N/A: Fortnight como la canción de Taylor Swift, no como el videojuego!

Prólogo

Este había sido su invierno más frío en el sengoku jidai hasta el momento. Las lágrimas en sus mejillas se sentían tan frías como la nieve que caía sobre su cuerpo. Se había dicho a sí misma que ya no iba a llorar, pero era inevitable que las lágrimas que trataba con todas sus fuerzas de evitar se derramaran de vez en cuando.

Habían pasado tres semanas desde que Inuyasha la había dejado atrás con el corazón roto, y la nieve ya había cubierto todas las manchas verdes de hierba, amontonándose alrededor de su cabaña, pero a ella no le importaba, sus huesos congelados eran el menor de sus problemas.

Ella se encontraba sentada en el porche, mirando a la distancia, esperando ver a Inuyasha con una mente cambiada, pero en el fondo sabía que él no volvería, y también sabía que eso era, seguramente, lo mejor. Solo deseaba que su corazón obstinado comprendiera y dejara de doler, pero la verdad era que nunca se había sentido tan sola en toda su vida.

Hacía cinco años que el pozo que conectaba el futuro con el pasado se había abierto una vez más, y ella no había dudado en saltar de nuevo hacia el Sengoku. En aquel entonces, había tenido muchas esperanzas y creía con todo su corazón que conseguiría por fin su final feliz con Inuyasha.

Las cosas habían ido bien durante un tiempo. El primer año todo había sido sonrisas y aventuras como en los viejos tiempos, pero su relación con Inuyasha apenas había progresado más allá de una simple amistad. Aún así ella había pensado que eso estaba bien. Inuyasha era un chico un poco inseguro y complicado, entonces ella ya anticipaba pequeños pasos. No importaba cuánto tiempo tomára, ella lo esperaría, había pensado Kagome en ese entonces.

Sus amigos siempre habían estado allí para alegrarle el día también. Kagome los había extrañado mucho y tener a Miroku, Sango y Shippo de regreso en su vida había llenado un gran vacío en su corazón. No solo eso, si no que había estado fascinada al enterarse que la familia había crecido. Le encantaba ser tía de las gemelas y del bebé Hisui, y ellos también la amaban por igual. Podía pasar días enteros en su presencia, jugando con sus nuevos sobrinos y ayudando a sus mejores amigos. Sin duda las cosas habían cambiado, pero Kagome no podía decir que todos los cambios eran totalmente de su agrado.

Shippo no se encontraba en la aldea muy a menudo ya que tenía que asistir a la escuela de Youkais, pero este visitaba el pueblo durante sus descansos en los cuales se hospedaba en la cabaña de ella y de Inuyasha. Fue agridulce ver al pequeño Kitsune crecer tan rápido, ya que ella había sido casi como una madre para él, pero aunque su corazón dolía, ella nunca dejó de apoyar al pequeño.

Kagome lo extraña demasiado, pero con el tiempo logró no pensar mucho en eso, ya que en su tiempo libre trataba de ocuparse cuidando de la pequeña Rin, con quien había desarrollado una estrecha amistad. Había sido un poco inesperado al principio, pero la niña la seguía a todas partes, haciéndole preguntas sobre la vida en el futuro y sobre los libros que Kagome siempre cargaba con ella.

A Kagome no le molestaba en lo absoluto, de hecho le encantaba. Sus amigos continuaban siendo tan perfectos como siempre, y también lo era el sengoku jidai al que tanto amaba con todo su corazón.

El único problema había sido Inuyasha.

Después de años de tomar las cosas con calma, finalmente habían decidido convertirse en una pareja, pero para su consternación, eso había durado poco tiempo, y ahora Inuyasha se había ido, y ella no sabía cuándo iba a regresar—si acaso algún día él decidiría regresar.

Cada vez que alguno de sus amigos le preguntaba qué había pasado entre ellos, a ella le daba vergüenza contar lo qué pasó en realidad. La única respuesta que Kagome daba era que ella e Inuyasha simplemente no estaban destinados a estar juntos. Y no era una mentira en sí, pero Kagome seguía culpándose a sí misma una y otra vez. Su mente repasaba los últimos cinco años de su vida mientras se preguntaba en que se había equivocado, qué podría haber hecho de manera diferente, pero era inútil intentar cambiar el pasado. Al final, no podía hacer que el corazón de Inuyasha olvidara a la persona que había amado tantos años atrás. Ella simplemente no había sido suficiente y por eso ahora se encontraba llorando afuera de su hogar sin nadie más que la nieve que caía para presenciarlo... o eso pensaba.

"Sacerdotisa". Escuchó una fría voz a la distancia llamar su atención, entonces levantó la cabeza sorprendida. Kagome no esperaba ninguna visita, pero de pie a solo algunos pasos frente a ella estaba el hermano mayor del hombre que amaba.

—Sesshomaru —lo saludó ella avergonzada mientras se secaba rápidamente las lágrimas rebeldes de los ojos y forzaba una sonrisa falsa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Rin... debería estar en casa de Kaede, ¿está todo bien?

El daiyoukai nunca visitaba la cabaña de ella y de Inuyasha, y aunque tenían una relación un poco cordial, él no era del tipo que se detenía a tomar el té y conversar, así que por un momento Kagome temió que algo estuviera mal. ¿O acaso por qué otra razón la visitaría el gran Sesshomaru?

—No te preocupes, sacerdotisa, acabo de terminar mi visita semanal a Rin —dijo él con su voz monótona y profunda, luciendo tan poco divertido como siempre. Kagome arqueó una ceja confundida.

—Ya veo —contestó ella torpemente—. Entonces, ¿necesitas algo?— Realmente no había querido sonar grosera, pero todo lo que quería era que la dejaran sola para ser miserable en paz.

—Rin me envió aquí —dijo él.

—¿Ella hizo eso? —preguntó Kagome sorprendida. —¿Por qué?

Sesshomaru no habló por un momento, su mirada estaba concentrada en ella como si estudiara cada uno de sus rasgos. A estas alturas, ella ya estaba acostumbrada a su fría personalidad, pero ya había tenido un mal día, y su pequeña visita no había hecho más que molestarla un poco. Ella simplemente no estaba de humor para lidiar con la actitud extraña del daiyoukai. Después de un momento, finalmente habló.

—Ella me informó que mi hermano se ha ido de tu lado.

Kagome se estremeció, sus palabras sin tacto la hicieron mirarlo con enojo y sintió el dolor familiar en su corazón cada vez que alguien mencionaba a Inuyasha en su presencia. ¿Por qué estaba allí? ¿Para burlarse de ella? ¿O para hablar mal de Inuyasha tal vez? Bueno, fuera lo que fuera, no quería escucharlo. Abrió la boca para pedirle, de la manera más cortésmente posible, que la dejara en paz, más él la interrumpió antes de ella poder hablar.

—Rin y el Kitsune están preocupados por ti. La anciana no les dejará salir de la cabaña hasta que se derrita la nieve, así que me pidieron que me asegurara que estabas bien. ¿Necesitas algo, sacerdotisa?

Oh.

Kagome respiró aliviada al escuchar sus palabras, e inmediatamente se sintió avergonzada de haber pensado que él sería cruel con ella. Por supuesto que no. Sesshomaru había cambiado para mejor. El ya no era el cruel demonio que había tratado de acabar con su vida y la de Inuyasha hace tantos años. Había sido una tontería de su parte olvidarlo incluso por un instante. Viniendo de Sesshomaru había sido un gesto amable cumplir la petición de los niños de visitarla, y una pequeña parte de ella se sentía feliz de tener amigos que se preocupan tanto, pero lo último que quería era que los demás la compadecieran... que la vieran como una persona débil.

Hizo todo lo posible por formar una sonrisa en su rostro y sonar alegre y despreocupada al responderle.

—¡Oh Sesshomaru, estoy bien! No quiero que nadie se preocupe por mí, estoy bien. Gracias por visitarme, y gracias por preguntar, pero realmente no necesito nada, estoy completamente abastecida para los próximos días, es solo un poco de nieve y puedo arreglármelas sola.

Con su mano lo saludó con desdén, esperando que fuera suficiente para que el daiyoukai se fuera, pero él no se movió. De hecho, parecía no creer del todo sus palabras.

-¿Alguien que está bien se sienta afuera en medio de una nevada a llorar?

Kagome se mordió el labio con preocupación, con sus dedos frotando las lágrimas restantes en su rostro.

-Yo no estaba…

-¿Quieres que vaya a buscar a Inuyasha y lo golpee por ti? Podría tenerlo en tu puerta arrodillado pidiendo perdón en un instante.

Ella miró a Sesshomaru estupefacta, su cerebro tratando de comprender las palabras que habían salido de la boca del daiyoukai.

-Yo…¿Qué? ¡No! ¡No lo hagas, por favor! ¡No es necesario! Además Inuyasha, el— ya sabes, él tomó su decisión y estoy bien, te lo dije... —estaba a punto de continuar con su divagación en pánico cuando vio el atisbo de una sonrisa en los labios de Sesshomaru. Era una visión extraña, sin duda, especialmente cuando la diminuta sonrisa iba dirigida hacia ella. Entonces Kagome inmediatamente entendió lo que Sesshomaru estaba tratando de hacer. De repente se sintió tonta y sintió como sus mejillas se sonrojaban.

—Oh, ya veo. —Se rió ella entre dientes. ¿Cuándo fue la última vez que no había fingido una risa? —Buen intento, Sesshomaru, quién hubiera pensado que tenías algo de humor en ti.

—Lo creas o no, soy considerada una persona divertida entre los de mi especie. —le contestó él.

Esta vez la sacerdotisa soltó una buena carcajada ante sus palabras. El tono de Sesshomaru era serio, pero su rostro mostraba lo contrario; parecía complacido de haber logrado robarle una risa en un momento como este.

—Está bien, claro —dijo ella una vez que su risa se calmó un poco—. Gracias por estar pendiente de mí, te lo agradezco de verdad.

—Puedes demostrarme tu aprecio entrando a tu hogar, es una tontería que una humana esté afuera con este clima. Lo que sea que haya pasado con Inuyasha, no deberías castigarte por ello.

—Eso no es lo que...

Un paso tras otro, él se acercaba a ella, haciendo que Kagome olvidara sus palabras a media oración. Sesshomaru la miró a los ojos mientras colocaba cuidadosamente su estola de pelaje blanco a su alrededor. La repentina sensación de calidez y comodidad la golpeó por sorpresa. Se había quedado sin palabras por el acto de bondad del demonio hacia ella, especialmente porque nunca en un millón de años lo hubiera esperado. Su respiración se atascó en su garganta y lo miró con sus grandes ojos azules llenos de confusión.

—Vuelve adentro. Mokomoko te ayudará a mantenerte caliente por ahora, volveré por ella pronto. No vale la pena perder la vida por mi medio hermano, siempre he pensado que eres más inteligente que eso.

No había palabras para que Kagome describiera lo que esas palabras la hicieron sentir. Quería agradecerle, también decirle que estaba equivocado, decirle que ella había fallado, pero las palabras no salían de su boca. Lo único que pudo hacer en ese momento fue llorar todas las lágrimas que se había dicho a sí misma que era demasiado fuerte para derramar.