Nota: Hola espero que les guste, como siempre disfrutenlo y si ven errores o falta de argumentos diganmelo en los comentarios para corregirlo. :)


Todos se tensaron al ver a la oficial que los observaba con desdén y desprecio. Su mirada fría recorrió al grupo, mientras sus subordinados mantenían sus armas apuntando directamente hacia ellos. A pesar de la situación, Hughes, Mei y Geruft permanecían impasibles, sin inmutarse ante la amenaza latente.

—Oh, ya veo cuál es el alboroto —comentó la oficial al mando con una sonrisa sombría que apenas levantaba las comisuras de sus labios. Su atención se centró en Hughes y Else, quienes se mantenían al frente del grupo. La tensión en el aire era tangible, y los estudiantes, junto con Gon, sentían el peso opresivo de su presencia.

—¿Ministro Hughes? ¿A qué debo el placer de su grata visita? —preguntó la oficial, su tono tan helado como su expresión, sin apartar la mirada de Else, quien apenas lograba contener un ligero temblor en sus manos.

—Verá, mayor Alice, nos vimos obligados a desviar nuestro curso hacia aquí debido a una tormenta que bloqueó nuestro paso al puerto de Ainthen —respondió Hughes con calma, sin perder la compostura ante su hostilidad.

La mayor lo miró fijamente, sin disimular su desconfianza. Hughes mantuvo su postura tranquila, pero su siguiente comentario llevó una nota de autoridad.

—Y también debo recordarle que soy uno de los mandos superiores aquí. Me pregunto qué dirá su comandante cuando sepa que nos recibieron de esta manera.

Un suspiro salió de los labios de Alice, aunque su expresión no mostró más que irritación contenida. Else y Gon observaban la tensión entre ambos, inseguros de cómo se desarrollaría la situación. Finalmente, Alice giró hacia sus hombres.

—"¡Oficial de alto rango en el puerto! ¡Bajen sus armas y retírense!" —ordenó con voz firme.

Los soldados obedecieron de inmediato, dejando de apuntarles y retirándose con rapidez. Else, Gon y los estudiantes soltaron un suspiro de alivio al ver que la situación comenzaba a calmarse. Sin embargo, la mirada de Alice seguía fija en Hughes, fría y calculadora.

—¿Puedo preguntar por qué trae a esas bestias a mi puerto? —dijo Alice con seriedad, dirigiendo una mirada cargada de disgusto hacia Else, Gon y los demás, quienes sintieron el peso de su juicio.

Hughes respondió con la misma tranquilidad de siempre.

—Ellos son estudiantes. Están acompañando a dos de nuestros alumnos de intercambio que querían visitar su hogar.

Alice soltó una risa amarga, cargada de sarcasmo.

—¿Qué? ¿Ahora somos un atractivo turístico para las bestias después de que nos condenaron a este miserable pedazo de tierra en medio del mar? —dijo, su tono lleno de resentimiento mientras una sonrisa sombría se dibujaba en su rostro.

Hughes no respondió de inmediato, dejando que Alice ventilara su frustración. Cuando esta finalmente señaló con su mano enguantada blanca a Else y Gon, su voz se volvió aún más acusadora.

—Pero esas dos bestias de ahí no parecen estudiantes.

Else y Gon intercambiaron una mirada nerviosa, sintiendo cómo la atmósfera volvía a tensar. Hughes, sin embargo, giró hacia ellos con calma antes de regresar su atención a Alice.

—Ellos son el director de la escuela donde estudian nuestros alumnos y la embajadora de su nación. Por ello, mayor Alice, le pediré que se dirija a ellos con respeto —dijo Hughes, su tono ligero, casi animado, pero con una autoridad implícita que no admitía discusión.

Alice los observaba con una expresión severa, su ceño fruncido marcaba su desdén.

—Bien, como usted ordene, señor —respondió Alice obedeciendo, aunque su tono dejaba entrever desprecio.

Mientras hablaba, vio cómo dos figuras más descendían del acorazado. Sus miradas se cruzaron con las de Gouhin y Sakane. Gouhin examinaba el entorno con atención, mientras que Sakane apenas podía disimular el miedo, temblando notablemente. Alice los miraba con una frialdad imperturbable.

—Son el equipo médico de ellos —dijo Hughes, atrayendo su atención nuevamente.

Alice lo miró con desdén antes de volverse y hablar con tono amargo:

—Síganme. Señor Hughes, traiga a sus bestias con usted.

Sin esperar respuesta, comenzó a caminar. Hughes, por su parte, dirigió su mirada hacia Else y el resto del grupo, tratando de tranquilizarlos.

—Vamos, no se preocupen, no les harán daño —dijo con un tono amigable.

Else asintió rápidamente, aunque su cuerpo aún mostraba signos de temor.

—S-s-sí… —respondió tartamudeando.

Hughes comenzó a avanzar, Else lo siguio y Gon se acercó a los estudiantes para instarlos a moverse también. Gouhin y Sakane siguieron al grupo, caminando por el puerto. A su paso, los trabajadores y soldados humanos los observaban con distintas expresiones: disgusto, curiosidad genuina, o una fría indiferencia.

En el camino, podían ver a algunos humanos trabajando en la reparación de vehículos y maquinaria pesada. Else y Gon no podían apartar la vista de los humanos, al igual que Gouhin, Sakane y los estudiantes. Jack, en particular, se sentía especialmente tenso, mirando a todos lados con nerviosismo.

María notó su estado y se acercó a él.

—Tranquilo, ya pasó —dijo en voz baja, tratando de reconfortarlo.

Jack volteó a verla, todavía visiblemente asustado, pero aliviándose un poco al sentir su presencia.

—S-s-sí… no esperaba ver esto —respondió nervioso.

María, dándose cuenta de su inquietud, lo tomó del brazo para tranquilizarlo. Jack sintió el contacto y, aunque su tensión no desapareció por completo, su respiración comenzó a estabilizarse. Sin embargo, las miradas de los humanos seguían pesando sobre él, especialmente aquellas que permanecían serias e imperturbables.

El grupo avanzó en silencio hasta llegar a un tranvía de transporte. Alice se detuvo y se giró hacia ellos, su mirada autoritaria los hizo quedarse paralizados.

—Suban —ordenó con seriedad.

Hughes intervino al notar su miedo.

—Tranquilos, iremos al cuartel general para ver al comandante —dijo en un tono calmado.

Confiando en él, aunque aún asustados, comenzaron a subir al tranvía con cuidado. Alice se posicionó junto a la entrada, observando a cada uno de ellos mientras subían. Su mirada se detuvo en Legoshi, quien sintió que lo analizaba con intensidad, haciéndolo aún más nervioso.

Cuando Legoshi finalmente subió, Alice desvió la mirada hacia otro punto, encontrando las orejas blancas de Haru. Bajó la vista, observándola mientras intentaba subir al tranvía. Haru luchaba con el alto escalón, su pequeña figura no lograba alcanzarlo.

Alice, sin decir una palabra, la tomó con ambas manos y la levantó, sorprendiendo a todos. Haru, por su parte, sintió su corazón latir frenéticamente por el miedo. Hughes observaba la escena sin intervenir.

—No tengo todo el día —dijo Alice fríamente mientras la colocaba sobre el escalón.

Haru, aún temblando, giró la cabeza hacia Alice.

—G-g-gracias… —murmuró, tratando de calmarse mientras continuaba hacia el interior del tranvía.

Los demás comenzaron a subir al tranvía con tranquilidad. Cuando llegó el turno de Jack y María, ella lo tomó del brazo con naturalidad. Alice, quien los observaba desde la entrada, les dirigió una mirada cargada de desdén, haciendo que Jack sintiera un escalofrío recorrer su cuerpo. A pesar de la incomodidad, continuó subiendo, seguido de Hughes, Geruft y Mei.

Hughes fue el último en subir, seguido de Geruft y Mei. Sin embargo, cuando Mei estaba a punto de entrar, Alice le bloqueó el paso, colocando su mano en la entrada de manera abrupta. Todos voltearon a verlas, el aire se volvió tenso.

—"Halv, petite schwester. Quomodo has gewesen?" —preguntó Alice con una sonrisa sombría que destilaba resentimiento.

Mei la miró directamente a los ojos antes de responder en un tono igualmente gélido.

—"Bene, et tu?"

La tensión entre ambas era tangible. Los demás observaban la escena, incómodos, hasta que Hughes intervino con calma:

—¿Hay algún problema, Mayor Alice? —preguntó con tono tranquilo, pero con la autoridad suficiente para romper el momento.

Alice lo miró antes de responder con frialdad:

—No, señor.

Sin más, apartó su brazo de la entrada. Hughes asintió y añadió:

—Bien, subamos.

Mei pasó junto a Alice, ambas sosteniendo sus miradas con una intensidad que parecía desafiar el ambiente. Alice subió al tranvía al final, avanzando rápidamente hacia el frente, donde tomó el control. Movió las palancas con destreza, y el tranvía comenzó a moverse, dejando atrás el puerto para adentrarse más en la base.

Los pasajeros observaban el exterior a través de las ventanas sin vidrio. Los edificios y hangares estaban llenos de vehículos blindados, tanques, carros artillados, y piezas de artillería, algunas en reparación. Un campo de entrenamiento se extendía a un costado, repleto de soldados en prácticas.

El tranvía llegó al segundo muro, deteniéndose frente a la entrada. Dos soldados custodiaban la enorme puerta; su aspecto era intimidante. Llevaban armaduras pesadas negras, cascos con máscaras de respiración de las que sobresalían tubos, lentes oscuros que ocultaban sus ojos y uniformes beige cubiertos por largas gabardinas cerradas, con cinturones cargados de bolsillos. Al caminar, las gabardinas se abrían ligeramente, revelando sus piernas cubiertas por botas robustas y pesadas. Ambos portaban ametralladoras aún más pesadas M134, y su sola presencia imponía respeto.

Los soldados se acercaron al tranvía, observando a Alice y Hughes al frente. Sin mediar palabra, les dieron paso rápidamente, apartándose de la entrada.

Alice continuó guiando el tranvía a través de un túnel iluminado que cruzaba el grueso muro. La atmósfera dentro del túnel era sofocante, pero cuando salieron al otro lado, todo cambió.

El paisaje que se abrió ante ellos dejó a todos boquiabiertos. El tranvía avanzaba con un ritmo constante, llevando a sus ocupantes a través de una vista que desbordaba tanto asombro como inquietud. Colosales edificios de diseño funcional, estructuras de tecnología casi avanzada y filas interminables de soldados daban forma al lugar. Algunos de los soldados estaban arrodillados con las armas descansando sobre sus hombros, las manos juntas en oración. Otros permanecían de pie mientras un padre, vestido completamente de negro, pasaba entre ellos con un incensario colgante, entonando palabras solemnes que flotaban en el aire como una pesada letanía.

Vehículos blindados y máquinas imponentes se movían con precisión, mientras trabajadores soldaban y cortaban metales con sopletes, haciendo que el ambiente estuviera cargado de chispas y calor. Todo estaba impregnado de una eficiencia casi mecánica, pero carente de humanidad. La enormidad de lo que veían era casi abrumadora.

Else tragó saliva, tratando de procesar todo.

—Esto… esto es… impresionante —murmuró, con una mezcla de asombro y temor en su voz.

Nadie respondió. Un silencio cargado de tensión invadió el tranvía, mientras todos intentaban asimilar lo que estaban presenciando. Era como si hubieran entrado en un mundo completamente ajeno al suyo, un lugar donde la vida parecía tener un significado diferente.

El tranvía pasó frente a un edificio que, a primera vista, parecía una iglesia. Allí, camiones de transporte descargaban ataúdes. Las caras de María y Elias se tornaron pálidas al ver la interminable fila de cajas fúnebres. Else se llevó una mano al pecho, intentando calmar el torbellino de emociones que se desataba en su interior.

"¿Por qué hay tantos muertos? ¿Qué está pasando aquí?" pensó, consternada.

Fue Alice quien rompió el silencio. Su tono era frío, casi distante.

—Ustedes, las bestias, no tienen idea de lo que sucede aquí, ¿verdad?

Las palabras de Alice captaron de inmediato la atención de todos. Else la miró con preocupación y miedo, sintiendo que cada una de esas palabras cargaba un peso ineludible. Quiso hablar, pero su voz se negó a salir.

—Veo que el ministro Hughes no le ha contado todo, embajadora —continuó Alice, sin mirar a Else, su tono impregnado de sarcasmo y frialdad.

Hughes giró hacia Alice, su postura rígida.
—Mayor Alice, esa información es de extrema delicadeza. Sabe perfectamente que no debe compartirse a la ligera —dijo, su tono autoritario.

Alice lo miró sobre su hombro con una mezcla de seriedad y burla.

—¿Qué? ¿Ahora guardamos secretos a los pocos aliados que tenemos? Si es que se les puede decír así —replicó con sarcasmo. Su mirada era cortante, mientras Hughes permanecía estoico detrás de su máscara, carente de expresión.

Alice continuó, su tono impregnado de amargura.

—¿Sabe a cuántos de mis hombres he visto morir para mantener la paz de esta maldita isla? Ministro Hughes, parece que ninguno de ustedes, los ministros, se preocupa por nosotros. Solo esperan que hagamos nuestro trabajo como si fuéramos simples máquinas.

Else y los demás escuchaban en un silencio tenso, sus rostros reflejando preocupación y miedo. Finalmente, Else reunió el valor suficiente para hablar.

—Embajador Hughes, ¿qué es lo que sucede aquí? —preguntó con cautela, tratando de mantener la calma, aunque su voz temblaba ligeramente.

Antes de que Hughes pudiera responder, Alice lo hizo, deteniendo el tranvía con un brusco movimiento sacudiendo a todos. Se giró hacia Else, sus ojos brillando con una mezcla de furia y desesperación.

—¿Quiere saber, embajadora? —dijo, su voz cargada de sarcasmo.

Else asintió lentamente, aunque el temor se reflejaba en su rostro.

—¿Ustedes, las bestias, piensan que cuando nos condenaron a este lugar todos los humanos nos tomamos de la mano y cantamos alegremente? —continuó Alice, su tono teñido de ironía mientras una sombría sonrisa se dibujaba en su rostro.

Else podía sentir el odio en cada palabra. Alice alzó la voz, rompiendo la tensión contenida.

—¡Por supuesto que no! ¡Este maldito país ha estado en una guerra constante desde el día que nació! ¡He visto morir a hombres, mujeres y niños! —gritó, dejando que su ira se desbordara.

—¡¿Sabe cuántas vidas se han sacrificado para mantener la estabilidad de este lugar?! ¡Solo para mantener la paz con ustedes! ¡Estamos en medio de una maldita guerra!

La furia de Alice llenó el ambiente, hasta que Hughes intervino, elevando su voz con autoridad.

—¡Mayor Alice, ya basta! ¡No toleraré este comportamiento!

Algunos soldados en las cercanías miraban hacia el tranvía, atraídos por la discusión. Alice frunció el ceño al escuchar a Hughes.

—Ya estoy harta de fingir que todo está bien —dijo finalmente, su tono frío y cargado de resentimiento, mientras fijaba su mirada en Hughes con una intensidad desgarradora.

Else permanecía en silencio, incapaz de encontrar las palabras adecuadas mientras el resto del grupo observaba la situación con preocupación.

—Lo sé, Mayor —dijo Hughes en un tono serio, su mirada fija en la ventana del tranvía—. Pero debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asegurar un futuro en el que no necesitemos atacarnos los unos a los otros. Sé que no será fácil, pero si no lo hacemos, no habrá un lugar que podamos llamar hogar.

Alice lo miró de reojo y se dio la vuelta hacia los controles del tranvía, reanudando su marcha.

—Como usted diga, señor —respondió con un tono frío, casi distante.

Else se sentía cada vez más intranquila, al igual que el resto del grupo. Nadie decía una palabra mientras el tranvía avanzaba, dejando atrás a los soldados y el bullicio constante de las bases militares.

Cuando el vehículo atravesó el muro que separaba el distrito comercial, el panorama cambió drásticamente. A diferencia de la austeridad de la base, el lugar parecía rebosar vida. Comerciantes vendían frutas, verduras y otros productos en puestos improvisados, mientras las calles estaban llenas de gente que conversaba y reía. Los chicos miraban por las ventanas, intentando relajarse después de la tensa discusión entre Hughes y Alice.

El tranvía giró hacia una calle flanqueada por tiendas. Las personas que caminaban por ahí se detenían a observar con curiosidad el paso del vehículo. En una intersección, vieron a una madre cruzar la calle con sus hijos, una escena que contrastaba fuertemente con el entorno militar que habían dejado atrás.

Poco después, el tranvía salió del distrito y se adentró en un área amplia con jardines de flores de muchos colores. En el centro de esta, un edificio grande y solemne se alzaba, decorado con una bandera de la nación humana y estandartes que colgaban de sus balcones, ondeando suavemente al viento. Else y Gon observaron con asombro mientras el vehículo avanzaba hacia otro edificio con una plataforma de recepción especial para el tranvía. Cuando este se detuvo, Alice se giró hacia Hughes.

—Hemos llegado. Vamos, el comandante debe estar esperándonos —dijo Alice, su tono seco y formal.

Sin esperar respuesta, bajó del tranvía, seguida de Hughes. Mei y Geruft se apresuraron a seguirlos, mientras Else, Gon, Sakane, Gouhin y los estudiantes se ponían de pie, algo inseguros. Todos caminaron juntos por un hangar lleno de soldados y oficiales que custodiaban el lugar. La presencia de los estudiantes, claramente bestias, no pasó desapercibida. Los murmullos se extendieron rápidamente entre los guardias hasta que uno de ellos, en un idioma humano, gritó.

—"¡¿Qué hacen bestias aquí?!"

Antes de que el guardia pudiera levantar su arma, Alice reaccionó de inmediato.

—"¡Vienen con nosotros!" —ordenó con voz autoritaria.

El guardia, incrédulo, dudó por un instante antes de obedecer, soltando el arma con evidente renuencia.

—"Están frente al ministro Hughes. ¡Muestren respeto!" —añadió Alice, su tono cortante y firme.

Todos los presentes se cuadraron inmediatamente, saludando al ministro con rigidez. Else y los demás soltaron un suspiro de alivio, aunque permanecieron tensos.

Alice continuó su marcha, guiando al grupo hacia una gran puerta doble que abrió con decisión. Los pasillos del edificio eran largos y estaban repletos de puertas cerradas, decorados con un estilo elegante pero funcional. Al final del corredor, otra puerta doble daba paso a una recepción amplia y lujosa, donde varias personas trabajaban en escritorios y movían papeles con diligencia.

Alice caminó con las manos detrás de la espalda, mientras Hughes la seguía de cerca. A su paso, los empleados interrumpían lo que estaban haciendo para saludar respetuosamente al ministro, pero sus miradas se desviaban hacia Else y los demás, retrocediendo ligeramente al verlos. La atmósfera estaba cargada de tensión, pero nadie se atrevió a decir nada mientras continuaban avanzando.

Alice lideró al grupo por la escalera dando vuelta hasta llegar a un pasillo. Cada paso resonaba sobre el suelo mientras avanzaban, el eco quebrando el silencio del lugar, continuaron por un pasillo que terminaba en una imponente puerta doble. Alice no dudó y la abrió, revelando una espaciosa habitación. Hughes la siguió de cerca, con Else, Gon y los demás de tras de ellos. Mei, y Geruft cerrando la puerta al entrar.

El lugar tenía un aire solemne. Else no pudo evitar detenerse unos segundos para observar los detalles que lo adornaban: estanterías repletas de libros, un suelo de madera con patrones perfectamente cuidados, cómodas y mesas dispuestas estratégicamente. Una alfombra de intrincado diseño ocupaba el centro de la sala, y al fondo, grandes ventanas dejaban entrar luz tenue, iluminando un elegante escritorio decorado con fotografías enmarcadas, autorretratos y cuadros que colgaban de las paredes. Detrás del escritorio, una silla con respaldo alto permanecía de espaldas a ellos.

De pronto, una voz resonó desde la silla.

—Oh, ministro Hughes, qué sorpresa tenerlo aquí —dijo una voz profunda y rasposa.

La silla giró lentamente, revelando a un hombre robusto y de edad avanzada. Su rostro reflejaba los estragos del tiempo, una cicatriz marcaba el lado derecho de su rostro, oculto bajo un parche, mientras que su único ojo visible, de un marrón penetrante, los observaba con dureza. Su cabello, cortó y grisáceo, estaba impecablemente arreglado, al igual que su bigote del mismo tono. Una pipa descansaba en sus labios mientras exhalaba una nube de humo.

Se levantó con calma de la silla, mostrando una estatura que sobrepasaba la de Hughes. Vestía una gabardina similar a la de Alice y Hughes, pero con más medallas e insignias. A pesar de portar su uniforme de manera formal, lo hacía con una elegancia despreocupada.

—Esto sí que es una sorpresa —dijo con voz tranquila pero gruesa mientras caminaba hacia ellos, sujetando su pipa con una mano enguantada mientras miraba al grupo.

Hughes dio un paso adelante.

—Comandante, le presento a la embajadora Else y al director Gon —dijo Hughes con seriedad.

Else sintió una punzada de nervios al notar la presencia imponente del hombre, quien ahora estaba frente a ellos. Sin embargo, al extenderle su mano enguantada, el gesto amable del comandante la tranquilizó.

—Es un placer, embajadora —dijo con tono cortés.

Else, intentando controlar su nerviosismo, estrechó su mano. Notó la delicadeza en su saludo, que contrastaba con su apariencia dura. Después, el comandante saludó a Gon de manera similar.

—Me llamo Klaus Hoelscher, comandante del Yunque. Es un gusto conocerlos —se presentó con una sonrisa cálida, rompiendo la tensión que había en la sala.

—Veo que ya conocieron a mi estratega, la mayor Alice —continuó Klaus, mirando de reojo a la mujer, quien mantenía su expresión estoica e impasible—. A veces puede ser muy estricta, pero en el fondo se preocupa por todos.

Alice no reaccionó, pero Else y los demás comenzaron a relajarse.

—¿Qué los trae a mi base? —preguntó Klaus, dirigiendo su atención a Hughes.

—Nos desviamos de nuestro curso debido a una tormenta, comandante —respondió Hughes con calma.

—Oh, ya veo —dijo Klaus mientras daba una calada a su pipa y exhalaba lentamente el humo—. Tómese su tiempo, ministro Hughes.

—Gracias, comandante —respondió Hughes con una leve inclinación de cabeza.

Klaus dirigió entonces su mirada a los estudiantes. Su sola presencia hizo que todos se tensaran de nuevo. Se acercó lentamente, examinándolos con cuidado. Al detenerse frente a Legoshi, lo miró fijamente, haciendo que el joven se sintiera incómodo bajo su escrutinio. Luego, observó a Jack, que estaba siendo sujetado por María. Klaus arqueó una ceja ante la escena, pero no dijo nada.

—¿Son estos los estudiantes que vendrían de vacaciones? —preguntó finalmente.

—Sí, comandante. Ellos son amigos de nuestros dos estudiantes —respondió Hughes, interviniendo de inmediato.

Klaus asintió lentamente, desviando su mirada hacia Hughes.

—Es bueno que nos entendamos, especialmente después de tantos años sin contacto.

Su sonrisa volvió a asomar, esta vez más leve, pero suficiente para disipar los últimos rastros de tensión en la sala. La presencia del comandante era imponente, pero sus gestos cuidadosos y palabras medidas sugerían que, bajo esa dureza, había alguien en quien podían confiar.

Hughes asintió con serenidad.

—Sí, lo sé. Esa es mi misión —respondió tranquilo, con una mirada firme dirigida hacia Klaus.

El comandante lo observó con una expresión igualmente tranquila, aunque había un matiz de seriedad en su voz al hablar.

—Ministro Hughes, tengo algo importante que discutir con usted en privado, algo que no puedo mencionar en la asamblea general —dijo Klaus con gravedad.

Hughes, entendiendo la importancia de la situación, asintió sin decir nada más. Listo para dar ordenes, pero Klaus lo interrumpió antes de que pudiera dar un paso.

—Alice, tómate un descanso y llévalos al comedor. Tal vez tengan hambre después de su viaje —ordenó Klaus con tranquilidad.

—Sí, señor —respondió Alice sin mostrar ninguna objeción, inclinando ligeramente la cabeza en señal de obediencia.

Klaus miró al grupo con una leve sonrisa que parecía mezclar confianza y advertencia.

—Y ustedes, estén tranquilos. Nadie les hará nada. Si alguien los molesta, díganles que tienen mi permiso, y si insisten, que se preparen para limpiar la batería del Martillo. Eso bastará para que no los molesten —dijo Klaus con una sonrisa casi burlona.

Los demás lo miraron nerviosos, comprendiendo que no era una amenaza vacía, y asintieron rápidamente.

—Bien. No se preocupen. Cuando termine de hablar con el comandante Klaus, iré por ustedes. Así podremos ir a la ciudad y conocerla juntos —añadió Hughes en un tono tranquilo y seguro.

Else dudó por un momento, sintiéndose insegura en ese entorno desconocido, pero finalmente decidió confiar en Hughes.

—Sí, embajador Hughes —respondió Else, aceptando la situación aunque con cierto recelo.

Alice se adelantó hacia la gran puerta doble y se detuvo frente a ella.

—Vamos, los llevaré —dijo con un tono tranquilo pero firme.

Con un movimiento fluido, abrió las puertas. Mei y Geruft, quienes estaban apostados a cada lado, se apartaron para dejarla pasar. El grupo la siguió en silencio, con Mei justo detrás de Alice y Geruft cerrando la marcha. Cuando la última persona salió, Geruft cerró las puertas con cuidado, dejándolas encajar con un sonido seco que resonó en la sala.

Ahora, Hughes y Klaus estaban completamente solos en la habitación, el aire cargado con una atmósfera más seria y reservada.


El grupo caminó por los pasillos en silencio, sus pasos resonando suavemente contra el suelo. Al llegar a la misma escalera por la que habían ascendido antes, los trabajadores del lugar los miraban con atención, sus rostros mostrando curiosidad o recelo. Continuaron por un largo corredor adornado con fotografías y pinturas que parecían narrar historias olvidadas del lugar. Poco a poco, un aroma tentador comenzó a invadir sus sentidos, guiándolos hasta una gran puerta blanca de doble hoja con ventanas circulares.

Alice cruzó la puerta sin dudar, seguida de los demás. Lo que se abrió ante ellos era un comedor inmenso. Filas de mesas y sillas se extendían por todo el lugar; algunas estaban llenas, mientras que otras permanecían medio vacías. Los muros, repletos de ventanas, permitían una vista clara del exterior, donde el sol iluminaba el paisaje. Desde el techo, grandes abanicos giraban lentamente, moviendo el aire y aliviando el ambiente.

El sonido de conversaciones y el choque de cubiertos llenaban el espacio, creando una atmósfera animada pero tranquila, hasta que las miradas comenzaron a volverse hacia ellos. Uno a uno, los presentes notaron al grupo que acababa de entrar, y el bullicio disminuyó. Las charlas se apagaron lentamente, reemplazadas por un incómodo silencio.

Legoshi y los demás sintieron el peso de las miradas caer sobre ellos como una losa. Else y Gon, aunque acostumbrados a mantener la compostura, no pudieron evitar cierta incomodidad. Gouhin, por su parte, intentaba parecer indiferente, pero incluso él notaba la intensidad con la que los observaban. Sakane, sin embargo, parecía particularmente incómodo, consciente de las miradas curiosas que algunos soldados le dirigían.

Alice se detuvo y recorrió la sala con la mirada, su expresión severa. Sin decir una palabra, su presencia bastó para que los comensales desviaran los ojos y volvieran a sus comidas. El murmullo de las conversaciones regresó, aunque en un tono más bajo. Else observó, sorprendida, el control que Alice ejercía sobre todos.

—Vamos, síganme —ordenó Alice con un tono seco y monótono.

El grupo la siguió a través de las mesas, esforzándose por no tropezar ni llamar más la atención de los humanos que los rodeaban. Al llegar al área donde servían la comida, Alice se formó en la fila y giró para mirar al grupo.

—Formense —indicó con la misma seriedad.

Nadie quiso contrariarla, y rápidamente tomaron sus lugares detrás de ella. Los trabajadores detrás del mostrador los miraban con curiosidad y miedo, mientras Else y los demás examinaban las opciones disponibles con incertidumbre. El miedo a tomar algo que pudiera ser tóxico para ellos era tangible.

—Tranquilos, yo les digo qué pueden agarrar —dijo Mei con suavidad, tratando de calmarlos.

Con cuidado, Mei les señaló varias opciones seguras, y el grupo eligió lo mismo, prefiriendo no arriesgarse. La única excepción fue Haru, quien optó solo por verduras y frutas. Alice los esperó pacientemente hasta que todos tuvieran su bandeja, y luego se movió para buscar una mesa.

Eligieron dos mesas contiguas y se sentaron. Alice, como era su costumbre, ignoró las pocas miradas que algunos soldados y trabajadores aún les dirigían. Else y los demás, sin embargo, no podían evitar sentirse observados, cada movimiento suyo bajo el escrutinio silencioso de los humanos a su alrededor. A pesar de todo, se esforzaron por mantener la calma, conscientes de que cualquier error podía atraer más atención de la que ya tenían.

Legoshi observó su bandeja de comida. Había elegido un plato de arroz con lo que parecía ser curry de verduras, acompañado de frijoles rojos y tofu. A un lado, había un pequeño paquete de leche que, por su empaque, parecía ser importado de su país natal. Mientras tanto, los demás miraban sus propios platos con expresiones de preocupación y nerviosismo.

En la segunda mesa, Geruft estaba sentado frente a Gouhin y Sakane a su lado, entre otros estudiantes. Miguno, todavía visiblemente alterado por lo ocurrido, murmuró en voz baja.

—Entonces, así es como Elias se sentía cuando llegó a la academia.

Durham, con la mano temblorosa mientras intentaba sujetar su cubierto, asintió con un suspiro.

—Sí, pero creo que esto es demasiado extremo... No esperaba que nos recibieran apuntándonos con armas.

Collot, con la voz quebrada por el miedo, añadió:

—Yo pensé que Elias dijo que era un lugar tranquilo...

Voss miró directamente a Elias, quien permanecía sentado en silencio.

—Tal vez para ellos lo sea... Aunque están en guerra, ¿no? —preguntó Voss, tartamudeando al final.

—No lo sé... Pero jamás imaginé que estarían en guerra, y menos por… —Miguno pausó, tragando saliva mientras recordaba lo que habían visto en la iglesia—. Por la cantidad de ataúdes.

Las palabras cayeron como una pesada sombra sobre ellos. Durham bajó la mirada y murmuró.

—Me pregunto cómo se sentirá Elias.

Todos dirigieron la vista hacia él. Elias estaba sentado en medio de Legoshi y Gon, con Else a su lado. En la misma mesa, María estaba al otro lado, sentada entre Jack y Alice. Juno, junto a ellos, observaba a Elias en silencio. Haru, frente a Legoshi, apenas era visible por su pequeña estatura, mientras que Gouhin y los demás se encontraban más lejos, cada uno perdido en sus pensamientos. La atmósfera era tensa, casi opresiva.

Alice, sin embargo, parecía indiferente. Comía con normalidad y, tras notar que los demás no tocaban su comida, los miró con severidad.

—¿Qué, no van a comer? —preguntó con un tono serio.

La pregunta los sacó de su trance, y uno a uno comenzaron a comer lentamente, aunque con cierta reticencia. Alice desvió la mirada hacia Mei, quien estaba sentada frente a ella con su máscara aún puesta y su plato intacto. Una sonrisa sombría apareció en el rostro de Alice.

—¿Qué? ¿No te quitarás esa estúpida máscara? Sabes que aquí no la necesitas —dijo con sarcasmo, dejando que su voz cortara el silencio.

Todos en la mesa voltearon a mirarlas.

—Hermanita... —añadió Alice con un tono amargo y una sonrisa cínica.

Elias, sorprendido por lo que acababa de escuchar, casi se atragantó con su comida y comenzó a toser. Jack, María, Haru y Legoshi intercambiaron miradas incrédulas. Ninguno de ellos sabía que Mei tenía una hermana, y menos aún una conexión tan directa con Alice.

En el fondo, Gouhin observaba la escena desde su lugar. El comedor, que hasta entonces había estado en un inquietante silencio, parecía aún más cargado de tensión.

—Claro, hermana —respondió Mei con frialdad, quitándose lentamente la máscara.

El acto dejó a Gon, Else y los demás estudiantes boquiabiertos. Incluso Sakane, que hasta ese momento había permanecido neutral, la miraba con curiosidad. La revelación dejó en claro que Mei era hermana de Alice. Sin embargo, para sorpresa de Elias, parecía que Mei se había quitado el poco pelaje del rostro.

La sonrisa de Alice no se desvaneció, pero su mirada estaba cargada de resentimiento.

—Sabes, me da asco compartir mi sangre con una cosa tan asquerosa como tú —dijo Alice en un tono lleno de amargura, su voz helada como el filo de un cuchillo.

Mei la miró sin inmutarse, sus ojos reflejando una calma inquietante.

—Me pregunto si realmente podría llamarte humana… —Alice soltó una risa sombría, cargada de desdén—. Pero, aunque me desagrades, siempre me recuerdas a él, con tu carácter y esa forma de ser tan… irritante, hermanita.

El tono frío de Alice no logró perturbar a Mei. En cambio, una leve sonrisa se dibujó en sus labios.

—Sabes, hermana, siempre me pregunto quién es la verdadera bestia aquí, tú o yo. Pero parece que la respuesta es obvia… tú eres la bestia después de todo. Y cada vez que te veo, tu cara me recuerda tambien a él —replicó Mei, igualando el veneno en las palabras de Alice.

La atmósfera era sofocante. Else y Gon intercambiaron miradas, ambos confundidos por las palabras cargadas de odio que las dos hermanas se lanzaban. A pesar de su experiencia, Else sentía algo extraño en el rostro de Mei, una semejanza apenas perceptible con Alice. Sus ojos compartían un matiz similar, pero había algo más, algo que no podía identificar con claridad.

El incómodo silencio fue interrumpido de repente por una voz animada que resonó detrás de ellos.

—¡Oh, pero qué veo aquí! ¿Una reunión familiar? —dijo un joven, acercándose a la mesa con pasos ligeros.

Todos giraron para mirarlo. Era un muchacho vestido con un uniforme similar al de Alice, aunque en lugar de la imponente gabardina, llevaba una capa más pequeña que señalaba un rango distinto. Su cabello castaño claro caía un poco largo sobre su frente, y sus ojos, casi verdes, brillaban con un aire despreocupado.

—Pero si son Mei y Alice. ¡Cuánto tiempo sin verlas juntas! —dijo el joven con una sonrisa amigable.

Alice lo fulminó con la mirada, su expresión transformándose en una mezcla de molestia y desdén.

—¡¿Qué quieres, Luca?! ¡¿No tuviste suficiente con el castigo que te di?! —espetó Alice, su tono cargado de irritación.

El joven, que ahora sabían se llamaba Luca, siguió sonriendo sin dejarse intimidar.

—Vamos, mayor Alice, no sea tan agresiva. Solo quiero conocer a nuestros invitados —respondió con un tono ligero, casi burlón.

Alice desvió la mirada con desdén.

—Haz lo que quieras —respondió secamente, volviendo a concentrarse en su comida.

Luca dejó escapar una ligera risa y giró su atención hacia Else, quien, visiblemente inquieta, se tensó bajo su mirada.

—Es un gusto conocerla. Usted debe ser la embajadora de la nación de las bestias, ¿no? —preguntó Luca con una sonrisa amplia, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de respeto.

Else intentó mantener la compostura, aunque su voz tembló ligeramente.

—S-sí, soy Else. Un gusto —respondió.

—El gusto es mío, señorita Else. Soy Luca Wächtler, capitán de la división de los Exterminadores —dijo, extendiendo su mano para saludarla.

Las palabras golpearon a Else y a los demás como un martillo. "¿Exterminadores? ¿Qué significa eso?" pensó Else, su corazón acelerándose. Aunque Luca seguía sonriendo, había algo en su expresión que la inquietaba profundamente, como si esa sonrisa amable ocultara algo mucho más oscuro.

Con cierta vacilación, Else tomó la mano de Luca para estrecharla. Sintió un apretón delicado, casi cordial, pero su incomodidad no disminuyó. Mientras la soltaba, sus pensamientos seguían girando en torno a esa palabra que ahora resonaba en su mente como una amenaza, Exterminadores.

El ambiente en el comedor se cargó de tensión cuando Else notó algo en la mirada de Luca que la inquietaba profundamente. Sus ojos pasaron por cada uno de los presentes en la mesa, deteniéndose por un instante en Gon, el director, quien sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Hola, señor... —Luca rompió el silencio, dirigiéndose a Gon con una sonrisa inquisitiva—. ¿Podría decirme su nombre?

—Soy el director Gon —respondió este último rápidamente, tratando de ocultar su nerviosismo.

—Es un gusto, señor Gon —replicó Luca con una alegría exagerada, extendiéndole la mano. Gon la tomó con cierta vacilación, estrechándola brevemente antes de soltarla.

Los estudiantes, notando el peso de la situación, comenzaron a mostrarse inquietos bajo la mirada de Luca. Este recorrió a cada uno con curiosidad hasta detenerse en María y Jack. La mirada de Luca se enfocó en ellos, específicamente en María, quien aún sostenía a Jack del brazo con naturalidad.

—Interesante... Veo que te llevas muy bien con él —dijo Luca con una sonrisa que a Jack le resultó incómoda. María, en cambio, mantenía una expresión serena.

—Sí, es mi novio —respondió María con tranquilidad, como si fuera lo más normal del mundo.

El comedor se sumió en un silencio absoluto. Jack sintió que su corazón se aceleraba, mientras que Alice, incrédula, se atragantó y comenzó a toser. La sonrisa de Luca se descompuso por un momento, aunque intentó recuperarla con cierto nerviosismo.

—Vaya, tienes mucho valor, niña, para decir eso delante de un oficial —comentó Luca, tratando de retomar el control de la situación con una sonrisa forzada.

María lo miró con una expresión cansada, pero su tono seguía siendo firme y desafiante.

—¿Y qué? En ninguna ley de este país dice que no puedo salir con él —replicó con seguridad.

Luca intentó mantener su compostura, pero la autoridad en las palabras de María lo desarmaba poco a poco. Elias, sentado cerca, se encogió, temiendo que Luca reprendiera a María por su osadía.

—Aparte, tu sonrisa parece más falsa que la de un payaso —añadió María con calma, pero sus palabras cayeron como un martillo en el ambiente.

La sonrisa de Luca desapareció gradualmente mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar. Justo cuando parecía a punto de responder, Alice rompió el silencio con una carcajada que resonó por todo el comedor, llamando la atención de todos.

—¡Ja, ja, ja! Es la primera vez en mucho tiempo que alguien me hace reír así. Y más con un comentario dirigido a este remedo de capitán. ¡Ni yo lo hubiera dicho mejor! —exclamó Alice, golpeando la mesa con el puño mientras seguía riendo.

La seriedad habitual de Alice desapareció por un instante, dejando a todos sorprendidos. Incluso mientras trataba de calmarse, su sonrisa seguía presente. Puso una mano sobre el hombro de María.

—Esta niña es muy buena, incluso desafía tu autoridad sin pestañear —añadió, aún sonriendo.

Luca frunció el ceño, visiblemente molesto.

—Mayor, ¿por qué la apoya? —le reclamó con un tono que intentaba ser firme, pero sonaba inseguro.

Alice dejó de sonreír y lo miró directamente, con una autoridad que hizo que Luca retrocediera un poco.

—El comandante Klaus me ordenó que les diga que si los molestan, cualquiera de ustedes será asignado a limpiar la batería del Martillo —respondió Alice con firmeza.

El rostro de Luca, al igual que el de los demás en la cafetería, se transformó rápidamente en uno de desagrado y nerviosismo. La amenaza implícita no requería más explicaciones.

—¡Entendido! —respondió Alice en voz alta, barriendo con la mirada al resto de los presentes.

—S-s-sí, señora... —murmuró Luca, nervioso, evitando su mirada.

Alice sonrió con malicia, complacida por su reacción.

—Bien. Espero que hayas entendido —dijo con un tono cortante, dejando claro que no habría segundas oportunidades.

Else, Gon y los demás observaban en silencio, sin comprender del todo a qué se refería la amenaza de Alice, pero asumieron que no era algo agradable.

Alice miró con seriedad a María y a Jack, sentados a su lado. Jack sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

—Te deseo suerte, niña, aunque creo que no durarán mucho juntos —dijo Alice, esbozando una sonrisa sombría que asustó a Jack.

María la miró con su habitual expresión tranquila y estaba a punto de responder, pero en ese momento llegaron Hughes y el comandante Klaus. Todos en la cafetería los saludaron con respeto, excepto Alice, que aprovechaba su descanso.

—Descansen —ordenó Klaus, y los presentes retomaron sus asuntos.

Hughes se acercó a la mesa y observó a Mei sin su máscara, sin decir nada. Else se giró para mirarlo.

—Embajadora Else, nos quedaremos aquí unas dos horas. Llamé a la base cercana al puerto y me informaron que la tormenta aún no ha pasado —anunció Hughes con calma.

—¿Entonces, a dónde iremos? —preguntó Else, preocupada. La tensión se reflejaba en los rostros de los demás.

Klaus dio un paso al frente y le sonrió amablemente.

—Tranquila, embajadora. Tienen mi permiso para explorar la ciudad si lo desean. También pueden quedarse aquí; tenemos dormitorios, así que no se preocupe —dijo con serenidad.

—Sí, gracias —respondió Else, forzando una sonrisa que no lograba ocultar su inquietud.

—Bueno, también hay otra opción para llegar a nuestro destino —añadió Hughes con naturalidad.

Los ojos de Else se iluminaron con una chispa de esperanza.

—¿Cuál es? —preguntó con un toque de ánimo en su voz.

—Podríamos viajar en vehículo, pero el viaje sería largo debido a la topografía del terreno, y llegaríamos de noche. O bien, podemos esperar aquí unas horas y luego partir en barco, lo que nos llevaría unos 20 minutos —explicó Hughes, dándole las opciones.

Else miró a Gon y a los estudiantes mientras reflexionaba. "Si nos quedamos aquí, ¿qué me garantiza que no nos harán algo? Pero si salimos ahora, el viaje será largo y no sé si es seguro recorrer estas carreteras." Pensó con desesperación, pero tomó una decisión y miró nuevamente a Hughes.

—Nos quedaremos hasta que pase la tormenta —dijo, tratando de sonar tranquila.

Gon y los demás la miraron incrédulos. "¡Else, te has vuelto loca!" pensó Gon, luchando contra el deseo de gritar.

—Bien, entonces nos quedaremos. Terminen de comer, y luego podremos explorar el lugar —respondió Hughes con un tono animado. Else podía sentir la sonrisa oculta tras su máscara.

—S-sí, embajador —respondió Else, sonriendo nerviosa y volviendo a su comida. De reojo, notó a Gon observándola con el ceño fruncido. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído:

—¿¡Qué te pasa!? ¿¡Por qué nos quedamos aquí!? —le reclamó Gon, con voz baja y tensa.

—No tenía opción. ¿Crees que no quiero irme? No sabemos si las carreteras son seguras —replicó Else en un susurro apremiante.

Gon suspiró, derrotado.

—Está bien, tienes razón. Pero espero que no te arrepientas —dijo con un tono cansado y estresado.

Mientras tanto, Gon miró a sus estudiantes, que conversaban en voz baja, ya un poco más calmados. A lo lejos, Gouhin y Sakane observaban la escena, riendo por lo bajo.

—Vaya situación en la que estamos —comentó Gouhin con seriedad.

Sakane, aún algo asustada, dirigió su mirada a Geruft, que rompió el silencio.

—Tranquilo, Gouhin, todo estará bien. Lo más seguro es que nos vayamos dentro de poco —dijo Geruft con calma, mientras su voz profunda resonaba en el lugar.

Gouhin lo miró de reojo mientras comía un poco de su comida.

—Supongo que es algo común para ti —respondió Gouhin con tono despreocupado, aunque observaba que Geruft no había tocado su plato.

Sakane, que estaba presente, miraba en silencio, observando atentamente a Geruft. Finalmente, Gouhin rompió el silencio:

—¿Por qué no has comido? —preguntó con curiosidad, fijando su mirada en el enigmático guardián.

Geruft, sin decir palabra, se quitó la máscara y la colocó a un lado. El acto captó toda la atención de Sakane, quien no pudo evitar fijarse en su rostro. Entre los mechones de cabello gris que sobresalían de su casco, destacaban sus ojos, de un tono casi naranja mezclado con café, irradiando una intensidad tranquila. Sakane lo examinó detenidamente, notando cada una de sus facciones.

"Se ve atractivo…" pensó, para luego sonrojarse ligeramente al darse cuenta de sus propios pensamientos. Sacudió la cabeza, intentando apartar esa idea. "¡¿Qué estoy pensando?! Solo viene a cuidar a los chicos. ¡Compórtate!" se reprendió internamente.

Sin embargo, algo en el rostro de Geruft seguía llamando su atención. Había algo… peculiar, casi imperceptible. Fijó su mirada de nuevo en él, tratando de identificar qué era lo que la desconcertaba. Y entonces lo notó: su rostro parecía tener las leves marcas de un hocico, apenas distinguible, como si algo en su fisionomía no encajara del todo con lo humano.

Geruft, consciente de la mirada de Sakane, giró la cabeza hacia ella, encontrando sus ojos directamente. Su voz grave rompió el silencio.

—¿Qué pasa, doctora? —preguntó con tranquilidad, sosteniéndole la mirada.

Sakane sintió una oleada de vergüenza al ser sorprendida observándolo tan fijamente. Bajó rápidamente la mirada, tartamudeando.

—N-n-n-nada, solo… —Intentaba buscar las palabras, pero su mente parecía estar en blanco. Finalmente, apartó la mirada, visiblemente nerviosa.

Geruft la miró con una mezcla de confusión y curiosidad, sin entender del todo su reacción, aunque no dijo nada más. Mientras tanto, Sakane seguía luchando por calmar sus pensamientos, deseando que el calor en sus mejillas desapareciera.

Legoshi miraba su comida con tranquilidad después de todo lo sucedido. "No sabe mal, los humanos tienen buen gusto para la comida," pensó mientras masticaba. Su mirada se desvió hacia Haru, quien apenas asomaba por la mesa. Al notarlo, Haru le sonrió ligeramente, aunque su expresión reflejaba una mezcla de nerviosismo e incomodidad.

"Parece asustada. Quisiera hablar con ella, pero... hay demasiadas personas aquí," reflexionó Legoshi mientras le devolvía la sonrisa, intentando no incomodarla más.

Por su parte, Haru trataba de mantener la compostura, pero su mente era un torbellino de pensamientos contradictorios. "Debí haberle hecho caso a mi madre..." pensó, lamentando no haber sido más cautelosa. Aunque sonreía tímidamente a Legoshi, por dentro estaba al borde del arrepentimiento. "¿Legoshi, cómo puedes estar tan tranquilo en esta situación? ¿De verdad eres tan despreocupado?"

Su instinto le gritaba que debía correr, especialmente con la presencia de Alice que la inquietaba profundamente. "Esa loca... siento que el corazón se me va a salir del pecho," pensó desesperada, lanzando una mirada fugaz hacia Juno, quien parecía estar completamente cómoda, incluso sonriendo.

—¿Oye, Elias? ¿Adónde iremos? —preguntó Juno animada, tratando de aliviar la tensión en el ambiente.

Elias la miró un poco nervioso, aunque intentó mantener la calma.

—No lo sé. Yo ni siquiera sabía que este lugar existía —respondió, esforzándose por sonar tranquilo.

Juno lo observó con curiosidad y una chispa de intriga en sus ojos.

—¿Entonces no sabías que existía este lugar? —insistió, intrigada. Todos los presentes escuchaban la conversación.

—Así es, niña. Nadie sabe que existe este lugar —intervino Alice con un tono frío, mirándola fijamente—. Y te recomendaré algo: no le digas a nadie que estuviste aquí. La población de Edén no debe enterarse de que estamos en guerra ni de lo que hacemos aquí.

Klaus y Hughes observaban la escena atentos, pero Juno no parecía intimidada por la actitud de Alice.

—¿Pero por qué? —preguntó Juno, genuinamente confundida—. ¿No se supone que su población los apoyaría si lo supieran?

Alice la miró con seriedad, aunque su tono permaneció tranquilo al responder.

—No. Eso solo los desmoralizaría aún más. Ya ha habido demasiada muerte durante la guerra contra ustedes. Si supieran que nosotros mismos estamos en guerra ahora, perderían la poca confianza que aún tienen en nosotros y solo provocaría caos —explicó Alice, dejando escapar un suspiro mientras miraba su plato de comida—. Yo solo quiero que todo esto acabe… Ya he tenido suficiente. Todos lo hemos tenido.

Su voz reflejaba un cansancio profundo, y todos lo notaron. Juno empezó a sentirse culpable por sus preguntas, mientras Alice continuaba, esta vez en un tono más bajo, casi como un susurro.

—Solo quiero ser feliz otra vez… y no tener que despedir a más soldados en ataúdes.

El comedor quedó en silencio. Las palabras de Alice pesaban en el aire, y Else comenzaba a comprender mejor la situación de los humanos. Sin decir nada más, Alice se levantó abruptamente, con un semblante pensativo.

—Iré a tomar un poco de aire —anunció antes de salir del comedor.

Klaus y Hughes no intentaron detenerla, Luca la siguió, mientras que Mei solo la miraba irse. Todos permanecieron en silencio, reflexionando sobre lo que Alice había dicho. Juno miró con algo de arrepentimiento a Klaus y Hughes.

—L-lo siento… No fue mi intención preguntar… —comenzó a disculparse, pero Klaus la interrumpió alzando una mano.

—Tranquila. No te preocupes. Estará bien. Es solo que la situación aquí nos agota a todos. Yo también quisiera que todo fuera más tranquilo, pero a veces hay que tomar decisiones difíciles —respondió Klaus con calma, tratando de aliviar la incomodidad de Juno.

Ella asintió, aunque todavía se sentía algo mal. Klaus le dedicó una sonrisa cálida.

—Vamos, anímate. Después de todo, todos ustedes son amigos de ellos dos, y veo que se llevan muy bien. Eso me da esperanza de que algún día las bestias y los humanos puedan reconciliarse —dijo animadamente, intentando levantar el ánimo del grupo.

Juno sonrió un poco, contagiada por su actitud.

—Sí. Elias y María son muy buenos con nosotros. Siempre nos tratan bien e incluso se preocupan por nosotros —respondió Juno, un poco más animada.

Klaus soltó una leve risa, palmeando amistosamente a Hughes en la espalda.

—¡Bien! Me alegra oír eso. Después de todo, parece que tu misión está dando resultados, Hughes —añadió con una sonrisa amplia mientras seguía dándole palmadas, haciendo que Hughes se tambaleara ligeramente.

—Gracias, comandante Klaus —respondió Hughes con dificultad, aún intentando recuperar el aire tras las fuertes palmadas en la espalda que Klaus le había dado.

—Tómense su tiempo. Bueno, debo volver a mi trabajo, hay cosas que verificar. Ministro Hughes, lo dejo a cargo —dijo Klaus con tranquilidad, despidiéndose de ellos y retirándose con paso decidido.

Con su partida, el comedor retomó su bullicio. Todos continuaron con lo que estaban haciendo, pero algo en el aire había cambiado. Else, Gon y los demás miraban ahora a los humanos con nuevos ojos.

—Interesante... Los humanos están en conflicto consigo mismos —comentó Gon, ya más tranquilo, dirigiéndose a Else.

—Sí, pero… me siento un poco mal por ellos. Parece que viven bajo un estrés constante —respondió Else, con cierta consternación reflejada en su rostro.

—Lo sé, pero ¿qué podemos hacer por ellos? —replicó Gon, adoptando un tono realista mientras su mirada se cruzaba con la de Else.

Else asintió con un gesto preocupado, su mente reflexionando sobre la situación de los humanos. En ese momento, ambos notaron cómo Hughes se sentaba frente a Mei y junto a María. Sus movimientos parecían cargados de una intención calculada. Hughes volteo la mirada hacia Else y Gon.

—Embajadora Else, lamento no haberles dicho toda la verdad —dijo Hughes con seriedad.

La mesa entera quedó en silencio, expectante. Hughes llevó sus manos a la máscara que cubría su rostro, y con un gesto lento y deliberado comenzó a retirarla. Cada segundo se sintió interminable mientras todos observaban con una mezcla de curiosidad y tensión. Finalmente, la máscara cayó, revelando su rostro.

Su piel era de un color aperlado, sin rastro de pelaje alguno, y sus ojos azules brillaban con una intensidad que parecía casi irreal. Else y Gon lo miraban con una mezcla de intriga y desconcierto. Algo en ese rostro les resultaba familiar, pero no podían precisar qué era.

Hughes notó sus miradas, aunque no pareció inmutarse.

—¿Qué pasa, embajadora? —preguntó Hughes, manteniendo un tono tranquilo, como si el peso de su revelación no lo afectara en absoluto.

Else observaba su rostro con atención. Había algo en él, una sensación indescriptible que no podía apartar. Lo mismo ocurría con Mei, cuya mirada se mantenía fija, silenciosa, pero cargada de algo más que simple curiosidad. Había un enigma en Hughes, algo que escapaba a la comprensión inmediata de los que lo rodeaban.

—Nada, es solo… que es la primera vez que lo veo sin su máscara —respondió Else, algo nerviosa, mientras esbozaba una sonrisa incómoda.

Hughes le devolvió una sonrisa tranquila.

—Lo siento si antes no mostré mi rostro. La mayoría la usamos por motivos religiosos o por políticas del gobierno —dijo animadamente.

Gon y Else observaron, con cierta fascinación, las expresiones de Hughes por primera vez. Había algo revelador en verlo sin esa barrera.

—Ah, sí, es… interesante saberlo —dijo Else, aún un poco incómoda, intentando adaptarse a la nueva situación.

Sin embargo, su tono cambió al abordar un tema más delicado.

—Pero dígame, embajador Hughes, ¿por qué están en guerra? Y… ¿por qué no nos contó sobre esto? —preguntó Else con cautela.

Hughes adoptó una expresión más seria y dejó escapar un suspiro.

—Mire, embajadora, lo siento si no he sido completamente sincero con usted, pero temía que si les hablaba de esto, usted y su nación rechazarían la admisión de Elias y María en su país. Generaría pánico al saber que hemos vuelto a ciertas… viejas costumbres. Por eso lo mantuve en secreto —respondió Hughes con voz firme, explicando su razonamiento.

Else asintió lentamente mientras dirigía una mirada a Elias y María, quienes escuchaban atentos, al igual que Gon. La tensión en la sala era palpable.

—Entonces… ¿por qué están en guerra? —insistió Else, deseando comprender mejor la situación.

Hughes la miró, luego se recargó ligeramente en el respaldo de su silla antes de responder.

—Bueno, es un desacuerdo entre algunos gobernantes de las ciudades del este. Detestan que negociemos con ustedes. Consideran que es un insulto al orgullo humano; creen que la raza humana debe gobernar sobre todas las especies, que son los "elegidos". Pero la verdad es que no son más que un montón de fanáticos. Por eso se separaron del gobierno de Edén y formaron su propia nación. —Hughes pausó un momento antes de continuar—. Hemos estado tratando de negociar la paz con ellos.

Else frunció el ceño, percibiendo el agotamiento en la voz de Hughes.

—¿Han tenido éxito? —preguntó, inquieta.

Hughes bajó un poco la mirada, un gesto que no pasó desapercibido para Else, Gon ni los jóvenes presentes.

—Un poco, pero… —Hughes hizo una pausa antes de añadir con seriedad—. Han estado ocurriendo ataques nuevamente.

El ambiente se tensó aún más. Else y Gon se miraron brevemente, compartiendo la misma preocupación sobre la seguridad de estar allí, especialmente con los estudiantes bajo su cuidado. Sin embargo, Hughes intentó tranquilizarlos.

—Pero puede estar tranquila, embajadora. La mayoría de la isla es segura, si es eso lo que le preocupa. Puedo garantizar que todo está bien —dijo finalmente, con un tono firme pero conciliador.

Aunque las palabras de Hughes lograron calmar un poco las inquietudes de Else y Gon, ambos seguían sintiendo un leve temor que no podían ignorar del todo.

—Bien —respondió Else, forzando una leve sonrisa.

Hughes la miró con calma, notando su nerviosismo, pero mantuvo su tono animado.

—¿Y a dónde iremos? —preguntó Else, intentando sonar casual, aunque su inquietud era evidente.

Hughes le sonrió ampliamente, como si no percibiera la tensión en el aire.

—Oh, le va a encantar, embajadora —dijo con entusiasmo.

Else y Gon intercambiaron una mirada. Ambos sentían un nudo en el estómago ante la idea de estar rodeados por tantos humanos, sus miradas cargadas de emociones mezcladas. Mientras seguían comiendo, Else se obligó a mantener la compostura, pero su sonrisa seguía siendo un tanto nerviosa.


La luz de la mañana aún iluminaba todavía las calles mientras el grupo caminaba por las cercanías del edificio principal. Hughes encabezaba la marcha, seguido por Else, Gon, Mei y los demás, mientras que un grupo de estudiantes los seguía a corta distancia, acompañados por Gouhin, Sakane y Geruft.

Else mantenía su paso firme, pero su mente estaba en caos. Podía sentir las miradas de los humanos que se encontraban en el camino, miradas que variaban entre miedo, curiosidad y, en algunos casos, disgusto. Gon, que caminaba a su lado, parecía compartir su incomodidad. Aunque su semblante era serio, no podía ignorar el peso de aquellas miradas sobre él.

Jack, por su parte, se encontraba al final del grupo, caminando junto a María, quien lo sujetaba firmemente del brazo. Sentía un nudo en el estómago que no lo dejaba en paz. Las miradas de los humanos parecían perforarlo, intensificando su incomodidad. Pero, al mismo tiempo, el contacto cálido de María lo anclaba, ofreciéndole un poco de tranquilidad en medio del torbellino de emociones.

"¿Por qué todos tienen que mirar tanto? ¿Acaso no se dan cuenta de que somos iguales en muchas cosas?" pensaba Jack, luchando contra el impulso de bajar la cabeza y esconderse.

María, por su parte, parecía ajena a las miradas. Mantenía su rostro sereno mientras observaba el camino frente a ellos, como si no quisiera darle importancia a los murmullos o expresiones que los rodeaban. Su aparente tranquilidad daba algo de fuerza a Jack, aunque no podía evitar sentirse expuesto bajo la luz del día y la atención de los humanos.

María lo tomaba firmemente del brazo, un gesto que lo hacía sentir tanto cómodo como inquieto por las miradas que recibían. Finalmente, decidió romper el silencio.

—O-o-o-oye, María... ¿n-n-n-no te sientes inquieta por sus miradas? —preguntó Jack nervioso en voz baja, tratando de que los demás no lo escucharan.

María giró la cabeza hacia él con una expresión tranquila, casi serena.

—No —respondió con naturalidad—. Como dije antes, no hay ninguna ley que impida que salga contigo, así que no deberías preocuparte. Ellos que digan lo que quieran, ¿qué van a saber? —añadió con una sonrisa confiada.

Jack la observó, sorprendido por la seguridad que irradiaba. Esa confianza, esa valentía de María para ignorar las opiniones ajenas, lo tranquilizó un poco. Sin embargo, sus pensamientos lo llevaron de regreso a las palabras de Alice en el comedor. Esa extraña declaración aún lo perturbaba, pero antes de que pudiera reflexionar más, sintió la mano de María tomar la suya. El gesto lo sorprendió, y un rubor inmediato apareció en su rostro.

María le sonrió dulcemente, sin decir nada más, mientras caminaban. Jack trató de no mirar a las personas que se alejaban del grupo, pero su nerviosismo era evidente. A unos metros de ellos, Bill caminaba cerca de Elias, quien lideraba al grupo con aparente calma.

—Elias, Elias —susurró Bill, lo suficientemente alto para que Elias lo escuchara.

—¿Qué pasa? —respondió Elias, volteándose hacia él, aunque no podía ocultar un leve nerviosismo en su voz.

—¿Adónde vamos? —preguntó Bill, inquieto por las miradas que les dirigía la gente alrededor.

Elias dudó antes de responder, claramente incómodo.

—No lo sé. Como le dije a Juno, no sabía que este lugar existía y no lo conozco —dijo finalmente, tratando de sonar tranquilo.

Aoba, que caminaba detrás, levantó la voz en un tono bajo pero claro, mostrando desconfianza.

—Dijiste que tu país era tranquilo, ¿por qué nos apuntaron con armas? ¿No se supone que ya nos habían informado de nuestra llegada? —le reclamó, sus ojos fijos en Elias.

Elias empezó a sentirse culpable, aunque sabía que no era su responsabilidad. Antes de que pudiera responder, Juno intervino.

—No es su culpa, Aoba. Él no tiene nada que ver con que el barco se desviara por la tormenta —dijo Juno en tono calmado, tratando de razonar con él.

Aoba la miró con seriedad pero, tras unos segundos, suspiró.

—Lo sé, tienes razón. Pero aun así... que los humanos estén en guerra consigo mismos es… —murmuró Aoba, con evidente preocupación por lo que habían escuchado en el comedor.

Elias bajó la mirada, sintiendo el peso de la culpa por la situación, aunque sabía que no tenía control sobre ello.

—Lo siento, yo... realmente no sabía que todo esto sucedería. Los entenderé si quieren regresar —dijo Elias, con la voz cargada de pesar.

Juno notó su expresión y, con un tono suave pero firme, trató de animarlo.

—No es tu culpa, Elias. Después de todo, tú tampoco sabías lo que estaba pasando aquí, así que no te culpes —respondió mientras el grupo seguía avanzando, liderado por Hughes.

Elias suspiró, tratando de relajarse, aunque las palabras de Juno no lograron disipar del todo su preocupación. A medida que continuaban caminando, el ambiente estaba cargado de tensión, cada uno inmerso en sus propios pensamientos, mientras las miradas de los locales seguían fijas en ellos como si fueran intrusos en un mundo que no les pertenecía.

Sus pasos resonaban con un eco tenue sobre las baldosas de piedra mientras avanzaban, el ritmo marcando su progreso a través de la calle. Else miraba atentamente el entorno, notando los patrones intrincados en el pavimento de piedra cortada y las lámparas que bordeaban el camino. Su diseño combinaba un estilo antiguo con un toque moderno, encajando perfectamente con los edificios circundantes, cuya arquitectura le resultaba fascinante.

Los edificios, aunque distintos, le recordaban a los de Zebuth. Había algo en su diseño que evocaba una sensación de familiaridad, pero al mismo tiempo se percibían diferencias notables que los hacían únicos. "¿Interesante… me pregunto si los humanos adoptaron nuestro estilo de construcción, o si fuimos nosotros quienes lo tomamos de ellos?" pensó Else, cuestionando en silencio las similitudes culturales que veía plasmadas a su alrededor.

Giró su mirada hacia Hughes, que caminaba unos pasos por delante con expresión relajada. Else consideró preguntar después mientras continuaban atravesando un pasaje estrecho, lo suficientemente amplio para permitir el paso de vehículos compactos y peatones al mismo tiempo.

A medida que avanzaban, el camino se estrechó, transformándose en un pasillo lo suficientemente ancho para que pudieran cruzar vehículos compactos y peatones. Más adelante, el pasaje se abría a una calle amplia donde transitaban vehículos y tranvías llenos de gente. A la distancia, Else divisó una construcción que capturó la atención de todos.

Era un edificio imponente, rodeado por otros más pequeños que se extendían a lo largo de un terreno vasto. La entrada estaba flanqueada por muros de ladrillo que decoraban el exterior, y en el interior se distinguían árboles y arbustos florales que parecían cuidadosamente arreglados. El lugar tenía una atmósfera que recordaba a la academia, aunque mucho más elaborada.

Hughes se detuvo un momento, mientras Gon y los demás miraban con evidente curiosidad. Else aprovechó el momento para dirigirle la palabra.

—Embajador Hughes, ¿qué es este lugar? —preguntó Else, intrigada, mientras observaba cómo las personas que pasaban cerca aceleraban el paso al verlos y se apartaban con evidente nerviosismo.

Hughes la miró con una sonrisa.

—Ah, esta es la Academia Nicolás Gildemeister. Muchos de los que estudian aquí terminan uniéndose al ejército o trabajando en la ciudad. Aunque, para ser honesto, casi nadie sale de aquí para ir a otro lado —respondió Hughes, animado, con tono orgulloso.

Gon escuchaba atentamente, al igual que los demás miembros del grupo. Else parecía intrigada por lo que Hughes describía.

—Interesante. Entonces ustedes también tienen sus propias academias. No lo imaginaba —dijo Else, echando un vistazo al imponente edificio y sus alrededores. Los demás del grupo también miraban con atención, compartiendo su curiosidad.

Hughes notó sus expresiones y rió ligeramente, llamando su atención.

—Sí, me alegra que les interese. Esta es una de las academias más grandes de Edén —añadió Hughes, sonriendo ampliamente.

Else lo miró directamente, evaluando sus palabras.

—Entonces, ¿hacia dónde vamos ahora? —preguntó con genuina curiosidad.

Hughes mantuvo su sonrisa mientras señalaba hacia adelante.

—Vamos al mirador que está cerca de la muralla interior. Tomaremos un tranvía, y por eso hemos venido aquí. Vengan, síganme —dijo Hughes, dándoles la espalda para guiarlos.

El grupo avanzó tras él hasta llegar a una parada de tranvía que estaba casi llena. Sin embargo, en cuanto la gente que aguardaba ahí vio a Else y a los demás, comenzaron a dispersarse rápidamente, algunos alejándose con miedo y otros quedándose, observando con una mezcla de curiosidad y recelo.

Los que permanecían parecían ser estudiantes de la academia, fácilmente reconocibles por sus uniformes elegantes. Los hombres llevaban camisas blancas con corbatas rojas y chalecos negros adornados con bordes dorados y cuatro botones, complementados por pantalones oscuros y zapatos negros. Las mujeres usaban el mismo uniforme, pero con una falda gris claro que les llegaba hasta las rodillas.

Else, Gon y los demás notaron las miradas curiosas de los estudiantes hacia ellos. Era desconcertante ver cómo las reacciones de los humanos variaban tanto: miedo, asombro e interés.

Cuando finalmente llegó el tranvía, algunas personas a bordo lo abandonaron apresuradamente al notar al grupo subir. El conductor, visiblemente nervioso, miró a Hughes notando su uniforme de oficial, Hughes le hablo con calma en su idioma.

—"Calme, veniant com me. Ego solvo." —dijo Hughes, sonriendo de manera tranquilizadora.

El conductor lo miró con desconfianza, pero tras unos momentos asintió viendo su gorra de alto rango.

—"Ja," —respondió el conductor, aceptando finalmente.

Else, observando la interacción, frunció ligeramente el ceño. Se inclinó hacia Gon mientras abordaban el tranvía.

—¿Por qué hablan en nuestro idioma cuando llegamos? Pero aquí afuera todos hablaban en el idioma humano —se preguntó en voz baja, reflexionando sobre el extraño cambio. Gon también parecía haberse percatado, aunque no dijo nada.

Legoshi estaba sentado junto a sus amigos, observando distraídamente por las ventanas del tranvía mientras pensaba. "Me pregunto cómo serán sus clases en ese lugar. ¿Serán parecidas a las nuestras?" Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando oyó las voces de un grupo de estudiantes que subían al tranvía.

"Sus uniformes se ven muy extraños…" reflexionó mientras los observaba. Eran dos chicas y un chico, y parecían estar discutiendo sobre cosas mundanas, aunque de vez en cuando miraban hacia ellos con curiosidad. El tranvía comenzó a moverse, y Bill, con una expresión algo desconfiada, se inclinó hacia Aoba para susurrarle.

—Mira a esos humanos. Nos están mirando mucho, especialmente a Tao.

Aoba miro a Bill que le hablaba.

—Sí, lo sé —respondió Aoba en voz baja, también mirando de reojo al grupo—. Pero parece que están hablando sobre algo. Me pregunto qué será.

Tao, por su parte, lucía visiblemente nervioso. No dejaba de notar cómo una de las chicas le susurraba algo al oído a la otra, quien asintió antes de ponerse de pie. La joven empezó a caminar hacia Tao, lo que lo puso aún más tenso. Pasó frente a Geruft, Gouhin y Sakane, quienes la observaron en silencio. Else y Gon intercambiaron una mirada de curiosidad, mientras que Hughes permanecía tranquilo, con una ligera sonrisa.

La chica llevaba una mochila que abrió para sacar una libreta y un lápiz. Luego, se detuvo frente a Tao y comenzó a hablar.

—Hola… ¿podría… hakerte… unis… preuntas? —dijo con un marcado acento.

Tao la miró confundido, claramente notando que la chica no hablaba bien su idioma. Los demás permanecieron atentos, sin entender muy bien lo que decía, hasta que Elias, quien estaba sentado al lado de Bill, intervino para ayudar.

—Tao, te está diciendo que si le puedes responder unas preguntas. —El comentario de Elias captó la atención de ambos.

La chica, al escuchar a Elias hablar su idioma, sonrió ampliamente y se acercó a él.

—"Hola, ¿tú hablas nuestro idioma?" —preguntó ella, esperanzada.

—"Sí" —respondió Elias con calma.

—"¡Genial! Solo quería hacerles unas preguntas en su idioma porque es para mi próxima clase, y quería practicar con ellos. ¿Podrías decírselo? Si no es una molestia, claro" —explicó animada, mostrando una expresión de súplica.

—"Claro" —respondió Elias, sonriéndole.

Los ojos de la chica se llenaron de intriga.

—"Por cierto, ¿son tus amigos?" —preguntó la chica, observando al resto del grupo con curiosidad.

Elias la miro unos segundos antes de constestar.

—"Sí, todos ellos" —respondió Elias tranquilamente.

Elias se giró hacia Tao, quien seguía nervioso.

—Tao, quiere hacerte unas preguntas en tu idioma. Quiere practicar para su próxima clase —le explicó.

Tao tragó saliva, algo intimidado, pero finalmente asintió.

—S-s-sí, claro —respondió, tratando de mantener la calma.

Elias miró a la chica y asintió para confirmar que Tao aceptaba. Ella sonrió ampliamente y se acercó a él. Tomando su libreta y lápiz, comenzó a hacer preguntas en el idioma de las bestias, aunque con una pronunciación bastante rota.

—¿Coumo tu iamas? —preguntó la estudiante, esforzándose por sonar lo más clara posible.

Tao, nervioso, logró entender la pregunta y respondió con vacilación:

—Me… me… me llamo Tao.

Ella sonrió ante su respuesta y continuó:

—¿Tu qui tipu du bestea eres?

Tao, intentando descifrar lo que decía, respondió con calma, aunque aún nervioso.

—Soy un felino, una pantera negra.

La estudiante siguió con sus preguntas mientras Tao hacía su mejor esfuerzo por responderlas. Poco a poco, él se fue relajando, aunque seguía algo incómodo bajo la atención del grupo.

Finalmente, la chica hizo su última pregunta.

—¿Eres uni estudiente?

—Sí —respondió Tao, esta vez con más confianza.

La chica le sonrió con gratitud y cerró su libreta.

—Gracias… por… toudo —dijo, haciendo una pequeña reverencia antes de regresar a su asiento con sus compañeros, mostrándoles sus apuntes.

Tao dejó escapar un largo suspiro, aliviado de que la interacción hubiera terminado. Aoba y Bill intercambiaron miradas, mientras que los demás seguían observando con interés.

Bill observó a Tao, quien intentaba relajarse después del encuentro reciente.

—Veo que eres muy popular, ¿eh, Tao? —comentó Bill con un tono burlón, sonriendo ampliamente.

Tao volteó hacia él, visiblemente nervioso.

—Vamos, solo fueron algunas preguntas… aunque… casi no las entendía —respondió, rascándose la nuca con una sonrisa incómoda.

—Sí, pero realmente los humanos son muy curiosos —agregó Aoba, mirándolo tranquilamente, aunque con un brillo de interés en los ojos.

Ambos comenzaron a observar a Tao con atención, intrigados por la peculiar interacción que había tenido. Sin embargo, la conversación entre ellos fue interrumpida cuando Bill y Aoba abrieron los ojos de par en par, claramente sorprendidos por algo.

Tao se dio cuenta y los miró con el ceño fruncido.

—¿Mhh? ¿Qué pasa? ¿Por qué se ponen así? —preguntó, confundido.

Bill simplemente señaló con el dedo, instándolo a voltear. Tao siguió la dirección que indicaba y vio a tres estudiantes humanos parados cerca de él. La primera chica, quien había sido la más curiosa al hacerle preguntas antes, estaba justo frente a él. La segunda parecía estar escondiéndose detrás de ella, aunque no daba la impresión de sentir miedo, sino algo diferente. El tercer estudiante, un chico, estaba junto a ellas, adoptando una postura tranquila.

Aunque los humanos hablaban en voz baja, Tao y los demás podían escucharlos, aunque no lograban entender el significado de sus palabras.

—"¡No! Me da vergüenza preguntar. ¡Hazlo tú!" —dijo la segunda chica, escondiéndose detrás de la primera.

—"Vamos, tú fuiste la que tuvo la idea." —respondió la primera, sonriéndole para animarla.

El chico las miró de reojo.

—"¿Qué?" —preguntó, alzando una ceja.

—"¿Por qué estás nos seguiste?" —dijo la primera chica, curiosa.

—"Solo tengo curiosidad también" —respondió, evitando mirarlas directamente.

La primera chica sonrió antes de dirigirse nuevamente a Tao.

—"Vamos a preguntar," —dijo, con decisión.

Elias, quien estaba observando junto con los demás desde su asiento en el tranvía, que pasaba algunas intersecciones, alzó una ceja con curiosidad mientras la escena se desarrollaba. Finalmente, la chica se dirigió a Tao, esforzándose en hablar el lenguaje de las bestias.

—Mu amoga duce… ¿si puede tocur tis orijas y peluaje? —preguntó ella, su pronunciación imperfecta, pero claramente esforzada.

Tao quedó perplejo, sin entender del todo las palabras de la chica. Solo pudo quedarse en silencio, nervioso, mientras intentaba procesar lo que había dicho.

—¿Quieres que te ayude? —intervino Elias, notando la confusión de su amigo.

Tao asintió rápidamente, casi aliviado por la oferta.

—Bien —respondió Elias, dirigiéndose a la chica—. "¿Necesitas que te ayude a traducir?"

La chica sonrió, aunque algo apenada por su pronunciación, y explicó en un tono amable.

—"Sí, verá, mi amiga quería preguntarle si podría tocar sus orejas y pelaje porque tiene curiosidad."

Elias asintió tranquilamente antes de volverse hacia Tao para traducirle.

—Te quieren preguntar si, dejarías que su amiga acaricie tus orejas y tu pelaje.

Tao se sintió aún más nervioso al escuchar aquello. Miró a los estudiantes humanos, quienes lo observaban con atención mientras esperaban su respuesta. No sabía qué hacer, pero, finalmente, asintió lentamente, indicando su aprobación.

La chica sonrió con entusiasmo y, animada por su amiga, empujó ligeramente a la segunda chica para que se acercara. Ella lo miró con algo de vergüenza, pero extendió lentamente su mano hacia la cabeza de Tao.

Tao cerró los ojos por un momento, tratando de calmarse. "¿Por qué me pidió eso? Debo tranquilizarme, no quiero asustarlos. Los humanos son muy curiosos," pensó, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza.

Finalmente, la mano de la chica tocó suavemente su pelaje. Tao abrió los ojos lentamente, la miró de reojo y vio cómo sus ojos brillaban de asombro y felicidad. Parecía completamente maravillada por la experiencia.

—"¡su pelaje y orejas son muy suaves!" —exclamó, casi sin poder contener la emoción mientras pasaba la mano por su cabeza.

La escena llamó la atención de sus amigos, quienes, impulsados por la curiosidad, también se acercaron a Tao. Sin poder reaccionar del todo, Tao se vio rodeado por tres pares de manos que acariciaban su pelaje con fascinación.

"¿Por qué se siente tan bien? Esto es... increíblemente tranquilizador", pensó Tao, cerrando los ojos ante la inesperada experiencia.

—"¡Es verdad, es muy suave!" —dijo la amiga que estaba más cerca, sonriendo ampliamente.

—"Es... extrañamente suave" —comentó el chico del grupo, sonando sorprendido pero también visiblemente encantado con la textura.

Mientras los tres continuaban acariciándolo, Tao comenzó a ronronear de manera involuntaria. El sonido fue tan fuerte que todos se quedaron inmóviles por un momento, sorprendidos. El ronroneo vibraba contra sus manos, y sus expresiones de asombro y admiración no se hicieron esperar.

—"¡Está ronroneando!" —exclamó una de las chicas con una mezcla de fascinación y alegría.

Tao, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, abrió los ojos de golpe. Su rostro se tornó rojo como un tomate, y rápidamente se apartó de ellos, cubriéndose la cara con las manos.

—"¡Distrito comercial!" —anunció el conductor en ese momento, señalando la próxima parada.

Los estudiantes reaccionaron de inmediato, corriendo hacia la salida con risas y comentarios emocionados. Antes de bajar, la chica que había iniciado todo se giró rápidamente hacia Tao.

—¡Gracias! —le dijo, sonriendo, antes de desaparecer por la puerta.

Tao permaneció inmóvil en su asiento, en completo silencio. La vergüenza lo invadía mientras sentía las miradas de los demás sobre él. Hughes trataba de contener una ligera risa, mientras Else y Gon observaban con intriga, intentando procesar la interacción. Gouhin, por su parte, parecía más interesado desde un punto de vista científico.

—Interesante. No sabía que los humanos podían provocar ese tipo de reacciones en algunos de nosotros. Debería anotar esto, pero lamentablemente dejé parte de mi equipo en el barco —comentó Gouhin en voz baja.

—No se preocupe, yo tomaré nota —respondió Sakane, intrigada. Sacó una pequeña libreta de su bolsillo y comenzó a escribir mientras Gouhin la observaba con curiosidad.

Entre tanto, Bill miró a Tao con una mezcla de incredulidad y curiosidad.

—Tao, ¿por qué ronroneaste? —preguntó, tratando de mantener la seriedad aunque claramente le costaba.

—No lo sé... —respondió Tao, todavía con el rostro escondido entre sus manos—. Solo se sentía... muy bien. Era... tranquilizador.

Bill lo miró, perplejo. La idea de que los humanos pudieran provocar tal reacción en alguien como Tao le parecía completamente nueva.

—Es la primera vez que te veo hacer algo así, pero no voy a mentir... parecía que lo estabas disfrutando —añadió Aoba, aún sorprendido.

Tao no respondió. Simplemente se hundió más en su asiento, tratando de ocultar su rostro y escapar de las miradas inquisitivas de sus compañeros.

—Veo que se están divirtiendo —comentó Legoshi en voz alta, rompiendo la calma.

Miguno, que estaba junto a los demás, se giró hacia él con una sonrisa.

—Es interesante que los humanos puedan provocar ese tipo de reacciones, ¿no? —añadió con curiosidad, mirando a sus compañeros de cuarto.

—Sí, pero… ¿creen que los humanos tienen algo único? —preguntó Collot, lanzando una mirada a Durham.

Durham sonrió y señaló con un gesto hacia Jack.

—Tal vez. Solo mira a Jack.

Todos dirigieron la mirada hacia Jack y María, que estaban sentados juntos, con Elias al lado. Desde su perspectiva, podían ver cómo María y Jack conversaban animadamente mientras miraban por las ventanas del tranvía. La cercanía entre ambos era innegable.

—Creo que es algo irónico —comentó Voss desde el hombro de Collot—. A pesar de que los humanos no son depredadores peligrosos, parece que ella lo tiene atrapado en sus garras.

Los demás lo miraron con cejas levantadas, claramente incrédulos por su comentario. Voss, notando sus expresiones, se encogió de hombros.

—¿Qué? Pero es verdad, solo mírenlo.

Durham sonrió, admitiendo con un asentimiento leve.

—Bueno, creo que tienes algo de razón en eso.

—Pero este lugar realmente es interesante —añadió Durham, cambiando de tema.

Miguno asintió, y pronto todos comenzaron a conversar relajadamente. Sin embargo, Legoshi seguía mirando a Jack con cierta preocupación. Pensaba en lo que Gouhin le había mencionado aquel dia. "Me pregunto cómo será su entrenamiento…"

Sus pensamientos se desviaron hacia otro lado al voltear y ver a Juno, sentada con Haru y Mei un poco más adelante. Haru estaba de pie, mirando por la ventana, y Juno también se había levantado para observar el paisaje.

"Cuando lleguemos allá, hablaré con ella," pensó Legoshi, fijándose especialmente en Haru mientras el tranvía continuaba avanzando.

—Los humanos tienen un mercado muy grande. Me pregunto qué tipo de cosas venderán —comentó Juno mientras miraba a la gente por la ventana.

—No lo sé, pero por lo que veo, no son tan diferentes de nosotros —respondió Haru, también observando el paisaje.

De pronto, Juno giró hacia Haru, su expresión mostrando un leve remordimiento.

—Oye… Quisiera disculparme por mi comportamiento de antes, cuando te detuve en las escaleras aquel día.

Haru parpadeó, recordando ese momento, y luego le dedicó una sonrisa tranquila.

—No te preocupes —respondió con suavidad, acomodándose de nuevo en su asiento.

Tras una breve pausa, Juno habló nuevamente, esta vez con un tono más intrigado.

—Por cierto… tú y Legoshi… ¿están saliendo?

Haru la miró por un momento antes de responder, como si considerara cuidadosamente sus palabras.

—Bueno… sí, de cierta manera. Aunque a veces siento que es un poco distante. Pero hay ocasiones en las que siempre me está hablando, y veo cómo mueve la cola… —respondió Haru con una ligera risa, reflejando afecto.

Juno bajó un poco las orejas al escucharla, pero respondió con sinceridad.

—Entonces, Legoshi realmente te aprecia mucho.

Haru notó su gesto y, tratando de animarla, le sonrió.

—Pero sabes, creo que tú también encontrarás a alguien especial. El día del festival te veías hermosa con ese vestido.

Juno levantó un poco la mirada, agradecida por el comentario.

—Gracias —respondió, sintiéndose un poco mejor.

Se acercó a Haru, bajando la voz como si quisiera compartir un secreto.

—Bueno… de hecho, hay alguien que me gusta.

Haru la miró con curiosidad, inclinándose ligeramente hacia ella.

—¿Quién es?

Juno se acercó más, asegurándose de que nadie pudiera oírla.

—Bueno, se podría decir que es… Louis.

Haru abrió los ojos, sorprendida. "No sabía que también le gustaba Louis, además de Legoshi," pensó mientras escuchaba a Juno continuar.

—Pero… también hay alguien más que me gusta… —añadió Juno, esta vez bajando la voz aún más y sonrojándose.

Haru la miró incrédula, sin poder ocultar su sorpresa.

—Se que es un poco raro… lo sé. Parecerá que soy muy indecisa, pero me siento confundida cada vez que estoy con él… —explicó Juno, tratando de justificar sus sentimientos.

Haru asintió lentamente, entendiendo un poco la situación.

—Sí, te entiendo. A veces pasa.

—¿Pero quién es? —preguntó Haru con más curiosidad.

Juno parecía estar peleando consigo misma, nerviosa y sonrojada. Finalmente, decidió decirlo.

Se acercó al oído de Haru y le susurró algo. Haru escuchó atentamente, y al entender, abrió los ojos de par en par, claramente sorprendida.

Juno, con el rostro completamente rojo, esperaba alguna reacción mientras Haru la miraba fijamente, sin poder evitar que su mirada se tornara inquisitiva.

Haru miró a Juno con una mezcla de incredulidad y curiosidad mientras ambas permanecían sentadas en el tranvía.

—¿Estás segura de eso? —preguntó Haru, arqueando una ceja.

Juno bajó la mirada, un tanto desanimada.

—Lo sé, es extraño, ¿verdad? Pero no puedo sacarlo de mi cabeza. Tal vez sea mejor olvidarlo... —respondió Juno en voz baja.

Haru la observó por un momento antes de contestar.

—No digo que esté mal, pero... ¿por qué no lo intentas? Tal vez te diga que sí —dijo con un tono alentador.

Juno levantó la vista y la miró, todavía con dudas en los ojos.

—Me gustaría, pero... no sé cómo reaccionaría él o si realmente le gustaría alguien como yo... —murmuró Juno, con un dejo de inseguridad.

Haru reflexionó un instante antes de hablar.

—Tranquila, no creo que le importe tu apariencia o cómo eres. Deberías confiar más en ti misma —respondió con una sonrisa amable.

Juno dejó escapar una pequeña sonrisa, sintiendo algo de alivio.

—Tal vez... pero primero quiero estar segura de lo que siento —dijo con un poco más de determinación.

—Eso suena bien. Me alegra por ti —contestó Haru, sonriendo. Ambas compartieron una mirada de complicidad y sonrieron.

Ambas compartieron una sonrisa breve y tranquila, pero un ruido leve frente a ellas las hizo recordar que no estaban solas. Al mirar, encontraron a Mei observándolas con una expresión burlona, Haru miro algo nerviosa, vieron cómo se inclinaba hacia delante desde su asiento.

—Tranquilas, no diré nada —dijo Mei, riendo suavemente. Juno ocultó su rostro detrás de sus manos, completamente sonrojada.

El tranvía continuó moviéndose por la ciudad, atravesando calles llenas de vida hasta que finalmente el conductor anunció su próxima parada.

—"Distrito Hillingk" —dijo el conductor con voz firme.

Hughes se levantó de su asiento al escuchar el aviso, seguido rápidamente por Else y los demás.

—Bien, bajemos —dijo Hughes con calma mientras todos lo seguían al exterior del tranvía.

Al descender, se encontraron frente a una larga escalera que subía por un lateral adornado con árboles y arbustos. A su alrededor, tiendas y hogares decoraban las calles de aspecto pintoresco. Personas paseaban tranquilamente, algunas deteniéndose para observarlos con curiosidad.

Else miró a Hughes y se acercó un poco, todavía sintiendo algo de nerviosismo, aunque más tranquila.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó con cierta cautela.

Hughes la miró y le respondió con una sonrisa.

—Vamos al mirador, justo arriba. Desde allí podrán ver toda la ciudad. Es uno de los lugares más altos y hermosos.

Los ojos de Else brillaron con curiosidad.

—Bien, entonces síganme —añadió Hughes mientras comenzaba a subir las escaleras.

A medida que avanzaban, las miradas de los transeúntes se posaban sobre ellos. Algunos susurraban entre sí, aunque ninguno se acercó. A pesar de lo incómodas que eran aquellas miradas, el grupo se tranquilizó al notar que no parecían hostiles, solo curiosas, especialmente entre los más jóvenes.

Al llegar al final de las escaleras, el distrito se reveló ante ellos. Era un lugar vibrante, lleno de vida. Personas comían en mesas al aire libre, charlando animadamente. Las fachadas rústicas de las tiendas y los arbustos florales que decoraban las calles creaban un ambiente cálido y acogedor. Lámparas colgantes decoraban el área, añadiendo un toque de encanto al lugar.

Else se detuvo a observar todo con asombro.

—Increíble... no esperaba esto. Este lugar es hermoso —dijo sorprendida, reflejando el mismo sentimiento que los demás.

Hughes, al escucharla, sonrió complacido.

—Se lo dije, embajadora. Sabía que le encantaría. Pero esto no es todo, aún falta lo mejor. Sigamos subiendo —respondió animado.

Else lo miró con renovada curiosidad.

—¿Tienen más lugares como este? —preguntó con entusiasmo.

Hughes rió suavemente.

—Sí, pero los veremos después, cuando regresemos a nuestro destino original. Por ahora, continuemos —dijo mientras retomaba el camino.

A medida que subían, el bullicio del distrito abajo comenzaba a desvanecerse, las escaleras parecían fusionarse con la muralla al llegar a lo más alto. Finalmente, reemplazado por un aire más sereno y pacífico. El grupo quedó sin palabras. Ante ellos se desplegaba un mirador rodeado de flores en mil colores, bancos bajo la sombra de grandes árboles, y en el centro, una bandera ondeaba al viento junto a un monumento de granito negro pulido.

Todos quedaron sin palabras ante la vista. Desde allí, la ciudad se extendía como un lienzo vivo ante sus ojos. Hughes, satisfecho con sus reacciones, sonrió ampliamente.

—Veo que les encanta. Este lugar es único. ¿Qué le parece, embajadora? —preguntó con tono jovial.

Else permaneció en silencio unos segundos antes de responder, todavía maravillada por el lugar.

—Es... impresionante. Su ciudad es fascinante —dijo finalmente, dejando entrever un atisbo de admiración en su voz.

El grupo se acercó a la barandilla del mirador, disfrutando de una vista panorámica de la ciudad. Desde esa altura podían observar cada rincón: la academia, el cuartel en la lejanía, el distrito comercial, y las viviendas que se extendían por todo el lugar. Más allá, la segunda muralla, imponente y reforzada con cañones de artillería y otras armas defensivas, protegía gran parte de la ciudad, pero Else notó algo curioso. Había secciones en las que la muralla no rodeaba completamente el lugar, sino que los montañas formaban un muro natural que complementaba la defensa. Y aún más lejos, la primera muralla, algo más pequeña pero igualmente robusta, marcaba los límites exteriores de la protección de la ciudad.

Else y Gon observaban con fascinación cada detalle de la infraestructura, analizando con interés el ingenio humano detrás de todo. Fue entonces cuando Else se volvió hacia Hughes, quien los observaba con una sonrisa tranquila.

—Embajador Hughes, ¿puedo hacerle unas preguntas? —preguntó Else, no pudiendo ocultar su curiosidad.

—Claro, embajadora. Vayamos a sentarnos por allá —respondió Hughes, señalando una de las bancas cerca del monumento en el otro extremo del mirador.

Else asintió y, junto con Gon, siguió a Hughes. Antes de partir, Hughes miró al resto del grupo.

—Escuchen, quédense cerca de Geruft y Mei, y no se separen, ¿de acuerdo? —instruyó con firmeza.

Todos asintieron obedientemente. Hughes giró sobre sus talones, indicando a Else y a Gon que lo siguieran. Ambos lo hicieron, mientras el resto del grupo permanecía en el mirador, disfrutando de la vista.

Jack estaba junto a María, contemplando la ciudad.

—¡Ahhh! ¡Se ve increíble desde aquí arriba! —exclamó María, animada, mientras recorría la ciudad con la mirada.

Jack, por su parte, no podía apartar los ojos de la escena. Estaba fascinado.

—Sí. No sabía que los humanos podían construir este tipo de cosas —comentó Jack, observando los edificios, casas y calles que se extendían ante ellos.

María volteó a verlo, una sonrisa iluminó su rostro, y de repente lo abrazó desde atrás, sorprendiéndolo por completo.

—¿Ma-ma-María? ¿Por qué el repentino abrazo? —preguntó Jack, sonrojado, mientras sentía la calidez de su contacto. La cabeza de María descansaba suavemente sobre la suya, y su cabello caía sobre él, envolviéndolo con su aroma.

—Nada, solo quiero compartir este hermoso momento contigo —respondió María con tranquilidad, sin aflojar el abrazo.

Jack sintió que su rostro se ponía aún más rojo, pero al mismo tiempo, una pequeña chispa de preocupación cruzó por su mente. Sabía que su instinto estaba siempre latente, y temía que, de alguna manera, pudiera lastimarla. Decidió buscar una excusa para desviar la atención.

—Oye, María... ¿qué tal si vamos a ver el otro lado del mirador? —sugirió, intentando ocultar su nerviosismo.

María lo miró por un instante, luego sonrió ampliamente.

—Sí, vamos —respondió con entusiasmo, soltándolo finalmente.

Sin embargo, no tardó en tomarlo de la mano, guiándolo hacia el otro extremo del mirador. Jack dejó que lo llevara, aunque sentía su corazón acelerado. Cuando llegaron al otro lado, se detuvieron junto a la barandilla y observaron lo que había más allá.

Allí, al acercarse a la barandilla, descubrieron un paisaje completamente distinto. La primera muralla se extendía como una línea que separaba el exterior de los campos de flores que crecían naturalmente a su alrededor. Las flores, de un color rojo, se mecían suavemente con el viento, creando un contraste asombroso con las estructuras imponentes.

—Es… hermoso —murmuró Jack, perdiéndose en el paisaje.

—Sí, lo es —añadió María, con una sonrisa serena mientras sostenía su mano. Ambos quedaron en silencio, disfrutando juntos de aquel momento único.

Legoshi observaba de reojo a Jack mientras disfrutaba su tiempo con María. Aunque le alegraba verlo tan animado, no podía evitar que su mente divagara. "Parece que se está divirtiendo... Me pregunto, ¿dónde estará Haru?" Pensó mientras su mirada buscaba a la coneja. Pronto la vio sentada en una banca, contemplando las flores con fascinación. Sin pensarlo mucho, decidió acercarse.

—Mhhh, estas flores son un poco distintas a las que yo planto en el club —comentó Haru, inclinándose para admirarlas de cerca—. Me pregunto qué tipo de flor crece junto a otra para formar este tipo de cama tan peculiar.

Mientras hablaba consigo misma, notó que Legoshi se había acercado. Al verlo, él rápidamente se agachó junto a ella.

—¿Estás viendo las flores? —le preguntó Legoshi con una pequeña sonrisa.

—Sí, son muy interesantes… Nunca había visto este tipo de flores —respondió Haru, claramente animada, fascinada por las especies únicas de la isla de Edén.

Legoshi la observaba con una sonrisa suave, aunque su preocupación no tardó en aparecer.

—Oye, por cierto, ¿estás bien? Te vi muy asustada cuando te cargó la oficial aquella —preguntó, refiriéndose a Alice.

Haru lo miró, algo más tranquila.

—Un poco, pero ya se me pasó... Aunque... me pregunto, ¿todas las ciudades humanas son así? —su voz tenía un matiz de curiosidad e incertidumbre.

Legoshi la escuchó atentamente, aunque trató de tranquilizarla.

—No lo creo. Tal vez sea como dijo esa chica en el comedor, que este lugar no existe oficialmente, y es una base secreta… Aunque no entiendo cómo podrían esconder una ciudad entera o… tal vez… —Legoshi comenzó a divagar, perdido en sus pensamientos sobre todo lo que habían presenciado.

Haru, mientras lo escuchaba, no pudo evitar soltar una pequeña risa.

—¿Qué? —preguntó Legoshi, mirándola confundido.

—Es que te ves lindo cuando te pones serio —respondió Haru, sonriéndole con dulzura.

El comentario lo tomó desprevenido, y su rostro se tiñó de un leve rubor. No sabía cómo reaccionar, pero Legoshi continuó, cambiando el tono de la conversación.

—Pero, ¿sabes? Me preocupa un poco que los humanos se comporten tan hostiles... Realmente no sé si podemos confiar en ellos. Digo, confío en Elias y María, pero los demás... —expresó Legoshi, revelando sus inquietudes.

Haru lo interrumpió con calma.

—Creo que deberíamos confiar un poco en ellos. No creo que tengan intenciones de hacernos daño —dijo con voz tranquila, mirando las flores nuevamente.

Legoshi la miró, aún con cierta preocupación en el rostro.

—Sí, pero aun así me inquieta todo lo que dijeron —confesó Legoshi, su voz cargada de seriedad.

Haru lo observó con calma antes de responder.

—Tal vez… Yo también siento algo de miedo, pero mira a Elias y María. Confiaron en nosotros para ir a nuestra escuela y, a pesar de ser secuestrados junto conmigo, no regresaron con resentimiento ni dejaron de confiar en nosotros. Al contrario, eligieron seguir adelante —dijo Haru, hablando con serenidad.

Legoshi asimiló sus palabras y comenzó a entender su punto de vista.

—Sí, tal vez estoy pensando demasiado. Solo quiero asegurarme de que nada malo pase —admitió, aunque aún parecía inquieto.

—Vamos, relajémonos. No creo que ocurra nada malo durante nuestra estancia aquí. Solo mira lo protegido que está este lugar —respondió Haru con una sonrisa, intentando calmarlo.

—Bueno, en eso tienes razón —dijo Legoshi, esforzándose por despejar sus preocupaciones.

Haru, buscando aligerar el ambiente, decidió cambiar de tema.

—Oye, por cierto, ¿ese dragón de Komodo era familiar tuyo? —preguntó con curiosidad.

Legoshi se sobresaltó un poco, dándose cuenta de que había olvidado explicárselo.

—Ah, sí… Se me olvidó presentártelo —respondió, rascándose la nuca con nerviosismo.

Haru lo miró con una mezcla de intriga y cautela. Saber que un dragón de Komodo era parte de su familia despertaba cierta preocupación, considerando lo venenosos que eran.

—¿Entonces eres un híbrido? —preguntó Haru, cada vez más interesada.

—Bueno… De cierta manera, sí. Él es mi abuelo. Mi madre era híbrida, pero yo nací como un lobo normal… aunque tengo resistencia al veneno —explicó Legoshi, claramente incómodo al compartir esa parte de su historia.

Haru se sorprendió al escuchar su explicación.

—Wow… Eso es increíble. Aunque admito que me da un poco de miedo pensar en un dragón de Komodo como tu abuelo… —comentó, todavía intentando procesarlo.

Legoshi sonrió tímidamente, notando cómo su sinceridad hacía que Haru lo mirara con una mezcla de admiración y curiosidad, pero bajó la mirada, sintiendo una punzada de culpa mientras continuaba hablando.

—No, Gosha es una gran persona. Siempre me cuidó... a pesar de que no le hablé en cinco años —admitió con voz baja, incapaz de ocultar su pesar.

Haru, sorprendida por la confesión, bajó la mirada, sintiéndose un poco culpable por haber tocado el tema.

—Oh... lo siento por preguntar —dijo en un tono de disculpa.

—No, no te preocupes —dijo Legoshi rápidamente, intentando aliviar la incomodidad—. Es algo que ya arreglé con él, pero todavía me siento un poco culpable por no hablarle durante todo ese tiempo.

Haru lo observó con interés, notando la sinceridad en sus palabras.

—¿Y por qué dejaste de hablarle? —preguntó Haru con cautela, sin querer ser invasiva.

Legoshi guardó silencio por unos segundos, mirando al suelo mientras sus pensamientos parecían pesarle.

—Bueno… es algo muy difícil de contar, y…

Haru lo interrumpió con suavidad, percibiendo que tal vez no era un buen momento para presionar.

—Tranquilo, no necesitas decirme. Pero es bueno saber que te reconciliaste con él después de tanto tiempo —dijo Haru, dándole una sonrisa tenue, tratando de aliviar el ambiente.

Legoshi levantó ligeramente la mirada y asintió, agradecido.

—Sí, pero aun así, me siento un poco mal. Durante todo ese tiempo, algo podría haberle pasado, y yo ni siquiera me habría enterado —respondió Legoshi, bajando nuevamente la vista hacia las flores que los rodeaban.

—Vamos, no te culpes tanto. Sé que no conozco el motivo por el que dejaste de hablar con él, pero lo importante es que ahora vuelves a estar en contacto y puedes sentirte más tranquilo contigo mismo —dijo Haru, intentando animarlo.

Legoshi sonrió un poco mientras seguía mirando las flores. Su expresión comenzaba a suavizarse.

—Tal vez tengas razón… De todas formas, quiero pasar más tiempo con él. Le prometí que lo visitaría en invierno —añadió, con un tono más esperanzador.

Haru le devolvió la sonrisa, mientras Legoshi arrancaba una flor blanca de entre las demás, distinta y delicada. Girándose hacia ella, la miró con una seriedad tranquila.

—Esta flor... es tan hermosa como tú —dijo con suavidad mientras colocaba la flor en una de las orejas de Haru para que se sujetara.

El rubor invadió el rostro de Haru, su corazón latiendo con fuerza. Lo miró, incapaz de ocultar su sorpresa.

—¿Qué? —preguntó Legoshi, confundido por su reacción.

—Nada... ¿Qué tal si vamos a ver la otra parte del mirador? —dijo Haru rápidamente, poniéndose de pie para ocultar su nerviosismo.

Legoshi también se incorporó, algo extrañado pero animado.

—Sí, vamos.

Ambos caminaron juntos hacia donde estaban María y Jack, disfrutando de la compañía del otro en un momento tranquilo y sincero.


Nota: El siguiente capítulo responderá algunas de las cosas que se preguntan los personajes ok así que tengan paciencia, mientras avanza la trama.