¡Bienvenidos a la quinta entrega de Duelo Legal!

Agradezco de antemano la lectura y los reviews que pueda llegar a recibir. Espero que todos los que todavía sintáis curiosidad por saber lo que sucede con las vidas de nuestros amigos disfrutéis este camino.


#DUELO LEGAL V: CICATRICES#

1. En fase de negación

Rhadamanthys ya no sabía de donde podía sacar fuerzas y paciencia. Desde la anulación del juicio de Thane, Kanon parecía haber entrado en una fase de negación total, comenzando por la rotunda negación de su profesión, siguiendo por la asumida negación de su capacidad para ejercerla y culminando en la inevitable negación ante la fiabilidad de una justicia que parecía ser de todo menos justa.

Por suerte para ambos, el inglés estaba bendecido por un carácter sobrio y serio que le permitía poder manejar los cambios extremos de carácter que sufría Kanon de vez en cuando, pero desde que fueron conocedores del ingreso en prisión del joven Kagaho Bennu, Kanon había descendido por una espiral de sentimientos tan nocivos que se estaba dirigiendo hacia laberintos demasiado parecidos a los que ya le habían atrapado años atrás.

Laberintos para los que el Wyvern no había tenido el mapa de salida en el pasado, y para los que temía no ser capaz de encontrarlo ahora.

Armarse de todavía más paciencia era lo único de que momento se le ocurría, pero incluso el simple hecho de ir al supermercado acompañado de Kanon se le estaba antojando una tortura evitable, si no fuera porque el gemelo también se había negado a quedarse en casa. Tenía que quejarse y refunfuñar de todo, pero al parecer tenía que hacerlo contra los oídos de Rhadamanthys.

- ¿Por qué cojes un carro? - Preguntó al ver que el Wyvern se hacía con uno.- Hemos venido en moto, no podemos cargar mucho.

- Nos hacen falta un montón de cosas.- La respuesta fue mecánica, como si esperara el "pero" que no se hizo de rogar.

- Pero podríamos comprar sólo la cena. Lo demás, mañana.

- Y estaríamos con el mismo problema. No te preocupes que nos llevamos lo urgente y pido que el resto nos lo traigan a casa.

- ¿Que nos lo lleven? ¡¿Y qué más?! Como si fuéramos unos putos ricos.- Se quejó el gemelo otra vez, agarrándose a esa perniciosa actitud casi convertida en costumbre.

Rhadamanthys masculló algo en inglés, y acabó agarrándose bien al carro, deteniendo su paso y apuñalando a Kanon con la mirada.- Pues es lo que hay, majo.

- ¡Joder! ¡¿Y ahora por qué me hablas así tú?! - Kanon también se había parado, pero él lo hizo en medio del paso de entrada al establecimiento, convirtiéndose en un escollo para los demás clientes.

- ¿Quieres hacer el favor de bajar la voz? - Rhadamanthys masticó las palabras evitando compartirlas a los cuatro vientos.- Y sal del medio, que estás haciendo de tapón.- Ordenó, tomando a Kanon del brazo para atraerlo hacia él y dejar el paso libre.

- ¡Pues que se jodan!

Kanon se libró del agarre con un gesto bastante brusco, y el Wyvern gruñó con desesperación al tiempo que se agarraba los cabellos con ambas manos. Si el inglés había querido discreción, ésta se había perdido completamente y todas las miradas iban recayendo sobre ellos y su estúpida discusión.

- ¿Qué cojones te pasa, Kanon? - Rhadamanthys se le acercó hasta quedar a tan sólo unos pocos centímetros del gemelo.- Estás insoportable.

- Insoportable lo estás tú.- Le soltó, apoyando la mano sobre el pecho del inglés para apartarlo de un empujón.- Lo que pasa es que no te quieres dar cuenta.

Esta había sido la guinda que echaba al traste la poca paciencia que le quedaba a Rhadmanthys.

No dijo nada más. No había nada que hacer cuando Kanon entraba en ese estado de estupidez. De modo que sólo le miró, en silencio y sin esconder el reproche que se dibujaba en sus dorados ojos. Le miró sin bajar la vista, estableciendo un pulso de miradas en el que Kanon le afrentaba, y no pudo más.

- No entres conmigo, Kanon.- Dijo Rhadamanthys, redescubriendo el sabor de demasiados malos recuerdos.- Vete fuera. Vete donde quieras, pero déjame comprar tranquilo.

No esperó respuesta. Ni la necesitaba ni la quería. Se dio media vuelta, recuperó el carro abandonado e hizo el intento de entrar en la tienda, escuchando la voz de Kanon reclamándole atención.

- ¡Rada! Oye, lo siento...Pero es que_

- Es que nada, Kanon.- Rhadamanthys se giró para mirarle con la misma intensidad y dureza que instantes atrás.- No vamos bien así. Ve fuera, fúmate otro paquete de cigarros, amárgate tú solo si es lo que quieres, pero a mí no me arrastres.

Ahora sí que Kanon ya no tuvo opción a réplica. El Wyvern se perdió rápidamente entre la gente que iba entrando y el abogado se quedó solo con esa extraña rabia interna que le estaba gobernando los sentidos. Salió fuera abriéndose paso con la ayuda de empujones si era necesario. Sus pies habían tomado el camino recto y no pensaban salirse de él, aunque se llevara por delante hombros, quejas y toques de atención más que merecidos. Del bolsillo de su chaqueta de cuero sacó un paquete de tabaco por estrenar. Si lo abría daría inicio al segundo del día. Desde que se había levantado que estaba dándole al vicio, aunque la mitad de los cigarrillos los abandonara a medio consumir.

Mareó el cajetín entre sus manos.

Se debatió con la duda de abrirlo o guardarlo.

Lo guardó.

Gruñó un sonoro "a la puta mierda todo" y lo sacó del bolsillo otra vez, abriéndolo con rabia y extrayendo un cigarrillo con los dientes. Lo prendió con el mismo furor y de una sola calada consumió un centímetro entero.

Un nubarrón de humo le envolvía todos los pasos sin sentido que iba dando. De la entrada al estacionamiento de la moto del Wyvern, de la moto a la entrada, de la entrada a la esquina, de la esquina otra vez a la moto y así hasta que se hubo consumido el cigarro y las ideas para andar sin objetivo. Finalmente se guardó las manos en los bolsillos de la gastada chupa y se fijó en la línea de cajas, avistando a Rhadamanthys consumando su compra. Su mano y su ansiedad no cesaban de palpar el paquete de cigarrillos, pero en ese momento fue un pequeño atisbo de responsabilidad el que le indicó que era mejor esperar.

El frío del anochecer arreciaba, invitando a que se cerrara la cremallera hasta el cuello, hundiera el mentón en la protección de la chaqueta y volviera a cobijarse las manos. Al parecer, el Wyvern estaba decidido a dejar casi la totalidad de la compra para que se la llevaran a su casa. Sólo atisbó que ponía en una bolsa de tela una caja de helados, un pack de seis coca-colas y un par de algo pre-cocinado.

Al salir fuera, Rhadamanthys recibió el azote del frío y también se vio en la necesidad de abrocharse la chaqueta hasta arriba, soltando vaho con el aire que respiraba. Apenas se miró a Kanon, y menos ganas tenía aún de hablarle, por lo que le ignoró hasta que el gemelo volvió a atizar el fuego.

- No has comprado cervezas.

- No.

Rhadamanthys se fue decidido hacia la moto, sintiéndose seguido de cerca. Abrió el asiento, sacó sus guantes, los dos cascos y guardó ahí mismo la bolsa con la pequeña compra.

- Me apetecían unas cervezas.

- Pues hoy no vamos a beber cervezas. Ni whisky. Ni nada de alcohol.- Le informó, ofreciéndole su casco sin demasiada amabilidad.

- ¿De qué vas, Wyvern? Me estás tratando como si fuera un puto crío.

- ¿De qué vas tú, Kanon? - Preguntó Rhadamanthys, antes de ponerse el casco.- ¿Por qué no te analizas un poco? Tal vez encuentres alguna respuesta, que inteligente lo eres cuando quieres.

Lo que Kanon sintió en ese momento fueron unas ganas tremendas de arrearle un derechazo de los buenos, pero toda su ira acabó con la impetuosa devolución del caso a su legítimo propietario.

- ¡Que te jodan!

No esperó nada. Ni bueno, ni malo. Kanon simplemente echó a andar, encendiéndose otro cigarrillo y dejando al Wyvern con el estómago encogido y un sinfín de sentimientos encontrados que le hacían los últimos días vividos tan dolorosos como insoportables.

Sólo había una cosa que Rhadamanthys deseaba con todas sus fuerzas, y era que Kanon fuera capaz de recordar cómo comenzó a destruirse a sí mismo diez años atrás, y que si en eso hubo alguna lección que aprender diera frutos en ese desesperante presente.

Él más ya no podía hacer. O si había algo que hacer no estaba en sus manos. O no hallaba la manera. Kanon nunca había poseído un carácter fácil, y aunque a fuerza de amor, años y experiencia había aprendido a manejarle un poco, en momentos de crisis como ese se le esfumaban todas las tácticas.

Las tácticas, la energía y la paciencia. A Rhadamanthys se le había agotado la paciencia, y que el gemelo hubiera decidido irse por su cuenta hizo que el inglés agradeciera ese espacio de silencio y soledad.

El destino sería el piso que nunca había dejado de pertenecer a Kanon. No podía negar que se sentiría algo parecido a un intruso allanado un domicilio ajeno, pero a fin de cuentas, esa también había sido su morada durante mucho tiempo.

Por su parte, Kanon no tenía ninguna intención de aparecer por casa. Tampoco sabía hacia donde lo conduciría su exasperación, hasta que se halló entrando en el primer bar que se cruzó en su huida. El destino directo fue la barra, y la petición que sus labios modularon fue una cerveza bien fría. Le apetecía beberse una, y luego otra, y luego tal vez otra...tantas como le hicieran falta para olvidar un poco la mierda de día que había vivido y los que seguramente le tocarían vivir de ahora en adelante.

Se la bebió en dos tacadas. Se secó los labios con el extremo de la manga de la chaqueta y pidió la segunda sin siquiera mirar al camarero. Cuando la tuvo delante la estrenó con otro largo sorbo y al dejarla sobre la barra se halló mirándose su propio reflejo en el espejo que adornaba la pared que contenía todas las botellas de bebidas espirituosas.

Se miró fijamente y se descubrió con una mano anclada a una botella y la otra sujetando otro cigarrillo sin prender.

Se miró y su propia imagen consiguió que apartara la mirada con asco de sí mismo.

Ese reflejo le había transportado diez años atrás, cuando las noches como esa se repetían sin cesar en su vida. Cuando estar junto a Rhadamanthys suponía vivir en una pelea constante. Cuando no había nada que le removiera por dentro que no fuera rencor hacia todo. Y hacia todos.

Pero ahora no era ese momento. Ahora no tenía veinticinco inconscientes años, sino treinta y cinco y algo más de madurez que entonces. Ahora todavía estaba en sus manos decidir qué camino escoger. Nadie le aseguraba que el correcto fuera fácil, pero no estaba solo. O no lo estaba si no lo echaba todo a perder como sí hizo entonces.

Kanon notó cómo la rabia le licuaba la mirada. Se observó cada vez más borroso. Odió la latosa sensación de tener la garganta atada y apartó la botella del cuadro el que había estado pintada. Tomó la billetera que guardaba en el bolsillo interior de la chaqueta, sacó un billete de diez euros que dejó sobre la barra y se dio media vuelta para dejar plantada a la cita de la salida fácil.

Cuando salió a la calle había empezado a chispear, pero mojarse era lo último que le importaba. Pudo andar apresurado, pero tampoco lo hizo. Prefirió tomarse el camino de regreso a casa con calma, aprovecharlo para recalibrar muchas cosas, entre ellas su actitud hacia Rhadamanthys, y también hacia sí mismo.

No sabía qué se encontraría al entrar. Ignoraba si el Wyvern estaría o si también se habría tomado tiempo para ventilar demasiadas emociones viciadas. Fuese lo que fuese que hubiera decidido hacer su compañero de vida, no iba a echarle en cara nada. Al poner la llave y dar sólo media vuelta supo que Rhadamanthys estaba dentro. Escuchar la música de Muse a todo volumen se lo confirmó del todo, aunque su presencia no se veía por ningún lado.

Kanon entró, sacudió la chupa de cuero y la colgó en el respaldo de la primera silla que le vino a mano. La lluvia se había ido intensificando y todo él había acabado empapado. El aire que le cruzó por la cara, arrancándole un intenso escalofrío, le señaló la puerta balconera medio abierta, hallando la figura de Rhadamanthys sentado frente a la cortina de agua. Entre sus dedos también se percibía un cigarrillo encendido, y el humo exhalado esparciéndose con premura por las brechas que dejaba la lluvia.

Saber si el inglés se había percatado o no de su presencia era una incógnita difícil de descifrar, por lo que Kanon eligió bajar el volumen de la música y así dar un sutil toque de atención. Una clara señal que Rhadamanthys captó al instante, ladeando el rostro para acabar fijándose en él y en su aproximación al balcón.

- Soy un gilipollas integral. Tienes toda la razón del mundo en cabrearte conmigo.

Kanon se apoyó con el hombro contra la puerta corredera, a cuerpo de camisa y con el cabello empapándole la ropa.

Rhadamanthys le miró largamente, sin pronunciar palabra. Le miró mientras propinaba otra calada a su pitillo. Le miró hasta que Kanon se vio vencido de razones y con la necesidad de ser él el que desviara la mirada.

Ya se había disculpado y no sabía que más podía hacer o decir para conseguir que Rhadamanthys le hablara, pero no se le ocurría nada. Regresar adentro fue la única salida viable que veía, y quizás meterse en la ducha para sacarse de encima toda esa humedad, momento en que la voz queda y agotada del inglés le detuvo.

- Tú no tienes la culpa que ese muchacho ahora esté en prisión.- Dijo Rada, dejando la colilla en un cenicero que desbordaba por doquier.

- Pues me siento culpable de ello.

- Pues no deberías.

Las ganas de llorar comenzaron a apretar. No quería hacerlo, no deseaba por nada del mundo mostrarse débil otra vez y se mordió los labios. Por arriba y por abajo. Trató de tragar saliva pero no pudo, y las jodidas lágrimas inundaron sus ojos traicionándole en el intento. Se cubríó la boca con el puño cerrado. Miró para cualquier lado menos en la dirección donde hallaría los ojos del Wyvern, le urgía desaparecer pero no podía, hasta que al final derrumbó sus propios muros, los que había alzado a toda prisa desde que la confianza en sí mismo se había vuelto a ver pisoteada.

- No puedo dejar de pensar que si yo no hubiera arrollado a sus hermanos yendo borracho como una puta cuba, Bennu no hubiera ido en busca del consuelo que podía darle un médium llamado Thanatos, por lo que no hubiera conocido al hombre que acabó considerando como un padre, la vida del cual fue destrozada por un hijo de su putísima madre que andaba suelto por culpa del condenado de mi propio padre.- La voz se le había roto casi a cada palabra y las lágrimas se perdían entre la lluvia se seguía escurriendo de su cabello empapado.- Ahora dime, ¿cómo cojones se supone que debo lidiar con toda esta mierda? ¿Eh? Dime...

- Pues empezando por asumir que tú no tienes la culpa de las decisiones que toman las demás personas...

- No sé cómo hacerlo, Rada...- Confesó, encogiéndose de hombros.- Te juro que lo intento, pero no sé hacerlo...Y sé que las pago contigo, y que ya lo hice años atrás y...y que por esta razón tú te fuiste...¿Ves como sí tengo la culpa de las decisiones que toman los demás? ¡Tú te fuiste porque yo te empujé a hacerlo!

- ¡Pero volví, Kanon! - Exclamó Rhadamanthys, dolido al ver el sufrimiento que seguía acarreando Kanon.- Y lo estábamos consiguiendo...- sus manos se apoyaron sobre los hombros del abogado, que fueron presionados con infinita ternura.- De nada sirve que te consumas como el tabaco, ni que te escondas tras el alcohol. Sabes que castigarte así no sirve de nada. Yo sólo te pido que no vuelvas a encerrarte...por favor...

Dicho ésto Rhadamanthys le abrazó con fuerza, besándole en la mejilla antes de hundir su rostro entre esa maraña de cabello mojado. Los brazos de Kanon respondieron al gesto, apresándole como si temiera perderle de nuevo.

Así permanecieron unos instantes, hasta que Kanon susurró algo que Rada apenas entendió.

- Quiere hablarme...

- ¿Qué dices? - El abrazo que les unía se aflojó lo justo para permitir que si miraran a los ojos.

- Thane me ha dicho que quiere hablarme, pero yo...yo no puedo, Rada...no quiero saber nada de él...

- Kanon, ¿de quién me estás hablando? ¿del muchacho? - Kanon negó con la cabeza, sintiéndose la garganta arder ante el intento de hablar.- pues no te entiendo...¿quién quiere hablarte?

- Mi...mi padre...

#Continuará#