Lanzaron a Colette con tal fuerza que la chica alcanzó a tocar el techo del bar con las puntas de los dedos. Sus carcajadas inundaron todo el lugar, aún por encima de la música. La atraparon en brazos y la volvieron a lanzar, esta vez con menos fuerza porque el grito de Denisse los espantó lo suficiente. Colette ya había perdido la cuenta de cuántas veces había sido lanzada mientras su nombre era coreado por los reptiles.

La primera vez, había aprovechado la altura para pintarle un dedo a Celine y desearle la muerte por contarles que se iba, la segunda vino acompañada de reclamos hacia Oliver para que dejara de reírse o le metería una bota en la boca. Con la tercera se olvidó de amenazas y reclamos.

Disfrutó ese pequeño homenaje en el que los reptiles la lanzaban hacia el techo celebrando su existencia, deseándole lo mejor para el camino y para la vida, a su manera.

Celine había corrido la voz por lo bajo, Colette dejaría la ciudad pronto, la reina de las serpientes se retiraría para tratar de reconstruir su dolido y mortificado corazón, y posiblemente no la volverían a ver en mucho tiempo, así que sus amigos más cercanos la tomaron en brazos y le dieron una vuelta en hombros por todo el lugar, su paseo de la victoria, antes de que Erik sugiriera lanzarla al aire.

Cierto, la primera amenaza de muerte de la noche se la había llevado él.

Luka y Marinette observaban en la distancia, divertidos al ver las expresiones de Colette en el desarrollo de los hechos, disfrutando también de aquella improvisada despedida, riendo todavía con más ganas cuando la chica los miró mientras se sostenía ingrávida sobre las cabezas de sus allegados y exigía a los gritos su concierto despedida.

Y, aunque en ese momento se sentían aislados de todo peligro en su burbuja de felicidad, un latido doloroso les recordó lo lejos que se encontraban de ser libres de los lazos del destino. Un latido del corazón que se sintió como una contracción de todo aquello que se alojaba en la caja torácica. Como si sus pulmones fueran a colapsar, como si el estómago les estallara, como si su cuerpo se rehusara a seguir funcionando. Un latido en el que vieron el bar lleno de aquellos fantasmas de su pasado, portadores de otras épocas mezclados con el presente. Un latido apremiante que los hizo recordar su situación actual.

Y seguido de la consciencia de su posición, la llamada entrante de Adrien, confirmando la veracidad de su maldición.


99.-Nuevo comienzo

Por fin terminé con el arco de Oliver, este es el último capítulo oficial. No sé si en el futuro escribiré más de ellos porque me quedé con algunas ideas en el tintero, sobre todo de cositas que pasaron cuando Oliver/Louis volvió a su época, pero no me da la cabeza.

A todos los que siguen leyendo esta historia, y a los que me han dejado mensajes o reviews, gracias por estar. En este momento estoy dándole batalla al cáncer y decidí que no puedo perder porque todavía no termino de escribir las Confesiones jaja, vamos ganando. Perdón por la ausencia, ha sido difícil en muchos momentos y en muchos sentidos, pero todavía tengo mucho que vivir y qué contar. Gracias por sus mensajes, porque de verdad me dan fortaleza para continuar con esta historia.


Colette le entregó su departamento a Luka, le hizo jurar que lo mantendría intacto para ella. Le dejó también los accesos a sus cuentas bancarias, le explicó que había creado un par de fideicomisos, su dinero seguiría creciendo y necesitaba asegurarse de que sus donaciones recurrentes a los programas del guitarrista seguirían siendo recurrentes.

—Se me puede olvidar la fecha del depósito —explicó ante la expresión alarmada de su amigo—, no quiero que mi viaje afecte a los niños de la orquesta.

—Haré que se comunique con regularidad —prometió Oliver cuando Colette por fin les confesó que se irían juntos, al menos para arrancar ese viaje en compañía y sentirse segura.

—No dejes que haga algo estúpido.

—¡Por favor, Luka! La cuido mejor de lo que tú das mantenimiento a tus guitarras.

Luka soltó una carcajada ante aquello antes de espetarle, aún riéndose suavemente, que no hablara de lo que no conocía…

Si supiera.

Colette hizo una maleta pequeña que dejó bajo su cama para dar una última vuelta por la ciudad. Oliver la llevó por todos los rincones que la joven exigió, persiguieron a Andree el heladero, que a pesar del paso de los años, seguía moviéndose a toda velocidad, visitaron los cafés y bares en los que Panic and Chaos había hecho sus debuts, Colette no quiso confesar que una de las paradas fue en la entrada al bar de su primera cita con Luka.

No podía evitar pensar en todo el dolor que se habría ahorrado de haber rechazado esa invitación. Y tenía plena certeza de que tomaría la misma decisión una y otra vez.

Lo valía.

Para cuando el sol amenazaba con besar el horizonte y los destellos del Sena arrojaban reflejos iridiscentes a los puentes y al canal, volvieron al hogar de Colette.

.

Denisse terminaba de guardar las cosas en su caja de cartón. El recuerdo la golpeó con tal nitidez que casi pudo escuchar el repiqueteo del botón cayendo al fondo, una sonrisa melancólica llenó su rostro, y ella se detuvo un momento más para recapitular la aventura vivida mientras trabajó en aquella oficina.

El contrato con Legend Records, con Lena Baudin, con Luka Couffaine (¡Cuántas eles!) no podía ser llamado menos que una aventura. Y su amistad con Marinette, que había comenzado con un botón y que había formado parte de ese viaje.

Echó una breve ojeada al lobby de su piso, al escritorio vacío, a sus cajones cerrados y cuya llave descansaba en medio del mueble. A la puerta que conducía a Luka. El sillón en dónde Andree había esperado paciente cuál cordero…

Andree.

Sacudió el rostro, sus chinos saltaron con ese movimiento, sujetó su melena con la pinza mariposa y luego recuperó su caja.

Un suspiro le bastó para seguir adelante y poner a raya la tristeza que amenazaba con apoderarse de sus recuerdos.

—¿Ya te vas?

La voz de Lena la alcanzó en la puerta del elevador, Denisse volvió el rostro con una sonrisa amable y asintió una vez, agradeciendo cuando la representante de Legend presionó el botón de la planta baja.

—Sí, Lena, ya me voy —respondió amablemente.

Ambas sabían que no había manera de hacerle cambiar de opinión, pero Lena no pudo evitar alcanzarla, hablarle una última vez.

—¿Sabes? Hay una vacante para trabajar con XY, parece que el joven talento quiere alejarse de las faldas de su padre y necesita ayuda para empezar.

—Muchas gracias en verdad, pero ya firmé con Luka y Kitty Section.

El silencio se alzó entre ellas, ni siquiera había música ya en el piso. Lena sentía que la alegría del lugar se iba conforme aquel lobby se iba quedando vacío. Después de todo, Denisse siempre tenía música, siempre, claro, si Luka no estaba componiendo, o si Marinette no estaba ahí tomando medidas y hablando de la siguiente colección para el concierto.

—Eres impresionante —admitió Lena cuando el elevador abrió sus puertas para ellas—, mira que trabajar con Luka Couffaine y no morir en el intento.

Ambas liberaron risitas cómplices, si bien su relación con el guitarrista no era idéntica, tampoco dejaba de ser cierta aquella afirmación.

Denisse ingresó al elevador, Lena presionó el botón de la planta baja, y con una última sonrisa se despidieron como viejas amigas.

El trayecto hacia la salida del edificio fue difícil para Denisse, por supuesto tenía ganas de llorar. No sólo había crecido profesionalmente, había vivido tantas cosas metida en ese piso hasta las tres de la mañana…

Pero sus ojos se abrieron con sorpresa y las lágrimas remitieron cuando llegó a la acera, puesto que Andree la esperaba con un ramo de flores, recargado en un auto sencillo. Un sedán gris, ¿había algo que luciera más soso al lado del rey caimán?

Su pinta era la de siempre, seguía siendo el mismo Andree, pero había algo diferente en él.

—Luka me dijo que era tu último día aquí, pensé en hacerlo más sencillo —admitió el muchacho abriendo la puerta trasera del auto para que Denisse pudiera dejar su caja—. Permíteme llevarte a comer.

—Perdona, pero tengo que ir al Liberty, Kitty Section…

—Se están tomando el día —se apresuró a decir el muchacho antes de desviar el rostro y ofrecer las flores—, Luka me dijo que…

¿Qué?

Se sentía como un idiota. Tantas citas, tantas conquistas, tantas camas visitadas y ahora no tenía ni la más mínima idea de qué hacer o qué decirle a Denisse. Se había convertido en un idiota, carente de sintáxis mental. Denisse se burlaría, le dejaría plantado en la banqueta y lo convertiría en el hazmerreír de París ahora que…

Un beso.

Los labios suaves de Denisse encontraron un sitio en su pómulo. La chica tuvo que pararse en las puntas de los pies a fin de alcanzar el rostro de Andree y poder depositar ese ósculo inocente que denotaba el agradecimiento que sentía.

No. Se estaba mintiendo a sí misma. Tenía semanas, sino meses, mintiéndose a sí misma.

Denisse, antes de que ese impulso de valor se terminara, rodeó el vehículo arrancando las flores al muchacho y exclamando alegremente:

—¿Y esto por fin será nuestra primera cita o sólo me vas a llevar a comer porque Luka anda de haragán?

Le tomó un par de segundos procesarlo.

Y cuando lo consiguió, subió al auto con una sonrisa radiante y miró a Denisse con un gesto que ella no había visto en su rostro jamás.

—No, ya fueron suficientes comidas simplonas. Una cita es lo que tendremos hoy.

Un beso.

En los labios.

Porque por fin, Andree se decidió a tomar el rostro de Denisse entre sus manos y robarle un beso dulce, casto, inocente, puro, un beso como no había dado uno en años. Mismo que Denisse correspondió considerando la posibilidad de morir de amor.

.

Oliver estaba en cuclillas al lado de su motocicleta. Colette se recargaba contra ella en espera de que el muchacho diera señales de lo que fuera. Hacía varios minutos que se habían detenido al lado del camino, Oliver se había bajado al sentir las arcadas y el dolor de cabeza, las imágenes agolpándose una tras otra, como un aluvión de recuerdos que no le pertenecían, una vida que no había vivido y, al mismo tiempo, la vida que le pertenecía.

—Toqué más de lo que debería haber tocado —murmuró al fin, sintiendo que el regusto a bilis le llenaba la boca.

—¿Qué dices?

Oliver se dejó caer de sentón y profirió un largo suspiro, aliviado de que el malestar remitiera al fin. Levantó el rostro y se encontró con los ojos azules de su enamorada, que lo observaban con curiosidad y preocupación.

Cierto. Colette nunca supo muy bien qué hacer cuando una persona se sentía mal.

—No me hagas caso —pidió el muchacho tallándose un ojo antes de levantarse con movimientos torpes y encarar a Colette—, Bunix me lo advirtió. El efecto mariposa. Hay cosas en esta línea del tiempo que son diferentes a como las dejé cuando retrocedí. Sólo espero que no sean tan diferentes.

—¿Quieres que paremos un momento? Yo entenderé.

—No, primero quiero que veas algo. Voy a llevarte al lugar en el que vivo. Creo que te va a gustar.

El motor de la motocicleta rugió mientras avanzaban entre las calles. El futuro no parecía tan distinto del pasado, y sin embargo todo lucía tan nuevo para Colette. Ahí estaba su ciudad de la luz, la misma en la que había vivido toda su vida, sólo que ahora lucía más… más…

—¡Yo conozco esta ruta!

Oliver soltó una carcajada ante la forma en que Colette se encaramó sobre su hombro, por un segundo perdieron el equilibrio, pero el muchacho aceleró subiendo por las callecitas mientras los últimos rayos del sol arrancaban destellos al Sena a su paso.

Cuando por fin llegaron al departamento, el alumbrado público proyectaba sombras extrañas en las baldosas y los callejones, Colette saltó de la motocicleta antes de que Oliver se detuviera del todo, y corrió hacia la escalinata que llevaba a su departamento.

Sacó las llaves del bolsillo con manos temblorosas y trató de atribuirle a su nerviosismo el no poder insertar la llave, sin embargo, Oliver la apartó con un gesto suave y abrió con su propio juego, empujando la puerta mientras murmuraba algo sobre cambiar las chapas varias veces en los últimos veintiocho años.

Colette entró encendiendo la luz.

Por un momento esperó encontrar todo lleno de polvo, sábanas cubriendo los muebles y metales oxidados en la cocina y en los respiraderos del aire acondicionado. En lugar de eso encontró su departamento justo como lo había dejado antes de partir con Oliver un par de horas atrás.

—Mi papá me confió el cuidado de este lugar hace unos años. Decidí mudarme aquí para mantenerlo en forma —confesó mientras colgaba su chaqueta en el perchero—, pensé que sería un buen regalo de bienvenida. No pude hacer nada por tu ropa —confesó apenado antes de dirigirse hacia el refrigerador y sacar un par de cervezas para brindar—, el tiempo no pasa en vano. Pero tus cuentas siguen funcionado, mañana podemos ir a hacer un par de compras.

Colette, con los ojos anegados, encaró a Oliver y componiendo una sonrisa murmuró: Quiero redecorar este lugar.

—¡Oh, vaya! Eso no lo esperaba —admitió el muchacho ofreciendo una cerveza y sonriendo cuando la guitarrista brindó con él—, ¿a qué debo esa sorpresa?

—Este es mi departamento —murmuró mirando a su alrededor, admirando lo bien que habían conservado hasta los tapices—, pero si vamos a vivir aquí, quiero que hagamos de este un lugar que sea nuestro, no mío. Nueva vida, nueva identidad.

—Muy bien, señorita "Nueva identidad", lo haremos así. Por cierto —concluyó ofreciendo una mano a manera de saludo—, mi nombre es Louis Andree Couffaine, y es un placer conocerte al fin.

—¿Te llamas Andree?

La sonrisa burlona de Colette hizo a Louis enrojecer ligeramente, pero el muchacho asintió divertido, arrugando la nariz.

—Casi es un secreto a voces, así que no lo digas en voz alta.

Las risas discretas de Colette inundaron el lugar, pero ella asintió un par de veces, concediendo una pequeña victoria para el muchacho.

—Louis, suena más bonito que Oliver.

—Me gusta cuando lo pronuncias tú.

—Ah, pero yo te voy a llamar amor, no te hagas ilusiones.

Louis casi se atraganta con su cerveza al escuchar aquello, pero sonrió asintiendo, sintiendo algo cálido crecer en su interior.

—Tenemos que trabajar en tu identidad —dijo al final, con cierto aire de preocupación.

—Lo tengo trabajado —confesó mientras un suave golpeteo llegaba hasta sus oídos. Lluvia repiqueteando contra los tejados de París—, lo pensé mucho durante el trayecto. Pero no sé si te guste. Al menos el nombre. No puedo cambiarme el rostro, no quiero hacerlo, así que pensé en presentarme a mí misma como mi propia hija, o algo así.

—La hija secreta de Colette Faure, mira nada más… ¿Y el nombre?

—Jean-Marie… Faure.

—¿Esa es la M de "Colette M. Faure"? ¿Marie?

—¿Eso es lo que vas a preguntar?

Louis pudo escuchar perfectamente la indignación en las palabras de Colette, la indignación y el nerviosismo, así que no dudó antes de tomar las manos de la chica, dejando las cervezas por ahí antes de sonreírle con dulzura.

—Es por Jeanette, ¿verdad?, no podría ofenderme por eso.

—No quiero que sientas que sigo aferrada a ella, estoy contigo, pero…

—Oye, tranquila —llamó tomándole el rostro y sonriéndole con dulzura—, no tienes que excusarte conmigo, tus motivos te pertenecen, y si me los quieres compartir alguna vez, lo voy a agradecer muchísimo. Pero no es tu obligación hacerlo.

Colette sonrió un poco más tranquila, y agradeció cuando Louis sacó una camiseta vieja de su ropero y se la ofreció como tregua para esa noche.

La lluvia cubría los tejados de París, la gente en las calles tuvo que correr a resguardarse, y ellos dos, metidos en un departamento que parecía sacado de otra época (porque de alguna manera lo era), se permitieron dormir profundamente luego de tanto caos.

.

Colette pensó que lo primero que vería al día siguiente sería a Marinette y a Luka, pero Louis tenía otros planes. Hicieron algunas compras, suficiente para llenar un par de cajones con ropa adecuada para Colette, y tras acomodar todo en el departamento, el muchacho le dijo con cierto nerviosismo que quería presentarla con alguien.

Volvieron a la motocicleta, a moverse por barrios que Colette había conocido en su juventud, sin embargo el paso de los años no podía haber sido en vano, estaba segura de que no encontraría a las mismas personas viviendo en aquellos lugares, o al menos no a todos. Por probabilidad y estadística al menos uno tenía que haberse mudado.

Aunque había caminos que no se olvidaban, y estaba segura de que se habían detenido frente a la casa de Erik.

El muchacho que abrió la puerta ciertamente se parecía a él. El cabello desorganizado, los ojos, los pómulos, pero había cosas que no encajaban.

—¿Por fin terminaste de andar de vago?

—¡Tío Erik —gritó Louis divertido—, el perro no me deja entrar!

Las carcajadas roncas que emergieron del fondo de aquel hogar hicieron que a Colette se le formara un nudo en la boca del estómago, escuchó pasos en la distancia y apenas encontró fuerzas para ingresar al lugar, pero no fue Erik quien salió a recibirlos, y Colette abrió la boca, pasmada, al reconocer el rostro de la mujer que los recibió.

—¿Te casaste con Celine?

—Tía Celine —dijo Louis jovial mientras la aludida miraba a Colette fijamente, confundida, tratando de reconocerla sin imaginarse de que Erik a sus espaldas ya había comprendido todo—, quiero presentarles a mi novia, Jean-Marie.