"Todo fue muy rápido: los marines arrestaron a Nami como la mayor criminal vista, se la llevaron al interior del barco con lo poco que vestía. Antes de eso Vivi gritó, gritó hasta dejarse la voz como una completa histérica en el intento de impedir que le arrebataran a su amiga de su lado.
[...]"
TRAICIÓN PLANIFICADA
CAPÍTULO 29: MI SUEÑO
El cuerpo de Nami, ahora una sombra de lo que fue, seguía pudriéndose entre las frías y mohosas paredes de las celdas del barco. Ese era el castigo para Nami por matar a dos soldados marines; un precio alto por defender a una princesa cuya vida valía más que la suya.
Y es que allí dentro, los días para Nami se habían vuelto tan oscuros como la noche misma. El agua, el pan duro, la humillación. Cada visita de los soldados de ese barco era un desfile de sonrisas maliciosas, como buitres rodeando un cuerpo indefenso.
—Te traemos la cena. ¿Ya ni agradeces? —se burló uno de los dos soldados.
—Deberías hablar más, perra. Quizás eso te haga sentir menos sola. —El pan cayó al suelo. —Va, tómalo.
Nami no se movió ni un centímetro.
—¿Será que lo prefieres así? —aplastaron el pan hasta que la humedad lo convirtió en una masa pastosa.
—Mírala. Ahora es tan... domable, ¿verdad? —Su compañero rió.
—Sí, pero hasta las cosas rotas tienen utilidad.
Los ojos de los hombres se tornaron duros e insolentes. La pelirroja cerró los suyos mientras sentía las manos que no eran de ella tocándola como si fuera un objeto. No era dolor. No era odio. Era vacío, profundo y absoluto.
La única imagen que flotó en su mente fue la de Vivi corriendo bajo el sol de Arabasta. Allí estaba su esperanza, su única certeza. Si pudiera creer aunque fuera por un momento que esa era la realidad allá afuera, entonces tal vez podría irse en paz convencida de que su sufrimiento no había sido en vano, que había honrado la última voluntad de Nojiko y mantenido su promesa con Luffy.
Aunque el verdadero sofoco sucedía dentro de su mente. Allí dentro escuchaba aquella voz tan nítida como si estuviera junto a ella.
—No te rindas, Nami.
Las palabras de Luffy no eran compasivas, sino llenas de determinación.
Un pequeño sollozo escapó de su garganta.
¿Qué pensaría Luffy en ese momento si viera cómo la manoseaban esos seres que desprendían una luz tan oscura? ¿Y qué hubiera hecho él por proteger a Vivi jugando con sus mismas cartas en un barco de la Marina?
"Maldita sea. No me rindo, Luffy", pensó, mientras las lágrimas la desbordaban. "Pero esto... esto es más de lo que puedo soportar."
La imagen de Luffy no se desvaneció. Seguía ahí como una llama débil en medio de la oscuridad.
Cuando los marines se marcharon de la celda satisfechos del encuentro, el agotamiento venció a Nami. Cerró los ojos y el sueño la arrastró como una última huida del dolor, pero incluso en la oscuridad la llama de Luffy seguía ardiendo recordándole que aún no era el final.
A la mañana siguiente, de nuevo, el familiar tintineo de llaves seguido de pasos firmes tensó el cuerpo a Nami, lo que ella no esperaba era que esta vez sería diferente: era un guardia que venía acompañado.
—¿Sigues con vida, mujer? Vienen a comprarte.
¿Comprarla?
Sonó el clic de la pesada cerradura abriéndose y lo siguiente fueron pasos de los dos compradores acercándose a su cuerpo. Estaba muy débil para abrir los ojos y levantar cabeza. Sintió que aquellos dos individuos se habían detenido a contemplarla seguramente impactados por su aspecto. Ella, atrapada entre las oscuridad y la piel herida, veía su propia dignidad desvanecerse como tinta derramada sobre papel que nadie intentaría leer jamás.
—A una joven dama... ¿Cómo han podido...? —masculló con espanto uno de ellos.
—Recuerde que es un trato, majestad —le rebatió el marine.
En ese instante, la pelirroja sintió cómo el otro comprador, el que no había hablado aún, tenía la consideración de tapar su cuerpo desnudo y magullado con un abrigo de seda. Esas manos cálidas acomodaron la cabeza de la pelirroja sobre su falda con una delicadeza indescriptible.
—Te he hecho esperar demasiado... Soy un desastre ¿verdad que sí, Nami-san?
—¿Eres tú, Vivi...?
Vivi asintió apenas pudiendo contener las lágrimas. Sus ojos, rojos e hinchados, se encontraron con los de Nami, y sin poder evitarlo sus lágrimas cayeron sobre las mejillas esqueléticas de la joven.
—Te sacaremos de aquí. Te recuperarás enseguida ya lo verás, y entonces... No... Perdóname... —se derrumbó incapaz de seguir con palabras vacías —. No debí permitir que pasaras por esto sola. Lo siento... ¡LO SIENTO TANTO, NAMI!
El sol de Arabasta brillaba en el horizonte.
El país de los Nefertari era un vasto desierto dominado por dunas de arena dorada que se elevaban majestuosamente.
En el gran palacio real de Alubarna la imponente capital, una gran edificación de mármol y oro, se postraba Nami en una cama de dosel rodeada de cortinas de seda y muebles ricamente adornados. La habitación estaba impregnada con el aroma de incienso y aceites perfumados creando una atmósfera de tranquilidad y serenidad en medio del bullicio de la capital.
Nami despertó muy lentamente.
Sus músculos estaban adoloridos, su piel aún sentía el frío de la celda, pero el olor a incienso y el suave murmullo del viento le hicieron darse cuenta de que ya no estaba en la prisión.
Era como haber encontrado el cielo.
—¿Dónde...? —susurró apenas moviendo los labios.
—Bienvenida a Arabasta. Has dormido por días.
—Arabasta...
—Te trajimos al palacio, Nami.
La princesa mantuvo la lejanía con la cama todo el rato. Sabía que la pelirroja necesitaba espacio. Había sido testigo de demasiadas cosas.
Por otro lado, la pelirroja giró ligeramente la cabeza hacia la princesa. La culpabilidad flotaba en el aire en ambas direcciones.
Nami hizo un esfuerzo por hablar:
—No era necesario.
—¿Cómo no iba a serlo...? Fue por protegerme que acabaste así.
—¿Cuánto dinero te pidieron por mi liberación?
—El dinero no es problema —Vivi agachó la cabeza sintiendo el peso de la impotencia —Yo te hice esperar en ese infierno, y sin la ayuda de padre no hubiera podido sacarte por mí sola.
Nami negó con una débil sonrisa y susurró:
—Al menos lo lograste que es lo que cuenta. Gracias, Nefertari Vivi.
A la princesa se le atoró un nudo en la garganta.
Ante aquella sonrisa triste, conocía lo que había detrás: la historia de Nami sobre intentar salvar a su gente con dinero arriesgando todo, tanto su pasado como su futuro, y perdiéndolo todo al final del camino.
Al recordar el fatal desenlace de Erlandia, a Vivi se le encogió el corazón pero ahora no podía permitirse mostrar debilidad, por tanto, se incorporó rápido diciendo que era hora de dejarla reposar.
—Descansa, Nami-san. Volveré por la madrugada para verte y no te preocupes, ningún guardia real tiene permitido entrar.
—Espera.
—Sí, ¿qué pasa? —dijo Vivi girando sobre sus talones.
—¿Sabes algo de Luffy y los demás?
—Dudaba si contártelo hoy. —con una expresión más solemne tomó el periódico del cajón de su mesita. —Léelo con calma, por favor.
Nami nerviosa, embargada por la intriga y la emoción, y casi sin fuerzas para tomar el periódico que le tendía lo desdobló como pudo. Sus ojos buscaron la respuesta que su corazón necesitaba. "BUSTER CALL EN ERLANDIA. Una vez más los piratas del Sombrero de Paja lograron escapar con vida del ataque de la Marina." Entre sus manos el periódico temblaba y las lágrimas comenzaron a brotar. "Están vivos..." repitió por dentro, mientras el peso de la culpa se disolvía. Luffy había cumplido su promesa, y ella podía respirar nuevamente.
El hombre que le había prometido que saldría con vida de allí y que se volverían a encontrar una vez se convirtiera en el Rey Pirata, estaba vivo.
—Logró escapar...
—Luffy-san no se rindió y no lo hará hasta lograr su sueño. Pero... ¿cuál es el tuyo, Nami?
—Mi sueño... —musitó Nami.
—Quédate en Arabasta hasta que te sientas lista para decidir. Mi deseo es devolverte el favor, cuidarte y ayudarte a sanar.
Esa noche, Nami, agotada, permitió que su cuerpo descansara, aunque su mente seguía atrapada entre el mar que había dejado atrás y la vida tranquila que aún no sabía si quería abrazar.
Medio año después de la llegada de la pelirroja al reino de Arabasta, Nami había consiguido su peso y color básicos.
Ella permanecía sentada junto a la ventana, con la mirada perdida en el vasto paisaje desértico. De repente, un pelícano New Coo llegó volando y se posó con agilidad sobre el alféizar de la ventana, dejando caer un periódico. Con una sonrisa melancólica, ella lo recogió y lo leyó. No le quedó otra que suspirar sintiendo una mezcla de nostalgia y cariño.
—Cielos... Ya te han vuelto a subir la recompensa. No tienes remedio, tonto.
No podía evitar sentir que, en algún rincón del mundo, Luffy continuaba con sus aventuras siendo el mismo pasara medio año o un siglo.
Esta vez, Nami acarició al pelícano, y este con un graznido la miró confundido antes de alzar el vuelo de nuevo y desaparecer en el horizonte, hacia un destino incierto.
Con el cartel de se busca aún entre sus manos, la pelirroja miró al cielo. Otra vez Luffy marcaba el germen de su deseo por salir adelante. Ella también era igual, como un pájaro con alas rotas con ganas de volar porque en el fondo de su ser, una chispa luchaba por mantenerse encendida.
No se trataba solo de vivir para los demás (como lo hizo por un tiempo con el rescate fallido de su hermana y su pueblo, y después Vivi y finalmente esperar a Luffy hasta convertirse en el Rey de los Piratas), sino de encontrar una razón por vivir por sí misma.
Con el pasar del tiempo, le quedaba una pregunta sin respuesta: hasta cuándo esa vida sin propósito sería suficiente para ella.
—¿Estos barcos siempre parten de madrugada? —preguntó Nami mientras paseaban por el puerto. Observaba los barcos mercantes balanceándose en el agua.
Vivi la miró. Había notado algo oculto en su sonrisa.
—Así es. Te veo muy interesada.
—Me encantaría entrar para verlo por dentro. ¿Y tú, Vivi? ¿No echas de menos navegar?
—A veces... Pero lo tuyo va más allá, ¿verdad?
—Es inevitable —respondió Nami tras una breve pausa—. No puedo quedarme aquí por siempre bajo el ala de tu familia. Mi sueño es dibujar el mapa del mundo entero. Y para eso, tengo que volver al mar, redescubrir mi conexión con él y tal vez, enmendar mis errores.
Vivi asintió lentamente.
—Es natural. Has crecido en el mar. Lo he notado en ti desde el principio, de ahí tu innata habilidad para leer el clima.
—Quién sabe —carcajeó Nami, alzando la vista a las embarcaciones otra vez—. Solo sé que el horizonte me llama.
La princesa sonrió con un deje de nostalgia. Pensó en qué decir, en cómo decirlo. Dudó por un segundo antes de hacerle la pregunta.
—¿Adónde irás? ¿Tienes pensado ir a buscarlo?
—No, aún no. Para estar al lado de Luffy y los otros, tengo que ser más fuerte para no ser una carga otra vez. —Su voz se suavizó un poco al final—. Aunque... Si voy a buscar a Luffy, ¿no estaría rompiendo mi promesa de esperar a verlo convertirse en el Rey de los Piratas?
—En este caso, creo que él preferiría que rompieras la promesa.
Ambas rieron, aunque sus risas se apagaron rápidamente dejando un silencio cargado de comprensión entre ellas.
—Bien, entonces... —dijo la princesa finalmente —, necesito saber cuándo será la partida, para dejarte todo listo: enseres, material de navegación, comida... ¡Ah, cierto! También debo preparar una fiesta de despedida por todo lo alto. Con todo lo que has hecho por mí, nada será suficiente.
—Gracias, por todo. Te lo haré saber muy pronto.
Una noche de las siguientes, Vivi se despertó en plena noche, inquieta. Algo no estaba bien. Salió en silencio de su habitación recorriendo los pasillos del palacio con pasos suaves. Cuando llegó a la puerta de Nami, se detuvo un momento antes de empujarla.
La habitación estaba vacía, pero algo llamó su atención: la ventana abierta. Al acercarse vio que en la mesa había varias cosas desordenadas. Un par de mapas, ropa que Nami había dejado atrás...
El aire nocturno se sentía pesado.
Vivi miró a su alrededor, reconociendo que lo que quedaba no era una despedida común. No había un "adiós", no había un "nos volveremos a ver". Solo el sonido de la brisa nocturna y el vacío de una habitación.
En ese momento, lo entendió todo.
Nami había decidido irse por su cuenta, sin pedir nada. Cuando las personas actúan diferente siempre hay una razon: no quería deberle nada a nadie. No quería que Vivi sintiera que la había ayudado hasta el final y lo había hecho a su estilo: sola y sin tener que rendir cuentas.
La princesa del desierto tomó unos prismáticos y miró hacia afuera y en el horizonte, al fondo, divisó las velas blancas de los barcos mercantes avanzando lentamente hacia el oceáno negro. Había una mezcla entre dolor y conciencia que le atravesó el pecho al verlas desaparecer poco a poco.
—Por eso me pediste ir al puerto, para analizar tus posibilidades... —murmuró. Con los ojos cristalinos vio cómo los barcos se fusionaban con el sol naciente que empezaba a asormarse. —Cuídate, Nami... Has decidido ser inmensa y ahora vas a serlo.
CONTINUARÁ
