Antes que nada, Feliz Año, espero que estén llenos de salud y esta se quede con ustedes todo el resto del año; gracias por leer, gracias por esperar si aun lo hacen. Ojalá encuentren el capítulo interesante.
Gracias.
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Martes 10 de noviembre
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Se miró al espejo con tanta cautela, que creyó que de tanto mirarse acabaría por desconocerse; lo hacía, esa no era ella, tendría que sonreír, tendría que recibir las felicitaciones obligadas, tendría que aceptar cada cumplido por la misión realizada, cada alabanza por ser una heroína… y en el fondo, era la traidora más grande del universo, no tenía de heroína nada, su nombre no significaba ya nada, absolutamente nada, porque su palabra, la que había empeñado, había servido para nada, le había fallado a ella y se había fallado a sí misma.
Ahí, ante el espejo, no entendía del todo cómo había llegado hasta esa situación, cómo se había dejado llevar por emociones que no sentía, cómo había permitido que el crédito cambiara de manos, que el honor fuera dúctil… cómo se había prestado para que los estándares se cumplieran, para que se creyera de ella lo que la sociedad esperaba… y no lo que ella quería.
Se miró entera lentamente, como si algo dentro de su vientre hubiera cambiado y escalado cuerpo arriba transformándolo todo, mientras subía, algo parecía molestarse, parecía llamarla, se detuvo ante ese resplandor, clavó los ojos en el brazo donde la cicatriz anidaba y se quedó pasmada, Sangresucia, resplandecía blanquecino y rojo… jamás en toda su vida, sintió más real esa marca, jamás antes la había leído como una certeza, porque ahora se sentía así, sucia, estúpida, permisiva… traidora, la más traidora del mundo. Las lágrimas se le vinieron a los ojos, pensó en Pansy y lo que había hecho, lo que había pasado y lo que venía, alzó la cara apretando los párpados para que se fuera el llanto, se miro al rostro con rabia, despreciándose como nunca, recordó las veces que Parkinson se lo dijo a gritos y con burla, pensó las ocasiones que le ardió en la piel y en el alma oír aquello y mientras se sostenía la mirada, abrió los labios para decirse lo único que creía de sí misma:
—Asquerosa sangresucia. —Sollozó despreciándose, porque por su culpa, había perdido lo único que quería.
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Estaba afanada en sujetarse el cabello con una pinza y revisar sus huevos fritos, el café estaba ya caliente y la poca fruta que había picado iba del plato a su boca con velocidad, mientras acababa de cocinar aquello, pensaba en la forma como iba a acercarse esa mañana a la oficina de Harry, para tratar el asunto de Pansy; alguien llamó a la puerta, así que se dio prisa en quitar los huevos del plato, poner un par de salchichas y acomodar todo en la barra, donde ya esperaba su silla para que tomara asiento. Con una servilleta de tela en las manos, fue hacia la puerta para abrir, justo cuando volvían a llamar, ninguna alarma mágica advertía algo de qué preocuparse, así que sólo abrió.
—Hola. —Toda la Torre de Astronomía le cayó en el estómago al verle el rostro sonrojado y los ojos azules profundamente vivos, tranquilos, serenos; permaneció unos instantes mirándolo fijamente, sin saber qué hacer, ni siquiera se le había venido la sonrisa al rostro, sólo le miraba como esperando a que dijera algo más, entonces él lo dijo. —¿Puedo pasar? —La pregunta parecía algo muy similar a "¿Viste a Chaplin en la acera de enfrente?, porque yo sí"; Ron alzó las cejas un poco, como para sacarla de su sorpresa, entonces atinó a dar un paso atrás.
—Perdón… sí, pasa. —Se dio la vuelta y lo dejó venir siguiendo sus pasos, infló las mejillas sorprendida, se frotó las manos en la servilleta con violencia, ¿qué diablos hace aquí?... ¿qué hago?
—Creo que se van a quemar. —Dijo Ron sonriendo y tuvo que correr a mover las salchichas que en efecto se estaban pasando, mientras rápidamente las movía, lo escuchó acercarse a la barra con lentitud. —¿Cómo has estado?
—Bien, Ron… ¿tú?, ¿cuándo regresaste? —Lo miró mientras acababa por quitar las salchichas y servirlas en el plato, él miraba lo que hacía con suma atención y un aire relajado, ella por el contrario estaba tensísima; mientras acomodaba las salchichas junto a los huevos, cayó en la cuenta y se apresuró a decir. —¿Gustas?... puedo prepararte algo rápidamente.
—No, descuida… mamá me preparó algo antes de venir, no te preocupes… te envía saludos, por cierto… estoy bien, llegué hace poco. —Hermione asintió mirándolo, con las manos inquietas como niños que han comido muchos dulces, no sabía dónde ponerlas y acabó por sostenerse del respaldo del banco en que iba a sentarse, Ron le hizo una seña de que lo hiciera y ella se movió lento hasta lograrlo.
—Me da gusto. —Era la situación más incómoda en que podía encontrarse en aquel momento, era absurdo, pero de pronto Ron pasó de ser la persona a la que podía decirle de todo, a simplemente ser un desconocido con el que no aspiraba a intercambiar palabra. —Ron… siéntate… puedo servirte café al menos o…
—No, no, ¡descuida, descuida!... en realidad, vine a saludar, Hermione… y vine a pedirte una disculpa. —Hermione se quedó de un palmo con aquel comentario, Ron parecía abochornado, las mejillas enrojecidas y la frente arrugada, antes que pudiera decir algo, él volvió a tomar la palabra. —Crucé la línea, contigo la he cruzado muchas veces... yo no quiero hacer más daño a lo nuestro, no quiero arruinarlo más. —Hermione abrió la boca, tenía que refutar aquello de "lo nuestro", porque ya en conversaciones previas había quedado más que claro que eso no existía más, nunca jamás.
—Ron, hemos hablado de esto y…
—Tranquila, yo entiendo… sí, lo entiendo… es pronto… mira, te tomé por sorpresa, no está bien, las cosas están extrañas, pero hablaremos pronto de ello de nuevo y vamos a resolverlo, Hermione, sólo quiero que las cosas se arreglen. —Hermione quiso decir algo, en serio que quería, abrió la boca y volvió a empezar, pero entonces llamaron a la puerta, sintió que la sangre se le fue al piso, ¿y si era Pansy?, la saliva se le agolpó en la garganta como una bola de pelos para un gato, Ron sonrió, e hizo seña de ir a abrir. —Conseguí un nuevo empleo, voy a acomodarme en él, veré todos mis pendientes y cuando las cosas se acomoden y estés más tranquila, sobre todo sin tanto ajetreo por lo del ataque, te buscaré, ¿de acuerdo?, podemos charlar y… —Iba hacia la puerta, con grandes zancadas, pasando entre los muebles como quien conoce el lugar de memoria, aquello le revolvió el estómago a la castaña, que temía que cuando se abriera la puerta, Ron se encontrara de frente con Parkinson y aquello se volviera una hecatombe. —… podemos ir a comer algo, o tomar té, tú me lo dirás… ahora me voy, ¿de acuerdo?
—Ron espera. —El pelirrojo giró el pomo de la puerta y la abrió, ahí estaba Neville, sonriente y con una maceta en las manos, pensando que ella le había abierto pues veía al otro lado del pasillo, había atinado a decir.
—Ese punto de luz puede ser bueno para que pongas esta, creo que le dará mayor vida a tu casa y… —Cuando se encontró de frente con Ron, el hombretón palideció, pero Weasley por el contrario se puso muy contento.
—¡Neville! —Lo saludó con un abrazo afectuoso que el chico de cara redonda recibió con una sonrisa sorprendida. —¿Cómo has estado, hermano? —Hermione estaba en su asiento, mirándolos con una expresión de extrañeza y pánico que hizo a Longbottom mirarla con una sonrisa deformada.
—Bien, bastante bien… vine a charlar con Hermione sobre el asunto del grupo subversivo ese y si nuestros muchachos tienen algo que ver. —Dijo de pronto, como para excusar el que llamara a la puerta de la castaña tan temprano.
—Muy bien… pasa… ¡oye, tenemos que vernos después!... tengo que correr, entro a las ocho y treinta… los veré después, adiós Hermione. —Ron salió sonriendo, tras despedirse de Neville con un movimiento de cabeza, mientras éste cerraba la puerta tras el larguirucho Weasley, y dejaba la maceta en la mesa de centro de la sala, sin dejar de mirar a Hermione, ella dejaba caer la cabeza con fuerza sobre la barra.
—¿Durmió aquí?... ¿cómo es que Ronald duerme aquí y Pansy Parkinson se va a infiltrar a una banda delictiva por ti? —Hermione suspiró sonoramente contra el mantel, con los ojos cerrados fuertemente, al escuchar lo último, alzó la cara llena de enojo.
—No durmió aquí, vino a saludar… Neville, por amor, bendito… ¿qué está ocurriendo aquí? —Preguntó consternada, con tal mueca de espanto que Neville se sentó en la silla frente a ella muy pasmado.
—Hermione… creí que dijiste que habían terminado. —Murmuró sorprendido, ella asintió con suavidad.
—Terminamos, te lo puedo jurar. —Ambos se miraron sin comprender del todo qué ocurría, finalmente Longbottom susurró.
—Si hay un cabeza dura en el mundo, es Ron Weasley… creo que él no entendió del todo lo del rompimiento, Hermione. —La castaña sujetó la taza de café y le dio un sorbo para quitarse lo amargo de la boca.
—¿Qué voy a hacer?... ¿tengo que terminar con él de nuevo? —Preguntó con pesadumbre, Neville estiró la mano hasta tomar una de las salchichas del plato y llevársela a la boca con cuidado, sopesando lo que iba a decir.
—Creo que sí… y más vale que sea pronto. —En eso, ambos estaban de acuerdo.
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El peso en su pecho la hizo perder el aliento, se removió con molestia, el peso disminuyó en un lado, pero aumentó en otro, Roar se estaba acomodando sobre ella; hizo lo propio, se movió también llevándose con ella al gato, tenía que acostumbrarse a ello. Mientras se daba la vuelta, el cuerpo se le quejó, dolía todavía aunque tenía que reconocer que menos que el día anterior, aquello fue un aliciente para levantarse de la cama aunque sin abrir los ojos, Roar renegó sobre el colchón mirándola con un profundo y felino desprecio, para luego bostezar como si no le importara ya; Pansy se sirvió un poco de agua en un vaso, la bebió lentamente, luego fue al baño, se sentó y estuvo ahí un rato, mientras orinaba intentaba no perder el sueño, quedarse con la sensación de estar más dormida que despierta. Mientras se lavaba las manos, cayó en cuenta que no podría volver a dormirse, así que se lavó el rostro con agua fresca, aquello la ayudó a sentirse mejor.
Estirándose un poco a cada paso, decidió ir de nuevo a la cocina, ahora por algo mejor que agua, leche helada, el piso frío le iba haciendo recuperar la conciencia, sentía el cuerpo helarse fuera de la cama, intentó recordar en qué momento de la noche se había quitado la ropa de calle, pero no pudo, quizá mientras estaba todavía dormida, quizá con un hechizo simple; mientras se empinaba el vaso de leche en la boca, miró de reojo algo junto a la puerta.
Un sobre… con un listón.
Había empezado.
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Primero tendría que admitirse que sabía más bien poco de lo que querían que hiciera, pero valdría la pena a la larga, un ardor en la boca del estómago decía que así sería, una presión fuerte en las sienes, un inquietante cosquilleo en las manos de ansiedad o de rabia; se sentó en su nuevo escritorio, sosteniendo en su regazo la caja donde llevaba algunos artículos de oficina, acomodó cada cosa en el sitio más o menos adecuado, cajones, repisa al frente, fondo del escritorio, sacó tinta y pergamino y con sumo cuidado el portarretratos desde el que un Harry en sus veintitantos, le sonreía de pie tras de Hermione y él mismo, sujetando la mano de la castaña, miraba a la cámara cada tanto con un bigotillo que acentuaba su sonrisa boba.
Hermione miraba a la cámara con esa mirada caída, con ese aire de dulce espera que solía poner cuando ansiaba que algo ocurriera; viendo la fotografía se arrepintió y le entró terror, ¿qué estaba haciendo exactamente?, la respiración se le agitó y pensó en sus padres, sobre todo en Arthur, recordó aquella vez de la serpiente, recordó el rostro de su madre, congestionado por el llanto y a Fred y a George… tragó saliva y tuvo que apretar los puños y cerrar los ojos rogando porque pasara este titubeo, porque no era sino eso, sólo eso y nada más. No había nada de malo en estar ahí.
En hacer.
Sacudió la cabeza y sujetó desde el fondo de la caja el pisapapeles con forma de manzana para ponerlo sobre el escritorio, lo miró un rato, dudando de si seguía color plata o se había tornado ligeramente rojo; seguía del mismo color plateado, se estaba sugestionando, porque no había cambiado absolutamente de color. Pero deseaba que lo hiciera.
¿Pero deseaba que lo hiciera?
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Alguien golpeaba la puerta con fuerza, dos, tres, dos, tres golpes seguidos y sin interrupción, tuvo que salir del cuarto de baño secándose el cabello todavía con la mano, sacudiendo y salpicando para todos lados, Roar estaba sobre la barra de la cocina mirando por la ventana, se veía claramente que le molestaba sobremanera una visita tan temprana; abrió la puerta con serenidad, sólo para encontrarse con alguien que no estaba nada serena.
—¿Lo has visto? —Preguntó tendiéndole la revista, Pansy frunció el ceño y tomó el ejemplar de manos de Millicent que entró en la casa evitándola con un movimiento torpe y apresurado. —Dicen sólo tonterías, Pansy, sólo tonterías.
Pansy dejó de sacudir su cabello, tomó la revista y se sentó en el sitio más cercano para ello; durante la charla con Harry había visto la publicación de lejos, pero no realmente con profunda atención, ahora por primera vez, podía ver la revista en su totalidad. Hojeó las primeras páginas sintiendo primero un atisbo de divertida curiosidad, luego, con una pasmosa lentitud, una rabia contenida que se le montaba por la garganta y le escocía con violencia; aseveraciones de su ruindad, posibilidades de sus devaneos con Zabini (que eran ciertos), su romance largo y tórrido con Draco (todos lo sabían, para pocos era novedad), pero le atribuían también relaciones apasionadas y llenas de deseo con otros hombres, la mayoría poderosos, la mayoría ricos, todos guapos.
En el fondo, su ego se iba inflando y sintiéndose mejor, igual que su cuerpo aterido había amanecido aquella mañana listo para moverse con más soltura, siguió hojeando la revista, viendo las muchas declaraciones de conocidos y desconocidos, sobre sus extrañas formas de ser, sus excentricidades, como el salir con muggles aunque se suponía (todos creían eso) que los detestaba; pensaba mucho en ello, cada vez que lo leía, pensaba en ello: así era como la veían, las demás personas le veían así, como alguien frío, capaz de ejercer poder, de disfrutar con la incomodidad de los demás, alguien que se reía con sorna del resto del mundo mágico, alguien capaz de conspirar para hacer que un ataque al Ministerio, pasara de una novela a otra cosa… Cabecilla del ataque al Ministerio…
De pronto pareciera que su puesto tuviera mucho más poder del que realmente tenía, de pronto era como si fuera la líder perfecta de una maquinaria maligna hecha para vencer… podría en serio ganar al estar a la cabeza de ese grupo, ella podría llevar a los Sagrados Veintiocho al triunfo si tan solo…
Una gruesa tela negra le golpeó la cara y tuvo que volver la mirada desconcertada hacia quien se la había arrojado, Millicent le miraba con aire serio y desencajado.
—Deja de leer eso, vamos, iremos a comer algo fuera de aquí. —Bulstrode se le adelantó yendo hacia la puerta y abriendo de par en par, Pansy se levantó con el dolor de quien corrió cien kilómetros sin calentar, miró por última vez la publicación antes de dejarla caer en el sillón, se veía muy bien en la foto de la portada.
Caminaron algunas calles antes de desaparecer finalmente, Millicent llevaba la delantera, guiando a Pansy hacia algún sitio adecuado, pero cuando abrió los ojos y pudo ver bien dónde estaba, no le gustó nada aquello, quiso dar un paso atrás para no entrar, era un café mágico muy concurrido del Callejón Diagon, un sitio en boga que estaba llamando la atención, pero Millicent se volvió a verla con seriedad y le susurró al oído mientras la guiaba por la apretujada fila.
—Necesitamos llamar la atención… si vamos a hacer esto, Pansy, necesitamos llamar la atención. —Le sostuvo la mirada largamente, Millicent tenía los ojos oscurecidos, extraños, como si la estuviera recorriendo una adrenalina enorme, como si acabara de bajarse de la escoba de carreras que se partió en dos cuando intentó frenar con fuerza.
—No quiero que estés en esto. —Varias personas habían empezado a mirarlas, Millicent parecía perdida en mirar un aparador cercano, Pansy hizo lo propio revisando las uñas de su mano izquierda.
—No voy a dejarte sola en esto, ya lo he dicho, ya lo decidí… ahora, ¿qué piensas? —Una mesera pasó junto a ellas repartiendo menús, Millicent tomó uno de ellos y se lo mostró como quien está pasando la mañana amenamente.
—Me preocupa la oficina, deberíamos hacer una reunión con todos… algo así como una reunión extraordinaria, para verlos a todos y cerciorarnos de que esté todo bien. —Comentó mientras señalaba el plato de hot-cakes que se le antojaba, su acompañante asintió y comenzó a hablar al respecto, cuando alguien se les acercó.
—Vaya, vaya… señorita Parkinson, luce mucho mejor. —Era el sanador que la había atendido luego del ataque, parecía en serio sorprendido de verla ahí.
—La poción hace buenos efectos. —Alzó la barbilla y le guiñó el ojo con coquetería, Millicent alcanzó a ver a un par de mujeres tras ellas, que tomaron el gesto muy mal, llevaban en el bolso la fatídica revista.
—Sé que es efectiva, pero me preocupa ver los efectos tan rápidos… tendría que ir despacio, señorita Parkinson. —Le dijo inclinándose un poco para que nadie más oyera, las mujeres parecían querer sacarse los ojos para poder acercarlos con sus manos hacia el trío conversador. —No quiere consecuencias a la larga, ¿cierto?
—No se preocupe, iré con calma… sólo tenía que dejar el encierro. —Confesó mientras avanzaba la fila y Millicent pedía al fin la mesa para dos, cuando le dijeron que sólo había espacio en la terraza, en una mesa alta, lo aceptó; Pansy estuvo de acuerdo, después de todo, tenía razón, necesitaban un espacio abierto y propiciar cosas.
—De acuerdo, recuerde que debo verla en una semana… me preocupa la condición de sus pulmones. —Pansy asintió, Millicent se despidió del médico y ella hizo lo propio, sin más entraron en el lugar y siguieron a la mesera, había ruido, risas, niños, gatos que cruzaban el suelo frente a ellas; el lugar era acogedor, tibio y agradable, tres chimeneas bien repartidas por la estancia, candelabros de madera, meseras agradables.
—Bienvenidas. —Dijo la mesera dejándolas para que tomaran asiento, Pansy se quitó la chaqueta y la puso en el respaldo de su silla aprovechando para mirar alrededor, en una mesa cercana distinguió la portada de la revista, la cosa se pondría interesante; Millicent hizo lo mismo y mientras se sentaba finalmente, atinó a hacerle una señal con la cabeza, alguien venía entrando al lugar y Pansy se valió del reflejo de una lustrosa charola que decoraba la pared para ver quién era.
—Ay por Merlín. —Eran Draco, Astoria y Narcissa, sintió que la sangre se le iba al suelo, no sabía ni siquiera si lo prudente sería quedarse y no mirarlos o bien levantarse e irse, no tuvo que hacer nada, estaba tomando su asiento y la mesera empezando a tomar su pedido, cuando una mano confianzuda se deslizó por su hombro; era un roce que sabía de memoria.
—Buenos días, señoritas. —Millicent estaba pidiendo huevos fritos y pan francés, Pansy aún no decidía si quería café o té, pero con la sonrisa seductora que se le puso de frente, atinó a pedir el café.
—Draco, buen día. —Murmuró Millicent poniendo la servilleta en su regazo y tomando un trozo de tostada de las que les habían puesto sobre la mesa, Pansy ya tenía una en la boca y la estaba mordiendo para no tener que contestar.
—Supongo… sólo supongo, que ya viste esto. —Draco llevaba la revista enrollada y miraba a la lejanía por la terraza donde estaban, algunas personas les veían con sumo interés, había murmullos por todos lados.
—Siempre has hecho buen uso de lo que aprendiste en Adivinación, cariño. —Aquella última palabra se aseguró de decirla con tiento, arrastrada, alargada; la chica que les atendía volvió con las bebidas, el café le vino a gloria a Pansy, que se llevó la taza a los labios mientras Draco no le apartaba la mirada de encima.
—Nos están dejando como unos traidores… como unos puristas… dicen que tú tuviste que ver con el asunto del Ministerio. —Sonreía, pero sus ojos estaban llenos de cierto aire de repudio y enfado. —Esto no está bien, voy a demandar a esa revistucha.
—Y yo haré lo mismo, no te preocupes… pero es mejor si no le pones mucha atención, no queremos que piensen que esto nos preocupa. —Millicent le hizo un guiño, era el comentario adecuado, le daba aire despreocupado sin estarlo realmente, Draco se suavizó, recuperó un poco de la entereza y sonrió hacia la mesa donde su madre no dejaba de observarlo. —Escribiré a mi abogado y demandaremos, tendrán que emitir una disculpa pública y lo lamentarán. —Pansy miró a las chicas de la mesa del fondo que les miraban y les sonrió mientras les saludaba con la mano, abochornadas dejaron de mirarles.
—Sea entonces… disfruten su desayuno. —Draco se dio la vuelta para marcharse, no sin antes mirar con unos ojos homicidas a un par de meseros que se habían parado cerca de él para escuchar lo que decía. —Millicent, un placer.
—Siempre, Draco. —Contestó la mencionada, que recibía de la mesera un platón con fruta que les llevaban sin haberla pedido.
—¿Y esto? —Preguntó Pansy a la chica cuando le dio uno igual.
—El dueño me pide que les salude y agradezca el venir… han entrado más de treinta personas luego de que ustedes llegaron. —Millicent soltó una carcajada y aquello relajó a Pansy, concluyó que sería buena idea en efecto demandar, si sacaba algo de dinero extra a costa de aquello, no había sido todo una pérdida.
El desayuno pasó así, entre miradas y susurros indiscretos, conforme pasó el rato, Pansy pidió pluma y papel para una carta, el dueño le envío sellos finos y su lechuza personal, el lugar estaba a reventar; Pansy escribió a su abogado para pedir que iniciara la demanda, escribió a Padma para saber qué consecuencias tendría aquello para su oficina, después escribió a Hermione, pero acabó sin decir nada y tachó el nombre con violencia en la hoja, para luego hacer un embrollo del pergamino, enviar las que había escrito y seguir en la comida con Millicent. Charlaron de cosas sin sentido, tratando de ignorar que estaba ocurriendo todo a su alrededor, estaban echando a andar la maquinaria.
Antes de abandonar la mesa, Pansy usó su varita para reducir a cenizas el papel arrugado que fuera la carta a Hermione; aunque había tachado varias veces el nombre, no quería arriesgarse a que alguien lo descubriera con magia.
—Mejor cenizas. —Millicent asintió, ambas se fueron de ahí entre miradas, susurros y demás.
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—Esa mujer me miró como si… —Lo ahogó en sus labios, miraba fijamente el plato con el sándwich sin tocar encima, lo que a Harry tenía bastante descompuesto; cuando Ronald Weasley dejaba un plato de comida sin tocar, era asunto para preocuparse.
—Figuraciones tuyas, Ron. —Dijo haciendo con la cabeza una seña hacia el plato, el pelirrojo le sostuvo la mirada un momento como si no comprendiera, entre molesto y confundido.
—Ella insinuó que la única razón por la que me aceptan en el Ministerio es por ustedes… dijo que ella no les debía ningún favor. —Harry masticó tan lento lo que tenía en la boca pensando en aquello, que podía sentir las fibras del pan contra la lengua, quiso decir algo más, quiso decir algo al respecto, pero entonces la cara de Ron se iluminó.
—Es Hermione. —Fue como si se relajara, pero buscaba que él mirara a la castaña que entraba a las oficinas en dirección a donde ellos comían, seguramente su asistente le habría dicho que estaba comiendo algo en aquella sala de reuniones, porque caminaba segura entre los escritorios de los aurores, saludando, sonriendo, relajada; hasta que alzó la mirada y vio a Ron, Harry recordó, ellos habían terminado, ¿por qué Ron estaba de pronto contento de verla?
—Hola. —Dijo la castaña apoyándose en el borde de la puerta y viéndolos, Ron iba a decir algo y a empezar a mover la silla a su lado, pero ella lo atajó con velocidad. —Harry, necesito hablar contigo.
—Claro, pasa. —Murmuró con el mismo bocado paseándose por su boca, no había sido capaz de tragarlo, Ron acabó por sacar la silla con más seguridad y Hermione, el ceño fruncido, se acercó a la mesa pero se quedó ahí, plantada frente a los dos, puso un hechizo de silencio sobre los tres para que nadie más oyera y sin mirar a Ron continuó.
—Tengo noticias de un cargamento extraño cerca de Preston, según registros, eran crías de dragón, pero las cantidades de llegada no coinciden con las de salida, podríamos haber encontrado el puerto por el que ingresaron las que trajeron al Ministerio. —Ron la miraba ávido, como si esperara que dijera el sentido de la vida en medio de las frases sobre registros y papeles, Harry procuraba mirar su comida y acabar de mascar lo que tenía metido en la boca, pero verlos no lo estaba poniendo sencillo. —Necesito tu autorización para que mi oficina revise los reportes en los que trabajas y comparar información.
—Adelante, cuenta con ella. —Aceptó volviendo los ojos a la mujer a su lado, Hermione parecía más dispuesta que nunca a no dedicarle una sola mirada a Ron, que empezaba a desinflarse lentamente y a decaer en su contemplación.
—Hermione. —Llamó el pelirrojo, ella asintió sobriamente y se dio la media vuelta para irse, pero antes Harry atinó a añadir algo que traía en la cabeza mencionarle desde muy temprano.
—¿Viste la revista que mandé a tu oficina hace rato? —El tono que usó era por demás seco y amenazante, eso distrajo a Ron que se volvió a verlo con cierto aire ofendido, Hermione se detuvo en la puerta, mirando a uno y otro lado del pasillo; estaba sujeta al marco y tamborileó los dedos de la mano derecha con un aire ansioso.
—Y también supe que has podido conseguir órdenes de aprehensión. —Hermione se volvió entonces a verlo, los ojos muy firmes y las mejillas duras, Harry frunció de nuevo el ceño, quizá ambos estaban haciendo una buena actuación, viró apenas los ojos para mirar a Ron y se preguntó si sería buena idea decir aquello delante suyo, era Ron.
—Ya te había hablado de ellas, incluso cuando fuimos con…
—No las ejerzas, no puedes dejarte llevar por una publicación absurda y basada en chismes de alcoba, dedican dos páginas enteras a hablar de las sábanas de seda favoritas de Draco, y tú quieres usarlas de estandarte para una detención. —Cortarlo así le dijo que Hermione no quería que Ron lo supiera, por un momento le ofendió. —Pedir órdenes de aprehensión… ¿en serio planeas ejercerlas?
—Así es, estoy esperando algo de información… y las llevaré acabo. —Confirmó tragando lo que tenía en la boca, se había cansado de intentar tomarle sabor, Ron entonces echó el cuerpo atrás en su asiento, comprendía que no estaba invitado a esa charla, comprendía lo que pasaba entorno a él y aquello empezó a escalarle por el cuerpo como un signo de rechazo.
—No creo que sea lo mejor actuar así, Harry… insisto, es sólo una revista. —Lo decía con suma franqueza, alojando además en su corazón una verdad que todavía quería imponer por sobre el plan trazado.
—No voy a dudar de ninguna fuente de información, Hermione… la situación no está para pensar que todo es falso o para confiar en todo mundo. —Masculló dejando por cerrada esa charla, tanto para lo que ocultaban ambos como para lo demás.
—Pareces muy renuente a mantener una investigación calmada y silenciosa. —Opinó Ron metiéndose en la conversación, Hermione tomó aquello como señal de escape y se marchó sin decir más, haciendo que se le abrieran los ojos como platos.
—Si el rumor es de un Ravenclaw lo escucho con recelo, si el rumor es de un Slytherin, lo voy a creer hasta que me digan lo contrario. —Clavó los ojos en Ron tras dar una nueva mordida a su comida, el pelirrojo no comía nada aún y tenía un gesto sorprendido y adolorido. —¿Qué ocurre?
—No me dirigió la palabra. —Masculló con los brazos tirantes sobre sus piernas, mirando a la puerta por donde la castaña había desaparecido apenas segundos antes, adivinando aún en el fondo del pasillo su figura esbelta.
—Sé que no es sencillo manejar un rompimiento como el suyo, Ron… son muchos años pero…
—¿Rompimiento? —Weasley estaba de un palmo, mirándolo con una fijeza exacerbada, Harry se metió en la boca un trozo de lechuga que se le asomó en la última mordida, masticó a medias y tras despejarse un poco la boca añadió.
—Ustedes rompieron, ¿no? —Comentó sorprendido, todo lo anterior, las discusiones, las peleas, el asunto de irse tras haber intentado llevársela…
—Fui a verla esta mañana, peleamos… pero no rompimos, es decir… ¿por qué piensas que rompimos? —Preguntó confuso, de pronto las charlas, las peleas, pasaron por su mente y las palabras, las frases cayeron como bloques pesados en huecos hechos exactamente para ellas. —Rompimos. —Aquello lo rompió, fue como si algo se desprendiera dejando una sensación de adormecimiento y dolor, la respiración se le agitó y atinó a clavar los ojos en los verdes de Harry.
—Ron… no me vas a decir que recién lo comprendes. —Harry estaba azorado, nunca antes había leído tan bien la muchas veces legendaria tontera que acompañaba a Ron… que miró el plato como si en su vida hubiera visto un sándwich.
Muchas otras cosas hicieron click en aquel momento en Ron. Y no todas iban a ser gratas.
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Padma fue magnánima, dijo a Pansy por medio de una lechuza urgente que no se preocupara, que se tomara el día para arreglar lo de la demanda y descansar un poco más, así que Millicent y ella fueron de compras; no había nada que necesitaran, pero necesitaban un pretexto para propiciar comentarios, sobre todo para que la sospecha que la revista fincaba llegara a la mayor cantidad de personas posibles; así pues, fueron a comprar zapatos y luego Pansy quiso pasarse por la vieja Ollivanders, para pedir que limpiaran su varita, no dejaba que nadie más le diera mantenimiento.
Sentada en la sala de espera de la Tienda de Varitas, le sirvieron un reconfortante té de manzanilla que le supo a gloria, Millicent no dejaba de hablar de cosas sin sentido, una cualidad de la muchacha; sentadas en aquellos muebles abollonados y cómodos, Pansy tuvo un recuerdo curioso: antes de entrar en Hogwarts, Bulstrode y ella eran buenas amigas, por alguna razón sus madres se conocían y de vez en cuando coincidían en lugares, en esas pocas pero significativas ocasiones, Pansy disfrutaba mucho la compañía de aquella niña, por entonces era ya muy alta para su edad y llevaba el cabello siempre en dos coletas que le enmarcaban las facciones.
—Recuerdas cuando jugábamos juntas, Millicent. —La aludida estaba en medio de una lectura concentrada del nuevo ejemplar de El Profeta, hasta donde habían ido a parar algunos de los chismes de la Revista del Corazón en que aparecía Pansy.
—Bastante bien, odiabas que te dijera Little P. —Aquello la sorprendió, porque no lo recordaba, el gesto debió divertir a Milly que se sonrió. —Te lo decía por fastidiar, tu madre siempre te ha llamado así, nadie más.
—No quiero involucrarte en esta locura que se viene. —Lo decía con sinceridad e igual esperaba sinceramente que Bulstrode lo entendiera; uno de los hombres de la tienda vino a avisarle que su varita tenía más fisuras de lo previsto y que la reparación tomaría más tiempo, ella asintió sin que le significara problema, pero pidió una taza más de té.
—No voy a decir que no hago esto por ti, Pansy. —Millicent dio un sorbo a la taza que tenía delante, Pansy frunció el ceño y miró a la calle, el cielo se había encapotado y hacía un viento helado. —No tiene caso decir cosas que serían mentiras arteras… sólo cállate y deja que ocurran las cosas. —Le fastidiaba enormemente tener que reconocer que Milly le era grata, la hacía sentir débil y necesitada de personas, además, por el momento ya bastante tenía con su debilidad por Hermione para sumarle alguna otra, además en el asunto al que se estaban metiendo, tener debilidades por personas era un riesgo.
—Mi madre… si algo ocurre tienes que cerciorarte de que mi madre esté a salvo, Millicent. —Pidió con la taza entre las manos, buscando que se le quitara el entumecimiento de los dedos, estaba bajando mucho la temperatura afuera y el vidrio del aparador empezaba a empañarse un poco; afuera, en el callejón había empezado a llover y la gente se movía despacio entre líneas plateadas como agujas que teñían todo de plumbago y gris, con un pequeño chasquido, una marea de sombrillas azules, rojas y verdes inundaron el techo, se mecían al ritmo de la suave llovizna, todo parecía una noche artificial.
—Estará bien, no eres lo único que tiene, Pansy. —Rió de lado, tenía una risa divertida que para el momento era lo mejor, ella volvió a sorber de la taza; un hombre con cabestrillo y vendas en la cabeza pasó delante de la ventana de la tienda, no la miraba, pero le pareció como si la supiera ahí dentro.
—¿Crees que hacemos bien? —Quiso saber de pronto, como si le importara muchísimo lo que dijera su amiga, como si eso pudiera cambiar su ya tomada y echada en marcha decisión, Millicent, dejó el periódico a un lado y se acomodó en su asiento con cuidado.
—No lo sé, pero si me permites decirlo, me asusta un poco. —Si tuviera que contar las veces que Millicent le había confesado un temor, podría haberlas llevado en la mano y sobraría espacio suficiente para las suyas.
—Me he vuelto estúpida. —Confesó a su vez para compensar y Millicent soltó una carcajada, aunque bajó la voz cuando la dependienta le miró con interés, parece que ella también tenía algunas publicaciones nuevas sobre el mostrador.
—El amor te vuelve así. —Se volvió a mirarla como si le hubiera ofendido, no le había gustado nada el comentario, iba a refutarlo pero una pareja entró a la tienda.
Ella había extraviado su varita en una salida a pasear, así que ambos necesitaban comprar una nueva, mientras pasaban por el ritual acostumbrado de tomar medidas, ver fechas de nacimiento y nombre y se paseaba la dependienta por cajas que se sacudían negando mientras otras aceptaban acercarse, Pansy seguía pensando en el curso que estaban tomando las cosas; el plan parecía sencillo, iba a llegar la carta y tendría que aceptarla, una vez que la aceptara, iba a infiltrarse en el grupo y a empezar a filtrar nombres, sería muy sencillo. Miró a la pareja que compraba la varita, la chica sonreía mientras él le decía cosas aparentemente divertidísimas, ¿si ella de pronto le decía que era vampiro, él lo creería?, parecían tan felices, como si nada pudiera romper su felicidad; y no, dudó que él lo creería, dudó que algo así pasara. Entonces pensó en todo lo que significaba que ella de pronto se uniera a un grupo así tras años de mantenerse al margen, recordó las veces que se negó a acompañar a Theo a algún evento o las muchas ocasiones en que convenció a Draco de quedarse con ella en un rincón de un restaurante y no acudir a la mesa de algún amigo porque se tenían sospechas suyas en el Ministerio. Entonces lo supo.
Claro, no iban a creer que se fuera a su bando tan fácilmente, nadie lo creería, tendría que hacer las cosas de forma diferente, necesitaba amarrar la situación lo mejor posible, hacerla más creíble, que de verdad no hubiera lugar a dudas sobre su cambio, necesitaba un pretexto enorme para cambiar; miró a la calle nuevamente, dos chicas iban cotillando con la revista en la mano, recordó lo que Harry dijo Tengo una orden de aprehensión en tu contra y estoy resuelto a llevarla acabo… Era eso, necesitaba que la aprehendieran, que fuera un escándalo, sentirse lo suficientemente rota y humillada y entonces tendría sentido, ella habría intentado cambiar, habría luchado por ser del bando bueno y no habría funcionado, aquella bofetada del Ministerio, esa vuelta de espalda, sería suficiente motivo para que la hija pródiga volviera al redil.
—¿Volviste a recibir la carta? —Millicent se volvió a mirarla, la pregunta le había tomado por sorpresa, se llevó la taza a la boca para dar tiempo antes de contestar, pronto bebió con calma, miró la taza un momento y relamiéndose comentó.
—Anoche, la encontré bajo mi tapete de entrada. —Pansy miraba al fondo de la tienda, la pareja estaba pagando la cuenta para retirarse, él reía por algo bobo seguramente. —La dejé en mi mesa de noche antes de salir por ti.
—No la vayas a abrir, estás dudosa, no sabes qué hacer… esperas una señal de que es lo correcto. —Pansy miraba su propia taza, el joven que la atendía venía hacia ellas desde el fondo del establecimiento, traía consigo su varita sujetándola con unos cuadros oscuros de terciopelo.
—Señorita Parkinson, aquí tiene, ¿puede probarla por favor? —La morena se levantó de su asiento y sujetó la varita, al tenerla en la mano fue como si un montón de mariposas le brotaran del estómago, sintió perfecto el escalofrío en su brazo y la forma cómo la ropa se le retorció entorno a la muñeca le hizo sonreír. —Ahí lo tiene… es completamente suya y está restaurada por completo… sólo no la maltrate, dele unos días de descanso.
—Los tendrá. —Pansy se sentía renovada, pasó a la caja y no le dolió pagar la larga cuenta, restaurar a una varita herida era más costoso que hacerse de una nueva, mucho más costoso, pero valía muchísimo la pena; ambas salieron a la tarde fría, Millicent le propuso ir a algún otro sitio, pero Pansy empezaba a sentirse muy cansada, así que le pidió que volvieran a su casa, así lo hicieron.
Echada en su sillón miraba la chimenea encendida, mientras su compañera hacía palomitas de maíz a la usanza muggle, Roar estaba tendido en toda su extensión con las patas estiradas, los dedos separados, mirando las llamas muy de cerca, se sentía tan cansada que sólo quería dormir, así que tiró de la manta gruesa que estaba en el respaldo del sillón y se cubrió con ella, Millicent trajo el tazón de palomitas y se tendió junto a ella en el suelo, Pansy recordó cuando ella hizo lo mismo para cuidar de Hermione; su compañera acercó un tablero de ajedrez y acomodó las piezas con un movimiento de varita, ambas empezaron a jugar entre una charla aguada y no muy entusiasta, al cabo de dos movimiento, Pansy tenía en sus manos a Millicent y ambas lo sabían, entonces metió la mano bajo el sillón, sacó la carta, la que había encontrado esa mañana, la miró un momento mientras su compañera de Colegio miraba el tablero con suma atención.
De un movimiento seco, tiró el sobre en la chimenea, ahora sin miedo, sin emoción, sólo lo arrojó a las llamas, Roar lo miró como una amenaza, había salido de la nada y cruzado sobre su cabeza hasta quedar en el fuego y empezar a consumirse. Millicent había dejado de mirar el tablero tras un movimiento demasiado pensado, Pansy se volvió a verla y sonrió tomando algo de palomitas, siguieron la partida y jugaron por muchas horas, hasta que cayó la noche, Pansy bebió su poción y se retiró a dormir, Millicent le pidió quedarse en el sillón y por alguna razón, Parkinson se lo permitió.
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—¿Por qué querría romper conmigo?
—Ron, mira… eres un buen hombre. —Ginny, sentada al otro lado de la mesa lo miraba fijamente, él seguía ahí, comiendo pollo frío que Molly había cocinado temprano, era noche cerrada, hacía frío y sus padres estaban sentados en la sala oyendo todo. —Pero tienes que aceptar que no has estado en tu mejor momento.
—Pero eso no significa que rompa conmigo, la amo… tiene que estar conmigo justo ahora, cuando más la necesito. —Masculló acalorado, Arthur se dio la vuelta desde su silla, con el periódico en la mano.
—Ronald, escúchate, ¿tiene que estar contigo?... ¿por qué es una obligación, hijo? —Molly asintió desde su sillón, leía Corazón de Bruja, enterándose de todo lo referente al romance de Pansy y Draco y como aquello había desatado la furia del grupo que atacó el Ministerio, era basura según pensaba la matriarca Weasley, pero era muy entretenido de leer. —Ronald, Hermione es una buena muchacha, tiene mucho trabajo y presiones, dale tiempo para que organice sus asuntos y luego busca hablar con ella, si presionas, sólo lo empeorarás.
—¿Por qué siempre debo ser yo el que ceda? —Ok, el berrinche era lo que menos soportaba Ginny, así que cuando le escuchó decir aquello alzó los brazos como si se rindiera, se levantó de su silla, fue a poner su vaso en el fregador y se encaminó a las escaleras.
—El día que entiendas Ronald, que Hermione es más que la mujer que quieres, que tiene vida, respira y vive lejos de tu humanidad, entenderás porque Harry y yo funcionamos tan bien y Hermione te mandó al demonio. —Ginny subió la escalera dando de aspavientos y dio un portazo que hizo vibrar cada plato en la cocina, Ron mordía un muslo, su padre se levantó de su sillón y fue hasta su hijo con mirada cansina.
—Tú no eres esto en lo que te estás convirtiendo, Ronald… ella te aceptó a su lado porque eras algo mejor que esta masa dependiente y arrogante… y espero que vuelvas en ti pronto. —Molly miraba a los dos hombres por sobre su revista, el más joven de sus hijos dejó el plato de lado con un empujón enfurruñado, luego se llevó las manos a la cara con rabia.
—Son duros contigo, Ronnie… pero tienen razón en serlo. —Ron la escuchó y tragó lo que tenía en la boca, se levantó de la mesa y se salió a grandes zancadas, al menos fuera de la casa, el frío le apagaría el coraje.
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Se dio la vuelta y sintió frío, así que abrió un poco los ojos consciente de que algo había ocurrido, entre la negrura logró ver su reloj de pared más allá de su puerta abierta, desde el pasillo le anunciaba que eran pasadas las dos de la mañana, los ojos se le cerraron, no podía abrirlos ya, luchaba por comprender por qué tenía tanto frío; se incorporó en la cama, Roar no estaba ahí, tragó saliva e intentó volver a abrir los ojos, pero no tenía otra cosa que arena bajo los párpados, con cuidado salió de la cama y fue hasta la ventana de la habitación, estaba cerrada, el frío debía venir de otro sitio, empezó a caminar por el pasillo, recordó que Millicent se había quedado en el sillón, así que con la palma de la mano contra el cuenco de su ojo derecho, se aproximó al sillón donde la había dejado dormir.
Antes de llegar a él vio algo en el suelo, oscuro que se atravesaba en su camino, lo pasó con cuidado de no tropezar y llegó al sillón todavía luchando por abrir sus ojos; Millicent estaba en el sillón recostada, hacía tanto frío que se tuvo que envolver con sus brazos, la chimenea estaba apagada, quizá era eso, convocó su varita extendiendo la mano y recordando dónde la había dejado, pero no vino y eso la hizo fruncir el ceño. Bostezó y al hacerlo pudo abrir un poco más los ojos, entonces vio algo que no le gustó, la chimenea no estaba apagada, estaba cubierta por una sombra densa; llevó sus dedos a aquella sombra y al tocarla fue como meter la mano en agua, y sacarla entumida, entonces escuchó el gemido.
Al volverse, distinguió aquello, Millicent estaba amordazada, por la misma sombra oscura que había cubierto la chimenea, el sueño se le espantó de un golpe, buscó alrededor y encontró la puerta a la calle abierta de par en par; ¿habían olvidado poner hechizos de resguardo?, ¿qué había ocurrido? Millicent luchaba por deshacerse de su mordaza y lo que parecía ser ataduras de la misma sustancia en las muñecas pero Pansy le indicó que guardara silencio, buscó entre las cosas de Millicent al borde del sillón y ahí encontró la varita de ésta; con ella en la mano en postura defensiva avanzó por el pasillo, lo que antes había saltado sin saber qué era, resultó ser Roar, sintió que se le ponían los vellos del cuerpo de punta pensando que lo habían matado, pero no se detuvo a revisarlo, debía cerciorarse de estar a salvo, un instante después, al entrar a su cuarto vio su varita en su sitio, y entonces puso sus ojos en las puertas de su armario.
Con grandes letras rojas alguien había escrito por sobre el lujoso acabado claro de la madera Maldita traidora, purista de mierda… su varita estaba ahí, con un movimiento de la de Millicent pudo liberarla, alguien la había hechizado para no acudir al primer llamado, ya en su mano, quiso borrar aquello pero comprendió lo que había pasado; alguien la odiaba por lo de la revista, esa visita era un acto de algún maldito fanático… y era una oportunidad, apresuradamente invocó su patronus y lo envió a pedir ayuda al Departamento de Aurores para avisar que había sido atacada, lo hizo con un tono sufriente y asustado que le había salido muy bien. Era conveniente para la historia, así que revisó a su alrededor por si había algo más que no hubiera notado, pero no, no había nada más; volvió por el pasillo hacia el sitio donde estaba Roar, lo revisó y constató que no estaba muerto, probablemente sólo lo habían hechizado.
—Millicent. —Llamó mientras se le acercaba para desatarla, la aludida se sacudió desesperada, cuando logró quitarle con varios conjuros lo que le cubría la boca, oyeron toquidos en la puerta y la declaración de que eran Aurores que acudían a su llamado. —¿Viste quién era?
—A los primeros no, pero sí al segundo. —Susurró y la sostuvo para dejarla a su lado, podían seguir llamando, Pansy frunció el ceño. —Los primeros entraron porque tu varita se debilitó, debimos renovar los hechizos de protección… eran unos niños enmascarados… jugando… pero luego de ellos vino alguien más. —Pansy ignoró el tercer toquido, pero quitó los seguros para que pudieran entrar y fingió estar soltando las manos de su amiga mientras entraban revisándolo ya todo.
—Te dejó eso. —Milly hizo una señal con su cabeza hacia el estante de la cocina donde Pansy tenía las fotos familiares, un sobre con listón atado le devolvió la mirada, colocado cuidadosamente tras la foto de su madre. —Guárdalo. —Pansy asintió y lo desapareció de ahí con un movimiento, un auror le miraba, sonrió de lado al coincidir con sus ojos.
—No querrá ver mi ropa interior por ahí colgada, señor. —El hombre le miró fijamente, lo siguiente fue un terrible interrogatorio que más parecía culparlas a ellas de aquella intromisión que a alguien más.
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Todo era una locura, entre los apretones de manos orgullosos y las palabras de admiración, algo en medio de tanta alegría, no acababa por complacerlo; mientras se revolvía con la gente, mientras aceptada con azoro ciertos halagos que no venían al caso, no podía apartar los ojos de Hermione, su sonrisa, si bien era amplia y reluciente, escondía algo… algo oscuro, algo triste. El corazón se le encogió. La propuesta había sido inoportuna, una bofetada en medio de un momento de impacto, si bien había desatado la euforia de muchos, ni a él, ni a Ginny, ni a Luna o Neville, les había parecido algo adecuado, vamos, el entrecejo fruncido del último le hizo sentirse identificado. Ron lo había arruinado.
Hermione iba de una charla a otra, sonriendo y aceptando con cortesía las felicitaciones, hoy más que nunca todos lo sabían: Sería la nueva Primera Ministra de Magia, ya nadie podría detenerlo y sin embargo, eso se había visto opacado por el exabrupto de Ron; pero había una sacudida peor: la copa que se estrelló en el suelo, la puerta que se cerró de golpe detrás de Pansy. Sólo ellos lo habían notado y esa era la nube detrás de la sonrisa de Hermione.¿Por qué demonios se habían descarrilado así las cosas?, ¿cómo diablos iban a salir de este atolladero?
Empezó a caminar hacia ella con las zancadas más seguras que pudo, Ginny se había quedado conversando con Luna, ambas lucían intrigadas y dispuestas a apoyar si se requería, él sólo quería llegar a su amiga, a su hermana; cuando logró llegar hasta su lado y la gente que la felicitaba lo notó, inmediatamente le dieron espacio para abordarla y pudo, sutilmente, alejarla del gentío; Ron estaba demasiado ocupado con Seamus y otros, recibiendo palmadas en el hombro y estrepitosas expresiones de alegría y beneplácito. Si bien Hermione sonreía mientras se alejaban del tumulto y buscaban un rincón donde conversar, la sintió tensa en cuanto se vieron un poco lejos de la aglomeración, y aunque los dos vieron por el rabillo del ojo a Millicent mirándolos, prefirieron ignorarla y pasarla de lado.
En una terraza aparte, luego de sacar su varita y conjurar un par de hechizos silenciadores, volvió sus ojos a Hermione Granger, quien en unos meses más sería nombrada Ministra; cuando los ojos verdes de Harry Potter se encontraron con los de la castaña, ambos supieron la verdad, la frase que vino luego, en realidad no decía nada nuevo ya:
—Se fue porque acepté. —Y sonaba tan mortalmente triste, que Harry no supo qué decir.
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Mientras aquellos sujetos hablaban con Pansy sobre la intrusión en su casa, Millicent observaba callada, pensando, cada vez que aquellos hombres preguntaban cosas de mal modo y con tono alterado, la morena se ponía más y más incómoda; Milly sujetó a Roar y lo puso en su regazo, mientras esperaba a ver qué rumbo tomaba todo aquello, uno de los aurores se acercó hasta ella y se sentó a su lado.
—Nuevamente, señorita Bulstrode… ¿qué fue lo que vio? —Aquello la fastidió, pero a regañadientes volvió a hablar.
—Un par de muchachitos, seguramente recién egresados del colegio entraron a la casa, era evidente que dejamos poco resguardado todo, entraron, pintaron ahí… los escuché cuando estaban haciendo eso, salieron corriendo como alma que lleva el diablo, opté por dejarlos ir, uno nunca sabe si le atina a sus suposiciones, podían traer otras intenciones. —El hombre tomaba notas, pero por su cara, no creía media palabra.
—¿Los conocía? —Preguntó con un aire extraño en la voz, Millicent frunció el ceño, Pansy estaba despotricando contras los oficiales, quiso levantarse e ir hasta ella, pero uno de los aurores se puso a su lado y le impidió moverse con una mirada cruda.
—No, no los conozco. —Pansy estaba gritando llena de rabia, decía algo sobre faltarle al respeto, alegaba su puesto y vociferaba sobre el mal trato, decía que ella era la víctima de un asalto y no la persona a la que debían maltratar. —¿Están aquí para ayudarnos o para encerrarnos?
—¿Qué hacía en casa de la señorita Parkinson? —Esa pregunta la hizo crisparse, puso a Roar suavemente en el sillón a su lado.
—Salimos de compras, se hizo tarde, me quedé a dormir para no tener que ir hasta mi casa… hay algo de malo en ello. —Espetó muy molesta, los aurores se miraron como si encontraran en ella mentiras, como si ella hubiera entrado a la casa.
—¿Por qué no los detuvo? —El hombre sospechaba de ella y aquello la hizo titubear, no podía decir que tras los muchachos había entrado otro hombre a dejar el sobre, no podía decirlo porque tendrían que hablar de la carta y no debía.
—Si no mal recuerdo, cuando entraron, vieron a mi compañera desatándome. —Tenía que contenerse, tenía los dientes apretados y deseaba que Pansy hubiera dejado su varita más cerca y no sobre la mesa de la cocina; los dos se miraron, tomaron unas notas más, entonces el que la interrogaba se puso de pie.
—Señorita Bulstrode, permítanos llevarla a casa. —Pansy venía por el pasillo furiosa, seguida de cerca por dos aurores.
—¡Así que porque en una revista de chismes vieron mi nombre, asumen que hago esto por atención! —Milly se puso de pie para darle alcance, pero el interrogador la sujetó por el brazo.
—Permítame llevarla a casa, insisto. —Pansy le miró y vio al sujeto con rabia contenida, luego tomó aire y exclamó.
—Váyanse, piensen lo que quieran, pero óiganlo todos muy bien, si amanezco muerta mañana, si pasado encuentran mi cuerpo en una zanja, espero que no les extrañe que les haga responsables. —Había algo en los ojos de Parkinson que preocupó a Millicent, el agarre del auror volvió de pronto.
—Tenemos órdenes de vigilarle, señorita Parkinson… por su seguridad. —Pansy se volvió con ganas seguro de romperle la cara al sujeto, así que la miró con decisión y espetó.
—Permíteles acompañarte, Milly… así quizá puedan largarse de mi casa. —No quería dejarla y esperaba que su mirada lo dijera, pero el auror apretó más fuerte su brazo.
—Suélteme, imbécil. —Espetó llena de rabia, Pansy se aproximó a ella y miró al sujeto fijamente. —¿Por qué demonios nos tratan así?, ¡entraron a la casa mientras dormíamos, pudieron matarnos! —Exclamó enardecida, Pansy asintió mirándolos.
—¿Y por qué no lo hicieron? —El sujeto que había peleado con Pansy sonreía a medias, Milly sintió que las sienes le iban a detonar como una bomba de mano, comprendió lo que ocurría, no les creían, no iban a hacerlo; la revista había resucitado en algunos sentimientos que hacía mucho tiempo no tenían por ellas, las Slytherin, las repudiadas por ser puras, por ser verdes.
—¿Está diciendo que debieron matarme para que creyeran que entraron a mi casa?... acaba de confirmar con hechizos que la pintura de ahí dentro no la puse yo. —El hombre asintió tomando más notas, como si no lo hubiera anotado antes, Pansy se exasperó más entonces, una frustración casi solida se reflejó en su voz al volver a hablar. —Salgan de mi casa, ve a casa Millicent… salgan de mi casa.
Al decirlo los fulminaba con la mirada, Millicent comprendió que no era buena idea seguir más ahí y optó por salir para que la siguieran, antes de alejarse de Pansy atinó a darle un abrazo suave y susurrar a su oído.
—Te veo en la mañana, no te preocupes… no lo vale. —Pero al decir lo último y ver el rostro de su amiga, esos ojos verdes temblaban de una mezcla de rabia y humillación; metiéndose los zapatos y acompañada por cuatro aurores, Millicent Bulstrode salió de la casa de Pansy Parkinson, lo último que vio de ella fue su rostro compungido mientras se sentaba junto a Roar y lo acariciaba con los ojos perdidos en la chimenea encendida.
Cuando desaparecieron y la dejaron en su casa, entró y se tiró en su cama tras cerrarles la puerta en la cara, al volverse, sobre la almohada junto a ella estaba el sobre; comprendió la densidad de la situación, los aurores las odiaban, les tenían la vista encima… y alguien aprovechaba aquello para tirar un cebo.
Y por como se quedó Pansy al salir todos de su casa, estaba a punto de morderlo.
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