Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo los tomo prestados.
Capítulo 32
1.-
El aroma del café recién hecho se entrelazaba con el silencio que llenaba la casa de Edward.
Había invitado a Isabella para escucharla, aunque había un trasfondo más profundo en su intención.
Al entrar en la sala, observó a Isabella sentada en uno de los cómodos sillones de su hogar, con un semblante que mostraba la lucha interna que llevaba dentro. Cuando le ofreció el café, vio la desconfianza reflejada en sus ojos, como si cada sorbo estuviera cargado de un pasado doloroso que no se atrevía a compartir.
—¿Qué pasó con el padre de Eilan? —preguntó Edward, intentando que su voz sonara casual mientras dejaba la taza frente a ella.
Isabella apretó los labios, manteniendo una barrera entre ellos. Edward conocía esa mirada; era la misma que él había llevado mucho tiempo atrás cuando las circunstancias le habían exigido cerrar su corazón. Pero la esperanza de que ella se abriera como lo había hecho él en su momento lo impulsaba a seguir intentando.
—Si quieres que vuelva a la repostería, tendrás que empezar a tratarme como un amigo —le dijo, rompiendo la tensión en la habitación con un tono más suave—. Y creo que la mejor forma de hacerlo es que comiences hablando sobre eso que te hace odiarnos, a nosotros los hombres.
Isabella lo miró de reojo, su defensiva se mantenía firme, pero algo en su interior comenzó a ceder. Recordó las palabras de Alice, de la presión que le había impuesto para volver a la repostería, así que decidió hablar.
—Me embarazó y después se desapareció —respondió al fin, de manera seca. Era una declaración que había estado guardando, y ahora, liberarla era como abrir una herida que nunca había sanado del todo.
Edward sintió una punzada de empatía. Se acomodó en el sillón opuesto, consciente de que debía darle un giro a la conversación para que no se convirtiera en un duelo de heridas abiertas.
—Yo no hice eso con Irina —contestó, buscando conectar su experiencia con la de Isabella.
—¿Con quién? —inquirió ella, claramente confundida.
—Con la que fue mi esposa —dijo Edward, recordando esos momentos felices que ahora parecían parte de otra vida—. Cuando se quedó embarazada de Anabela, me hice cargo de las dos. Como ves, no todos los hombres somos iguales. Esa opinión que tienes, solo porque el padre de Eilan actuó cobardemente, es absurda.
Isabella frunció el ceño, pero en su interior empezó a reflexionar. La verdad de sus palabras resonaba, y era doloroso admitirlo. La realidad de su experiencia la había llevado a generalizar, pero ahora, ante la sinceridad y vulnerabilidad de Edward, comenzó a cuestionar sus propias creencias.
—¿Qué le pasó a la mamá de Anabela? —preguntó, decidiendo que era hora de cambiar de tema, aunque la incomodidad aún permanecía.
Edward suspiró, recordando la pérdida que lo había marcado. Cada vez que hablaba de ella, su voz parecía llevar consigo un eco de tristeza.
—Murió de cáncer. —Las palabras salieron con una pesadez que Isabella podía casi sentir.
—Lo siento. —murmuró, sintiendo que su dolor, por extraño que pareciera, los unía en un vínculo no deseado.
—Yo también. —dijo Edward, con un brillo de tristeza en sus ojos.
Isabella jugó con la taza de café en sus manos, sintiendo el peso del dolor de Edward. Se le notaba, que había querido en verdad a su esposa, y esto hizo que, su apreciación hacia los hombres, cambiara por completo. Quizás, porque había sido traicionada con poca experiencia, su opinión se había tornado muy parcial. Pero si quería que Eilan no siguiera sufriendo por sus decisiones, tenía que comenzar a reconocer que todo este tiempo no había estado más que equivocada, a causa de su dolor.
La pregunta que salió de sus labios fue casi un susurro.
—¿Volverás a la repostería?
La esperanza se encendió en su mirada, y Edward, notando la chispa que había en ella, sonrió.
—Volveré a la repostería —accedió, sabiendo que ese pequeño intento de reparar su relación con él marcaba un nuevo comienzo entre ellos.
