Los días pasaron rápidamente, y las esferas del dragón estaban casi listas para ser usadas. La atmósfera en Capsule Corp estaba cargada de emoción, especialmente entre los namekianos que esperaban ansiosos el momento de revivir a sus amigos y seres queridos. Bulma, inmersa en los preparativos, sentía una mezcla de alivio y emoción al saber que pronto vería a sus amigos de nuevo, incluyendo a Goku. Sin embargo, había algo que la inquietaba en silencio. Mientras organizaba las cosas, un pensamiento la atravesó:Yamcha.Durante esos tres largos meses, casi no había pensado en él, y cuando lo había hecho, había sido de manera fugaz. La constante presencia de Vegeta había acaparado toda su atención, como un imán imposible de ignorar.
Mientras reflexionaba sobre ello, algo dentro de ella empezó a hacer clic. Yamcha, su novio, había sido un pensamiento distante, mientras que Vegeta, a pesar de su naturaleza indomable, siempre estaba en su mente. Ese contraste la desconcertaba, pero no podía negar lo que sentía. Vegeta la atraía de una manera inexplicable.
A pesar de que en esos días no habían tenido contacto directo, Bulma había notado ciertos cambios en Vegeta. Desde que supo que ella lo había salvado, su actitud había cambiado. Ya no era el guerrero tosco y distante que solía ser. Había algo más refinado en él, algo que lo hacía ver más humano, aunque él lo negara. Bulma no podía evitar sentirse intrigada.
Una tarde, durante la cena, Bulma y su familia estaban reunidos en la mesa junto a Vegeta, quien, para sorpresa de todos, había decidido unirse. La comida estaba servida, y el ambiente era relajado. La madre de Bulma, siempre tan animada, sonrió al probar un bocado.
—¡Esta comida está exquisita! —exclamó alegremente—. Vegeta, me da mucho gusto que estés con nosotros, en todo este tiempo te hemos extrañado. ¡Es como si fueras parte de la familia!
Bulma, sorprendida, alzó la mirada hacia Vegeta, esperando la habitual indiferencia de su parte. Pero en lugar de eso, Vegeta, con un gesto que la dejó sin palabras, esbozó una leve sonrisa de lado y miró a la madre de Bulma.
—Es... agradable estar aquí —respondió con un tono educado, que, si bien mantenía su frialdad característica, sonaba menos cortante de lo usual.
Bulma quedó nunca hablaba durante las comidas, y mucho menos mostraba algún tipo de cortesía. Lo miró fijamente, tratando de entender ese nuevo comportamiento, pero él simplemente se mantuvo en su sitio, como si nada hubiera cambiado. Aunque para ella, todo había cambiado.
Después de la cena, Bulma salió al jardín para despejarse un poco. La frescura de la noche la ayudaba a ordenar sus pensamientos. Se encontraba sumida en sus pensamientos cuando, al girar para entrar nuevamente a la casa, se topó de frente con Vegeta, quien acababa de salir de la ducha. El choque fue inesperado, pero ambos se quedaron quietos, observándose. Vegeta, con el rostro fresco, su cabello aún húmedo y su traje de batalla puesto, se veía diferente. Lo que más llamó la atención de Bulma fue un ligero aroma a una fragancia sutil, algo que nunca había asociado con él.
—Perdón, no te vi... —murmuró Bulma, todavía sorprendida por la cercanía.
Vegeta, quien usualmente habría respondido de manera cortante, simplemente la miró con una calma que no era habitual en él. Se notaba relajado, probablemente porque el tiempo de espera para enfrentarse a Goku se estaba acortando, y eso lo hacía sentir más en control.
—No fue nada —respondió, su tono neutral, pero sin rastro de irritación.
Ambos quedaron allí, inmóviles por unos segundos, observándose. Bulma sentía que el aire entre ellos estaba cargado de una tensión extraña, pero no incómoda. Vegeta se veía más sereno, menos amenazante, aunque su presencia siempre era imponente. Pero algo había cambiado en él desde su recuperación, algo que ella aún no podía descifrar del todo.
Sin decir más, ambos se separaron, caminando en direcciones opuestas. Pero en la mente de Bulma, esa breve interacción la dejó con una sensación extraña. Vegeta estaba cambiando.
Más tarde esa noche, Bulma salió nuevamente al jardín, buscando un lugar tranquilo donde pudiera ordenar sus pensamientos. Al caminar por una parte más aislada, notó una silueta conocida. Vegeta estaba allí, de pie, observando el cielo nocturno. Sin saber por qué, Bulma decidió acercarse.
—No esperaba verte aquí —dijo suavemente, deteniéndose a su lado.
Vegeta no la miró, pero tampoco la rechazó. Se quedó en silencio unos segundos antes de hablar.
—Es tranquilo aquí.
El silencio entre ellos se volvió cómodo, pero había algo en el aire, una conversación pendiente. Finalmente, Bulma rompió la quietud.
—Esa vez... cuando te encontramos malherido... —comenzó, escogiendo sus palabras con cuidado—. ¿Qué fue lo que pasó, Vegeta? ¿Por qué estabas en ese estado?
Vegeta la miró de reojo, su expresión dura, pero no agresiva. Se quedó en silencio unos segundos más antes de responder, algo que no solía hacer con facilidad.
—Me lancé un ataque —confesó con frialdad—. Quería probar mi propia fuerza, empujar mis límites. Pero no calculé el impacto, no esta vez.
Bulma lo miró incrédula.¿Se había atacado a sí mismo? Eso era tan típico de Vegeta y, al mismo tiempo, completamente inesperado.
—¿Cómo es posible que no calcularas algo así? —le preguntó, con una mezcla de sorpresa y preocupación—. Siempre eres tan analítico, tan preciso...
Vegeta no respondió de inmediato. Bajó la mirada, como si estuviera lidiando con algo más profundo. Pero en su mente, los recuerdos de esos momentos antes del ataque estaban borrosos, excepto por una constante:Bulma.Sus pensamientos habían estado atribulados por ella, por lo que había pasado entre ambos, pero no iba a admitirlo.
—Me distraje —dijo finalmente, pero sin dar más detalles.
El silencio entre ambos volvió a llenarse de tensión. Bulma no insistió más, pero había algo en esa confesión que la dejó con más preguntas que respuestas. Vegeta no era alguien que se distrajera fácilmente.
Pero ahora, en esa calma nocturna, algo más se estaba gestando entre ellos. Una conexión silenciosa, una comprensión tácita que, aunque ninguno de los dos expresaba, se hacía cada vez más evidente.
—Eres imposible de entender, Vegeta —murmuró ella, más para sí misma que para él.
Vegeta, con su mirada fija en el cielo, sonrió apenas, esa sonrisa que tan pocas veces mostraba. Sabía que algo había cambiado, pero también sabía que no era algo que se podía explicar con palabras. No todavía.
Y así, en medio de la tranquilidad del jardín, Vegeta y Bulma permanecían en silencio, observando el firmamento. El aire entre ellos, aunque inicialmente tenso, se había aligerado, dejando espacio para algo más que palabras no dichas. Entonces, una estrella fugaz cruzó el cielo, su estela brillando brevemente antes de desaparecer.
Bulma, con una suave sonrisa, rompió el silencio.
—¿Sabes lo que dicen sobre las estrellas fugaces? —comentó, su voz baja y tranquila—Que puedes pedir un deseo cuando pasa una. Me gusta creer en eso.
Vegeta, que nunca había dado importancia a supersticiones o creencias, no respondió de inmediato. Pero al verla tan absorta en la idea, la miró de reojo. Bulma tenía una forma de ver el mundo que era completamente opuesta a la suya. Y eso, de alguna manera, le resultaba... interesante.
—¿Un deseo, eh? —murmuró, casi para sí mismo. Sabía que no creía en esas cosas, pero algo en esa conversación lo relajaba.
—Sí —respondió Bulma, aún mirando el cielo—. Es un pequeño escape. Un momento en el que puedes creer que algo imposible puede volverse realidad. Aunque sea por un instante.
Ambos se quedaron en silencio por unos momentos más, hasta que Bulma desvió la vista hacia Vegeta. Lo observó de espaldas, su figura firme y poderosa recortada contra el cielo nocturno. Finalmente, habló de lo que sabía que él estaba esperando.
—Ya va a venir Goku —dijo, intentando medir su reacción—. Supongo que estarás... listo.
Vegeta mantuvo su mirada en el cielo un segundo más antes de responder.
—Así es —respondió, su tono firme—. Una vez que lo vea, muchas cosas cambiarán.
Aunque sus palabras no lo decían explícitamente, Bulma entendió que Vegeta estaba hablando de su deseo de enfrentar a Goku, de probar su fuerza contra él, de saldar esa deuda no escrita entre ambos. No era solo una cuestión de poder, era algo más profundo para él.
—Y después de eso... —preguntó ella, dudando un poco—. ¿Te irás? ¿Regresarás al espacio?
Vegeta finalmente desvió la mirada del cielo para mirarla a ella. Hubo una pausa antes de que respondiera, pero cuando lo hizo, su tono era firme y definitivo.
—La nave ya está lista —dijo, con un leve asentimiento—. Tu padre me dijo que está en perfectas condiciones.
Bulma asintió lentamente, sintiendo un extraño nudo formarse en su estómago. Sabía lo que significaba eso. Vegeta tenía planes. No tenía intenciones de quedarse en la Tierra. Y aunque ella lo sabía, escuchar que la nave estaba lista la golpeaba más fuerte de lo que había imaginado.
—Una vez que Kakarotto y yo saldemos cuentas, me iré. Por eso era tan importante que esa nave estuviera lista —agregó Vegeta, su tono más frío de lo habitual, como si ya hubiera tomado la decisión y no hubiera marcha atrás.
Bulma, que había estado observándolo hasta ese momento, bajó la mirada. Sabía que era lo que Vegeta deseaba, pero escuchar esas palabras directamente, como si todo estuviera a punto de terminar, la llenaba de una sensación extraña, una mezcla de tristeza y vacío que no podía explicar del todo. Su expresión cambió, su rostro reflejando algo que no podía ocultar: insatisfacción.
Vegeta, al notar el cambio en su expresión, giró lentamente para mirarla directamente a los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, algo en su mirada pareció confundido.¿Por qué tenia esa expresión? Su decisión era clara, su camino estaba trazado. Entonces, ¿por qué esa expresión en su rostro lo desconcertaba tanto?
—¿Qué ocurre? —preguntó, su tono más suave de lo que había anticipado, casi como si quisiera entender lo que estaba pasando por la mente de Bulma.
Pero ella no respondió de inmediato. En su lugar, lo miró fijamente, sus ojos azules reflejando algo que Vegeta no lograba descifrar por completo. Finalmente, él apartó la mirada, incómodo con esa intensidad, y comenzó a caminar hacia la casa. Pero mientras avanzaba, una vez más, el aroma de Bulma lo golpeó con olor... lo envolvía, lo atraía de una manera que no podía comprender del todo. Lo detuvo por un breve instante, como si hubiera sentido un impulso repentino de detenerse, de girar y entender qué lo obsesionaba tanto de ella.
Pero se controló. Debía mantener el foco. No podía permitirse distracciones ahora, no cuando el enfrentamiento con Goku estaba tan cerca. Vegeta apretó los puños levemente, y sin volver a mirar a Bulma, siguió caminando, decidido a no dejarse llevar por esa extraña atracción que sentía.
Bulma, por su parte, se quedó en el mismo lugar, mirando cómo Vegeta se alejaba, su mente llena de pensamientos que no lograba ordenar. Sabía que su partida era inminente, pero no podía evitar sentir que algo entre ellos estaba a punto de cambiar, aunque ninguno de los dos lo admitiera.
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El día había llegado, y la emoción en Capsule Corp era palpable. Las esferas del dragón estaban finalmente listas, y todos los amigos de Bulma, los namekianos y los guerreros Z, estaban listos para pedir el deseo que devolvería a sus amigos caídos, a sus seres queridos. Pero antes de ese gran evento, Bulma había sentido que algo en ella también necesitaba un cambio. Algo radical.
Después de meses de tensión y emociones contenidas, decidió hacer algo que la ayudara a sentirse más como ella misma, pero también renovada. Pasó toda la tarde en el salón de belleza, desaparecida de todos, planificando su cambio. Su cabello, que había crecido desde los últimos meses, ahora caía con verocidad, largo y brillante, dándole un aire nuevo y fresco. Se veía hermosa, casi etérea. Su vestido ajustado, de un color azul y banco, destacaba su figura esbelta, y había elegido un estilo más guerrero, con toques modernos. Se veía como una diosa, poderosa y decidida.
Esa noche, cuando regresó a casa, sus padres estaban cenando y la miraron con sorpresa al verla entrar. La madre de Bulma fue la primera en reaccionar, sonriendo con orgullo al ver el cambio radical en su hija.
—¡Bulma! ¡Te ves espectacular! —exclamó su madre, poniéndose de pie para abrazarla.
El Dr. Brief también sonrió, asintiendo con aprobación. —Hija, estás... distinta, pero te ves increíble.
Bulma sonrió con vanidad, sabiendo que había acertado con el cambio. Se sentía bien, fuerte, lista para lo que fuera a suceder.
Pero justo en ese momento, Vegeta entró en la casa. Venía de entrenar, su ropa aún ligeramente arrugada por el ejercicio, su torso desnudo y su paso firme resonaba en el pasillo. Al levantar la vista, su mirada se encontró con la de Bulma, y por un segundo, se quedó congelado. Vegeta no era alguien que se sorprendiera fácilmente, pero esa noche, ella lo había desconcertado. Su nuevo look, su porte fuerte, lo desarmaron por completo. Ella ya no era solo la simple terricola que él creyó conocer; era alguien diferente, alguien más poderosa.
Sus ojos la recorrieron con atención,desde su cabello largo y brillante, hasta el vestido que moldeaba su cuerpo a la perfección. Había algo en su presencia que lo detuvo por un instante. Pero, como siempre, Vegeta recuperó el control de sí mismo rápidamente. Aunque no dijo nada, su mirada intensa lo dijo todo. Era imposible ignorar lo que estaba viendo.
Bulma sintió esa mirada, y aunque trató de disimular, su corazón latía más rápido.
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El día siguiente era el día tan esperado. El momento de usar las esferas del dragón había llegado, y la emoción estaba en el aire. Bulma había organizado todo, y los guerreros Z y los namekianos se reunieron en Capsule Corp, listos para presenciar el milagro.
Gohan estaba allí, junto a Piccolo, quien se mantenía en silencio, observando con su habitual calma. Dende, el joven namekiano que ahora cumplía el rol de guardián, estaba junto a ellos, preparado para invocar a Shenlong. Todo estaba listo.
Pero a medida que Bulma caminaba entre los presentes, su mirada buscaba a Vegeta, y para su sorpresa, no lo encontraba por ningún lado.¿Dónde estaba?Era extraño, especialmente porque sabía cuánto había esperado este momento, cuánto había deseado enfrentar a Goku de nuevo.
Dende, con una expresión concentrada, levantó las manos y comenzó a recitar las palabras que convocarían al dragón eterno. El cielo se oscureció de inmediato, y un trueno resonó en el aire mientras las esferas del dragón se iluminaban. Shenlong apareció en todo su esplendor, llenando el cielo con su imponente figura.
—Pidan su deseo —dijo Shenlong, su voz profunda resonando como un eco.
Bulma, emocionada pero también ansiosa por la ausencia de Vegeta, asintió hacia Dende, quien tomó la palabra.
—Shenlong, queremos que revivas a...
Shenlong, sin titubear, aceptó el deseo...
Pero entonces, algo inesperado sucedió.
—¿Y mi papá?... —empezó Gohan, su voz llena de esperanza.
Shenlong se giró hacia el grupo y pronunció las palabras que impactaron a todos.
—Goku está vivo. No puedo traerlo aquí porque él ha decidido permanecer donde está, el dice que volverá por su cuenta.
Las palabras cayeron como una losa sobre todos, pero más sobre Vegeta,que justo en ese momento apareció desde la distancia. Sus ojos se abrieron con incredulidad. Él estaba vivo. Y estaba entrenando. El guerrero saiyajin, que había esperado tanto tiempo para enfrentarse a Kakarotto, sintió una ola de frustración y rabia subir por su pecho.
No había estado muerto, había estado entrenando, mejorando, volviéndose más fuerte. Mientras él, Vegeta, había estado aquí, atrapado en la Tierra, esperando el momento de saldar cuentas. La ira lo consumió, su mandíbula apretada y sus puños cerrados. No podía soportarlo.
—¡Maldito Kakarotto! —gruñó entre dientes.
Antes de que nadie pudiera detenerlo, Vegeta giró sobre sus talones y corrió hacia la nave. No había nada que lo retuviera ya. Había esperado demasiado tiempo. Ahora necesitaba ir a donde estaba él, necesitaba enfrentarlo, demostrar que él, Vegeta, era el príncipe de los saiyajin, y que su fuerza no tenía rival.
Vegeta subió a la nave y en cuestión de segundos despegó, dejando atrás la Tierra. Todos los presentes escucharon el ruido estruendoso del despegue, lo observaron en silencio mientras desaparecía en el horizonte, dejando una sensación de sorpresa. Bulma se quedó allí, mirando el cielo donde la nave había desaparecido, su corazón acelerado, sabía que las cosas nunca volverían a ser las mismas.
—¡Vegeta! —Murmuró Bulma, pero antes de que reaccionará, Piccolo la detuvo, colocando una mano firme sobre su hombro.
—Déjalo —dijo Piccolo, su tono serio—. No te distraigas...
Bulma miró a Piccolo, y aunque sus palabras tenían sentido, el impulso de mirar hacia su dirección seguía dentro de ella. Quería detenerlo, quería entender qué lo impulsaba, pero sabía que no podía. Vegeta era indomable. Con un suspiro, asintió, aunque por dentro sentía una extraña mezcla de vacío y tristeza.
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Yamcha, ahora revivido... se acercó a Bulma, pero ella no lo miró con la misma emoción que él esperaba. Su mente estaba en otra parte, en alguien más, alguien que se había ido en ese mismo instante, dejándola con más preguntas que respuestas.
Continuará...
