Hora de cerrar


El mensaje era breve pero Touka esperó. Sabía lo que significaba.

Iré hoy.

Incluso el horario.

Lo más lógico...

Antes de que anocheciera. En la hora mágica. Si. Cuando muchos elegían moverse porque no era de día ni de noche y tenían la seguridad de un cielo rojizo. Como la dieta de los que eran como Touka.

—¿Hermanita?

Touka tragó en seco. Estaba sola. Tuvo que recortar personal y...

Yomo había escapado otra vez con el payaso. Nishiki lloraba en la terraza, probablemente, aún intentando ocultar que lo hacía. Irimi y Koma...

—¿Lo de siempre, Hinami?

La adolescente asintió. Ya no era una pequeña. Resultaba increíble. En solo unos meses, casi aparentaba más edad que Touka.

—Solo café —sonrió Hinami.

Touka trató de disimular que tragaba en seco. Nishiki me está pasando sus idioteces, se dijo. Pero se sintió débil. En verdad.

—Por supuesto...—murmuró Touka entre dientes demasiado filosos. Aunque sus pupilas no se pusieron oscuras, sus incisivos le cortaron parte de la lengua. Sintió el gusto de su propia sangre.

Tal vez Hinami la olió. Porque aunque tomó asiento, hizo una mueca.

La de los ansiosos.

—Iba a venir con Ayato.

—Mejor que no lo hicieras, la verdad.

Touka fue sincera. El café llenó la taza de Hinami y luego la que sujetó para sí misma. Una sombra cayó en la más joven. Pero...Mejor dicho. El falso velo de simpleza y felicidad fue retirado. Quedó alguna impresión de plenitud reflejada en el rostro de la muchachita. Pero Touka se dio cuenta de que no había madurado en sus meses de ausencia.

Lo correcto sería decir que Hinami Fueguchi envejeció sin dejar de ser una niña. Touka sabía bien cómo se daba ese proceso.

Y no pudo evitar odiar a Ayato.

(Que no era sino odiarse a sí misma por permitir que pasara).

—Él quiere verte, hermanita.

—¿Por eso viniste? —jadeó Touka.

Hinami se miró las manos. Touka recordó cómo solía pintarle las uñas en tonos pastel para ponerle stickers de osos.

(Las manos de Hinami ya estaban pálidas, disimulaban mal el haberse lavado lo rojo al salir de las alcantarillas, tenían un perfume almizclado, como si la chica hubiera robado alguna botella y se hubiese rociado con aguas florales antes de entrar en el café).

—Yo...

—Fue por eso. Ya —suspiró Touka, sirviendo la taza para Hinami y quedándose la propia para beberla en la barra.

No iba a sentarse con ella. Era horario laboral aunque no hubiera clientes.

(Diezmados estaban los empleados por los palomos y el Aogiri, la crisis económica no ayudaba a integrar humanos entre los consumidores).

—Sería bueno para él verte. Ustedes son tan parecidos...si solo hablaran y lo arreglaran...

—No hay nada que arreglar.

—Nuestra organización...

Touka miró hacia la puerta, rechequeó para sus adentros que no hubiera nadie en las mesas, cuyos oídos las comprometiera.

Pero se dio cuenta de que no era por ella misma. Sino por Hinami. Y no por cuidarla en sí. Sino para que la gracia no acabara en que tuvieran que matar a alguien. A otra persona.

—No me voy a unir.

Hinami se encogió como si estuviera a punto de llorar. Pero no hizo más que eso.

Les enseñan a controlarse para ser mejores monstruos, vaya, pensó Touka, con más angustia que saña.

—Sería bueno que lo hicieras.

—¡Ja!

Touka bebió su café casi de un sorbo, pues estaba más tibio de lo que pensaba.

—...No es como si tuvieras opción —confesó Hinami.

Los ojos de Touka se abrieron mucho, la joven mesera requirió de todo su autocontrol para no ponerlos rojos ni sacar toda su dentadura filosa.

—¿De qué hablas?

—Pronto, el Aogiri extenderá sus ramas y sus raíces, llegará a toda la ciudad. Sin Anteiku, no tiene una oposición sólida aquí. Lo has perdido casi todo. Deberias resguardar nuestra pequeña familia y así todos pelearemos por el bien común.

Touka hizo una nueva mueca de indignación. Las palabras de Hinami repetían un discurso vacío que ya había escuchado como vagabunda. Ayato y ella solían reirse de cosas así. Hasta los sueños del viejo Yoshimura no sonaban tan absurdos.

Que se convirtieran en realidad aterrorizó a Touka. Pero ella ya era experta en disimular escalofríos.

—Dije que no.

—...Pronto no podrás elegir. Por eso, el Aogiri me envió a renegociar tus términos. Puedes solo presentarte en batallas de importancia contra las Palomas.

Touka jadeó. Imaginó a la burda Hinami, una parodia de la niña dulce que ella crió, alardeando sobre lo que hicieron una vez. En el túnel. Ellas solas contra un mundo cruel.

No fue la hazaña de dos heroínas, sino los arañazos desesperados de dos chicas perdidas.

—Anteiku...:re jamás se unirá a un grupo fanático. No importa si solo somos tres, cinco o seis...o siete. Tenemos valores, ojalá hubiéramos sabido cómo inculcártelos.

Touka siempre fallaba. Falló con Ayato, falló con Kaneki, falló con Hinami. Falló en la secundaria, no pudo entrar a la universidad. Sus manuales de ingreso se habían quemado y sus lágrimas se congelaron casi dos años atrás.

—...Bueno, esa es tu respuesta ahora. Cuando las instrucciones te lleguen, debes mostrarte en donde te indiquemos. Sabes que si —le advirtió Hinami.

Touka apretó la mandíbula. En las noticias, comenzaron a hablar sobre el caso del asesino serial que estaba suelto. Las nuevas eran que se trataba de un ghoul, apodado por el CCG, "Torso" por cómo mutilaba a sus víctimas.

—...Entre la información recientemente compartida con la prensa, el CCG reveló que el ghoul asesino serial escoge a sus próximas matanzas basándose en un patrón de cicatrices en sus cuerpos...—dijo la voz de la reportera de televisión.

Touka jadeó, agitada, pues recordaba que Yoriko tenía rastros de quemaduras en las manos por hornear pan. A la cabecilla de :re le costó no echarse a llorar allí mismo. Hinami, por otro lado, se conservó serena e indiferente. Como a quien aquellas palabras no le conciernen.

—Él aceptó ser un brazo del Árbol —sonrió Hinami, como si el alma dejara su cuerpo con un montón de orgullo en su lugar.

Touka quedó boquiabierta de horror y las lágrimas comenzaron a correr por sus ojos sin freno. De rabia. Frustración. Y tristeza.

—No me jodas. Primero ese psicópata de Yamori, que jodió a Kaneki. Y ahora, ¿este loco de mierda? ¡Por ghouls así la sociedad humana no nos acepta!

Hinami se encogió de hombros, volvió a sonreír y le ofreció un pañuelo bordado con unos ositos. Touka lo rechazó y se secó los ojos con los dedos.

—Vine porque me preocupaba que tuvieras miedo de él. Para que sepas que Torso jamás atacaría a una ghoul. Ni aunque tuviera hambre o estuviera forzado a esconderse. Él prometió respetar a las nuestras...

—¿...Y las humanas...?

—Touka...¿Crees que a ellas les importamos? ¿Crees que alguna se preocupa de que sus hombres nos maten? Ellas los alientan, les agradecen. Es el mundo en el que ellas viven. Pero luego de que los humanos sean reducidos, podremos conversar todas sobre lo que es mejor.

—Jódete. Más te vale que ese hijo de puta no toque a nadie que yo conozca.

Hinami sonrió un poco más. Parecía que ahogaba una risa risueña.

—¿Así que...no te importa si son humanas que no conoces? ¿Ves? Tienes más en común con la gente del Árbol de lo que crees. Y a diferencia de las humanas, a ti te interesan aquellas a las que quieres. No las odias por lo que son. Las ghouls siempre somos más generosas y auténticas...

—Te pedí que te fueras.

Hinami suspiró y se puso de pie. Pagó con exactitud en efectivo, su dinero tenía lodo y rastros de sangre seca. Pero Hinami se inclinó y fue hacia la puerta como si no supiera o no se tratara de algo relevante. Solo se volvió un momento a Touka.

—Aunque Torso nos haya jurado lealtad, no es seguro que una ghoul con kagune lastimado salga de noche sola. Te lo digo porque si te niegas a ser parte del Árbol, él podría no respetar su juramento, ya que los ghouls que no son del Aogiri no son guerreros sagrados. Sería bueno para ti pensar en eso...

Touka pensó seriamente en tomar la taza de la barra y en arrojársela a Hinami. Su viejo yo lo hubiera hecho. Pero ya no estaba Kaneki para limpiar los pedazos rotos de lo que fue una familia. Y Hinami salió para desaparecer de inmediato en el gentío de la calle.

—¿Qué carajos?

Touka exhaló una larga bocanada de aire. Ni siquiera había notado que Nishio ya estaba parado a su lado.

—Hinami.

—¡Ya sé! Digo por lo que escuché mientras que bajaba las escaleras. ¿Torso, el maniático, mata chicas con cicatrices?

Él sujetó a Touka, tenía las pupilas más pequeñas y temblaba. Ella ni siquiera reparó en que le hacía daño. No le importaba.

—Si —le confirmó, pensando de nuevo en Yoriko, rompiendo a llorar finalmente.

Nishio la soltó bruscamente y se agarró la cabeza, sacudiéndola, cohibido.

—...Kimi tiene cicatrices...—susurró, horrorizado—. Por mi culpa —agregó, devastado.

Touka tragó en seco, Nishio se sacó el delantal, lo tiró en una silla y buscó tras la barra algo. Touka sabía qué guardaba ahí.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Touka, sorbiendo sus propias lágrimas.

Algo entre la ansiedad y la esperanza se instaló en su corazón o tal vez, en su estómago, haciéndole un nudo agridulce en la garganta.

—Lo voy a matar, obvio, al desviado de mierda. Hicimos la vista gorda por mucho tiempo —jadeó Nishio, con su máscara en la mano.

Touka no pudo ni preguntarle u ofrecer darle el resto del día libre. Nishio Nishiki, hecho una furia, se escondió la máscara entre las ropas y salió a zancadas del café :re, en dirección a donde Hinami se había ido.

La joven Kirishima se quedó sola. Sus ojos vagaron hacia la fotografía bajo el mostrador, discreta, de Kaneki dándose la mano con Yoshimura.

—Lo bueno de esta calamidad es que no estás aquí para verlo. Sufrirías muchísimo, no podrías manejarlo y lo arruinarías. De nuevo —rió, aún llorando.

Al menos ya era hora de cerrar.