Los personajes de S.M. no me pertenecen, yo solo los tomo prestados.
Capítulo 31
1.-
Isabella caminaba detrás de su hijo, con el corazón hecho un nudo. Eilan, seguía enojado con ella por la mentira, pero al menos se había levantado temprano, y arreglado para ir de nuevo al colegio. El niño, no le dirigió la palabra, ni antes ni después de salir de la casa.
Cuando llegaron al colegio, el portero saludó a Isabella y abrió la puerta para el niño, quien entró al edificio, sin esperarla ni despedirse de ella.
Isabella se detuvo, quedándose afuera, dispuesta a seguir el consejo de la directora y la maestra. Y más que todo lo hacía para darle su espacio a Eilan, esperando que, cuando se calmara su ánimo, pudiera hablar con él y explicarle sus motivos para haberle mentido.
Se dio vuelta, justo para ver a Edward acercarse con su hija. El corazón se le aceleró al recordar que, si quería que Alice volviera a trabajar con ella, debía hablar con él, para que también regresara a la repostería.
Sin embargo, Edward pasó de ella como si fuera un muro ivisible, dejando a Anabela en la puerta, quien si la saludó con una manita apenada, como si no estuviera bien hacerlo, y luego entró al colegio.
Edward dio dos pasos, alejándose de la estructura, y de ella.
Isabella inspiró fuerte, tragándose su orgullo.
—Edward, espera —le dijo, yendo detrás de él, que no le hizo caso y siguió andando.
Isabella se molestó por esto y se apresuró.
—¡Espera! —exigió, tomándole del brazo, para hacer que él se detuviera.
Si fuera otro, Edward la hubiera tratado de otra manera, por su atrevimiento. Pero no era así, por lo que, aunque sí digustado con Isabella por mentirle a su hijo, se detuvo al fin, cruzándose de brazos.
—¿Qué quieres? —inquirió.
Isabella se mordió el labio, sin saber cómo empezar.
—Que vuelvas a trabajar conmigo. —a la final optó por ir directamente al grano.
—No lo creo —respondió Edward—. Lo que te dije ayer es cierto. No me interesa seguir trabajando con una mente tan monstruosa, capaz de mentirle a su prpio hijo, sin pensar en el daño que le causa. —y, dicho esto último, Edward hizo ademán de volver a retirarse.
—No lo entiendes. —le dijo Isabella.
Edward se detuvo por un instante.
—No creo que haya nada qué entender. —le contestó, sin verla.
Isabella apretó los puños, cuando sintió las lágrimas, traicioneras, correr por sus mejillas.
—Eilan lo es todo para mí. —su voz se quebró.
