"Acabemos con esto rápido" suspiró en voz alta, sorprendiendo a sus damas de compañía.
Sin embargo, no dijeron nada y la ayudaron con los últimos retoques antes de que una de ellas abriera la puerta para que ella lo pudiera cruzar. Todas las miradas se dirigieron a ella y su gran entrada. El eco del órgano casi sonaba fúnebre, algo irónico dado que era una boda. Algo de lo que todas aquellas personas no podían dudar al verla pasar con un gran vestido nuevo difícil de manejar, un elaborado peinado incómodo por la gran cantidad de horquillas que le hacían daño y unos zapatos con los que costaba dar cada paso.
Y delante de ella, su futuro marido: un desconocido pelinegro que aseguraba ser el príncipe heredero de Dawn.
Nami Storm, aquella chica a la que llamaron así por haberla encontrado en mitad de una tormenta y criada por una granjera en uno de los pueblos más recónditos, era una joven hermosa de largas ondas naranjas muy deseada a pesar de ese origen humilde. Gracias al trabajo y la dieta natural, a pesar de las horas al sol, solo tenía un par de pecas en su piel besada por el sol bajo el que trabajaba y su esbelta figura había llamado la atención de los hombres, sin importar el título. No iba a negar de como en más de una ocasión había aprovechado la situación a su favor, con la firme idea de no pasar muchas necesidades, pero jamás había besado a ninguno de esos hombres y, mucho menos, hacer cosas indecentes o prometer amor con tal de ganar sus favores.
Jamás cruzaría ese límite invisible de volverse una mujerzuela de Babilonia.
Y mucho menos casarse. En especial aquellos desagradables imbéciles, quienes creían que por manejar varias tierras, podía insistir con pedir su mano. Sabía de las amenazas a su madre, de los idiotas que a veces la observaban en su nombre y de aquellas baratijas que enviaba como regalos solo para que cayera en sus inexistentes encantos. Por lo menos, vender todo aquello permitía tener una comida y un techo arreglado debajo de ellas.
Nami ansiaba más, necesitaba mucho más. Ella tenía sueños y no los quería cambiar por cumplir con encerrarse en una casa a tener hijos.
Pero claro, al haber dejado tanto tiempo y, al ser el próximo rey del todo aquel basto reino, ella ya no tenía escapatoria. Ya no había forma.
Con cada torpe paso hacia el altar, Nami tragó seco. Notó el sabor de la nada, en lo que iba acercándose a su futuro marido. Solo conocía su nombre del día a día y de como la chicas le habían repetido su nombre constantemente.
Monkey D. Luffy.
No sabía nada más. Realmente no sabía donde quedaba hogar realmente o que tipo de actitud tenía con el que podría por lo menos engañarlo. La única imagen que tenía de él era el de ese mismo instante: un chico sonriente, con una luz única que no sabía si llegaba de la ventana o si era él mismo quien lo irradiaba, con una cicatriz que rompía con esa pureza tanto en el rostro como uno en el pecho que se dejaba ver en su traje.
Si nunca lo había visto, ¿por qué daba la sensación de que sonreía como si se alegraba de volver a verla? ¿Sería uno de los tantos acosadores? ¿un futuro rey? Sabía que había gente que exageraba que su belleza era como el de una diosa, pero no se imaginaba que llamase tanto la atención. Debía haber algo más, porque no era normal que alguien con sangre noble, esa sangre que los curas siempre afirmaban con fuerza que tenían relación divina, se quisiera involucrar con alguien mucho menos que una plebeya aparecida en una tormenta.
Al llegar a su lado, notó como ese príncipe estaba a un impulso de hablar o tocarla, pero el cura carraspeó para tomar su atención e iniciar la ceremonia.
Nami desconectó de la realidad, pensando de que sería tanto de ella como de su pequeña familia una vez terminara el casamiento. Si, estaría debajo de la casa más poderosa del momento, pero... ¿qué? ¿Quién cuidaría de su madre ahora que se hacía mayor? ¿también obligarían a que su hermana se desposara?
Su suspiró y preocupación no pasaron desapercibidos y, por un momento notó su mirada compasiva. Seguía siendo alguien difícil de describir y, sobre todo, de analizar ese sencillo pero fuerte lenguaje no verbal.
"Ustedes quedan oficialmente unidos ante los ojos de dios"
Con aquellas últimas palabras, se había sentenciado su vida, en un matrimonio con aquel desconocido. Nami suspiró y se iba a marchar, cuando su marido tiró de ella para sellar el sagrado sacramento con un fuerte beso. No sabía siquiera llamarlo beso, ya que solo había sellado sus labios con tal fuerza, que notaba una desagradable presión.
Al separarse, notó que todos la estaban mirando, esperando ver su reacción, a lo que Nami simplemente dejó caer un molesto suspiro, algo que sorprendió al hombre que debía llamar marido. Su rostro reflejaba que esperaba otra reacción por su parte, pero Nami le restó importancia. Ella solo tenía una cosa en mente y lo iba a deicr.
"Bueno, ¿puedo irme a casa?"
