Hinata estaba de rodillas, atada con gruesas cuerdas reforzadas con chakra, en el centro de una cueva iluminada únicamente por antorchas. Tenía una profunda herida en el hombro izquierdo y varios moretones en los brazos y piernas. La misión había sido un fracaso; había subestimado la cantidad de miembros de Akatsuki presentes en la base.
Hidan, sentado a pocos metros de ella, limpiaba perezosamente su guadaña mientras hablaba con Kakuzu.
—¿Qué hacemos con la Hyuga? —preguntó Hidan, lanzándole una mirada de burla a Hinata—. ¿Un sacrificio a Jashin, tal vez?
Kakuzu negó con la cabeza, su tono práctico.
—No hasta que sepamos cuánto vale para Konoha. Puede que la aldea ofrezca una buena recompensa.
Hinata apretó los dientes, tratando de mantener la calma a pesar del dolor. Intentó reunir chakra, pero el sello que Kakuzu había colocado en sus muñecas bloqueaba cualquier intento de usar sus habilidades.
—Ni lo intentes, niña. No te vas a escapar —advirtió Kakuzu, sin siquiera mirarla.
Mientras tanto, en la oficina del Hokage, Minato Namikaze observaba a Itachi con una expresión seria.
—Itachi, la misión de Hinata ha sido comprometida. Ha caído prisionera de Akatsuki.
Itachi, cuya expresión normalmente era imperturbable, se tensó visiblemente. Sus ojos se estrecharon, y su voz salió grave.
—¿Dónde está?
Minato levantó una mano para calmarlo.
—Entiendo tu preocupación, pero no podemos permitirte ir. Akatsuki es demasiado peligrosa.
Itachi dio un paso adelante, su mirada ardiendo con determinación.
—Hokage-sama, con todo respeto, no voy a quedarme aquí mientras Hinata está en peligro.
Minato suspiró, sabiendo que este enfrentamiento era inevitable.
—Itachi, incluso tú no tienes el poder para enfrentarte a ellos solo.
Itachi lo miró directamente a los ojos, y sus pupilas cambiaron. El Sharingan evolucionó frente al Hokage, transformándose en el Mangekyō Sharingan Eterno. Las marcas rojas en sus ojos parecían girar con un poder casi hipnótico.
—Subestimarme sería un error, Hokage-sama.
Minato levantó una ceja, impresionado. —El Mangekyō Sharingan Eterno... Pensé que solo existía en las historias. ¿Cómo lo conseguiste?
Itachi mantuvo su mirada fija.
—Mi primo Inabi Uchiha. Antes de su muerte, me entregó sus ojos, confiando en que protegería no solo al clan, sino también a la aldea. Este poder me permite hacer lo que otros no pueden. Y ahora, lo usaré para salvar a Hinata.
Minato guardó silencio por un momento, procesando la confesión. Finalmente, cedió.—Muy bien, pero no irás solo. Llevarás a Sai contigo.
Itachi y Sai avanzaban por el terreno rápidamente, moviéndose como sombras entre los árboles.
Sai, siempre curioso, rompió el silencio.—No pensé que fueras alguien que rompiera las normas por algo personal.
Itachi apenas lo miró.—No rompo las normas. Solo ajusto las prioridades.
Sai esbozó una pequeña sonrisa, decidiendo que era mejor no seguir insistiendo.
Desde la distancia, oculto en los árboles, Deidara los observaba con una sonrisa burlona.
—Ah, esto será interesante. Parece que el príncipe oscuro de Konoha va al rescate de su princesa.
Sin perder tiempo, Deidara fue en busca de Gaara, debían rescatar a su amiga.
En la base de Akatsuki, Hinata estaba más pálida que de costumbre; el dolor la estaba debilitando. Hidan se acercó a ella con una sonrisa sádica, sosteniendo su guadaña cerca de su cuello.
—¿Sabes, Hyuga? Serías un sacrificio perfecto. Pero antes, ¿qué tal si jugamos un poco?
Hinata levantó la cabeza, sus ojos plateados llenos de determinación. —No... permitiré que me usen para sus fines.
Hidan soltó una carcajada. —Oh, tienes espíritu. Me encanta romperlo.
En ese momento, un fuerte estruendo sacudió la cueva. Las antorchas parpadearon, y la entrada principal se llenó de humo y polvo.
—¿Qué demonios...? —murmuró Kakuzu, poniéndose en guardia.
Cuando el humo se disipó, Itachi y Sai estaban allí, con las armas desenvainadas y listos para pelear.
—Hinata, he venido por ti —dijo Itachi, su tono más intenso de lo habitual.
Hinata sintió un nudo en la garganta. Por primera vez, vio algo diferente en sus ojos: una pasión y preocupación que nunca había visto antes.
—Itachi...
Pero antes de que pudiera decir algo más, Kakuzu y Hidan se lanzaron al ataque, y la batalla comenzó.
Hidan giraba su guadaña mientras sonreía, Kakuzu flexionaba sus múltiples brazos, y la tensión crecía como un peso tangible en el aire. Hinata, amordazada y atada, observaba con los ojos bien abiertos desde una esquina, la esperanza en su mirada posada en Itachi.
"No te rindas, Itachi…", pensó mientras una punzada de dolor atravesaba su hombro herido.
Itachi avanzó un paso, su mirada fija en Kakuzu, su principal amenaza. A su lado, Sai desenrollaba un pergamino con su característico aplomo.
—Sai —dijo Itachi en voz baja—. Ocúpate del parlanchín. Yo me encargo del otro.
Sai asintió, pero antes de que pudiera atacar, una explosión resonó en la entrada de la cueva. Pedazos de roca volaron por todas partes, y del polvo emergieron Gaara y Deidara.
—¿Qué hacen ustedes aquí? —preguntó Itachi con su tono inexpresivo, aunque había un destello de reconocimiento en sus ojos.
—Salvar a Hinata —respondió Gaara con calma.
Deidara chasqueó la lengua. —No es por ti, Uchiha. Hinata es mi mejor amiga, y no puedo dejarla con estos locos.
—Lo que sea —replicó Itachi, con una leve inclinación de cabeza—. No estorben.
Hidan, emocionado por la nueva audiencia, corrió hacia Sai y Deidara. —¡Más sacrificios para Jashin-sama!
Sai conjuró dos leones de tinta que se lanzaron hacia él, mientras Deidara tomaba arcilla de su bolsa y la moldeaba rápidamente en pequeñas aves explosivas.
—Hidan, cuida tus movimientos —advirtió Kakuzu, dirigiéndose hacia Itachi.
Itachi activó su Mangekyō Sharingan Eterno, y las marcas brillaron intensamente. En un parpadeo, Kakuzu se vio atrapado en un genjutsu. En su mente, cadenas lo aprisionaban mientras el fuego lo consumía.
—Esto no es suficiente para mí, Uchiha —gruñó Kakuzu mientras rompía el genjutsu, lanzando un torrente de ataques con sus hilos negros.
Mientras tanto, Deidara y Sai mantenían ocupado a Hidan. Las aves explosivas de Deidara lo empujaban hacia atrás mientras Sai maniobraba para colocar más leones de tinta en el campo.
Gaara se acercó a Hinata, su arena comenzando a cortar las cuerdas que la mantenían atada. —No te preocupes, Hinata. Ya estás a salvo.
—Gaara… —susurró Hinata con lágrimas en los ojos.— gracias
Sin embargo, justo cuando Gaara estaba a punto de liberarla completamente, Kakuzu lanzó un tentáculo hacia ellos, destruyendo parte del escudo de arena. Gaara gruñó y levantó una pared defensiva.
—Uchiha, ¡rápido! —gritó.
Itachi asintió y utilizó su Amaterasu, lanzando llamas negras hacia Kakuzu, obligándolo a retroceder.
La intensidad de la batalla comenzó a pasar factura. El chakra de Gaara disminuía, y una pequeña sonrisa se formó en sus labios.
—Será mejor que me duerma un momento.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Deidara, atónito.
Gaara cerró los ojos, y al instante su cuerpo comenzó a transformarse. Las marcas de Shukaku aparecieron en su piel mientras el demonio de una cola despertaba.
—¡Por fin libre! —rugió Shukaku, su voz resonando en toda la cueva.
Kakuzu y Hidan miraron al bijū con evidente inquietud.
—Esto no estaba en el plan… —murmuró Hidan.
Shukaku lanzó un torrente de arena hacia los dos miembros de Akatsuki, obligándolos a dispersarse.
Itachi aprovechó el caos y se acercó a Hinata.—no te muevas.
—Itachi… —murmuró ella, pero él ya había cortado las cuerdas restantes.
Con Shukaku fuera de control, Itachi activó el Susano'o, envolviendo a Hinata y a sí mismo en un escudo protector.
—Shukaku, cálmate. Ayúdanos a terminar esto.
El bijū giró su enorme cabeza hacia Itachi, gruñendo, pero después de un momento, lanzó un rugido que destruyó lo que quedaba de la cueva. Hidan y Kakuzu, superados, decidieron retirarse.
—¡Esto no ha terminado! —gritó Kakuzu mientras desaparecían.
Deidara suspiró.—Bueno, eso fue más complicado de lo que esperaba.
Shukaku volvió a su estado sellado, y Gaara despertó, agotado pero consciente.
Hinata, aún en los brazos de Itachi, lo miró con gratitud.
—Gracias… bolita de dango.
Itachi, por primera vez, dejó escapar una pequeña sonrisa.
—no debí dejar que vinieras sola, bolita de zenzai.
El grupo avanzaba por un camino angosto rodeado de frondosos árboles. Hinata, apoyada en el brazo de Itachi, mantenía una sonrisa suave en su rostro, aunque su cuerpo aún mostraba las marcas del enfrentamiento reciente. Gaara caminaba detrás de ellos, notablemente cansado, con Deidara lanzando comentarios sarcásticos para llenar el silencio incómodo. Sai, como siempre, permanecía callado, atento a cualquier señal de peligro.
—¿Estás bien, Hinata? —preguntó Itachi, sin apartar la mirada del camino, aunque ajustaba su ritmo para asegurarse de que ella no tropezara.
—Sí, gracias, bolita de dango, —respondió Hinata con una leve sonrisa.
Deidara resopló detrás de ellos.—No sé qué es peor: haber enfrentado a esos lunáticos o escucharlos usar apodos cursis.
—Puedes volver a la aldea si te molesta tanto, Deidara —replicó Itachi con sarcasmo.
—¡Ja! Como si fuera a dejar a mi mejor amiga con ustedes, lunáticos.—respondió indignado
Gaara ignoraba la conversación, centrado en contener a Shukaku. Sabía que el bijū estaba inquieto desde el rescate de Hinata, pero no esperaba lo que estaba a punto de ocurrir.
De repente, el aire cambió. Una presión sofocante envolvió el bosque, y el grupo se detuvo. Itachi activó su Mangekyō Sharingan Eterno, mientras Gaara levantaba una barrera de arena alrededor de todos.
—¿Quiénes son? —preguntó Sai en voz baja.
—Akatsuki… —murmuró Gaara con el ceño fruncido.
De entre las sombras aparecieron Kisame Hoshigaki, sosteniendo su imponente espada Samehada, y Konan, rodeada de cientos de papeles que flotaban a su alrededor como un enjambre.
—Vinimos por Hinata, —dijo Kisame, mostrando una sonrisa afilada—. Parece que le agrada a nuestro líder.
Konan añadió con frialdad:—Devuélvanla, y no habrá más problemas.
—¿Problemas? —Gaara dio un paso adelante, dejando que su arena comenzara a girar a su alrededor—. Ustedes no entienden lo que están a punto de enfrentar.
—¡Oh, por favor! —exclamó Kisame, lanzándose hacia ellos con Samehada.
La batalla comenzó de inmediato. Itachi desenvainó su katana para interceptar a Kisame, mientras Sai invocaba animales de tinta para distraer a Konan. Gaara, sin embargo, comenzó a temblar, y su arena perdió consistencia.
—Gaara, ¿qué pasa? —preguntó Hinata preocupada.— Mírame, no te duermas.
—Él… está… furioso, —respondió con dificultad.
De pronto, un rugido estremecedor resonó en el bosque. La arena de Gaara explotó hacia afuera, formando la imponente figura de Shukaku. Su ojo único y dorado se enfocó directamente en Kisame y Konan, pero pronto se desvió hacia Hinata.
—¡Mi amada! —rugió Shukaku—. ¡Los miserables que te lastimaron pagarán!
—¿Amada? —repitieron Deidara y Sai al unísono, perplejos.
Antes de que alguien pudiera reaccionar, Shukaku lanzó una gigantesca garra de arena hacia Kisame, quien apenas logró bloquearla con Samehada.
—¡¿Qué demonios es este tipo?! —gruñó Kisame, retrocediendo mientras la espada absorbía parte del chakra de la arena, pero no lo suficiente para detener al bijū.
Konan intentó atacar desde el aire, pero Shukaku la interceptó con un remolino de arena.
—¡Nadie se mete con Hinata Hyuga! —gritó el bijū, cada palabra cargada de furia.
Hinata se adelantó unos pasos, tambaleándose.
—¡Shukaku, detente! Estoy bien. No necesitas lastimar a nadie.
El bijū la miró con adoración, aunque su expresión seguía siendo salvaje.
—Hinata… ellos merecen un castigo por lo que te hicieron, estás herida.
Ella negó con la cabeza.—Detente grandulon, por favor.
Shukaku gruñó, pero su cuerpo comenzó a desmoronarse en arena, regresando lentamente al interior de Gaara, quien cayó de rodillas.
Kisame, herido y jadeando, miró a Konan.—Esto no vale la pena. Nos retiramos.
Konan asintió, lanzando una mirada fría al grupo antes de desvanecerse en un torbellino de papeles.
El grupo permaneció en silencio por unos segundos, recuperándose.
—Eso fue… inesperado, —murmuró Deidara.
—Hinata, ¿estás bien? —preguntó Itachi, inspeccionándola con la mirada.
Ella asintió y, con suavidad, tomó su mano.
—Estoy bien… bolita de dango.
Itachi la miró fijamente, con una pequeña sonrisa.
Gaara, apenas consciente, murmuró:
—Nunca más dejaré que Shukaku tome el control por amor…
Sai lo miró con curiosidad.
—Tal vez deberías hablar con alguien sobre eso.
El grupo, ahora exhausto pero unido, continuó su camino hacia Konoha, sabiendo que el peligro seguía acechando en las sombras.
El grupo llegó a las puertas de Konoha al atardecer. Itachi llevaba a Hinata en brazos, envuelta en su capa ANBU para protegerla del frío. A pesar de su habitual expresión calmada, la forma en que la sostenía era reveladora; cada paso parecía cargado de cuidado y preocupación.
Deidara, a su lado, no dejaba de hablar con entusiasmo sobre cómo había ayudado en el rescate.
—¿Viste esa explosión? Fue un arte puro, Itachi. Admito que mi talento fue crucial para salvar a tu novia.
—Hinata no necesita explosiones para que la salven, —respondió Itachi con calma, pero con un toque de sarcasmo—. Ella necesita menos ruido.
— Pero con eso de menos ruido, tu sales ganando, ni siquiera puedes decir más de 10 palabras seguidas.
Hinata, a pesar del agotamiento, reprimió una sonrisa ante la réplica.
Al entrar al hospital, Tsunade los esperaba con los brazos cruzados, claramente molesta pero también preocupada.
—¿Otra vez tú, Itachi? No puedo decidir si eres el shinobi más hábil o el más problemático de Konoha.
—¿Y por qué no ambos? —respondió Itachi sin perder la compostura, colocando a Hinata con cuidado en una camilla.
—Déjame ver esas heridas, —dijo Tsunade, acercándose a Hinata. Luego, al notar cómo Itachi no apartaba la vista de ella, añadió con sarcasmo:— Qué interesante. El imperturbable Itachi Uchiha mostrando emociones. Esto es nuevo.
Itachi la ignoró, inclinándose hacia Hinata. —Voy a esperar afuera, pero estaré cerca, bolita de zenzai.
Hinata le sonrió con suavidad.—Gracias, bolita de dango.
Tsunade levantó una ceja ante el intercambio.—Esto se pone mejor cada minuto.
Unas horas después, mientras Hinata descansaba, Gaara y Deidara se preparaban para partir. Gaara, con un vendaje en el brazo, se despidió de Hinata primero.
—Gracias por todo, Gaara, —dijo Hinata con sinceridad, inclinando la cabeza ligeramente.
Gaara la miró con su habitual seriedad, aunque sus ojos mostraban algo de calidez.
—Siempre estaré para ti, Hinata. Pero… eres como una estrella. Brillas tanto que pareces inalcanzable.
Itachi, que estaba apoyado contra la pared cercana, tensó ligeramente la mandíbula, pero no dijo nada.
Tsunade, que lo observaba, dejó escapar una risa irónica.—Vaya, vaya. ¿Un Uchiha celoso? No pensé vivir para verlo.
Itachi lanzó una mirada indiferente en su dirección, pero el leve rubor en sus mejillas no pasó desapercibido.
Luego fue el turno de Deidara, quien se lanzó hacia Itachi con los brazos abiertos.—¡Fue un honor luchar a tu lado, Uchiha! ¡Deberíamos hacer esto más seguido!
Itachi se hizo a un lado con rapidez, evitando el abrazo.—No exageres, Deidara.
—¡Bah, siempre tan frío! —se quejó Deidara antes de girarse hacia Hinata. Su tono cambió a uno más afectuoso. —Cuídate, amiga. No dejes que este tipo te arruine con su seriedad, ¿eh?
Hinata asintió, agradecida.—Tú también cuídate, Deidara. Gracias por todo.
Deidara suspiró dramáticamente.—Mi abuelo, el Tsuchikage, seguramente está a punto de venir a buscarme para llevarme a rastras. No quiero saber cómo reaccionará cuando me vea después de tanto tiempo.
Con eso, tanto Gaara como Deidara se marcharon, dejando a Itachi y Hinata en compañía de Tsunade.
Mientras Tsunade revisaba una vez más las heridas de Hinata, Itachi permaneció junto a la puerta.
—Te preocupas demasiado, Itachi, —comentó Tsunade, sin mirarlo.
—Es lo mínimo que debería hacer, —respondió él, sin dudar.— Es mi prometida.
Hinata, desde la camilla, sonrió. Aunque estaba agotada, sentía que el vínculo entre ambos se hacía más fuerte con cada momento compartido.
—No me sorprende que Shukaku esté enamorado de ella, —añadió Tsunade con un tono burlón. Luego, mirándolo directamente, dijo—: Aunque parece que no es el único.
Itachi no respondió, pero la mirada que le lanzó a Hinata lo dijo todo.
Angel Maria 15: aprecio todos tus comentarios, y sí, tengo planeado un Gaara X Hinata X Shukaku después de esta historia, solo queda un par de capítulos para terminar. Gracias por leer
