La villa Aries en Pendragon ardía. Las llamas devoraban los pasillos decorados con mármol y oro, mientras los ecos de explosiones y disparos sacudían los cimientos del imperio más poderoso del mundo. Gritos desgarradores y órdenes confusas llenaban el aire, como un preludio de la tragedia que estaba por venir.

Lelouch vi Britannia corría, jadeando, mientras esquivaba sirvientes y escombros caídos. La desesperación lo empujaba más allá de su miedo, guiándolo hacia los aposentos de su madre. Cada paso se sentía interminable, cada segundo se alargaba como una tortura. Su mente solo repetía una plegaria: "Por favor, que estén bien. Por favor..."

Cuando empujó las puertas de los aposentos, la escena lo congeló en el acto. Marianne vi Britannia, su madre, yacía en el suelo, su vestido empapado de sangre. A su lado, su hermana Nunnally estaba tirada, temblando y aferrándose a la falda de su madre, con un corte leve en la pierna.

Lelouch abrió la boca, pero no pudo hablar. Tres figuras encapuchadas estaban allí, aún sosteniendo sus armas apuntadas hacia Marianne y Nunnally. Una mezcla de miedo y rabia lo llenó, haciéndole temblar. Antes de que pudiera hacer algo, uno de los atacantes giró hacia él y levantó su arma.

—¡No! —gritó, y entonces algo indescriptible sucedió.

Una fuerza invisible salió de él, expandiéndose como una onda de choque. Los atacantes fueron lanzados hacia las paredes, sus cuerpos golpeando con un sonido seco antes de caer inertes. Lelouch cayó de rodillas junto a Marianne, su respiración entrecortada y su mente nublada por el shock.

—Mámá... —murmuró, extendiendo las manos hacia ella mientras intentaba detener la sangre que manchaba el suelo—. Por favor... despierta...

Marianne abrió los ojos apenas un instante. Su mirada, llena de amor y dolor, se encontró con la de Lelouch.

—Cuida... de tu hermana... —susurró antes de cerrar los ojos.

Nunnally sollozaba suavemente, su voz apenas un murmullo. Lelouch la abrazó con fuerza, sus lágrimas cayendo en silencio mientras sentía cómo el mundo se derrumbaba a su alrededor.
Antes de que pudiera procesar lo ocurrido, los guardias irrumpieron en la habitación. Al ver la escena, uno de ellos levantó un comunicador.

—¡Tenemos a los príncipes! Necesitamos evacuación inmediata. La emperatriz... está gravemente herida.

Los guardias tomaron a Lelouch y Nunnally mientras otros aseguraban a Marianne. El camino hacia la sala del trono fue un torbellino de confusión y desesperación. Lelouch apenas era consciente de su entorno, aferrándose a su hermana mientras los trasladaban al lugar donde enfrentarían su destino.
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Días después, Lelouch fue llevado a la imponente sala del trono. Los nobles se reunieron alrededor del trono imperial, murmurando entre ellos mientras los dos niños avanzaban por la alfombra roja. En el centro, sentado en un trono de mármol y oro, estaba Charles zi Britannia, su padre, con una expresión imperturbable.

La noticia de la "muerte" de Marianne vi Britannia había sacudido al Imperio. Pero solo unos pocos sabían la verdad: ella seguía viva, aunque en un estado de coma profundo. Para todos los demás, Marianne había muerto, y Charles había decidido usar su muerte como una herramienta para sus propios fines. Los rumores sobre traición y debilidad inundaban la corte, fortaleciendo la narrativa del Emperador sobre la supervivencia del más fuerte.

Lelouch, con la mano de Nunnally aferrada a la suya, avanzó hasta quedar frente al trono. Su rostro mostraba una mezcla de tristeza y determinación. A pesar de su corta edad, su voz resonó clara en la sala:

—Padre... exijo justicia para mi madre y mi hermana. Usted es el Emperador. ¿Cómo puede permitir que esto ocurra sin castigar a los responsables?

La sala quedó en silencio. Charles inclinó ligeramente la cabeza, como si analizara las palabras de su hijo. Finalmente, habló, su voz profunda y glacial:

—¿Justicia? La justicia no es más que una herramienta de los poderosos. Tu madre no fue lo suficientemente fuerte para sobrevivir, y tú... no eres lo suficientemente fuerte para entender.
Lelouch apretó los puños con fuerza, temblando de rabia. Dio un paso adelante, enfrentando la imponente figura de su padre.

—Eso no es cierto. ¡Un hombre que no protege a su familia no merece ser llamado Emperador!
Los murmullos entre los nobles se intensificaron. Algunos se escandalizaron, mientras otros observaban con interés. Charles permaneció inmutable. Se levantó lentamente de su trono, proyectando una sombra sobre Lelouch.

—Tu insolencia no será tolerada, Lelouch. Serás enviado lejos. Tal vez allí aprendas lo que significa el poder.

Lelouch abrió los ojos con incredulidad.

—¿Lejos? ¡No puede enviarme lejos de Nunnally! ¡Ella me necesita!
Charles no respondió. Antes de que Lelouch pudiera protestar, los guardias lo tomaron por los brazos y lo arrastraron fuera del salón. La última imagen que tuvo fue la de su hermana llorando, llamándolo con voz temblorosa mientras los nobles observaban en silencio.

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El avión privado que lo transportaba al otro lado del mundo estaba frío y silencioso. Lelouch estaba sentado junto a la ventana, mirando el cielo que se oscurecía mientras el avión se adentraba en la noche. Su cuerpo estaba quieto, pero su mente era un torbellino.

Pensó en Marianne y Nunnally, y las lágrimas llenaron sus ojos. Pero esta v*ez no las dejó caer. Pensó en Cornelia, Eufemia y Marrybell, sus hermanas, en Schneizel y Clovis, sus hermanos mayores. Ninguno de ellos había hecho nada. Ninguno había intervenido para detener la decisión de Charles ni para apoyarlo a él y a Nunnally.

Para Lelouch, era como si lo hubieran abandonado, ignorando el dolor que él y su hermana estaban viviendo.

Un amargo odio comenzó a crecer en su corazón, pero al mismo tiempo, sentía una profunda tristeza. A pesar de todo, quería creer que al menos protegerían a Nunnally. "Ellos deben cuidarla. Deben hacerlo," pensó, aferrándose a esa esperanza mientras intentaba calmar la tormenta dentro de él.

Pero no podía ignorar la sensación de vacío que lo consumía. Se sentía pequeño, insignificante, como un peón en el vasto tablero del Imperio Britannia. Cerró los ojos, deseando que el dolor desapareciera, pero solo se hizo más fuerte.

"Volveré, Nunnally," pensó mientras el avión descendía hacia un lugar desconocido. "Volveré por ti. No importa cuánto tiempo tome."

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El avión aterrizó suavemente en una pista privada a las afueras de Tokio. Lelouch, aún vistiendo el uniforme formal de un príncipe de Britannia, descendió por la escalera acompañado por dos oficiales que lo escoltaban. El aire de Japón era distinto al de Pendragon; más cálido, más húmedo, y sin embargo, frío en su significado. Era el aire de su exilio.

Esperándolo en el suelo estaba su nuevo "anfitrión", el Primer Ministro Genbu Kururugi, con una expresión impasible. A su lado estaban su hijo, Suzaku, de la misma edad que Lelouch, y una pequeña niña, Kaguya, que apenas tendría siete años. Los ojos de Suzaku eran de desconfianza, mientras que los de Kaguya brillaban con curiosidad.

Genbu se adelantó con la formalidad de un político.

—Príncipe Lelouch vi Britannia, es un honor recibirlo bajo mi cuidado. Espero que esta estancia sea... beneficiosa para ambas naciones.

Lelouch apenas inclinó la cabeza. Sus palabras eran cortas, pero su tono estaba lleno de desdén contenido.

—Espero lo mismo, Primer Ministro.
Suzaku dio un paso adelante, observando al príncipe con una mezcla de recelo y curiosidad.

—Así que tú eres el príncipe caído, ¿eh? —dijo con un tono burlón.

Lelouch lo miró de reojo, levantando una ceja.

—Y tú debes ser el hijo del Primer Ministro. ¿Siempre eres tan insolente o solo cuando te presentas a la realeza?

El ambiente se tensó de inmediato, pero Kaguya rompió el hielo con una risa alegre.

—¡Qué divertido eres, príncipe Lelouch! Estoy segura de que nos llevaremos bien.
Lelouch miró a la pequeña con algo de sorpresa. No esperaba una actitud tan amistosa, especialmente en un entorno donde todo parecía hostil. Inclinó ligeramente la cabeza hacia ella.

—Espero que tengas razón, señorita Kaguya.

Los días siguientes fueron una mezcla de tensiones y descubrimientos. Lelouch fue instalado en una de las habitaciones de la residencia Kururugi, un lugar tradicional pero imponente. Aunque tenía todo lo que necesitaba, no podía dejar de sentir que este lugar era una prisión disfrazada de hospitalidad.

Suzaku, quien parecía desconfiar profundamente de Lelouch, no perdía oportunidad de provocarlo. Los comentarios sarcásticos y las pequeñas disputas eran frecuentes. Sin embargo, Lelouch nunca cedía, siempre devolviendo las palabras con inteligencia cortante. Esto no hacía más que aumentar la animosidad entre ambos.

En contraste, Kaguya desarrolló una amistad inesperada con Lelouch. La pequeña, fascinada por su inteligencia y su comportamiento reservado, lo seguía por la casa, haciéndole preguntas y buscando su atención. Aunque Lelouch encontraba su entusiasmo algo molesto al principio, eventualmente comenzó a disfrutar de su compañía. Kaguya era un recordatorio de la inocencia que había perdido, pero también de lo que aún valía la pena proteger.

A pesar de las circunstancias, Lelouch no permitió que su situación lo quebrara. En lugar de eso, comenzó a usar su ira y su odio como una fuerza para impulsarse. Recordaba las palabras de su padre, las miradas de sus hermanos, y el dolor en los ojos de Nunnally. Todo eso lo llenaba de una determinación fría y ardiente al mismo tiempo.

Cada día, Lelouch se dedicaba a estudiar. Leía libros de historia, política y estrategia militar que encontraba en la biblioteca Kururugi. También comenzó a entrenar físicamente, algo que nunca había considerado importante antes. Su cuerpo, antes frágil y débil, comenzó a fortalecerse lentamente. Cada golpe en el saco de entrenamiento, cada flexión, era una forma de liberar su furia contenida.

"Si soy débil, entonces dejaré de serlo. Si soy insignificante, me volveré indispensable." Estas palabras se convirtieron en su mantra.

Un día, durante una discusión particularmente intensa, Suzaku y Lelouch terminaron enfrentándose físicamente en el jardín de la residencia. Sus diferencias finalmente explotaron en un intercambio de golpes. Aunque Lelouch había mejorado físicamente, Suzaku, más acostumbrado a las peleas, lo superaba en fuerza y agilidad.

Lelouch terminó en el suelo, con el rostro cubierto de tierra y los puños apretados de rabia. Suzaku, con el pecho agitado, lo miró con una mezcla de frustración y triunfo.

—¿Eso es todo, príncipe? Pensé que serías más fuerte.

Lelouch no respondió. Se levantó lentamente, su mirada fría clavada en Suzaku.

—La fuerza física no lo es todo, Suzaku. Un día lo entenderás.

Sin esperar una respuesta, Lelouch se alejó del jardín, internándose en los bosques cercanos.

Necesitaba alejarse, respirar, calmar el fuego que sentía arder en su interior.
Mientras caminaba por el bosque, perdiéndose entre los árboles, Lelouch sintió algo extraño.

Una presencia, una fuerza, como un susurro en el viento. Era débil, pero constante, como si lo estuviera guiando. Lelouch, movido por una curiosidad que no podía explicar, siguió ese llamado, adentrándose más y más en la espesura.

Los árboles se cerraban a su alrededor, y el aire parecía volverse más denso. Finalmente, llegó a un claro donde, en el centro, un objeto extraño descansaba en el suelo. Era un artefacto geométrico, con líneas rojas que brillaban débilmente en la oscuridad. Lelouch sintió que algo en su interior respondía al objeto, como si hubieran estado conectados desde siempre.

Se acercó lentamente, extendiendo una mano hacia el artefacto. Al tocarlo, una oleada de imágenes y sensaciones invadió su mente. Visiones de mundos lejanos, figuras encapuchadas y un poder indescriptible lo llenaron. Una voz resonó en su cabeza, profunda y autoritaria.

—Eres digno... de conocer el camino.

Lelouch cayó de rodillas, su respiración entrecortada mientras trataba de procesar lo que acababa de experimentar. Aunque no entendía lo que estaba ocurriendo, una cosa era segura: su vida acababa de cambiar para siempre.

Regresó a la residencia Kururugi esa noche con el holocrón escondido bajo su abrigo. Lo había envuelto en una manta para evitar que alguien lo viera. Su corazón latía rápidamente, no por el cansancio del día, sino por la sensación de estar al borde de un descubrimiento que cambiaría todo.

En su habitación, Lelouch colocó el artefacto sobre su escritorio. Las líneas rojas del objeto pulsaban débilmente, como si respondieran a su presencia. Se sentó frente a él, con las manos cruzadas frente a su rostro mientras lo estudiaba. A pesar de su intelecto, no podía comprender cómo funcionaba.

—¿Qué eres exactamente? —murmuró, sus ojos fijos en el artefacto. Extendiendo una mano hacia él, no pasó nada.

Durante horas, Lelouch intentó de todo. Lo presionó, lo giró, incluso intentó golpearlo ligeramente, pero el holocrón permaneció inerte. Frustrado, se dejó caer en su silla, cerrando los ojos mientras respiraba profundamente. Pero entonces, algo despertó dentro de él. Una voz en su mente, apenas un susurro.

—Tu ira es la llave. Abre la puerta con tu voluntad.

Lelouch abrió los ojos de golpe. No sabía de dónde venía esa voz, pero entendió su significado. Recordó el ataque a su madre, la indiferencia de su padre, y la traición de sus hermanos al ignorarlo. Su ira comenzó a arder en su interior, creciendo hasta convertirse en un fuego imparable. Con una determinación renovada, extendió la mano hacia el artefacto.

El holocrón reaccionó.

Una luz roja iluminó la habitación mientras el artefacto se desplegaba, revelando un núcleo brillante. Lelouch retrocedió, sorprendido, mientras una figura comenzaba a formarse frente a él. Era alta, encapuchada, y su presencia llenaba la habitación con un peso casi físico.

La figura se materializó por completo, revelando un hombre encapuchado con una máscara cubriendo la mitad inferior de su rostro. Sus ojos brillaban con un rojo intenso, y su voz resonó como un eco profundo y autoritario.

—Te saludo, joven. Soy Darth Revan, Señor de los Sith, conquistador y visionario. Dime, ¿quién eres tú para despertar mi legado?

Lelouch, aunque sorprendido, no dejó que el miedo lo consumiera. Respiró hondo y respondió con voz firme:

—Soy Lelouch vi Britannia. Y quiero saber por qué este artefacto me eligió.

Revan inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara al joven frente a él.

—No muchos pueden abrir un holocrón Sith. Este no es un simple objeto; es un depósito de conocimiento reservado solo para aquellos con el potencial y la voluntad de utilizarlo. Tú, Lelouch, posees ambos. Tu conexión con la Fuerza es fuerte, aunque aún no la entiendes. Fue tu ira, tu desesperación y tu deseo de proteger lo que abrió este holocrón.

Lelouch frunció el ceño, su curiosidad creciendo.

—¿La Fuerza? ¿Qué es eso?

Revan extendió una mano, y Lelouch sintió un cambio en el aire, como si el espacio a su alrededor vibrara.

—La Fuerza es la energía que une a todas las cosas vivas en el universo. Es el flujo que conecta todo, desde las estrellas más distantes hasta el aliento que tomas. Tú eres sensible a ella. Por eso pudiste usarla para defender a tu madre y hermana durante el ataque.

Lelouch recordó aquel momento: los atacantes volando hacia las paredes, el calor que sentía en su pecho. Ahora entendía que había algo más detrás de eso.

—Entonces... tengo un don —dijo lentamente, procesando la información.

Revan asintió.

—Un don, sí. Pero uno que pocos comprenden realmente. La Fuerza puede ser moldeada, utilizada. Los Jedi, aquellos que dicen ser los guardianes de la paz, buscan encadenarla con reglas y doctrinas. Los Sith, en cambio, entienden la verdadera naturaleza de la Fuerza: es una herramienta, un arma, y un camino hacia el verdadero poder.

Lelouch inclinó ligeramente la cabeza.

—¿Y quiénes son los Sith? ¿Qué significa ser uno?

Revan levantó la cabeza, su voz volviéndose más profunda.

—Los Sith son aquellos que abrazan sus emociones para alcanzar su máximo potencial. Donde los Jedi temen al miedo, la ira o el odio, los Sith lo utilizan. La pasión nos da fuerza, y con fuerza, alcanzamos el poder. No somos esclavos de nuestras emociones; somos sus maestros. Usamos el Lado Oscuro de la Fuerza no por simple destrucción, sino para moldear el universo según nuestra voluntad.

Revan dio un paso adelante, su presencia haciéndose aún más imponente.

—Ser un Sith no significa ser cruel sin razón. Significa comprender que el conflicto, el cambio, y la ambición son los motores del progreso. Los Jedi buscan el equilibrio, pero el equilibrio es estancamiento. Nosotros buscamos el poder para romper esas cadenas y rehacer el universo.

Lelouch escuchaba con atención, sus ojos fijos en Revan. Había algo en sus palabras que resonaba profundamente en él. Recordó las palabras de su padre sobre la debilidad, las miradas indiferentes de sus hermanos, y el dolor de Nunnally.

—Entonces, ¿qué debo hacer? —preguntó finalmente.

Revan inclinó ligeramente la cabeza.

—Aprender. Dominar tus emociones, entender tu conexión con la Fuerza, y utilizarla para alcanzar tus objetivos. Pero este no es un camino fácil. Habrá dolor, desafíos y sacrificios. El Lado Oscuro no perdona la debilidad. ¿Estás dispuesto a enfrentarlo?

Lelouch respiró profundamente, sintiendo cómo el fuego en su interior crecía.

—Lo estoy.

Revan asintió, y su figura comenzó a desvanecerse lentamente.

—Muy bien, Lelouch vi Britannia. Este es solo el comienzo. Regresa cuando estés listo para tu primera lección.

El holocrón se cerró, dejando a Lelouch solo en la habitación. Miró el artefacto con una mezcla de asombro y determinación. Había encontrado algo que prometía darle el poder para cambiar su vida y, tal vez, el mundo. Pero también sabía que esto no era un juego. Lo que venía a continuación sería más difícil de lo que jamás había imaginado.

Lelouch se levantó de su silla, mirando el holocrón con una intensidad renovada. Cerró los ojos y respiró hondo. Sabía que no había vuelta atrás. Lo que había aprendido esa noche no solo cambiaría su destino, sino también el de todos los que lo rodeaban.

Era hora de descubrir de qué estaba hecho realmente.