-Nos vemos mañana-se despidió de él, forzando una sonrisa, y empuñando la llave en su mano derecha la deslizó a través de la vieja cerradura, llena de dudas. El auto dio marcha atrás en el polvoriento camino de tierra y desapareció prontamente, dejándola sola.

La tarde empezaba a ceder espacio a la noche y los colores del atardecer se entre mezclaban con la oscuridad nocturna, notó ella distrayéndose con el paisaje que rodeaba la casa de dos pisos.

La vetusta propiedad que recién había legada de un pariente al que, siendo sinceros, jamás había visto, pareció crujir casi por completo cuando, por segunda vez en esa semana, sus pesadas puertas de madera volvían a abrirse ante sus ojos.

Exhaló pesadamente antes de decidirse a entrar, preguntándose si realmente debía quedarse ahí sola, completamente sola, toda la noche.

Un escalofrío la recorrió completa y una corriente eléctrica le pinchó en la planta de los pies nada más entrar a la casa. Ella se apresuró a encender las luces del lugar, tal cual se lo había explicado el abogado, cinco días atrás, golpeando con todas sus fuerzas el interruptor que estaba casi escondido en la entrada.

-Auch! -se quejó infantilmente, pero de inmediato se emocionó al ver la luz llenando cada rincón de la estancia.

Los muebles, cuadros e incluso las lámparas esquinadas y una figura masculina esculpida, cual David de Miguel Ángel, permanecían cubiertos por gastadas sábanas, que otrora habían sido blancas y a la sazón lucían gruesas capas de polvo y telarañas por doquier. Toda una casa embrujada, solo hacía falta que un gato negro brincara de algún rincón.

Se abrazó a sí misma, intentando reconfortarse y darse ánimos para no salir corriendo de ese sitio en ese mismo instante. ¡Con el pánico que le tenía ella a esos animales! ¡Solo esperaba, rogaba más bien, no tener que toparse con uno de esos animalitos tan...tan, fastidiosos y escurridizos!.

Sin más opciones, pronto dejó su escaso equipaje, apenas un bolso de mano, junto a la escalera de caracol y volvió tras sus pasos para cerrar la pesada puerta.

La noche ya había rodeado la propiedad, aunque el sol parecía negado a marcharse en el distante y borroso horizonte. Ella dio una última mirada a los alrededores, asomando afuera el rostro, con la precaución de quien se siente observada. Miró, con mucha atención los árboles que rodeaban la casa, una masa espesa de enormes troncos y engranaje de ramas que se abrazaban sin dejar espacio a nada. Los brillantes ojos amarillos de un búho se encontraron con los suyos. La enigmática ave emitió un sonido que recorrió como un eco el bosque, antes de batir sus alas y echarse a volar.

Ella continuó mirando los alrededores, el jardín, o aquello supuesto a serlo, estaba completamente fuera de control, creciendo indiferentes las flores y la maleza. Después de todo, aquella casa llevaba ya 11 años deshabitada. El aullido de un animal la hizo salir de sus cavilaciones y retroceder nerviosa para cerrar presurosa el acceso.

Para bien o para mal, la enorme propiedad legada solo tenía una puerta de entrada, aunque eso sí, varias enormes ventanas recubiertas por gruesas cortinas de color rojo vino.

En ese momento eran las 6:43 pm, lo supo con exactitud cuando miró el reloj en su muñeca izquierda. Bien, solo tenía que soportar hasta el amanecer y listo. El abogado pasaría a buscarla a las 6:30 am. Sencillo, se repitió por milésima vez.

Al principio, las condiciones de su herencia le parecieron simplemente absurdas. Sin embargo, terminó accediendo a ellas. Después de todo, siendo huérfana, no tenía a nadie en quien apoyarse y la noticia de haber legado una enorme suma de dinero y propiedades le parecía casi un milagro.

Si demostraba su valor, ¿eso quería el difunto?, en fin, que, si pasaba la noche en aquella casa de dos pisos en mitad del bosque, podría cumplir su sueño de viajar y entrenar sin preocupaciones.

Unió ambas manos con devoción, apoyó su frente en ellas y elevó una plegaria sencilla:

-Por favor, por favor, realmente quiero esto, permite que lo logre. Mi futuro depende de esta noche. Nunca he pedido nada. Pero ahora. Solo pido valor para resistir hasta el amanecer.

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Las primeras tres horas se escurrieron lento, muy lento, en el reloj, al punto de que casi creyó estar enloqueciendo cuando vio que la manecilla apenas iba alcanzando las once de la noche.

Ella, decidida a no quedarse dormida, había estado limpiando y sacudiendo aquí y allá, convencida de que de ese modo el tiempo pasaría más rápido.

Recogió las sábanas y descubrió los muebles, desempolvando lámparas y figuras esculpidas. Acomodó libros. Leyó algunas hojas, pero las dejó todas sin terminar, recorrió el piso superior, revisó casi cada rincón, probando las instalaciones como ricitos de oro en casa de los osos...y hasta le sobró tiempo para comerse el sándwich de jalea y mantequilla de maní que llevaba en su bolso. El jugo no lo probó, si no estaba frío, perdía su completo interés. ¡Pero apenas eran las 10:50 pm!. Se sentía perdida en la dimensión desconocida.

Aburrida y sin mucho por hacer, ella se dejó caer sin cuidado en una de las camas de las habitaciones superiores, llevando consigo un libro escogido al azar.

Ojeó las primeras páginas sin interés, meciendo ambas piernas de vez en vez, casi como un ritual para no quedarse dormida y justo cuando el sueño la empezaba a vencer, lo escuchó.

Se levantó ágilmente de un salto, casi al mismo tiempo en que la pesada puerta crujía al abrirse.

Nerviosa, se apresuró a revisar los bolsillos de su gastado pantalón.

- ¡Las llaves! -se regañó alarmada ante el descuido.

Con el miedo en los huesos, se aventuró a abrir levemente la puerta de la habitación. Nada. Desde donde estaba no alcanzaba a ver nada, pero envalentonada por el silencio del piso inferior, se arrastró sobre la madera ya limpia hasta llegar al barandal de la escalera.

¿Era posible tener tan mala suerte? O ser tan descuidada, más bien. ¡¿Por qué?!, ¡¿Por qué?!, ¡¿Por qué?!, tenía que aparecerse un ladrón en medio de la nada justo cuando ella debía pasar la noche ahí sola...

La puerta de madera estaba abierta y la densa oscuridad del exterior se peleaba con la tenue luz emitida por el fuego casi extinto de la chimenea, pero no veía a nadie ahí. Y no sabía si eso era peor.

Con el corazón latiéndole pesadamente en el pecho, se obligó a incorporarse y bajar con cuidado algunos escalones, queriendo adelantar la vista a sus propios pasos.

Descalza, anduvo hasta llegar hasta el final de la escalera, cuidando no hacer ruido. Nadie. La puerta abierta dejaba colar dentro el aire frio de la noche. Ella miró, entornando los ojos hacia la cocina, a su derecha, al final del pasillo antes de avanzar hacia su objetivo. Pero le fue imposible distinguir algo desde donde estaba.

Con extremo cuidado, conteniendo la respiración, se acercó a la ventana principal y, desde ella, descubrió que afuera se encontraba un auto estacionado. La puerta del copiloto abierta. Los faros apagados. La luz de la luna apenas reflejándose sobre él.

-De lo contrario, date por muerto-escuchó amenazar una voz masculina y acto seguido el golpe de la portezuela del auto chocando descuidadamente se dejó oír. -Jodido imbécil- se quejó y sus pesados pasos resonaron en la entrada casi de inmediato.

Ella se giró rápido y mal escondida tras la cortina rojo vino, casi se le escapa un grito de terror, apenas cubierto por sus propias manos, al escuchar pasos ya moviéndose en la sala y ver la sombra de una silueta revisando sin prisa los adornos de plata y los costosos cuadros de colección colgados en las paredes.

-No estás en una galería, deja de perder el tiempo-escuchó decir desde la puerta-Ve por la chica.

No hubo respuesta. Solo silencio durante varios segundos. Ella, mientras tanto, evaluaba sus posibilidades de huir. Uno de ellos estaba cerca de la chimenea y el otro se encontraba justo en la . ¿Cuánto tiempo llevaba aquel sujeto ahí?, ni siquiera había notado su presencia ahí

[Imposible, es imposible-pensó agobiada. Por más que ella fuese aficionada a las artes marciales aquellos dos podían incluso llevar armas consigo.

-Debe estar dormida. Tomemos las cosas de mayor valor y vámonos-respondió finalmente el otro hombre.

-Eres tonto o solo quieres molestar a tu padre? Necesitamos al legatario. Ve a buscar, registra cada rincón de la casa.-ordenó

-Ve y busca tú-respondió con indiferencia el otro, descolgando uno de los cuadros cuidadosamente.

Uno de los valiosos jarrones cayó a espaldas de ambos hombres. Los dos giraron en dirección al sonido y de inmediato intercambiaron miradas en silencio.

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Nota de la autora: Buenassss, esta historia no esta terminada, serán tres partes, pero quería publicar hoy, sí o sí, por aquello de las festividades octubrinas!

Por cierto, un legatario es una persona que recibe un legado, es decir, un bien, derecho o cantidad de dinero que se deja a alguien en un testamento. El legado puede ser específico (un objeto particular o una suma de dinero) o universal (una parte de la herencia total).

El legatario no es necesariamente un heredero; mientras que el heredero asume la totalidad de la herencia, el legatario solo recibe los bienes o derechos que se le hayan asignado en el testamento.

Ya saben quien es la persona que está en la casa como legatario? quienes son los asaltantes? quién es el abogado? no?

Bueno, espero volver pronto con la actualización y las respuestas, besitos!