Corrían las siete de la mañana cuando Kanon entró en el vestuario con el corazón a mil y el estómago pequeño. Esa madrugada tan sólo había sido capaz de beberse medio café y fumar todavía más de lo habitual. De su hombro colgaba su mochila todoterreno y en sus manos acarreaba el par de uniformes blancos que le habían proporcionado al llegar. La llave de la taquilla asignada lo dirigió hasta la mitad del vestuario. El número treinta y seis estaba grabado en la placa del llavero y una irónica sonrisa cruzó por su rostro al darse cuenta de que, justamente, treinta y seis era la edad que estaba aguardándole a finales del próximo mes de mayo.

—Joder, ni hecho adrede…

En el vestuario no se escuchaba a nadie, o al menos no en sus inmediaciones, donde una luz titilaba y la calefacción se percibía en marcha. Kanon se bajó la mochila del hombro y estiró la cabeza lo justo para ver que al fondo había una hilera de duchas, los wc y algunos lavamanos. Soltando un bufido lleno de ansia abrió la taquilla y la encontró vacía y más o menos limpia, aunque en la puerta se podían ver las marcas negruzcas de alguna cinta adhesiva que había sido arrancada; tal vez ahí habían estado enganchadas fotografías de la familia, o de los colegas de profesión, o el horario mensual de quien la hubiese utilizado antes que él, o vaya uno a saber. Al inspeccionar la parte superior descubrió dos estantes pequeños; en la inferior y más amplia, una barra con un par de perchas y debajo de todo avistó otro compartimento, aunque este también se apreciaba cerrado con llave.

Kanon soltó otro bufido, largo y entrecortado. Los nervios estaban cebándose con su estómago, el cual seguía pequeño y contraído, y las manos le hormigueaban tanto que hasta se sintió torpe intentado abrir la cremallera de la mochila. Un par de zuecos blancos y ligeros cayeron al suelo y la mochila fue lanzada al fondo de la taquilla. Con cierta incomodidad se despojó de su ropa de calle y se visitó la casaca con cuello de pico y los pantalones blancos que le habían facilitado al llegar; los zuecos se le antojaron calzado de astronauta y la ligereza del uniforme le produjo una sensación muy parecida a la de andar desnudo por casa.

Acompañado de un enésimo resoplido mezclado con algún ininteligible refunfuño, agarró la segunda muda y la metió sin cuidado alguno en el estante superior; actos seguido recogió las zapatillas deportivas y las tiró de cualquier manera sobre la mochila. Una rodó hasta el suelo y Kanon se agachó impetuoso, soltando los nervios por la boca.

—Me cago en la puta zapatilla…—la cogió con rabia y la tiró otra vez dentro de la taquilla, sufriendo el mismo resultado—. ¡Joder! ¡Hostia puta!

La agarró de nuevo dispuesto a repetir la acción con algo más de rabia, aunque se detuvo de repente al sentir una presencia al otro lado de la puertecita metálica.

—El compartimento inferior es para el calzado —reveló una voz grave y ligeramente conocida—. Se abre con la misma llave que te han dado. De este modo los olores que puedan emanar de los zapatos no se mezclan con la demás ropa, ni con la comida ni con lo que sea que quieras guardarte en la taquilla.

Kanon tragó saliva y miró de reojo la figura que se estaba quitando la chaqueta a tan sólo un par de palmos de su estúpido bucle conductual.

—No me jodas…

La zapatilla aún colgaba de su mano cuando el vecino de taquilla colgó su chaqueta deportiva en la percha y se despojó de la sudadera y la camiseta. Ambas prendas fueron dobladas con meticulosidad antes de ser guardadas en uno de los compartimentos superiores y el fuerte torso fue rápidamente cubierto por una camisa blanca con agradable olor a suavizante y las típicas marchas de planchado y doblado. Una placa con un nombre fue recuperada de la taquilla y se enganchó en el bolsillo superior de la prenda.

Kanon lo observó todo sin disimulo, pasmado. Cualquiera que entrara y lo encontrara paralizado con la vista clavada sobre el flamante jefe de enfermería podría echar mil cábalas morbosas al respecto, ignorando que la razón de dicha indiscreta inspección se debía única y exclusivamente a un profundo sentimiento de incredulidad.

—Es una puta broma, ¿no?

Lune se deshizo de los vaqueros sin hacer uso del banco ubicado como línea divisoria del pasillo, los dobló con el mismo esmero empleado con el resto de su ropa y se vistió los pantalones blancos a juego y el par de zuecos que extrajo del cajón inferior, lugar donde dejó sus zapatillas New Balance. Fingiendo indiferencia agarró un desodorante en aerosol con el que se roció las axilas. A continuación se peinó el largo cabello gris con los dedos y se lo sujetó a la nuca con una goma y, por último, sacó una taza y una cápsula de café y cerró la puerta del armario, ejecutando cada simple acción con la misma estoicidad que había conseguido exasperar a Kanon semanas atrás.

—Esta llave —insistió, fijándose en la que colgaba de la taquilla de Kanon, haciéndola balancear con el sutil golpecito de su dedo— también abre la parte de abajo. Te recomiendo que guardes el calzado ahí a no ser que pretendas tener una pocilga en vez de un armario pulcro y ordenado. Esto no es un instituto, es un vestuario de hospital.

Kanon arrugó los labios en una mueca que traducía todo su desconcierto, pero obedeció.

Joder si obedeció…

Si algo le había dejado claro el juez Dohko era que, una vez puestos los pies en el hospital, todo lo que debía hacer era obedecer, obedecer y obedecer a todos aquellos que sabían más que él: o sea, a todo dios que se le pusiera delante. Kanon había estado tratando de interiorizar que debía rebuscar dentro de sí esa parte dócil que se suponía que también poseía, pero tener que sacarla a flote justamente delante de Lune…

Lune…

¿Lune?

No.

Ese hombre tenía la misma voz y el mismo aspecto, pero no era Lune de Balrog. Ese hombre poseía otro talante, otra expresión. Ese hombre era…

—Garby. Puto Garby de los cojones…

—Para servirte, Kanon. Y ayudarte en esta temporada de seis meses que pasarás con nosotros —declaró tendiéndole la mano. Kanon correspondió el gesto por pura inercia, aún tomado por la sorpresa, y Lewis le estrechó la mano con fuerza—. Bienvenido.

Kanon le sostuvo la mirada y le pareció descubrir en ella un brillo muy peculiar. Lewis le soltó la mano, pasó por su lado y se dirigió hacia una puerta distinta a la utilizada para entrar. Kanon, plantado en medio del vestuario, le siguió con la mirada hasta que se vio obligado a girarse, sintiéndose todavía perplejo.

—Joder… es que no me lo creo. «Habla con Lewis, el jefe de enfermería. Él te guiará» —repitió con retintín—. Lewis, joder… ¡Lewis! ¿Cómo no se me ha ocurrido?

—¿Vienes? —propuso Lewis desde la puerta—. Te pondré un poco en contexto mientras tomamos un café. Todavía es pronto —informó chequeando la hora, cómodo en su verdadero papel—. Me gusta que hayas sido respetuoso con el horario.

—Es mi primer día, joder. Si ya llego cagándola… —masculló Kanon para sí al tiempo que decidía seguir los pasos de Lune.

Al acceder a la nueva zona Lewis saludó a un par de compañeras que estaban en pleno receso y les presentó a Kanon, quien parecía estar conociéndose por primera vez con la timidez.

—Esto es la sala de descanso —explicó Lewis dibujando un arco con el brazo que abarcó todo el espacio—. Como puedes ver tenemos nevera, microondas, cafetera, tostadora, un par de sofás por si en turnos de guardia alguien necesita descansar un poco…

El abogado echó un paso atrás y se dispuso en alerta.

—¿Guardia? Pero yo no deberé hacer guardias, ¿no? —se asustó Kanon—. No se me ha dicho nada de esto…

—No, tú no deberás, pero habrá personas que sí y si te encuentras a alguien dormitando en el sofá, le respetas el descanso. Esto es sagrado, ¿entiendes? —Kanon asintió como si fuese un soldado raso y Lewis se dirigió a la cafetera—. ¿Te apetece uno? En el armario hay, aunque te aconsejo que te traigas tu propia taza y tus cápsulas.

Kanon negó, luego asintió y a continuación abrió el armario empujado por una suerte de presión que parecía estar tomando el control de todas sus acciones sin tenerlo en cuanta a él. Ahí había galletas, bollería industrial, azúcar, sacarina, sal, aceite de oliva y cápsulas de café, solo y con leche. Tomó una de café solo y antes de que Lewis le indicara nada más vio que en la fuente de agua había acopio de vasos desechables.

Lune se había sentado en una de las mesas libes y con la mirada invitó a que Kanon se reuniera con él.

—En breve se te entregará una placa con tu nombre, como esta —expuso, señalándose la suya, donde se podía leer Lewis D. G. —, y la tarjeta para el fichaje de tu horario—. Kanon asintió, observándolo detenidamente. No podía dejar de pensar en cuán hilarante era esa situación y cuán distinto era ese hombre que se las había hecho pasar tan putas a su hermano tan sólo unas semanas atrás—. Y sobre tus tareas a desempeñar, no te preocupes. No será nada que no puedas hacer. Hoy, por ejemplo, me acompañarás a todas las visitas que haga y te irás familiarizando con los pacientes y sus acompañantes. Por desgracia la mayoría son pacientes de larga estadía, por lo que es importante conocerlos y establecer cierta conexión con ellos. Con esto me refiero a dirigirte a los pacientes y sus familiares con educación y respeto, evitar malas palabras —dicho esto arqueó las cejas e inclinó un poco el rostro hacia adelante, como si transformara la información en advertencia—, llamarlos por el nombre y dejarlos conocer el tuyo; esto hace que se sientan más cómodos y menos "fuera de casa", razón por la que es importante que luzcas siempre la placa con tu nombre.

Kanon asintió, bebió un sorbo de café sin azúcar y disimuló la mueca de disgusto que le ocasionó el inesperado amargor.

—Me han informado que mis tareas irán desde efectuar desplazamientos con las camillas y sillas de ruedas y servir y recoger las comidas, no mucho más.

—Exacto. Pero esto no implica que te muestres distante con ellos. Recuérdalo siempre: son niños, los más mayores no superan los doce o trece años, y necesitan alguna cara amable al otro lado de su sufrimiento. Los médicos y enfermeros no somos vistos como amigos la mayoría de las veces, por lo que nuestro trabajo conlleva. Tú, en cambio, no les clavarás agujas, ni los lavarás con esponjas ni les ayudarás con sus necesidades más primarias sin que salgan de la cama. Esto te convierte en "el amigo" que pueden tener aquí dentro.

Kanon inspiró hondo y aguantó todo el aire agolpado en sus mejillas, asemejándose a un hámster precavido antes de soltarlo de un largo bufido.

—De acuerdo. Lo intentaré. Eso de no soltar capulladas por la boca, quero decir. Lo demás…

—Lo harás. Todo. Yo sé que lo harás.

Lewis le observó con detenimiento y Kanon se halló bajando el rostro, aunque no la mirada, todavía conectada con la de Lune. O Garby. O el denso misterio que seguía siendo ese hombre de corazón enorme y mente impenetrable que tenía delante de sí.

—La carta que me entregaste el día que abandonaste el juicio… —dijo Kanon de improviso y con voz queda, cambiando totalmente de tercio— la leí en cuanto pude. Solo, tal y como pediste.

Lewis esbozó una ligera sonrisa mientras se cruzaba de brazos sobre la mesa, atento.

—Me alegro de que lo hicieras.

—Hay que joderse, puta ironía la tuya…—Kanon curvó los labios en esa media sonrisa que lo diferenciaba tanto de Saga y se burló de su propia e inconsciente sumisión—. No sé cómo cojones te lo montas, pero ya te obedecí ese día sin tener ninguna obligación de hacerlo.

—No obedeciste nada —le contradijo Lewis, sereno—. Lo hiciste porque así lo quisiste. La hubieses podido romper. Tirar. Quemar...

Kanon tamborileó la mesa e inspiró hondo.

—Quería saber qué tenías que decirme y, no sé —su mano se alzó hasta los cabellos y se agarró a ellos, despejándole la frente por un momento—, no me esperaba lo que allí encontré.

—¿Y qué te esperabas encontrar?

Lewis lo preguntó con franca curiosidad, mostrándose paciente con la lentitud a la que se inscribió la respuesta.

—Pues…sinceramente… palos por todos los lados —reconoció al fin.

—¿Por qué?

Kanon se encogió de hombros y bebió otro sorbo de café amargo.

—Joder, pues por costumbre, supongo.

El noruego le miró largamente, con fijeza, y Kanon le sostuvo el pulso.

—Kanon… —dijo Lewis, relamiéndose los labios con sutileza después de haber probado su café— en pocos días tu intrepidez me echó al traste un trabajo de dos décadas.

Sus miradas seguían conectadas, sin filtros, y Kanon no pudo evitar henchirse con un poco de orgullo que disimuló como pudo.

—¡Joder! Dicho así suena fatal…

—Llegaste hasta Lamia. Hablaste con Aldebarán. Hallaste y descifraste a Garby… Relacionaste acontecimientos y nombres y me obligaste a rendirme. ¿Te parece poco?

—Siempre depende de cómo se mire, ¿no?

—Puedes hacer lo que te propongas. Te lo dije en la carta y te lo reitero ahora: vales más de lo que te empeñas en propagar a los cuatro vientos. Te escudas detrás de esta máscara que tan bien te sienta y que tanto te funciona, y es lícito. Pero puede ser mucho más de lo que te empeñas en ser, y aquí lo descubrirás.

—¿Tú me hablas de máscaras? —inquirió Kanon, incrédulo ante las palabras del abogado enfermero— No creo que seas el más indicado para ir dando lecciones sobre el tema.

—Tienes razón —admitió Lewis, echándose hacia atrás hasta dejar la espalda recta y apoyada contra el respaldo de la silla—, y por ello debo darte las gracias. Gracias por haberme desmenuzado una farsa con la cual lo único que conseguía era alejarme cada vez más de mi familia, de mi propósito en la vida e incluso de mí mismo.

Kanon le estudiaba con atención. La sala a su alrededor parecía haber desaparecido y los límites de su espacio los configuraban una etérea red de recuerdos, sentimientos y extrañas confesiones que únicamente podían comprender ellos dos.

—Nos llegaste a tocar mucho los cojones, Garby… O Lune… O Lewis…

—Dejémoslo en Lewis, por favor —pidió el enfermero—. Este siempre ha sido el único nombre real que he tenido.

—Está bien. Lewis —Kanon bajó la mirada un instante y la deslizó por las esquinas de la mesa antes de volver a fijarla en su inesperado confesor—. Pero ¿sabes realmente quién consiguió que acabara loco con el puto papel que desempeñabas?: Thane —Kanon arqueó las cejas, amplificando su verde mirada—. Cuando Thane te observaba desde sus propias sombras, yo le descubría el mismo sentimiento paternal que profesa hacia mí. No lo puede evitar, por mucho que se esfuerce en fingir indiferencia y frialdad, y entonces lo supe… Si Thane te miraba de esa manera no podías ser un mal tipo, razón por la que me reventé la cabeza tratando de entenderte… No podías ser el hijo de puta que parecías si te habías desvivido enviando peticiones de revisión de condena a mi padre, no podías estar defendiendo a un potencial homicida… No encajabas en Lune de Balrog, por mucho que tu representación fuera tan jodidamente exasperante. Y luego el descubrimiento de tu hermana Elsa, de su relación con Hypnos, de cómo terminó todo…

A Lewis le brilló la mirada y disimuló el momento apurando de un solo sorbo todo su café.

—Déjalo aquí, Kanon. Por favor —rogó a media voz, dejando que una triste sonrisa cruzara su rostro—. Aún no puedo hablar de Elsa

Kanon calló, cerró los labios y asintió en silencio. Poco a poco la sala comenzó a reaparecer y el murmullo de las personas a su alrededor los regresaron a la realidad. Lewis miró su reloj e inspiró hondo al palmear la mesa con ambas manos.

—Dejemos el pasado, ¿de acuerdo? —propuso—. El presente es un merecido reinicio para los dos.

—Supongo que sí…

—Pues entremos en situación. Para afrontar tu nuevo trabajo hay tres normas bien claras e inquebrantables.

Kanon tragó saliva, cruzó las manos sobre la mesa y frunció el ceño con atención

—La primera —comenzó a enumerar Lewis—, una higiene personal absoluta cada día. La segunda, recordar que tratas con niños con serios problemas de salud: la amabilidad y gentileza es indispensable.

El abogado asintió, sabiéndose más o menos capaz de cumplir las dos primeras, aunque la pausa de Lewis le sugería que la última era la más dura de acometer.

—Me está asustando la tercera… —sonrió, nervioso.

—La tercera y más importante: no te culpes —la mirada de Lewis intensificó su brillo—. No te culpes de nada de lo que veas, no te responsabilices de su presente y, sobre todo, no te lleves a casa el sufrimiento que experimentarás día sí y día también.

—Joder…—murmuró Kanon, sintiéndose de repente acongojado.

—Vivirás experiencias gratas —se apresuró a tranquilizarle Lewis—, pero también asistirás a situaciones que son difíciles de olvidar. Por eso te insisto: nada de lo que presencies es tu culpa, y puedes darles mucho a cambio. Mucho más de lo que ahora mismo te imaginas. Puedes regalarles sonrisas, momentos agradables, minutos felices. Y te aseguro, Kanon, que el valor de una sonrisa infantil es más inmenso que cualquier montón de dinero que puedas tener en el banco.

—Ahora mismo me estoy acordando de toda la jodida familia del Juez Dohko, lo sabes ¿no? —intentó bromear el gemelo.

—No será inmediato, pero a la larga te compensará, créeme —afirmó Lewis, sonriéndole a cambio—Así pues…¿preparado para el Ctrl+Alt+Supr de tu vida?

Kanon tragó saliva e intentó presentar su mejor media sonrisa.

—Pero si hasta sabe ser chistoso el tío…—trató de destensarse Kanon—. ¿Tengo otra opción?

Lewis le estudió desde un confín próximo a la amistad.

—Me temo que no.