Hetalia: Axis Powers (y sus derivados) son propiedad intelectual de Hidekaz Himaruya. Yo no tengo propiedad de los personajes y el propósito de este fanfiction es solo de entretenimiento. No está permitida su comercialización.
Eredità Delle Regine
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Una vida sencilla
Las calles de Steampire, la capital de reino de Picas, se encontraban particularmente bulliciosa ese día. Las personas corrían de un lado a otro en lo que trataban de llegar pronto a sus destinos, fuera a pie, bicicletas o los motorizados a vapor de cuatro ruedas. Los comerciantes gritaban a todo pulmón los descuentos de sus productos a los transeúntes, en lo empelados cargaban sobre su hombros y carretillas todo lo recién llegado del puerto.
La calma solo se podía mantener en aquellos establecimientos que se mantenían cerrados del caos de las calles, como una pequeña botica entre una panadería y un vendedor de cachivaches; detrás de la tosca puerta de madera y el ventanal cuadriculado empañado por la humedad del exterior y el contraste de la temperatura del interior, había un local muy bien distribuido de estanterías, mesas y mostradores en un reducido espacio rectangular.
En venta se encontraban miles de frascos con diferentes ingredientes, algunas hierbas colgaban de las paredes impregnando de olores enigmáticos y varios estaban apiñados en pequeños montículos en cada rincón. Aquella botica representaba un ordenado caos, similar a la vida de su dueño.
La puerta se abrió de repente de golpe, sacudiendo con fuerza la pequeña campañilla en la parte superior. De ella entro un joven de rostro agudo y serio, pero cabellera corta y negra.
–Ya está aquí –dijo con voz quedada y sin emoción, contrario a su repentina llegada.
Desde el fondo del almacén salió una segunda figura, perteneciente a hombre de tez blanquecina, cabellera rubia desordenada y uno ojos verdes enigmáticos que parecían resplandecer en las sombras con un brillo propio.
–Entonces se de utilidad y permanece para cuidar la tienda –respondió este al recién llegado, dando unos pasos hacia un gran perchero junto a la puerta, de donde tomó una capa negra y un gran sombrero de punta.
Y sin pronunciar alguna otra palabra, Arthur (el dueño de aquel local) dejo el lugar sin mirar atrás o compartir otra palabra con aquel joven, y se entremezcló con la muchedumbre en la calle en lo que se dirigió a su destino. El muelle.
El puerto de Liverpow contaba con muchos muelles aéreos donde los barcos podían desembarcar tanto en las costas bajo del acantilado de piedra, como con sus dirigibles en la parte superior. El puerto y mulles era un lugar más caótico de toda capital, donde los contantes navíos marítimos o voladores descargaban sus mercancías procedentes de toda Arcana.
No fue fácil para Arthur poder llegar entre todo el gentío al punto ideal para ver los arribos de todos los navíos; uno de los puentes conectores de los muelles siempre había sido su favorito. Podía descansar junto a la baranda en lo que esperaba, y el paso constante de gente apurada rara vez ponía atención en su persona o a su distintiva forma de vestir.
Eso era lo que le gustaba de vivir en Steampire, le era sencillo pasar desapercibido con la cantidad de personas en la ciudad.
No le costó a Arthur más que echar una ojeada desde la altura del puente para poder detectar el navío dirigible que había ido a buscar. Una barcaza de buen tamaño, pero lo suficientemente ligera para volar rápido con su enorme dirigible azulado en la parte superior y los poderosos motores de vapor a sus costados.
Era fragata "El viento del este"
Se encontraba anclada en el muelle principal del sector superior de acantilado, no muy lejos de la posición de Arthur, por lo que solo necesitó un par de empujones entre la muchedumbre para poder llegar al punto de desembarco. Y cuando estaba a unos pocos metros de la plancha, fue cuando lo vio.
–¡Hey! –bramó a todo pulmón agitando su brazo sobre la cabeza de la multitud –. ¡Joao! ¡Aquí!
De entre los marinos que descendía la fragata, un hombre joven de cabellera castaña y piel bronceada alzó la vista y sonrió en lo que devolvía el saludo.
El muelle era el lugar común para rencuentros, pero no el mejor para compartir un momento entre amigos; el pub local era mucho mejor para ello y más con el acceso a una variedad de bebidas alcohólicas.
–Me sorprende lo exacto que fuiste en predecir el día de tu llegada –le comentó Arthur a su buen amigo tan pronto tomaron asiento a la mesa.
Aquel pub era el preferido de ambos, donde la cerveza se servía con rapidez por jóvenes doncellas que usaban sus atributos para atraer clientela. Normalmente se encontraba concurrido, donde casi no quedaba un lugar en las mesas o en la barra, pero valía la pena por la variedad de bebidas alcohólicas, el ambiente hogareño y la suave entrada de la brisa mariana que recordaba que seguían en la cercanía del mar.
–Recuérdame hacer apuestas de ello –respondió Joao dando un trago a la primera bebida servida por la mesera.
–¿Es acaso un sentido del marino? –preguntó el rubio en burla, dejando su sombrero de punta en la mesa, y llevando su tarro por igual, hasta sus labios.
–Es en realidad, algo que se siente en la piel –explicó el castaño ya dejando a un lado las bromas –. Y es algo más exclusivo de mi ser. Algo como tu percepción de los rastros mágicos.
Arthur resopló en su bebida.
–Cualquier bruja puede sentir el rastro que deja la magia.
–Y todo elementalista del agua puede leer las corrientes, sean del mar o del aire –continuó Joao removiendo su dedo índice por la orilla de tarro, provocando que el líquido en su interior girara en dirección de las manecillas del reloj.
– ¿Acaso ha llegado el momento de filosofar? –comentó Arthur a su vez con un leve puchero –. Creí que eso sucedía después de que te tomaras el quinto whiski de fuego.
–Normalmente es el tercero, el quinto es cuando te sacas la ropa.
Arthur volvió a resoplar sobre su bebida, casi atragantándose en esa ocasión. Rápidamente se llevó su manga a la nariz para contener lo que escurría de esta, en lo que su compañero de bebidas se reía sutilmente de su reacción.
A pesar de ridículo que había hecho, Arthur no ocultó su leve sonrojo como lo haría normalmente, en cambio soltó unas débiles carcajadas que acompañaron a la risa de Joao, en lo que apuraron a la mesera en rellenar sus tarros de cerveza.
–Ya me hacía falta reírme así –soltó Arthur con una sonrisa en lo que daba un nuevo sorbo a su cerveza.
–Ah… ¿Acaso me extrañaste? –soltó Joao con una sonrisa aún más enigmática en lo que apoyaba su barbilla en su mano.
El brujo solo le lanzó una mirada de soslayo, conociendo muy bien a donde quería ir su amigo con aquella mirada en sus ojos verdes.
–Te das mucho crédito –dijo este bajando su bebida.
–O tal vez te conozco muy bien –respondió el otro, quien, a pesar de tener su tarro a rebosar, su atención estaba en otro punto –. O somos muy parecidos… O simplemente estoy adivinando.
–Definitivamente es la última.
Joao lanzó una mirada sobre cada uno de sus hombros antes de volverse de llenó en dirección de su amigo.
–Este lugar está muy concurrido –espetó este con un ademan de levantarse de su asiento –, qué tal si seguimos en mi con nuestro trago en hogar.
–Acabamos de sentarnos.
Joao finalmente se levantó de su lugar y rápidamente sorteó la mesa hasta queda a un lado de Arthur y poder susurrarle en voz baja.
–Discúlpame –dijo –, pero estuve un mes atrapado con otros veinte marinos apestosos que parecían temerle al agua. En este momento deseo estar lejos de las multitudes.
Arthur soltó otra risita antes de contestar.
–Me sorprende que así no terminaran arrojándote por la proa del barco.
–Es que soy una encantadora compañía.
El brujo rio por ultima vez antes de ponerse de pie.
–Efectivamente –contestó él dándole un último y pronunciado trago a su cerveza –. Está bien, vámonos de aquí –aceptó sin problemas.
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Querido Vash:
Apenas me he enterado que tanto tú como el rey Francis han partido al reino de corazones para llevar a cabo la ceremonia de convocación de la reina. Me hubiera gustado haberme enterado antes para desearles buena suerte y mis mejores deseos, pero aún sin las líneas de comunicaciones en las zonas de las praderas, las cartas siguen siendo lo único que nos conecta hermano.
Como quisiera poderte visitarte en Orionia más seguido, pero tengo la impresión que cada vez que yo y la abuela lo hacemos, terminas molesto. ¿Acaso no quieres vernos, hermano? ¿No nos extrañas?
Me gusta creer que sí, y espero que a tu regreso encuentres esta carta y crezcas tus deseos de volver a vernos y nos cites de inmediato a palacio.
Sé que a la abuela no le gusta que dejemos mucho tiempo la granja sola y más ahora con el problema de los cercados y los robos de cabritones. Pero tenemos buena gente trabajando con nosotros, el señor Adam es muy amable y atento, estoy seguro que con su apoyo resolveremos los problemas con prontitud y podamos ir a visitarte.
Te extraño mucho, hermano.
Te quiere tu hermana, Lili.
Con un último desliz de la pluma, Lili firmó la carta. Era una de las tantas notas que solía escribir a la semana para enviarlas directo al palacio, a su querido hermano mayor que había sido elegido orgullosamente como Jack del reino de diamantes.
Lili se estiró en su asiento y soltó un leve bostezo; el trabajo en la granja nunca terminaba, era una rutina diaria de levantarse de madrugada y recostarse agotados después del anochecer. Apenas era el medio día y faltaban muchas actividades para tener la granja al día, por lo que la joven rubia dejo su bonito escritorio de acebo decorado y abandonó su rustica habitación en búsqueda de los trabajadores.
La granja de la familia cubría varias hectáreas donde principalmente se cultivaba el trigo y se criaban los cabritones por su leche. Las tierras habían pasado por generaciones y ahora solo quedaban en manos de la abuela de ambos, una mujer muy madura para poder llevar a cabo la mayoría de las faenas que requería aquella tierra.
Sus nietos había resultado ser una bendición para resolver los problemas de la mujer, pero con la ausencia Vash, la situación de la granja había cambiado, y ella, ni Lili podían con todo el trabajo.
De nuevo, Vash era su bendición y salvación, el joven Jack había puesto a disposición de ambas mujeres un número de empleados a su servicio. Hombres trabajadores de la capital; Lili estaba satisfecha con su trabajo, a pesar de los constantes recordatorio de su hermano de infórmale cualquier irregularidad en su desempeño.
En cuanto a la abuela, criada en la rusticas costumbres antiguas, no veía con buenos ojos a los empleados de su nieto. Lili se lo atribuía a sus tradiciones de mantener todo en familia, los desconocidos no eran vistos con buenos ojos. Pero la joven, como toda un alma caritativa, estaba feliz con la ayuda y rápidamente los reconoció como sus amigos y nueva familia.
Quedaba pendiente por el día supervisar las labores del campo, el labrado de la tierra y la alimentación de la tarde de los animales, por lo que Lili se apresuró a ponerse sus botas de trabajo, su mandil de tela y su canato bajo el brazo. Pasaría antes de salir por la cocina, para recoger unos bocadillos para los empleados.
–Abuela – saludó a la mujer mayor que espiaba nada discretamente detrás de la cortina de la ventana de la sala. Esta dio un leve respingo antes de volverse en dirección de su nieta.
–Lili, amor –dijo la abuela apartando su cabello canoso del rostro –. Casi haces que mi corazón salga de mi pecho.
–Lo lamento. Pero ¿qué era lo que hacías?
–Solo contemplaba día por la ventana.
–Hoy es un bonito día –respondió la joven rubia sin dudar en las palabras de la mujer. Dio un paso adelante y le ofreció alegremente un sobre –. Podría hacerme el favor entregar esto al cartero cuando pase más tarde.
La anciana vio la dirección del destinatario y no pudo evitar hace una leve mueca.
–¿Otra carta para tu hermano? –dijo la mujer, pero ante la sonrisa constante de la joven, agregó resignada –: Está bien, como quieras.
Lili le dirigió una última sonrisa a su abuela antes de encaminarse a la cocina en la parte trasera de su hogar de piedra, sin percatarse del leve quejido que escapó de entre los labios de su abuela.
Pero no le hubiera sorprendido de escucharla, solía ser una mujer quejumbrosa y desconfiada, algo que heredo Vash; pero una excelente cocinera, con una sazón sorprendente y con la habilidad de hacer las mejores galletas. Lili tomó más de una docena en la cocina, para compartirlo con los trabajadores.
Las guardó en su canasto y cuando estaba a punto de dejar la concurrida concina con las ollas y cachivaches de su abuela, la joven pudo contemplar los empleados por la ventana acercarse con sus herramientas de trabajo, listos para la larga jornada en los cultivos. Lili apresuró sus pasos a la puerta trasera, pero detuvo su delicada mano en el picaporte cuando escuchó claramente la conversación de los trabajadores.
–Espero que la vieja entrometida no nos haga trabajar toda la jornada completa como ayer.
–Si no puedes con el trabajo, lárgate temprano a tu habitación.
–Esa anciana siempre está de fisgona, viendo cada cosa que hacemos.
–Sí, me pareció hace un rato verla en la ventana de la sala.
–No dudo que sea así.
–Tal vez si le decimos a la señorita Lili, nos deja hacer solo la mitad del trabajo.
–¿Cómo vas a conseguir eso?
–Esa niña están creída e ingenua que puedo decirle cualquier cosa y me creerá.
–Ya dejen de decir tonterías, que lo único que conseguirán al demorar su trabajo, es que tengamos que hacer más mañana.
–Por favor, señorita Lili, me duele el dedo gordo. ¿Puedo irme a descansar?
–Señorita Lili, tuve un sueño muy feo y pasé en vela toda la noche. ¿Puedo irme a descansar un rato?
–Señorita, señorita, tengo algo en mis pantalones. ¿Podría revisarme?
Las palabras de los hombres fueron seguidas por unas sonoras carcajadas, que aumentaron con fuerza en lo que la puerta trasera se abrió de par en par.
–¡ARG! ¡Ya basta! –dijo el capataz Adam siendo el primero en entrar en la habitación –. ¡Tomen algo para desayunar y vámonos! –agregó dejando paso para que los otros cinco trabajadores buscaran algo de pan y viandas; tan pronto divisaron las ultimas galletas y las tomaron como aves de rapiña.
Tan pronto tomaron lo que buscaban, uno a uno, salieron por la misma puerta por donde entrado. Al final, el capataz cerró la puerta detrás de sí, dejando al descubierto a Lili, quien había quedado escondido detrás de esta.
La chica se limpió rápidamente las lágrimas que escurrían por sus mejillas, en lo que su cuerpo se estremecía por su intento en vano de no caer en llanto.
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La isla Pinku era joya del archipiélago Rosado, donde no solo las personas más poderosas del reino de corazones, sino de toda Arcana iban en busca de los mejores placeres. Y era la sala de té de Sakura el lugar más concurrido, prestigioso y deseado por todo aquel que tuviera conocimiento de él.
Una casona clásica minka de postes rojos intensos y techo oscuro era distintiva al resto de mansiones siheyuan, debido a sus pocas habitaciones, pero la gran concurrencia que tenía. El amo de aquella casa no necesitaba mucho espacio para trabajar, por lo que la mayoría de la propiedad era ocupada en hermosos jardines con estanques, fuentes y flores, y una vista sorprendente al mar que armonizaban en un ambiente tranquilo y pacifico.
La entrada principal al salón de té daba a una espaciosa recepción donde clientes esperaban pacientemente en tatamis individuales. Y en esa tarde en particular, había cuatro hombres en espera, el lord feudal Yang, la empresaria de picas Downston, el mercante de tierras negras González y el cortesano de diamantes Fischer.
Cada uno de los presentes se mostraba impaciente y distraían su tiempo de espera con cualquier cosa, fuera el dobladillo de su ropa, el mosquito que volaba sobre sus cabezas o las flores aromáticas que decoraban la habitación. Ninguno de ellos hablaba, y mucho menos lo harían ente sí. La tensión se encontraba fuerte en el ambiente, pero era lo usual de aquella sala, aunque en realidad, era la razón principal por la que la que aquellas personas estaban presentes.
Los cuatro dieron un brinco en sus puestos cuando una puerta lateral se abrió y de ella se hizo presente el asistente Kenji Naniwa, un hombre de rostro cuadrado, tez pálida, de ojos, orejas de gato y cabello negro. Antes de entrar en la habitación en cortos pasos, el asistente acomodo ceremonialmente su ropaje rojo llenando aún más de impaciencia a los presentes.
–En nombre de mi señor agradecemos su paciencia –dijo cordialmente Kenji a sabiendas de lo que generaba la espera excesiva en aquellas personas –. Mientras esperan ¿Puedo ofrecerles alguna bebida o un bocadillo?
–¿Cuánto más va a tardar…? –masculló la empresaria de picas en moderno vestido azul conteniendo su frustración apretando los dientes.
–Mi señor aún no ha terminado la sesión con el presente caballero. Pero tan pronto sea su turno, les informare.
Y con la paciencia de un dios, el asistente realizó una lenta reverencia y se retiró por donde llegó ignorando completamente los gruñidos de frustración de los clientes en espera. Pero debía estar acostumbrado, ante los servicios de su señor, la larga espera era prácticamente un requisito y sus clientes, a pesar de la tortura, estaban dispuestos a resistirlo con tal de ser atendidos.
Hasta en cierto punto, había cierta satisfacción sádica por parte del asistente bestia al presenciar la torturadora espera que eran sometidos los poderoso clientes de su amo. Como una venganza de clases sociales.
En lo que Kenji recorría los corredores internos de la casona, dio con otra de las salas principales donde las puertas se encontraban entreabiertas, permitiendo la entrada de la luz solar. Leves gemidos satisfactorios escapaban de la habitación, destacando el gran placer que del cliente en turno. Con gran discreción, la bestia espió por una de las orillas el desempeño en el trabajo de su señor.
Un hombre de tez pálida, el señor Slav de tréboles e inversionista principales en las vías de trenes continentales, se encontraba recostado boca abajo en un esponjo futón; su torso estaba descubierto y su rostro oculto entre sus brazos cruzados. Sobre su espalda, los pequeños pies de Kiku Honda, señor de Osaka, caminaban sin tapujos por el torso del hombre. Con cada pisada, el cliente soltaba sus gemidos placenteros casi orgásmicos.
Kiku se movía con gracia y cuidado a pesar de las pesadas prendas rosas y rojas sobre su cuerpo, como si bailara una antigua danza sobre el hombre. Una leve sacudida en las orejas de zorro de Kiku dejaron en claro para Kenji que su señor ya se había percatado se su presencia y una mirada de sus ojos castaños rojizos fue suficiente advertencia para que el asistente se retirara.
Kenji no necesitaba que "no" se lo dijeran dos veces. No volvió a la habitación hasta varios minutos más tarde cuando finalmente el señor Slav se había retirado increíble satisfecho de los servicios de su señor.
Previendo las necesidades de Kiku, el asistente bestia llegó listo con un balde de agua caliente para remojar los pies. Se encontró a su señor esperando su llegada en la entrada al jardín, con los pies descalzos colgando de la orilla. Osaka se apresuró a colocar el balde justo debajo los pies de su señor, quien se antepuso a sus movimientos y bajo los pies en el momento justo que balde tocaba el suelo.
–¿Pasó al siguiente? –le preguntó Kenji a Kiku.
Este negó con un sutil movimiento de la cabeza y sacudiendo su mano negativamente.
–Lord Yang tendrá que esperar por unas horas –dijo la bestia con su voz calmada –. En su última cita cruzó los límites de mis servicios. Debe aprender paciencia.
–¿Y los demás en la fila?
–Esperaran hasta la madrugada de ser necesario –comentó Kiku levantando la vista al hermoso atardecer sobre el mar que se observaba desde su jardín abierto–. Cuando termine con ellos, olvidaran por completo el tiempo que estuvieron sobre sus rodillas.
Kenji no pudo evitar sonreír ante las palabras de señor.
–Me gustaría un té –agregó la bestia a su asistente, que rápidamente corrió a atender sus órdenes.
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–Me sorprende que ha Ludwig no le explotara una vena del cuello.
–No lo vi en persona, querida –respondió Roderick al otro lado de la línea telefonica –. Pero según escuche, estaba lo suficientemente furioso para arrancarle la cabeza al rey Francis.
–¿Qué esperaban al darle tal libertad en el palacio? –dijo Elizabetha casi en burla sujetando con fuerza el auricular –. Será un escándalo cuando salga a la luz.
–Por ello estoy satisfecho de no haber estado presente. Aunque me da un poco de lastima por el pobre Vash, él no tenía nada que ver, pero sin duda su nombre terminará involucrado.
Elizabetha no pudo evitar soltar una leve risita.
–Eres lindo cuando te preocupas por tus viejos rivales de la escuela –dijo esta casi segura que podía escuchar cómo se ponía rojo el rostro de su esposo.
Roderick tosió levente por el parlante o tal vez se atragantó con saliva, Elizabetha no podía estar segura.
–Regresando a lo importante –dijo el Jack de tréboles evitando el tema –. La ceremonia se efectuará al anochecer.
–Suenas casi esperanzado –señaló Elizabetha con curiosidad –, acaso ¿Iván te ha dado problemas?
–Todo lo contrario. Solicitó poder visitar el recinto del oráculo tan pronto llegamos, ha estado ahí durante toda su visita.
–Yo solo espero que todo salga bien con el ritual y que pronto estes de regreso en casa.
–¿Acaso eres tú la que tiene problemas? –preguntó Roderick captando el cambio en el tono de su mujer.
Elizabetha dio gracias de tener esa charla por teléfono y no en persona, por que sin duda su marido se daría cuenta de la muesca que se formó en su boca. Se tomó unos segundos en responder, pero finalmente dijo junto a un largo suspiro:
–Sabes bien que detesto este lugar, igual o más de lo que ellos me detestan a mí.
–Ellos no te detestan.
–Natalia me detesta.
–Natalia detesta a todos menos a Iván.
La mujer no pudo evitar soltar una leve risita, a pesar del corto tiempo juntos, su esposo ya la conocía muy bien.
–Ya quiero que regreses –le aseguró ella destacando su sentir en sus palabras –, me haces tanta falta.
Roderick soltó otra discreta tos, pero la joven mujer no estaba segura si era por incomodidad o nerviosismo.
–Tengo que admitir… que regresar a casa no es lo mismo sin ti –finalmente dijo su esposo, provocando una sensación calidad en pecho de Elizabetha. Era lo más hermoso que le había dicho desde que le entregó el sí en el altar.
Ambos guardaron silencio, sin estar seguros de continuar la conversación o pasar a otro tema. Pero fueron ignorante de la tonta sonrisa de una y el sonrojo del otro de cada uno al otro lado de la línea telefónica.
–Por cierto, mi madre, como tu padre, te envían saludos –soltó de repente Roderick acabando con la magia del momento.
La mujer no pudo evitar torcer los labios de nuevo.
–Dales la gracias por mí –comentó ella secamente.
–Te veré pronto, querida.
–Eso espero.
Y Elizabetha colgó el teléfono.
Por varios minutos permaneció en la misma posición, sentada en aquel elegante diván con los vuelos de su vestido verde esparcidos a sus lados. La mujer frotó sus manos constantemente, en lo que su mente divagaba en la conversación que acababa de tener.
Era extraña su situación, desde que había contraído matrimonio, nunca se había separado de Roderick y mucho menos que fuera él el primero en regresar a su reino natal. Siempre creyó que llegaría el momento en que explotaría ante la situación y abandonaría todo por regresar.
Pero por desgracia, no era su naturaleza flaquear y era la principal razón por la continuaba en inhóspito y frío el reino de tréboles.
Una leve sacudida del picaporte de la puerta de entrada de aquella sala rococo la sacó de sus pensamientos, pero tan pronto alzó sus ojos verdes a la misma, esta se detuvo por completo, retomando el silencio en aquella habitación.
Algo se encendió dentro de ella, una molestia que estaba creciendo en su interior desde el primer día que había pasado en aquel hermoso palacio; algo intensificado por la constante sensación de ser observada. Se levantó de golpe de su asiento y camino la sala en un par de zancadas hasta alcanzar la puerta. La abrió con tal fuerza que casi creyó que terminaría arrancada de la pared.
No había nadie del otro lado. Solo un largo corredor alfombrado, con paredes decorados con pinturas de lugares más cálido que norte frío de tréboles y el arma caracterismo del aire calentado por las calderas principales de palacio.
Elizabetha salió al corredor y contempló de un lado y del otro, estaba más solo de lo que se ella sentía esos días.
–Debo estar volviéndome loca –dijo ella para sí, antes de volver a la habitación y cerrar la puerta detrás de sí.
La esposa del Jack frotó sus manos contra su rostro, en lo que una risita nerviosa escapó de su boca. Definitivamente, debía estar imaginándolo. Roderick se lo había dicho tantas veces. Nadie la seguía, nadie la observaba desde las sombras, nadie la acosaba.
Comenzaba a sentirse segura de nuevo, cuando el picaporte de la puerta lateral comenzó por igual a sacudirse como hacía unos segundos lo había hecho la puerta principal, delatando intentó de ingreso por el cuarto de a lado. El primer pensamiento de Elizabetha fue esconderse detrás de las gruesas cortinas de terciopelo verde, pero luego recordó su gran frustración, que alimentó al valor dentro de su pecho, como su fuerte carácter.
El pomo giró por completó y la puerta blanca se abrió. Elizabetha enderezó la espalda y apretó los puños enguantados para enfrentar lo que entrara por aquella puerta.
–¡Arg! –gruñó el mozo del palacio que terminó lazando las tollas que llevaba en manos al aire toparse con Elizabetha de pie firme en medio de la habitación.
–¡Aaahhh! –gritó ella por igual ante la sorpresiva reacción.
–¡Por el amor a…! ¡Elizab…! –se tuvo de golpe el mozo llevándose una mano al pecho –. Perdone, lady Elizabetha. Me ha asustado –agregó en lo que comenzaba a recoger las toallas del suelo.
–Descuide, yo lo lamento por igual –respondió ella levantando las manos en señal de disculpa, e intentando ayudarle, pero el mozo la rechazó con un simple ademan –. Esperaba… bueno, no sé qué esperaba.
–¿Necesita algo, madame?
–No, todo está bien.
El mozo realizó una ultima reverencia antes de salir por la puerta por donde había llegado, no sin antes lanzarle una ultima mirada a Elizabetha. A esta le pareció que el mozo deseaba agregar algo más pero, al contrario, se marchó finalmente sin pronunciar palabra alguna.
La esposa del Jack soltó un leve gruñido al aire mientras se pasó las manos por el rostro en vergüenza. Tal vez era su culpa con tal comportamiento el que la hacía ganarse el rechazo de la gente de tréboles. Aunque estaba segura que había algunas personas con las que no requería hacer nada para ganarse su desprecio. Resignada y sin más deseos de permanecer más en esa habitación, Elizabetha decidió que era mejor regresar a sus aposentos y esperar hasta que finalmente Roderick y el resto del grupo de tréboles regresaran de corazones, aunque eso tomara días.
Pero al abrir nuevamente la puerta principal de aquella sala, se topó cara a cara con la principal fuente de su incomodidad.
–¿Qué haces aquí? –le espetó rápidamente Elizabetha a Natalia, la hermana menor del rey Iván. La joven mujer de cabello largo platinado, vestía un hermoso vestido verde de múltiples capas que era fácilmente distinguible a pesar de la armadura en su pecho, brazos y rodillas. Era una chica muy hermosa, aunque era una lástima que generalmente su rostro expresara repulsión a todo a su alrededor.
–Soy el As de tréboles, puedo estar donde quiera en este palacio –respondió ella con dureza y lanzándole una penetrante mirada a la esposa Jack. Sus ojos inspeccionaron cada centímetro del cuerpo de esta como buscando cualquier punto débil –. ¿Qué te sucedes? Te ves nerviosa, eso me agrada.
Miles de respuestas pasaron por la mente de Elizabetha, una más conflictiva que la anterior. Deseaba expresarle a Natalia que el rechazó que sentía hacia ella, era mutuo. Pero recordó a Roderick y como no debía complicar su relación de su marido con el resto de los miembros de la corte.
Solo rodando los ojos, la mujer castaña pasó por un lado de As, en un intento en vano evitar el conflicto.
–Vamos, corre, huye, débil cortesana de corazones –escuchó a Natalia burlase de ella en lo que se alejaba por el corredor –. Que aquí en tréboles debes de tenerle miedo hasta tu sombra.
Ante de alejarse por completo, la mujer le lanzó una última mirada sobre su hombro a la joven As y pudo comprobar en su sonrisa malintencionada que ella era la responsable de la constante sensación de ser observada.
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Lo siento, lo siento y lo siento.
No esperaba tardar tanto en publicar el segundo capítulo de esta historia, pero como se atravesaron las fechas decembrinas y ha hecho más frio, tuve varios problemas para darme el tiempo de escribir. Pero finalmente aquí está el nuevo capítulo y espero que lo disfruten.
Si les gusta como va la historia hasta ahora, por favor compártelo con más personas, su apoyo me motiva a continuar.
Sin más que decir, no vemos en el próximo capitulo y espero no tardar tanto en sacarlo.
Saludos.
