Capítulo 9: Entre la oscuridad y la salvación.

Sakura intentó ponerse de pie, pero sus piernas cedieron de inmediato, obligándola a caer de rodillas. Un quejido murió dentro de su boca mientras el dolor punzante en su tobillo la hacía estremecer. Pero era más que eso. Todo su cuerpo se sentía entumecido, rígido, como si el jutsu eléctrico de hace un momento aún estuviera dejando su rastro.

A pesar de ello, apretó los dientes y se obligó a levantar nuevamente. Cada movimiento le exigía un esfuerzo monumental, como si su cuerpo entero estuviera en su contra.

Ya no podía correr tan rápido como cuando subió las escaleras o atravesó el pasillo, pero avanzó como pudo mientras su mente le gritaba que siguiera adelante.

Al mirar hacia atrás, su corazón se hundió como una piedra en el agua. Allí, tambaleándose pero implacable, estaba Junko. La figura de su tutora emergía con dificultad por el marco de la ventana hacia el techo.

A pesar de las heridas evidentes y la sangre que manchaba su ropa, Junko no se detenía. Era como si su determinación la impulsara más allá de los límites de su cuerpo, y la hacían parecer imparable a los ojos de Sakura.

Pidiéndole a su pierna no flaquear, Sakura reanudó su avance lo más rápido que pudo por el techo adoquinado.

Cuando alcanzó la zona donde creía que estaba ubicado el baño, detuvo su carrera acelerada. Tomó el fragmento de vidrio, y lo aseguró entre su camiseta y el elástico de su pantalón para evitar cortar directamente la piel. Una vez que sus manos quedaron libres, se preparó para ejecutar el próximo desafío.

Sin pensarlo demasiado, se inclinó sobre el borde del techo, encontrando el tubo del agua sujeto a la pared. El corazón le martilleaba en el pecho mientras evaluaba la distancia, y aceptaba el dolor que vendría de la herida en su hombro al realizar la acción. Se aferró al tubo con ambas manos y comenzó a descender a toda prisa.

El dolor en su cuerpo era insoportable, y la rigidez de sus músculos hacía que cada movimiento fuera torpe y peligroso. Pero lo soportó, su necesidad de escapar la empujó hacia abajo hasta que finalmente sus pies tocaron el suelo.

Miró rápidamente a los lados, buscando desesperadamente una ruta que le ofreciera una oportunidad de escapar. Su mirada se fijó en la esquina cercana. Si lograba pasar unas cuantas casas, llegaría a la entrada del bosque.

Sin dudarlo, corrió en la dirección escogida.

Apretó los dientes con fuerza, tratando de acallar la vocecita en su interior que le susurraba no entrar al aterrador y tenebroso bosque.

Pero razonablemente pensó, que si quería tener al menos una oportunidad, aprovechar el follaje y las sombras para ocultarse podría ser su mejor opción. De ese modo, su rastro de sangre sería más difícil de seguir, y ella tendría más posibilidades de perder a Junko, camuflándose y aprovechando el amplio espacio.

Aunque no sabía cuantas armas le pudieran quedar en la bolsa a su tutora, Sakura sentía una pequeña sensación de seguridad, una ilusión de estar preparada para defenderse de Junko, al tener ese tosco e improvisado vidrio con ella. No era mucho, pero era todo lo que tenía y pensaba usarlo si en su intento de huida, su tutora lograba alcanzarla.

Al doblar la esquina, Sakura echó un rápido vistazo hacia atrás y se percató de algo: Junko parecía estar haciendo un esfuerzo descomunal para mantenerse en pie y seguirla.

El cuerpo de la kunoichi tambaleaba ligeramente, y sus movimientos eran cada vez más lentos y torpes.

Abandonó esa vista y siguió corriendo.

Sakura miró hacia los lados, buscando alguien que pudiese ayudarla. Pero las calles estaban vacías, todo se oía muy silencioso y no se veía ni un alma asomar por ningún lado.

En su avance desesperado, por momentos seguía mirando hacia los lados, sin perder la esperanza, pero las ventanas estaban cerradas, las puertas firmemente aseguradas y las calles desprovistas de vida.

Era como si la villa entera hubiera sido abandonada de repente, dejándolas solo a ella y a Junko atrapadas en ese juego mortal.

Ese pensamiento le heló la sangre. ¿Dónde estaban todos? ¿Por qué nadie escuchaba su respiración agitada, sus pasos torpes, o incluso los gritos agresivos de Junko? La sensación de correr por una villa deshabitada le pesaba en el pecho, como si ese mundo ninja al que tanto anhelaba entrar, estuviera diseñado para tomar acción en situaciones concretas, dejando atrás a quienes no podían protegerse por sí mismos.

¿Ese era realmente el mundo ninja que tanto anhelaba? Un lugar donde nadie respondía a los gritos de ayuda, dónde hacer caso omiso era lo primordial para no obstruir con alguna misión ejecutándose, donde las sombras parecían tragarse todo rastro de humanidad.

Cada paso que daba, dejando rastros de sangre en la tierra seca, no solo era un recordatorio de sus heridas, sino de lo lejos que estaba de la imagen idealizada que tenía en su mente. A pesar del dolor, del miedo, y de la soledad aplastante, se obligó a seguir avanzando.

"Si nadie va a salvarme, entonces tengo que salvarme sola", pensó, apretando los puños y sintiendo el fragmento de vidrio como su única conexión con la realidad.

Sus pensamientos e intentos de buscar ayuda, quedaron en segundo plano, cuando los kunais comenzaron a enterrarse en el suelo cerca de ella, silbando peligrosamente antes de pasar. Necesitaba concentrarse primeramente en el peligro, y esquivar los proyectiles. Sus pasos torpes, se volvieron erráticos, pero también desesperadamente rápidos.

—¡Sé lo que intentas! — gritó Junko desde la distancia, su voz cargada de burla y agotamiento a partes iguales. — ¡Pretendes esconderte en el bosque, como un animal herido dentro de una cueva!

Las palabras resonaron en los oídos de Sakura como un eco siniestro, cargadas con la intención de sembrar dudas. Junko no solo quería que supiera que la estaba siguiendo, sino también convencerla de que cada movimiento, cada estrategia, era predecible para ella.

La niña sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Apretó los dientes, tratando de ignorar cómo esas palabras parecían perforar su ya desgastada confianza.

No sabía que Junko intentaba manipularla, plantarle la idea de que no importaba cuánto corriera o dónde se escondiera, siempre estaría un paso adelante.

"No puede saber todo lo que hago… no puede saberlo", se repetía, como si esas palabras pudieran contrarrestar la voz de Junko que parecía leer su mente.

La vista de Sakura se centró en el bosque que se alzaba delante de ella. Era su única esperanza, su último refugio. Junko podía tomar su mente y jugar con ella, pero mientras pudiera moverse, no dejaría que la atrapara.

Los lanzamientos de Junko, aunque peligrosos y cercanos, no eran precisos.

Sakura los esquivó como pudo, sus movimientos eran suficientes para evitar el peligro inminente. Cada vez que un kunai pasaba a centímetros de ella, la niña sentía su mundo desmoronar.

No daba crédito a lo que estaba sucediendo. ¿Cómo había llegado a esto? Su mente estaba llena de confusión y miedo, pero sus pies seguían moviéndose, impulsados por el puro instinto de supervivencia.

Lo cierto era que la falta de precisión de los ataques no era casualidad. Junko estaba debilitada. Su vista, disminuida por la pérdida de sangre, hacía que su puntería fallara. Sus extremidades pesadas y frías apenas respondían.

Sakura estaba llegando al comienzo del bosque, cuando el sonido metálico de unas nuevas cuchillas, salieron del lugar donde pretendía entrar. Estos kunais pasaron a su lado, asustando a Sakura al punto de desestabilizar sus pasos. Se detuvo en seco al descubrir a dos shinobis con máscara, salir del refugio del bosque. Con preocupación, miró hacia atrás al recordar que Junko también la seguía y se localizaba justo a su espalda. Al hacerlo, dio un respingo de sorpresa. Sus ojos ampliados, expresión y cuerpo rígido mostraron el estrés desbordado. Todas las cuchillas impactaron en Junko, y aunque la vista disparó preocupación en Sakura, no fue provocado por ver a su tutora en ese estado, sino por la precisión y letalidad de los dos recién llegados.

Mientras la kunoichi caía sosteniendo sus heridas mortales, separó los labios antes de sucumbir y les habló directamente a los hombres.

—Pro- tocolo: …silenciar.

Ignorando la estrepitosa caída de la Kunoichi que colapsó al terminar de decir esas palabras, uno de ellos ladeó el rostro y le preguntó al compañero parado justo al lado:

—¿Porqué lo hiciste? ¿Fue por no llevar puesta la máscara reglamentaria? — la voz masculina se oía monótona.

—También lo viste, estaba acabada. Solo aceleré lo inevitable. — respondió concisamente la otra voz, igual de sosa.

Aceptando la respuesta como válida, el shinobi asintió y comenzó a inspeccionar con la vista los alrededores buscando movimientos sospechosos. — ¿Oíste lo que dijo hace un momento? — consultó con tono casual mientras seguía barriendo el área con sus pupilas.

—Si. — respondió escuetamente. Ambos volvieron su vista a Sakura.

Un momento atrás, Sakura se había sentido acorralada, sin salida ni esperanza. Ahora, el panorama había cambiado, pero no sabía qué pensar. Sus ojos jade, llenos de desconfianza, se fijaron en los dos desconocidos frente a ella. No sabía si eran enemigos o aliados.

—Ven con nosotros. Ya nos encargamos de esa mujer. — esbozó el hombre, su tono fingidamente amable mientras extendía una mano hacia la niña, con el claro propósito de terminar con el asunto inconcluso de Junko.

Sakura no se movió. Su cuerpo permaneció tenso, y su rostro reflejó claramente la duda que la carcomía por dentro.

—Tranquila, puedes bajar la guardia, Hokage-sama nos envió. Te llevaremos a un lugar seguro, ven.

El hombre junto al que había hablado lanzó una mirada breve, pero significativa, a su compañero tras esas palabras. Sakura lo notó, pero no entendió su significado.

Vaciló, un pie adelantándose ligeramente mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Las palabras suaves resonaron en su mente, como una promesa que deseaba desesperadamente creer.

Sus ojos bajaron a la mano amigable que se alzaba hacia ella, esperando. Todo en ella gritaba que debía desconfiar, pero el agotamiento y el dolor comenzaban a nublar su juicio. Las heridas, la lucha y la huida habían drenado sus fuerzas.

"Tal vez, esta sea la ayuda que estaba buscando." pensó, una esperanza tímida abriéndose paso en su mente.

Con un nudo en el estómago y las piernas tambaleantes, dio un paso hacia ellos. A pesar de la desconfianza persistente, decidió creer, al menos por un momento, en la aparente amabilidad de esos hombres uniformados con aspecto afable.

Avanzó con dificultad, tambaleándose ligeramente mientras el mareo limitaba su campo visual por momentos. Cada paso parecía más pesado que el anterior.

A medida que se acercaba, algo en los trajes de los hombres captó su atención. El diseño, los colores… eran como el uniforme que llevaba Junko.

Un pensamiento inquietante cruzó su mente: ¿Cómo podría el Hokage saber que estaba en peligro?

Su corazón comenzó a latir más rápido, y la desconfianza que había intentado acallar se disparó. Algo no estaba bien. La conversación previa a la mano extendida, la familiaridad de las ropas, todo parecía encajar en la imagen de un enemigo.

Los hombres se quedaron inmóviles por un momento, observándola con atención. La niña retrocedió un paso instintivamente, sus ojos jade brillando con incertidumbre y temor.

Al notar las intenciones de Sakura de alejarse, el Anbu con la mano extendida, acortó la distancia con rapidez, estirando el brazo para atrapar su corta melena rosada. La fuerza de su agarre la hizo tambalearse, y antes de que pudiera reaccionar, la atrajo hacia él con un tirón brusco.

La intención era clara: inmovilizar su pequeño cuerpo y facilitar la tarea de eliminarla.

Sakura comenzó a forcejear, pero no tenía ninguna oportunidad contra la fuerza del hombre. Una sensación desagradable, como un vacío frío, se instaló en su pecho.

Con lo poco que le quedaba de energía, movió la muñeca de su brazo ileso, hacia sus ropas. Sus dedos encontraron el fragmento de vidrio que había ocultado, y en un movimiento desesperado y certero, lo dirigió hacia arriba, buscando rasgar la carne del hombre.

El fragmento casi alcanzó su objetivo, pero el otro shinobi que todo el tiempo estuvo atento, reaccionó rápidamente.

Adelantándose, sujetó el antebrazo de Sakura con fuerza, deteniendo su ataque. — ¡Tsk! — gruñó, apretando con tal fuerza que el dolor obligó a la niña a soltar el vidrio. —¿Qué pretendías hacer? — preguntó con voz amenazante, su mirada fría la retaba a confesar sus inútiles intenciones.

El vidrio cayó al suelo, llevándose consigo la última pizca de seguridad en Sakura.

Sin mediar palabras ni perder tiempo, el shinobi apretó su agarre en el cabello de Sakura y con su mano libre le golpeó el rostro con fuerza. El impacto fue contundente, la marca rojiza en la mejilla se extendió rápidamente por el lado donde chocó la palma del hombre. La cabeza de la niña se inclinó hacia un lado y de sus labios un hilo de sangre brotó. Su visión se nubló por un momento, mientras el dolor latente en su cuerpo pareció fusionarse en un único y abrumador grito interno.

Los ojos indiferentes del agente que golpeó a Sakura, la observaron retorcer de dolor. Pero en su interior, la sorpresa lo invadía. No se esperaba lo que acababa de presenciar. La acción de la niña no mostró vacilación. La rapidez con la que intentó ejecutar su ataque era propia de alguien que había tomado una decisión definitiva, como si estuviera dispuesta a asesinar para sobrevivir.

¿De dónde había sacado el arma?

Recordó claramente cuando la vieron por primera vez, a punto de entrar al bosque. En ningún momento había sostenido algo en sus manos. Sin embargo, la cuchilla improvisada había aparecido como si la hubiera conjurado en un instante.

Frunció ligeramente el ceño detrás de la máscara, razonando en silencio. "Debió esconderla en sus ropas." concluyó, evaluando cómo el fragmento pudo haber estado oculto para no entorpecer su carrera mientras huía.

La idea le pareció acertada. Si el fragmento estaba escondido contra su cuerpo, era lógico que ellos no lo hubieran visto. Eso también explicaría los pequeños cortes en sus manos.

A pesar de la crudeza del intento de la niña, no pudo evitar sentirse intrigado. No era común que alguien así de joven mostrara tal disposición para atacar, ni esa capacidad de improvisación bajo presión. Podía ver potencial en su acción, pero la situación era desfavorable para ella.

Por otro lado, si hubiese imaginado un escenario como el de hace un instante, habría estado listo para cegar la vida de la niña de inmediato, sin darle oportunidad de reaccionar.

Pero no lo había previsto. Y ahora, aunque controlaban la situación, el recuerdo de la rapidez de su movimiento lo hacía reevaluar a la infante. Quizá no era tan indefensa como aparentaba.

—Cometí un error. — admitió el agente sin soltar el agarre sobre el cabello de Sakura. Sus dedos se aferraban con fuerza, impidiendo que la niña cayera, incluso cuando sus piernas comenzaban a flaquear bajo el peso del dolor y el agotamiento.

—Solo, no bajes la guardia. — fue la escueta respuesta del otro agente. Su tono era impasible, carente de emoción, como si estuviera dando una orden más. Acto seguido, soltó el antebrazo de la niña, que había estado sujetando con brutalidad para obligarla a soltar el fragmento de vidrio. —Termina el trabajo. Debemos volver cuanto antes a la formación. — sus palabras fueron tajantes, carentes de duda. No había lugar para la demora.

Junko, él y otros siete agentes formaban parte de un grupo de élite cuya misión era darle caza a Itachi antes de que tuviera la oportunidad de abandonar la aldea. Pero Junko había tomado una decisión unilateral, encargarse primero de la niña al sospechar que esta había escuchado información clasificada.

Ahora, con las últimas palabras de Junko, la sospecha estaba confirmada.

La tarea era sencilla: si la niña había escuchado algo, debía morir.

Un trabajo que no tomaba más que unos minutos… pero que, por alguna razón, comenzaba a demorar demasiado.

El panorama que se encontraron al llegar, fue cuánto menos, poco creíble.

El agente que abofeteó a Sakura, echó un vistazo al caos frente a él: la niña, cubierta de sangre, con un tobillo lastimado, un lado del rostro rasgado por un corte considerable y un kunai aún incrustado en el hombro. Su pequeña figura temblaba bajo su agarre, pero en su mirada aún brillaba algo que no terminaba de apagarse.

"Su voluntad, es su verdadera fuerza."

—Ya no te queda ningún elemento sorpresa, principiante. Peleaste muy bien, pero se acabó.

La mano que sostenía el cabello de Sakura descendió hasta su cuello, cerrándose con fuerza sobre su pequeña garganta. La otra mano subió para reforzar su agarre y asegurarse de estrangularla sin dar espacio a más resistencia.

Sin embargo, levantarla fue su primer error.

Desde lo alto de un árbol en la penumbra del bosque, un kunai extremadamente afilado cortó el aire con una precisión letal. En un solo movimiento certero, rebanó tres dedos de la mano del agente con sorprendente facilidad.

Los dedos amputados cayeron al suelo, salpicando la hierba con sangre caliente.

El Anbu soltó a la niña de inmediato, su instinto llevándolo a sujetar la extremidad mutilada. Se tragó el grito de dolor que buscaba salir, sus labios apenas conteniéndolo mientras su cuerpo temblaba por el impacto.

Sin perder tiempo, giró en dirección al bosque, su mirada afilada rastreando la oscuridad de donde había salido el ataque. Su compañero, igualmente alerta, desenvainó su arma con movimientos calculados.

Ambos se pusieron en guardia, listos para arremeter contra el enemigo que acababa de irrumpir en la ejecución.

El viento sopló suavemente entre las hojas, como si el bosque mismo contuviera la respiración ante lo que estaba por ocurrir.

A espaldas de ellos, Sakura cayó de rodillas, exhausta, pero aún ligeramente consciente. Su cuerpo temblaba con espasmos involuntarios, mientras su respiración entrecortada intentaba estabilizarse.

Sus ojos, vidriosos por el cansancio y el dolor, se mantuvieron fijos en los dedos rebanados que yacían sobre la hierba. La expresión en su rostro era indescifrable, atrapada entre el horror y la incredulidad. Algunas lágrimas silenciosas resbalaron por su mentón, pero no emitió sonido alguno.

Había llegado otra persona. Un desconocido.

Pero ya no tenía fuerzas para defenderse, ni su arma improvisada para intentarlo.

Su cuerpo, debilitado y maltrecho, apenas podía sostenerse en esa posición. Su mente, nublada por el agotamiento, intentaba procesar la situación. ¿Era otro enemigo? ¿O alguien que, por una vez, estaba allí para salvarla?

No podía saberlo.

Solo podía mirar, con la visión borrosa y la respiración entrecortada, mientras el mundo seguía moviéndose a su alrededor, fuera de su control antes de oscurecerse.

El Anbu, con máscara de tortuga, dirigió su mirada oscurecida por la molestia, hacia la sombra que emergía entre los árboles. Su tono goteaba recelo y desprecio cuando habló:

—Solo puedes ser tú, Uchiha Itachi. Ya deja de esc…—

No tuvo la oportunidad de terminar la oración.

Itachi no desperdició tiempo esperando a que el discurso acabe. No necesitaba tampoco ser muy perspicaz para anticipar las palabras que seguirían a continuación, así que simplemente las cortó de raíz e hizo exactamente lo que el Anbu le estaba pidiendo.

Itachi se lanzó sobre ellos con una velocidad implacable, reduciendo al mínimo cualquier oportunidad de reacción ofensiva de sus oponentes. En su mano, una espada corta brilló, su filo similar al de una catana.

Los Anbu apenas tuvieron tiempo de procesar el ataque. Cuando vieron la figura de Itachi precipitarse desde lo alto, reafirmaron su guardia de inmediato. Esta vez, llevaba su máscara habitual, no la que le había mostrado a Danzō.

El agente que había perdido los dedos reaccionó con instinto, desenfundando su espada con su mano sana. Pero no fue suficiente. Itachi ya estaba sobre ellos.

El tiempo se les había agotado.

El primero, el que había intentado estrangular a Sakura, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la espada de Itachi le abriera profundas heridas con cortes precisos y letales.

El Uchiha, moviéndose con una velocidad inhumana, lo atravesó con su hoja, perforando su torso con una precisión quirúrgica. Antes de que el Anbu pudiera siquiera soltar un quejido, Itachi giró sobre su propio eje y, con una patada devastadora, lo lanzó lejos, haciendo que su cuerpo se estrelle contra un árbol cercano.

El movimiento no fue solo un ataque, sino una maniobra para liberar su espada de la carne del hombre. Con la hoja aún goteando sangre, Itachi no perdió un segundo.

Giró de inmediato y, con una fluidez espeluznante, lanzó el arma con precisión milimétrica hacia el otro Anbu, el que había abofeteado a Sakura.

El filo cortó el aire en un instante.

El agente apenas pudo ver la sombra del arma antes de que esta se hundiera en su cráneo con un impacto certero y final. Su cuerpo cayó de manera incómoda, desplomándose en un ángulo extraño sobre la tierra.

El silencio debió ser absoluto.

Pero no lo fue.

Los oídos de Itachi captaron un sonido pausado, casi imperceptible: el roce de unas sandalias ninja avanzando lentamente sobre el pasto a su retaguardia.

Sin perder tiempo, se giró en busca del shinobi que aún se aferraba al combate.

Increíblemente, el Anbu se había puesto de pie.

A pesar de la brutal perforación de su abdomen y del impacto que había hecho crujir su espalda contra el tronco del árbol, el hombre con la máscara de tortuga se había levantado nuevamente. Su cuerpo temblaba ligeramente, pero su postura buscaba firmeza.

La sangre empapaba sus prendas, manchando el suelo con charcos carmesí que crecían con cada segundo que pasaba.

El Anbu respiró hondo, y apretó con fuerza el puño. Aún no había caído, aún tenía un deber que cumplir.

Itachi no esperaba menos de un soldado de élite, sin embargo, no planeaba darle otra oportunidad.

Con una mirada determinada, el Anbu se enderezó en silencio. A pesar del dolor evidente en su cuerpo, su voluntad de luchar permanecía intacta.

Sin perder más tiempo, acortó la distancia entre ambos, lanzando múltiples shuriken con precisión calculada.

A los ojos de Itachi, la técnica de lanzamiento del agente era impecable. Su tiempo de respuesta, considerando que había sido atravesado por una espada momentos antes, era excepcional. Cualquier otro shinobi habría caído en vez de levantarse.

Pero no tenía ninguna oportunidad contra él.

Su sharingan captó con claridad la trayectoria de cada cuchilla lanzada, anticipándose con facilidad a su recorrido. Valiéndose de su velocidad, Itachi esquivó cada una sin esfuerzo, su cuerpo deslizándose entre los proyectiles con precisión.

Cada shuriken pasó de largo, cortando el aire donde Itachi había estado apenas un instante atrás.

El Anbu no se detuvo. Seguía avanzando, pero en su mirada, detrás de la máscara de tortuga, ya comenzaba a reflejarse la verdad innegable: estaba enfrentando a alguien que existía en un nivel muy por encima del suyo.

A pesar de la sangre que no dejaba de emanar de sus heridas, llegó hasta Itachi sin titubeos, su kunai dispuesto a terminar el enfrentamiento.

Itachi sacó el suyo en un movimiento fluido, y en un instante, ambos chocaron en un intercambio feroz.

El sonido metálico de las hojas al chocar resonaron un par de veces en el aire, cada impacto más fuerte que el anterior. La fuerza empleada se volvía más intensa con cada segundo que pasaba, ambos buscando abrir una brecha en la defensa del otro.

Itachi no podía permitirse prolongar ese enfrentamiento.

Cada instante adicional aumentaba el riesgo de sufrir un corte, o un golpe que alterara el flujo de su chakra, comprometiendo su forma.

Adelantándose a la estocada del Anbu, Itachi reaccionó con la misma naturalidad con la que solía moverse en sus entrenamientos. Saltó con precisión calculada, replicando los movimientos pulidos de sus prácticas de kunai, y lanzó su arma con la misma exactitud letal con la que había perfeccionado su técnica durante años.

El filo cortó el aire en un instante, atravesando la penumbra con una trayectoria impecable hasta incrustarse en el cuello del shinobi, justo donde había apuntado.

El Anbu cayó pesadamente al suelo, su cuerpo desplomándose sin resistencia, su vida apagándose en un instante.

Un segundo después, los pies de Itachi hicieron lo mismo, aterrizando sobre la hierba con una fluidez que contrastaba con la brutalidad del asesinato.

No se molestó en confirmar la muerte. No era necesario.

Sabía que ambos hombres estaban muertos.

No había margen de error en la ejecución de sus lanzamientos.

Giró en dirección a Sakura. La vio cubierta de sangre y tendida sobre el pasto.

Sus ojos se abrieron por la sorpresa y sus pupilas se contrajeron inmediatamente.

Con prisa fue hasta ella y arrodilló a su lado. Alzó su muñeca y comprobó el pulso. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo cuando sintió el latido continuo golpear contra la yema de sus dedos.

Para su corta edad y su nula formación shinobi, era prácticamente un milagro que sobreviviese a todo eso. Si observaba las heridas, sería extraño que no hubiese sucumbido. Su cuerpo había sobrepasado los límites que podía sobrellevar un niño.

Inconscientemente, las manos de Itachi se apretaron en un puño, cuando a su mente llegó el pensamiento de que estuvo a punto de llegar tarde otra vez.

Apartando esa idea, Itachi estiró las manos y cargó con suavidad a Sakura con cuidado, asegurándose de no agravar sus heridas.

El peso de su frágil cuerpo en sus brazos le recordó que, aunque hubiera llegado al borde… esta vez, sí había llegado a tiempo.

Fin del capítulo 9.