POR LOS VIEJOS TIEMPOS
Capítulo 6: Vivos recuerdos:
Grovyle abrió los ojos despacio. Por la cantidad de luz que había en aquella habitación dedujo que ya debía de ser de día, así que se sentó sobre la cama de paja aún medio dormido y se frotó los ojos mientras bostezaba. Sentía que había descansado bien y que había repuesto sus fuerzas durante la noche.
Tras despejarse un poco se giró hacia la fuente de luz natural y descubrió que había una ventana medio abierta, tapada en gran parte por unas cortinas que bailaban al son de la suave brisa que entraba.
"Es curioso. Originalmente en el pasado las cortinas servían tanto como para ocultar cosas como para retener parte de la luz del sol, pero esta última funcionalidad se perdió en mi mundo y quedaron solo para la primera" pensó el de planta mientras se levantaba y se dirigía hacia la ventana para apartar las cortinas del todo.
Los ojos de Grovyle se abrieron como platos cuando quedó al descubierto una especie de terraza techada de roca, bordeada por unos salientes con forma cónica. No tuvo ninguna duda, aquello que estaba observando era la cavidad natural del conocido como Risco Sharpedo.
"¡Un momento! ¿Qué… qué hago aquí otra vez?" se preguntó el geco alarmado mirando hacia todas partes con nerviosismo. "Esta habitación adyacente en la que estaba durmiendo no estaba construida antes, ¿verdad? Eso… eso significa que esto es el futuro, ¿no?" pensó tratando de tranquilizarse. "Pero… ¿y si no me fijé bien y esta habitación ya existía en el pasado? Entonces… ¡tal vez todo ha sido un sueño y aún no hemos salvado el tiempo!" se temió.
-Un momento, quizás el sueño sea esto – se le ocurrió y entonces se pellizcó un brazo – ¡Au! Pues parece que estoy aquí de verdad… – añadió frotándose un poco donde se había pinzado – Calma, Grovyle. Parece que no hay nadie más aquí en este momento, así que aprovecha para encontrar alguna pista.
Observó con detenimiento lo que había fuera de la ventana. La cavidad del risco se veía prácticamente igual que la recordaba, exceptuando ese hueco y el de una puerta que también conectaba con la habitación en la que él se encontraba.
Se dio la vuelta para analizar también la sala. En el suelo había dispuestos cuatro montones de paja muy cerca de un hogar en el que aún había restos de madera carbonizada de la cual salía algo de humo.
"Esto cuadra con lo que recuerdo, pero como anoche no había buena iluminación será mejor que investigue un poquito más" se dijo Grovyle mirando de nuevo a su alrededor.
La habitación también parecía contar con una pila de agua y algunos muebles, y al fondo tenía acceso a su vez a un pequeño baño al que también se asomó. A simple vista no había tecnología extraña para él en ninguna de las salas, por lo que aún no tenía una pista definitiva sobre la época en la que se encontraba.
"¿Qué habrá aquí dentro?" se preguntó fijándose en un armario no excesivamente grande que había en un rincón de la sala principal.
Grovyle tiró con algo de esfuerzo de un par de pomos hasta que las puertecillas se abrieron con un leve chirrido. Allí dentro había dos estantes, el de arriba tenía varios libros y el de abajo algunos objetos y también un par de cajas cerradas. El geco lo pensó un momento y finalmente se decidió por extraer uno de los libros. Al verlo más de cerca se dio cuenta de que parecía algo antiguo y desgastado.
"Los siete tesoros musicales" leyó mentalmente el título y después abrió una página al azar con mucho cuidado de no romperlo. "Llegamos a lo más profundo de la selva, donde Mew nos aguardaba para un desafío. Era emocionante encontrarse en un sitio al que nadie más había conseguido acceder desde hacía siglos tal vez, y este simple pensamiento reforzó mis deseos de seguir explorando por siempre. Adoro tanto esta sensación que estoy segura de que si volviera a nacer sería exploradora de nuevo".
En ese momento Grovyle escuchó el ruido de la puerta de la habitación abriéndose y se sobresaltó.
-¿Melissa? – no pudo evitar preguntar en voz alta.
El geco se giró hacia la entrada y comprobó que su imaginación le había jugado una mala pasada y que no se trataba de su mejor amiga, sino de Manaphy. Por un lado, se sintió bastante decepcionado de que no fuera ella, aunque también aliviado de confirmar que estaba en la nueva línea temporal y que el tiempo ya había sido salvado.
Manaphy se acercó al de tipo planta mirándolo con curiosidad y algo de sorpresa.
-¡Ah! Siento haber abierto el armario y haber tomado el libro sin permiso – se disculpó Grovyle entonces al darse cuenta de que aún lo tenía en la mano – Debe de ser realmente valioso.
-Oh, mientras no los rompas puedes leer estos libros cuanto gustes – le restó importancia el de tipo agua – Por cierto, hace un momento has dicho "Melissa", ¿verdad? – quiso verificarlo.
-Ah, sí… – respondió desviando un poco la mirada – Es el nombre de una amiga mía, no sé por qué he pensado que debería aparecer por aquí…
-¿Te has fijado en quién firma ese libro? – preguntó Manaphy con cierta diversión y el geco miró la portada – No, por la parte de atrás.
Grovyle le dio la vuelta al libro. Estaba algo borroso, pero aún podían distinguirse las letras.
-Melissa… – murmuró con sorpresa.
-Es curioso, ¿verdad? – comentó Manaphy con nostalgia – Aquí mismo conocí a alguien que se llamaba igual. ¿Crees que hay alguna conexión entre ellas?
-¿Quién sabe?
"Seguramente estamos hablando de la misma Melissa" pensó Grovyle pasando con cariño un dedo por encima de la firma. "Un momento… ¿cuántos años tiene este tipo entonces? Han debido de pasar como unos doscientos" se sorprendió. "Como sea… será mejor que cambie de tema antes de que meta la pata".
-Bueno, dejaré el libro en su sitio – dijo el geco mientras lo devolvía a su lugar original y después cerraba de nuevo las puertecillas del mueble – Por cierto, ¿cómo están los Porygon?
-Eh, pues… los he sacado un rato a la terraza para que les diera un poco el aire y se despejaran, pero no parecía suficiente, así que al final los he llevado a la calle. Creo que aún están muy afectados por la congelación… – contestó Manaphy con preocupación – Siguen diciendo cosas rarísimas y me parece que incluso se asustan del sol. Nunca antes había visto nada igual, pensé que con descansar y dormir bien se recuperarían. Puede… que haya algo más detrás de todo esto – añadió pensativo.
-¿Algo más? – repitió Grovyle con precaución.
-Sí. No sé explicarlo con palabras, pero mi instinto de explorador me dice que tal vez esté ante un gran misterio – explicó mientras se daba un pequeño paseo por la habitación, meditando – Debo preguntártelo, Grovyle. ¿Qué hacíais los tres en esa isla? – inquirió con seriedad, clavando su vista en él.
"¡Va a interrogarme!" se temió el de planta. "Debo ser lo más discreto posible".
-Yo soy explorador – empezó a improvisar el geco con la mayor calma que pudo – Había escuchado de la existencia de un gran tesoro en aquella isla, así que decidí investigar.
-¿Un gran tesoro? – interrumpió Manaphy interesado.
"No puedo hablarle de la existencia de un Pasaje del Tiempo en la cima del Gran Iceberg" se advirtió Grovyle. "Podría poner en peligro a Celebi si revelara eso".
-Sí, aunque ese tesoro debía ser simplemente una leyenda, ya que no encontramos nada interesante – respondió el de planta.
-¿"Encontramos"? ¿Ahora hablas en plural? – cuestionó entonces el de agua y el geco tragó saliva por su error – Según ellos mismos me han contado, estos dos Porygon no son tus compañeros de equipo, ¿ibas con alguien más?
-Así es – asintió tratando de sonar tranquilo – Me acompañaba Dusknoir, otro explorador.
"Bueno, esto técnicamente es verdad. Fuimos juntos a esa isla" pensó Grovyle.
-¿Y dónde está ahora ese tal Dusknoir? – siguió interrogando Manaphy.
"Uff, no va a dejar escapar ni un detalle" pensó el geco algo agobiado. "Pero tampoco debo hablarle de la Tierra Oculta ni de la Torre del Tiempo".
-Al no encontrar nada interesante dividimos nuestros caminos – siguió explicando el de tipo planta – Dusknoir me habló de la posibilidad de volver al continente usando los poderes de teletransporte de los Porygon, así que fui a buscarlos.
En ese momento, Manaphy sonrió con satisfacción.
-¡Ajá! Así que afirmas ser explorador, pero al parecer no tienes una placa que te pueda sacar de los territorios cuando finalizas una misión – razonó el de agua mientras miraba al otro acusadoramente – Esto es cada vez más sospechoso.
-¿Sospechoso? – repitió sudando frío.
-Sí, está claro que en realidad no eres un explorador y además me parece que me estás ocultando algo – respondió Manaphy dando un paso adelante amenazadoramente – ¿Qué tienes que ver con todo este asunto?
-Na… ¡nada! – exclamó dando un paso atrás, sintiéndose presionado – Cuando encontré a los Porygon, esa Froslass ya los había congelado. ¡Solo intentaba liberarlos, de verdad!
-Sabes más de lo que aparentas, pero a mí no me engañas – contestó el de agua poniéndose en posición de ataque – ¿Quién eres realmente, Grovyle? Será mejor que hables si no quieres que te entregue ya mismo al agente Magnezone.
El de planta echó un rápido vistazo a su alrededor, contemplando sus posibles opciones. Podría atacar y tratar de escapar, pero entonces… ¿le esperaría de nuevo una vida de fugitivo?
"No, no quiero eso" pensó desesperado. "Pero la verdadera historia es demasiado difícil de creer, ¿qué puedo contestar ahora? ¡Ayúdame, Melissa!" suplicó a su amiga dando un paso hacia atrás, golpeando de un codazo la puerta del armario en el proceso.
Dentro del mueble entonces empezó a oírse un ruido que ambos identificaron como los libros desequilibrándose y cayendo unos sobre otros en el estante.
-¡Ah, lo siento! – se disculpó Grovyle rápidamente – Espero que no se hayan dañado… – añadió dándose la vuelta dispuesto a abrir el armario.
-¡No te muevas! – le advirtió Manaphy, haciendo que el otro frenara a medio camino y se quedara con los brazos en alto – Ya me encargo yo de revisarlos. Y cuidadito con tratar de huir o intentar hacer algo raro mientras tanto porque en ese caso acabaré contigo en un segundo.
El de agua abrió las dos puertecillas del mueble y después comenzó a revisar y poner de nuevo en pie los libros mientras trataba de no perder de vista ni un segundo a Grovyle.
-Tienes suerte de que ninguno parezca estar dañado – comentó Manaphy hojeando muy rápidamente el último.
En ese momento, de dentro de una de las páginas se escurrió un papel, que revoloteó un poco en el aire hasta posarse en el suelo grácilmente.
-¿Eh? ¿Qué es esto? – preguntó el de agua agachándose para recuperarlo, pero al momento su expresión se volvió de absoluta sorpresa – No… no puede ser… – susurró boquiabierto.
Subió el papel en alto y empezó a compararlo con Grovyle, pasando su mirada del uno al otro sin poder dar crédito a lo que estaba viendo.
-¿Qué… qué pasa? – preguntó el geco sin entender.
-¡Dímelo tú! – exclamó mostrándole el papel.
Se trataba de un aviso de "Se busca" muy, pero que muy antiguo y, aunque estaba desgastado, todavía podía leerse perfectamente el encabezado "Grovyle, el ladrón de los Engranajes del Tiempo", acompañado un poco más abajo por un retrato robot del geco pintado a mano, mientras que en la parte inferior había un texto en el que se mencionaban algunos detalles físicos de él y los lugares donde se había avistado, así como la recompensa ofrecida por su captura.
"Oh, no. Oh, no" se alarmó el de planta. "Esto va de mal en peor…".
-E… eres tú – sentenció Manaphy boquiabierto – Esto es de hace unos doscientos años…
-Espera, espera… – pidió el geco levantando las manos – Todo tiene una explicación. De verdad que la tiene… – añadió deseando ser tragado por la tierra y aparecer en cualquier otro sitio menos allí.
-¡Eres increíble! – exclamó emocionado entonces el de agua, dando un par de saltitos.
-¿Eh? – preguntó Grovyle confuso ante el repentino cambio de actitud del otro.
-Ya me acuerdo, ya me acuerdo – dijo Manaphy con algo de nerviosismo – Sabía que había oído tu nombre antes en algún sitio. ¡Tú viajaste en el tiempo para evitar la parálisis del planeta! Sí, sí, eso venía justo en este libro – agregó repasando algunas páginas.
-¿Conoces la historia? – preguntó el geco aún algo dudoso.
-¡Pues claro! – exclamó el de agua contento – Cuando era muy joven, Melissa… ¡Eh! ¡Antes la has mencionado! ¡Resulta que era la misma! – chilló con alegría.
-Eh… eso parece – asintió Grovyle un poco abrumado por el entusiasmo del otro.
-Como te iba diciendo, cuando yo era muy joven, Melissa y su compi solían contarme las aventuras que habían vivido, y la de la Torre del Tiempo y los engranajes era sin duda mi favorita – relató Manaphy algo más calmado, aunque con mirada soñadora – Era la más épica de todas, ¡y tú formaste parte de ella!
-Así es, aunque Melissa y yo tuvimos que separar nuestros caminos para tener una oportunidad de completar nuestra misión – contestó el de planta dirigiendo su vista al suelo con cierta tristeza – Ella se quedó en el pasado y yo acabo de llegar aquí a este tiempo.
-¿Acabas de llegar? – repitió impresionado – ¡Guau! Todo esto ocurrió hace unos doscientos años, pero para ti acaba de suceder.
-Sí. De hecho, aún no puedo creerme del todo que hayamos conseguido cambiar la historia. Pero el sol está en el cielo, el viento se mueve y se escuchan las olas rompiendo contra los acantilados, así que debe de ser cierto – comentó Grovyle con una pequeña sonrisa.
-¡Un momento! Esas cosas eran justo de las que se estaban asustando los Porygon…
-Puedo imaginármelo – respondió el geco – Tras cambiar la historia, los Porygon, yo y, bueno, supongo que el resto de habitantes de ese mundo oscuro, acabamos de dar el salto de esa línea temporal eliminada a esta. La mayoría jamás habían visto el sol, por eso deben de estar tan confusos y desorientados.
-Vaya, eso lo explica todo – contestó Manaphy – Siento mucho haber dudado de ti…
-No importa.
-Sin embargo, quiero que sepas que me alegro mucho de ver que has llegado sano y salvo al futuro. Es estupendo tenerte por aquí y haberte podido conocer, Grovyle – le dijo el de agua con una sonrisa, aunque al momento se le borró – Sin embargo, estoy seguro de que a Melissa le habría hecho aún más ilusión volverte a ver. Aunque… ella… ya no está aquí – murmuró con tristeza, acumulando algunas lágrimas en la parte baja de sus ojos – Siento… decírtelo.
Aquello era algo obvio habiendo pasado tantos años, pero sonó como un mazazo para Grovyle.
-Bueno… ha pasado demasiado tiempo. No esperaba lo contrario – contestó el geco tratando de sonar firme.
Manaphy se pasó una mano bajo los ojos para limpiarse las lágrimas, sintiendo que ese no era exactamente el tipo de final feliz que merecía esa odisea… Habría sido tan bonito que esos dos amigos se hubieran reencontrado…
-Soy un Pokémon singular, así que tengo una esperanza de vida mayor que la de otras especies – explicó Manaphy algo más calmado – Pero lo malo de ser tan longevo es que irremediablemente tienes que despedirte de mucha gente a la que aprecias… – se lamentó él – Sin embargo, aunque hay muchas despedidas, también es verdad que hay muchos encuentros como acaba de demostrarse con nosotros dos ahora.
El de agua le tendió el libro a Grovyle entonces.
-Melissa escribió aquí toda esa aventura del tiempo – explicó Manaphy – Supongo que en parte también te pertenece.
Grovyle miró en silencio el libro antes de tomarlo entre sus manos con mucho cuidado, para después abrazarlo con cariño.
-Voy fuera a ver cómo están los Porygon – susurró Manaphy entendiendo que el otro quería estar a solas un rato.
El de agua desapareció de nuevo por la puerta y el geco se quedó solo en aquella estancia.
Con un nudo en la garganta, Grovyle recordó a Melissa. Su amistad con esa humana era prácticamente lo único que le había dado color a aquel mundo gris con el tiempo paralizado en el que ambos habían nacido.
Las lágrimas no tardaron en rodar por las mejillas del tipo planta mientras rememoraba muchos de los momentos vividos con su amiga. Ambos se habían dedicado a investigar cómo revertir la parálisis del planeta, lo que los había llevado a lanzarse en un viaje en el tiempo hacia el pasado en el que, por desgracia, tuvieron un accidente que hizo que acabaran separados. Aunque lo más impactante para Grovyle fue descubrir que Melissa se había llevado la peor parte en ese extraño accidente y había acabado convertida en Pokémon y también había perdido la memoria…
Sin embargo, finalmente nada de eso impidió que la misión siguiera adelante. Aunque… la intromisión de Dusknoir hizo que Grovyle tomara la dura decisión de sacrificarse arrastrando con él de vuelta al futuro al fantasma para que no interfiriese, acabando el geco de nuevo lejos de quien más le importaba, en un mundo en el que ella ya ni siquiera existía…
"Melissa, vivirás para siempre gracias a tus acciones" trató de consolarse. "Todo lo que hiciste, aquello por lo que ambos luchamos, se refleja en este mundo. Y es otra forma de que sigas aquí".
Grovyle miró al exterior a través de la ventana. Cada vez que sintiera un cálido rayo de sol o una suave brisa, sabría que de alguna manera Melissa estaría presente.
El geco se sobresaltó cuando los pasos de Manaphy volvieron a escucharse apresuradamente en el interior del risco, y el de planta se secó rápidamente las lágrimas con el brazo para que el otro no lo viera llorar.
-Lamento interrumpir un momento tan personal, pero me temo que tenemos un pequeño problemilla – dijo el de agua tras abrir la puerta de la habitación, señalando hacia afuera con la respiración agitada.
-¿Qué pasa? – preguntó Grovyle.
-¡Los Porygon han desaparecido! – explicó agitando los brazos – El caso es que los mandé fuera un poco para que les diera el aire y se despejaran. Lo siento, pensé que aún desvariaban por la congelación… – se disculpó.
-Lo entiendo, con una historia así es normal que lo pensaras – contestó el geco – Debemos darnos prisa en encontrarlos. Te ayudaré a buscar.
Grovyle colocó con cuidado el libro en el estante, junto al resto de la colección.
"Te prometo que nunca te olvidaré, Melissa" pensó echando un último vistazo a los libros antes de cerrar el mueble y dirigirse hacia la salida junto con Manaphy.
Una vez en la calle Grovyle miró a su alrededor, comprobando que estaban en el mismo acantilado que recordaba del pasado, aunque por algún motivo este parecía tener mucho más movimiento de gente.
Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue la gran cantidad de edificios que ahora tenía Aldea Tesoro, algunos de ellos realmente altos, lo que le daba un aspecto completamente diferente a la ciudad.
-¿Esto es Aldea Tesoro? No tiene nada que ver con lo que yo conocía… – murmuró el geco impresionado – Por cierto, ¿por qué hay tanta gente aquí? – agregó en un tono aún más bajo, señalando de un cabeceo a varios grupos que había por allí reunidos.
-La mayoría son turistas – contestó Manaphy también en voz baja.
-¿Turistas? – preguntó confuso – ¿Qué es eso?
-Se trata de gente que está visitando los bellos rincones de la ciudad – le explicó el de agua – Han venido hasta aquí solo para ver esto.
-Ah, creo que lo entiendo – respondió Grovyle dirigiendo su vista hacia el paisaje marino – En mi mundo no había nada que mereciera la pena visitar, así que no había turistas de estos.
-Tiene sentido – asintió Manaphy – En fin, como te decía, no encuentro a los Porygon por la zona… ¡Eh, Porygon! – gritó mirando hacia todas partes – ¿Dónde se habrán metido?
-Yo tampoco los veo – negó el de planta tras observar un poco más a su alrededor – Creo que deberíamos dividirnos para buscar por la ciudad.
-Vale – asintió el de agua y entonces sacó algo de su bolsa – Toma, es un plano de la ciudad. Como verás, ha crecido muchísimo con respecto a cómo era en el pasado. Lo llevo porque a veces yo también me pierdo – admitió rascándose la nuca y riendo un poco.
-Gracias – respondió el otro abriendo el mapa para echarle un vistazo – ¿Dónde estamos ahora mismo?
-Este es el risco – contestó Manaphy indicándoselo.
-Bien, entonces… ¿qué tal si yo voy por esta zona? – propuso Grovyle señalando un barrio al azar.
-¿La zona comercial? De acuerdo, entonces yo me dirigiré hacia la playa.
-Perfecto – contestó el de planta – Nos encontraremos aquí de nuevo en un rato.
-Bien – asintió conforme el de agua y entonces, tal como habían acordado, cada uno se dirigió hacia un sitio distinto sin perder ni un segundo.
8(-o-)8
Mientras tanto, no muy lejos de allí…
-¿Es aquí, Marisa? – preguntó Stoutland.
-Soy Melissa… – le corrigió la chica por enésima vez ya en lo que iba de mañana.
-Eso, Melinda – contestó el perro y a ella le dieron ganas de darse una palmada en la frente – Fue en esta planta donde viste a la ladrona, ¿verdad?
-Sí, fue por ahí más o menos – explicó la chica señalando la zona – Me habló cuando me senté en aquel banco y después fuimos hacia ese ascensor – añadió indicando la dirección con el dedo.
Stoutland entonces continuó olfateando el suelo del centro comercial, seguido por Melissa, la cual llevaba a Flabébé sobre la palma de su mano, mientras algunos clientes que pasaban por allí miraban con curiosidad aquella investigación.
-Bien, bien. Ya detecto el mismo olor que desprende esa flor blanca que antes me habéis enseñado – dijo Stoutland sin apartar la nariz del suelo.
-¿En serio? – se sorprendió Flabébé.
-Claro – asintió el perro entrando al ascensor – Una vez aquí, ¿a qué planta se fue esa maleante?
-A la planta baja. Tuve que pulsar el botón por ella – rememoró Melissa.
-Perfecto. Sigamos buscando allí el rastro – propuso él.
Las otras dos también subieron al ascensor y tras pulsar el botón del cero el aparato los llevó hasta abajo, donde Stoutland volvió a olfatear el suelo buscando el rastro, el cual lo llevó hasta fuera del edificio. Una gran sonrisa se dibujó en la cara del perro mientras miraba en una dirección concreta.
-¿Encuentras algo? – preguntó Melissa con curiosidad.
-¡Sí! – exclamó el perro triunfalmente – ¡Subid a bordo, que nos vamos!
-¿Cómo? – preguntó la chica – ¿Quieres que nos montemos a tu espalda?
-Eso es. Venga, que no os dé vergüenza – insistió Stoutland agachándose para que ambas pudieran subir a su lomo con más facilidad.
Melissa y Flabébé se miraron entre sí sin saber muy bien qué hacer, pero finalmente ambas montaron sobre la espalda del enorme perro.
-¡Agarraos fuerte que nos vamos! – exclamó él con decisión y, tras levantarse, salió corriendo a toda velocidad.
-¡Ahhh! – chillaron las dos, aferrándose al cuello de Stoutland como pudieron para no caerse.
-¡Os lo he advertido! – gritó divertido mientras avanzaba rápidamente por las calles de Aldea Tesoro.
8(-o-)8
"Así que esta es la zona comercial, ¿eh?" pensó Grovyle observando impresionado todo lo que le rodeaba en aquel momento.
Siguiendo las indicaciones del mapa, el geco pronto había llegado hasta una zona bastante concurrida en la que gente de todo tipo iba y venía de un sitio a otro. Acostumbrado a un mundo en ruinas, una ciudad tan bulliciosa le resultaba realmente fascinante.
"¡Aquí hay mucha gente!" pensó sorprendido. "No me extraña que los Porygon estén abrumados, no había nada similar en nuestro mundo".
Comprobó boquiabierto que, donde antes recordaba que simplemente había unas humildes tiendas, ahora ocupaban su lugar edificios de varios pisos de altura de un aspecto mucho más sólido.
-Veamos… Ahora debo de estar más o menos por aquí – murmuró abriendo el mapa.
-¡Cuidado! – escuchó entonces una voz por detrás acompañada de un ruido de galope.
Grovyle se giró y se sorprendió cuando vio que estaba a punto de ser arrollado por un Stoutland que corría a toda velocidad.
-Pero, ¿qué? – se sorprendió el geco apartándose de un salto de su trayectoria.
-¡Perdona! – se disculpó una chica que iba montada sobre el enorme perro.
Grovyle parpadeó perplejo tras fijar su vista en ella. Apenas la vio por un par de segundos, pero… fue lo suficiente para darle un vuelco al corazón.
"¡No puede ser! ¿He visto bien?" pensó restregándose los ojos. "¡Esa chica realmente se parecía a Melissa!".
El de planta podía llegar a ser muy veloz si se lo proponía, quizás si se daba prisa aún podía alcanzarlos y comprobar si esa chica era su mejor amiga…
-Un momento, un momento… ¿en qué estoy pensando? – se preguntó Grovyle en voz alta mientras agitaba la cabeza – Sería perder el tiempo, su aspecto cambió. Y, además, ella… ya no está aquí – añadió amargamente – Será mejor que me centre en buscar a los Porygon.
El geco decidió continuar entonces su camino hasta que sus pasos lo llevaron a una plaza con una bonita fuente en el centro. Allí le llamó la atención un corrillo de gente que parecía agolparse para ver algo, así que se acercó a intentar echar un vistazo también.
"No puedo ver nada" pensó tratando de encontrar un hueco. "Bueno, supongo que lo que sea no es de mi interés" le restó importancia y se dio la vuelta dispuesto a irse de allí.
-Sí, sí, dos Porygon diciendo disparates. Como lo oyes – escuchó entonces que murmuró alguien.
"¿Dos Porygon?" se sorprendió Grovyle y entonces sí que se esforzó por colarse entre un Venusaur y un Slaking para llegar al frente. "¡Ahí están!".
-¡Esa bola de fuego caerá sobre nuestras cabezas! – gritaba en pánico uno de los Porygon en ese momento.
-¿Por qué estáis todos tan tranquilos? – preguntó el otro – ¡Esto no es normal!
-¿Que no es normal? – repitió alguien del público – ¿De dónde han salido estos dos?
-Tal vez sea un número cómico… – comentó alguien más no del todo seguro.
"Están llamando demasiado la atención" pensó Grovyle. "Tengo que sacarlos de aquí cuanto antes, pero debo hacerlo de una manera discreta y…".
-¡Grovyle! – gritaron ambos Porygon justo en ese momento, fijándose en la presencia del de tipo planta, y entonces todo el mundo se giró hacia el aludido.
-Ups – dijo el geco sintiéndose algo abrumado al tener las miradas de tanta gente encima.
-¿Se puede saber qué está pasando? – demandó saber uno de los Porygon acercándose hasta donde estaba Grovyle.
-El agua… ¡salta! – exclamó el otro alarmado, siguiendo a su compañero mientras señalaba la fuente.
-Sí, ¿y qué hace esa bola de fuego en el cielo? – preguntó el primero subiendo su vista hacia el sol, aunque al momento la retiró – Uff, esa cosa ni siquiera puede mirarse directamente…
-A ver qué contesta ahora el tercer chiflado – escuchó Grovyle que alguien en el público comentó sin disimulo, lo cual enfadó un poco al de planta.
-Vámonos de aquí, Porygon – dijo el geco con seriedad – Ahora después os lo explico todo con más tranquilidad – les prometió mientras los empujaba para intentar sacarlos del corrillo de gente – Venga señores, no se les ha perdido nada por aquí, ¿verdad? – agregó mirando mal a los cotillas.
-No, no… – negaron algunos.
-Si nosotros ya nos íbamos… – dijeron otros.
La gente se dispersó poco a poco mientras el grupo de tres se alejaba, aunque Grovyle notó que algunos seguían murmurando sin dejar de mirar en su dirección. En ese momento, el de planta vio un pequeño callejón que se abría entre dos edificios altos, así que empujó a los Porygon hacia dentro para esconderlos de miradas indiscretas.
-Aquí no nos molestarán todos esos cotillas – murmuró el geco asomándose de nuevo a la calle con disimulo para comprobar que nadie les había seguido.
-Venga, Grovyle, habla – exigió entonces uno de los Porygon – ¿Qué es todo esto? ¿Dónde estamos?
-¡No paran de ocurrir cosas raras desde que Dusknoir y tú cruzasteis a la isla! – le acusó el segundo – Seguro que tenéis algo que ver con todo esto, ¿a que sí?
-Calma, calma – les pidió Grovyle haciendo un gesto con las manos – Si os tranquilizáis un poco podré explicároslo todo.
-¿Que nos tranquilicemos? – preguntó incrédulo un Porygon – ¡A nadie le extraña ver esa bola de fuego en el cielo!
-¡El agua se mueve sola! ¡Y las hojas de los árboles también se agitan gracias una fuerza invisible! – lo apoyó el otro mientras el primero asentía exageradamente – ¡Nos están tomando por locos!
-Es que lo estáis. Deberían encerraros – se burlaron un Trubbish y un Grimer que había allí medio escondidos entre un par de cubos de basura y algunas cajas de cartón.
-Está visto que en esta ciudad es casi imposible encontrar un sitio en el que no haya nadie… – murmuró Grovyle rodando los ojos.
Uno de los Porygon dio un par de pasos hacia los de tipo veneno.
-¿Se puede saber por qué todo el mundo actúa como si esto fuera normal? – preguntó empezando a desesperarse.
-Los que no sois normales sois vosotros – contestó el Grimer.
-Eh, hermano. Los Porygon sí que son de tipo normal – le corrigió el Trubbish.
-Bueno, tú ya me entiendes, colega. Me refería a que no están bien de la olla – aclaró el otro de tipo veneno, y tras eso se echó a la boca algo de dudosa composición extraído del cubo de basura, lo cual le resultó algo asqueroso a Grovyle, que procedió a darse la vuelta.
-Venga, Porygon. Será mejor que volvamos al Risco Sharpedo – propuso el de planta entonces – Allí seguro que podemos hablar con más calma sobre lo que ha ocurrido.
-Está bien – accedieron los dos de tipo normal.
Los tres salieron de aquel callejón y caminaron en silencio durante un rato. Grovyle iba en cabeza, consultando de vez en cuando el mapa que le había prestado Manaphy, mientras que ambos Porygon lo seguían.
-Oye, Grovyle – le llamó uno de ellos.
-Ahora más tarde – respondió él.
-Solo será una pregunta – le aseguró.
-Está bien – accedió el de planta.
-¿Estás seguro de que esa bola de fuego no es peligrosa? – preguntó Porygon sin fiarse demasiado.
-Por supuesto que no lo es – les aseguró el geco.
-¿No caerá sobre nuestras cabezas? – inquirió el otro.
-Claro que no – volvió a negar.
-¿Cómo puedes estar tan seguro? – cuestionó el primero – Sí, ya sé que he dicho que solo haría una pregunta, pero… me resulta tan raro ver esa cosa ahí en el cielo…
-No tengo ni idea de física, pero… creo que el sol flota en el espacio – explicó Grovyle – No sé los detalles exactos, pero no va a aplastarnos. De verdad. Simplemente realiza el mismo recorrido todos los días, sale por el este y se pone por el oeste. Así es como eran las cosas en el pasado antes de caer la Torre del Tiempo y así es como son en este mundo.
-Vaya… Entonces, ¿esto era lo que tú y esa humana queríais? – preguntó el segundo Porygon.
-Sí – asintió el de planta simplemente.
Los Porygon se miraron entre sí. Quizás no entendieron bien las intenciones de Grovyle y su amiga. Y quizás también los manipuló un poco Dusknoir…
Al llegar a las inmediaciones del risco, los dos de tipo normal miraron hacia el horizonte marino. Si las cosas habían sido siempre así en el pasado, quizás aquello no estaba tan mal del todo…
-¡Los has encontrado! – les sorprendió en ese momento la voz de Manaphy por detrás, el cual venía corriendo hacia ellos.
-Sí, estaban montando algo de jaleo en una plaza – le explicó Grovyle.
-Lo sé, lo sé – asintió el de agua – El caso es que me he encontrado de casualidad con un conocido mío que me ha comentado el incidente y por eso he venido corriendo hasta aquí – les explicó – Menos mal que habéis aparecido, estaba empezando a plantearme poner un anuncio de desaparición en el Pokégremio…
-¿Aún existe el Pokégremio de Exploradores? – se sorprendió Grovyle.
-¿Qué pregunta es esa? ¡Desde luego que todavía existe! – exclamó Manaphy con orgullo – De hecho, tiene tanta fama que han tenido que ampliarlo en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Actualmente está dirigido por un descendiente del fundador.
-Ya veo – asintió el geco.
-En fin, pasad al interior del risco – ofreció el de agua mientras abría la puerta que daba acceso a su casa – Tenemos mucho de qué hablar.
8(-o-)8
Stoutland galopaba por los caminos de tierra levantando una nube de polvo tras su paso mientras seguía el rastro de la ladrona. La ciudad había quedado atrás hacía ya un buen rato.
"¡Qué divertido!" pensó Melissa sintiendo el viento en su cara.
Cabalgar a lomos de Stoutland no estaba tan mal una vez que se había acostumbrado a su velocidad.
-¡Es aquí! – anunció el perro entonces, deteniéndose de golpe.
-¡Uah! – chilló Melissa agarrándose como pudo, ya que no se esperaba el frenazo y por poco salió despedida contra el suelo.
La chica se recompuso en su asiento y después observó que estaban a los pies de una montaña con muy poca vegetación. Parecía todo lo contrario a la Pradera Floreada.
-¿Dónde estamos? – preguntó Melissa con curiosidad.
-Esto es el Monte Árido – anunció Stoutland – ¡Vaya, vaya! ¡Qué curioso!
-¿Curioso? – repitió la chica – ¿Por qué?
-Cuenta la leyenda que un ladrón diminuto llamado Gimmighoul escondió su gran fortuna en una pequeña cueva en el pico de esta montaña – explicó el perro – Se dice que iba trayendo una moneda de oro tras otra para llenar un cofre.
-¿En serio? – se sorprendió Melissa – Entonces, ¿hay un tesoro aquí?
-¿Quién sabe? – respondió Stoutland – Pero esta historia de que un ladrón haya traído su botín a este sitio se parece mucho a lo que estamos viviendo ahora mismo…
-La verdad es que es un lugar tan desolado que parece un buen sitio para esconder algo – opinó Flabébé.
-Exacto – asintió el perro – Bueno, ¿vamos?
-¡Sí! – exclamó Melissa decidida, bajando de un salto del lomo de Stoutland.
Flabébé también descendió al suelo, pero en ese momento dudó y se quedó quieta en el sitio, mientras la chica y el perro comenzaron a andar.
-¿No vienes? – le preguntó Melissa al hada entonces.
-Me… me da mucho miedo – admitió ella sin dejar de temblar – El otro día la ladrona me venció con demasiada facilidad. So… soy muy débil.
-Escucha. A mí también me han llamado "débil" muchas veces – contó la chica mientras recordaba algunas ocasiones como cuando le atacaron ese Braixen y ese Luxio nada más llegar a Aldea Tesoro – Pero esta vez vamos a luchar. Las dos juntas. Para que no nos vuelvan a llamar "débiles" nunca más – añadió agachándose para estar a su altura, tendiéndole la mano después – ¿Te parece bien?
Flabébé se lo pensó un momento, pero finalmente puso su pequeña manita sobre un dedo de Melissa.
-Vale – accedió el hada.
-Bien dicho, Elisa – la apoyó Stoutland con una sonrisa.
-Me llamo Melissa… – le corrigió la chica por enésima vez, empezando a pensar que era inútil recordárselo – Como sea, vamos a esforzarnos al máximo.
-De acuerdo – asintió Flabébé con decisión.
-Vamos allá – dijo el perro y entonces los tres continuaron por el camino que daba acceso al Monte Árido.
Nota de la autora: Hola, un par de aclaraciones para este capítulo. ¿Alguien más se había dado cuenta de que en el juego, aparte de "Player" y "Partner", no puedes despedir a Manaphy? Por eso mismo he decidido que en esta historia él sea el heredero de la casa del Risco Sharpedo.
Por otra parte, el nombre del capítulo ("Vivos recuerdos" o "Memories returned" por si alguien quiere buscar la música en YT) lo he sacado del nombre de la cancioncita que se escucha en la escena final de la playa. Teniendo en cuenta las circunstancias en las que suena me pareció adecuada.
Y esas eran las dos curiosidades del capítulo. Nos leemos en el próximo.
