Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo los tomo prestados.

Capítulo 10

1.-

Alice se mordió el labio para aguantarse la risotada que moría por brotarle desde el fondo de su pecho y caminó hacia a su amiga, que estaba muy concentrada en bolear los bombones.

—Isabella, te buscan. —le dijo, muy tranquila.

Isabella espabiló y frunció el ceño, no sabiendo quién podría buscarle.

Miró hacia a la cámara, observando a hombre en ella. En seguida, su humor se hizo pesado. Pero pensó que seguro era uno de los jornaleros que venía por el pedido de los dulces. Aunque no lo reconoció... Quizá era alguien nuevo, pensó. Bueno, con tal y que trajera el dinero para pagarle la factura, todo iría como siempre.

Se limpió las manos en el delantal antes de quitárselo y dejarlo colgado en el perchero, detrás de la puerta, y se dirigió al frente.

Su amiga Alice, no pudo seguir conteniéndose la risa y la soltó, aunque bajito para que Isabella no la oyera.

—Cuando sepa a qué ha venido este hombre. —murmuró para ella misma, sabiendo que Isabella le armaría un lío por no despedirlo del local en cuanto le dijo que venía por el empleo. Pero con tal de hacerle pasar un mal rato a su amiga, por insinuar que Jazper le estaba poniendo el cuerno, se aguntaría su griterío. Después de todo, no iba pasar de una pequeña reprimenda.

2.-

—Su pedido está listo. En seguida le traigo la factura para que la cancele y luego puede pasar a recogerla.

—¿Perdón? —Edward parpadeó en cuanto vio a Isabella. Sintió algo imperceptible en la boca se su estomago en cuanto oyó su voz, pero se lo atribuyó al hecho de que estaba nervioso porque no sabía si conseguiría el empleo. Se cuadró, tratando de ignorar su nerviosismo: no sabía no, debía conseguir el empleo—. Creo que está usted en un error, señorita, yo estoy aquí es por lo del empleo.

En cuanto Isabella oyó a qué había venido el atrevido, olvidó los modales.

—Otro idiota que no sabe leer. —dijo.

—¿Disculpe? —dijo Edward, creyendo que no había oído bien.

—Haga el favor de salir de mi repostería. —Isabella alzó la voz, echando humo por los oídos, de la calentera que estaba agarrando en su cabeza.

—Pero yo... —Edward trató de decir algo, desesperado por no saber lo qué estaba pasando, si es que había hecho y dicho algo malo para ofender a Isabella, solo quería tener la oportunidad de saberlo para arreglar el malentendido, pero ella se dio la vuelta y se marchó por donde mismo había aparecido.

Las lágrimas que Edward no derramó, hacia un rato cuando todavía estaba sentado en el banco, corrieron por sus mejillas.

Salió del local con el corazón hecho pedazos.

[...]

—¿Te has vuelto loca? —le dijo Isabella a Alice que, ahora sí, se reía sonoramente por la cara de indignada que tenía ella.

—Lo siento —dijo—. Solo me pareció gracioso ver cómo ponías en su lugar a otro analfabeta. —se disculpó entre risa y risa.

—Pues yo no le vi nada de gracioso, Alice. —Isabella dijo y Alice soltó otra risotada—. Vamos a ver si te parece gracioso cuando te salga una hernia de tanto cargar el saco de harina, porque pienso sacar ese estúpido anuncio del periódico.

Alice borró en seguida la sonrisa ante la sentencia de su amiga.

—¡Ay, no! —se quejó.

—Ay, sí.