedió con facilidad y la sangre brotó a presión con el movimiento rápido de mi brazo. Vi la luz escapar de sus ojos como siempre y limpié mi daga con su camisa antes de salir.
'
Estacioné en mi lugar de siempre, frente a la entrada de la mansión, iluminada por la luz interior que se filtraba a través de los enormes ventanales, detuve el motor y entré. En la sala de estar un sujeto en traje negro se giró hacia mi y me miró de los pies a la cabeza con deliberada libertad, sonriendo en el acto. Tenía un aspecto adulto, similar al de mi padre.
– ¡Principessa Kagome! ¡Como has crecido con los años! - Sonreí cordial tal y como se me había enseñado desde pequeña.
– Disculpa, ¿nos conocemos?
– Estás frente a un antiguo amigo de tu padre, Jiro Hamada. - Busqué en mis recuerdos su rostro sin éxito. - He venido buscándolo a él, sin embargo debo admitir que es un agrado ver como ha crecido su hija y lo hermosa q...
– Mi padre está en un viaje de negocios. - Interrumpí. - Lamentablemente no lo encontrará aquí hasta la semana entrante.
– Eso me han dicho, así que he pedido hablar con quien esté a cargo en su ausencia.
– Y tiene a esa persona justo frente a usted. - Me crucé de brazos. - ¿Qué le trae por aquí? Me ha sacado de un asunto importante.
– Lo siento, pero lo que tengo para decir probablemente sea aún más importante ¿Podemos hablar en privado sólo los dos? - Miró a su alrededor con desconfianza y yo sonreí.
– No hay nada que no pueda decir frente a mis hombres, señor Hamada, le aseguro que estamos en un lugar seguro. - Me miró y asintió.
– Asumo ha escuchado hablar de Touga Taisho, señorita Russo. - Exclamó y mis labios se fruncieron en el instante al escuchar ese nombre, un nombre importante.
– ¿Qué pasa con el líder de los Taisho?
– Nada en lo que respecta a él, si no a su hijo, Inuyasha. - Sonreí.
– ¿Inuyasha Taisho? - Nada vino a mi memoria, nada más que una imagen antiquísima y poco clara de un niño de cabello tan plateado como su padre.
– El mismo. - Exclamó.
– No veo como Inuyasha Taisho podría ser un problema desde japón, señor Hamada. - Exclamé con una sonrisa. - Miles de kilómetros lo separan de nosotros.
– No necesita estar demasiado cerca para generar problemas. - Respondió. - Me han llegado rumores de que ha estado robando información importante a su padre principessa. - Fruncí mi ceño. - Información confidencial de algunos archivos.
Sabía perfectamente que eso era imposible, y estaba tan segura de ello porque era yo quien se encargaba de la ciberseguridad de mi padre, nadie atravesaba mis filtros, nadie que viviera para contarlo.
– ¿Qué clase de información? - Se encogió de hombros.
– Nadie lo sabe, sólo se rumorea algo sobre unos documentos encriptados. - Todo lo que salía de la boca de este hombre era demasiado ambiguo y poco claro.
– Señor Jiro, no puede venir aquí y hacer tal acusación sin pruebas, es de un Taisho de quien estamos hablando, esto puede activar una guerra entre familias, guerra que se ha enfriado con los años gracias a la distancia. - Me miró serio.
– Sé la gravedad de mis acusaciones, y créame principessa, no estaría de pie frente a usted si no estuviera seguro. Soy fiel seguidor de su padre, sólo intento proteger lo que sé él ha forjado con tanto esfuerzo a lo largo de los años.
Mi teléfono vibró entre mis dedos y el nombre de mi padre relució grande en la pantalla, como si jamás hubiera estado ausente en la conversación.
– Deme un segundo, necesito contestar esto. - Y me alejé a un lugar más privado para atender la llamada.
– ¿Sole mio? - La voz de mi padre me tensó al instante. Algo importante debía suceder, algo tan jodidamente importante como para llamarme.
– ¡Padre!
– ¿Estabas ocupada?
– Jamás para ti, ¿Has llegado bien?
– Necesito que canceles el resto de tus compromisos por el fin de semana pequeña. - Su voz sonaba tan calmada como siempre, pero tal y como conocía a mi padre, podía encontrar los pequeños dejes de ansiedad tras sus palabras.
– ¿Sucede algo malo?
– ¿Has visto algún movimiento extraño en nuestros archivos los últimos días? - Oh oh.
– No realmente, todo está bajo control como siempre.
– No estoy tan seguro de ello. - Exclamó y mi espalda se tensó. - ¿Puede ser que hayas fallado en una de tus labores mia bella?
Como siempre, la posibilidad de decepcionar a mi padre me hizo sentir pánico.
– Imposible, sabes que yo no fallo.
Jamás fallaba, menos contra alguien del bando enemigo.
Un suspiro se dejó escuchar del otro lado del teléfono. Un suspiro decepcionado.
– Escucha Kag, no estoy molesto, no por ahora, no si logramos controlarlo. Y para ello necesito pedirte un favor enorme, algo que no puedo confiarle a nadie más.
– Lo que necesites, padre.
– Necesito que te encargues de Inuyasha Taisho, en Japón. - Miré por sobre mi hombro al sujeto a mis espaldas, quien me miraba fijamente. - Y necesito que lo hagas lo antes posible.
– ¿En japón? Eso es pisar territorio enemigo, es comenzar una guerra.
– Ajá, lo sé, pero espero seas capaz de reparar tus propios errores sin importar lo peligroso de la situación. - Un silencio mientras yo mordía mi lengua. - ¿Acaso tienes miedo? ¿Quieres decepcionarme?
Apreté mis puños, derrotada al instante con sus palabras.
– Por supuesto que no.
– Perfecto. Ve cómo disminuir los riesgos, sé que sabrás cómo lidiar con ellos, te he criado para ello. - Y entonces cortó.
Me giré hacia Jiro a mis espaldas.
– Agradezco su información, pero ha surgido un asunto importante que debo resolver. - Él asintió.
– Sólo espero haber sido de ayuda, principessa. - Una reverencia frente a mí. - Ha sido un gusto volver a verla, tan hermosa como su madre.
Ocupé todo mi esfuerzo en no mostrar una mueca de desagrado ante su mirada lasciva y cuando me liberé de él caminé hasta la entrada para encontrar a Kouga, quien apenas había llegado.
– Quedas a cargo.
– ¿Hmm?
– Algo ha surgido, necesito viajar a Japón con urgencia.
'
24 horas después.
Japón, 2011
Inuyasha
Moví el licor ambarino de mi vaso en movimientos circulares, el sonido del hielo chocando suavemente contra el cristal me hizo sonreír en ese entorno sumamente aburrido y repetitivo para mí.
– ¿Inuyasha Taisho? - La voz de una chica a mi lado, quien me había estado mirando insistentemente desde hace algunos minutos me trajo de vuelta a la realidad.
Me giré para mirarla de frente, me sonreía ampliamente mientras yo la miraba de pies a cabeza. Cabello rojizo fuego, ojos verde olivo, labios carnosos pintados de rojo intenso, combinando a la perfección con su vestido ajustado y elegante. Una apariencia agradable y sensual a la vista.
– ¿Te conozco? - Pregunté con una sonrisa cordial.
– No, pero quiero que lo hagas. - Estiró el dorso de su mano hacia mí, esperando recibir un beso casto sobre su piel. - Soy Tamiko Takara.
A ella jamás la había visto, pero conocía a su familia, el clan Takara, uno de los grandes aliados de mi padre. Tomé su mano entre las mías y besé su piel mirando fijamente a sus ojos. Sentí su cuerpo estremecer con el mero contacto y sonreí. Todas las mujeres eran idénticas, siempre bastaba apenas un poco de atención.
– Es un gusto conocerte, Tamiko, he escuchado grandes cosas de tu familia. Pero los comentarios sobre lo hermosa que eres no te hacen justicia.
– ¿Ah no?
– Eres aún más preciosa de lo que imaginé. - Una risa nerviosa abandonó sus labios y su cuerpo se movió de manera inconsciente hacia el mío.
Conversamos amenamente por varios minutos, o en realidad la escuché hablar en un monólogo eterno. Fingí interés en cada una de sus palabras porque esa era mi obligación con los invitados, sobre todo con aquellos tan importantes como ella. Sin embargo, cuando mi vista se desvió a sus espaldas por un segundo una silueta femenina acaparó toda mi atención de golpe. No tuve oportunidad de ver su rostro, sólo su cabello rubio, suelto y largo hasta la cintura, en contraste perfecto con su vestido negro noche, ajustado a un cuerpo francamente irreal. Sonreí al ver como incluso sus zapatos Louboutin gritaban sensualidad, con aquella suela color rojo intenso característico.
– ¿Inuyasha? - La voz de Tamiko me trajo de vuelta a ella. Se giró para mirar que había captado mi atención, sin embargo para entonces la ilusión de perfección que había visto ya no estaba.
– ¿Me disculpas un momento? - No esperé su respuesta, simplemente me moví antes de que pudiera retenerme.
Buscar a una chica con una espalda bonita por cada rincón de la mansión no era algo que hiciera seguido, en general nadie captaba mi atención a ese nivel y eso ya era atrayente para mí.
– ¿Sucede algo? - La mano estilizada de Sango atrapó mi antebrazo. - Te ves un poco… desesperado.
– Nada que te incumba. - Frunció su ceño y sonreí al instante. - ¿Has visto a Miroku?
– Desapareció hace algunos minutos, dijo que había un asunto importante que resolver. - Mi sonrisa se borró al instante.
– ¿Qué clase de asunto?
– Esperaba que tú me lo dijeras.
Miré a mi alrededor intentando captar alguna pista. Mi padre me miró a la distancia demasiado sereno, conversando amenamente con alguien a quien jamás había visto en mi vida. Sesshomaru por su parte estaba en el otro extremo del salón, hablando con otras personas poco importantes mientras su prometida, Kagura, colgaba de su brazo como un accesorio brillante y atractivo.
Fruncí mi ceño en la paranoia. Abandoné a Sango sin decir otra palabra y caminé hacia las escaleras en pasos seguros, buscando escapar por unos segundos del ruido avasallador de la multitud. Noté como los guardaespaldas parecían más nerviosos de lo habitual, hablando por sus pequeñas radios.
– ¿Hay algo de lo que deba enterarme? - Pregunté al más cercano, quien me miró con pánico reflejado en el azul claro de sus ojos.
– Nada señor, nada de lo que deba preocuparse. Si algo cambia será el primero en enterarse. - Asentí sin confiar demasiado en sus palabras, pero con pocas ganas de esforzarme más.
Caminé por el pasillo hasta llegar a la última puerta, la que solía ser mi habitación. Encerrado en la oscuridad silenciosa aflojé la corbata de mi cuello por unos segundos y tiré mi chaqueta en la cama, buscando la libertad dentro de toda esa imagen correcta que estaba obligado a mantener en público. Caminé hacia el baño, subí las mangas de mi camisa, dí la llave para dejar correr el agua y me miré en el espejo mientras apoyaba mis palmas en el lavabo. Como odiaba ver la casa llena de gente, como odiaba a la gente.
Permanecí allí por unos segundos luego de mojarme la cara y entonces salí, buscando mi chaqueta donde la había dejado. Un aroma distintivo cambió a mi alrededor, y el aire se movió bruscamente cuando una daga pequeña y oscura de acero damasco se pegó a mi cuello, rozando peligrosamente mi yugular.
– Atrévete a girar y morirás en el mismo instante. - Una voz femenina amenazándome
Hmm, eso era nuevo para mí.
– Interesante. - Musité sin poder guardar mis pensamientos para mí mismo.
– Levanta tus manos lejos de la cama. - Ordenó.
– Disculpa mi curiosidad en una situación como esta… Pero ¿Nos conocemos?
– Haz lo que te digo Taisho, no estoy jugando.
Probablemente mi mente debía centrarse en no morir para ese entonces, sin embargo mis sentidos pusieron como prioridad su voz, un tono increíblemente suave y cautivador en cada palabra cortante, tan jodidamente encantadora contra mi espalda, oscilando entre la confianza serena y la seducción sutil. Aún no había visto su rostro, pero podía apostar a que se robaría mi atención si era la mitad de atrapante que su voz.
Sonreí y levanté mis manos en un intento de demostrar que no tenía armas y que era inofensivo. Por el momento.
– Ya que matarme sin amenazas habría sido mucho más sencillo y expedito, asumo que esperas algo de mí. - Musité y ella guardó silencio. - ¿Qué es lo que quieres?
– Quiero saber como robaste los archivos de mi padre. - Fruncí mi ceño sin comprender.
Podía ser muchas cosas en la vida, pero el adjetivo de ladrón no me quedaba para nada.
– Lo siento cariño, pero tendrás que ser mucho más clara, ¿Quién es tu padre?
– No juegues conmigo, sabes perfectamente de quién estoy hablando. Sólo contesta la maldita pregunta. - Su agresividad crecía a pasos agigantados.
– Okey okey, no los robé yo, he contratado a alguien que lo hizo por mí. - Mentí intentando seguir su juego, sin saber a qué mierda se refería.
– Bla bla, una historia aburrida, limítate a decirme dónde están - Insistió.
– Pareces estar realmente desesp… - La daga se cargó con más fuerza y la sensación de mi piel cediendo me detuvo de golpe. - …Sobre el escritorio a tus espaldas, junto al teclado en un pendrive negro.
Esperé a que su daga se alejara de mi piel en aquella pequeña distracción y entonces me giré rápidamente, abalanzándome contra ella y apretándola contra la pared más cercana. Un quejido bajito salió de sus labios cuando doblé su muñeca en un ángulo incómodo y su propia daga fue ocupada en su contra, rozando la nívea piel de su cuello.
Tuve que pestañear un par de veces para ajustar mi visión en la oscuridad de aquella habitación y cuando lo hice me tomó un esfuerzo descomunal ocultar mi sorpresa. La chica aplastada contra mi cuerpo era increíblemente pequeña, llegando apenas a alcanzar mi barbilla con la parte más alta de su cabeza. Su cuerpo delgado y frágil, con sus pechos rozando contra mi torso y su cintura estrecha destacando por sobre todo lo demás. Todos aquellos atributos eran encantadores, sin embargo nada que no hubiera visto antes en otras mujeres; el motivo real de mi sorpresa era encontrar atrapada entre mi cuerpo y la pared a la misma chica que había captado mi atención en el salón.
Me acerqué a ella, invadiendo aún más su espacio personal. dejando mi rostro a escasos centímetros del suyo. Sus ojos resaltaron en rojo, dejándome ver toda su furia demoníaca aún en desventaja absoluta. Cargué aún más la daga contra su cuello, disfrutando de la vista cuando una pequeña gota carmesí avanzó hasta su escote, perdiéndose en él.
– Este punto de aquí… - Musité moviendo el filo bajo su mandíbula. - Podría matarte en un pestañeo si presiono justo aquí.
Sonreí cuando sentí su cuerpo temblar contra el mío.
– O podríamos intentar acá… - Continué con mi pequeño juego, avanzando hasta el surco de su yugular. - Otro punto fatal, aunque un poco más desastroso, artístico si me preguntas... - Seguí avanzando con su daga hasta posarla justo entre sus pechos, suaves y turgentes, rosando apenas contra mis nudillos. - ¿Sabes qué pasa si me hundo justo aquí?
Sus ojos rojizos me miraron en completo silencio, levantando su mentón con orgullo en un intento de lucir un poco más alta bajo mi agarre.
– Dolería un montón, no voy a mentirte. - Susurré y me acerqué a su oído derecho. - Eventualmente morirías, pero antes sentirías cada punzada de dolor avanzando a través de cada una de tus terminaciones nerviosas, hasta que finalmente, después de luchar en vano, tu corazón dejaría de latir.
Su pecho subió y bajó por su respiración acelerada y sonreí sin poder evitarlo.
– Ahora, siempre podemos evitar la muerte e inflingir sólo un poco de dolor, lo justo y necesario… Si es que te comportas como la señorita que eres y me dices quien te ha enviado por mí y por esos jodidos archivos.
– Esos archivos son míos. - Exclamó molesta.
– ¿Lo son realmente? ¿Y has sido tan torpe para perderlos?
El filo de su propia daga relució en la oscuridad cuando presioné contra su cuello y aún así no sentí un ápice de miedo en su aroma, sólo la calidez exquisita que su cuerpo emanaba contra el mío, disfrutando de una presa fácil que había aparecido a voluntad en mi camino.
Un solo movimiento brusco de su cabeza sacudió los mechones rubios que cubrían parte de su rostro y entonces por un instante el mundo se detuvo para mí, cuando vi aquella respingada y pequeña nariz cubierta por abundantes pecas y el rojo abandonó sus ojos, dando paso a un color chocolate claro y dulce que yo ya conocía.
Que yo recordaba perfectamente.
– ¿Kagome? - Pregunté sin dejar de analizarla de cerca. - ¿Kagome Russo?
Mierda, esa era una pésima señal.
La sangre hirvió por mis venas y mi mano se movió por inercia, haciendo más presión sobre su piel y provocando en efecto un quejido ahogado. Cómo detestaba a esa pequeña escoria italiana.
– Vaya, vaya… - Alejé la daga un par de centímetros y su cuerpo permaneció tenso, a la espera de mi próximo movimiento. - Juraría que tu cabello debería ser color azabache, ¿Este es tu patético intento de pasar desapercibida? - Musité, tomando un mechón entre mis dedos, comprobando por la textura que se trataba de una muy buena peluca.
– Suéltame o te juro q… - Los tres toques en la puerta interrumpieron su burda amenaza, al mismo tiempo mi mano subió a su boca, evitando cualquier sonido que demostrara su presencia.
– ¿Inuyasha? - La voz de Miroku sonó del otro lado.
– ¿Hmm? - Respondí sin quitarle la vista de encima a la pequeña mocosa frente a mí.
– Necesito que salgas ahora, hay un guardia noqueado allí abajo y las cámaras están muertas por alguna razón. - Ladeé mi cabeza mirándola con atención y alcé una de mis cejas. ¿Todo eso lo había hecho ella? ¿Ella era el asunto que había que resolver?
– Dame un par de minutos, voy en seguida.
– Perfecto. - Los pasos de Miroku al alejarse por el pasillo relajaron a la chica frente a mí.
– Bien, ¿Cómo procedemos señorita Russo? - Musité al quitar mi mano de sus labios.
– Devuélveme mi daga, por favor. - Sonreí apenas. - Y entrégame el pendrive. - Levantó su mentón en un intento burdo de lucir menos pequeña.
Me alejé de ella sin darle la espalda y me moví hacia la ventana. Miré hacia el exterior cuando la abrí de un tirón, comprobando que no hubiera testigos curiosos.
– Sal por aquí, camina hasta la entrada principal y sigue el camino hacia la salida.
– ¿Disculpa? No voy a irme sin la información que vine a buscar. - El tono molesto en su voz casi me arrancó una sonrisa. Casi.
– Fue bastante estúpido de tu parte venir aquí, ni siquiera se como has logrado atravesar toda la seguridad sin ser atrapada. - Me miró seria y yo fruncí mi ceño. - ¿Quieres comenzar una guerra?
– ¡Tú la has comenzado!, robaste esa información de mi padre.
– Estarías muerta de no ser por mí, quiero que recuerdes ese pequeño detalle el resto de tus días. - Ella mordió su labio antes de contestar, reteniendo sus pensamientos. - Ahora ven aquí. - Ordené.
Para mi sorpresa obedeció con cautela hasta alcanzarme e indiqué hacia el exterior.
– Saltar hasta esos escalones no será problema para ti. - Me miró intrigada por unos segundos y luego asintió antes de salir y caminar por el borde de la casa. - Señorita Russo… - Me miró por sobre su hombro. - Me debes una.
– No te debo absolutamente nada, sporco ladro (ladrón de mierda) - Sonreí sin comprender lo último de su frase.
– Me debes la vida… Y eventualmente cobraré esa deuda.
No respondió y lo último que vi fue como alcanzó los escalones en un salto suave incluso en tacones, para luego desaparecer en la oscuridad de la noche.
Me quedé allí de pie, cuestionando mis propias decisiones, sabiendo que probablemente me traería consecuencias mas tempranas que tardías.
