Vegeta, aún sintiendo el peso del reciente encuentro con Bulma, no podía apartar de su mente la intensidad del momento. Su cercanía, el contacto, el aroma embriagador... Todo eso lo estaba volviendo vulnerable. Y esa sensación lo enfurecía. Él no era un hombre de emociones, no podía permitirse desviarse de su único objetivo: superar a Kakaroto y convertirse en el ser más poderoso del universo. Pero ahora, una simple terrícola estaba perturbando su enfoque. Esa misma noche, frustrado consigo mismo, ingresó a la cámara de gravedad, incrementó la configuración al máximo y comenzó a entrenar con furia, golpeando y esquivando las proyecciones con una energía que rozaba lo autodestructivo.

Por otro lado, Bulma también se encontraba en un estado de confusión. Su corazón palpitaba cada vez que recordaba lo sucedido, y aunque intentaba convencerse de que solo había sido un momento de debilidad, sabía que no era así. Era algo más profundo, algo que nunca había sentido antes, ni siquiera con Yancha. Pero este sentimiento la intimidaba. Sabía quién era Vegeta, conocía sus objetivos, su historia y su carácter implacable. ¿Cómo podía siquiera considerar algo con él? Consciente de la gravedad de sus emociones, decidió evitar cualquier contacto con él durante los días siguientes. Se mantuvo ocupada en el laboratorio, inventando nuevas excusas para no cruzarse con él. Se enfocó en proyectos pendientes, salía a hacer compras para distraerse y se mantenía en constante actividad. Sin embargo, su mente no dejaba de traicionarla. Por más que intentara ignorarlo, su figura y su intensidad la perseguían en cada pensamiento.

Yancha, por su parte, comenzó a notar el cambio en Bulma. Aunque ella se esforzaba por actuar con normalidad, no podía ocultar del todo su distracción y nerviosismo. Él lo interpretó como estrés por las circunstancias, pero también empezó a sentirse incómodo con la distancia que había entre ellos. Decidió enfocarse en su entrenamiento, aunque sabía que estaba muy lejos del nivel de Goku o Vegeta. Sus sesiones de entrenamiento se limitaban al gimnasio, pero no le daban la satisfacción que buscaba. Mientras entrenaba, veía a lo lejos a Vegeta en la cámara de gravedad, empujando su cuerpo al límite, y sintió una mezcla de envidia y frustración. Quería tener esa capacidad, ese enfoque, pero sabía que él no era como Vegeta. Tenía otros intereses, más humanos, que lo distraían constantemente.

Cansado de su rutina, Yancha decidió dejar de entrenar por el resto del día. Sacó su celular, hizo un par de llamadas y se arregló para salir. Puar, siempre atento, le preguntó si estaba bien, a lo que Yancha simplemente respondió que necesitaba despejarse. Mientras tanto, Bulma, sumida en sus pensamientos, ni siquiera notó su ausencia. Estaba demasiado ocupada tratando de huir de su propio caos emocional.

Horas más tarde...

La noche cayó, y Vegeta continuaba entrenando sin descanso. Había pasado horas en la cámara de gravedad, empujando su cuerpo a soportar niveles extremos. Sus movimientos eran rápidos y precisos, pero el agotamiento comenzaba a pasarle factura. Finalmente, cerca de la madrugada, cuando su cuerpo ya no pudo más, desactivó la cámara y salió al aire fresco, con el sudor goteando por su rostro y sus músculos tensos.

Subió lentamente a su habitación, sus pasos resonando en el pasillo vacío. Al entrar, cerró la puerta tras de sí, dejando atrás la tensión del entrenamiento. Se dejó caer pesadamente sobre la cama, aún sin molestarse en cambiarse. Sus ojos se cerraron casi al instante, mientras su mente, aunque exhausta, seguía atrapada en los recuerdos de Bulma, su rostro, su voz, y ese momento que lo desarmó por completo. En medio de su sueño profundo, un leve susurro se escapó de sus labios: "Terrícola..."

.

El sueño comenzó en el silencio más profundo, un silencio que se sentía como un vacío opresor.

Vegeta caminaba por un pasillo oscuro, cuyas paredes parecían estar hechas de sombras vivas. A cada paso, el aire se volvía más denso, más frío, y el olor... ese olor fétido y nauseabundo invadía sus sentidos. Era un hedor a muerte, putrefacción, a desesperación. Su respiración se aceleró cuando notó que sus botas chapoteaban en un líquido oscuro que parecía provenir de las paredes, como si el pasillo mismo estuviera sangrando.

De repente, tropezó con algo en el suelo. Al bajar la mirada, su corazón se detuvo. Era un cuerpo, pero no cualquier cuerpo: era un Saiyajin. Su armadura estaba rota, sus ojos abiertos, pero sin vida, y su cabeza estaba grotescamente inclinada hacia un lado, como si su cuello hubiera sido quebrado sin esfuerzo. Vegeta retrocedió, pero al hacerlo, tropezó con otro cuerpo... y luego otro. El pasillo estaba lleno de cadáveres Saiyajin, apilados unos sobre otros, formando un macabro camino hacia lo desconocido. El hedor era insoportable. Vegeta tapó su boca y nariz, pero no podía escapar del asfixiante aroma a muerte.

A medida que avanzaba, su mente comenzó a reconocer los rostros. Eran sus compañeros, los guerreros que habían servido junto a él bajo el mando de Freezer. Guerreros fuertes, orgullosos, reducidos a meros despojos. Las cabezas decapitadas estaban dispuestas en las esquinas del pasillo, con expresiones de dolor eterno congeladas en sus rostros. Vegeta apretó los puños, su mandíbula tensa. ¿Qué era este lugar? ¿Por qué estaba viendo esto?

Llegó a una puerta al final del pasillo. Era enorme, negra, con un aura maligna que parecía pulsar con vida propia. Vegeta dudó, pero algo lo obligó a avanzar. Colocó su mano en el pomo frío y comenzó a girarlo, pero antes de que pudiera abrirla por completo, escuchó risas. Risas que conocía demasiado bien.

—¿Cuántos Saiyajins hemos matado hoy? —dijo una voz aguda y burlona. Era Freezer. Vegeta sintió cómo sus piernas se congelaban al escuchar esa voz que tanto detestaba, una voz que aún lo perseguía incluso en su libertad.

—Demasiados, mi señor —respondió otra voz, la de Dodoria, llena de sarcasmo y servilismo—. Pero todavía quedan algunos. Aunque, sinceramente, dudo que sirvan para algo.

—¡Oh, por supuesto que sirven! —dijo Sarbon, con su tono altivo—. Para algo siempre sirven. ¿Qué te parece si hacemos algo especial con ellos esta noche? Podríamos servir su carne como el plato principal y hacer que los Saiyajins restantes se devoren entre ellos. Qué irónico, ¿no?

Las risas resonaron en el aire, rebotando en las paredes del pasillo, llenando el lugar con una cacofonía de maldad pura. Vegeta sintió un nudo en el estómago, y antes de poder contenerse, comenzó a vomitar. Caía al suelo, sus rodillas chocando contra el líquido viscoso que cubría el suelo mientras seguía vomitando, una y otra vez, como si quisiera sacar algo más que su repulsión. Su cuerpo temblaba, su mente gritaba, y sus oídos aún eran torturados por esas risas.

De repente, el pasillo comenzó a cerrarse sobre él, las sombras lo envolvían, apretándolo, sofocándolo. Vegeta gritó, intentando liberarse, pero no podía moverse. Las risas se volvieron gritos, los cadáveres a su alrededor comenzaron a moverse, alargando sus manos hacia él, intentando arrastrarlo hacia la oscuridad.

—¡No! ¡No! ¡No! —gritaba en sueños, mientras su cuerpo se agitaba en su cama. Su respiración era rápida, su frente perlada de sudor, y sus manos apretaban las sábanas con fuerza. Estaba atrapado en el terror de su mente, incapaz de despertar.

De repente, unas manos suaves tocaron su rostro sudoroso. Era un contraste absoluto con lo que estaba viviendo en su pesadilla: cálido, tranquilizador, real. Vegeta abrió los ojos de golpe, respirando con dificultad, y lo primero que vio fueron unos ojos azules, profundos, mirándolo fijamente. Los ojos de Bulma.

Ella no dijo nada, pero su mirada era suficiente para calmar el caos que había en su interior. Vegeta respiró hondo, su cuerpo aún temblando, mientras sus manos instintivamente buscaban algo de estabilidad en las sábanas. Durante un momento, el terror desapareció, y todo lo que quedó fue el silencio, roto solo por el sonido de su respiración y el susurro suave de Bulma.

—Estás bien... —dijo ella, con un tono que era casi inaudible, pero lo suficientemente fuerte para que él lo escuchara. Vegeta no respondió, pero en sus ojos aún brillaba el eco de su pesadilla... y la sombra de algo más que no se atrevía a admitir.

Ella estaba ahí, sentada en el borde de su cama, con las manos todavía sobre su rostro sudoroso. Por un instante, la visión de los cadáveres Saiyajin y el hedor de la muerte lo invadieron de nuevo, haciendo que su pecho se comprimiera y su respiración se acelerara aún más.

—Tranquilo, Vegeta... —murmuró Bulma, su voz suave, calmante, como una brisa que acariciaba su piel tensa— Todo está bien. Fue solo un sueño. Ya pasó.

Él la miró fijamente, tratando de procesar sus palabras, pero el caos en su interior era demasiado grande. Nunca, jamás, se había permitido sentir algún consuelo, siempre después de aquello se quedaba perdido. Pero ahora, con esa mirada fija en él, con su toque tan delicado en su piel, algo en él se rompió. No dijo nada, pero tampoco apartó su mirada de la de ella. Había algo en esos ojos, en esa voz, que era capaz de atravesar las sombras que lo consumían.

Bulma sintió un nudo en la garganta al ver la expresión en su rostro. Era una mezcla de angustia y desconcierto, como si estuviera enfrentándose a algo mucho más grande que él mismo. Lentamente, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera deshacer aquel momento, movió su mano hacia su cabello, despejándolo de su frente sudorosa.

—Estoy aquí, Vegeta... —añadió, su tono aún más suave. No sabía de dónde venían sus palabras, pero algo en ella le decía que debía quedarse, que no debía abandonarlo.

Él cerró los ojos por un instante, como si el peso de sus palabras le ofreciera un respiro que su mente desesperadamente necesitaba. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era diferente. Seguía siendo intensa, pero ya no estaba dominada por el terror. Había algo más ahí, algo que ni siquiera él podía comprender.

Bulma hizo un leve movimiento para levantarse, creyendo que tal vez ya no la necesitaba, pero en cuanto intentó apartarse, sintió cómo una de sus manos la sujetaba por la muñeca. No fue un agarre fuerte, pero fue suficiente para detenerla. La mirada de Vegeta se clavó en la de ella con una mezcla de necesidad y renuencia, como si quisiera pedirle algo sin pronunciar palabra.

—No... —murmuró él, apenas audible, su voz ronca, vulnerable.

Bulma parpadeó, completamente sorprendida por ese acto. No era algo que esperara de Vegeta, el hombre que siempre se mostraba indestructible y ajeno a cualquier muestra de debilidad. Pero algo en su tono, en la forma en que su mano la retenía, la hizo quedarse. Sin pensar demasiado, se inclinó hacia él, dejando que su rostro se acercara al suyo, hasta que sus manos alcanzaron sus hombros, tratando de calmarlo con su calor.

—Está bien... no me iré —dijo finalmente, dejando que sus palabras fluyeran con naturalidad.

Y entonces, sin saber exactamente por qué, dejó que su instinto tomara el control. Con una suavidad que ni ella misma sabía que poseía, guió la cabeza de Vegeta hacia su pecho, permitiendo que se recostara contra ella. El contacto era tan íntimo, tan inesperado, que por un momento Bulma pensó que él la rechazaría. Pero no lo hizo. Vegeta, sorprendiéndola aún más, cerró los ojos y dejó que su respiración comenzara a acompasarse.

Bulma sintió cómo el calor de su cuerpo se transfería al de él, y cómo los músculos tensos de su espalda comenzaban a relajarse poco a poco. Por un momento, no existía nada más. Solo estaban ellos dos, compartiendo un momento que ninguno de los dos entendía del todo, pero que los unía de una manera inexplicable.

—¿Cómo lo haces...? —murmuró Vegeta de repente, su voz baja, apenas un susurro contra su piel.

—¿Hacer qué? —preguntó ella, con un tono igualmente bajo.

Él no respondió de inmediato. Simplemente cerró los ojos con más fuerza, como si las palabras fueran demasiado difíciles de pronunciar. Finalmente, habló, pero su voz estaba cargada de una sinceridad que la dejó sin aliento.

—Hacer que... todo se detenga.

Bulma sintió cómo su corazón se aceleraba, pero no dijo nada. Simplemente dejó que el momento los envolviera, mientras acariciaba suavemente su cabello, permitiendo que él encontrara en ella la tranquilidad que tanto necesitaba.

La habitación estaba en completo silencio, interrumpido solo por la respiración acompasada de Vegeta. Bulma se encontraba en una situación inesperada. Sintió el peso de su cuerpo sobre ella, su rostro todavía descansaba sobre su pecho, y su calor la envolvía completamente. Intentó moverse, tratando de dejarlo sobre la cama, pero al hacerlo notó cómo el agarre de Vegeta en su cintura se volvía más firme, como si, incluso en su sueño, no quisiera que se alejara.

Bulma suspiró, con una mezcla de resignación e incredulidad. ¿Cómo había llegado a esto? Nadie se lo creería, pero tampoco podía negar lo que estaba sintiendo en ese momento. Había algo reconfortante en tenerlo así, vulnerable, tranquilo, lejos de esa mirada fría y tajante que siempre la desarmaba. Sin embargo, el peso de su cuerpo hacía imposible que se moviera con facilidad.

Con cuidado, intentó girarse para acomodarse mejor en la cama, pero el agarre de Vegeta en su cintura se apretó aún más. Era instintivo, como si su cuerpo, incluso en el sueño, buscara aferrarse a ese calor que lo había calmado durante la madrugada. Bulma, sorprendida, dejó escapar un leve suspiro, sintiendo cómo el peso del guerrero hacía que su pecho subiera y bajara con dificultad.

Finalmente, decidió dejar de intentar moverse. En lugar de eso, ella misma buscó una posición más cómoda, recostándose un poco más sobre la cama. Vegeta seguía profundamente dormido, su rostro apoyado en su pecho, mientras sus brazos rodeaban su cintura con fuerza. ¿Cómo podía alguien tan imponente y despiadado parecer tan indefenso en ese momento? Esa vulnerabilidad la desconcertaba.

"Esto es ridículo," pensó Bulma mientras cerraba los ojos, intentando ignorar los latidos acelerados de su corazón. Sin embargo, el cansancio finalmente la venció, y poco a poco se dejó llevar por el sueño, compartiendo ese momento de calma inesperada.

El amanecer

Los primeros rayos de sol iluminaron tenuemente la habitación. Vegeta fue el primero en abrir los ojos. Durante un instante, su mente estaba en blanco, desorientada por la calidez que lo rodeaba. Pero entonces, el olor lo golpeó: esa fragancia dulce, adictiva y completamente familiar. Su mirada bajó lentamente, y ahí estaba ella, aún dormida, con su rostro relajado y sus brazos ligeramente apoyados a los lados.

Por un momento, Vegeta se quedó inmóvil. Su mirada recorrió el perfil de Bulma: sus mejillas ligeramente rosadas, sus labios suaves, y cómo sus pestañas largas descansaban tranquilamente sobre su piel. Era como si el caos y las batallas de su vida se desvanecieran al contemplarla. ¿Cómo algo tan sencillo podía tener tanto efecto en él?

Los recuerdos de la madrugada volvieron a su mente con una claridad inquietante. Recordaba el tacto de sus manos, su voz tranquila, cómo lo había sostenido en ese momento de debilidad que él nunca admitiría. Lo que más lo desconcertaba era el hecho de que se había dejado llevar, algo completamente fuera de su carácter.

Pero no era solo eso. Había algo más. Había dormido profundamente, como no lo había hecho en años.

Se levantó sin apartar la visto de aquella escena, aquella mujer echada en su cama, durmiendo plácidamente con ese poleron rosado e infantil de siempre, prácticamente habían dormido juntos, no pudo evitar pronunciar una sonrisa ladina mientras se alejaba, se permitió una última mirada, observándola aún dormida. No podía evitar pensar en lo extraño de todo aquello, en cómo su presencia parecía ofrecerle una paz que él no creía merecer.

Vegeta caminó hacia el baño, encendió la ducha y dejó que el agua caliente cayera sobre su piel, tratando de borrar las emociones contradictorias que lo envolvían. Pero incluso mientras el agua recorría su cuerpo, el olor de Bulma, su tacto y la imagen de su rostro seguían grabados en su mente.

Cuando salió del baño, ya vestido con su atuendo habitual de entrenamiento, dirigió una última mirada a la cama antes de salir hacia la cámara de gravedad. Sin decir palabra, volvió a su rutina, decidido a enterrar cualquier distracción bajo el peso de la gravedad y su implacable deseo de volverse más fuerte.

Pero algo dentro de él sabía que esa madrugada había cambiado algo, aunque aún no estuviera dispuesto a admitirlo.

Horas después de que Vegeta dejara la habitación, Bulma comenzó a despertar lentamente, aún envuelta en las suaves sábanas. El sol entraba por las rendijas de las cortinas, iluminando su rostro adormilado. Se estiró con pereza, soltando un pequeño bostezo. Era típico de ella levantarse tarde, y hoy no parecía ser la excepción.

Al abrir los ojos completamente, algo llamó su atención. El olor. Había un aroma peculiar, fuerte, masculino, y... familiar. Instintivamente, jaló las sábanas hacia su rostro y aspiró profundamente. "Mmm... esto huele bien," pensó mientras disfrutaba del aroma, hasta que la realización golpeó como un rayo.

No estaba en su habitación.

Sus ojos se abrieron como platos, y de un salto se sentó en la cama. Miró a su alrededor, sus manos aún aferradas a las sábanas, mientras su mente intentaba conectar los eventos de la noche anterior. Estaba en la habitación de Vegeta.

—¡Oh, no! —susurró para sí misma, llevándose una mano a la cabeza. Los recuerdos volvieron poco a poco: la pesadilla de Vegeta, su acercamiento, cómo terminaron durmiendo juntos... ¡Durmiendo juntos!

Rápidamente se levantó y corrió hacia el espejo del baño que estaba en la habitación. Tenía que asegurarse de cómo lucía. Al mirarse, inspeccionó su rostro con detalle, acomodó un mechón rebelde y sonrió levemente.

—Bueno, al menos no me veo tan mal... —murmuró, sintiendo un extraño alivio al pensar que Vegeta la había visto en ese estado.

Con cuidado, salió del baño y miró hacia todos lados. "Espero que nadie me vea salir de aquí," pensó, con el corazón latiéndole a mil por hora. Lo último que necesitaba era que alguien, especialmente su madre, Yancha o el Dr. Brief, la encontrara saliendo de la habitación de Vegeta. Con movimientos sigilosos, avanzó por el pasillo y finalmente llegó a la seguridad de su propia habitación.

Una vez lista, Bulma bajó a la sala principal y, a través de la ventana, vio a Yancha entrenando en el jardín. Decidió acercarse, cruzando los brazos mientras lo observaba.

—¿Dónde estuviste ayer? —preguntó, arqueando una ceja.

Yamcha, quien estaba realizando una serie de ejercicios, se detuvo un momento y se limpió el sudor de la frente. —Fui a las montañas a entrenar, necesitaba algo de espacio —respondió, con una sonrisa algo nerviosa.

Bulma lo miró por un segundo, sospechando que había algo más detrás de su respuesta, pero decidió no darle importancia. —Claro, porque eres tan disciplinado últimamente... —dijo en un tono sarcástico, antes de girar sobre sus talones y entrar nuevamente a la casa, desconcertando a Yamcha.

Se dirigió a la cocina, donde encontró a su madre, Bunny, disfrutando de un jugo de naranja. Bulma tomó un vaso y se sirvió un poco, sentándose al lado de ella.

—Querida, deberías cambiar esa cara. Entre Vegeta y Yancha, parece que nadie te presta atención últimamente, pero no te preocupes, eso no durará mucho —dijo Bunny con una sonrisa traviesa.

Bulma casi escupe el jugo. Sus mejillas se encendieron al instante. —¡¿De qué estás hablando, mamá?! —exclamó, nerviosa.

En ese momento, el Dr. Brief entró al comedor con un manual en mano. —Ah, ahí está Vegeta, entrenando como siempre. Aunque creo que está exagerando. Le puse máxima gravedad a la cámara, pero eso es demasiado peligroso. Si sigue así, va a terminar destruyendo algo más... o a sí mismo.

Bunny soltó una risita mientras tomaba otro sorbo de jugo. —Ese Vegeta, siempre tan dedicado. Aunque, ¿sabes qué, Bulma? Deberías salir con él. Es apuesto, tiene carácter, y bueno... imagina qué hijos tendrían ustedes dos.

La mandíbula de Bulma casi se cayó al suelo. Sus mejillas estaban tan rojas que parecían a punto de explotar. —¡¿Mamá?! ¿Qué cosas dices? —gritó, tratando de no derramar su jugo.

Bunny se encogió de hombros y sonrió despreocupadamente. —Ay, querida, estoy bromeando... aunque es un chico guapo, ¿no crees?

El Dr. Brief no dijo nada, concentrado en su manual, mientras Bulma se levantaba de golpe, claramente avergonzada. —Tengo cosas que hacer —dijo rápidamente, antes de salir apresurada de la sala, dejando a su madre riendo suavemente.

.

El Dr. Brief observaba desde la ventana del laboratorio mientras Yamcha practicaba en el jardín. Su expresión denotaba preocupación, como si estuviera sopesando algo importante. De pronto, llamó a Bulma, quien había regresado a la sala tras su incómoda conversación con su madre.

—Hija, espera un momento. —dijo mientras se ajustaba las gafas—. He estado observando a tu novio entrenar últimamente. Parece que está intentando prepararse para enfrentar a los androides, pero, sinceramente, no estoy seguro si lo que hace es suficiente. Tal vez podría ayudarlo con algunas herramientas, algo que le facilite mejorar.

Bulma alzó una ceja, incrédula ante las palabras de su padre. —¿Papá, de verdad crees que eso que hace se llama entrenamiento? —preguntó, con un tono sarcástico mientras cruzaba los brazos.

El Dr. Brief se llevó una mano al mentón, pensativo. —Bueno, no soy un experto en artes marciales, pero viendo cómo entrena Vegeta, es evidente que hay una gran diferencia. Yamcha parece estar en desventaja. Por eso pensé que quizás podríamos ofrecerle algún tipo de apoyo...

Bulma suspiró, sintiendo una mezcla de incomodidad y curiosidad. Las palabras de su padre le hicieron reflexionar. ¿Qué estaba haciendo realmente Yamcha? Había notado que su "entrenamiento" parecía inconsistente, con frecuentes ausencias y falta de enfoque. Algo no encajaba del todo, y por primera vez, decidió investigar.

Bulma salió al jardín, observando a Yamcha desde lejos. Él daba patadas y golpes en el aire, aparentemente concentrado. Pero algo en su postura despreocupada la irritaba. No parecía tomarse las cosas en serio, y eso la frustraba aún más después de escuchar las palabras de su padre.

Mientras Yamcha seguía entrenando, Bulma notó un bolso deportivo a un lado del jardín. Entre sus pertenencias, destacaba su celular, y una idea se formó rápidamente en su mente.

"Solo un vistazo... No tiene nada de malo," pensó mientras se acercaba con cuidado. Agarró el dispositivo y vio que tenía un código de acceso. Pero siendo Bulma, un genio en tecnología, no le tomó más de unos segundos desmantelar la barrera. El celular se desbloqueó, y su corazón empezó a latir más rápido.

Lo primero que vio fueron fotos. Muchas fotos. Mujeres en bikini, algunas con ropa ajustada, otras con poses sugerentes. A medida que deslizaba las imágenes, su expresión pasó de sorpresa a enojo. Había demasiadas.

Después de las fotos, decidió revisar los mensajes. Las conversaciones con varias mujeres confirmaron lo que temía: Yamcha tenía una vida paralela llena de coqueteos y encuentros secretos.

—Lo sabía... —susurró para sí misma, su mandíbula apretada mientras seguía revisando.

Cerró el celular y levantó la mirada hacia Yamcha, quien seguía practicando sin notar nada. Por un momento, pensó en enfrentarlo ahí mismo, gritarle todo lo que había descubierto. Pero algo la detuvo.

Subió rápidamente a su habitación, cerrando la puerta con fuerza. Frente al espejo, su expresión se transformó en una mezcla de decisión y desafío.

—¿Cínico mentiroso? Muy bien, Yancha, si quieres mirar, entonces vas a mirar algo que jamás podrás tener de nuevo —murmuró mientras rebuscaba en su armario.

Entre sus opciones, eligió un bikini rojo, brillante y diminuto, el más atrevido que tenía. Ajustó los tirantes, se colocó un sombrero amplio y unas gafas oscuras, y tomó su frasco de bronceador. Con una última mirada en el espejo, sonrió para sí misma, ella sabía lo que ocasionaría.

Bulma descendió las escaleras como si caminara por una pasarela. La luz del sol atravesaba las ventanas, iluminando su figura perfectamente delineada en el ajustado bikini. Caminó hacia la zona de la piscina con pasos deliberadamente lentos, asegurándose de que cualquier persona a su alrededor notara su presencia.

Desde el jardín, Yancha estaba practicando unas patadas al aire cuando, de reojo, la vio pasar. Su entrenamiento se detuvo de golpe. Sus ojos no pudieron evitar seguirla, boquiabierto por lo que veía. Era imposible no quedarse atónito ante las curvas impecables de Bulma, su piel radiante y la confianza con la que se movía.

—¿Bulma? —dijo, acercándose un poco mientras ella se acomodaba en una silla junto a la piscina—. ¿Quieres que te haga compañía? —preguntó con un tono ansioso y una sonrisa nerviosa.

Sin levantar la mirada, Bulma le respondió, con una calma que contrastaba con su ardiente atuendo: —No, Yancha. Continúa con tu entrenamiento, no quiero interrumpirte.

Él intentó insistir, caminando un poco más cerca. —Bueno, podemos descansar juntos un rato. Tal vez tomar algo, divertirnos un poco...

Bulma levantó la cabeza y lo miró con frialdad detrás de sus gafas. —Dije que no. Concéntrate en tu entrenamiento, ¿o también necesitas ayuda con eso?

Yancha retrocedió, un poco avergonzado, pero su mirada seguía clavada en ella. Bulma, ignorándolo por completo, comenzó a aplicar el bronceador por sus brazos, sus piernas, y finalmente por su espalda. Cada movimiento parecía calculado, cada gesto una declaración de poder. Pero lo que no sabía era que otra mirada, mucho más intensa, también estaba sobre ella.

Desde la cocina, Vegeta salió de la cámara de gravedad sudoroso y agotado, con hambre después de horas de entrenamiento. Se dirigió hacia el refrigerador cuando, a través de la ventana panorámica, algo captó su atención.

Bulma estaba de pie junto a la piscina, de espaldas a él, aplicándose bronceador. El diminuto bikini rojo realzaba cada curva de su figura. Vegeta frunció el ceño. No era el hecho de que ella se viera atractiva eso era evidente, sino la osadía de vestirse de manera tan provocativa frente a ese idiota que apenas podía disimular cómo la miraba.

—¿Qué demonios está haciendo esa terrícola? —murmuró para sí mismo, cruzando los brazos mientras su mirada se endurecía.

La escena lo desconcertaba, pero también lo irritaba. Había algo en esa imagen que le resultaba casi intolerable. Era vulgar, descarada... y sin embargo, su mente no podía apartarse de la imagen. Vegeta giró bruscamente hacia la cocina, pero no antes de que sus ojos se desviaran una última vez hacia Bulma.

Bulma se levantó de la tumbona con movimientos calculados, dejando que su cuerpo se estirara lentamente, destacando cada curva de su figura. Tomó el bronceador y, con la intención de aplicárselo en las piernas, se agachó de una manera exageradamente sugerente. Sabía que Yamcha estaba mirando, y no pudo evitar disfrutar del control que ejercía sobre él.

Yancha, totalmente cautivado, no podía continuar su entrenamiento y se acercó un poco más. —Bulma... vamos, deja que me quede contigo. Podemos pasar un rato juntos.

Ella se giró hacia él, apoyando una mano en la cadera, con una sonrisa que mezclaba burla y desafío. —¿Qué parte de "largo" no entiendes, Yancha? —respondió con frialdad—. Estoy teniendo un momento para mí. Tú ya tuviste suficiente relajación ayer, ¿no? Ahora ve a entrenar. O mejor, ve a hacer algo útil por una vez.

Sus palabras lo golpearon como un balde de agua fría. Yamcha, frustrado y humillado, apretó los puños y giró para volver a su entrenamiento. Pero incluso mientras se alejaba, no pudo evitar mirar por encima del hombro, incapaz de apartar la vista de ella.

Desde la cocina, Vegeta observaba la escena con una mirada helada. No podía escuchar lo que decían, pero cada movimiento de Bulma, cada gesto deliberadamente provocador, y la reacción desesperada de Yancha no pasaron desapercibidos para él. Su mandíbula se tensó mientras veía cómo ella jugaba con ese inútil.

—Qué mujer tan vulgar... —murmuró para sí mismo, desviando finalmente la mirada hacia otro lado. Su irritación creció rápidamente, como una llama avivada por su propio orgullo herido. ¿Cómo era posible que esa misma mujer, que había mostrado un lado tan diferente la noche anterior, estuviera ahora comportándose de esa manera tan descarada?

Intentó concentrarse en otra cosa, pero las imágenes seguían regresando a su mente: sus movimientos sugerentes, las risas que no podía escuchar pero que imaginaba perfectamente, y la forma en que Yancha la miraba como un cachorro desesperado.

Vegeta cerró los ojos con fuerza, tratando de borrar la escena de su mente. La decepción hacia Bulma lo invadió, pero, más que nada, la decepción hacia sí mismo por haber permitido que ella rompiera sus barreras. Se sintió como si todo lo que había sucedido entre ellos la noche anterior hubiera sido una burla.

Con un bufido de frustración, Vegeta apretó los puños y salió de la cocina con pasos firmes. Necesitaba volver a entrenar, necesitaba hacer algo para quitarse de la cabeza esa mezcla de irritación y desconcierto que lo estaba consumiendo. Mientras caminaba hacia la cámara de gravedad, no pudo evitar susurrar entre dientes: —No volverá a pasar...

Hola! Volví con este capítulo!
Espero sea de su agrado como avanzamos con esta historia sobre su romance.

Nos vemos queridos lectores
AMAPOL