—¿Ya escuchaste? —parafrasea un aldeano. Al oído de otro—. Dicen que el Shogun de Yamato yace con varones.
—No son "varones" como tal —desentraña su camarada, agazapado en su oreja—. Es uno solo en particular.
—No es "uno en particular" —sisea su amigo, cuidadoso de que su voz no sea altiva entre la muchedumbre—. Es Félix Fathom.
—¿El Hatamoto? —cuestiona el cuarto, indiscreto—. Vaya escándalo. Kagami-san no hubiera permitido este adulterio.
—Mis padres dicen que Yamato está petrificado. Entre lo antiguo y lo nuevo —inquiere uno de los campesinos. El más joven de todos—. Hay enemigos fuera de la isla. ¿Ya se enteraron de los extranjeros? Españoles, portugueses e ingleses.
—Kagami-sama no sabía de esas cosas —apela un incauto labrador—. Pero lo cierto es que mi esposa y mis suegros profesan el cristianismo.
—¿Qué es el cristianismo? —interpela el añexo—. Yo no-…
—¡Atención, pueblo de Yamato! —anuncia Nathaniel, de pecho altivo y con orgullo retomando sus funciones— ¡El Shogún se dirigirá a ustedes! ¡Reúnanse en la plaza principal!
He notado como algunos; poco adeptos al nuevo mandato, no están conformes. Lo percibo en sus ojos. Miradas lacerantes, dotadas de recelo y repugnante repercusión. Expresiones apáticas de quien, es obligado a prestar atención a una insigne información que poco y nada les atañe. Aun así y contra toda fútil oposición, los soldados de palacio no tardan en aglomerarlos de forma indócil. Han construido una abadía de solemne silencio y sepulcral respeto. Pues en esta nación, quien se rehúse o indigne a forasteros mandamientos, deberá hacer caso omiso a reglas según se comande por la corona. Tomoe toma la palabra en primer lugar. Desprovista de vista, pero no menos inconsciente del asunto, dice.
—Como bien ya saben. Kagami luchó y murió con honor por todos nosotros. La paz reina. Pero no será por mucho tiempo. Dado que fuera de la isla, en el viejo continente, los tiempos apremian a nuevos enemigos. Extranjeros, ávidos de poder y ambiciones que no podemos solventar en cuanto a huestes se solicitan. He decidido que, por tanto, nuevas reglas y leyes se impartan en la región. Entorno a los forasteros. Y de cara al nuevo Shogun. Luka Couffaine —determina—. Entre tanto. Los príncipes, partirán al norte —decreta—. Deben cumplir obligaciones con sus pares. Seguir el legado de mi hija. Proteger los intereses políticos. Solventar nuestra hegemonía en este trozo de tierra. Así que he determinado, que se aíslen de nosotros. De cara a aprender nuevas técnicas de combate. Entre tanto, Luka y el Hatamoto se harán cargo de la zona. Ame es la nueva heredera. Por consiguiente, le deben respeto y honor. Quien se atreva a lacerarla con inclinaciones pérfidas o designios morbosamente insanos, será juzgado por la ley marcial y ejecutado. Es la ley de Amaterasu. Es lo que nos comanda la deidad del aire.
Todos y cada uno de ellos, inclinan la cabeza. Al son de tocar el suelo con las frentes. Una reverencia perfecta, a mi parecer. Que ingenuos. Tomoe se retira del podio, dándole la palabra a Luka. Muy poco y nada tiene que decir. Lo ensayó durante semanas. Sin embargo, el sentimiento de fatalidad le acomete en el momento de carencia oportuno. Declina a profesar minutos silenciosos. Se toma su tiempo. Demora en conferenciar. Intenta, enhebrar palabras enaltecidas. No lo consigue. Tan solo recula y emite…
—Es lo que ha dicho Tomoe-san —reitera Luka, apabullado—. Eso… ¿Alguien tiene algo que decir al respecto o refutar? De plano les digo que no soy Kagami. Mi nombre es Luka Couffaine. Yo so-…
—¡Eres un depravado!
Llegué a escuchar aquello. De labios de un detractor muy insípido. Los guardias no dudaron en sacarlo de la reunión, silenciándolo como ejercería un autócrata tirano. Un par de muchachos, se cuelan a la revuelta. Arrojan sacos de trigo podrido y blasfeman injurias hacia Luka y su gobierno. Más a él, que a mí. Ha de ser visto como su concubina personal, seguramente. Mi príncipe se ve tentado a huir de la escena. Sin embargo, es Nathaniel quien se opone a la resolutiva culpa que le acomete. Intercede por nosotros, forzando una prolongada estadía. ¿Quién lo hubiera imaginado? Aquel muchacho que me odiaba y aborrecía con el alma. Ahora nos protegía. El también recibió un par de improperios. Por ser extranjero y pelirrojo. No tardó en ganarse el apodo de «el perro rojo». Un extraño seudónimo que, por suerte, no llevaba relación con su clandestino amor con Marc. De haber sido así, ya todos seriamos tachados de lo mismo.
Acaba el día. Cae la noche y la siguiente noche y las venideras. El ambiente se caldea. La partida de los gemelos hacia el castillo del señor de Asumi, no contenta a nadie. Mucho menos a Marinette y a Adrien. Ha dado pie a que, en su ausencia, los más atrevidos del pueblo se vuelquen en una rebelión absurda. Todo esto, no tiene sentido. Me huele mal. He pasado largos años en Yamato. Conozco a los japoneses como la palma de mi mano. Los he estudiado a fondo. Y sé, que serían incapaces de elevar si quiera una queja. A menos que haya una mente maestra detrás que los esté envalentonando. O de plano…
—Injuriando —manifiesta el general Kurtzberg. Ha retomado sus funciones con naturalidad. Aunque finja sobrellevar dolos por su fallido romance—. Es lo que reclaman algunos pobladores. Sobre todo, los monjes sintoístas del templo Shitsu. Corre un rumor agrio, de que el antiguo Shogun el señor Tsurugi, era católico en secreto.
—Eso no tiene pies ni cabezas —protesta Marinette, aclarando la voz en un carraspeo incomodo—. Conocí al señor Tsurugi en persona. Viví años bajo su yugo. Cenamos juntos. El sería incapaz de-…
—Es verdad —intercepta Félix, apabullando el tono de mano al mentón—. Lamento que se hayan tenido que enterar de esto justo ahora, pero Colt me lo dijo en su momento. Al principio no quería creerlo. Ahora lo hago. Qué bueno que Kagami no está con vida para escucharlo…
La reflexión recae sobre mis palabras. Me observan, como quien atestigua la caída de un meteorito sobre sus cabezas. Por muy insólito que suene, era cierto. La verdadera interrogante, era…
—Como —sisea Couffaine, deambulando de un lado a otro por el salón—. Como es que llegaron a enterarse de eso. Sea o no rumor, todo fisgoneo o chisme, tiene un origen. Un trasfondo pérfido de por medio. ¿Acaso Colt Fathom regresó al reino y no me he enterado? ¿O es que Iris volvió para vomitar su ponzoña? —adiciona, iracundo—. Me han llamado…
—Si mi padre o mi tío hubiesen vuelto a Yamato, yo sería el primero en saberlo —revela Adrien, circunspecto—. Trabajar en la casa de té, me ha dotado de una red de contacto nutrida. No hay tales indicios por el puerto ni los mercaderes de la zona. En cuanto a las infamias que dijeron hoy…no sé cómo reaccionar frente a eso —declara, desviando la mirada—. No es que esté justificando la falta de respeto hacia tu autoridad, príncipe. Pero tienen razón en mostrarse renuentes a su unión. Tarde o temprano este romance entre ambos, saldría a la luz. Imagino no esperaban que se lo tomaran bien. Los tiempos no apremian.
—Me tiene sin cuidado, la verdad —retoza Luka, torciendo las cejas con desazón—. Yo amo a Félix. Y Félix me ama a mí. Nuestros sentimientos son demasiado puritanos, como para ir por la vida esparciéndolos sin más. Jamás hemos demostrado abiertamente lo que tenemos. Estamos conscientes de la delicada balanza en la que nos mecemos. Por lo mismo, hemos tomado resguardos. Somos cautelosos —frunce el ceño—. Esto es obra sin duda de una sola intencionalidad maquiavélica.
—Zoé Lee —proclama Juleka. Quien, por primera vez en mucho tiempo, osa en tomar la palabra a viva voz—. Perdonen si me entrometo. Pero estoy algo cansada de callar u hacer caso omiso a las ofensas. Sé que en el fondo me he mantenido al margen de muchas cosas, haciendo de intruso oyente. No obstante, me he percatado de varias irregularidades en este lugar. Y desde que llegué de macao, no ha rondado ninguna otra idea más, que la familia Bourgeois detrás de toda esta oleada de odio.
Silencio sepulcral en el mitin. Luka y yo cruzamos miradas indiscretas. Por supuesto que ya lo hemos hablado y estamos al tanto de este tema. Es solo que no sabíamos de que manera abordarlo con todos. Marinette y mi primo son parte de nuestro cerrado consejo privado. Han actuado hasta el momento, conforme se les permita aportar. Aunque tema, no sea suficiente. Nathaniel esboza un gruñido, arisco. Repentinamente, se arrodilla frente a Luka; llevando un diestro puño al pecho.
—Si me permite, honorable Shogun. Con gusto acabaré yo con esa rata insidiosa —exclama el militar—. Le debo más que solo mi vida a esta corona. No es problema para mí, sacar la basura.
—Te has comportado como todo un general, maestro Kurtzberg —sonríe el soberano, conforme acepta sus intenciones de forma indulgente—. La guerra te hizo bien. Y el hecho de que hayas pasado tiempo alejados de nosotros, te dotó de mucha lealtad. Algo que no creí, llegarías a sentir por mí. Sé que amabas a Kagami.
—Todos aquí la amábamos, majestad —asiente el bermejo—. Pero no declino a mi deber, en su ausencia. Ahora más que nunca, debo atesorar su memoria. Me pregunto…—se voltea a Félix— ¿Qué opina el honorable Hatamoto sobre este tema? He de suponer que, si buscó de mí, requiera de mis habilidades.
—En efecto lo hago, Nathaniel —murmura Graham de Vanily, acongojado—. No he querido pedirte muchas cosas, dado que estoy al tanto de tu delicada condición sentimental y-…
—Estoy bien, maestro Fathom —sentencia el occidental, listo y dispuesto con brío—. No se preocupe más por eso. Yo velo por mis intereses. Solo deseo ser un aporte y retribuir logros. No olvido…que usted salvó mi vida…
—Ni yo que salvaste la mía, antes de ser asesinado —acota el rubio.
—Entonces ¿Qué dice? —Nathaniel se eleva del suelo, portando pecho y desplante gallardo— ¿Puedo ayudar?
—No soy el Shogun, como para verme en la práctica de demandarte nada estatal. No obstante, en mi calidad de primer ministro —amaina, sutilmente abombado—. Si. Claro que puedes ayudarnos. Pensé en que tendría que hacerme cargo yo de este tema, pero creo que tú eres el más capacitado para esta tarea. Si su excelencia apoya la moción, sugiero que se ponga en marcha la búsqueda y captura de Zoé —divisa a su pareja, de costado—. Debemos acabar con esto, cuanto antes.
—De acuerdo. Está dicho —sentencia el líder, reclinando la cabeza—. Félix ya hizo su parte. Ahora me toca a mi actuar. Según la información recopilada por Marinette, Zoé se escondió en el distrito de los jesuitas. Al sur de Yamato. Tiene el amparo de los occidentales. Pero no permitiré, ser moralmente indulgente con ella. A partir de mañana, decretaré su orden y captura. Nath —lo fulmina con la mirada—. Quiero a Zoé Lee. Viva o muerta. No me importa de qué forma. Tráeme su cabeza. Así tengas que desmantelar redes completas de cristianos. Pondré precio a su vida. 10.000 mons. Y quedará estrictamente prohibido, darle amparo. Al que se niegue ser registrado, múltalos. Si no van a adaptarse a mi reino, sucumbirán a él. Ya sea por mi fragua o el de los enemigos.
—A su orden, divino Shogun —asiente Nathaniel, jocoso—. Parto mañana mismo. Con su permiso.
Una vez a solas.
—Mis hijos no se irán al norte —veredicta Marinette.
—¿Disculpa? —farfulle Luka.
—Perdona si suena autoritario de nuestra parte, Luka —asume Adrien, parándose al lado de su mujer en son de apoyo—. Pero lo cierto es que no estamos dispuestos a exponerlos siendo tan pequeños, a las beligerancias de la guerra.
—No es algo que pueda decidir yo, Adrien —sentencia el ojiazul, socavado—. La orden viene de arriba.
—Tomoe es la emperatriz. Tu suegra, en papel. No la Shogun. Decir que no pasa por ti esta decisión, me parece cobarde —aclara Dupain-Cheng—. En parte ya conoce la verdad. Y lo que está haciendo, no es lo que me prometió Kagami.
—¿Kagami te prometió algo, si quiera? —cuestiona, altivo.
—Lo hizo —recalca, molesta—. Es más, es un arreglo que llevó a cabo tu marido con ella, en privado. ¿O acaso no lo sabías?
Luka abre los labios, perplejo. De pronto, todos parecen apuntar hacia a mí, con flechas y arcos. Joder, Marinette ¿Por qué ponerse en esa posición? Supongo que, debido a la negativa de Luka de acceder a cuestionamientos, que sé, odia se los pongan. Desempeña muy bien su rol de emperador. ¿Cómo cuestionarlo? Mierda. Obvié ese detalle. Digamos que lo hice como un método de mantener la sanidad mental de nuestra relación. Porque en parte, me obligó a contrabandear mi sexualidad con ella…
—¿Félix?
El Shogun exige explicaciones ante mi aparente pero no menos culpable silencio. Exhalo, hastiado.
—Es cierto. Lo hizo —confiesa el inglés—. Digamos que me prometió darle su libertad, a cambio de mi compañía nocturna. Es todo lo que diré al respecto. Por lo demás, propuso con su honor dejarle hacer lo que quisiera con sus hijos. Lástima que no esté aquí para hacer valido el convenio.
—"Convenio" —masculle Luka, mosqueado—. De acuerdo. Vamos a aclarar algunos puntos, porque pareciera que últimamente nada de lo que hago o digo es suficiente para satisfacer a todos.
—Yo no necesito satisfacer nada, mi señor —acota Graham de Vanily—. Tan solo…quiero la felicidad de Marinette y Adrien. En eso se basaron mis condiciones. No en…lo que sea que esté cavilando justo ahora.
—No pienso nada malo. Solo es bizarro —contesta el regente, sobándose la sien con ambas manos; en un proceso de calma y contemplación—. Pero bueno. No estamos para hablar de cosas anómalas. Suficiente tenemos con nuestra relación.
—Nuestra relación, no me-…— ¿Por qué de pronto me habla así?
—Está bien, Marinette. Lo hablaré con mi suegra —descuelle el Shogun—. Pero no te prometo nada. Solo apelar a la voluntad de mi difunta esposa. Espero que Tomoe lo pueda solventar. Entre tanto. ¿Qué pretenden hacer ustedes dos? Al menos, para saber a qué atenerme en caso de ser descalificada la propuesta.
—Queremos irnos —sentencia la sirvienta, entrelazando sus dedos contra los de su pareja—. Si bien Tomoe ya sabe toda la verdad y fue condescendiente en aceptarnos seguir viviendo en palacio. No es algo, que queramos. No para nuestros hijos. He de estar muy agradecida con sus bendiciones. Educación, comida, techo, ropa. No podría pagarle todo en esta vida. Me faltarían años. Sin embargo…—añade, briosa—. Ya es tiempo de partir y forjar nuestro propio destino.
—¿A dónde pretenden ir? —examina Félix, liado—. Disculpen si sueno aprensivo. Pero…me preocupan mucho, ustedes dos. Creí que la voluntad de mi primo era solo estar contigo y ya. Pueden, formar su familia aquí en Yamato. ¿Por qué emigrar?
—Porque no pertenecemos a este lugar, Félix —afirma Adrien, gallardo y dispuesto—. Si bien, soy hijo de un mercader. Tampoco pretendo quedarme pegado en tal profesión. Más que mal, solo ejercía como lingüista. Profeso otras ambiciones también. Soy un hombre. No lo olvides. Darle sustento a mi familia, es todo a lo que aspiro. He de forjarlo con mis propias manos. Y con Marinette estamos dispuestos a empezar de nuevo.
—Adrien, Mako y Hir-…
—Hugo y Louis —corrige el francés.
—Si. Eso. Disculpa —recula—. Louis y Hugo son niños que se criaron en Yamato. Son japoneses. Nacidos y forjados aquí. Con la templanza del bushido y las enseñanzas del honor. ¿En qué otra parte que no sea japón, pretendes darles sustento? Yo no…
—Queremos volver a Francia —espeta Agreste, en una sonrisa cándida—. No nos importa donde hayamos trazado ruta. El destino es lo que merece el sacrificio. Por favor, si realmente hiciste tanto por nosotros. Los dos. Permítanos irnos. En paz.
—¿Y si no lo consigo? —sugestiona Luka, aprensivo—. Si no logro darles lo que buscan. ¿Qué harán? ¿Huir de nuevo? Ni se les ocurra tal encomio. Soy el Shogun ahora, muchachos. No me obliguen a tomar otras jurisdicciones.
—¿Te atreverías? —farfulle Marinette.
—Ponme a prueba —declina Couffaine.
—Dios, chicos —interrumpe Juleka, malograda con la escena—. Les ruego no caer en dichos métodos. Las cosas se pueden solucionar dialogando. ¿No?
—A veces el dialogo no funciona, Jul —advierte Marinette—. Tú mejor que nadie lo sabe.
—Si. Pero mi hermano no es un hombre cruel y Félix ama a su primo hermano —sentencia la fémina— ¿Qué necesidad habría de caer en pleitos como estos? No luego de todo lo que han sacrificado…
—No lo sé, hermana —insta Luka, ofuscado—. Al parecer, Marinette y Adrien están acostumbrados a hacer lo que se les canta del culo.
—Mira quien lo dice, señor Shogun —sisea Dupain-Cheng, de tono hosco—. Bien que te la pasas con un varón.
—Y tú con un don nadie. ¿Cómo va la cosa? —arquea una ceja, pendenciero.
—Mierda. No. Esto no es bueno —Félix irrumpe la escena, parándose frente a todos—. Amigos, vamos a calmarnos ¿Sí? Por favor. Esperen. Marinette y Adrien están en lo correcto. Mi príncipe también. Tal y como comenta Juleka, podemos dialogarlo. Al menos, denos un chance ¿Sí?
—Se los daré —repara la peliazul—. Así como lo di en el pasado. Pero les juro que si esta vez, no van a respetar acuerdos…tomaré mis cosas y me iré. Ya están avisados. Vamos, Adrien —coge la mano de su compañero—. Dejemos que los "lideres" de la vida, afinen sus cuerdas.
—¡¿Cómo te atreves a amenazarme?! ¡¿En mi cara?! —chilla Luka, iracundo— ¡Soy el Shogun de Yamato ahora, Dupain-Cheng! ¡Jamás olvides tu posición! ¡Nunca serás libre si me enfrentas! ¡¿Me oyes?!
Marinette y Adrien han salido de igual forma del cuarto. Luka rompe en colera.
—¡¿ME OYES?! ¡¿A DONDE COJONES VAS?! ¡Hey-…!
—Majestad —su hermana se ha inclinado frente a él, exteriorizando intenciones de sumisión y dócil acatamiento—. Le ruego no eleve la voz. Somos todos amigos. Es hora de ser sensatos.
—¿Tú de qué lado estás, Jul? —le reprocha el mayor.
—Siempre estaré, del lado de mi hermanito por supuesto —sopesa la menor, cabizbaja—. Pero si se el poder le resulta demasiado para él, temo no pueda transitar su mismo camino. No sé…el Hatamoto. El tendrá su postura. Con permiso —se levanta, retirándose en retroceso—. Descanse.
Qué horror. La reunión ha salido de la puta mierda. ¿En qué momento pasamos a unirnos todos para derrotar a un solo enemigo? ¿Para luego convertirnos entre nosotros en parte de el? No recordaba cuando fue la última vez que noté a Luka tan disgustado. Tanto, que se desarmó el moño del cabello y se soltó las hebras, sacudiéndolas como perro rabioso entre el descontento. Quise aproximármele. Me vi tentado a tocarle el hombro para buscar su calor y sosiego. Pero no hubiera resultado. Se sustrajo de mi presencia, sirviéndose un sake tibio sobre la mesa. Ahí, en medio de la penumbra y el contemplativo jardín trasero, se sentó en el balcón de madera y bebió a solas. Yo me limité a acompañarle en el proceso, como fiel presente. Más no participe del todo. Sentado sobre mis rodillas, recliné la cabeza y contemplé su frustrada anatomía. A veces, es mejor no decir nada y tan solo ser un invisible acompañante. Luka aun no lo sabe. Ni si quiera lo sospecha. Quizás por sus errores pasados. O porque solo lo evita. Pero lo cierto es que es un pésimo gobernante. Y no lo digo porque menoscabe su voluntad o sus aspiraciones, entorno a lo que intenta hacer como un bien mayor. Es que es demasiado blando y sensible. Dos atributos que juntos, son una tormenta de tiempo que no mengua. Bien lo aprendí de Kagami en vida. Amargamente, pero lo hice. Esta faceta estoica que determina la potestad de un líder, mi señor carecía de ella. Pobre. La debe de estar pasando muy mal. Desconozco de qué forma puedo apaciguar sus aguas. Calmar la lluvia de pensamientos nocivos que lo laceran.
Luka es el Shogun. Un rey, por así decirlo. ¿Qué papel desempeño yo en todo esto? Más allá del Hatamoto y mi rol como consejero. Solo soy un amante. Un clandestino enamorado, inmiscuido por la ansiedad de gobernar. Si elimino todos los títulos y todo el ego que conlleva mi posición ¿Qué mierda queda? ¿Soy esclavo? ¿Un sirviente, tal vez?
—Sírveme más sake.
Me dice. No. Me ordena. He de obedecer. Tomo la botella y vierto el líquido transparente en su cuenco. No pretende emitir otras prudencias. Solo el juicio de un líder, abrumado.
—Nunca será suficiente ¿Verdad?
Esboza, apesadumbrado.
—Kagami muere de forma respetable. Tiene un funeral honorable. Todos la idealizan como un héroe. Le prenden velas, inciensos, edifican templos en su honor, portan sus insignias, bautizan a sus hijas con su nombre —murmura, de lágrimas en las mejillas—. Pero nadie dimensiona el hueco que ha dejado. Y por más que intente llenarlo, no lo consigo.
Hago una pausa, introspectivo. La sabiduría, es todo a lo que recurro. Él tiene razón. No hay manera de suplantar a un gran líder. Le rodeo cálidamente por detrás, en un abrazo fraternal. Y mientras acaricio sus pectorales, le respondo.
—El hueco nunca se llena, mi señor. Solo se hace más y más pequeño. Pero siempre estará ahí…
—Eres el único que aún confía en mí. Lo cierto es que nunca tuve pasta de líder —confiesa Couffaine, agasajado por aquellas manos que palpan su anatomía—. Fui pésimo en el pasado. Creí que si me esforzaba un poco más. Si tan solo lograba complacer a todos…
—No puede hacerlo —niega Félix, entre labios—. Es imposible, majestad. No existe soberano en la tierra, que haya sido recordado con tales adagios. Se hace lo que se puede y se improvisa en el camino. Es como ser padre. Lo hicimos con Ame y salió bien ¿No?
—Tú y Ame…son todo lo que tengo, Félix —sentencia el peliazul, girando el torso hacia su amante—. No quiero sonar egoísta o soberbio. Pero si hago lo que hago, es netamente por ustedes dos. Más por ti, que por ella. Porque al final del día, ella tiene su lugar asegurado. Somos nosotros dos, quienes quedamos a la deriva.
—¿A que le teme tanto, mi príncipe? —balbucea Fathom, contra sus labios— ¿A perder el trono?
—A perderte a ti, bobo —confiesa, adolorido— ¿Qué no lo ves? Cada mañana. Cada té que bebo. Cada comida que ingiero. Lo hago por y para ti. Pienso día y noche en ti. No hay segundo en el que no dimensione mi vida a tu lado. Ya nada me ofende. Nada me importa. Mis ojos, son tuyos.
—No debe hacer eso, mi amor —profesa el rubio, de pómulos febriles y mirada austera—. Usted debe tomar en cuenta al reino. Debe escuchar a otros.
—Quiero escucharte a ti, mi vida —relata, ruborizado—. Tan solo tu voz, es suficiente para aplacar mis miedos.
—Yo siempre seré suyo, Luka. No debe temer por mí. Es momento de separar las aguas y gobernar con la mente despejada —proclama el inglés, repartiendo besos solidos por el contorno de su rostro—. Mi ser amado…mi niño, mi hombre, mi líder, mi dios. Si necesita de algo, pídamelo. Les bajaría el cielo a sus amigos y les subiría el infierno a sus enemigos, de ser necesario.
—Te amo tanto, Félix. Tanto, que me duele el alma…—suspira.
—Y yo a usted. Pero le pido no decline ni pretenda ser una deidad sobre la tierra. Solo para mi —ronronea, frotando su mejilla y sus brazos contra su pecho—. Dele la libertad a Marinette. Expulsemos a Zoé. Vivamos juntos los ataques de gente ignorante y sosa. Permitámonos supurar este amor. No importa si ahora no parece suficiente. Muy pronto lo será.
—¿Lo prometes?
—Lo prometo —asiente, gallardo—. Y si no funciona en esta vida. Será en las próximas ¿No?
—Yo siempre te buscaré. En esta. En la próxima. En todas…—asevera Luka, elevando el mentón de su compañero de cara a una mirada lasciva—. El universo nos hizo el uno para el otro. Y lucharé por hacerlo realidad.
—Ni la muerte nos va a separar, príncipe —testifica Félix, frotando sus labios con el pulgar derecho—. Lo amo tanto, mi señor. No existe astro ni injuria que nos quiebre. Por favor, le ruego me tome esta noche. Siento deseo de usted…
—Ven aquí. Vamos a la cama —sentencia Luka—. Esta noche, te haré el amor…mi Hatamoto.
Sellar mis sentimientos con Luka en carne, no es problema para nosotros. Lo que de plano también me preocupa y no comparto en transmitirlo abiertamente; son los enemigos. Zoé sigue con vida. Y mientras ella respire, no hallaré consuelo. Espero lo de Nathaniel revele frutos. Aunque no me tardé demasiado en enterarme de los resultados. Fueron todo un caos, luego de dos semanas…
[…]
—¡Maldito hijo de perra, traidor! —berrea un japones, de cruz colgante sobre el pescuezo— ¡Occidental de mierda! ¡Debería darte vergüenza!
Distrito sur de Yamato. Poblado de jesuitas. 15:21PM.
—¡Regístrenlos! —comanda Nathaniel, descendiendo de su caballo—. Estos bastardos infames, albergan traidores de la nación. ¡No olviden por qué estamos aquí! ¡No declinen frente a sus insultos! ¡Ignórenlos y hagan la voluntad del Shogun! ¡Kagami-san no hubiera querido esto! ¡¿Les queda claro?!
—¡Si, general! —vociferan todos, al unísono.
—Pierdes tu tiempo, perro rojo —berrea un feligrés contra el barro—. Aquí no encontrarás nada, tsk.
—Eres bastante insolente y vulgar para ser jesuita —se mofa Kurtzberg, entre resuellos— ¿No se supone que tu dios se ofende cuando blasfemas así?
—No cuando los impuros e impíos libran batallas profanas como las tuyas —carcajea el aldeano, con el rostro embetunado de pasto y lodo—. Me das asco —le escupe—. No tienes nada que hacer aquí. Largarte. Las penas del infierno caerán sobre ti en el juicio final.
—¿El juicio final? Se ha tardado bastante tu "cristo" en tirarlo en la tierra —se mofa el bermejo, pisoteando su mano izquierda con intención—. El único castigo real, es el de nuestro Shogun. Así que dime ya, en donde esconden a esa perra de Zoé Lee. Antes de que no te queden manos para rezar, cabrón.
—¿Zoé Lee? —balbucea, contra la tierra— ¡No conozco a nadie con ese nombre! ¡Jajaja! ¡Eres igual de depravado que el Shogun! ¡Lo veo en tus ojos, amante de varones! ¡Te irás a la horca! ¡Es lo que comanda la biblia!
—La horca no existe en Yamato. Deja de amenazar con pendejadas europeas —le resta importancia, encogiéndose de hombros. Levanta el pie—. Te lavaron el cerebro. Natural en gente como tú. Sin dignidad ni honra. No tienes alma.
—¡El único sin alma, eres t-…!
—General. Tal y como demandó —interrumpe un miembro de su hueste personal—. Ya registramos todo el perímetro, casa, campo y granero. Solo nos queda…el monasterio.
—Vamos a él.
—¡Alto! ¡No pueden entrar sin antes persignarse! —establece el aldeano, furibundo— ¡No pu-…!
Nathaniel le propina un puñetazo en el rostro, partiéndole el labio inferior y de paso, apresándolo contra el pavimento. Los soldados no tardan en arrestarlo, apartándolo de toda la pesquisa. Kurtzberg, haciendo potestad de su indómita posición, irrumpe violentamente en medio de una misa. La mayoría de los asistentes, que en parte son nipones, huyen de la escena despavoridos. Tan solo el clérigo a cargo de la ceremonia y con servicio de su fe, los recibe como si nada hubiese acontecido. Enaltece los brazos, los eleva y sin tapujos, declara semi ofendido.
—Caballeros. Esta no es forma de irrumpir en la casa del señor. Les aseguro que podemos dialogar.
—Nada, curita —niega el militar, tomando posesión de guardia en el santo recinto—. Queda detenido.
—¿Cuáles son los cargos? —falsea demencia.
—Insurgencia, señor —lo fulmina con la mirada—. He de llevar a cabo esta inspección censurada y fiscalizada. Si no entrega a-…
—Zoé Lee —el monje completa la frase, arrojado a confesar la autenticidad de su asalto—. Ya veo. Aunque yo les advertí que sería un problema darle amparo. Hay ciertas ovejas del rebaño, que por más que estén descarriadas, no vuelven a la granja.
—Identifíquese, señor —reivindica Nathaniel.
—Armand D'Argencourt —se presenta, postrado—. Fiel servidor de nuestro señor y adepto a el omnipresente delfín de Orleans. Aunque por lo pronto, trabajo para la corona Britanica.
—Arréstenlo —ordena el oficial—. Tiene derecho a pedir clemencia, previo al interrogatorio. Lo demás, dependerá del Shogun. Los cargos son variados. El principal, es darle amparo a una criminal de estado. Buscada y con recompensa viva o muerta.
—Si les entrego a la insurgente —sugiere Armand, solapado en una falsa modestia— ¿Quedo libre?
—Eso lo determinará nuestro señor. ¡Andando, cura de mierda! —lo patea, empujándolo hacia la salida— ¡Peinen la zona! ¡Arresten a todo aquel que se rehúse a ser interrogado! ¡Quien obra mal, oculta! ¡No escatimen!
—¡Si, general! —asienten todos.
[…]
No es suficiente.
¿Este quien coño es?
—Armand D'Argencourt, majestad —profesa el eclesiástico, en una reverencia endeble—. Mis más sinceras disculpas. Temo que los próceres de la fe, no se hayan delimitado con el señor Tsuru-…
—El señor Tsurugi está muerto. Kagami también —sopesa Luka, sentado sobre su gran trono—. Sea breve y no me tuerza la mente. ¿En dónde está Zoé? Más bien. ¿Dónde la ocultan?
Palacio real. 19:45PM.
Solo de nombre lo he reconocido. Más no de rostro. Armand D'Argencourt. Algo llegué a oír de mi padre sobre él. Colt también intentó envenenarme la cabeza con sus ideas expansionistas. Lo cierto es que, de haber estados alineados, jamás se me hubiera pasado por la mente traicionar a Kagami. No en esta forma, claro. Mi papá ya había propagado su cota de toxinas mucho antes de que pudiera razonar algo. Que astuto era, sin duda.
—Con todo respeto, su excelencia —suplica el beato— ¿Por qué busca a la cristiana Lee?
—Zoé Lee ha esparcido falsedades sobre el antiguo regente —sentencia Luka—. Y ya no me importa si eran veracidad o ficciones. Lo concreto es que dañan la imagen de mi nuevo Shogunato. En estos momentos, tengo el poder en mis manos. No permito que me pasen a llevar con chismes. Si he de determinar que los cristianos abandonen mi nación, he de hacerlo. ¿Me explico?
—Somos muchos, mi señor.
—Me importa una mierda —sentencia el soberano—. Los expulsaré. Así que, sopesa lo que más te convenga, clérigo. Tú fe o Zoé Lee.
—Zoé Lee nunca estuvo a mi alcance, mi honorable Shogun —esclarece el cristiano—. Solo estaba haciéndole juicio a una promesa que hice de antaño.
—¿Qué promesa? —inquiere Luka.
—La con nuestros lideres, señor —admite D'Argencourt, cabizbajo—. Era necesario que…alguien tomara el lugar de Colt Fathom. Si me permite aclarar, él tenía estrictas ordenes comandadas por la reina Isabel. El destierro no nos permitió avanzar en la propuesta. Solo buscamos hacer las paces con esta nación y expulsar a los ponzoñosos de los portugueses.
—Que ingenuo de su parte avalar la ingenuidad de Colt en un caso como este, cura —arguye Luka, quien claramente no se ha tragado ni una sola palabra de su relato—. Todos sabemos que sus intenciones no eran puritanas. Por lo demás, era un corsario. La piratería es ilegal en estas aguas. Creí que el último mandato de mi difunta esposa les había quedado claro.
—Los Bourgeois no eran piratas, majestad —revela el francés, de mirada ajada—. Le pido que deje atrás toda clase de rencillas que hayan vivido en el pasado. Lo de Macao, fue algo político. La señorita Lee ha proporcionado todos los bienes de su familia, a la iglesia anglicana. Dogma que profesaba Fathom. Y que, hasta el momento, es lo más cercano a su credo.
—Yo no tengo credo —sentencia.
—Lo tiene ahora —desentraña el religioso, de cara a su posición—. Es el Shogun de Yamato. Por el solo hecho de serlo y portar esa corona sobre su cabeza, ha sido declarado sintoísta de estado. O que pretendía ¿Ser cristiano en tierras niponas? Eso suena mucho más peligroso, que mantener un romance con su Hatamoto.
—Bastardo. Cuide sus palabras antes de referirse a mi vida privada —Luka rompe en colera, elevándose sobre su lugar— ¡Le prohíbo hablar de Félix!
—Si me permite un instruido consejo, gran soberano —advierte el hombre, de sonrisa socarrona—. No le recomiendo adherirse más enemigos. Si realmente le preocupa su posición y quiere erradicar a Zoé de sus tierras, deberá ampliar su red de contactos. Que por lo demás, bastante cercenada se encuentra en la actualidad.
—Lo que faltaba —farfulle Couffaine, deambulando por el tatami con agrio semblante—. Que ahora me amenacen los de mi propia nación.
—Son solo sugerencias.
—Que no le pedí.
—Tómelas, si es sabio —sisea—. Ya suficientes problemas tienen con la muchacha. No tire por la borda todo lo que ha construido. Le he dado un aventón a lo que debe hacer.
—No —refuta el regente, apuntándole con el dedo—. Yo te diré que haré. Te voy a encarcelar y a marcar, para luego desterrarte. No te necesito para esto. Si no vas a cooperar, te quiero lejos de mi vista. ¡Guardias! —comanda—. Escolten al insurgente a los calabozos.
—Es demasiado tarde ya, Shogun —finaliza el monje, siendo apresado de muñecas y tobillos—. En estos momentos, Tomoe-san ya debe de estar al tanto de la verdad. Tenga por seguro que tomará represalias al respecto. Aunque no sin antes, cortarle la cabeza a su querido Hatamoto —adiciona, templado—. Es una lástima que haya sido tan intransigente. No diga luego que no se lo advertí. Y que dios lo perdone por sus faltas impuras.
¿Cómo es eso de que Tomoe ya sabe de lo nuestro? Es imposible. Ella jamás se tomaría de unos simples rumores nocivos. Y si no es de Luka ni de mí, de quien ha escuchado la versión oficial. ¿Quién más podría habernos delatado…?
Mi esposo me mira por el rabillo del ojo, exteriorizando el horror en los labios. Reconozco ese semblante. Lo he visto un par de veces en los campos de batalla. Era la manera en la que los soldados de Shinji me miraban, antes de decapitarlos. Un hombre exánime, de aspecto fúnebre y resignado a la muerte. D'Argencourt fue sacado a ahíncos de la reunión. No mostraba un ápice de remordimiento o culpa sobre sus palabras. Íntegramente responsable de sus convicciones, entendimos la gravedad del asunto. El por qué, se mostró tan soberbio al instante en que pisó palacio. Por supuesto que tenía una carta bajo la manga. ¿Cómo pudimos ser tan confiados? El afán de ambicionar tener todo bajo control, nos había pasado la cuenta.
Una vez a solas, nos suspendimos en un silencio impropio. Como quien aguarda la llegada de una tormenta borrascosa sobre nuestras cabezas. Sobrecogido, eché una ojeada cautelosa a la puerta. Tragué saliva. Pensé: «En cualquier momento Tomoe entra por esa puerta y nos manda a matar». Los segundos se hicieron minutos y luego eternidad. Nadie vino a nuestro encuentro. Para integrar con aún más ansiedad la velada, escuchamos pasos retumbando por el pasillo. De a lo meno personas. Joder. ¿Qué está pasando? No doy más de la angustia. Si ya nos han sentenciado a sucumbir, al menos que sea juntos.
—Félix, quiero que sepas, que yo-…
—¿Hermano? —interrumpe Juleka, de sopetón— ¿Ya has finalizado tu interrogatorio?
¿Qué demonios hacía Juleka aquí?
—S-si…eso creo —balbucea titubeante, el mayor— ¿Qué ha pasado? ¿Necesitas algo?
—Bueno, yo no en particular. Pero…—rueda los ojos hacia atrás, señalando el salón de honores. Un lugar destinado para ennoblecer y rezar a los antepasados. Que también era usado para guardar pertenencias—. Me preguntaba si ya habrías acabado tus quehaceres. El Hatamoto es requerido.
—¿Requerido? —cuestiona Luka, liado.
—Ame quiere hablar con Félix —murmura, apabullada—. Está con Tsurugi-san en el salón de honores.
Luka me mira circunspecto. Esperaba que, si realmente Tomoe nos haría mierda, pediría hablar con el Shogun ¿No? ¿Por qué conmigo? Sentí el pecho abultado de aire caliente. Las piernas me tiritaban y ni hablar de cómo se me soltaron los glúteos. Si me cago de miedo, señores. No me gustaría hacerlo delante de mi esposo. Asentí, descalabrado. Y procedí de manera sosegada a seguirle el paso por el pasillo. En cuanto ingresé a la habitación, Juleka se restó hacia un costado. Era una comitiva privada, entendí. Me topé con la Emperatriz y mi hija. Ambas, sentadas sobre sus rodillas. Recitando versos en son de un podio elevado, que revestía la armadura samurái de Kagami y la mía. Misma que porté con gallardía en las batallas.
Couffaine desliza la puerta corredera tras de mí y me regala una sonrisa esperanzadora. ¿No es algo malo entonces…? No sé qué debo hacer ahora. Me he paralizado. Percibo como el sudor gélido me recorre la sien.
—Eres un hombre bastante nervioso, para ser Hatamoto —murmura Tsurugi, de espaldas y torso estoico—. Imagino que eso a Kagami no le resultaba un problema.
—La-lamento si para usted, lo es…—responde, abochornado.
—¿Desde cuándo el temperamento de un ministro de estado, ha sido de mi incumbencia? —determina la japonesa, dando por finalizado su rezo—. De eso se encarga el Shogun. Por algo, los contrata y los controla. No ha habido, miembro en esta corte que sea capaz de entorpecer nuestros estatutos. Ciertamente te has ganado a pulso tu puesto. Aunque no te mentiré, que me irrita que sigas con vida —añade, en una mueca desabrida—. Tu deber era morir al lado de tu líder, Fathom.
—Lo sé. Y créame, que hubiera sido para mí todo un honor hacerlo —Félix se retrae en su lugar, propinándole una noble reverencia.
—No hace falta que adulteres tus sentimientos de esa forma, inglés. Sé responsable con las palabras que emites en este recinto sagrado —frunce el ceño—. Estamos en frente de la memoria de mi hija. Y sé muy bien que ni por asomo, hubieras muerto. No tenías razones válidas para hacerlo. Por lo demás, debías traer con vida a mi nieta.
—Me-me disculpo si la he ofendido…
—A esta edad, ya nada me ofende —exhala, serena—. Aunque si hay ciertos asuntos, que me inquietan y era imperativo tratarlos contigo.
—¿Está segura que soy el hombre indicado, majestad? —sugiere Graham de Vanily, apabullado— ¿No hubiera sido mejor, hablarlos directamente con el Shogun?
—Luka es fuerte. Tiene potencial para ser un líder digno. Pero se ha dejado embelesar por los encantos de un occidental.
—…
—Al igual que lo hizo Kagami en vida —sentencia.
—¿Perdone…? —parpadea el rubio, abrumado—. No estoy…entendiendo.
Tomoe se gira sobre su eje, al igual que Ame lo hace. Se que apunta hacia mi dirección, aunque esté desprovista de su mirada. No obstante, la forma en la que me examina la menor es…por lo bajo, alarmante. ¿De qué va todo esto? Es aquella pequeña niña, que con tanto amor y esmero criamos juntos con Luka, la que me extiende un pequeño cuadernillo de tapa carbón. Reconozco el sello en la portada. Ese es…el diario personal de Kagami. La vi portándolo infinidad de veces. Plasmaba trazos y versos en él, con el esmero de dejar, una memoria ávida de su paso por este mundo. ¿Cómo mierda Ame logró dar con él? ¿Quién se lo pasó o como tuvieron acceso a sus páginas? Desconozco su contenido. Y a juzgar por la formalidad de este encuentro, comienzo a sospechar que es más bien una encerrona; previa a un interrogatorio. He de percibirme en el banco de acusados.
Ya veo. Ahora todo comienza a encajar a la perfección. De todas las personas existentes en este feudo, de la última que hubiera llegado a cavilar sobre una supuesta traición, era de Ame. Ella nos había delatado. ¿La razón? La desconozco. Estoy temblando a brincos y ya no puedo disimularlo. Mis puños sudan, la espalda me tironea la columna. Mis ojos titilan de un lugar a otro, sin rumbo. No logro emitir palabra alguna. He sellado mis labios con el pavor que me azota las entrañas.
Las redes de Zoé finalmente le habían alcanzado. Jalándola a un tumulto de dudas, inquietudes y resquemores. Será pequeña pero tonta no es. Tarde o temprano, este momento llegaría. Necesito tragar, pero es en vano. No consigo apaciguar mi garganta. Me he resignado ya, a esperar el fatídico desenlace de la historia.
—No sé qué tanto te habrá visto mi hija, como para perder la cordura a su propia sanidad —declara Tomoe, templada—. Sin embargo, estos párrafos son la prueba irrefutable de cada uno de los movimientos que hiló entorno a ti. Sería insano a estas alturas, negar lo obvio. Y no pretendo ir en contra de sus sentimientos.
—Excelencia, yo de verdad no sé qué tanto habrá puesto Kagami-san en ese diario —niega Fathom, con la cabeza pegada al suelo—. Y le ruego, me dé una oportunidad de explicarme en caso de injurias. Yo solo-…
—Tú sabías que Kagami estaba enamorada de ti —inquiere la mujer— ¿No?
—Dios…por algún tiempo, se me llegó a pasar por la cabeza. Pero dadas las circunstancias de nuestros encuentros furtivos, creí que solo sería un gusto físico. ¿Qué saco con negarlo ahora? Bien dijo, que sería despreciar su recuerdo. No puedo ser tan cabrón…—asiente, sin llegar a elevar la vista—. Si, mi señora. Lo sabía. Aunque como ya le he dicho, desconozco que puso en su diario sobre mí.
—Inexplicablemente, nada malo. Tan solo maravillas de tu persona. Puede que sea eso lo que más me irrite —masculle la mayor—. Porque ahora que estoy al tanto, de tu relación con Luka Couffaine, no puedo si no sentir recelos.
—Maldita sea, Ame. ¿Qué has hecho? —el ojiverde retoma su postura inicial, examinándolas a ambas de lados intercalados—. Con todo respeto, Tsurugi-san. Mis sentimientos por el príncipe Couffaine jamás fueron un impedimento para que Kagami, hiciera lo que fuese conmigo a potestad absoluta. Yo era su Hatamoto. No hubo día en el que no recalcara lo muchísimo que me honraba secundarla.
—¿Tú la amabas también? —cuestiona la regente.
—Por supuesto que si —aclara, afanoso—. Como todo fiel servidor de su corte.
—No juegues así conmigo —recalca—. Sabes a que me refiero.
—Le pido disculpas si no es de la forma en la que hubiese preferido —inquiere Félix, azorado—. Fue un tema que aclaramos en su momento. Usted mejor que nadie comprende nuestras posiciones. Kagami era mi reina y yo su siervo. Eso no hubiera resultado. Su lugar estaba con un noble. Y quien mejor que el príncipe Couffaine para llevar a cabo una unión insigne de tal calaña.
—Luka hizo bien. Al desplazar sus sentimientos por ti y darle un heredero —rezonga Tsurugi—. Cumplió con sus deberes a cabalidad y ante aquello, no puedo profesar reparos negativos. Lo que nos convoca finalmente a esto. Porque más allá de ser un Hatamoto, fuiste su amante.
—Majestad, yo no-…
—Lo que decían en el pueblo era verdad entonces —exclama Ame, con voz austera y ofendida—. Papá cometió adulterio contigo. Teniendo ya, un compromiso previo con mi madre.
—Las cosas no son tan simples, princesa —desmiente Félix, injuriado—. No todo es blanco y negro. Las reglas del palacio, no funcionan así. Kagami y yo, también compartimos parte de nuestro tiempo. Mi posición, es complicada y compromete asuntos de estado. Sepa que mi baja casta y destreza, es precaria y no tengo derechos a negativas frente a demandas de mi Shogun.
—¿Insinúas que mamá te sometió a la fuerza a sus peticiones? —Ame arquea una ceja, altiva—. No comprendo ¿A que le temes? ¿A qué te trate como un traidor?
—Yo jamás podría traicionar a nadie, pequeña. Y si de traiciones habláramos —murmura, derrotado—. Ha de haber sido yo mismo, a quien entregué. Esto de jugar a dos bandos, mata a cualquiera…
—Es por eso mismo que te he llamado a ti, Félix. Y no a Luka —Tomoe se levanta del cojín, tomando posición de un viejo bastón—. Ya que dices ser tan humilde y pueril en tus sensateces. ¿Este Shogun también te ha acometido?
—¿Qué pretende? ¿Qué denuncie a Luka y lo comprometa? —. Nunca —asevera. De talante brioso y orgulloso devenir—. Luka me ama. Tanto como yo a él. Y esta vez, si es de la forma en la que Kagami hubiese querido ser correspondida.
—Nadie hubiese sospechado jamás, que dos hombres podrían llevar a cabo con éxito la crianza de una niña. Una princesa heredera, para ser más específicos —comanda Tsurugi, segundos antes de comandar su voluntad—. En agradecimiento a este acontecimiento, he tomado la decisión de dejar pasar esta ofensa. Kagami tampoco hubiera deseado provocarte mal. Su corazón la cegó. Por lo que, a partir de hoy, continuaremos respetando su voluntad según dejó escrito en su diario. Has de concretar el matrimonio con Juleka Couffaine, como pretendía. A la brevedad posible.
—¿Pero que mierda me dice? No…no puedo hacer eso —Graham de Vanily se levanta, rompiendo en un misero suplico exaltado— ¡Majestad! ¡Tenga clemencia de mí! ¡No puedo casarme con Juleka! ¡El Shogun ha rechazado la propuesta y yo definitivamente no la amo!
—Es absurdo, Félix —bufa la mujer, envalentonada—. Si has dicho estar consciente de que un líder y tú, no pueden estar juntos.
—Es por eso mismo que hemos ocultado esto con tanta precariedad, excelencia —le explica, nervudo.
—¡Pues ya no está oculto, inglés de pacotilla! —berrea de vuelta— ¡¿Qué acaso no te enteras de lo que pasa en tu propia nación?! ¡¿La infinidad de cosas que dicen de ustedes?! ¡Has perdido el maldito juicio y es algo que no toleraré! —ha golpeado su bastón contra el suelo.
—¡Tomoe-san! ¡Usted sabe que yo no soy un hombre que pida cosas ni ruegue nada! —chilla el rubio, descalabrado— ¡Pero le imploro que no me haga esto! ¡Juleka además es una noble!
—Tú también lo eres ahora, ministro —lauda, insurrecta—. Y Couffaine es una muchacha casta que está a tú altura. Piensa en el futuro de Ame. Esto es lo mejor para el reino. De esa forma, terminaremos con la oleada de injurias y de paso, estarás protegiendo a tu amado Shogun. ¿No es eso lo que quieres? ¿O qué? ¿Buscas que ya nadie lo respete? ¡Es el marido de mi hija, joder!
—Por favor…no…—suplica, arrojado contra el suelo y de lagrimones endebles—. Emperatriz. Honorable señora Tsurugi. Deme una oportunidad para arreglar esto.
—¡¿Y cómo vas a arreglarlo?! ¡¿Ah?! —le reprocha, ofuscada— ¡Mírate! ¡Los mismos cristianos se revelan y ponen en tela de juicio al soberano! ¡Han desafiado la honra de mi hija y de paso la de mi clan!
—Es culpa de una sola persona. Podemos manejarlo. Su nombre es Zoé Lee…—masculle Fathom, entre sollozos—. Si tan solo nos permite expulsarla de Yamat-…
—Levántate y no llores. Me das vergüenza —profana la anciana, dándole la espalda tras caminar hacia la salida—. No es la forma en la que un Hatamoto se comportaría.
—¡Pe-pero…yo…!
—Ya permitiste una vez que Luka se casara con Kagami —chista, arrojándose fuera de la puerta—. Esto no será ningún problema para ti. Es solo portar apariencias. Podrás manejarlo. Eres fuerte.
—Tomoe-san…
—La boda será dentro de dos semanas —decreta, dando por finalizada la reunión—. Vete haciéndote la idea. Y no te preocupes por Ame. A partir de ahora, será instruida bajo mi tutela. Deslígate de ella. Es la hija de Luka. No tuya. No vengas a dártelas de mamá sustituta. No tienes huevos para eso —se va.
No es suficiente. Nunca, será, suficiente. Jamás podré serlo para esta nación. Ni para sus estadistas, ni para el pueblo, ni para el mundo, ni si quiera para mi príncipe. Luka tenía razón. ¿Cómo pude ser tan ciego? ¿En qué momento creí que podría vivir este amor apaciblemente y sin premuras? Nací y moriré como lo que soy. Sin importar que seda costosa vista, como me peine o con quienes me codee. En el fondo, tan solo soy el hijo huérfano de un mercader inglés. Uno que por lo demás, fue desterrado por traidor y denigrante pirata. Un don nadie. Que ingenuamente intentó lograr tener algo de voz y voto en el mundo. Pero no importa que haga o que diga. A nadie le interesa mi vida ni mis sentimientos. Al final del día, deberé someterme a la voluntad de otros. Agachar la cabeza, asentir, profanar mi cuerpo, mis anhelos, mis deseos. Venderme al mejor postor, como una concubina política. Lo intenté. De verdad que lo hice, con todas mis fuerzas.
No es suficiente.
Ahora entiendo lo que sentía Marinette. Ambos, transitábamos la delgada línea del cautiverio profano. Somos esclavos fútiles. Mano de obra barata. Obreros de adagios externos. Enclaustrados entre estas cuatro paredes. Atrapados por embaucados sortilegios políticos. No nos van a permitir ser felices. No al menos en esta vida.
Su sed de escapar, sigue invicta. Está intacta, porque conoce a la perfección el cómo y por qué, de actuar a futuro. Que estúpido fui, creyendo que los Tsurugi podrían haberle otorgado su libertad. Y yo que di tanto a cambio. Me siento falta. Tal vez solo debí morir en el campo de batalla. Rajarme el estómago y contemplar moribundo como mis tripas rociaban el pasto seco de la cruzada. Mil y una escena apilada tras otra, acometen mi cordura. La razón por la cual Nathaniel prefirió la huida. Estaba justificando sus dolos.
La voz de Luka, resuena en mi cabeza como agujas lacerantes. Incrustadas en cada célula de mi anatomía.
«Ven conmigo, Félix. Huyamos juntos»
Fue lo que me dijo. Si tan solo hubiese hecho caso a mi razón y no al corazón…
—Me odias ¿Verdad? Lo entendería si es así.
¿Ah? ¿Quién dijo eso? Por unos instantes, me declaré un solitario hombre lloriqueando en la penumbra. No caí en cuenta de que Ame continuaba ahí, en el cuarto. Apretujaba el diario de su madre contra el pecho, entre que procuraba infructuosamente no sollozar conmigo y ocultar su vergüenza. Estaba arrepentida. Probablemente, porque no subsanó el resultado de sus acciones. No es como dijo Tomoe. Yo no estaba fingiendo, ser la madre suplente de esta niña. Yo fui su padre. Aún…lo seguía siendo. No me arrepentía de nada.
Me froté los ojos con la manga y entre suspiros melancólicos, le dije.
—No, mi niña. No te odio. Soy incapaz de hacerlo.
—Perdóname, Félix. En realidad…—sopesa la peliazul, cabizbaja—. Solo quería conocer la verdad detrás de tus sentimientos. No contaba con que mi abuela tomara esta drástica decisión. Es solo que…—hace una pausa, mordisqueándose el labio inferior con desazón—. Tras leer el diario de mi madre, me quedaron dando vuelta muchas dudas. Tenía miedo, de que hubieras estado engañando y jugando con ambos. Sé que me criaste y fuiste capaz de dar la vida por mí. Mamá te perdonó la vida, a cambio de darme una a mí. Jamás podría pagártelo…—y llora—. Yo los amo mucho, a los dos.
—No tienes por qué culparte ni hacerte responsable, de las providencias que toman los adultos, Ame —expresa Félix, de sonrisa jocosa—. Eres una niña, por todos los dioses. Tienes derecho, además, de hacer preguntas y encontrar respuestas. Aunque muchas veces, sean amargas de oír.
—Ahora ya sé que no estabas jugando…
—Yo no juego con la gente —sentencia Fathom, de voz serena—. Sé que ya lo debes de haber leído en el diario de Kagami. Pero lo cierto es que no mentía. Yo amaba a tu madre. Tanto como a Luka. Solo que el amor a veces…no funciona igual en unos, que en otros. Existen diferentes tipos de amor.
—Soy una tonta —soslaya, abrumada.
—Eres brillante. Por favor no vueltas a insultarte de esa manera —asegura Graham de Vanily, acomodándose a su lado en un medio abrazo—. Ame. ¿Puedo confiar en ti?
—¿Aún quieres confiar en mí, a pesar de esto?
—Nada de lo que hagas, podría romper el vínculo de confianza que he depositado en ti —confiesa el ministro, jovial— ¿Acaso tú ya no confías en mí?
—Lo hago. Siempre —asiente.
—Kagami fue…mi primera mujer ¿Sabes? —suspira, de cariños sinceros y lozanos sobre su nuca, observa la armadura de Kagami a la distancia. Ha entrado en un introspectivo contemplar que lo atosiga de mucha nostalgia—. Sé que quizás no debas escuchar estas cosas, de un varón adulto. Pero ya es imperativo que lo sepas, de mis labios. Porque una experiencia como esa, es valorada incluso para alguien de mi tipo.
—¿Alguien de tu tipo? —parpadea la princesa, inocente— ¿De qué tipo hablamos?
—Ya sabes —ríe ladino—. De los que se besan en la boca con hombres.
—Tú no te besas en la boca con hombres, Félix —murmura la ojinegra, apoyando su mejilla contra el hombro—. Solo con papá.
—Es verdad. Retiro lo dicho entonces —bufa, mustio—. Pues…digamos que de los que se besan con Shogunes guapos como Luka.
—Siempre me ha dado curiosidad.
—¿El que?
—¿Eres la niña de la relación o cómo funciona eso? —examina.
—Acaba de cumplir 6 años hace poco y ya anda de preguntona. Sin duda es hija de Kagami. Qué manera de ser tan directa —. Ejem…—carraspea, ruborizado—. En esta clase de situaciones, no hay niñas ni niños ¿Sí? Solo niños.
—Sigo sin entender nada... —suspira.
—Cuando crezcas te lo explico mejor —sopesa, taciturno—. A lo que quería llegar, es que Kagami significó muchísimo para mí. Fue mi primer acercamiento al sexo femenino. Y si bien sé que no todas las mujeres son iguales. Ella representaba el lado de aquellas que son muy valerosas para el mundo. Su partida, me dolió más de lo que pensé.
—¿Lloraste?
—Muchas veces. En silencio, claro. Escondido…—confiesa, sin tapujos ni arrepentimientos—. No quería que Luka sacara malas conclusiones. Más allá de lo vivido, éramos buenos amigos. Ella compartió sus miedos conmigo. Sus sueños. Depositó fe y confianza en mí, cuando nadie más lo hacía. Creyó en mis habilidades. Le debo todo a tu madre…
—No sabes cuanto me hubiera encantado conocerla. Tener una plática amena con mamá, como lo hago contigo —revela la Tsurugi, contemplativa—. Me cuesta trabajo hacerme una sola idea de ella, dado que todos tienen diferentes puntos de vista.
—Kagami no era muy buena charlando, la verdad —bosqueja el británico—. No se le daba bien socializar. No porque fuese mala. Tan solo era…tímida y muy reservada. Se apegaba tanto a los protocolos, que de cierto modo dejó de lado sus sentimientos. De igual forma, creo que contigo hubiera estado encantada de compartir. Viniste al mundo en un momento repleto de beligerancias —relata, remembrando añoranzas pasadas—. Yo tuve el honor de estar presente para cuando abriste tus ojitos. Te trajo con dolor, pero mucha convicción. Estaba segura de que serías el mañana prometedor. Le juré con mi vida, protegerte y cuidarte. Es por eso, que no hay nada que pueda separarnos. El vínculo que comparto con ella, lo vivo a través de ti.
—¿Qué hay de papá?
—Luka es…mhm…—Félix se rasca la mejilla, liado—. No sé cómo describirlo. Supongo que tiene sus propias convicciones respecto a ello. Llevas un tiempo estando con Tsurugi-san. De seguro escuchaste en más de una ocasión, oírla repetir que solo te hizo como un deber. Lo cierto es que no es así. Luka te ama, Ame. Como la vida misma. No cuestiones nunca su amor.
—No podría. Es muy bueno conmigo —manifiesta la chica, turbada—. A pesar de que a veces me hable con cierta displicencia y me mire como bicho raro.
—Es el Shogun. Es el trato que deben tener en público. Kagami era igual en su momento —besa su frente, cariñoso—. No caigas en prejuicios.
—¿En verdad te vas a tener que casar con Juleka?
—¿La verdad? No sé qué demonios voy a hacer con esto —exhala, hastiado—. Técnicamente ya estoy casado. Bueno, comprometido con Luka. No de forma legal, pero nos importa un pepino. Se ve que Juleka es una buena mujer. Pero yo casi no la conozco ¿Sabes? Con suerte hemos compartido un par de cenas, diálogos escuetos en reuniones, festividades. Ni si quiera sé qué piensa de mí.
—Ella dice que le pareces atractivo —exclama, entretenida.
—¿A-atractivo? —parpadea, abochornado— ¿D-de qué forma?
—Creo que de forma espiritual. Dudo mucho que te vea con otras intenciones —se encoge de hombros—. Siempre que hablamos de ti, se refiere a tu persona como alguien muy sensible y que sabe lo que hace.
—B-bueno…creo que me tocará tener que acercarme a ella ahora —profesa, rendido—. No me queda de otra. Es lo que me han ordenado hacer.
—¿No te cansas? ¿De siempre seguir ordenes de otros?
—Estoy agotado, la verdad —descubre Fathom, aturdido—. Pero ¿Qué opciones tengo?
—No creo que sea problema para ti ¿Sabes? —Ame se levanta, mimosa—. Félix, eres como un roble. Te adaptas a todos los climas y sales victorioso de todas las tormentas. El maestro Adrien suele repetir que te admira mucho por eso. No te desalientes. Quizás no sea tan malo ese matrimonio. En parte Tomoe-san tiene razón —le guiñe el ojo—. Podrás calmar las aguas de los más ponzoñosos y de paso, asegurar el bienestar del reino. Además, ustedes dos ya llevaban su romance en secreto —se encoge de hombros— ¿Qué podría salir mal? Tan solo finge demencia y haz como que está todo bien. ¿No venias haciendo eso antes?
¿Ya les dije que esta niña es la viva imagen de Kagami? Porque si no lo dije, lo recalcaré ahora con intencionalidad. Joder que es pragmática. Su talento es ir por el mundo siendo practica y asegurando el equilibrio en todo lo que toca. Incluso si ahora tenía en su poseción el diario de Kagami. Que, por cierto, aun no sé cómo cojones lo obtuvo. Se supone que luego de su muerte, la mayoría de sus pertenencias fueron entregadas a Tomoe. Pero ella nunca hizo hincapié en tener algo más personal, que su Katana y armadura. Antes de que se retirara del cuarto, se lo pregunté.
—¿Cómo es que llegó a tus manos, su diario?
—Ah. Realmente no lo sé —declara, examinando el libro de todos ángulos—. En realidad, llegó a mi como un presente por mi cumpleaños.
—¿Te lo enviaron así? ¿De la nada? —sugestiona el inglés, suspicaz.
—Si. Así como lo oyes —sisea—. Venía con una nota adjunta, eso sí. Aún la conservo. Decía algo así como…—la rebusca entre sus bolsillos, entregándosela—. "Toda la verdad sale a la luz, tarde o temprano. No olvides el honor". Y ya. Pensé que me lo había mandado papá. Pero luego me quedó dando vueltas, y tras comparar su letra con esta. No era él. Es muy arcaica y poco entendible.
—Está con faltas de ortografía. Sin duda fue un occidental. Aunque ahora mismo, pudo haber sido Zoé o Fei o cualquier cristiano de mierda. Carajo —piensa, releyendo la misiva. Frunce el ceño— ¿Puedo conservarla? Me gustaría analizarla a fondo. Está claro que no venía con buenas intenciones. Buscaban envenenarte la cabeza.
—Odio esto —confiesa la nipona, mosqueada—. Todo el mundo suele repetirme a diario que algunas personas buscan hacerme el mal. Pero lo cierto es que yo no recuerdo haberle hecho nada a nadie. Solo nací y ya pareciera que eso es horrible ¿Por qué esa intención constante de querer dañarme? ¿Tan malo es ser un noble?
—Créeme, hay cosas peores.
—¿Cómo cuáles? —rueda los ojos, sarcástica.
—Como ser Shogún y homosexual —carcajea en respuesta.
—Que chistosito te pones a veces —le saca la lengua, de revés—. Me iré a la cama. Suerte con encontrar a tus enemigos, Hatamoto.
Esto es un bulo, señores. Igual lo que dije, no era del todo falacias. Dejando de lado el obvio gusto de Luka por mí. Está claro que a este reino le falta madurar y abrir los ojos a nuevos colores. No todo es gris. Los matices vienen existiendo desde que la humanidad es humanidad. Mucho más añejado que los griegos. De todas formas, presiento que puedo sacar algo bueno de toda esta maraña. Aún me siento ultrajado por el arbitraje de Tomoe. No obstante, Ame también tiene un punto. Y he de reconocer con respeto, que no sonaba descabellado. Ese matrimonio con Juleka, bien podía traernos beneficios. El problema no era asimilarlo, porque técnicamente lo acabo de hacer. Si no tener que enfrentarme a la irrefutable desaprobación que Luka contrapondría. Bien me dejó en claro hace años, que no permitiría esta unión. Ni como hermano, ni como hombre, ni como príncipe, ni como Shogun. Mucho menos ahora, que era mi pareja.
¿Qué mierda hago ahora y como abordar este tema? Lamentablemente y contraproducentemente a mi corazón, tendré que esta vez dejárselo a Tsurugi-san. Ya no tengo potestad sobre Couffaine en estos indoles. Es el soberano ahora. Al igual que Kagami lo hizo conmigo, él también se dará el lujo de tajantemente reclamarme como su propiedad. Solo alguien con el nivel de superioridad como su suegra, le daría cara. Someterme…otra vez. ¿Cuándo será suficiente?
No pasaron ni dos días, que escuché como Luka ponía el grito en el cielo. Lo hubieran visto. Enajenado, como un perro con rabia, protestó a los vientos. Yo guardé sabiamente silencio. Una estrategia que el propio Adrien, me encomendó tomar. Porque claro, me vi forzado en contarle lo que me deparaba el futuro. Con mi primo ya habíamos construido una nutrida relación fraternal. No solo compartíamos estos temas o cuestiones políticas. Muchas veces, caímos en sensaciones vigorosas, sentimentalismos poéticos y una que otra experiencia masculina. Ya no había secreto que nos ocultáramos. Nos decíamos de todo. Inclusive, momentos de zozobra intima. Éramos como hermanos ya. Dos gotas de agua.
Esa tarde, compartiendo un vino dulce en la casa de té, volvimos a tocar el tema. Para ese entonces, ya había pasado una semana. La boda, era inminente. Sin importar cuantos reclamos haya hecho Luka en reproche, ninguno fue oído.
—Aun no comprendo del todo el por qué, Tsurugi-san hizo esto —confiesa Félix, tomando un sorbo de su brebaje—. Apelo a la idea de que buscaba separarme de Luka. De seguro cree que nuestra relación lo vuelve débil.
—No creo que esté interesada en temperamentos, la verdad —responde Adrien, reflexionando sobre sus propias aprensiones—. Algo ya he compartido con ella, y me parece que es una estrega militar, más que otra cosa. Es por culpa de esos rumores de mierda. Si bien ella ha preferido asegurarse de que son reales, deduzco que lo hizo para no llevarse sorpresas y sus enemigos no la tomen desprevenida a la hora de atacarla —toma un sorbo, de vuelta—. De igual forma, no me parece malo.
—¿No te parece malo? ¿Te estás oyendo? —le increpa Fathom, furibundo—. Luka lleva literalmente una semana completa pateando piedras y aullando como lobo hambriento. Ni si quiera se ha dignado a dirigirme la palabra. De coger ni hablemos. Está tan enojado, que ya ni quiere dormir conmigo.
—Natural, primo. No lo culpes. Pobre…hasta me da pena ajena. El amor de su vida se va a casar con otra persona. Una mujer, para peor —exhala Agreste, cruzándose de brazos—. Ponte en su lugar. ¿No te pasó lo mismo?
—No. Ciertamente no —niega, de semblante apático—. Conozco muy bien mi posición en todo esto. Bien que lo hablamos y me lo dejó en claro. Si yo puedo ¿Por qué el no?
—Supongamos que es porque ¿Es el Shogun? —rueda los ojos, sarcástico—. Son dos posiciones completamente distintas.
—Lo dices como si ser un ministro fuese una basura.
—No lo es, Félix. Pero abre los ojos —sanea su familiar—. Bien has dicho que tu conocías tu posición y el, ahora ostenta una mucho más superior que de antaño. Además, agrégale a eso que ya llevan ¿Cuánto? 6 años en una relación casi conyugal. Técnicamente no están en la misma parábola que antes. Son pareja ahora. Oficialmente, extra oficial. ¿Me explico?
—Es una basura. No creas que no me siento de la mierda —masculle entre labios, el inglés. Rellena su copa y bebe de sopetón—. Solo quiero borrarme un segundo y olvidar que soy una oveja dentro de un rebaño de pastores abusivos. Por lo demás, Luka no ve que lo estoy haciendo por él. ¿Sabes cuantas veces me he sacrificado por todos? Joder, Adrien —bosqueja, amargo— ¡¿Cuándo va a ser el puto día en que pueda solo ser feliz por mí mismo?!
—No reniegues. Kagami lo hizo también. ¿Sabes lo que comienzo a sospechar? —arquea una ceja, suspicaz—. Presiento que no te afecta tanto, porque te acostabas con ella.
—Óyeme, pedazo de burro —lo increpa, fulminándolo con la mirada— ¡No me vengas con-…!
—¡Ah! ¡Muchachos! ¡Aquí están! —interrumpe Marinette, de golpe— ¡Sabía que los encontraría aquí! Félix. Te busqué en el palacio, pero claro. Olvidé que era viernes por la noche y dije: "De seguro se fue con Adrien". Menos mal que aquí estamos —sonríe, de mejilla a mejilla.
—¿"Estamos"? —Félix se descompagina.
—¿Marinette? ¿Qué haces aquí…? —Adrien traga saliva, liado.
No les miento. Literalmente, mi primera reacción fue desfigurarme. ¡¿Pero que cojones hace Marinette con Juleka aquí?! ¡¿Quién la invitó?! ¡Esperen! ¡¿Está confabulando en mi contra?! ¡Como si no tuviera suficientes problemas con Luka! Ni si quiera me dio chances de protestar. Le acomodó un puesto, solapadamente a mi lado. Pidió otra botella de vino y se sirvió para ambas. La vi exigirle que brindaran y tomar. Adrien y yo nos miramos extraviados. Parecemos dos estúpidos, a merced de la inteligencia misma. ¿En verdad somos webones?
—¿Qué les pasa? —bufa Dupain-Cheng, jocosa—. Parecen dos webones.
En efecto. Lo somos. Este es un mundo de mujeres. ¿Algo más que agregar? Me reprimí en mi asiento, traspapelándome sin quererlo, ante la presencia de la cuarta invitada. Fingí demencia. Juleka tan solo ha tomado un sorbo y ya sus pómulos se tiñen de un carmesí ligeramente tierno. Mierda. Esto es obra de Adrien. No pudo ser otro. ¿Él le contó a Marinette? Porque yo no fui. Y dudo Luka haya abierto el tarro. Traidor. Ya verás, cuando me-…
—Esta mañana me enteré, Félix. Fue toda una escena digna de una obra de teatro —revela Marinette, entre risas y encomios—. Luka estaba en las barracas y de pronto, bramó a los cielos. Yo me asusté. Así que me acerqué y le escuché decirle a uno de sus peones —intenta imitar su voz, de manera hosca— "Mi Hatamoto no se compromete con nadie. Mi Hatamoto está comprometido con su nación. El próximo que me pregunte, sobre su matrimonio con mi hermana, se va castrado". Y entonces ¡PAF! ¡¿Qué creen?! Jajaja, el gran Shogun de Yamato ¡Volvió eunuco al herrero! ¡¿Pueden dimensionarlo?! ¡Fue tan gracioso! ¡Jajaja!
Silencio sepulcral en el ambiente. Juleka se minimiza en su silla. ¿Entonces no fue Adrien? Bueno, perdón primo. Es que soy pendejo a veces.
—Ma-Marinette…—balbucea la fémina, nervuda—. Este no es un tema que de risa…
—¡Tonterías, Jul! —su amiga le da unas palmaditas en la espalda, alentándola a que tome posición— ¡Es una noticia increíble! ¿Tú? ¿Casada con Félix? ¡Es lo mejor que le pudo pasar a Yamato! ¡Ahora nada ni nadie podrá cuestionar la relación gay que t-…!
—¡Shhh! ¡Ya es suficiente, Marinette! —proclama Adrien, cubriéndole la boca con la mano— ¿Qué te pasa? ¿Fumaste opio o algo?
—Si. Eso creo —revela su pareja, jovial—. Es que el maestro Anciel está en una especie de… ¿Cómo se puede decir? Retiro espiritual de sanación. Trajo unas hierbas locas desde el puerto esta tarde —dice, meneándose por la mesa—. No ha estado muy bien ¿Saben? Digamos que su relación con Nathaniel está en el hoyo mismo de la mierda. He intentado ayudarlos, pero son una pareja muy indómita. No se dejan aconsejar por nadie más que por ellos mismos —le resta importancia. Toma un sorbo de su bebida—. Pero da igual ¿Ok? Lo importante ahora, es que mi querida amiga Juleka, se va a casar con Félix. Eso hará que dejen de esparcir ponzoña hacia Luka. Ame será la heredera y por fin nos van a dejar libres a nosotros. ¿Qué más puedo pedir?
—Marinette…—inquiere el francés, un tanto preocupado por su estado de jolgorio—. Entiendo que quieras ayudar en varios procesos. Y te lo agradezco. Pero lo cierto es que mi primo ahora mismo no está en condiciones d-…—da un brinco sobre su puesto, adolorido— ¡Ouch! ¡Hey! ¡¿Por qué me pateas, tarado?! —fulmina a Félix.
—Gracias, Marinette. Que amable de tu parte haber invitado a la señorita Couffaine —manifiesta Fathom, dibujándole una sonrisa algarabiada—. Es cierto. Nuestro compromiso es oficial y fue convocado por Tsurugi-san. He de admitir que como bien ya saben, soy un chico tímido y no había tenido tiempo de acercarme a mi prometida a tiempo —añade, girándose hacia la chica— ¿Es hora de brindar?
Pobrecita. Juleka no sabe ya, donde meter la cabeza. Percibo como me observa, bastante indiscreta y relativamente azorada. Sé lo que está pensando y sintiendo. En el fondo, también se ve así misma como una traidora. Luka es su hermano mellizo. Es natural que el compromiso la sobreponga en una situación incómoda. Lo que menos busca, es traicionar el corazón de su familiar. Si tan solo supiera que me siento igual. Creo que nos debemos una conversación sobre el tema, de pecho abierto.
Tendré que incurrir a mis más arcaicos métodos. Esos, que dejé en el olvido previo a conocer a mi príncipe. Yo no sé ligar ¿Ok? Se me da pésimo. Lo poco que sé sobre cortejo y coqueteos, lo aprendí de él. ¿Se verá decente de mi parte, usar esas artimañas con su hermana? Veré como sale.
—La noche está fresca y el calor ha declinado —Graham de Vanily se levanta, haciendo abandono de la mesa. Aunque no sin antes, ofrecerle su compañía a la chica—. Señorita Juleka. ¿Gusta acompañarme al balcón del jardín?
Se ha puesto tan nerviosa, que al tomar mi mano la noto sudada. Está tiritando. Ya no sé si es la vergüenza de la felonía o de plano, ella es así. Frenética, pesarosa y timorata. Como ya dije, no la conozco de nada. Lo poco y escuálido que hablamos, fue escaso. Espero nos sirva para dialogar un poco más. Acepta mi invitación y en menos de 10 minutos, nos reencontramos en el jardín trasero. Yo no he dejado de lado mi trago. Aprovecho la instancia en solitario para rellenar su copa. La toma como si su vida dependiera de ello. Vale. Si necesita embriagarse para estar conmigo, lo acepto. De igual forma, nadie le preguntó si quería casarse. Le ofrezco un cigarrillo. Vacila tomarlo. Me examina, incomoda.
—No es opio. Es solo tabaco, tranquila.
—Pe-perdóneme, maestro Fathom —susurra, acomplejada—. Es que yo no fumo…
—Perdóneme usted. No lo sabía —se excusa, reculando—. Si no quiere probarlo, yo no-…
—Me gustaría. Si —le interrumpe, torpemente—. Ya es tiempo.
Flaquea, rudamente. Acepta el cigarro y lo acomoda en sus labios. Se ve hurgada a encenderlo, pero no comprende el proceso de ello. En serio. Es muy sensitiva. Si tan solo supiera lo imbécil que era yo, cuando recién llegué a estas tierras. Quemo un fosforó y lo prendo. Ella tose al principio. Luego me lo entrega, ajetreada de humo en los pulmones y tráquea. Es la primera vez que compartimos algo juntos. Solo busco que nos tomemos esto, con altura de mira. Dejarle en claro mis intenciones y sentimientos es imperativo. De cara al jardín y escondiendo la siniestra dentro de mi Kimono de seda, charlamos.
—Juleka, si me permite aclararle algo en particular. Me gustaría que supiera que-…
—Le gustan los varones. Lo sé —intercede abruptamente, trazando un mohín afable—. O quizás, me he extra limitado y solo le gusta mi hermano en particular.
—En efecto, me gusta solo su hermano —aclara Fathom, resoplando humo por la nariz—. Pero no se ha extra limitado. Es solo que, por esas cosas de la vida, curiosamente su hermano es varón. No es personal.
—Ministro. Si no deseaba contraer matrimonio conmigo —conjetura Couffaine, desviando la mirada— ¿Por qué acepta todo esto? Usted ya tiene una relación consolidada con Luka. Ustedes se aman, en todas las formas y apariencias posibles. ¿Acaso no está satisfecho?
—Nos amamos tanto, noble señorita —exhala el rubio, elevando la vista a los astros nocturnos—. Que, en nombre de este amor, fui capaz de acostarme con otra mujer, ir a la guerra por él y criar a su hija. ¿Qué le hace pensar que no estaría dispuesto a hacer un último sacrificio?
—Es lo que quisiera saber —confiesa, abrumada— ¿Por qué insinúa que será "el ultimo"?
—Es verdad —sonríe, para sus adentros—. Sin duda no lo será. Es lo que pasa con los nobles, en general. ¿Sabe? Nunca se conforman con nada. Nunca nada, es suficiente. Cuando alcanzan algo, luego quieren más y más. El poder no tiene límites.
—El amor tampoco…
—¿Sabe del amor?
Juleka tuerce los labios.
—Perdone si mi pregunta la ha ofendido —ratifica—. Solo fue mera curiosidad.
—Jamás he tenido el goce o placer de poder enamorarme de alguien, honorable Hatamoto —cede ante su exclamación, claudicando a las intenciones de cuestionarlo—. En el fondo, tan solo me he dejado llevar por la marea.
—Lo siento si sueno impertinente, pero no puedo creer en ello de forma tan inocente —se adjudica—. No ahora, que he descubierto un mundo completamente nuevo frente a sus ojos. Ame ya me dio un preámbulo sobre la opinión que tiene de mí. Déjeme decirle que su estima sobrepasa mis expectativas —confiesa—. Para ser una mujer que profesa no conocerme nada de nada, bien que me pulsa.
—Le ruego no se ofenda con lo que le revelaré ahora —descubre la noble, girándose hacia su compañero de manera austera—. No es personal. Es solo que…todo lo que he evidenciado sobre usted, entorno a sus habilidades amatorias, es netamente resultado de lo que veo en Luka. Él no es ni la sombra de lo que alguna vez fue de antaño.
—¿Cómo dice…? —consulta, estupefacto.
—No sé qué clase de historias le habrá contado mi hermano sobre su paso y vida por Macao —se sincera, tan circunspecta como el—. Pero él tiene una imaginación envidiable. Casi de oro. A lo que siempre he halagado, es a sus dotes artísticos. El podrá decir muchas cosas sobre su pasado. Tanto buenas y malas. Sin embargo, le gusta embellecer pasajes de su vida, como algo poético. Si nos vamos a la realidad…—exhala—. Está a años luz de la veracidad. Mi hermano nunca fue tan feliz, como lo fue con usted. Añora Macao. Aunque era una tumba decreta para él. Luka encontró lo que siempre buscó aquí, a su lado. Durante el tiempo que estuvimos en la provincia china, jamás lo vi sonreír de corazón. ¿Tomar decisiones de estado por el prójimo? Nunca. Fue egoísta y tacaño. No buscaba hacer el bien. Tan solo complacer bajas pasiones. Igual era más joven, inmaduro y altruista —traga saliva, ofuscada—. Eso no quita sus cagadas…
—¿Acaso usted…lo odia? —consulta Félix, perplejo ante su relato.
—No. No lo odio. Lo amo. Pero también lo aborrezco. Por muchas cosas que hizo mal en Macao —sentencia la muchacha, de puños contritos y mirada enajenada—. De primera, este problema que carga a cuestas con las hermanas Bourgeois. Él se lo buscó. Le advertí muchas veces que no jugara con fuego o se terminaría quemando. Luka por esos años, era muy autoritario. Terco y llevado a sus ideas —sanea—. Llevó a nuestra familia a la ruina, solo por caprichos. Porque no supo declinar a sus egos. Sé que ahora dirá que se arrepiente. Pero las mujeres no escatimamos en olvidar dolos, maestro Fathom —lo mira de frente— ¿Me entiende?
—La entiendo. Sé cómo funciona la mente de una mujer —asiente—. Más si está dolida.
—Zoé hace lo que hace, justificado —amonesta—. No la apruebo ni la avalo. Pero la entiendo. Mi hermano cometió errores impagables.
—¿De qué tipo de errores hablamos? —sugestiona el varón—. Se lo comento porque algo llegó a decirme. Más no quiso darme detalles.
—No podría. Se avergüenza de ellos —exhala Juleka, restada—. Como ya le dije, mi hermano era otro. No escatimó en robarle la pureza a Zoé. Luego dijo haberse confundido con la hermana e incursionó en muchas relaciones clandestinas. Finalmente, este es el resultado.
—Juleka —interfiere el Hatamoto, de aquel relato. Ha acabado su cigarro y opta por rellenar la copa de ambos entre platicas—. Usted realmente ¿Qué espera sacar de todo esto?
—Mi hermano debe pagar por sus injurias. Pero al mismo tiempo, evolucionar y tener su momento de sanación —expone—. Lo que busco, es solamente su porvenir. Aunque eso conlleve hacerlo transitar por muchas situaciones grotescas.
—¿Realmente no le molesta casarse conmigo?
—No. Quiero decir, me irrita que otros tengan que influenciar en mis decisiones. Pero ¿Casarme con usted? Es lo que se debe hacer, maestro Fathom —veredicta, ocurrente—. Usted mejor que nadie lo entiende. Me comprende. Somos esclavos, ambos. Usted de Tsurugi-san. Yo de Luka. Finalmente, los dos del Shogun. ¿Qué sigue ahora?
—Lo que debe hacerse —asiente Félix, resignado—. Agradezco que hayamos tenido esta instancia de dialogar. Espero tener en un futuro muchas más.
—Será mi esposo —ríe, mimosa— ¿Cómo no tenerlas?
—Solo un tema en particular…—advierte Graham de Vanily.
—Descuide. Conozco perfectamente la trama que desea plantearme —Juleka se rasca la nuca, extrañada—. Para mí es nuevo igual. Pero…por ahí me anduve enterando, de que fue amante de Tsurugi-san. ¿Es verdad, Hatamoto? ¿Se acostó con la Shogun?
—Un par de veces…—rehúye de su mirada, ruborizado.
—¿Un par de veces? —le interpela, con suspicacia—. Bueno, si vamos a empezar con mentiras así…
—De acuerdo, ya. Disculpe —reniega el rubio, escamado—. Fueron muchas. Incontables. Confieso que…día por medio. Pero si me permite aclarar, la mayoría eran forzadas. No digo que no las disfruté. Solo…a veces no era de mi apetito. Yo desde un comienzo estaba enamorado de Luka. Y, por otro lado. ¿Quién le fue con el chisme o el cuento? ¿El mismo Luka? ¿Kagami? ¿Marinette?
—Es chistoso que mencione a los tres más recelosos de toda la nación para declarar aquello —carcajea Juleka, ocurrente. Finalmente niega con la cabeza, desmintiendo la teoría—. No, mi señor. Fueron las concubinas. Algunas apelaron al ruido que ejercían en el cuarto. Y por favor, no se ofenda ni sienta injuriado. He de asumir que, por lo mismo, todas indicaron que era un excelente amante. No cualquiera hace eso con un líder. Fue el favorito de Kagami-san. No es para menos.
—No puedo sentir orgullo. Pero de alguna manera machista, mi ego masculino se eleva por los cielos —escurre Fathom, rehuyendo de su relato—. La mayoría de las personas creen que el Harem solo sirve para complacer mundanos gustos. Sin embargo, no es verdad. En el fondo, asisten a los quehaceres del palacio. Lavan ropa, visten a los nobles, cocinan, preparan el té, acomodan el hogar. Es un cumulo de cosas, que no podría escatimar en mano de obra. Son necesarias.
—¿Incluso si mi hermano ya no recurre a sus bondades femeninas?
—No hace falta, Juleka —se encoge de hombros, pisoteando su cigarro en el proceso. La mira, resuelto—. Con Luka tenemos muy claro los roles y papeles desempeñados. Ahora bien. Si este adeudo de maridaje le deshonra, puedo apelar a ello.
—Ni mi hermano pudo, Hatamoto —exclama, rendida—. Usted menos chances tendrá. Tomoe es implacable. Me atrevería a confesar, que es la villana de la historia. Sin embargo, pareciera que tiene un plan de por medio. Como si trabajara de ante mano, sobre algo subrepticio. ¿Es eso cierto o solo es mi sublime imaginación?
—Es eso cierto, en efecto —asiente Félix, templado—. Si acepta este compromiso, prometo traer augurios amenos a esta nación.
—Estoy de acuerdo, entonces —asiente la muchacha, decidida—. Casémonos. Solo de esa manera, podremos brindarle a Yamato la cura al mal de la desidia.
Juleka estaba tan dispuesta como yo, a renunciar a todos sus preceptos sentimentales. No voy a fingir que no me estimula su hegemonía. Era imperioso que nos alineáramos sobre estos temas. Buscábamos lo mismo. Nada comprometedor al son de un lamento. Tan solo beneficios provechosos. Marinette me había otorgado una ventaja inanalizable. Le debía eso, al cumulo de favores. Actuó conforme era debido protocolarmente. Y ante su juicio, yo no pude objetar nada. La siguiente semana, procuré pasar tiempo con Juleka. A solas. Entre gratos paseos, ideologías plenas y resquemores propios de los tiempos. Hasta que finalmente el día de la boda nos alcanzó. Nos unimos frente al templo de Ebisu. La deidad de la fortuna y la sabiduría hegemónica. Nada que rallara en lo sentimental, por mucho que se dieran ínfulas de ser sumamente espirituales. Los japoneses tenían sus propias certezas idólatras. Por supuesto que Luka no asistió al sacramento. Se restó de él, inventando un viaje de negocios a otros poblados. Le sentí exhorto de mi amor. Escamado. Incrédulo y reputante. Pero lo justifiqué. Pues él no desempeñaba el mismo ministerio que yo. La noche en la que debíamos sellar nuestra responsabilidad, Juleka se limitó a tomar el té en el balcón de la habitación que idílicamente tendríamos que compartir. Solo estamos simulando frente al mundo. ¿De qué otra forma, podría sobrellevar esto? Me miró por sobre el hombro, circunspecta. Y me dijo.
—Lo conozco tanto como usted, Félix. No va a volver. Ni hoy ni mañana.
—Le daré su tiempo para procesar los acontecimientos. No es fácil —sisea el rubio, sentándose a su lado—. Beba un poco más de Sake. Debemos fingir que fraternizamos esta noche. Sé bien que me comentó, ser casta. ¿De qué forma podríamos engañarlos a todos? Por nada del mundo, requiero intimarla.
—Sangre por sangre —sugestiona Couffaine, cogiendo una cuchilla entre sus dedos. Se la arrima—. Córtese. Así podremos manchar las sábanas para cuando los monjes sintoístas nos cuestionen por la mañana.
Lo hice. Ni si quiera mostré ápices de irresolución. Sin vacilar, me rasgué el ante brazo. Deposité parte de mi material genético por las sábanas y fingí darlo todo por hecho. Regresé a la cama, aseado y dispuesto para cumplir mis rituales funciones. Mi nueva esposa no tardó demasiado en acompañarme. Aunque, desmintiera la farsa en el asunto. Desde un punto de vista femenino, ya nada cobra sentido. Reparo el litúrgico tema con desazón.
—Luka va a comprender.
—Luka no va a perdonarnos, Hatamoto —sisea su esposa, descarriada de rumbo, polvo y paja—. Es hora de afrontar la verdad.
—¿Cuál verdad?
—La de saber, que nunca será suficiente. Para nadie —exterioriza, entre pomulos febriles—. Imagino que ya lo sopesaba, pero recurrió a esto. Tsurugi-san es implacable. No importa que suceda o pase, ella seguirá gobernando soberanamente.
—¿Qué insinúas? —masculle el inglés— ¿Qué solo seremos felices si Tsurugi-san muere?
—No insinúo nada. Declaro que será así…—sentencia, cabizbaja.
¿Se puede pedir esto a los dioses? No lo sé. Me aterra lo desconocido. Vuelvo a reiterar la pregunta. ¿Se puede pedir esto? El de… ¿Que el universo acabe mágicamente con una persona? Me parece abominable. Ni si quiera Kagami, quien fue la que libró incalculables batallas contra sus enemigos, exigió aquello a los cielos. Escudriñaba decorosamente acabarlos de oportuna mano. Hacer justicia a los oscuros sentimientos. Pues no existía en este reino, la venganza como tal. Tan solo hacían caso inocuo a sus timos como parte de un prudente escarmiento. Malversación de los hechos. ¿Así es como se dice?
—De acuerdo —revela Félix, convencido—. Tomoe debe morir, según usted. ¿Qué sigue luego?
—Nada, marido —asiente, cabizbaja—. Estoy a su disposición ahora. Su voluntad. Soy su esposa. ¿Qué tiene en mente? ¿Me va a contar los detalles escabrosos de su contienda? ¿O solo fingirá un matrimonio ejemplar?
—Quiero ser soberbio. Claro con mis intenciones —reverbera el rubio—. No busco que la emperatriz muera. Ame se pondría muy triste si el ultimo recuerdo de su madre, perece con ella. Lo que si podríamos hacer, es…—sisea, prudente—. Echarle la culpa de todo esto a Zoé y mediante ella, definir el futuro de los Tsurugi.
—No estoy entendiendo bien, mi señor —proclama Juleka, confundida— ¿Algo así como fingir un golpe de estado organizado por ella?
—Temo que ya sea demasiado tarde para urdir tal plan, Jul —sugestiona Fathom, mosqueado—. Lee ya ha arrojado una red de virulenta mal intención por todo el reino. Tomoe está convencida de que, casándonos, iba a solucionar todo. En el fondo, es lo mismo que tirar toda la basura bajo el tapete. Mi proposición es hacer que este arreglo sea justamente lo que es. Un pacto que no sea suficiente para nadie. La única forma de presión a Tsurugi-san, es demostrándole que fracasó. No por el bien nuestro. Si no por el de su nieta.
—Ya veo. Entonces, fingiremos pelear y llevarnos mal —parpadea, incomoda.
—No solo eso. Le dejaremos muy en claro, de que no somos funcionales ni si quiera en la intimidad —asiente, virtuoso de sus palabras—. Tarde o temprano, todo caerá por su propio peso.
—De acuerdo, lo haremos…—la muchacha accede a su plan, osada—. Solo espero que mi hermano…no se lo tome todo tan personal.
[…]
—¿Puedes creerlo? —berrea Luka, de semblante contrito y mejilla rosáceas— ¡Mi Hatamoto! ¡Mi chico! ¡Mi esposo! ¡Mi…! —acalla de golpe, desviando la mirada—. El hombre que amo…se acaba de casar con otra.
—Con todo respeto y si me permite, majestad —balbucea Nathaniel, con dejo de resquemor y apacible sonrisa—. Usted hizo exactamente lo mismo con Kagami-san. Todo esto, para mantener viva su relación y aparentar. ¿Acaso ya ha perdido la memoria?
—¡Ya lo sé, joder! —protesta furibundo el soberano, golpeando la mesa con el puño—. Tú jamás lo entenderías ¿Ok? Eres solo un general. Yo soy un noble. Félix es…es…arg…—se muerde el labio, de la colera—. Que infame…
Casa de Té, Ebisu. Sector de confort. 00:14AM.
—¿Sería tan amable de recordarme el motivo de esta velada? —sopesa Kurtzberg, escudriñando con la mirada a los asistentes. La mayoría de ellos, de dudosas procedencias—. Este es un burdel, por si no lo ha notado.
—Estoy al tanto —gruñe Couffaine, acabándose de sopetón su bebida—. La verdad es que mi vida amorosa apesta ¿Bien? Ser Shogun, no es algo que te de tantas regalías como otros imaginarían. Es un castigo. Una prisión al corazón.
—Eso… ¿Qué tiene que ver con todo esto? —cuestiona el bermejo, taciturno—. Sigo sin comprenderlo. Si buscaba el calor de una mujer, le refresco la memoria. La casa coral, está a disp-…
—¿Eres estúpido o solo finges serlo la mayor parte del día? —lo fulmina con la mirada, exigiendo al aire otra copa de sake—. Ya te dije que no me gustan las mujeres, general. No vine buscando la compañía de una. En realidad, es un desahogo. Algo así como querer recrear la vista a lo hermoso.
—Bueno, en caso de que requiera jovencitos…—apela su camarada. Quien aún no ha tocado su trago del todo—. Era mucho más fácil solicitármelos y yo se los llevaba a los aposentos. ¿Para qué exponerse de esta manera? En vez de gozar de sus placeres en la intimidad. Este lugar es de mala muerte y la mayoría de los asistentes, lo odian —añade, rehuyendo disimuladamente de las miradas ajenas—. He reconocido a un par de mercaderes, que de hecho fueron los precursores de aquellos insultos a su persona.
—Por lo mismo. He de tomar precauciones, ahora que Félix está casado —confiesa el Shogun, acomodándose el cabello con galantería—. Para ser un militar, te has quedado obsoleto en estrategias. Ahora más que nunca, es momento de que me vean solo. Sin él, rondándome. Tsurugi-san fue clara en sus argumentos y si bien al principio me costó entenderlos, no me quedó de otra que asumirlos.
—Esto solo resultará, si Félix y Juleka logran llevarse bien —manifiesta el occidental, llevándose a los labios un sorbo de su licor—. No todas las tapaderas confluyen, si no hay coherencia entre los participantes.
—Félix sabrá cumplir con su deber. De la misma forma en la que yo debo aparentar, practicar los míos —descuelle el peliazul, restado del ambiente. En el fondo, el que finge fingir lo fingido, es el—. Me duele ¿Ok? Me molesta. Me irrita. Y me da celos. No voy a engañar a nadie con eso. Si vas a seguir cuestionando mis métodos, será mejor que te largues. No te invité para esto.
—En realidad, majestad —reverencia Kurtzberg, confundido—. Sigo sin comprender el por qué, de mi propósito en todo esto. Pero apelaré a que buscaba tener un compañero de tragos. Muchos amigos no tiene.
—Tuve una amiga, una vez…—explica el ojiazul, cabizbajo—. Se llamaba Fei. Creí ingenuamente en su momento que, tras jurarme lealtad y amor al apellido de mi familia, eso se mantendría inamovible. Solo las certezas, lo son. La gente cambia, Nath.
—La gente no cambia, mi príncipe. Solo empeora o mejora. O de plano, envejecen —profesa Nathaniel, jugueteando con su copa—. De donde yo vengo, los juramentos se sacramentan con la vida.
—Que chistoso que me hables de jurar para acatar —bufa el regente—. Si no fuiste capaz de mantener tu promesa con Marc. Fue Félix quien te tuvo que convencer de volver. ¿Qué te pasó? ¿Acaso la deshonra fue más grande que tu amor por él? Eso suena decepcionante.
—Tu-tuve…problemas ¿Ok? No fue sencillo —esclarece el ministro, azorado. De plano, se bebe hasta la última gota de la botella y exige otra en el proceso—. Sucede que…me amenazaron, señor. Me vi forzado a aceptar la deshonra, justamente para proteger al maestro Anciel —adiciona, atisbando frustración—. Cuando Kagami-san cayó en batalla, mi destacamento fue apresado por el señor Atsushi. El, no escatimó en recordarme mi posición entre sus huestes. Fue tajante. Me entregó la daga, para cometer Seppuku. Fue ahí cuando le dije, que no podía morir. Pues le había prometido a mi "amada" regresar con vida. Curiosamente, si bien lo entendió; porque dijo que yo era un occidental jugando a ser japones. Me prohibió acercarme a palacio de nuevo. Fue algo así como un pacto. Algo consensuado. Y lo cierto es que, bajo ese dictamen, regresé abandonado y despojado de todo. Finalmente, fue muy compasivo conmigo. Más bien, por respeto a Tsurugi-san…más que otra cosa. Mi vida no tiene peso aquí.
—Te noto acongojado contándome esto.
—Es que lo estoy, excelencia —Nathaniel agacha la cabeza, en un acto de sumisión bochornoso—. No hubo noche ni día en la que no llorara su ausencia. Lo extrañaba como el desierto a la lluvia. Pero ¿Qué podía hacer? Regresar, era lo mismo que morir de pie. Lo hombres de Makoto me pisaron los talones por cuanto pudieron. Y yo…—aprieta los labios, compungido. A portas de soltar lagrimones—. Yo no supe…como…
—No llores, general. No es momento ni el lugar —sanea Luka, en tono hosco y demandante. Se voltea hacia un costado de la mesa—. Ahora tienes la respuesta a tu convocatoria.
—¿Eh…?
—Que mi vida amorosa esté pasando por el peor declive existencial de todos, Félix confiaba en ti y yo, confío en él. Es por eso, que estamos aquí. Este lugar, es el favorito de Marc —sentencia, desprovisto de intención—. Me comentó haberlo visto deambular por esta casa de té. Lo frecuenta. Y de cara a tal acontecimiento, quise traerte para que ustedes dos, hablaran. De hecho…—acota, observando hacia el balcón—. Ahí está. Como de costumbre.
—¿Marc está…aquí? —parpadea el pelirrojo, estupefacto. Siguiendo la trayectoria de sus añiles orbes, lo divisa a lo lejos—. Ma-majestad. No sé si sea…
—Que yo sea desgraciado, no significa que tú también —dictamina Couffaine, esbozando una sonrisa pueril—. Este es el momento, Nath. Llegó la hora, de enfrentarlo.
—Pe-pero…yo no sé si sea el momento…—se acobarda, enrojecido—. Si está ocupado buscando la compañía de otros. ¿Cómo voy a poder convencerle de-…?
—Patrañas. Yo soy el Shogun ahora —Luka se levanta de su asiento, jalándolo por el antebrazo con potestad—. Ven conmigo. Por primera vez en mucho tiempo, podré hacer uso de mi fastuoso poder legislativo.
—No puede obligarle a hablar conmigo ¿Sabe?
—Claro que puedo, tontorrón —carcajea, altivo—. Es más, lo haré ahora mismo. Vamos.
—¡Es-espere-…!
Marc, poco y nada había reparado en la presencia omnipresente del Shogun. Mucho menos, de su general. En cuanto fue asaltado en el tablero de juegos, el escaso colorete que abundaba en su rostro, le traición. Haciendo abandono de todo ápice de arrogancia y altivez, optó por minimizarse en su asiento. Los comensales que adornaban la mesa, se retiraron poco menos que huyendo de la escena. Nadie le haría cara al rey. Mucho menos, en una casa de té tan cuestionable. Anciel, sin ver a donde huir; dio un bote en su lugar. Y de un brinco, se arrojó al suelo hasta que su frente chocó contra la madera. Era literalmente la reverencia perfecta.
—¡Ma-Majestad! ¡Le pido mil disculpas! —exclamó turbado, el eunuco— ¡No sabía que estaría aquí!
—Maestro Anciel —Luka frunce el ceño, simulando una amonestación que no deploraba en realidad—. Queda oficialmente arrestado, en nombre del Shogun de Yamato —. Ay, que divertido suena cuando lo digo así, jeje…
—¡¿Mi-mi señor?! —el pelinegro no demora en arrastrarse hacia sus pies, besando en reiteradas ocasiones sus costosos zapatos— ¡Honorable! ¡Altisimo, Shogun! ¡Le pido me dé una oportunidad de explicar mi devenir! ¡¿Bajo qué cargos se me acusa de dolos?!
—Pobre. Está desesperado. Ahora entiendo el por qué, a Nath le vuelve loco. Mírenlo. Parece una princesa —piensa, juguetón—. Bajo el cargo de desacato, maestro —comenta—. Conoce muy bien las reglas de la corte. Está estrictamente prohibido, hacer abandono del castillo en toque de queda. Para eso tenemos horarios estrictos y normativas que cumplir. Eso podría provocar una traición. ¿Algo que decir en su defensa?
—¡Gran divinidad! ¡Yo le juro que no estaba incurriendo en ninguna traición! —se excusa, exasperado— ¡Yo solo-…!
—Dios, Luka. No haga esto…—Kurtzberg traga saliva.
—¿Estás dispuesto a pagar tu crimen? —Couffaine eleva una ceja, suspicaz.
—¡Si! ¡Dígame! ¡Lo que demande mi señor, yo lo cumpliré! —sentencia, arrojado— ¡¿Qué debo hacer para suplicar clemencia?!
—Que hables con el general Kurtzberg —exige.
—¿Cómo…dice…?
—Decreto, que dialogues con Nathaniel a solas. En privado. Y solucionen sus conflictos internos —demanda el peliazul, certero—. No es una petición ni un favor. Es una orden. ¿Te queda claro?
Silencio sepulcral en el ambiente. Tras varios segundos de afonía impérenme, Marc finalmente aclara la garganta y dice.
—Lo acepto —acata, elevando la vista hasta dar con la introspectiva de un cobarde Nathaniel—. Esto…es jugar sucio.
—Te juro que no tuve nada que ver en esto. Yo no quería. El solo…—le responde, de ojos.
—Listo. Está perdonado entonces —Luka se mofa entre labios, retirándose hacia la puerta—. Preparen nuestros caballos. Volvemos al palacio.
Tras salir de la posada, Marc se profesa sumamente humillado. No pretende figar un agrado solemne, pues lo han asaltado. Sin embargo, no es momento de caer en beligerancias. Más que mal, Nathaniel también lo fue en su momento. Al haberlo ido a increpar en esos pastizales de trigo. Los tres hombres, montan corceles y retornan en una escolta de escudos, con trayecto el fortín.
¿Nada es suficiente? Tal vez, haya cosas que, si lo sean. A partir de ahora…
